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35

Sus ojos se humedecen notablemente ante mis palabras y un nudo se forma en mi garganta, pero me obligo a tragar rápidamente y con fuerza para poder deshacerme de él.

—No pienses mal, yo solo... necesito que me disculpes para poder empezar de cero. Esto no empezó de la mejor manera; hubo cosas buenas y hermosas que no quiero dejar atrás, pero te hice mucho daño y eso jamás me lo voy a perdonar a menos que tú lo hagas primero. —Lio hace amago de hablar, pero un gesto de mi mano lo detiene en seco. —Te quiero Lio. No estoy seguro de cuánto o cómo es que empezó, pero sin duda eres ya parte importante de mi vida; me arrepiento de haberte alejado de la forma en la que lo hice, me dejé llevar por las circunstancias, las personas y la opinión pública, temí tanto por tu reputación, nuestra seguridad y nuestras carreras que no me detuve a escuchar lo que tú tenías que decir.

Me detengo para tomar aire y pasar el nudo en mi garganta con un poco de jugo, aprovechando para humedecerme la boca, que se encuentra seca a causa de los nervios.

—Eso estuvo mal y lo sé, no tengo palabras suficientes para pedirte disculpas por el daño, por las decisiones tan drásticas que tomé por mi cuenta y todos los problemas que nos causé, pero si de algo sirve decirlo y repetirlo tantas veces como sean necesarias: yo te quiero Lionel, te quiero mucho y realmente te quiero en mi vida, quiero crear miles de recuerdos más contigo, que nombremos a esta cachorrita y la cuidemos juntos; quiero, de ser posible, todo una vida contigo.

Me quedo en silencio de golpe, recuperando todo el aire que perdí al decir aquello de manera torpe y atropellada, las lágrimas me escuecen en los ojos, pero me niego a dejarlas correr por mis mejillas.

—¿Terminaste? —Lionel me pregunta con semblante serio y voz neutra. Asiento sin atreverme a mirarlo a los ojos. —Bien.

Él se remueve en su asiento y al ver que está por hablar, me armo de valor para conectar nuestras miradas.

—Escúchame bien Guillermo, porque no quiero repetirlo. —Trago grueso ante sus palabras. —No hay nada que deba perdonarte, porque entiendo tus razones, si bien no fue la mejor manera de hacer las cosas, sé que lo hiciste con la mejor intención, por nosotros y nuestra seguridad. Puedo entender todo tu miedo, las circunstancias que te llevaron a eso y todo lo demás, pero necesito pedirte que por favor, jamás en la vida, nunca, vuelvas a hacerlo. Te lo dije antes y no me pesa repetirlo hasta que te quede más que claro: ya no estás solo ¿Sí? Ahora estamos los dos y yo no pienso permitir que nadie arruine lo nuestro. Ni mi carrera ni la opinión pública son más importantes que tú, porque quienes nos quieran, sabrán aceptarnos, juntos o nada.

Por un momento siento que puedo volver a respirar con normalidad, como si todo este tiempo separados hubiese estado debajo del agua, apenas con una pajita sobresaliendo en la superficie para mantenerme con vida.

—Ahora eres parte importante de mi vida, no voy a dejar que nadie fuera de nosotros nos separe. También deseo una vida a tu lado si la madre luna nos lo permite; no tengo idea de dónde salió esta pequeña —Lio señala a la pequeña cachorra dormida —, pero claro que deseo cuidarla y nombrarla junto a ti. De ahora en más, quiero hacer todo contigo a mi lado.

Ni siquiera sé en qué momento he dejado de contener el llanto, pero ahora mis mejillas están empapadas y suaves suspiros escapan de entre mis labios. Lionel me mira con los ojos enrojecidos y al borde del llanto, levantándose de su asiento casi al mismo tiempo que yo.

Las palabras sobran en este momento, no hay nada más que podamos decir, pues todo lo que debamos resolver se irá dando con el transcurso del tiempo, por lo que no me contengo más y acorto la distancia entre nosotros con prisa, lanzándome a sus fuertes brazos, hundiendo mi rostro en su cuello; deleitándome con el tranquilizante aroma a café y almendras.

Mi aroma se intensifica en cuanto siento el suyo mucho más fuerte y el aliento tibio sobre mi cuello. Sus brazos me apresan contra él de manera firme, pero delicada, impidiendome moverme siquiera un solo centímetro.

Puedo sentir mi garganta cerrarse con un pesado nudo que ni siquiera intento tragar, dejando ir mis lágrimas libremente, sin importarme que manchen y empapen el cuello del alfa que tan fuertemente se aferra a mí.

Si alguien me preguntara quién sostiene a quién, no sabría qué responderle, porque incluso si yo estoy fuertemente abrazado a su cuerpo, Lio se aferra a mi ropa como si su vida dependiera de ello, como si temiera que de un momento a otro fuese a desaparecer, enterrando su nariz en mi cuello, justo sobre ese lugar en el que nace mi aroma, el cual se intensifica a cada segundo; mi lobo gimotea en mi interior y es quien se encarga de provocar el aumento en mi aroma, llamando a su alfa, indicando que aquí está y cuánto lo ha extrañado. Puedo asegurar que, si alguien entrara en este momento, ni siquiera podría diferenciar mi cuerpo del ajeno.

Mis rodillas se debilitan a medida que la energía se me escapa por los ojos y entre suspiros. Me dejo ceder a las emociones, siendo seguido por Lionel mientras nos arrodillamos lentamente hasta el suelo, con los brazos y piernas entrelazados, siendo todo una maraña de extremidades. Mis lágrimas ya no son solo gotas ocasionales que mojan su ropa, una mancha gigantesca de humedad colorea la prenda, incluso yo puedo sentir mi propia piel empapada, ahí donde sus labios están en contacto conmigo. Suaves besos son dejados a lo largo de todo mi cuello, subiendo y bajando por toda la extensión que queda a la vista.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero mis lágrimas han parado por fin, dejando en su lugar solo suspiros entrecortados. Mis brazos han perdido fuerza, pero no la suficiente para dejar ir a mi alfa. Su aroma me rodea por completo, entremezclado con el mío, hay tristeza, nostalgia, algo de enojo, pero sobre todo, felicidad y alivio en el ambiente, envolviéndonos en una burbuja preciosa que huele a café, almendras, chocolate y miel.

Para cuando por fin me alejo de su cuerpo y él sale de mi cuello, ambos estamos con los ojos y la nariz enrojecidos, pero una fina y titubeante sonrisa adorna el rostro de Lionel, provocando que yo también sonría.

—Te extrañé tanto... —Su voz es apenas un susurro entrecortado y ronco, pero la devoción con la que habla me hace sentir esas sencillas palabras como la mejor frase de toda la existencia.

Un calor abrumador y reconfortante al mismo tiempo se extiende por todo mi pecho, calentando todo a su paso, llegando hasta la punta de mis dedos y ensanchando mi sonrisa.

Sin detenerme a pensarlo demasiado me abalanzó sobre él, rodeando su cuello con mis brazos y estampando mis labios con los suyos. Nuestros cuerpos caen al suelo, pero yo cubro su cabeza para evitar que esta se golpee, mientras que él me rodea la cintura, juntando aún más nuestros cuerpos.

Muevo la boca con suma lentitud, deleitándome con la suavidad de aquellos esponjosos labios y la dulzura de su saliva, que me devuelve la vida que yo mismo me había encargado de arrebatarme. Por un momento me siento como si por fin pudiera respirar después de dormir debajo de las cobijas, su aliento me da el oxígeno que no sabía que necesitaba y sus suaves besos me hacen flotar y girar, como en una infinita espiral de amor contenido.

Lio no parece incomodarse con mi peso sobre él, con mis rodillas abiertas a cada lado de su cadera y mi pecho presionando el suyo, de hecho luce bastante feliz, acariciando mi cintura con sus manos, sonriendo en medio del beso y casi ronroneando por mis dedos peinando su cabello.

Sé que cerrar los ojos durante un beso es lo más usual, pero no puedo hacerlo; deseo esa cercanía, aprovechar los pocos milímetros de distancia para grabar en mi memoria cada pequeño detalle de su rostro, sus hermosas y largas pestañas, una pequeña y casi imperceptible cicatriz sobre su ceja derecha y sobre todo, para evitar que su cuerpo se desvanezca como una burbuja al viento, temiendo que esto sea solo un sueño.

Cuando al fin me atrevo a cerrar los ojos su lengua me acaricia los labios, provocando que me estremezca entre sus brazos y mis manos se aferren al cabello de su nuca. Abro la boca, permitiéndole el libre paso. Puedo sentirlo tímido al principio, como temiendo ir demasiado rápido, por lo que me aventuro a acariciar su propia lengua con la mía, desatando un frenesí de besos desesperados y hambrientos. Su boca succiona mi lengua, mis dientes mordisquean sus labios, mis manos tiran de las suaves hebras de cabello y las suyas, tan delicadas como siempre, me acarician la cintura, bajando brevemente hasta mi trasero antes de volver a subir, colándose por debajo de mi camiseta.

El tacto de su piel me vuelve loco, mandando escalofríos por todo mi cuerpo; el simple roce de sus dedos con mi cintura desnuda me hace arquear la espalda en busca de más contacto, más de su toque, más placer, más, más, más y cada vez más de él.

Un suave y ronco gemido sale de mi garganta sin que pueda anticiparlo, dando la pauta necesaria para su accionar. Lionel engancha los dedos en el borde de mi playera, subiéndola lentamente por mi cuerpo, dándose el tiempo necesario de acariciar mi piel con los nudillos durante todo su recorrido hacia mi cabeza antes de sacarme la prenda y tirarla a un lado.

Ahora mi trasero presiona sus muslos contra el suelo mientras nos sentamos de manera torpe, pero sin apartarnos más de dos centímetros. Nuestras miradas se conectan y sus ojos, brillantes y atentos, reflejan mi rostro, de cabello alborotado y sonrisa tímida. Podría avergonzarme, sentirme cohibido y rehuir su intensa mirada, pero no deseo hacerlo, no quiero apartarme de ahí, no quiero dejarlo ir, quiero que él me vea.

Mis manos bajan de su nuca con lentitud, acariciando sus músculos por encima de la ropa, deteniéndome en su pecho para sentir el acelerado latir de su corazón. Sus manos no se han apartado de mi cintura, puedo sentir sus pulgares acariciarme los huesos de la cadera que me sobresalen de los shorts y su erección presionar desde abajo, pero ni siquiera eso puede distraerme de su brillante y cautivadora sonrisa, de la mirada llena de cariño y alegría que él me dedica ni mucho menos, de ese rápido palpitar contra la palma de mi mano.

—Es muy rápido —murmuro, acariciando con los dedos la zona sobre su corazón.

—Tú lo haces latir así. —Responde él con su sonrisa ensanchada y un deje juguetón en la voz.

—No sé si eso es demasiado bueno o demasiado malo... podrías morir de un infarto.

—Si es por tus besos, tu aliento, tu cuerpo y todo lo que tú representas, será la forma más hermosa de hacerlo y estaré feliz de ser tu víctima.

Yo ni siquiera estaba preparado para ese comentario, mi mente se queda en blanco mientras mis mejillas se calientan y mi corazón se salta dos latidos. Los nervios me hacen decir cosas como esas en los peores momentos, pero parece que Lio sabe aprovecharlo para ser todo un cursi.

Vuelvo a unir nuestras bocas a falta de palabras, adorando sus labios con cada movimiento de los míos, expresando todo lo que las palabras, mis nervios y mi desastrosa mente no pueden hilar en una sola frase coherente y adecuada.

Sus manos me vuelven a pegar a su cuerpo con fuerza y su erección presionando contra mi trasero me tienta demasiado a mover la cadera sobre ella; sobre todo cuando su boca se aparta de la mía y sus dientes me raspan el cuello sobre la glándula de aroma, provocándome y haciendo que mis feromonas se esparzan con un olor mucho más dulce, llamándolo.

—Oye, no sé si ya comiste algo, pero... ¡¿PERO QUÉ CARAJO ESTÁ PASANDO AQUÍ?!

—¡Javier, ven acá!

Lionel y yo nos separamos del beso recién iniciado con un sonoro chasquido y una fuerte respiración por la sorpresa que mi amigo nos ha causado. Javier se encuentra parado debajo del marco de la puerta, con los ojos tan abiertos que creo que se le saldrán de las cuencas y la mandíbula caída. Raúl, avergonzado, se para detrás de él, dedicándome una mirada de disculpa y pena.

Lio afianza su agarre sobre mi trasero, estrujando mis nalgas con fuerza, arrancándome un gemido que afortunadamente solo él escucha. Un bajo, pero amenazante gruñido sale fuerte y claro de su garganta cuando sus ojos se encuentran con los del otro alfa. Mi corazón revolotea con excitación, orgullo y un poco de miedo por su protectora acción, en donde mi lobo se retuerce igual de excitado y feliz.

—¿Acaso estás gruñéndome a mí? —Cuestiona Javier con los ojos entrecerrados, adentrándose aún más en la habitación.

Al estar sentado sobre Lio me es poco posible moverme, su erección me roza el trasero y me hace sentir vulnerable, incluso que él lo es, por lo que su agarre entorno a mi torso desnudo me reconforta y yo cubro su cuello con mis brazos, también mostrando los dientes a aquél que es casi como mi hermano.

Javier se detiene en seco a mitad de recorrido, observándonos con incredulidad. La pequeña cachorrita se levanta de su cama, me había olvidado por completo de ella, y se interpone entre los recién llegados y nosotros, ladrando en su dirección. Raúl entra a paso rápido, ganándose otro gruñido bajo de parte de Lio, lo que lo hace mostrar las palmas antes de seguir avanzando para llevarse a Javier.

—Y frente a la criatura... madre mía, ¿Hasta dónde hemos llegado? —Se queja con dramatismo antes de caminar junto a su novio, tomando la bolsa de premios de la mesa. —Ven pequeño, vayamos afuera. Deja que este par de salvajes se calmen.

Tan rápido como aparecieron se fueron, dejándonos a Lio y a mí sumidos en un silencio un tanto extraño, que si bien no es incómodo, tampoco es el ambiente adecuado para continuar lo de antes.

—¿Qué acaba de pasar? —murmuro apartando mis manos de su cuello, pero dejándolas reposar sobre sus hombros.

—¿Javier nos acaba de interrumpir? —Sé que es sarcasmo, por lo que ruedo los ojos antes de levantarme de su regazo y darle la espalda para acomodar mi problema con tanta discreción como me es posible.

—Ajá ¿Y el gruñido?

—Tú también gruñiste. —Lo veo levantarse, pero a diferencia de mí, él no se molesta en ser discreto, metiendo la mano de un solo movimiento a sus boxers para reacomodar su prominente erección.

Mis mejillas se calientan y yo desvío la mirada para evitar sus ojos y sonrisa orgullosos.

—Sí, porque iba a atacar a alfa. —Me cruzo de brazos, enfrentándome a su mirada por fin cuando se planta frente a mí.

—Ahí está tu respuesta. —Lionel me mira con la sonrisa aún en la boca. —Yo solo cuido a mí omega.

Mi lobo se retuerce de felicidad y mi corazón trastabilla cuando su tono de voz se vuelve más bajo y ronco, haciendo énfasis en ese par de palabras. Dejo que mis brazos caigan a los costados de mi cuerpo antes de negar con diversión.

—Bien... creo que el momento se fue, ¿Te parece si bajamos a comer algo con ellos?

—No tengo mucha hambre. —Lio frunce la nariz, lo que lo hace lucir tierno.

—Ni yo, pero podemos acompañarlos.

—O podemos continuar en lo que estábamos. —Lionel me empuja a la cama con un poco de fuerza, provocando que yo caiga de sentón en el mueble y me recargue en mis antebrazos, observando a Lionel comenzar a caminar lentamente hacia mí antes de meter una de sus piernas entre las mías y acomodar su rodilla demasiado cerca de la erección que sigue molestándome.

Su aliento me roza la cara antes de que nuestros labios se toquen, no hay ni tres milímetros de distancia entre nosotros, no hace falta más que formar un pequeño pico con mi boca para poder rozar la suya.

Me inclino levemente hacia atrás mientras él me sigue hasta quedar ambos sobre el colchón. Su rodilla me roza los muslos internos mientras que sus brazos forman una prisión alrededor de mí de la cual no deseo ser liberado.

Mis manos toman la iniciativa de desabrochar sus pantalones, zafando el botón sin mucha dificultad. Lionel gruñe contra mis labios cuando una de mis manos se posa sobre su erección, acunándola con suavidad.

Alfa... te extrañé. —La excitación me hace perder un poco el control sobre mi lobo, permitiéndole el paso, por lo que no me sorprende demasiado escucharlo hablar por mí.

Mí omega... también te extrañé, cachorro. —Me retuerzo debajo de Lionel al escuchar a su alfa responder. Su voz es más gruesa y baja, lo que me excita aún más, mandando escalofríos por todo mi cuerpo.

Siento que me pierdo en mi propio placer y la felicidad de mi lobo, aunado al estado narcoléptico en el que me deja el aroma de Lionel; perdiendo total control sobre mi lobo.

Alfa... tómame por favor, nos han hecho esperar tanto...

Lo que ordene mi lobito. —Lionel me besa ¿O es su lobo el que lo controla ahora? No lo sé, solo sé que ahora nuestras bocas están unidas en un fogoso y desesperado beso, mi lengua es dominada y succionada por la cálida boca de mi alfa, arrancándome jadeos cada tanto.

Sus manos me acarician todo el cuerpo, no hay un solo momento en el que no esté recorriendo la piel desnuda de mi torso, adorando mis labios con los suyos; sus ojos brillan tanto que me cautivan, diciendo por su boca todo lo que yo también siento. La ausencia de sus besos, aroma y tacto de los últimos días se ve rápidamente opacada por este momento.

Sus labios me bajan por la mandíbula con lentitud, incluso sus dientes hacen acto de presencia, mordisqueandome la piel, arrancando jadeos contenidos y excitados y un pequeño gemido en cuanto tocan aquél lugar que punza en anticipación por el deseo de portar ya una marca de enlace.

Hules delicioso... —Su lengua acaricia mi glándula con fuerza, haciéndome arquear la espalda y él aprovecha para tomar mi cintura con una mano, pasando su brazo por debajo de mí y la otra la posa en mi pecho, acariciando mis pezones con suma delicadeza.

Sus dedos apenas se sienten como el roce de una mariposa, delicado y sutil, pero lo suficientemente bueno para hacerme suspirar y ponerme aún más duro. El lubricante comienza a empaparme la ropa interior y mi aroma ya llena la habitación sin pudor alguno.

—Te extrañé —murmuro con los brazos alrededor de su cuello antes de atraerlo hacia mí y besarlo con vehemencia y devoción, como queriendo comprobar que no es sueño más, pero de serlo, no arrepentirme al despertar.

Él me responde sin palabras, tomando mis labios de nuevo entre los suyos, succionandolos con delicadeza. Mis manos no pueden estarse quietas detrás de su cabeza, por lo que las deslizo por su espalda, delineando cada músculo de sus omóplatos que se marcan con el movimiento de sus brazos con cada beso que me da. Sus suspiros mientras besa mi mandíbula y cuello hacen a mi interior arder en llamas y a mis manos actuar por sí solas para desabrochar sus pantalones con rapidez, enganchando los dedos en el elástico de su ropa interior y tironear de ella hasta bajarla lo suficiente para liberar la imponente y más que dura erección.

Lio gime en mi oído en cuanto mis dedos envuelven su duro y palpitante miembro, mandando escalofríos por todo mi cuerpo. Se siente cálido y duro entre mis dedos, tan necesitado como el mío por atención.

Comienzo un vaivén suave, apenas ejerciendo presión en él, solo lo suficientemente fuerte para seguir escuchando sus gemidos contenidos y sus largos suspiros. Lionel esconde el rostro en mi cuello, perdido en el placer que le otorga mi mano, con los labios pegados a mi cuello y glándula, mordisqueando aquí y allá, erizandome la piel y provocando que mi lubricante abunde entre mis piernas.

Tu mano se siente bien... —Gime contra mi piel, dejando un lametón que me hace arquear la espalda por lo sensible de la zona. —Pero quiero sentirte mejor que eso.

Pego un respingo de disconformidad en cuanto él se quita de encima mío con prisa, provocando que sienta un poco de frío por la repentina ausencia de su calor y peso entre mis piernas. Sus ojos me acarician cada rincón de la piel expuesta, provocando que me sonroje por su escrutinio.

—Eres precioso, ricitos. —Sin permitirme responderle él se acerca hasta mi ropa, desabotonando mi pantalón con un poco más de delicadeza que yo, deteniéndose a acariciar mis caderas, mandando escalofríos por toda mi piel. Su nariz se pasea sobre mi abdomen a medida que baja mi ropa, dejandola colgando de uno de mis tobillos.

Me siento expuesto, vulnerable y muy caliente, mi lobo se retuerce en placer y excitación, expectante a lo que nuestro alfa quiera hacer con nosotros.

Puedo sentir cada aliento, cada beso y cada roce dejado sobre mis muslos, mi cadera y mi entrepierna, casi gruñendo de frustración cuando Lionel ignora mi erección a propósito. Con un rápido vistazo hacia abajo me doy cuenta de su sonrisa burlona y sus ojos atentos a cada gesto de mi parte, lo que me hace sonrojarme enormemente y volver a tirar la cabeza hacia atrás.

—No te contengas, lobito... me gusta escucharte.

Lionel deja una larga y lenta lamida sobre mi miembro erecto, provocando que esta vez sí que gima sonoramente y arquee la espalda en busca de más contacto; los ojos casi saliéndose de sus cuencas al sentir la calidez de su saliva envolver la punta de mi pene y su lengua, tan delicada y firme a la misma vez, rodeándola, degustando como si del mejor dulce se tratara.

Para este punto soy más gemidos que persona, ahogando mi voz al morderme el labio inferior, arrugando las sábanas debajo de mí al estrujarlas con fuerza. Sus manos vuelven a tomarme las piernas, pero esta vez con más fuerza, doblando mis rodillas hasta mi pecho, dejándome completamente a su merced y provocando que mis mejillas se calienten abruptamente por lo expuesto que me deja aquella posición.

Su rostro, a centímetros del mío, deja una estela de piel erizada a medida que su aliento me roza y desciende por mi cuello de nuevo, olfateando con detenimiento, permitiéndome sentir su erecto y palpitante miembro rozarme el trasero. Lionel simula un par de embestidas que me hacen gemir alto y fuerte y enterrar mis uñas en su espalda.

—Oh mierda... no tienes idea de lo mucho que amo que me marques —murmura contra mi oído antes de tomar nuestros penes juntos y empezar a masajearlos.

Tiro la cabeza hacia atrás en cuanto las sensaciones me abruman; su mano firme alrededor de nosotros, la áspera mezclilla contra mi trasero y lo suave de sus besos en mis clavículas me vuelan la cabeza, provocando que mi miembro palpite con necesidad de liberarse y demostrarle al alfa lo bien que sus caricias se sienten.

Deso liberarme, sentir su mano moverse sobre nuestros apretados miembros me hace querer gritar de placer y creo que él lo nota, porque sin previo aviso detiene sus movimientos.

—Aún no, lobito. —Estoy por protestar cuando siento dos de sus dedos hundirse de manera repentina en mi interior.

La intromisión no es dolorosa, pero sí inesperada, lo que me hace arquear la espalda y cubrirme la boca con una mano para no gritar. Lágrimas de placer y frustración me vuelven la mirada borrosa, mi labio inferior duele de lo mucho que lo he mordido, pero incluso así, no cambiaría por nada la deliciosa sensación de volverme a sentir lleno, mimado y complacido por el hermoso alfa que tengo sobre mí.

Lionel se muerde el labio a medida que acelera sus movimientos, sus ojos me recorren entero y yo, falto de pudor por la excitación que me nubla el juicio, abro aún más las piernas, permitiéndole moverse mucho más adentro de mí, rozar ese punto en mi interior que hace que la primera lágrima de placer ruede por mi mejilla hasta las sábanas.

—Lio... por favor...

Ya ni siquiera me importa rogar, pero ahora que tengo dos de sus dedos dentro de mí, no deseo correrme sin tenerlo dentro.

Un destello de lujuria atraviesa ese par de ojos color chocolate que me miran atentos y sé que lo he logrado. Con la ropa colgando de mi tobillo y Lio apenas desvestido, me preparo en cuanto siento sus dedos abandonarme solo para dar paso a su goteante punta y, de una estocada, él entra en mí, estirando mi interior de una forma exquisita, el dolor convirtiéndose rápidamente en placer.

El lubricante me moja por completo en cuanto Lio se retira de mi interior de manera lenta y un obsceno sonido llena la habitación en cuanto vuelve a hundirse en mí, sumado al jadeo entrecortado que dejo escapar y el gruñido complacido de mi alfa.

La acción se repite una vez más y sé que solo espera a que me acostumbre a su grueso y largo tamaño, porque en sus ojos puedo ver el mismo ardiente y desesperado deseo por tomarme.

—Solo... —una estocada más— hazlo, por favor.

Es lo único que alcanzo a murmurar antes de que mis rodillas sean colocadas a cada lado de mi cabeza, haciéndome agradecer mi flexibilidad y condición física. Lionel me toma con fuerza y yo ya ni siquiera puedo pensar en nada más que en tres palabras.

—Mierda, sí, más... —Ni siquiera me importa si no tiene coherencia o lo que sale de mi boca es inteligible, porque Lionel lo entiende, aumentando el ritmo, golpeando mi próstata con fuerza.

Nuestros aromas mezclados, la habitación caliente, sus manos sosteniéndome las rodillas y sus bajos gruñidos excitados me tienen en las nubes, dejándome bailando en un tambaleante hilo entre la cordura y la total pérdida de conciencia.

Puedo sentir mi interior apresarlo a medida que mi orgasmo se arremolina en mi interior, el presemen me mancha el abdomen, el sabor metálico de mi sangre me regresa un poco a la realidad cuando me doy cuenta de la herida que me he hecho al morderme con demasiada fuerza y el obsceno, pero excitante sonido de nuestras húmedas pieles chocando me dejan sumido en una película borrosa en la que el placer, Lionel y yo, somos protagonistas.

Con la poca fuerza que me queda, estiro una de mis manos hacia él, esperando que entienda la señal y sonriendo cuando veo que lo hace, acercándose hasta mis labios para atraparlos en un fogoso y rudo beso. Ahora es todo su cálido y hermoso cuerpo el que me mantiene abierto para él, con una de sus manos sosteniendo mi cintura y las mías rasguñando su espalda, tirando de su cabello e intentando fundirlo conmigo.

—Te extrañé —susurro antes de sentir otra dura estocada que da justo en el blanco, haciéndome gritar su nombre, provocando que mis uñas se hundan en la apiñonada piel y mi espalda se arquee.

Puedo sentir mi orgasmo explotar entre nosotros, cálido y devastador, los bordes de mi visión se vuelven negros a medida que la fuerza me abandona. Mis piernas tiemblan alrededor de él y mi interior se aprieta, pidiendo lo que yo no puedo.

Lionel gime contra mi oreja y su aliento me golpea el cuello, justo sobre la zona en donde debería ir nuestra marca de enlace; puedo sentir sus dientes raspar la zona y su lengua humedeciendo la hinchada glándula que lo llama a tomarme por completo. La sobre excitación me tiene poco menos que cuerdo, por lo que al sentirlo dar una última estocada y sus dientes hundirse en mi piel, no puedo evitar sufrir otro espasmo que chorrea más de mi semen entre nosotros.

Mi interior se llena rápidamente con su semilla, tan cálida, espesa y excitante; sus jadeos, justo sobre mi piel, son retenidos por esa porción que aún se encuentra mordiendo. Siento sus dientes al salir y la cálida lengua acariciar la zona adolorida, pero ni siquiera el suave ardor me permiten seguir con los ojos abiertos. La negrura me consume lentamente, pero ya no hay más qué temer, porque mi alfa me protege mientras yo me encuentro flotando en una nube de placer y alivio, que solo mejora al percibir nuestro aroma tan bien mezclado a mi alrededor.

—Yo también te extrañé, mi amor. —Lo escucho a lo lejos, esa voz tan melodiosa que incluso en el estado en el que me encuentro, me hace sonreír débilmente. —¿Estás bien?

Asiento de manera lenta, intentando no preocuparlo más, pero el frío me hace fruncir el ceño cuando él comienza a alejarse de mí antes de que su nudo me atrape, por lo que, reuniendo toda mi fuerza y un poco más, enredo las piernas detrás de él, gimiendo de nuevo al sentirlo hundirse en mí.

—Javier podría venir en cualquier momento, cachorro, debemos limpiar esto y a ti.

Me remuevo como haciendo un berrinche, sin soltar su cuello y estirando los labios en un mudo pedido caprichoso. Lionel bufa con diversión y, aún con los ojos cerrados, estoy seguro de que sonríe. Lo cálido de sus labios al tocar los míos me lo confirma, en donde su suavidad me hace devolverle la sonrisa, solo que temblorosa y débil.

—¿En serio estás bien? —Vuelvo a asentir, haciendo un esfuerzo casi inhumano para abrir los ojos.

La luz del exterior me lastima un poco, pero él me cubre con su cuerpo al notarlo, lo que me hace derretirme de ternura.

—Hola, guapo —me dice mientras las comisuras de sus labios se estiran.

Su sonrisa me deslumbra incluso más que el sol detrás de él, pero en vez de desviar la vista, me encandila, haciéndome perderme en su hermoso rostro.

—Hola —murmuro de vuelta con la voz mas ronca de lo normal, entrelazando los dedos detrás de su nuca, acariciando el cabello corto de la zona.

Nos quedamos en silencio durante un momento, solo observándonos, mi mirada se pierde en la suya, de ese café tan cremoso que me hace sentir cálido, como en una noche de fría lluvia invernal.

—Anda, lobito flojo, debemos estar limpios —Murmura contra mi oreja antes de darme un suave beso en la mejilla.

Me quejo por lo bajo, suspirando luego del roce que hace a mi corazón revolotear.

—¡No quiero! —Me siento como un niño berrinchudo, pero no me importa, ni siquiera me obligo a retener el puchero que se forma en mis labios, el cual Lio deshace con un beso de pico.

Iba a replicar, pero un golpeteo en la puerta me detiene y nos hace voltear rápidamente en esa dirección mientra un gruñido ronco y gutural vibra en la garganta del alfa, yo me hago pequeño debajo de él, sintiéndolo cubrirme mucho más con su cuerpo, aplastándome contra el colchón.

—Ni siquiera voy a correr el riesgo de abrir, hasta acá los huelo y mis puros e inocentes ojos no quieren sufrir tal trauma, así que te diré esto desde acá —Javier grita al otro lado de la madera, haciendo que yo me relaje y Lio deje de aplastarme —tu criatura necesita comida y medicamentos y yo muero de hambre, así que les doy diez minutos o voy a entrar por ustedes de las orejas y al primero que me gruña, verá cómo le va.

Un golpe final es dejado sobre la madera antes de escuchar los pasos de Javier alejarse por el pasillo. Lionel comienza a levantarse, pero yo no aflojo el agarre de mis piernas ni manos, obligándolo a cargarme.

—¿Quieres que te limpie yo? —Sus palabras me hacen sonrojar y esconder el rostro en su cuello, pero incluso ahí, asiento, escuchándolo reír.

Lio camina lentamente hacia donde supongo que está el baño, sigue dentro de mí, por lo que a cada paso que da, las vibraciones me hacen morder mi labio inferior con fuerza e intento pensar en cualquier cosa, menos su semi erecto miembro dentro de mí.

—Memo... —murmura con la voz un poco más baja y ronca de lo habitual, lo que me hace salir de mi escondite para mirarlo a los ojos. —Por favor deja de apretarme así... te extrañé también, si por mí fuera no salíamos de esa cama en días y que me tientes de esa forma hace que me sea casi imposible ser racional.

Mis ojos se abren tanto que siento que podrían salirse de sus cuencas y el furioso calor en mi rostro me hace saber que estoy tan rojo como un tomate, pero las palabras me dejan en shock, al igual que la expresión seria y sexy en el rostro del alfa, haciéndome imposible apartar la mirada.

—Y-yo... perdón... no era, yo no quería...

—Shh, está bien, solo digo, ya habrá otro momento, cariño... y cuando llegue, no te dejaré ir de mi lado, por ahora, vayamos a comer, porque no quiero tener a tu hermano aquí metido jalándome las orejas.

Una suave risa me saca de mi trance, por lo que asiento antes de sentir mi espalda tocar el lavabo y a Lio deslizarse fuera; lo que me provoca un largo gemido mientras cierro los ojos un par de segundos, disfrutando de la sensación.

Me pongo de pie con ayuda del alfa, sintiendo mis mejillas aún calientes y las rodillas temblar. La intensa mirada achocolatada me mantiene en mi lugar, admirando el brillo de esos hermoso ojos y lo rosado de los finos labios hasta que algo escurriendo entre mis muslos me hace mirar hacia abajo y que el calor se incremente en mi rostro.

Lionel sigue la dirección de mis ojos, observando su semen mezclado con mi lubricante escurrir hasta debajo de mis rodillas. Con prisa y la cara roja de vergüenza, me apresuro a llegar la zona de la regadera, sin intenciones de ensuciar el suelo y siendo seguido por un muy serio Lionel.

—¿Qué pasa? —pregunto para aliviar la tensión y tragarme la vergüenza, pero dándole la espalda para no tener que verlo a los ojos.

—Nada, vamos a limpiarte. —Su tono serio me hace levantar una ceja, pero las feromonas que golpean mi nariz en cuanto su aroma denso, caliente y excitado me hacen darme cuenta del por qué de su expresión.

Opto por no decir nada, abriendo la llave del agua caliente. Lio se saca los pantalones y los deja doblados sobre la tapa del inodoro, permaneciendo con la ropa interior puesta.

—¿Tú no vas a ducharte? —Lo veo negar antes de entrar conmigo y comenzar a enjabonar mi cuerpo.

Sus manos firmes y delicadas a partes iguales me recorren entero, masajeando y enjabonando mis tensos músculos, bajando desde mis hombros hasta mi cintura, deteniéndose un momento antes de acariciar y redondear mis nalgas con firmeza, tomándose el atrevimiento de estrujarlas. Un respingo sale de mí cuando sus pulgares se pasean por el medio, limpiando los restos de nuestros fluidos.

Pongo mis manos sobre la pared cuando la calentura comienza a quitarme la vergüenza, arqueando la espalda para darle paso a sus caricias. Sus manos bajan por mis muslos, mandando escalofríos por todo mi cuerpo y haciendo que las rodillas me tiemblen de nuevo.

—Lio... —susurro con la frente pegada a mi antebrazo.

El vaho empaña la pared de azulejo frente a mí y sus dedos presionando contra mi culo me hace cerrar los ojos y gemir. Su fuerte brazo izquierdo me toma por la cintura durante un segundo solo para empujarme contra su cuerpo, haciendo que su pecho choque contra mi espalda y mi trasero contra su mano jabonosa.

Suspiros es lo único que puedo dejar salir, tan perdido en mi placer, que cuando un dedo es introducido en mí, me hace abrir los ojos de golpe y gemir por la sorpresa.

—Lio... —suspiro de nuevo, mordiendo mi labio con fuerza ante la placentera sensación de ese dígito moviéndose en mi interior.

—Luces tan sexy y lindo que no pude contenerme —me susurra contra la oreja antes de meter el segundo.

Las rodillas me tiemblan cual gelatina y, de no ser por el fuerte brazo que sostiene mi cintura, estoy seguro de que me vendría abajo, pero al parecer me adelanté, porque solo un momento después ya no soy sostenido por mi alfa, en su lugar, y con un poco más de fuerza, Lionel me pega contra la pared, quedando apresado entre la fría baldosa y lo cálido de su pecho.

Su fuerte mano se cierra alrededor de mi duro pene, que ya escurre una gota de presemen y sus dedos en mi interior se curvan lo suficiente justo sobre mi próstata.

—¡Lionel! —Gimo agudo por todo el placer que mi cuerpo recibe en este momento.

Ni siquiera me contengo a la hora de estirar el cuello hacia atrás y comenzar a jadear por las embestidas y el trabajo sobre mi miembro, me siento en las nubes, tan elevado que no me importa quedar como un mocoso desesperado.

—Lionel... por favor... más rápido... —Mi alfa acata mi pedido con un suave beso sobre mi hombro, aumentando el ritmo de sus embestidas, golpeando duro contra el punto en mi interior que me vuela la cabeza en mil pedazos, y ejerce más presión en mi pene, incitando a mi orgasmo, que ya se arremolina en mi vientre bajo, a salir de una buena vez.

—Mierda, sí... —la excitación me recorre entero, mi interior está caliente y el lugar se llena de vapor lentamente.

Mis piernas no aguantarán más, pero yo tampoco, por lo que tras una última estocada y un gemido agudo, me corro sobre la mano del alfa, salpicando la pared frente a mí.

Recargo la frente en la baldosa, agradeciendo lo frío del material mientras intento recuperar el aliento, con Lionel sosteniéndome para evitar que resbale. Jadeos pesados y suspiros es lo único que sale de mi boca por unos instantes mientras Lio besa mi espalda.

—Wow... —es lo único que puedo decir antes de soltarme a reír, presa de la vergüenza, aún sin atreverme a mirar al alfa.

—Lo siento, no pude contenerme... te veías tan sexy y olías tanto a mí, que no quise dejarte ir.

Me giro en mi lugar, al fin mirando a los ojos a quél que se muerde el labio con deseo antes de abrir la llave del agua, la cual no supe en qué momento fue cerrada, y limpiar los restos de mi corrida de su mano.

—No te disculpes, no es como que no quisiera que lo hicieras. —Me muerdo el labio inferior con algo de fuerza, rehuyendo su mirada en cuanto siento mis mejillas calentarse.

Su sonrisa, grande y brillante, me hace regresarle el gesto y plantar un sonoro beso en sus labios.

—Pero ahora tú... —Desvío la mirada hacia su entrepierna, aún cubierta por la ropa interior negra y con un bulto bastante prominente ahí.

—No te preocupes por eso, después me lo cobro. —Sus ojos destellan con diversión y yo solo puedo levantar las cejas, absorto en ese hermoso brillo.

—¿Es una promesa? —Rodeo su cuello con mis brazos, acercándome peligrosamente a sus labios, intercalando la mirada entre ellos y sus ojos, pero sin culminar el acercamiento, tentándolo.

—Tenlo por seguro. —Es Lionel quien se acerca para fundirnos en un profundo y lento beso, en el que nuestras lenguas se toman su tiempo para reconocerse, nuestra saliva chasquea y se mezcla, tan dulce como si de miel se tratara.

Cuando las cosas comienzan a subir de tono hago uso de toda mi fuerza de voluntad para separarme y empujarlo lejos de manera suave, cosa que afortunadamente entiende, quitando sus manos de mi trasero con lentitud.

Le dirijo una última sonrisa antes de indicarle que salga para que yo pueda ducharme, o de lo contrario, no saldríamos en mucho tiempo de aquí. Un par de minutos después me encuentro saliendo de la ducha con una toalla enredada en la cintura, encontrando a Lionel sentado en la cama aún en ropa interior.

—Oye Memo, de casualidad sabrás ¿En dónde dejé mi celular? —Hago un escaneo rápido de toda la habitación antes de negar con la cabeza, cosa que provoca una mueca de preocupación en el alfa. —Espero no haberlo perdido.

—Qué mal borracho eres. —Lio se levanta de la cama mientras me acerco a mi cajonera para sacar mi ropa y deja un suave beso en mi mejilla.

—Por eso no bebo, cariño —dice antes de entrar al baño y encender la ducha.

Un suspiro me abandona antes de dejar caer la toalla y comenzar a vestirme, dándome prisa para aplicarme todas las cremas en el cabello y empezar a desenredarlo. Para cuando Lionel sale yo estoy dando los últimos toques a mis rizos, que casi parecen resortes.

—No tienes idea de lo mucho que me gusta tu cabello. —Observo al alfa através del espejo mientras él me dice aquello, dándome la espalda para poder vestirse.

Mis ojos lo recorren entero, delineando su espalda, sus brazos, la curva de su cuello y hombros y mucho más abajo, ahí donde la espalda fuerte y la pequeña cintura terminan para dar paso al trasero más redondo y bonito que cualquier alfa podría llegar a tener.

—Solo di que soy hermoso, no tienes que atragantarte con las palabras. —Me sonríe y yo desvío la mirada, topándome con mi reflejo, rojo hasta las orejas por ser atrapado infraganti.

Pero me levanto, incapaz de dejarme intimidar, y enfrento al alfa que solo posee los calzoncillos prestados cubriendo su bien tonificado cuerpo.

—Eres el alfa más hermoso que he conocido en toda mi vida, Lionel —susurro contra su boca mientras lo tomo por la cintura y lo pego a mí, depositando un largo y acalorado beso que nos quita el aliento.

Inconforme con eso, dejo una sonora nalgada antes de separarme de él y caminar hacia mi mesita de noche para tomar mi celular.

—Apresúrate, Javier está por venir y no quiero que vea a mí alfa solo en ropa interior.

Lionel, boquiabierto y sonrojado, asiente levemente antes de enfundarse en la mezclilla y el algodón, quedando listo en solo un minuto, justo a tiempo para ver la delgada figura de mi mejor amigo entrar por la puerta sin siquiera llamar antes y una cachorra bastante alegre dando brincos detrás de él, sin siquiera parecer incómoda por el yeso púrpura en su patita.

—Menos mal están presentables, pero por favor abran la ventana. —Saluda, y yo ruedo los ojos, pero obedezco mientras lo veo servir la comida del perro y rebuscar en sus medicamentos hasta dar con la receta para poder administrarle los fármacos.

—¿Ya vas a contarme todo lo que pasó? Porque cuando yo me fui, no teníamos hijos, ni siquiera uno de cuatro patas y peludo —dice Lionel detrás de mí, atento a los movimientos de Javier.

—Es una larga historia, así que es mejor que empiece de una vez. —Suspiro.

Comienzo a relatar toda la historia mientras todos salimos del hotel rumbo a un restaurante, omitiendo detalles como lo son los quiebres emocionales, mis peleas mentales y la constante presencia de mi ex-entrenador hasta hace unos días.

—Vaya... veo que casi ni has tenido tiempo de pensar en mí. —Sé que es broma, o al menos eso es lo que él pretende, pero no estoy seguro de si lo siento demasiado personal o su tono no ha sido el adecuado, que casi se siente como un reclamo.

—Estás bromeando ¿No? —Nos interrumpe Javier, metiéndose en medio de nosotros para tomar un trozo de melón de la barra buffet y llevarlo a su boca —. Él no ha dejado de pensar en ti ni para dormir.

Y dicho eso, huye al otro lado de la metálica mesa, mientras me planteo lanzarle un plato o clavarle un tenedor en la lengua.

—Eso... me reconforta. —La voz de Lio me distrae —. Lo cierto es, que yo tampoco dejé de pensar en ti en ningún momento, te extrañé tanto, maldita sea... que estuve a nada de mandar todo a la mierda e irte a buscar, pero sabía que no era lo correcto, necesitaba tu presencia tanto como respetaba tu ausencia, porque incluso si deseaba con todas mis fuerzas que volvieras a mí, estaba dispuesto a irme sabiendo que no querías saber nada más de lo nuestro.

Su mirada triste y lejana me dejan en blanco, incapaz de responder algo, por lo que lo único que se me ocurre hacer, es seguir avanzando alrededor del mueble, seleccionando un poco de todo para poder comerlo en la mesa junto a mis amigos.

Ya ni siquiera me importan tanto las miradas indiscretas, pasando a segundo plano al tener el rostro de Lionel frente a mí, tan decaído y decidido a partes iguales, mientras que mi lobo, tan cursi y cliché se retuerce por decir que debía correr a nuestro encuentro y besarnos bajo la lluvia mientras pedía que no lo dejara, pero mi lado racional y maduro se maravilla por la madurez y respeto que este alfa muestra por mí; sin embargo, lo mire por donde lo mire, esto me hace enamorarme un poco más de este alfa, dejando salir un largo y sonoro suspiro antes de hablar.

—Gracias por respetar mi espacio y... gracias por decir que me extrañaste, porque yo también te extrañé tanto, que mi corazón dolía cada vez que me imaginaba mucho más lejos de ti.

Mi voz es apenas un susurro, pero él lo escucha bien; nuestras miradas se conectan durante segundos en los que las palabras sobran y estoy seguro que, de no estar en público, ya lo habría besado hasta dejarlo sin aliento.

Ambos volvemos hasta la mesa compartida en silencio, en donde las miradas inquisitivas de mis amigos nos reciben.

—¿Qué? —Pregunto con un tono más violento del que pretendo.

—¿Qué de qué, Panchito? ¿Ahora no podemos ni verte? —Responde Javier con fingida molestia.

—No, no puedes, me desgasto —le respondo mientras sonrío en grande, pinchando una uva gigante de su plato para comerla.

—¡Hey! ¡Tú también tienes y hay más en la barra! —Se queja con tono de berrinche, haciéndome reír.

—Sí, pero las de tu plato son más ricas. —Le saco la lengua y él me devuelve el gesto antes de comerse un trozo de fresa con chocolate de mi plato. —Maldito...

—¡Paren de pelear! Son un par de bebés chillones y berrinchudos —masculla Raúl, provocando que Javier y yo lo miremos con un puchero antes de sacarle la lengua y empezar a reírnos. —Dios santo... Lionel ¿Quisieras cambiarte de mesa? Me avergüenzan.

El aludido se carcajea antes de tomar aire para responder, pero me adelanto.

—Tu vida depende de lo que contestes ahora, Cuccittini —murmuro con los ojos entrecerrados.

—Y tú al parecer quieres dormir en el sofá y pasar un mes en abstinencia ¿Verdad? Así quizá ya no te avergüences de mí. —Amenaza Javier, ganándose una mirada de ojos cansados y desafiantes de parte de su novio.

—Ambos sabemos que no podrías aguantar un mes, cariño.

—No sabes en dónde acabas de meterte, Jimenez. —Amenaza antes de comenzar a comer en completo silencio, apuñalando todo lo que se atraviesa en el plato.

Yo dejo ir un largo y burlesco silbido, llamando la atención de Raúl.

—Yo que tú, empiezo a hacer méritos desde mañana temprano, o va a dejarte un año sin sexo —murmuro antes de llevar una uva a mi boca.

—¿Por qué mañana temprano? —La mirada confundida de mi amigo me hace sonreír en grande.

—Porque si empiezas hoy, lo único que lograrías es que sean dos años. —Raúl abre tanto los ojos, que parece podrían salirse de sus cuencas, pero ya no dice nada más, imitando mi acción, comenzando a comer.

Lio, a mi lado, también mastica con lentitud, encogido en su lugar, como si deseara desaparecer, por lo que acaricio su muslo por debajo de la mesa, haciéndole saber que yo no estoy enojado. Parece funcionar, porque se relaja visiblemente y sigue comiendo, esta vez más animado.

—Oye Raúl... Guillermo me dijo que quien me llevó a su habitación, fuiste tú ¿Verdad? —El aludido mira a mi alfa antes de asentir —. Ya veo... ¿No tienes mi celular, verdad?

Raúl me mira y luego a Lionel antes de negar lentamente y tragar su bocado.

—Te trajeron tus amigos, o eso creo... cuando salí a recibirte luego de una llamada diciendo que "querías ver a tu cachorro" ya estabas en la acera, solo y triste.

Lionel mira su plato, casi vacío, como si contuviera los secretos del universo, pero lo rojo de su cuello me hace saber que se ha avergonzado enormemente.

—Y-y... la llamada fue...

—De tu teléfono, pero no me detuve a comprobar si alguien te había asaltado, solo te cargué y te llevé hasta tu cachorro. —El tono burlón de la última palabra me hace darle una patada para nada discreta por debajo de la mesa. —Ouch.

Ruedo los ojos ante su queja, pero Lio parece no darse cuenta de nada.

—Calma, seguro solo se lo llevaron tus amigos. —Intento animarlo y el asiente, pero no luce muy convencido.

—Hablando de eso... supongo que debes volver con tu equipo ¿No? —Al fin me atrevo a hacer la pregunta que tanto me rondaba por la cabeza.

—Sí... debo tomar un vuelo a Argentina mañana por la mañana. —El corazón me da un vuelco para luego hacerse diminuto en mi pecho.

Con dificultad y la ayuda de mi jugo de piña, trago el nudo en mi garganta.

—¿Crees que podríamos vernos ahí? Para despedirnos...

—Iba a pedirte lo mismo... no puedo creer que al fin queremos estar juntos y debemos separarnos por miles de kilómetros.

Asiento sin ganas y algo de preocupación

"Las cosas mejoraron, pero por cada solución hay tres problemas más por resolver... ¿Qué pasará ahora? ¿Él vendrá? ¿Yo iré? ¿Y si no nos podemos poner de acuerdo? ¿Y si ninguno quiere ceder? ¿Qué va a pensar su familia de mí? ¿Y si creen que lo quiero alejar de ellos?"

"Un paso a la vez, humano... confiemos en nuestro alfa."

"No seas iluso, esto sale de su jurisdicción también."

"No es así... una vez más estás haciéndote ideas de algo que siquiera te has molestado en preguntar."

Quizás ha sido el tono de regaño empleado, o la extrema sinceridad de mi lobo, pero sin duda funciona, haciéndome reflexionar.

—¿Estás bien? —Lio me mira con preocupación mientras sostiene mi mano contra la suya, en una muda muestra de apoyo.

—Sí, solo pensaba que entonces debemos comprar los vuelos hacia México cuanto antes, para también irnos a casa. —Busco la mirada de mis amigos con prisa, recibiendo asentimientos y una mirada suspicaz de su parte.

Un pequeño alboroto se escucha en la entrada del restaurante antes de que por la puerta entren ni más ni menos que Lisandro Martinez, Lautaro y Nate con aire superior, sonrisas enormes y una mirada intensa.

—Menos mal internet funciona en todas partes o no podríamos haber dado contigo —dice Lautaro a modo de saludo, observando la mirada estupefacta de Lionel. —Hola Guillermo.

—Hola —saludo aún sin comprender.

—Lo siento tortolitos, pero debo llevarlo con nosotros o Scaloni nos va a matar a los cuatro —habla Lisandro mientras se acerca hasta la mesa. —Hola Memo.

—Hola —repito antes de sonreírle a Nate, quien me devuelve el gesto, pero mantiene el semblante impasible y su posición tensa detrás de los jugadores, haciéndome saber que está de servicio.

—¿Cómo me encontraron? —Es lo primero que pregunta Lionel a sus amigos.

—Ya te lo dije... eres tendencia en Twitter ¿O acaso creías que el ganador de la copa mundial pasaría desapercibido mientras desayuna en un restaurante bastante concurrido? —Lautaro roba una fresa de mi plato, provocando que frunza el ceño con molestia y un gruñido suave se atore en mi garganta.

Javier bufa con diversión y Lionel pone una mano protectora sobre mi pierna, gesto que no pasa desapercibido para Lautaro, quien lo ignora con semblante divertido.

—¿Entonces ustedes fueron quienes me dejaron botado en el hotel?

—En serio estabas ebrio ¿No es así? —Lisandro rueda los ojos luego de hablar, observando a mis amigos directamente por primera vez —. Creo que ninguno de los tortolitos tiene intención de ser educado, así que me presento, soy Lisandro, amigo y consejero de este alfa.

Javier le sonríe antes de tomar su mano para estrecharla.

—Por supuesto que te conozco, pero como sea... Yo soy Javier, hermano de otra madre del omega más necio que conozco.

—Yo soy Lautaro, la cabeza pensante de toda la operación. —El alfa extiende la mano hacia mi otro amigo, quien la toma con una radiante sonrisa en los labios.

—Raúl Jimenez, un placer conocerlos oficialmente.

—Y bueno, se supone que no debo hacer esto, pero el alfa a mis espaldas —murmura Lisandro lo suficientemente bajo para hacer que todos nos inclinemos hacia él —, es mi alfa y el amor de mi vida: Nate.

El aludido, pese a su semblante serio y posición rígida, no puede evitar que la comisura de sus labios tironear hacia arriba de manera temblorosa en un pobre intento de reprimir una sonrisa, siendo el leve sonrojo lo que lo delata y su aroma, entremezclado con el del omega, intensificándose.

Las miradas de asombro por parte de mis amigos y Lautaro son dignas de un poema, tan sorprendidos como felices por la noticia.

—¿De qué mierda me perdí? —Habla Lautaro con desconcierto, haciéndonos reír a todos.

—Muy pensante no eres... —se burla Javier con su típica confianza, ganándose una mirada de arriba abajo de parte del alfa, provocando que Raúl se pegue más a su espalda para demostrar que lo protege.

—No armemos un escándalo ¿Quieren? Ya estamos llamando demasiado la atención. —Lisandro vuelve a mirar a Lio. —Lo siento, pero Scaloni en serio quiere que vuelvas.

—Denme cinco minutos.

—Bien. Un gusto conocerlos a todos, espero que nos volvamos a ver pronto. —Se despide el omega encubierto antes de alejarse, seguido por Lautaro que hace un gesto con dos dedos sobre su ceja a modo de despedida y siendo seguido por Nate, que se va sin decir una palabra.

—En ese caso... ¿Te veo en el aeropuerto? —Regreso mi atención a Lionel y reprimo las ganas de llorar.

—Sí.

—Si no consigo recuperar mi teléfono, compraré otro, así que puede que te llame de un número desconocido.

—Manda un mensaje antes, no respondo llamadas de desconocidos.

—Te voy a extrañar.

—Y yo a ti.

—Y yo voy a vomitar. —La voz de Javier nos hace dejar de mirarnos, lo que me hace notar lo cerca que estábamos Lionel y yo, por lo que no puedo enojarme con mi amigo.

—Y-yo... —Empieza Lionel, pero lo detengo con una negación de cabeza.

—Ve, hablamos después. —Él asiente y se pone de pie, tocando sus bolsillos, dándose cuenta de que tampoco tenía su billetera. —No te preocupes, esta vez pago yo. Considéralo un regalo en celebración por tu victoria.

Su sonrisa me deslumbra y, con toda la fuerza de voluntad que tengo y casi amarrando mis piernas a la pata de la silla, me mantengo sentado, solo sintiendo mis labios hormiguear por el deseo de besarlo profundamente, sin importarme nada ni nadie.

Él parece estar igual, porque sus pies dudan antes de moverse en dirección contraria, pero no se va sin antes gesticular un "te quiero" claro y visible que me hace sonreir como un tonto.

—Yo también. —Susurro a la nada, observándolo irse, dejando tras de sí un murmullo colectivo bastante alto y un enjambre de abejas en mi interior, pero no duelen, son abejas que me hacen querer brincar y reír de lo feliz que me siento por haberlo recuperado.

—Si hace años me hubieran dicho que estaría observándote tener la expresión más ridículamente enamorada por un argentino y una sonrisa de bobo en los labios, habría dicho que me raparía por verlo, pero me alegra no haberlo hecho o estaría con la cabeza afeitada ahora mismo. —La voz de Javier me saca de mi ensoñación, pero esta vez no me contengo, dejando un fuerte golpe sobre su brazo, ganándome una estruendosa carcajada de su parte y otro suspiro exasperado de Raúl. 

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Bueno... creo que poco más de 9mil palabras justifican mi ausencia... un poco.

No hay excusa, pero en serio lo siento. Como sea, espero que les haya gustado. Nadie me preguntó, pero es mi fic y yo mando, así que quería decirles... hasta ahora, este capítulo ha sido uno de mis favoritos, no por el smutt, ese se lo lleva otro cap, pero la narración y el ambiente que sentí aquí me parecen muy bonitos, así que espero que más de uno sienta lo mismo... y si no, no me importa, habrá más capítulos y alguno les deberá gustar. 

Sin más qué decir, manténganse con vida y agradezcanle a alguien que anda por acá, porque gracias a esa persona hoy tenemos actu. Les quiero. 

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