19
No estaba en mis planes terminar embistiendo al hermoso omega frente a mí contra la pared del baño mientras él se sostiene de la resbaladiza baldosa, intentando que sus rodillas no cedan ante el placer que compartimos.
Se suponía que solo sería una inocente y rápida ducha, pero me fue imposible ignorar la espuma que resbalaba por su espalda y la hermosa curva de su trasero para luego perderse entre sus piernas, provocando que la limpiara con la mano, internando demás los dedos entre sus esponjosas nalgas.
El obsceno sonido de nuestras mojadas pieles chapoteando es lo único que se escucha en el baño, sumado a ocasionales y bajos jadeos que se nos escapan de vez en cuando.
—Ya... no... puedo... —Gime a cada embestida, su voz entrecortada me hace aumentar la velocidad mientras mi mano derecha toma su miembro con firmeza, masturbándolo rápidamente y al ritmo de mis estocadas. Sus paredes me aprietan deliciosamente, mandándome al cielo, haciendo que pueda tocar las estrellas por unos instantes para luego regresarme de golpe a la tierra ante tan deliciosa sensación.
Mis colmillos desean hundirse en su piel, puedo sentir el sabor de mi sangre cuando rasgo mis labios en un intento de contenerme.
—Ah... Lionel... voy a... ah... mierda... —Su esencia me llena la mano y ensucia la pared frente a nosotros mientras su cálido y húmedo interior me aprietan tan deliciosamente que me corro solo unos instantes después, saliendo con prisa, llenando su espalda y trasero con mi propio semen al no querer anudarlo en una posición tan incómoda y poco segura.
Sus suaves jadeos y agudos gemidos me vuelan la cabeza mientras ambos intentamos recuperar el aliento, su cuerpo sufre de espasmos placenteros mientras sus rodillas tiemblan, haciéndome saber que, si no estuviera sosteniéndose de la pared, caería en cualquier momento.
Yo me encuentro en la misma situación, el abdomen se me contrae a cada chorro de semen que mi cuerpo lanza sobre él.
—Ricitos... ¿Estás bien? Ven acá. —Le doy vuelta lentamente, sosteniendo con firmeza su cintura mientras abro la llave del agua para poder enjuagarnos.
Lo tibio del agua nos golpea el cuerpo mientras el vapor comienza a llenar la habitación de nuevo. Los vidrios y el espejo están completamente empañados, el cancel de cristal tiene marcas de nuestras manos al estilo de "Titanic" por todas partes, haciéndome sonreír.
—Estoy cansado —Susurra con la frente pegada a mi hombro, dejando que el agua le resbale por la espalda.
—Lo sé chocolatito, pero debemos terminar de asearnos. Deja que te talle la espalda, después de todo, era lo único que faltaba, te enjuagaré el cabello y te llevaré a la cama. ¿De acuerdo? —Lo siento asentir mientras deja un beso sobre la marca que me hizo hace un rato.
Comienzo con mi tarea, tratando de ser lo más rápido posible sin dejar de ser delicado. Una vez termino con mi tarea cierro la llave del agua y salgo de ahí con él casi colgando de mi cuello para luego envolverlo en una suave y mullida toalla.
La gran diferencia de altura me hace un poco difícil la tarea de llevarlo a la cama, pero me las arreglo para no terminar en el suelo mientras lo encamino hasta allá. Lo recuesto con suma delicadeza, haciendo a un lado el cobertor que ensuciamos, dejando solo las sábanas. Guillermo me mira con los ojos entrecerrados a causa del cansancio, pero una hermosa sonrisa adorna sus hermosos labios, haciendo que le robe un efímero y tierno beso.
—¿Quieres quedarte así? Iré a terminar de bañarme. —Él asiente, acurrucandose en ese mismo lugar. Sonrío con ternura mientras regreso al baño, apresurándome mucho más con mi cuerpo para poder volver cuanto antes a su lado.
Para cuando salgo, Guillermo duerme profundamente en la misma posición en la que lo dejé. Un suspiro abandona mis labios mientras una hermosa sensación me inunda el pecho. Seco mi cabello con paciencia mientras lo veo dormir tan plácidamente, me visto con la ropa interior limpia que afortunadamente aún tenía en la maleta y un pantalón de pijama que encuentro en los cajones de Memo.
—Odio tener que hacer esto, pero no puedo dejarte dormir con el cabello húmedo, mi vida —Susurro antes de agitar el hombro del lindo omega sobre la cama, hablando para hacerlo despertar de a poco.
—¿Qué pasa? —La voz ronca de Guillermo me cosquillea en el cerebro.
—Lo siento, ricitos, pero debo secar tu cabello. Siéntate y yo me encargo. —Su rostro adormilado me causa suma ternura mientras obedece mis instrucciones, dándome la espalda. Con suaves y lentos movimientos comienzo a cepillar su cabello al mismo tiempo que el aire caliente sale del secador.
Luego de un buen rato y una vez creo que está completamente seco, dejo el aparato a un lado, dándome cuenta que Memo duerme profundamente de nuevo. Me preocupa la posición en la que se ha quedado, por lo que con suma delicadeza para no despertarlo, lo recuesto en la cama. Rebusco en sus cosas, dando por fin con la ropa interior que guarda pulcramente doblada, al igual que otros pantalones de pijama.
Lo visto lentamente, ni siquiera debo concentrarme en no pensar mal, esto me relaja y satisface a mi lobo como jamás creí que fuera posible, me siento orgulloso de poder mimar y cuidar a mi omega. Una vez termino con mi labor, me recuesto en la cama junto a él, envolviendo su espalda con mi pecho y brazos, siendo correspondido por él acurrucándose en mí.
Una enorme sonrisa se instala en mis labios, sonrisa que no desaparece aún después de besar su cabeza, con la abundante cabellera haciéndome cosquillas en la nariz. Me acuesto para poder dormir, afuera aún se ve oscuro, pero estoy seguro que no tardará en amanecer.
—Lindos sueños... mi amor. —Cierro los ojos, aspirando el delicioso y relajante aroma de mi omega, sintiendo el calor de su espalda chocar contra mi pecho. Regulo mi respiración, igualándola a la suya para poder dormirme pronto.
Me despierto con un suave cosquilleo en mi nariz, cuello y pecho. La bruma en mi cerebro sigue presente, pero las cosquillas y el calor sobre mi piel me hacen abrir los ojos de a poco. Lo primero que logro divisar es un montón de cabello rizado y alborotado frente a mí, lo que me hace arrugar la nariz cuando vuelve a hacerme cosquillas, acto seguido, el cálido aliento de guillermo me roza las clavículas, haciendo que me estremezca.
—Buenos días. —Espero recibir una respuesta durante un momento, sintiéndome desconcertado al no obtenerla. —¿Guillermo?
Me alejo un poco de su cuerpo, dándome cuenta que me aprisiona con sus fuertes brazos para que no pueda alejarme. Sonrío ante la acción seguramente involuntaria, notando que sigue dormido. Miro a mi alrededor para darme cuenta que ya es de día y el sol entra por la ventana.
"Deben ser como las diez de la mañana... quiero comer." Mi estómago gruñe, haciendo segunda a mis pensamientos. Intento separarme del calientito cuerpo que me abraza fuertemente, provocando que me apegue mucho más a su cuerpo cuando afianza el agarre de sus brazos en torno a mí. Su nariz se hunde en mi pecho, haciéndome cosquillas y provocándome una suave risa.
—¿Lio? —Una vez más, su voz matutina y de estar recién despertando me provocan un vuelco en el corazón y placenteros escalofríos por todo el cuerpo.
Aclaro mi garganta para pasar el nudo que se me ha formado por su voz. —Me-memo... Buenos días, ricitos de chocolate. —Sonrío, dejando un rápido beso en su nariz.
Su suave risa me hace sonreír en automático. —¿Te parece si desayunamos mientras vemos una película? —Él asiente mientras se acurruca de nuevo en mi pecho, olisqueando mi cuerpo. —Pareces un cachorro que quiere mimos. —Sus enormes ojos almendrados me miran a través de sus largas pestañas, brillantes como las estrellas a media noche, hipnotizandome. —¿Quieres mimos? —El sonrojo en sus mejillas antes de esconderse en mi pecho me confirma lo que pregunté a modo de broma, sorprendiéndome.
Una suave risa de mi parte hace que me vuelva a mirar, con sus mejillas ligeramente sonrojadas. —Ven acá, enorme y consentido omega de mi corazón. —Con un rápido movimiento me coloco a la altura de su rostro, atrapando sus suaves labios entre los míos, saboreando la miel de su saliva con mi lengua.
Mi estómago gruñe sonoramente, haciendo que me interrumpa a mitad de beso y que él comience a reírse a carcajadas, dejándome anonadado.
—Pidamos el desayuno o vas a terminar comiéndome a mí. —Me dice cuando al fin puede respirar.
Sonrío, asintiendo para luego separarme de él, no sin antes dejar otro rápido beso sobre su frente.
—No es como que me disguste la idea, pero eso puede esperar un poco; después de todo, necesito esa energía.
—Mmm... Guillermo...
—Lionel... no hagas eso...
—Pero sabe delicioso...
—Pero estás ensuciando todo alrededor.
—¿Y?
—Como tú no lo vas a lavar...
—Ya, ya, lo siento. —Lionel deja el recipiente que contiene chocolate líquido sobre la charola en la que nos han traído el desayuno mientras vuelve a comer de sus waffles.
—¿Has hablado con tus amigos? ¿Todo bien ahora que volvieron a México? —Su pregunta me toma desprevenido, pero hago un sonido de afirmación al tener la boca llena. —Me alegro.
—Hablando de amigos... ¿Scaloni no se molestó cuando supo lo de Lautaro y Julián? —Sus ojos se abren enormemente en una mueca de asombro puro.
—¿Cómo sabes que esos dos se traen algo?
—Los vi en el partido de anoche. Luego de anotar el último penal, Lautaro corrió hacia Julián y lo besó. —Me encojo de hombros, pensando que era algo que todos sabían. Lionel abre la boca, haciéndome saber que no estaba enterado. —Vaya, creo que ya la regué.
—No, no... es solo que se suponía que Lautaro no le había dicho nada a Julián. Hablaré con ellos, no quisiera que se metieran en problemas.
—Qué paternal... me gusta. —Un muy leve sonrojo adorna sus mejillas mientras finge acomodar la comida en el tenedor antes de llevarla a su boca.
—Por cierto... ¿Y nuestros celulares? Alguien podría estar muriendo y nosotros ni enterados. —Miro a mi alrededor, buscando mi celular. Lionel me imita, levantándose de la cama cuando encuentra su maleta para sacar de ahí el aparato.
—Te llamaría, pero se quedó sin pila ¿Me prestas tu cargador?
—Da igual, lo tengo en silencio. Claro, está en el buró de allá. —Lionel camina en la dirección que le indiqué, dejándome ver su cuerpo semi desnudo, apenas cubierto por uno de mis pantalones de pijama que le quedan demasiado largos, pero algo ajustados en la zona del trasero.
—Tienes un trasero demasiado bonito, alfa mío.
—Eso es porque no has visto el tuyo. —Su comentario pretende ser desinteresado, pero noto el esfuerzo que pone para no mirarme mientras la punta de sus orejas se tornan de color rojo.
—No me distraigas ¿Quieres? Ahora, haz una sentadilla, es que me da curiosidad comprobar la elasticidad de esos pantalones. Soy el nuevo supervisor de las telas y se me ha encargado esta tarea, así que por favor, señor Lionel, haga lo que le pido.
Lio me mira para luego sacarme la lengua infantilmente, conectando el celular con demasiada lentitud. Suelto una carcajada mientras me levanto, hurgando en los bolsillos de mi pantalón y chamarra hasta dar con el aparato que tanto buscaba.
—Genial, aún tengo batería. Wow... —Al revisar las notificaciones, el contador de llamadas me indica que tengo más de cincuenta y las notificaciones de whatsapp me hacen saber que más de cinco personas me han enviado al menos diez mensajes cada uno.
—¿Qué pasa? —Lio se acerca hasta mí, mirándome preocupado.
—No lo sé, tengo muchas llamadas y más de ochenta mensajes... espero que todos estén bien.
Abro el registro de llamadas, la mayoría son de Javier, seguidas de Raúl y unas cuantas de Hirving. Lionel frunce el ceño mientras regresa hasta su celular para encenderlo.
—Oh mierda... —Susurro mientras siento la angustia subirme por la garganta y mi corazón latir desbocado en cuanto abro la aplicación de mensajes.
La pantalla resplandece con muchas más notificaciones de las que creía, incluso tengo mensajes de Saúl.
—Mierda, también me estuvieron llamando... —La voz del alfa es interrumpida a la mitad cuando su tono de llamada resuena en la habitación. —Es Scaloni...
—Vamos, responde, podría ser algo importante. —Él asiente mientras lleva el teléfono a su oreja, pero no creo que fuese necesario, ya que el grito al otro lado de la línea me sobresalta incluso a mí.
—"¡Lionel Andrés Messi Cuccittini!" —Lio aleja el celular de su oreja con sorpresa ante tal grito, puedo ver sus ojos abrirse enormemente mientras mira la pantalla resplandeciendo. —"¿En dónde carajo estás? Ni me respondas, te quiero aquí en veinte minutos y me importa un carajo si estás del otro lado del país. Estás con él ¿Verdad? Venga, pues qué mejor, lo traes también."
La llamada es cortada por el entrenador de mi alfa, dejándonos a los dos tan sorprendidos como desconcertados.
—¿Cómo sabe que estás conmigo? ¿Se lo dijiste? —Lionel niega, revisando su celular con semblante preocupado. Mi celular comienza a sonar también, es Javier, lo que me sorprende enormemente.
—Hola Jav...
—"Maldita sea Pancho, voy a jalarte de las orejas en cuanto te tenga en frente. ¡¿En dónde mierda estabas?! ¿Para qué chingados tienes un puto teléfono si no lo vas a responder?! ¿Tienes idea de cuán preocupados estábamos?"
—Sí, muy buen día, querido amigo mío ¿Que si ya comí? Claro, no te...
—"No es momento de bromitas, maldición ¿No te has enterado?" —Eso me pone nervioso. Mi estómago da un vuelco y hace que me ponga serio de repente.
—¿Están todos bien? —Un resoplido de su parte a modo de risa me hace sentir aún más confundido. —¿Qué?
—"Eres increíble, Panchito. Todos estamos bien, Raúl está conmigo, mi madre igual. Esto se trata de ti."
—¿Estás en México?
—"¿Sabes qué? Olvídalo, iré a jalarte las orejas. De cualquier forma teníaganas de verte. Nos vemos, no hagas ninguna estupidez."
Mi amigo corta la llamada, dejándome mucho más confundido que antes.
—¿Qué mierda les pasa a todos? —Susurro, pero antes de que pueda averiguar más, Lio me llama con una voz demasiado seria.
—Guillermo... creo que ya sé qué pasa.
Me acerco con prisa, asomándome sobre el hombro de Lio para poder ver la pantalla de su celular. Ante mis ojos se encuentra algo que al inicio no logro procesar, es la sección de noticias, mi nombre y el de Lionel son los protagonistas en los encabezados, pero el resto del título hace que la sangre me huya de la cabeza. Me siento mareado mientras el pánico comienza a abrumarme los sentidos.
—¿Qué está pasando? —La voz me tiembla, pero Lio me mira con calma.
—Tranquilo, seguro es algo sin importancia. Vayamos con Scaloni, él nos ayudará. —No puedo evitar sentirme desconfiado, pero asiento. Ambos comenzamos a vestirnos en silencio.
Ya no queda nada de la alegría que invadía mi pecho desde la noche anterior, ahora solo puedo sentir pánico ante lo que está pasando.
"¿Qué pasará ahora? ¿Y si Lio pierde su lugar en la selección? Todo es mi culpa..." Mi nariz comienza a doler cuando las ganas de llorar se hacen presentes, pero con todo el esfuerzo del mundo logro tragarme el nudo que se forma en mi garganta mientras ato mis agujetas, listo para salir.
Lionel ya me espera, por lo que cuando al fin me levanto del suelo, él se acerca a mí con una sonrisa que me trasmite algo de paz.
—Calma, bonito. Estaremos bien ¿Ok? Recuerdas lo que dije ¿No? Nada es malo si estás conmigo. —No me deja responder, se acerca a mí rápidamente, tomando mi rostro entre sus manos para atrapar mis labios con los suyos en un rápido, pero cálido beso que me trasmite la calma que necesitaba. Una sonrisa pequeña se forma en mis labios cuando al fin nos separamos y comenzamos a caminar hacia los elevadores. La gente del lugar es poca, pero unos cuantos nos miran con asombro cuando descubren quiénes somos.
Acelero el paso con Lionel pisándome los talones hasta llegar al auto, donde Lionel me quita las llaves, subiendo al asiento del conductor, por lo que no tengo de otra y me subo de copiloto. El trayecto es tranquilo, aunque no logro disfrutarlo ante el constante pánico que me provoca pensar en todo lo que está pasando.
Me encuentro algo nervioso a pesar de no estar haciendo nada malo. La puerta cerrada frente a mí me trae muchos recuerdos y la mujer que, luego unos cuantos minutos, me abre, me hacen sentir un joven de nuevo.
—S-señora Balcazar... —Extiendo frente a mí las flores que traigo en la mano, sonriendo para disimular mi nerviosismo.
—¿Raúl, eres tú? —Asiento mientras veo a la madre de uno de mis mejores amigos recorrerme con la vista de pies a cabeza. —¡Pero si estás tan guapo como siempre!
Me sorprendo demasiado al sentir unos brazos rodearme el cuello, provocando que me agache para poder recibir el abrazo de la mujer frente a mí.
—¡Cuánto tiempo sin verte! Pasa, hijo. Estás en tu casa. ¿Tienes hambre? ¿Cómo estás? ¿Cómo está Paco? Creí que vendrían juntos.
Son demasiadas preguntas, pero la alegría de la mujer es contagiosa. Entro tras ella, siguiéndola hasta la cocina, en donde el aroma a caldo de pollo y verduras hacen rugir mi estómago.
—Estamos todos muy bien, muchas gracias ¿Qué tal la familia? Sí, Guillermo está perfectamente, se quedó a vacacionar en Qatar. ¿Javier sigue en los Ángeles?
—Sí, él está allá lo extraño mucho. Vamos, siéntate, estaba por comer, llegaste justo a tiempo.
Tomo asiento frente a ella, la mesa está lista con lo necesario para comer. Los aromas de aquél lugar me transporta años atrás, en donde Javier, Memo y yo nos sentábamos ahí, llenos de lodo, moretones y raspones luego de jugar, siempre riendo y con esa amable mujer riendo por nuestras anécdotas.
—¿No ha dicho cuándo vuelve? Javier, quiero decir —Pregunto tras dar la primer cucharada a mi plato.
—No. Tienes mucho más que nosotros sin verlo ¿Verdad? —Asiento. —Cuando venga, te enviaré un mensaje para que puedas verlo.
Continuamos comiendo mientras platicamos sobre nosotros y nuestras vidas. Los años que llevo sin ver a la señora que ha formado parte de mi vida como si fuese mi segunda madre se desvanecen conforme las horas y las anécdotas pasan entre nosotros.
—Gracias por acordarte de esta vieja, verte luego de tanto me ha traído paz.
—No diga esas cosas, porque me hace ponerme sentimental. Además, vine también porque Memo me pidió que le entregara unas cosas. —Comienzo a sacar los frascos de vidrio que Memo empacó con tanto cuidado, las especies habían llegado a salvo luego de ocultarlas bien entre la ropa y al fondo de mi maleta.
—¡Wow! ¿Son especias? —Asiento ante el rostro de asombro y emoción de la mujer. —¿No tuviste problemas en el aeropuerto?
—Para nada, Memo sabe bien cómo ocultar esto.
—Quién lo diría... y pensar que antes me regañaba a mí por parecer traficante cuando viajabamos y hacía lo mismo.
—El niño se hizo hombre y aprendió bien.
Ambos nos reímos estruendosamente, pero el sonido de la puerta siendo abierta nos distrae.
—Es muy temprano para que mi esposo llegue... ¿Habrá pasado algo? —Ambos nos levantamos de las sillas, caminando hasta la entrada. La imágen que me encuentro es simplemente algo que no esperaba presenciar.
La señora Balcázar corre hasta el recién llegado rodeando su cuello con efusividad y llenando su rostro con estruendosos besos. Javier corresponde al abrazo, saludando a su madre con la misma emoción y sin percatarse de mi presencia.
—Hola madre ¿Cómo estás?
—Mi amor... ¿Por qué no me dijiste que venías? Te hubiera hecho un pozolito para que comieras en cuanto llegaras ¿Qué tal el viaje? ¿Estás cansado? Hay caldo de pollo, ven a comer.
Mi amigo luce enormemente feliz ante la preocupación de su madre, mientras la ráfaga de preguntas características de la mujer llenan el recibidor, Javier comienza a recoger las maletas que había votado para poder saludar a su madre, por lo que por fin me acerco para ayudar.
—Es bueno verte de nuevo. —Sonrío al no saber cómo saludarlo. Una vez más, las maletas caen al suelo. Javier me mira sorprendido.
—R-raúl... ¿Qué haces aquí?
—Vine a visitar a tu madre... —El rostro de Javier luce sorprendido, pero no tanto como yo luego de sentirlo brincar sobre mí, enredando sus piernas en mi cintura, obligándome a sostenerlo para que no caiga.
Una traviesa nariz me hace cosquillas cuando se pasea por mi cuello, haciendo que casi me ahogue con mi saliva.
Aclaro mi garganta. —También me alegra verte, Javi. —Afianzo mi agarre alrededor de su cintura, permitiéndome aspirar un poco de su aroma. Hacía más de cuatro años que no lo veía, podría jurar que había olvidado cómo olía, pero ahora que me encuentro ahí, con la nariz en su cuello y sus piernas alrededor de mí, ese tiempo se desvanece lentamente.
El aroma a limonada y azúcar derretida me llenan de tranquilidad y hacen que mi corazón revolotee emocionado. Mi lobo se remueve inquieto, olisqueando más a profundidad y atención. Ahogo un pequeño gruñido cuando algo hace a mi lobo emitirlo.
"¿Qué mierda te pasa?" Lo regaño.
"¿Sientes eso?" Sé a lo que se refiere, es obvio que lo siento, pero no quería prestarle demasiada atención.
"No es posible, Javier... llevamos años de conocerlo ¿Por qué hasta ahora...?"
"Porque alguien anda aferrado a conquistar a otro." Mi nariz se hunde mucho más en el cuello de Javier sin soltarle la cintura, ahora él está completamente quieto, pero que no me rechace hace que me sienta más tranquilo.
Deslizo un poco más mi cabeza hasta que mi nariz topa con su hombro, en donde un aroma desconocido me hace ponerme tenso.
"Otro alfa lo abrazó..."
"No... él es mío... MÍO." Intento reprimir el nuevo gruñido que mi lobo emite, sin éxito, provocando que Javier se baje de mi cintura con la misma rapidez que cuando se subió.
—¿Pasa algo? Quiero decir... es bueno verte de nuevo, perdón por reaccionar así, es solo que tenía tanto tiempo sin verte, que no pude evitarlo. —Su enorme y blanca sonrisa me deslumbra y hace que se la regrese de inmediato.
—¿Siempre has tenido una sonrisa tan bonita? —La carcajada que suelta me hace saber que lo he dicho en voz alta en vez de solo pensarlo. Siento mi cara enrojecer de vergüenza, pero es demasiado tarde, ya lo ha escuchado.
—¿El calor de Qatar te frió las neuronas? ¡Claro que siempre he sido hermoso! —Me relajo de inmediato. Ese es el seguro, coqueto y desvergonzado Javier que conozco.
—Vamos, tu madre ya debió haberte servido comida y te jalará las orejas si se enfría. —Caminamos hasta el comedor, cada quien con maletas en mano para acomodarlas al pie de las escaleras.
Javier come mientras su madre y yo lo escuchamos atentamente cada que habla de su experiencia viviendo en los ángeles. No podemos contener la risa cada que el tema de la comida se hace presente y Javier elogia el sazón de su madre y le asegura que jamás volverá a criticar su comida.
—¡En serio! Incluso el refresco sabe diferente, nada tenía sabor... me hablaron de un lugar en el que vendían los mejores tacos... No diré nada al respecto, pero deben saber que no hay nada que yo haya comido allá que sepa mejor que cualquier comida que haya probado aquí.
—¿Ni siquiera las hamburguesas? —Pregunto divertido, sabiendo que es una de las comidas que más le gustan a Javier.
—Si hablamos de lugares globales como el payaso, el rey, la chica de trenzas o la estrellita... allá es mejor calidad, pero hasta las hamburguesas quemadas que hice hace unos años son mejores que las que probé allá.
—Basta de eso, Javier. Debes valorar el esfuerzo de las personas.
—Pero mamá...
—Nada. Calla y come, esas personas se ganan la vida de una manera diferente a la tuya. o dime ¿Te gustaría que alguien viniera y dijera que la comida de tu madre es insípida y horrible?
—Eso es imp...
—¿Te gustaría?
—No. —Javier baja la mirada hacia su caldo, resignado ante la evidente victoria de su madre y yo hago mi mayor esfuerzo para no reírme.
—Ahí lo tienes. Ahora termina de comer. Eso ya debe estar más frío que las nalgas de un pingüino.
Mi amigo obedece en silencio, dando las últimas cucharadas a su comida antes de levantarse y decir que se dará una ducha.
—Yo debo irme, señora. Muchas gracias por la comida.
—¿Por qué no te quedas? Mañana es el partido de Argentina, podemos verlo todos juntos.
—¿Ven los partidos de Argentina? —No puedo evitar sonar sorprendido.
—Claro, el que haya perdido México no quiere decir que dejemos de ver algo que nos gusta, además, por lo que me ha contado Paco, a él sí que le interesa el partido de Argentina ¿No es así? —Eso me sorprende aún más, por lo que ya no puedo disimularlo.
—¡¿Usted sabe de eso?!
—Ay mi niño, claro que lo sé. Casi lo crié, sería malo que no lo supiera. —La risa de la alfa frente a mí me hace sentir avergonzado.
—Vaya... supongo que sí es como un hijo para usted.
—Lo son. Javier los ama mucho y yo también. —Me sonríe con cariño y yo no puedo evitar sentirme cálido y bien recibido, devolviéndole el gesto. —Entonces... ¿Te quedas?
—De acuerdo.
—¡Genial! Pijamada como en los viejos tiempos. —Javier baja corriendo las escaleras, montándose en mi espalda mientras me hace una llave algo floja sobre el cuello.
—Solo espero que ahora sí me dejen dormir, antes no había forma de callarlos mientras jugaban videojuegos... Además, tu padre se va a trabajar temprano, así que procuren no hacer ruido.
Pensamientos fuera de lugar me invaden la cabeza en ese momento, calentandome las mejillas. Me sacudo a Javier de encima antes de que mi cuerpo vaya a reaccionar a su aroma y la sensación de su pecho pegado a mi espalda y sus piernas rodeándome la cintura.
—¡Hey! ¿Qué te pasa? —Me reclama cuando sus pies tocan el suelo y yo apenas si lo sostengo para que no caiga de sentón.
—Nada... pesas mucho.
—¿Me estás diciendo gordo?
"Gordo me lo pone." Me dan ganas de abofetearme cuando los pensamientos de mi lobo no ayudan a calmar los míos.
—N-no... es solo que... soy viejo para eso. —Retengo un suspiro cuando la única excusa que se me ocurre decir sale de mis labios. Javier rueda los ojos, pero lo acepta.
Para cuando su padre llega, todos volvemos a la mesa para cenar como hace años. —Vaya... solo falta Paquito en esta mesa para que me sienta con la familia completa de nuevo. —Menciona distraídamente el hombre.
Su esposa sonríe, tomando su mano con delicadeza. —¿Recuerdas esos tiempos en los que llenaban la sala con lodo?
—Oh por dios, claro que lo recuerdo. Además, ese jarrón que compré en un bazar jamás volvió a ser el mismo luego del balonazo que le dio Raúl. —Todos reímos, recordando ese momento.
—¡Lo siento tanto! Aún me avergüenza pensar en eso.
—Tranquilo, hijo, después de todo, los hice pagar por ello.
—Sin duda... —La voz burlona de la señora Balcazar nos hace reír a todos de nuevo mientras volteamos a una esquina del lugar, en donde una pequeña mesa redonda sostiene lo que alguna vez fue un jarrón con diseño barroco, ahora luciendo sus cuarteaduras mal reparadas por doquier. —Aún no puedo creer que los hayas puesto a pegar el jarrón.
—Yo no puedo creer que realmente me hayan obedecido. Eran un remolino de emociones y un trío de adolescentes rebeldes.
Javier y yo miramos al suelo, avergonzados. —No es justo, Pancho fue quien no atrapó el balón, además, él ni siquiera está aquí para compartir la vergüenza. —Habla mi amigo, fingiendo una voz de niño regañado.
—No te preocupes, ya se lo diré cuando venga. —La señora Balcazar palmea la espalda de su hijo, haciéndome reír de nuevo.
—No puedo creer que estén tan grandes ya... ¿En qué momento pasó tanto tiempo? Pronto los tendré a los tres aquí, cada quien con su pareja y yo seré el más feliz por verlos tan grandes y felices. —El momento se ha tornado sentimental, haciendo que la atmósfera cause lágrimas en los ojos de los mayores y que yo, inconscientemente, mire a Javier, sintiéndome culpable por pensar en él de otra forma, fuera de lo fraternal.
—Siempre creí que alguno de ustedes terminaría siendo pareja... incluso creí que después del mundial, Paco y tú terminarían juntos. —No sé cómo reaccionar ante las palabras de la alfa. Yo nunca había comentado nada al respecto, pero creo que fui demasiado obvio.
—¿Qué? N-no... no, eso no...
—Oh vamos, a kilómetros se notaba que lo querías.
—Me largo a dormir. El viaje fue largo. Que descansen. —Javier se levanta de golpe, dejándonos a todos estupefactos. Un suave "buenas noches" por parte del omega mayor se escucha, pero Javier ya no está.
—Mujer, a veces creo que ves solo lo que quieres y no lo que es. —La aludida mira a su esposo con desconcierto, pero él hace un ademán para restarle importancia.
La charla, antes amena, termina ahí. Los tres nos levantamos, pero antes de que alguien pueda hacer algo, recojo los platos y los llevo al fregadero, comenzando así a lavarlos.
—No es necesario, hijo. Ve a dormir, yo lo haré. —La voz del padre de Javier me hace soltar un respingo por la sorpresa.
—No, lo haré yo. Su esposa ya cocinó y nos sirvió la cena y usted llegó de trabajar. Es lo mínimo que puedo hacer. Vayan a descansar.
—Bien. Estás en tu casa y lo sabes. El cuarto de visitas está libre, a menos que quieras ir con Javier. —Estoy por responder, pero ya me encuentro solo en la cocina. Intento no tomarle doble sentido a las palabras del hombre.
"¿Ahora qué hago? Todos notaron que me gustaba Memo. ¿Qué van a pensar si salgo con la tontería de que ahora me gusta Javier? No quiero que piensen que es mi segunda opción." Ni siquiera soy consciente de cuántas veces he enjabonado el plato en mis manos, pero estoy seguro que no hay traste más limpio que ese en toda la casa.
La culpa me carcome el pecho mientras sigo pensando en eso, pero presto atención a lo que hago. Luego de lavar todo, desocupar trastes y limpiar la barra de la cocina sin encontrar algo más en lo cual enfocarme, salgo de ahí en silencio, encontrando todo a oscuras, excepto la luz que alumbra las escaleras a lo lejos, me dirijo hacia allá, pero un movimiento sobre el sofá me hace pegar un brinco.
—Mierda... —Susurro con una mano sobre el pecho.
—Lo siento, debí dejar alguna luz prendida. —El señor Hernández me mira con una sonrisa mientras se disculpa, avergonzado.
—No, no, yo lo siento, se me escapó.
—Por favor, ya no eres un niño y yo no soy tan anciano como para espantarme por una grosería. Siéntate un momento conmigo, por favor. —Hago lo que me pide, sintiéndome algo temeroso. —Iré al grano ¿Aún te gusta Guillermo?
Me quedo en silencio, procesando las palabras del hombre, pero luego de analizar mis verdaderos sentimientos, los hechos ocurridos en Qatar y los recientes, niego con decisión. Su mirada escudriña la mía, supongo que busca la mentira en mi negación, pero yo le sostengo la mirada, intentando transmitirle mi seguridad.
—Bien, te creo. Ahora dime... ¿Te gusta mi hijo? —Eso sin duda me toma desprevenido y él lo nota, por lo que suelta una risita. —No temas responder, no hay algo que sea correcto o no, solo sé sincero.
—Yo... no lo sé. Tenía muchos años sin verlo y nunca había pensado en él de esa forma. Es como un hermano... —Esas palabras me queman la garganta, haciéndome saber que realmente no lo digo genuinamente. Mi lobo me gruñe por haberlo dicho.
—¿Seguro? —Los ojos color miel del señor Hernandez me intimidan un poco.
—No... —Me sincero, desviando la mirada hacia mis manos entrelazadas sobre mis piernas.
—Bien, veo que ni siquiera tú lo tienes claro... solo te diré una cosa, no como el padre de Javier, ni como alguien que te vio crecer, sino como un viejo amigo, más viejo que amigo, alguien que ha vivido muchos años más que tú... —Pongo atención a sus palabras, sintiéndome un adolescente de nuevo. —Siempre se deben tomar decisiones con la cabeza fría, pero hay ocasiones en las que el corazón tiene primero la respuesta. Y los ojos dicen lo que la boca calla, no por nada son la ventana del alma.
—No entiendo...
—Piensa más en ti, en lo que tu lobo quiere, en lo que sienten ambos. No importa si es correcto o no, eso ya se verá conforme se tome la decisión, pero antes de eso, haz una introspección y averigua lo que realmente quieres, porque nadie más podrá hacerlo por ti; porque incluso si tiene lo que necesitas o quieres, si tú no lo has aceptado en tu interior, no podrá suceder.
Me quedo pensando en eso, incluso luego de recibir unas suaves palmadas en mi rodilla y ver al señor Hernandez subir las escaleras en silencio luego de desearme buena noche.
No sé cuántas horas han pasado o si solo han sido minutos, pero la espalda me duele y las piernas se me entumecen por la incómoda y tensa posición en la que me he quedado.
"Introspección... ¿Qué siento? ¿Qué quiero?"
"Creo que él se dio cuenta que nos gusta su hijo."
"Imposible, no hay forma..."
"Él lo dijo, tiene más experiencia y no sabes cómo puedes verte ante los ojos de los demás cuando miras a tu destinado."
"¡Cállate, maldita sea! Javier no..."
"¡NO! Acéptalo. Lo sentimos, su aroma, su corazón, su lobo llamándonos."
"No es correcto."
"Otra vez la burra al trigo. ¿Acaso no escuchaste nada de lo que dijo?"
"Sí, pero..."
"Nada de peros, humano necio. Si antes no dije nada con Memo es porque nos hacía feliz, pero no permitiré que dejes ir a nuestro destinado solo por tus juicios morales. ¡Nadie te está impidiendo estar con él! Maldición. Lo tienes todo en bandeja de plata, no lo eches a perder, no me obligues a salir, porque de hacerlo, no me voy a contener."
"No me amenaces." El silencio en mi mente me hace saber que mi lobo ha decidido ignorarme para ser quien tuviera la última palabra. "¡Agh! Maldita sea."
Me voy a la cama sintiéndome completamente fuera de mí. Ni siquiera tengo sueño, pero luego de desvestirme y quedarme únicamente en boxer, me obligo a dormir, esperando poder esclarecer mis emociones y pensamientos al día siguiente.
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