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20

A la mañana siguiente me despierta el delicioso aroma de lo que creo, son chilaquiles verdes y café de grano recién hecho. Miro el reloj, son casi las siete de la mañana. Me visto rápidamente para bajar las escaleras, encontrándome a Javier en la cocina. Está desnudo de la cintura para arriba, con unos shorts cubriendo sus bien trabajados muslos.

Algo en mi interior se revuelve nervioso cuando lo imagino de esa forma, en una casa que sea solo de los dos, quizá un cachorro... Agito mi cabeza para aclararme las ideas, carraspeando para no asustarlo.

—Buenos días. —Me acerco lentamente, confirmando que, lo que se cocina en la estufa, es la salsa verde. Mi estómago gruñe y se me hace agua la boca.

—Buenos días ¿Dormiste bien? —Asiento cuando me mira de reojo, para después pasear mi mirada por su torso desnudo.

Su cuerpo ha cambiado mucho en los últimos años, luce musculoso y mucho más imponente. Su abdomen se remarca ligeramente, igual que la "V" sobre su cadera. La garganta se me seca de golpe, haciéndome desviar la mirada de su cuerpo. Miro en todas direcciones, buscando algo en lo qué distraerme, encontrando unos cuantos trastes sucios en el fregadero que me dispongo a lavar con suma concentración.

—Prueba esto y dime si le falta algo. —Javier me habla mientras le sopla a una cuchara de metal, tendiéndola frente a mí. Obedezco a la orden, saboreando la salsa.

—Está buena, pero... siento que algo le falta.

—¿Sal?

—Solo una pizca, pero no es eso... ¿Ya le pusiste epazote? —Javier arruga la nariz con desagrado, sacándome una carcajada. —¿Qué?

—No me gusta el epazote.

—Lo sé, pero los chilaquiles lo ameritan, solo para darle sabor. Pon unas cuantas ramitas con sus hojas ahí, solo debe hervir y ya, no necesitas molerlo con todo. —Javier hace una mueca, pero obedece, sacando de la alacena un frasco alto con dicha planta en su interior.

"Vaya, la señora Balcázar tiene de todo y muy bien organizado además." Termino de enjuagar los trastes, mucho más tranquilo.

—Me sorprende que aún recuerdes en dónde guarda todo tu madre. —El silencio no es incómodo, pero deseo hablar con él, escuchar su voz y su risa.

—Mi madre es muy predecible, siempre ha sido ordenada y es difícil olvidar los miles de regaños por no acomodar las cosas en su lugar. —Me río suavemente, recordando todas las veces en las que Javier era regañado por su madre cuando dejaba algo fuera de su lugar. —Apuesto lo que quieras a que cuando baje, algo va a estar dos centímetros lejos de donde era y me va a reclamar.

Nigo lentamente mientras contengo una carcajada. —Hecho. Apostemos un paquete de cervezas a que lo deja pasar solo porque hiciste el desayuno. —Extiendo mi mado, la cual Javier toma con decisión mientras rueda los ojos.

—Como si no la conocieras. —Me sonríe y yo me quedo embobado, con el corazón acelerado y mi lobo agitando la cola, feliz por estar pasando un buen rato junto a Javier.

—¡Pero qué milagro! ¿Te caíste de la cama, hijo? —La voz de la mujer de quien hablábamos me sobresalta. —Buenos días Raúl.

—Buenos días, señora.

—No mamá, no me caí de la cama. En los ángeles solía levantarme a las seis de la mañana para ir al gimnasio, así que se me quedó el horario.

—Vaya... tú que odias madrugar y cocinar, ahora haces ambos.

—He crecido.

—Lo dudo mucho. —El tono reprobatorio de la mujer nos hace voltear en su dirección, desde donde mira a Javier con los labios fruncidos.

—¿Ahora qué? ¿Dejé una cuchara mal acomodada?

—No te burles de mí. —Un manotazo sobre el hombro desnudo de mi amigo me hacen abrir los ojos enormemente y a mi lobo gruñir con molestia.

"No puede golpear a nuestro omega... haz algo."

"¿Nuestro qué? Además, no puedo hacer nada."

—Ese café no va ahí.

—¡Mamá! Acabo de prepararlo, sigo en la cocina, no pretendía dejarlo ahí.

—No te toma más de dos segundos devolverlo a su lugar. —Javier rueda los ojos, asintiendo para volver a poner su atención en la estufa.

Me quedo en silencio, intentando pasar desapercibido. A pesar de que he presenciado esto muchas veces, sigue siendo incómodo.

—¡Mira nada más! Te he dicho que cuando laves trastes seques todo alrededor.

—Pero...

—Ese fui yo, lo siento señora. —Interrumpo a Javier. Su madre me mira, pero su semblante no se ablanda.

—Bien, los dos son como mis hijos, así que el regaño es para los dos. —Sale de la cocina sin mirarnos de nuevo. Javier y yo nos quedamos en silencio hasta que se escucha la puerta de su habitación cerrándose.

—No ha cambiado nada. —Susurro, soltando el aire que había estado conteniendo.

—Nop... En fin. El desayuno está listo. No hay pollo ¿Quieres huevos?

—Claro ¿Y tú? —Javier sonríe, haciendo una seña grosera con la mano derecha para luego reírse a carcajadas. —No es cierto, perdón, tenía que hacerlo. Sí quiero, aunque siguen sin quedarme como me gustan.

—¿Aún no sabes rasurarte? —Es mi turno de burlarme, las palabras me salen naturalmente e intento no reírme de mi propio chiste, porque sé que es malísimo, pero ver la mueca de Javier me lo hace imposible.

—Eres un idiota, Raúl. —Rueda los ojos, pero sonríe.

—Lo sé, pero así me amas. —Le guiño un ojo mientras tomo el sartén en el que ha freído las tortillas para hacer los huevos estrellados. —Te gustan doraditos ¿Verdad? Con la yema cruda.

—Sí, dos por favor. —Asiento mientras dejo que el aceite se caliente muy bien para luego poner cuatro huevos de golpe.

A mi lado Javier sirve los platos con rostro serio, dejándolos a un lado de mí para acomodar el resto de cosas en la mesa. Sus padres entran a la cocina, ya sin pijama. Los saludo mientras hago más huevos. Luego de poner otros cuatro huevos y voltear dos para cocer la yema como le gusta a la madre de mi amigo, los cuatro nos sentamos para desayunar en silencio.

—Volveré antes de que empiece el partido ¿Hay algo que quieran que traiga? —El señor Hernandez rompe el silencio.

—Uhm... ¿Puedo encargarle unas cervezas? De las que más le gusten. —Perdí la apuesta, por lo que me toca comprar la bebida.

—Claro ¿Algo más? ¿Qué quieren comer mientras vemos el partido?

—¿Hacemos alitas? —Sugiere Javier con entusiasmo, haciéndome sonreír embobado. La mirada suspicaz de su padre me hace volver a concentrarme en mi plato casi vacío.

"Controlate, maldita sea." Me regaño, dando la última cucharada de mi comida.

—Claro. Entonces traeré cerveza y aderezos. Lindo día familia. Nos vemos por la tarde. —Nos despedimos del señor Hernandez y yo recojo la mesa para lavar los platos, dejando a Javier y su madre solos.

"Él sabe cosas..." El simple pensamiento de verme expuesto frente al padre de mi amigo me pone nervioso.

"No eres muy listo ¿No? Literalmente anoche lo dijo todo." Mi lobo se burla de mí, haciendo que me enoje.

"¿Y qué se supone que haga? ¿Mandar estos años de amistad a la mierda, hacer como que no pasamos más de cuatro años sin vernos y confesarle mi amor así como si nada?"

"Con Guillermo no te importó."

"Es diferente... su familia no me cuidó, no fuimos más que muy buenos amigos desde jóvenes."

"Eres caso perdido."

—¡Ahj! —Grito con frustración sin detenerme a pensar que lo había hecho en voz alta.

—¡¿Qué pasó?! ¿Estás bien? —Javier entra corriendo con semblante preocupado, buscando heridas en mi cuerpo.

—No... sí, yo... perdón.

—¿Seguro? Porque no luces bien y el cuchillo en tu mano no me gusta. —Miro en esa dirección, dándome cuenta que lo sostengo por el filo.

—Ah... no pasa nada, hombre.

—No te creo ¿Qué te parece si mejor yo los lavo y tú guardas todo lo demás. Igual ya nos regañaron. —Ni siquiera me da tiempo a replicar cuando ya lo tengo quitándome el cuchillo con suma delicadeza.

Hago lo que me pide, preguntando por su estadía en los ángeles. Javier comienza su animado relato, en donde menciona de nuevo la comida insípida, pero se nota feliz por haberse adaptado al lugar y haber hecho su rutina con tanta facilidad.

—¿O sea que volverás?

—Sí, vine a avisarle a mi familia que me quedaré a vivir allá durante unos cuantos años más. El club de fútbol me quiere reclutar y quién sabe... hay un alfa que me ha pedido incluso casarme con él. Las cosas suenan prometedoras.

Me quedo quieto a mitad de camino rumbo al refrigerador, con el tupper de la crema siendo aplastado con demasiada fuerza en mi mano derecha mientras con la izquierda abro y cierro el puño, intentando tranquilizarme. Mi lobo gruñe, furioso y casi puedo asegurar que me pegaría un zarpazo en la cabeza si pudiera.

—¿D-de verdad? Me... alegro por ti. —Las palabras me queman la garganta, pero me obligo a decirlas y normalizar mi respiración. Mi lobo me muestra los colmillos con un gruñido gutural.

"¡¿Acaso eres estúpido?!"

—Gracias... —Javier suspira y azota un plato en el escurridor. —Terminé. Iré a hablar con mi madre para ver cómo haremos la comida.

Me quedo solo, con el tupper de la crema a punto de explotar en mi mano.

—Es lo mejor —Susurro.

"¡¿Lo mejor?! Eres un maldito cobarde." Los pensamientos de mi lobo no me ayudan. Realmente me siento un completo imbécil, pero no me atrevo a hacer nada al respecto.

Salgo caminando lentamente, derrotado y sintiéndome deprimido, pero debo vivir con mis decisiones.

—Raúl ¿Te importa quedarte un momento solo? Javier y yo iremos a comprar lo necesario para la comida. —La voz femenina me obliga a poner buena cara antes de mirarla a los ojos.

—Claro que no, adelante. Permítanme darles dinero, no le di ni un peso a su esposo, pero lo haré cuando vuelva.

—Nada de eso. Solo quédate aquí, volvemos en un rato. —Madre e hijo salen de la casa. Javier no me mira ni me habla, lo cual agradezco enormemente, pero no puedo evitar que mi corazón se apachurre con dolor.

Subo a la habitación que me han prestado, acomodando la cama lo más pulcro que me es posible, abro la ventana y dejo circular el aire durante un rato antes de volver a cerrarla. La luz entra a raudales a través de las cortinas, haciendo que la habitación esté bien iluminada.

En los estantes hay muchas fotografías, la mayoría de Javier siendo un niño, junto a su familia y de vacaciones, pero otras tantas son de nosotros tres haciendo cualquier cosa, en muchas estamos distraídos, golpeándonos y riendo. Eso me hace sonreír en automático. Tomo una de las pocas en las que miramos a la cámara, estamos en un campo de fútbol cualquiera, con el piso cubierto de tierra y nuestra ropa manchada de lodo, igual que nuestro rostro; Memo y sus alborotados rizos a la izquierda, abrazando el balón con los guantes puestos aún, yo abrazo a Javier por los hombros y una sonrisa de oreja a oreja le atraviesa el rostro, igual que un leve sonrojo que, imagino, es producto del sol o el cansancio de aquél día.

Dejo el cuadro en su lugar, deseando conservar esa imágen en mi cerebro para siempre. Un largo suspiro sale de mí, provocando que la nariz me arda ante las ganas de soltarme a llorar. Opto por salir de ese lugar, no puedo seguir ahí si realmente quiero evitar llorar.

Abajo se escucha el ruido de la puerta, seguido de las voces de Javier y su madre. Termino de bajar las escaleras justo para verlos entrar con varias bolsas llenas.

—Creí que solo serían alitas. —Me apresuro a ayudar a cargar las cosas hasta la cocina, en donde comienzo a desatar los nudos de cada bolsa.

—Sí, pero eso lleva verduras, marinado y otras cosas. —La señora Balcázar comienza a lavar todo mientras Javier empieza a sacar las cosas necesarias para empezar con la labor de la cocina.

Me pongo manos a la obra, admirando la rapidez con la que la alfa comienza a limpiar todo. Yo pelo y pico la verdura, Javier cocina las cosas para marinar las alitas y en poco tiempo todo está listo, a la espera de que llegue la hora de cocinar.

—¡He vuelto! —Nos grita una voz desde la sala. Salgo a recibir al señor Hernández, sorprendiéndome por la cantidad de cerveza que trae en sus manos.

—Gracias, perdón por no darle dinero.

—Ni lo menciones, me da gusto pasar tiempo con ustedes. —Sonrío sinceramente, llevándome las bebidas hasta el refrigerador para que no vayan a amargarse.

La tarde pasa rápidamente, hasta que da la hora de empezar a preparar todo. El partido comienza bien, la cerveza y botana desaparecen lentamente, junto a nuestros gritos de euforia, con Javier casi pegando de gritos ante la más mínima falta de parte de cualquiera de los dos equipos.

Yo me mantengo en silencio luego de la quinta cerveza, que empieza a marearme. Ya ni siquiera presto atención al partido, comienzo a observar a mi alrededor, posando mi vista en cada integrante de la familia, recordando cuando no era más que un adolescente lleno de energía. Javier luce algo más alegre de lo normal, haciéndome saber que el alcohol comienza a hacer efecto en él. Sus padres no han bebido demasiado, pero para cuando el partido acaba, ya están más que dormidos, con las cabezas juntas y un puchero gracioso en los labios.

—Vaya, apuesto a que Memo estaba vuelto loco —Menciono al aire luego de que Javier le cambia de programa, dejando una película de fondo.

—No lo dudo, hasta yo y eso que no es mi novio el que juega. —Comienza a recoger los platos que se usaron y yo le ayudo con las salsas y latas vacías, limpiando todo de a poco hasta que la mesa de centro termina vacía y el fregadero libre.

—Memo dice que está en los vestidores, esperando a Messi. —Volvemos al sillón de tres plazas, en algún momento que no he notado, sus padres han desaparecido del lugar y yo supongo que se han ido a dormir a su habitación.

—Me alegro. No sabe que estoy aquí ¿Verdad?

—Yo no le he dicho nada.

—Bien. —Lo cortante de su tono me pone incómodo, deseo hablar mucho más con él y escucharlo reír. —Qué suerte tiene... aunque al mismo tiempo no tanto.

—¿De qué hablas? —Ambos abrimos otra cerveza, dando un largo trago al mismo tiempo.

—Ya sabes... luego de todo lo que pasó, ha encontrado a su pareja destinada y él se atrevió a aceptarlo por encima de cualquier prejuicio o estigma. No envidio a Pancho, solo lo admiro y les deseo lo mejor.

Su tono nostálgico pega directo en la parte de mí que me impide tomarlo entre mis brazos para besarlo y declararle el cariño para nada fraternal que le tengo.

—Tú... ¿Has encontrado a tu pareja destinada? —Me siento estúpido preguntando, pero el alcohol y las emociones contradictorias peleando en mi interior por ver quién gana no me permiten pensar con claridad.

La risita de Javier me hace sentir aún peor, pero no tanto como sus siguientes palabras —: Sí... hace muchos años, pero él está enamorado de otra persona y creo que jamás me ha visto de esa forma.

Un vuelco en el estómago y un profundo dolor en el pecho es lo único que siento ante sus palabras.

—Pues qué imbécil... —Susurro, casi perdiendo la batalla contra mi lado razonable.

—Basta de estas idioteces Raúl, sé que lo notas también y estoy harto de fingir que no siento nada por ti desde antes de largarme a los Ángeles. —Javier me mira furioso, azotando la lata sobre la mesa.

No me salen las palabras. "¿Qué se supone que diga?"

"Que la cerveza está deliciosa, para variar. ¡No seas imbécil!" Mi lobo gruñe y me muestra los colmillos.

—¿No piensas decir nada? Mierda Jiménez, solo recházame de una puta vez para que pueda largarme de nuevo y empezar a asimilar que jamás tendré una vida contigo.

—Y-yo... Javier... lo siento. Yo no...

—Sí, sí, no sientes lo mismo, te gusta Guillermo... en fin. Ni siquiera sé por qué pregunto si ya lo sé. —Hace ademán de levantarse, pero lo detengo, cediendo ante las furiosas súplicas de mi lobo y mis sentimientos.

—Hemos crecido juntos prácticamente.

—¿Qué?

—Tu familia me conoce hace años, hemos estado juntos tanto tiempo... sí, estaba enamorado de él, pero eso está enterrado y no volverá a salir, pero es justo lo que me detiene. —Desvío la vista hacia el suelo. Él ha vuelto a sentarse a mi lado, mirándome con duda. —Javier... no quiero que nadie piense que te he tomado como una segunda opción, yo ni siquiera sabía que sentías esto por mí y no supe que éramos destinados hasta ayer... todo este tiempo de ser casi como hermanos, me aterra imaginar lo que tu familia pensará si saben que... me gustas... sé que sueno como un completo imbécil, pero...

—No más de lo normal. —Me interrumpe, haciéndome levantar la vista para toparme con su hermoso rostro iluminado por esa sonrisa que tanto me gusta. Quise devolverle el gesto, pero sus labios presionando los míos me lo impiden, seguido de su cuerpo empujándome sobre el sofá.

Ni siquiera me esfuerzo por rechazar el toque, lo tomo de la cintura con firmeza, impidiendo que se separe de mí. Entreabro mi boca, permitiendo que su lengua me acaricie de la manera más exquisita y provocadora que nunca antes había sentido.

Mi lobo aúlla feliz en mi interior, admirando la valentía de nuestro omega. Nos separamos unos centímetros, en donde nuestros ojos se enlazan durante unos segundos.

—¿Eso significa que aceptas mis sentimientos? —Me pregunta en tono bajo y temeroso, luciendo inocente y extremadamente tierno.

—Significa que espero que tú puedas perdonar a este estúpido alfa que ha tardado tanto en notarte. No eres una segunda opción y te agradezco la valentía que has tenido, de lo contrario, yo te habría dejado ir.

—A veces me caes mal, Raúl... pero está bien. Has tardado demasiado y yo duré más de lo que debería, así que te saldrá caro.

Sonrío ante sus exigentes palabras. —Haré lo que sea necesario para ser digno de ti y retribuir todo este tiempo que te he hecho perder mientras te sentías triste.

Javier rueda los ojos, pero asiente. —Bien, por ahora, solo vuelve a besarme, estúpido y sexy alfa.

Obedezco al instante, siendo aprisionado por su cuerpo y boca. La escurridiza lengua de Javier me acaricia los labios con suma lentitud, provocándome escalofríos de placer por todo el cuerpo. Me atrevo a moverme debajo de él para poder estar más cómodos, tomándolo de la cintura con firmeza, lo que nos hace soltar un respingo y separarnos de golpe para luego besarnos con mucha más fuerza.

Las manos de Javier se me enredan en el cabello, tironeando ligeramente de él mientras las mías se aventuran debajo de su playera, acariciando la cálida piel de su espalda con suaves roces que lo hacen suspirar y removerse sobre mí, haciéndome morderle el labio inferior con fuerza para evitar gruñir de placer, pero él lo malinterpreta o quizá solo cumple con su palabra de hacerme pagarlo caro, porque repite el movimiento, sentándose y restregándose con mayor fuerza sobre mi ya más que duro miembro.

Al separarnos veo la sonrisa ladina y pícara que se dibuja en sus labios, confirmando la suposición de que lo hace adrede. Lo tomo de la nuca, acercándolo a mí para volver a besarlo con necesidad, pero algo nos hace separarnos de golpe.

—Me encanta ver que al fin están juntos, chicos, pero no en mi sillón. —Empujo a Javier lejos de mi cuerpo, haciendo que se siente al otro extremo del sofá donde estamos. El señor Hernández nos mira desde las escaleras con una ceja levantada y los brazos cruzados, pero una mueca divertida en su rostro.

Siento mi rostro arder en vergüenza, lo que me hace desviar la mirada del padre de Javier hacia mis manos, con las que jugueteo nerviosamente sobre mi regazo.

—Papá...

—Lo siento, señor.

—En fin... yo venía por agua. —Sin más, él pasa hacia la cocina, se sirve agua y desaparece escaleras arriba en completo silencio.

—¿Ahora cómo voy a mirarlo a los ojos? —Me cubro el rostro, avergonzado. Mis mejillas aún arden, pero la risa de Javier me hacen asomarme de entre mis dedos. —Ah ¿Es tan gracioso acaso?

—Claro que sí. Si no me río voy a terminar como tú y de cualquier forma ya nos vió ¿Qué se le va a hacer?

—Eres un sinvergüenza. —Ruedo los ojos, pero acompaño a Javier en su risa.

—La verdad sí... ¿Vamos arriba? —Sonrío con picardía mientras levanto una ceja e inclino un poco la cabeza hacia un lado. Javier lo capta al instante, soltando una carcajada. —No, bobo. Solo quiero ir a dormir. El viaje me dejó hecho mierda.

—Bien, vamos. —Nos levantamos del sofá, llevándonos unas cuantas cervezas con nosotros. Al entrar a la habitación de Javier noto que todo parece estar igual, sus consolas, los videojuegos, los pocos peluches que tiene, la cama con una colcha de dinosaurios y un enorme puff son lo único que adorna el lugar. —No puedo creer que aún tengas esa colcha.

—Si no te gusta te puedes ir a dormir al cuarto de invitados.

—Qué agresivo, ni siquiera dije nada malo.

—Más te vale. Voy a dormir.

—¿Puedo jugar? Hace mucho que Dom y yo no nos vemos. —Le muestro el disco de uno de mis videojuegos favoritos. Él asiente, sacándose la playera por la cabeza para luego tirarse en la cama.

Prefiero no observarlo demasiado, encendiendo la vieja consola y comenzando a jugar a un volumen bajo.

El tiempo pasa a mi alrededor, los disparos suenan en el lugar, la voz de Marcus me remonta muchos años en el pasado y hace que me sienta feliz, pero de golpe, la habitación se inunda con el aroma a azúcar derretida y un jadeo me distrae, haciéndome quedar frente a una ráfaga de disparos, muriendo al instante. Volteo con prisa hacia Javier, está dormido, pero se remueve inquieto sobre su cama, desordenando las sábanas debajo de él.

Me acerco lentamente, importándome poco que el juego haya quedado reproduciéndose de fondo.

—¿Javier? —Lo llamo con voz suave, obteniendo otro jadeo en respuesta. Algo se agita en mi interior y me manda escalofríos por el cuerpo.

—Hey... Javier. —Mi voz sale mucho más ronca de lo normal, por lo que me veo obligado a carraspear.

—Ah... Raúl... —El susurro es casi inteligible, pero me provoca estragos en todo el cuerpo.

—Maldición. ¡Javier! —Lo tomo del hombro, moviéndolo con delicadeza, pero eso solo hace que él vuelva a Jadear. —Mierda, despierta hombre.

—Raúl... ¿Raúl? —Al fin ha abierto los ojos, ahora me mira entre sorprendido y avergonzado. Voltea en todas direcciones solo para volver a toparse con mis ojos. —Estaba soñando...

—Pues invita ¿No? —Me arrepiento en cuanto lo digo, pero es demasiado tarde, Javier me jala de la playera para empezar a besarme con intensidad y lujuria, metiendo su lengua entre mis labios, la cual succiono con delicadeza, arrancando otro hermoso jadeo de su boca. —Esto no... —Un beso me interrumpe. —No es correcto... —Una vez más soy interrumpido de la misma forma. —Tus padres... —Otra vez. —La otra habitación...

—Entonces será mejor que no hagamos ruido. —Javier enreda sus piernas en mi cintura, pegando su pelvis con la mía. Uno de sus gemidos se ahoga en mi boca cuando nuestras entrepiernas se rozan. La erección que había logrado hacer desaparecer comienza a revivir dentro de mis pantalones mientras Javier mueve sus caderas debajo de mí sugerentemente, restregándose y excitándome mucho más.

Mis manos parecen tener conciencia propia, se pasean por su cuerpo con suma lentitud mientras mi lobo y yo saboreamos el exquisito aroma de su piel y sus feromonas llamándonos, sus labios y los míos se aprisionan entre sí, con mordidas ligeras y nuestras lenguas batallando por el dominio del contrario. La piel de Javier se siente tibia debajo de mí, pero el roce de su cuerpo me quema, encendiendo algo en mi interior que no sabía que tenía.

Mío... —Le susurro sobre la oreja, haciendo que su espalda se curve y su pelvis me roce con demasiada fuerza.

—Ah... Raúl... —Su voz entrecortada me vuela la cabeza. Mis manos, antes delicadas y decidas a recorrer cada centímetro de su piel, ahora le arrancan la ropa de encima, tironeando del resorte de su ropa interior en cuanto él levanta la cadera, permitiéndome ver su cuerpo completamente desnudo, con sus feromonas rodeándome, llamándome a tomarlo. Un leve sonrojo en sus mejillas me hacen contemplarlo, embobado y completamente enamorado.

Mis ojos siguen el sinuoso camino de sus músculos, con mis rodillas temblando sobre el colchón. Saco mi playera con prisa, aventándola a cualquier lugar de la habitación, sintiéndome orgulloso cuando la mirada de Javier permanece atenta a mí. Me levanto de la cama sin apartar la vista de sus ojos y ese bello sonrojo, que incrementa cuando un jadeo mal contenido sale de sus labios al mismo tiempo que cierra los ojos y se inclina hacia atrás.

Su mano se mueve lenta y certera sobre su duro miembro, acariciando el pequeño orificio que suelta un poco de líquido transparente. Sus gemidos suaves, el temblor de su cuerpo y el sutil sudor sobre su frente hacen de este el mejor cuadro que he visto en toda mi vida. La garganta se me seca ante la expectativa y mi miembro palpita dolorosamente ante el deseo. Reprimo un gruñido de excitación al verlo apretar los ojos y gemir quedito. 

—Raúl... no quiero hacerlo solo... ven... —Susurra para luego suspirar, aumentando la velocidad de sus movimientos. Con algo de torpeza me saco los pantalones para luego quedar sobre él, con mis piernas y brazos aprisionándolo contra la cama. El calor de nuestros cuerpos comienza a hacer de aquella habitación nuestro refugio.

La enorme y resplandeciente sonrisa de Javier me aturden un momento, momento que él aprovecha para voltear los papeles, quedando sobre mí con agilidad. Su cuerpo desnudo me presiona contra el colchón mientras yo lo abrazo para pegarlo aún más a mí, sus piernas me rodean los muslos, con su mirada fija en mi palpitante miembro.

—Es tan grande... espero poder caminar mañana. —Luce como un adolescente hormonal, relamiéndose los labios con lujuria. Un gruñido de orgullo y satisfacción se me escapa de la garganta cuando aquello le eleva el ego a mi lobo, deseoso de poder complacer a nuestro omega.

Me siento algo aturdido, su tibieza y humedad sobre mis rodillas hacen que no pueda pensar con claridad, pero verlo llevar su mano derecha hacia es lugar, para luego volver con ella completamente empapada de su lubricante y tomar mi miembro con fuerza, me hacen tener que morderme el labio con fuerza para no gemir, pero no lo consigo, aquella sensación me hace temblar las piernas como si hubiera corrido a toda velocidad durante horas.

—Shh... no querrás que mis padres te escuchen ¿O sí? —Me sonríe con picardía, comenzando a masturbarme con suma lentitud, mandando mi cordura a otra galaxia.

—¿Acaso es lo que quieres? —Sus besos me bajan por las clavículas mientras que el movimiento de su mano no deja de arrebatarme la razón. —¿Deseas... que mis padres sepan que por fin eres todo mío?

Sin previo aviso, mi miembro es rodeado por su húmeda boca, con su lengua jugando tanto como el espacio se lo permite. Puedo sentir cada pequeño movimiento, cada gota de saliva escurrir sobre mí y cada gota de líquido preseminal siendo degustada por él. Su mano sostiene la base de mi pene sin dejar de masajearlo.

—Sabemos tan bien juntos... eres mi postre favorito, Raúl. —No puedo seguir mordiéndome el labio o terminaré arrancándolo, por lo que hago lo que jamás creí que me sucedería: morder una almohada. Intento ahogar mis gemidos con aquella mullida prenda mientras Javier saca la lengua tanto como le es posible, lamiendo desde la base hasta la punta, como si se tratara del helado más delicioso que haya probado nunca.

—Ssi sigues... ahj... así... terminaré pronto... —Alcanzo a mascullar antes de tener que volver a hundir el rostro en esa cosa.

—No te preocupes, no pretendía seguir. —Salgo de mi escondite solo para verlo limpiarse la comisura de los labios con un dedo, chupándolo después para limpiarlo.

"Es tan sucio..."

"Me encanta..."

Su sonrisa y sus movimientos lentos me mantienen en mi lugar, expectante a lo que sigue. Él se sienta sobre mi pelvis, provocando que todo su lubricante me empape los testículos. Nuestros penes quedan juntos frente a él, que los toma sin mayor problema, masturbándolos al mismo tiempo. Eso me hace tirar la cabeza hacia atrás, gimiendo algo fuerte ante la sensación de tenerlo haciendo aquello.

Su pesada respiración y sus jadeos apenas contenidos me hacen tomarlo de los hombros para poder recostarlo sobre mí, besando esos hermosos labios en cuanto los tengo a mi alcance. Sus gemidos y los míos chocan en nuestras bocas, su mano me vuelve loco y el lubricante caliente me empapa el cuerpo.

"No puedo aguantar más... voy a..." Justo cuando siento la liberación a punto de llegar, Javier se detiene de manera brusca, haciendo que un respingo de frustración me delate.

—Aún no es hora... —Con sumo cuidado, Javier se separa de mi cuerpo, quedando esta vez sobre la punta de mi pene, con las manos sobre mi pecho. Su lento movimiento al bajar me hacen suspirar y a él gemir hacia el cielo, con los músculos de sus brazos y cuello contrayéndose.

Sus cálidas y húmedas paredes me aprisionan con rudeza, haciendo que pueda percibir cada milímetro de mí que entra en él. Me incorporo sobre la cama, rodeando su espalda con mis brazos para poder permanecer sentado mientras él me besa con lujuria. La saliva truena entre nosotros mientras su traviesa lengua me acaricia el borde de los labios. Javier se acomoda con cuidado, haciendo que gima sobre su boca, que ahoga lo que pudo ser un gemido demasiado fuerte. Sus jadeos sobre mis labios, el aroma de su piel y la presión alrededor de mi miembro me hacen sentir en otro planeta.

—Se siente bien... —Gime con voz aguda cuando se levanta, apoyándose de mis hombros. Mis manos lo toman de la cintura, ayudándolo con su cometido. Javier se sienta con más lentitud de la que me gustaría, mandándome al delirio. Sus labios pegados a mi cuello mientras muerde con algo más de fuerza de la que me gustaría acallan sus gemidos.

El movimiento se repite, pero esta vez no lo dejo bajar tan despacio, presionándolo contra mi cuerpo hasta que su apretada entrada engulle mi miembro por completo. Él lo disfruta, suspirando y mordiendo sus labios. Los sentones aumentan el ritmo y, por consiguiente, sus gemidos el volumen, seguidos de mis jadeos roncos.

—Raúl... —Su voz suena un poco más aguda de lo normal, está por terminar, estoy seguro. —Raúl...

Mi nombre siendo pronunciado por él, con su rostro sonrojado frente a mí y su paredes apretándome deliciosamente hacen que desee quedarme así para siempre.

—Raúl... sé mío... sé mi novio... —Gime con la frase siendo cortada por cada estocada que él mismo provoca. Mi cabeza explota en ese momento, igual que la poca cordura que me quedaba.

Lo tomo por la nuca, acercándolo hasta mi boca para besarlo con cariño y delicadeza, sus caderas aumentan el ritmo y lo siento apretarme más de lo normal al mismo tiempo que su orgasmo se libera entre nosotros, ensuciando nuestros cuerpos placenteramente. Los espasmos de su cuerpo me hacen terminar dentro de él mientras mis dedos se hunden un poco en la piel de su cadera, impidiéndole moverse mientras vacío todo mi esperma dentro. Su acelerada respiración y la mía, entrecortada, se mezclan hermosamente, mis colmillos asoman fuera de mis labios, rasguñandolos y haciendo que sangren, pero no lo muerdo, haciendo enojar un poco a mi lobo.

—Sería un honor. Soy solo tuyo, chico rudo —Digo sobre sus labios, para luego atraparlos en un suave beso, en el que intento transmitir todo ese cariño que siento y la promesa de un futuro juntos.

Siento una sonrisa formarse en su boca, en medio del beso, provocando que haga lo mismo. Ninguno se preocupa por el nudo que se ensancha en su interior a cada momento. Reparto besos por todo su rostro, admirando sus facciones relajadas luego de que él acepte el roce con los ojos cerrados. Mis manos hacen caminos y figuras sobre la piel de su espalda, provocando que un enorme bostezo salga de él.

—Ven, duerme un poco. —Lo acomodo con cuidado sobre mí, intentando no movernos mucho. Su frente se recarga en el espacio entre mi cuello y hombro, haciéndome cosquillas con su cálido aliento.

Los dedos de una de mis manos recorren toda su espalda con cariño, arrullandolo mientras con la otra, alcanzo una pequeña cobija de estrellas que brillan en la oscuridad, tapando su espalda. Un pequeño suspiro sale de sus labios mientras se acurruca ante el cálido roce de la tela.

—Sigues siendo todo un mimado. —Susurro. Esa cobija tiene años con él, igual que la colcha de dinosaurios sobre la que acabamos de hacer el amor. La imagen en mi cabeza me hace reír con vergüenza.

"¿Cómo es posible? Dos adultos, haciendo cosas de adultos, sobre una maldita colcha de dinosaurios y un estúpido videojuego de fondo." No puedo evitar sentirme avergonzado y al mismo tiempo burlesco. Javier siempre ha querido tener esa fachada ruda, de chico serio y sin emociones desbordantes, pero yo, que lo conozco hace años, sé que si bien puede ser un adulto completamente maduro, funcional y consciente, su niño interior ha sido bien cuidado por sus padres y por quienes lo queremos y conocemos de verdad, convirtiéndolo en un chiquillo mimado que ama los peluches, los dulces y todo lo que tenga qué ver con dinosaurios.

El tiempo pasa y mis piernas comienzan a entumecerse, el nudo ha desaparecido por completo, por lo que despierto a Javier con susurros de su nombre y besitos sobre su hombro, lo que poco a poco, lo traen de vuelta.

—¿Qué pasa? —Suena adormilado y algo en mí da un brinco de emoción pura.

—Creo que deberíamos ducharnos, no querrás que tu cama se ensucie. —Eso lo despierta por completo, haciendo que pegue un brinco de sorpresa.

—¡No! Llévame cargando al baño.

—¡¿Qué?!

—Anda, no quiero que una sola gota de esto caiga en mi hermosa colcha.

—Pero tus padres...

—Está oscuro, seguro están dormidos. Anda. —No puedo competir contra él, por lo que con algo de dificultad, me levanto de la cama para llevarlo hasta el único baño con regadera de ese lugar. Afortunadamente no se escucha ruido alguno, lo que me tranquiliza.

Luego de la rápida y relajante ducha, Javier y yo bajamos a cenar con pijamas calientitas y pantuflas de garrita puestas. Me siento un adolescente de nuevo, sonriendo, lleno de felicidad y sin tener que preocuparme por nada, con la hermosa sonrisa de mi mejor amigo y ahora novio a un lado, nuestras manos entrelazadas y mi corazón latiendo nervioso, pero cálido.

Mientras Javier revisa su celular distraídamente, tomando su leche con chocolate y un pedazo de pan, yo lo contemplo con una boba sonrisa que no hago ni el intento de borrar.

—Si quieres, puedes sacarme una fotografía, dura más. —Me dice sin despegar los ojos de su celular. Estoy por responder, pero su ceño fruncido me llaman la atención.

—¿Qué pa...?

—¿Pero qué mierda? —El gesto se hace aún más prominente mientras desliza su dedo con prisa sobre la pantalla del celular. Luce molesto. —Llama a Guillermo.

Eso me alerta por completo, él jamás lo llama por su nombre. Tomo mi teléfono, revisando las noticias más recientes en el navegador, por si hay algo qué ver ahí y vaya que lo hay. El nombre de mi amigo resalta casi con letras rojas ante mis ojos, pero el título de las noticias me hiela la sangre.

Hago lo que me pidió, el tono de llamada suena en la línea, pero incluso luego de llamar más de diez veces, él no responde. Javier luce algo asustado, lo que aumenta en cuanto sus miles de llamadas tampoco son atendidas.

—Una más, estoy por volverme loco. —Presiona el botón de llamada, la cual es respondida casi al instante.

Guillermo suena despreocupado al otro lado de la línea, pero el tono de su voz cambia conforme va sabiendo lo que pasa, quedándose con uno repleto de duda, asombro y enojo.

—Entonces... ¿A qué hora nos vamos? —Pregunto en cuanto acaba la llamada.

—En el próximo vuelo que salga.

—Bien, iré por cosas a mi casa, arregla las tuyas y nos vemos en un rato. —Avanzo con decisión a la habitación de Javier, en donde me pongo algo de su ropa, con una playera de cuello alto para ocultar la rojiza marca que ha dejado en la piel de mi cuello. Bajo luego de un rato, encontrando a Javier en su celular aún, intentando encontrar el vuelo adecuado.

—Hay uno que sale en unas cuatro horas, a las seis de la mañana, tenemos tiempo, así que corre. —Asiento para luego acercarme a Javier y dejar un largo beso en sus labios, a lo que él corresponde gratamente. Nuestros labios hacen un chasquido en cuanto nos separamos, un leve sonrojo cubre el rostro de Javier y mi corazón da un vuelco ante tan bella imágen.

Salgo casi corriendo del lugar para conducir rápidamente hasta mi casa, hacer una maleta con lo esencial y volver a por Javier que me espera cambiado y con una maleta en la mano.

—¿Le avisaste a tus padres?

—Dejé una nota, cuando despierten, me mandarán un mensaje y yo les llamaré.

—Bien. —El silencio reina en el vehículo mientras conduzco a buena velocidad. Al ser de madrugada, el tráfico es casi nulo, por lo que la llegada al aeropuerto es bastante sencilla.

—Voy a matar a quien sea que haya hecho esto. —Susurra Javier en cuanto el avión despega, moviendo la pierna ansiosamente.


Hola!!! Sigue siendo 21 de Marzo y aquí les traigo este capítulo sobre nuestro hermoso Girasol (Memo), así que pueden decir que alguien les regaló una flor amarilla.

De mi para ustedes, porque les quiero. Consideren este capítulo la flor amarilla como Messi considera a Memo su Girasol.

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