37
[Desconocido]
Ricitos, es el celular de
Lisandro, así que es seguro.
Me avisaron que nuestro
vuelo sale hoy a las
seis de la mañana, casi
me acabo de enterar,
pero en serio lamento
no haberte dicho antes.
Leo el mensaje rápidamente y antes de siquiera poder terminarlo me pongo de pie de un brinco, mareandome por el repentino movimiento y salgo corriendo al baño para poder lavarme la cara y despertar del todo, asegurándome de que no es un mal sueño.
Son las cinco de la mañana, hacía menos de dos horas que habíamos vuelto al hotel y luego de agradecerle unas cincuenta veces a Katherine por cuidar de Monie, había conectado mi celular a la corriente y lo había encendido, esperando recibir alguna notificación; pero el cansancio me había ganado en cuanto toqué la cama, ni siquiera me quité los zapatos, por lo que ahora, mientras aporreo desesperadamente la puerta de mis amigos, estoy seguro de que parezco algún loco deseando robarles.
—¡Mierda Guillermo! No he dormido ni dos horas, ¿Qué es lo que quieres? —Javier me mira con solo uno de sus ojos abiertos, el cabello alborotado y un rastro de saliva seca en la mejilla.
—¡El avión de Lionel sale en menos de una hora! —Casi le grito mientras entro a la habitación a paso apresurado. —¡Rápido! ¿En dónde están las llaves del auto? No les pido que me acompañen, solo denme las llaves.
Puedo sentir mi garganta apretarse, la nariz me arde y mis manos tiemblan. Sé que debo tranquilizarme, pero me es imposible mientras siento los segundos pasar rápidamente.
Raúl me mira desde la cama, aún medio dormido y Javier intenta asimilar todo mientras rebusca las llaves en la ropa sobre el suelo.
—Cinco minutos —murmura el alfa antes de ponerse en pie rápidamente y correr al baño.
Javier levanta toda la ropa y la tira sobre la cama, vistiéndose con ella aunque sea la misma que usó hace unas horas. Raúl lo imita y yo solo puedo morder mis dedos mientras los veo alistarse.
—¡Lionel, que te hagas el adolorido no impedirá que nos castiguen por lentos! —Ruedo los ojos mientras cargo la maleta por las escaleras ya que el ascensor, por una bonita casualidad, había dejado de funcionar desde hacía unas horas y todo el personal del hotel estaba ocupado subiendo y bajando el equipaje del resto del equipo —. No sé por qué insististe en cargar tú mismo la maleta.
—El hecho de que sea su trabajo no quiere decir que voy a cargarles la mano, puedo bajar mi maleta, no se me caerá una mano por ello.
—Ya, pero eres un anciano y al rato te vas a estar quejando del dolor de espalda.
—Respeta a tus mayores entonces. —Dejo caer la maleta en el asfalto antes de estirar mi cuerpo, sintiendo las vertebras de mi espalda crujir.
—Al fin llegaron, eran los últimos. Suban al autobús, yo pondré esto con el resto de las maletas. —Scaloni nos mira brevemente antes de caminar con mi maleta hacia la parte trasera del autobús en donde supongo estarán el resto de las maletas.
—Vamos Lautaro —murmuro antes de suspirar.
No hay manera en la que pueda atrasar más esto; aunque desee hacerlo, el avión no partirá más tarde y no se me permitió irme en otro vuelo. Guillermo siquiera ha leído mi mensaje, o eso fue lo que me dijo Lisandro hace treinta minutos.
—¡Suban todos, son casi las cinco de la mañana y todavía falta documentar las maletas en el aeropuerto! —grita el entrenador al ver que habemos muchos aún sin abordar.
Lentamente el autobús comienza a llenarse, no hay mucho ruido y la mayoría de mis compañeros se ven súmamente adormilados. Me paso casi hasta el fondo del enorme vehículo, quedando del lado de la ventana mientras siento a mi amigo acomodarse a mi lado.
—No te importa si me siento contigo ¿Verdad?
—Mientras no me babees el hombro, todo está bien. —Lautaro rueda los ojos, pero sonríe, sacando su celular y sus enormes cascos para poder dormir en el corto camino hasta el aeropuerto.
Me asomo por la ventanilla, un tanto envidioso por su despreocupada actitud. Intento disfrutar el paisaje nocturno, pero mi mente está cien por ciento ocupada por Guillermo, imaginando la expresión que pondrá al despertar y darse cuenta de que me he ido.
—¿Lionel? —Levando la vista cuando mi entrenador me llama desde la entrada del autobús —. Me dijeron que esto no puede ir en la parte de abajo, así que debes llevarlo aquí.
Recibo la caja de cartón lila en cuanto tengo a Scaloni lo suficientemente cerca, sonriendo con pesar.
—Gracias.
—Quita esa cara hombre, volverás a verlo. —Asiento antes de sentarme y volver a mirar por la ventana.
Mi lobo gimotea dolorosamente, igual de desanimado que yo. En ese momento el autobús enciende y comienza a avanzar, provocando que Scaloni se sujete con fuerza de los respaldos que tiene más a mano.
—¿Tan pronto acabaron de empacar? Sí que son eficientes. Muy bien, en treinta minutos deberíamos estar llegando, así que todo va bien.
—¿Qué? ¿Cómo que se quedaron allá? Pero... —Scaloni camina de un lado a otro mientras espero a que la zona del maletero se despeje para poder bajar mi equipaje —. Bien, haré eso.
—Messi, Martínez —nos llama y por su tono puedo advertir que está molesto.
Lautaro y yo nos miramos un par de segundos antes de acercarnos hasta él. A nuestro alrededor no hay casi nadie, excepto los miembros del staff y el resto de mis compañeros.
—¿Qué pas...?
—Acaban de llamarme del hotel, al parecer hubo varias maletas que quedaron abandonadas en los pisos de sus compañeros porque nadie fue por ellas, también hubo un par que se quedaron en la acera y, por si fuera poco, Lisandro y Nate también se quedaron allá.
Scaloni comienza a respirar más rápido a cada palabra dicha mientras yo observo a mi alrededor, percatándose de que efectivamente, mi amigo y su alfa no se encuentran por ningún lado.
—Esperaré aquí a que lleguen las maletas y su compañero, tomen sus cosas y vayan adentro a documentar todo, espero que esto no nos retrase demasiado.
El gentío que acaparaba todo el espacio del maletero se a dispersado hacia el interior del edificio, por lo que puedo acercarme hasta ahí, pero no hay nada más que ver, el enorme espacio en la parte baja del autobús está completamente vacío y el chofer ya se encuentra cerrando la puerta elevada.
—Mierda... —murmuro antes de girar sobre mis talones, chocando con el pecho de Lautaro.
—¿Qué?
—Nuestras maletas son parte de las rezagadas. —Lautaro se palmea la cara con frustración —. Esto no le gustará a Scaloni.
Al mirar hacia la entrada puedo ver que varios de mis compañeros caminan hacia nosotros, pero el autobús se ha ido y sus caras de horror lo dicen todo.
—Lo siento, pero creo que deberán viajar sin equipaje, yo me encargaré de todo. —Scaloni llega hasta nosotros, ganándose miradas de duda y otras de horror.
—Pero...
—Nada de peros, esperaré aquí las maletas, ustedes deben irse —me muerdo la uña del dedo pulgar con nerviosismo, preguntándome si esto es demasiado bueno o demasiado malo.
—¿Entrenador...?
—No Messi, debes estar allá a tiempo, tienes una entrevista programada, una sesión de fotos y una comida con gente importante.
—¿Qué?
—¿Nadie te lo dijo? —Niego lentamente con la boca ligeramente abierta mientras Lautaro me palmea el hombro, como si se apiadara de mí —. Da igual, ya lo sabes ahora, así que ve a registrar tus maletas, pasaporte y pase de abordaje.
—Pero yo...
—¿Eso es comida? Sabes que no puedes subir comida al avión.
—Scaloni... —Comienzo a desesperarme por sus interrupciones.
—No Lionel, no haré excepciones por tratarse de ti. Si es necesario, mandaré lo que falta en otro vuelo.
—Mi equipaje de mano está junto a mi maleta —suelto sin más, parando en seco el nervioso y rápido parloteo de mi entrenador.
—¿Qué acabas de decir?
—Que mi...
—¡¿Pero cómo se te ocurre?! —Estoy seguro de que la escena sería cómica de no tratarse de algo tan serio.
Scaloni camina de un lado a otro mientras sostiene su cabeza con fuerza, como si deseara arrancarse un par de mechones de cabello. Lautaro hace un esfuerzo sobrehumano para no soltarse a reír mientras que el resto de mis compañeros solo cuchichean cosas entre ellos, como si no les importara nada de lo que sucede a su alrededor.
—No es mi culpa que hayan dejado el equipaje fuera del autobús. —Intento mantener mi voz neutra y no darle importancia a su grito de frustración.
—¿Ni siquiera traes contigo tu pasaporte? —Niego con la cabeza antes de hablar, pero el chirrido de unas llantas y un auto particular llegando a toda prisa me interrumpe.
Del auto baja mi amigo seguido por su alfa, quien carga en sus brazos mi equipaje de mano. Un sonoro suspiro se escucha a mi lado, agitando mi cabello y llenando mi nariz con el aroma a alivio y frustración mezclados.
—Menos mal que llegaron, ahora corran, me encargaré de lo que falta.
Un quejido de molestia y frustración sale de mi pecho, tenía la esperanza de que el nuevo inconveniente me diera tiempo para poder esperar a Guillermo.
—Gracias Lisandro —murmuro recibiendo la maleta.
—Díselo a Nate, él fue quien vió que lo habías olvidado junto al resto de las maletas.
Los cuatro caminamos a prisa hasta el área en donde debemos documentar todo, pero mi atención sigue sin estar presente en lo que hago, haciéndome voltear cada tanto hacia la entrada y mis alrededores en busca de una cabellera rizada.
—Todo en orden señor Messi, por favor pase por aquí.
La sonriente omega me guía por un pasillo hasta la sala de espera en donde están el resto de mis compañeros, a través de los enormes ventanales puedo ver el avión siendo cargado de gasolina, las maletas que se deslizan por la banda giratoria hasta el maletero y al personal del aeropuerto dando los últimos toques antes de nuestra partida.
Afuera el sol comienza a pintar el cielo de un tono azúl claro precioso, pero ni siquiera eso me permite estar contento, en mi corazón se instala un vacío tan doloroso, que creo que podría vomitar en cualquier momento.
Me levanto de mi asiento bajo la atenta mirada de mis amigos, pero ninguno pregunta nada ni me siguen, lo cual agradezco. En mis manos la caja color lila se tambalea, como una burla cruel sobre lo que casi pudo ser, pero no pasó.
—Hola, buenos días, me preguntaba si podrían hacerme un favor —murmuro en cuanto llego hasta el personal que checa los pases de abordaje.
—¡Por favor Javier, acelera!
—Si nos detiene la policía será peor, creeme, así que calla y siéntate.
—Pero pasan de las cinco treinta...
Mi mejor amigo, mi hermano del alma y una de las pocas personas que me ha visto en mis peores momentos, rueda los ojos con exasperación antes de pisar el acelerador y esquivar un par de autos tras mi tono lastimero y dolido.
Estamos a menos de diez minutos del aeropuerto, pero mi frustración, los quejidos de mi lobo y la angustia tirante dentro de mi corazón hace que cada minuto se sienta como un segundo.
"¿Y si no llegamos? No voy a ponerme a llorar ahí mismo pero..."
"Pues yo sí."
"¿Qué? Pero eso sería vergonzoso."
"¿Y? Mi alfa se va sin despedirse, a saber cuándo lo volveremos a ver. Estamos incomunicados. No le dimos un beso de despedida. ¿Quieres más razones para llorar?"
Ni siquiera puedo responder, el nudo en mi garganta me lo impide y las tibias lágrimas me ruedan por las mejillas. Ya ni siquiera me importa parecer un niño berrinchudo, me cruzo de brazos mientras contemplo el camino frente a nosotros, con un marcado puchero en mis labios y más lágrimas rodando por mi rostro. Desvío la vista del frente en cuanto siento la mirada de Javier posarse en mí a través del retrovisor.
—Panchito, no llores. Llegaremos a tiempo, ya verás.
Emito un sonido entre gruñido y quejido, incapaz de responderle con palabras.
—Al menos podrás verlo por los ventanales y decirle adiós —dice Raúl en tono neutro, lo que me hace preguntarme si se burla de mí o lo dice a modo de consuelo.
—No ayudes —lo regaña su novio, haciéndole abrir los ojos con duda, como preguntándose qué fue lo que dijo mal.
Llegamos al aeropuerto con un ligero derrape sobre el asfalto. El cielo luce azúl y despejado. A mi alrededor hay más gente de la que imaginé, personas con cámaras y gente hablando demasiado alto. El nombre de mi alfa me llega hasta los oídos en varias ocasiones.
—No seas tonta, claro que no se irán sin despedirse.
—En las noticias dijeron que sí.
—Alguien los vio salir de su hotel hoy en la madrugada.
—Messi no ha dicho nada en sus redes.
—El autobús de la selección estaba aquí hace una hora, yo lo vi.
Esas y otras frases son las que alcanzo a escuchar en mi complicada travesía por el aeropuerto, atestado de gente que como yo, espera poder despedirse de sus jugadores favoritos.
A lo lejos parece haber más gente aglomerada y agitada de lo normal, gritando y tratando de llamar la atención de alguien. Los flashes de distintas cámaras me ciegan incluso a mí a pesar de no apuntar directo hacia mi cara.
—¿Ese es Messi?
—¡Es Messi!
—¡Es él!
—¡Te lo dije! ¡Messi!
—¡Messi! ¡Lionel!
Miles de gritos clamando su nombre me aturden y ensordecen, pero incluso desorientado y con las esperanzas por los suelos, logro abrirme paso hasta el frente la multitud, recibiendo varios insultos a consecuencia.
Contrario a mis principios e incluso sin siquiera distinguirlo entre todos los demás, comienzo a gritar su nombre también, con la vaga esperanza de ser escuchado y reconocido.
Mi lobo gimotea y casi me provoca soltarme a llorar de nuevo, pero mi ansiedad es mucho mayor. Mis ojos buscan su rostro, mi nariz olfatea como la de un sabueso mientras intento dar con el característico aroma a café y almendras entre los otros cientos de aromas, pero no sirve de nada, mi voz se pierde entre la de la multitud y mi nariz tiene tantos aromas enfrente, que ya ni siquiera logra distinguir uno en específico.
Puedo ver al equipo alejarse de donde estamos mientras la seguridad del aeropuerto nos dispersa. La última persona en desaparecer de mi campo de visión es Nate, el alfa del área de seguridad.
Mi esperanza cae en picada y con ella el poco ánimo que me quedaba, por lo que resignado, comienzo a alejarme del lugar, viendo llegar a mis amigos agitados y preocupados por mí. Mi mirada se encuentra con la de Javier, quien corre a mi encuentro para abrazarme y ocultar mi rostro en su cuello, provocando que mis lágrimas salgan sin pudor alguno, mojando la piel expuesta y parte de su ropa.
—Oh Pancho, cómo lo siento... —su suave y paternal voz me hacen suspirar y aferrarme a su cuerpo para poder seguir llorando.
Puedo sentir el abrazo volverse más apretado cuando Raúl nos rodea a ambos con sus brazos protectoramente.
—Todo iba tan bien... —suspiro entrecortadamente a causa de mis sollozos, provocando que Javier me apriete más contra él.
—Lo sé, lo sé y lo lamento tanto —su mano me acaricia el cabello —, si tan solo hubiese algo que pudiera hacer por ti.
—Atención a todos lo s fanáticos que esperan ver al equipo argentino partir, se les informa que se les permitirá la estancia en la salida 4A. —La voz que sale por los altavoces llama mi atención, pero en cuanto termina de hablar siento como si una enorme mano me estrujara el corazón, volviendo dolorosos y pesados cada uno de mis latidos.
"Tan cerca..."
—¿Francisco Ochoa? —Callo mis sollozos abruptamente, casi nadie me llama de esa forma.
Antes de girar hacia la voz que me llama, limpio las vergonzosas lágrimas de mis mejillas, intentando dar una apariencia al menos decente.
—¿Sí? —Mi voz suena entrecortada y nasal, pero con un disimulado carraspeo logro aclararla.
Raúl y Javier están alertas detrás de mí, observando con atención a la omega que me mira con una sonrisa amable.
—Acompáñeme por aquí por favor —dice mientras se da media vuelta y comienza a caminar en sentido contrario al que se han ido el resto de fanáticos —. Sus amigos pueden venir también, nos advirtieron que era muy posible que no estuviera solo.
Javier y Raúl comienzan a caminar a la par mía, por sus rostros me doy cuenta que como yo, no entienden un carajo de lo que pasa, pero ninguno de nosotros se atreve a interrumpir el andar de la chica, que luce tan pacífica y profesional con su uniforme.
Llegamos a una sala bastante aislada y silenciosa, completamente contrario al barullo de afuera ocasionado por el gentío.
—Espere un momento por favor —murmura la chica antes de perderse en una puerta que yo no había visto, de donde sale un par de segundos después con una caja color lila en las manos —. Esto lo ha dejado el señor Lionel para usted y me pidió que le dijera que espera lo disfrute mucho.
Arriba de la caja hay un papel en blanco con una escritura bastante apresurada y casi imposible de leer, pero sé que es su letra, incluso un poco del olor a café y almendras se desprende del regalo, como si lo hubiese estado abrazando durante mucho tiempo, impregnándolo con su aroma.
Otro sollozo sale desde lo profundo de mi pecho mientras me siento en un pequeño sofá para poder leer la nota.
"Rizitos, lamento tanto no estar ahí para darte esto... todo esto pasó demasiado rápido y te juro que no hay nadie que lo lamente más que yo. Espero que te guste mucho, lo probé y no pude dejar de pensar en ti y que seguro lo amarías. Disfrutalo como la promesa de que nos veremos pronto y que no te dejaré ir nunca más. Te quiero lobito, por favor mantente saludable y no te preocupes demasiado por mí."
Otro sollozo bastante audible seguido de gruesas lágrimas me hacen aferrarme a ese trozo de papel como si se tratara de una especie de cura contra todos mis males. El aroma a café y almendras me ponen cada vez más triste, haciéndome desear ocultarme en él hasta que pueda abrazar al alfa y refugiarme en su cuello.
Ya ni siquiera me importa que la chica y mis amigos me observen unos pasos más allá, me abrazo como si con eso pudiese evitar que mi corazón duela y mis sentimientos se desborden por mis ojos, mis brazos apretujan la hoja contra mi pecho a modo de de pegamento para mi alma que se desmorona con cada suspiro.
Puedo escuchar los pasos de mis amigos y la chica que me ha traído hasta acá abandonar el lugar, dejándome a solas con el aroma a café y almendras, la cajita lila y aquella nota escrita a toda prisa.
—Lionel —sollozo sorbiendo la nariz sin vergüenza alguna —. Si tan solo estuvieras aquí, yo... yo...
—¿Qué es lo que harías? —Levanto la cabeza con prisa, haciendo que mis músculos me reclamen por el abrupto y violento movimiento.
—Lio...
—Hola lobito. —Su sonrisa luce enorme y radiante mientras extiende los brazos para recibir mi fuerte abrazo.
Yo ni siquiera había notado que me había puesto de pie hasta que tuve su cuello contra mi nariz, permitiéndome aspirar su delicioso aroma desde la fuente. Puedo sentir sus manos acariciar mi cabello con delicadeza.
—¿Y entonces? ¿Qué era eso que ibas a decir que harías si estuviera aquí?
Me separo del abrazo muy a mi pesar, admirando sus brillantes ojos y su hermosa sonrisa dirigidos a mí.
—Esto. —Dejo un sonoro manotazo sobre su hombro, haciéndolo encogerse en su lugar y retroceder un par de pasos por la sorpresa.
—Auch... Guillermo, espera... ay.
—¿Cómo —otro golpe— pudiste irte así?
—Pero sigo aquí. —Lionel me sostiene las muñecas con firmeza, pero sin lastimarme.
—¡Pero yo creí que te habías ido! —reclamo antes de soltarme de su agarre.
—Por suerte las cosas se complicaron con mi vuelo. —Esta vez no me resisto más y vuelvo a llorar, ocultándome de nuevo en su cuello, recibiendo nuevas caricias y feromonas que no solo tranquilizan a mi lobo —. Lo siento mucho mi vida, pero no tengo demasiado tiempo para estar aquí, tuve que escapar de las cámaras y escabullirme para llegar acá, pero el avión parte en cinco minutos.
Me acurruco aún más contra su tibia piel, empapándome de su aroma y tranquilizando mi respiración.
—Voy a extrañarte mucho —murmuro contra su cuello, dejando varios besos pequeños ahí en donde puedo.
—Yo también, pero prometo conseguir un nuevo teléfono en cuanto llegue, estaremos en contacto todos los días, lo prometo.
—Me debes unas vacaciones.
—Hecho, solo tú y yo, sin prisas ni despedidas a último minuto. —Asiento lentamente, dejando un último beso en su cuello antes de separarme de él.
—Ten un buen viaje, alfa.
—Tú igual ricitos, disfruta tu regalo y dale mis saludos a tus amigos.
Sonrío aún sintiendo mi pecho apretado dolorosamente, pero ya con un peso menor luego de poder despedirme. Lionel comienza a caminar hacia la salida, pero lo alcanzo antes de que su mano toque el pomo de la puerta, girándolo con fuerza para dejarlo contra la manera y sin esperar respuesta, estampo mis labios contra los suyos, saboreando su saliva, acariciando sus labios con mi lengua para luego mordisquearlos ligeramente.
A pesar de que ya conozco su boca casi tanto como la mía, no puedo evitar volver a sentirme cautivado por su sabor, la suavidad y textura de la esponjosa piel y sobre todo, lo delicioso de su delicadeza al devolverme el beso, tomándome de la cintura con firmeza para pegarme a su cuerpo mientras nuestros labios se mueven al compás, diciendo lo que nuestra voz no puede a modo de una muda promesa y una despedida temporal.
—Te voy a extrañar, por favor cuídate mucho y nada de escándalos —le advierto con humor, solo para no irme sin decir nada y aligerar el ambiente.
Lio me sonríe de vuelta, asintiendo.
—No dejes que otros alfas se te acerquen o me veré en la obligación de viajar solo para arrancarles la cabeza.
—Quizá deje que se acerquen con tal de verte lo más pronto posible.
Lionel levanta una ceja con humor asomando en sus ojos, pero una sonrisa desafiante.
—¿Ah sí? —murmura cerca de mis labios, tentándome a besarlo, pero justo cuando estoy por unir nuestras bocas de nuevo, él desvía su rostro, pegándose a mi cuello para dejar suaves y sugerentes mordidas ahí en donde toca.
Mi cuerpo lo apresa contra la puerta de nueva cuenta, pero esta vez mis rodillas tiemblan, amenazando con ceder ante sus besos. Lionel no se detiene a pesar de escucharme gruñir con excitación y advertencia, deslizando un poco mi ropa para descubrir la marca casi recién hecha.
Más besos, mordidas y lengüetazos son dejados sobre la sensible piel, haciéndome suspirar y cerrar los ojos, ocultando mi rostro en su cuello, dejándome hacer, sin importarme la erección que comienza a molestar dentro de mis pantalones; eso hasta que sus colmillos se hunden de nuevo en mi piel, impregnándome de su aroma con muchísima más fuerza que antes, haciendo que un pequeño gemido salga de mis labios por la sorpresa, el dolor y el placer que me provoca.
Mi sorpresivo orgasmo me hace abrir los ojos con preocupación, topándome con el travieso brillo de los ojos del alfa, quien me mira con una sonrisa ladina y cargada de satisfacción.
—Viajaré para renovar esto, pero mientras tanto, nadie se te acercará, porque sabrán que eres mío. —Su gruesa voz hace a mis rodillas temblar de nuevo, pero embobado y satisfecho, mi lobo libera feromonas dulces y complacidas, mezcladas con las del alfa —. Bien, eso es respuesta suficiente.
—Señor Lionel, debe irse antes de que la seguridad del aeropuerto comience a buscarlo —se escucha desde el otro lado de la puerta y yo me separo del alfa.
—Ve antes de que preocupes a los demás —murmuro sintiéndome cohibido por la humedad en mi ropa interior.
—Está bien, pero le diré a Raúl que no se separe de ti y toma esto para cubrirte. —Con prisa, Lio se saca la sudadera por la cabeza, atándola a mi cintura con agilidad; para luego abrir la puerta y pedirle a mis amigos que pasen.
—No sé ni por donde empezar —murmura Javier en la penumbra del auto.
—Entonces no lo hagas —le respondo sintiéndome avergonzado, por lo que mi respuesta, lejos de sonar amenazante, se asemeja más a una súplica.
El sol se alza a nuestras espaldas mientras Raúl conduce de vuelta al hotel, ahora que me encuentro sin la ansiedad y adrenalina recorriendo mi sistema, el sueño vuelve a invadir mi mente, pasando factura de las últimas horas que he estado en movimiento, sumado a la reciente experiencia sumamente excitante y agotadora.
—Recuerden que nuestro vuelo sale a las ocho de la noche, aún tenemos tiempo para dormir y arreglar las maletas, pero si se les hace tarde, no me va a importar dejarlos aquí. —Nos advierte Raúl y nosotros solo asentimos y damos una vaga afirmación.
—Tenemos media hora buscando ese tonto juguete ¡Vámonos o el avión nos va a dejar! —Me asomo debajo de la cama por tercera vez, intentando encontrar la pelota con silbato que tanto le gusta a Moon.
—Si la peque no se está quieta en todo el vuelo, será tu culpa —amenazo a Raúl mientras me pongo de pie para ir a buscar al baño.
—Tampoco está allá afuera —murmura Javier casi sin aliento mientras cierra la puerta a sus espaldas.
—Niños, son las seis de la tarde, no estamos a cinco minutos del aeropuerto y debemos documentar a esta cachorra y todo el equipaje, ¡Vámonos!
Con resignación, salgo del cuarto de baño mientras Javier suspira con frustración, tomando la manija de su maleta para comenzar a caminar hacia la salida. Raúl suspira con alivio antes de tomar la transportadora y caminar hacia la salida, detrás de su novio.
Doy un último vistazo general a la habitación con la esperanza de encontrar la pelota, pero salgo luego de comprobar que no está por ningún lado. Una vez en el ascensor reviso que llevemos todas las maletas y me asomo dentro de la transportadora, dando con los enormes y brillantes ojos de la cachorra.
—Lo siento linda, pero tu pelota no estuvo por ningún lado, prometo comprarte otra apenas lleguemos a casa. —Ella gimotea con entendimiento, acurrucándose junto a otro de sus peluches.
Mientras guardamos las maletas en el auto, no puedo evitar suspirar cada vez que recuerdo lo que sucedió esta mañana. La prenda de Lionel permanece celosamente guardada en mi maleta, envuelta en una bolsa plástica para evitar que su aroma se gaste demasiado.
—Bien, es todo —dice Raúl sacudiendo sus manos antes de cerrar el maletero —. Suban y vámonos.
—¡Esperen! —Un grito agudo nos detiene antes de que podamos subir al auto.
—¿Katherine?
—Hola Guillermo. —La sonriente alfa llega hasta nosotros a prisa —. Veo que llegué a tiempo.
—Sí... —Miro a mis amigos de reojo, Javier me observa con una ceja levantada y Raúl observa a la chica de arriba abajo.
—Menos mal. Quería darte esto. —Katherine extiende la mano con la pelota color naranja chillón, la cual tomo con entusiasmo, haciéndola sonar para acto seguido escuchar a Monie ladrar con emoción.
—Muchas gracias, estábamos buscándola por todas partes.
—No lo dudo, esa pequeña no se fue del cuarto hasta que la tuvo entre sus dientes, le encanta ¿No? —Asiento, sintiéndome feliz por tener la pelota en mis manos —. Guillermo... quisiera pedirte algo.
—Lo que sea, si puedo hacerlo, te ayudaré.
—Cuando estemos ambos en México, me gustaría que saliéramos a tomar algo, un café, una copa, lo que quieras.
—Katherine yo...
—No me respondas ahora, piénsalo. Este es mi número. —Me extiende un papel con su número escrito a mano.
No dudo en tomarlo, pero mientras pienso la manera más educada de rechazarla, ella ya se aleja de nosotros a paso firme.
—¿Qué carajo fue eso? ¿Acaso no se da cuenta que apestas a alfa? —murmura Javier mientras se mete en el asiento de copiloto.
—Creo que prefiere hacerse ilusiones —le responde Raúl mientras enciende el auto.
Opto por dejar esto para después, entrando al auto y dejando la pelota dentro de la transportadora, escuchando cómo Monie comienza a jugar con ella de inmediato.
—No, de ninguna manera dejaré a mi cachorra en el área de carga —digo de manera firme mientras el hombre detrás del escritorio frunce el ceño con molestia.
—No hay otra forma en la que el perro pueda viajar señor Ochoa.
—Me dijeron que podía ir arriba con nosotros.
—Si los demás pasajeros no tuvieran inconveniente sería diferente, pero como no hay manera de saberlo, temo decirle que ese animal deberá ir abajo —sentencia con prepotencia y altanería, haciéndome enojar.
—No tenemos ningún problema, de eso puede estar seguro —masculla Javier, acercándose de manera amenazadora hasta el alfa casi calvo.
—Ahora autorice eso —secunda Raúl, parándose a mi otro costado.
—Y-yo... necesito ver sus boletos para asegurarme de que son los acompañantes de fila del señor Ochoa —su tono de voz no deja de ser molesto, pero mis amigos acatan la indicación con una sonrisa triunfante —. Bien, en ese caso, deberá pagar el costo por su mascota y mostrarme la correa junto al pañal que debe llevar puestos en todo momento.
—¿Qué? —Observo a mis amigos con duda, pero nadie parece saber de qué habla el hombre.
—Si su perro no tiene la correa adecuada, que es una pechera con una correa de menos de un metro y un pañal para evitar... accidentes, no puede viajar arriba. —La sonrisa triunfante del alfa me saca de quicio, provocando que gruña antes de dejar la transportadora con delicadeza sobre el suelo y azotar las manos sobre el escritorio del hombre.
—Escuche bien, maldito alfa de quinta, no le daré la satisfacción, así que más le vale quitar esa sonrisita de su rostro de una buena vez o me encargaré de quitársela yo mismo —mascullo cerca de su rostro antes de alejarme a paso firme hasta la tienda del aeropuerto, ahí donde una sola botella de agua te cuesta lo mismo que diez de esas en cualquier otro lugar.
Media hora después, regreso hasta donde están mis amigos aún con semblante hastiado y aquél hombre al verme, rueda los ojos con exasperación.
Saco a Moon de su prisión temporal para ponerle lo que acabo de comprar, sintiéndome satisfecho con el resultado antes de mostrarla al molesto alfa.
—¿Es suficiente? —pregunto con ironía mientras me acerco a él para sacar la tarjeta de crédito y pagar lo que sea que me vaya a pedir ahora.
A las ocho en punto nos encontramos sentados en la sala de espera hasta que una agradable voz nos llama para abordar.
—Gracias por volar con nosotros, ¿Su cachorro está en entrenamiento? —pregunta la chica que revisa nuestros documentos.
—¿Perdón?
—Oh, es que como lo veo con la correa y el pañal, asumí que era uno de los cachorros con adiestramiento para ser de ayuda en crisis de pánico. —Ella sonríe con amabilidad mientras nos entrega todo de vuelta.
—El hombre que revisó nuestras maletas nos dijo que era necesario que la lleváramos con esto puesto para que viajara arriba o de lo contrario, la mandaría a la zona de carga.
—Eso es solo para perros con entrenamiento, si usted tiene la transportadora y su cachorro no está enfermo, entonces puede viajar sin mayor problema. —Un suspiro de hartazgo abandona mi pecho mientras intento contar hasta diez para no explotar de enojo —. ¿Algún problema?
—El hombre de antes nos exigió comprar esto y pagar extra por la cachorra... da igual ya pasó.
—Si gusta reportarlo, puede pasar a las pantallas detrás de mí y hacerlo en menos de cinco minutos.
Esta vez yo sonrío triunfante, aceptando antes de dirigirme hacia allá, seguido por mis amigos, quienes se adelantan para acomodar todo en nuestros lugares.
Diez minutos después y sintiéndome libre de culpa, me siento junto a Javier, de lado del pasillo, listo para viajar.
—A veces me asustas Pancho.
—¿Por qué? No hice nada malo, solo lo justo y necesario; además, tú también lo habrías hecho, así que no me sermonees. —Javier se encoge de hombros, acariciando la cabeza de Moon con cariño, ya que ahora que hemos pagado todo eso, puede ir fuera de la transportadora.
Poco después, las azafatas nos dan las indicaciones necesarias para el despegue.
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Oficialmente es 21 de Septiembre aquí en donde vivo... y como buena alfa cursi que soy, les tengo un regalo: Nuestro querido girasol.
Qué dijeron? Esta ya dejó abandonado el fic. Pues no! Aquí ando todavía.
Como siempre, espero que les guste tanto como a mí, me encanta leer sus comentarios y ver sus nombres en mis notificaciones. Disfruten de esto a modo de un ramo repleto de girasoles o sus flores amarillas favoritas; espero que reciban unas de verdad de parte de alguien especial, pero si no pasa, recuerden que yo les regalé algo parecido.
Por otra parte... encontré una foto que se asemeja a nuestra querida Moon!! Imaginen que se ve así, solo que con el pelo más grisáceo en vez de blanco/café y rizos en vez de lacio. Y claro, su respectivo yeso adornado con cinta púrpura en una de sus patitas. Yo la amo... y ustedes?
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