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14

Las horas pasan, pero ahora que mi estómago se encuentra lleno y tengo ropa limpia, me siento mucho más tranquilo, a excepción del malestar que me provoca estar junto al alfa que me ha amenazado un par de veces con quitarme a mi omega.

—Deja de gruñir, maldita sea, pareces un perro cuidando su hueso. —La voz de Raúl me saca de mis pensamientos, notando que, efectivamente, estaba gruñéndole.

—Dime una cosa ¿Por qué tardaste tanto en revelar tus sentimientos hacia él? Hasta pareciera que solo lo haces para joderme. —Me siento verdaderamente intrigado y la cafetería está casi vacía al ser las dos de la mañana, haciendo que me sienta confiado en preguntar.

Raúl me mira entre molesto y sorprendido por mi pregunta, pero luego de un suspiro, creo que me responderá.

—Eso no te incumbe. Yo decido cuándo confesar mis sentimientos.

—Me incumbe si quieres quitarme a mi pareja destinada.

—Por favor Lionel, no lo conoces en absoluto, yo llevo años a su lado ¿Crees que siquiera tienes una oportunidad?

—Me tengo confianza... —A mi mente llegan las contadas, pero preciadas ocasiones en la que aquél hermoso omega de cabello rizado y yo hemos tenido momentos íntimos, haciéndome sonreír.

—Bueno, eso no servirá de nada si él me elige a mí. —Su sonrisa de suficiencia me hace imaginar que él y Guillermo también han tenido ese tipo de momentos, haciendo que mi lobo suelte un profundo gruñido de molestia.

—Ya te lo dije, yo daré lo mejor de mí. Sé que él tiene la última palabra, pero no voy a rendirme solo porque lo conoces de más tiempo, después de todo, nadie decide de quién enamorarse, no importa si se conocen de años y a mí de poco tiempo, sé que puedo ganarme su corazón, confianza y amor.

Zanjo el tema al percibir en el aire el aroma molestia, tomando mi vaso de café entre las manos, comenzando a caminar hacia la habitación de Guillermo. Choco de frente con la enfermera que ha estado revisando los signos vitales de mi lindo omega, disculpándome al ver que unas gotas de café han manchado su pulcra filipina blanca.

—No se preocupe, señor Messi, igual iba a cambiarme. Debo salir con algo de urgencia, así que mi reemplazo llegará pronto. —Me informa de forma rápida para luego alejarse por el pasillo. Raúl también la mira desaparecer, pero no dice nada.

—¡Qué bien! Al fin huelen decente. Espero que también hayan limado asperezas, porque a la primera que los vea pelear, voy a sacarlos de las orejas y le diré al guardia que no vuelva a dejarlos pasar. —Hirving acaricia el cabello de Guillermo con una mano, luciendo tranquilo y bastante fraternal.

Ni Raúl ni yo decimos una palabra, optando por sentarnos uno a cada extremo del pequeño sillón. Las feromonas del celo me llegan hasta la nariz de forma tenue, haciendo que cierre los ojos y aspire con cuidado el delicioso aroma a chocolate y miel. Mi enojo desaparece gradualmente, casi haciéndome olvidar que el otro alfa se encuentra a poco más de un metro de distancia.

Lentamente me quedo dormido, respirando pausadamente, llenando mis pulmones con ese dulce y precioso aroma que nos trae paz a mí y a mi lobo.

Camino apresuradamente hacia los vestidores, maldiciendo mentalmente al alfa que acaba de ensuciarme la filipina. Mi celular suena en uno de mis bolsillos, por lo que lo tomo y respondo la llamada de inmediato.

—¿Diga?

Solo llamo para confirmar nuestra cita y advertirle que, de ser una maldita broma, usted no va a ser la última en reírse. —Ruedo los ojos y sonrío aún si el hombre al otro lado del teléfono no puede verme.

—Créame, luego de esto, ambos nos estaremos riendo. Lo veo en un par de horas, me han dicho que el café que sirven en la terraza de ese edificio enorme frente al parque es uno de los mejores del lugar.

—De acuerdo, pero se lo advierto, si su información es inservible, usted pagará el café.

—Bien. Hasta entonces. —Cuelgo la llamada, entrando a los vestidores vacíos.

Me doy una ducha rápida, aplico una crema con potenciador de aroma por todo mi cuerpo y me visto con unos pantalones ajustados, un crop top y una chamarra. Salgo del lugar con una enorme sonrisa, despidiéndome del poco personal que me topo en los pasillos.

Luego de un viaje en taxi, llego hasta la cafetería que mencioné, dando el nombre que me han indicado por mensaje de texto. La chica que me recibe me lleva hasta el lugar reservado y me doy cuenta que el lugar, más que una simple cafetería, es una especie de bar, ya que hay una pared cubierta con botellas de distintos tamaños y colores, hay gente fumando y otra bebiendo a pesar de ser las cuatro de la mañana.

—Bien, al grano. Odio perder mi tiempo. —Un hombre joven se sienta frente a mí y yo agradezco mentalmente haberme puesto ropa decente. El aroma a tierra húmeda y fogata me inundan los pulmones; "Alfa, y muy guapo además." Pienso mientras me acomodo en mi lugar.

—Mi nombre es Daniela, soy quien le habló por teléfono. Verá, tengo información que probablemente le sea interesante, pero antes dígame, señor... —Guardo silencio para que él pueda decirme su nombre.

Me sonríe y sus ojos me escanean sin ninguna vergüenza. —Mi nombre es Alan, pero por favor, háblame de tú, parece que somos casi de la misma edad.

Le sonrío de vuelta. —Muy bien, Alan. Dime ¿Qué opinas sobre los hombres que se presentan como omega?

Su ceño se frunce por un momento, pensando su respuesta. —Es un tema controversial, podría decir que la homosexualidad no me molesta, pero ¿Qué es eso de poder concebir igual que una mujer? No se me hace natural, no me gusta, así que ese tipo de personas simplemente no me agradan. ¿Por qué?

—De tu respuesta dependía que te mostrara lo que traigo, pero veo que pensamos igual, así que... —De mi bolso saco un folder amarillo con un par de impresiones en su interior.

—Son fotografías a modo de prueba. Te voy a pedir la máxima discreción en cuanto a revelar tu fuente, o sea yo, ya que no quiero perder mi trabajo... esto es parte del expediente médico de Guillermo Ochoa, el omega portero de la selección mexicana. Sé que eso no es ningún secreto, así que permíteme ponerte al día antes de que me digas que no sirve de nada.

Saco mi teléfono, mostrando la grabación que hice a escondidas esa misma noche, en donde la voz de Raúl y Messi suenan claras y fuertes.

—Ese maldito no solo llama la atención por ser "el mejor arquero de la selección", sino que también tiene a un par de alfas detrás de él. No culpo a esos pobres hombres, después de todo, los encantos de un omega pocas veces son fáciles de evadir. —Echo mi cabello detrás de mi hombro, sosteniendo mi celular sobre la mesa sin reproducir el audio. —En el expediente hay una parte importante que te dará espectadores.

Alan abre el folder que le entregué, comenzando a leer rápidamente. —¿Es estéril? —Me pregunta con una mueca de asombro.

—Así es. Y no solo eso, la siguiente hoja habla de la razón por la que ingresó hoy al hospital, él entró en celo, por lo que podrías inventarte una historia sobre cómo sus feromonas hicieron a su equipo perder o algo por el estilo.

—¿Por qué me das esto? —Miro al alfa frente a mí, frunciendo el ceño levemente.

—Creí que ya había quedado claro... No me gustan los omegas hombres, la selección de nuestro país acaba de ser eliminada del mundial sin llegar a octavos luego de más de cuarenta años y todo por culpa de un inservible omega con complejos de superioridad. El maldito traidor, además, seduce al alfa más famoso de la selección de Argentina...

—No hablas de Lionel Messi ¿Verdad?

—Ni más ni menos, y no conforme con eso, anda jugando a tener a ese y otro alfa comiendo de la palma de su mano.

—¿Tienes pruebas?

—Tengo una grabación del momento exacto en el que pelean, Guillermo no aparece en el audio. —Alan frunce los labios en un gesto poco convencido.

—Es bueno, pero antes de eso, necesito que me traigas pruebas más palpables, fotografías de ellos juntos para que el audio sea mucho más creíble. Hoy en día las personas dudan de todo porque es fácil crear ese tipo de cosas hasta para gente que no se dedica a eso.

—¿Me estás pidiendo que los espíe?

—Sí. Empezaré a meter el tema en los medios para que vaya generando ruido, pero debes traerme esas pruebas.

—De acuerdo, lo haré... —Dudo un poco antes de decir lo que pienso. —Así al menos te veré más seguido. —Le guiño un ojo y él me sonríe.

—No estaría mal que encuentres gente que quiera dar testimonio sobre él y sus amoríos. Si quieres destruirlo, que sea desde raíz.

Ambos nos dedicamos una sonrisa cómplice mientras un mesero nos sirve café y galletas. Mi plan comienza a tomar forma poco a poco, haciéndome sentir emocionada.

"Cuanto antes saquen a ese maldito y sobrevalorado portero de la selección, mejor para mí" Pienso mientras ideo un plan para poder obtener esa evidencia.

La fría madrugada da paso a un amanecer que, incluso con los ojos cerrados, sé que ilumina la habitación con esa luz blanca típica de esas horas. La habitación del hospital se siente helada, congestionando mi nariz al no tener nada abrigador sobre mí, pero un tibio y reconfortante cuerpo me sirven de almohada. Sin abrir los ojos, me acurruco un poco más sobre ese tibio bulto, intento olfatear para saber de quién se trata, pero no logro percibir nada.

"Mejor para mí, así no me mareo." pienso mientras vuelvo a caer dormido con las manos y mi costado derecho calientitos.

El sonido de un celular tomando una foto me saca de mi sueño, siento que solo han pasado cinco minutos desde que volví a dormir, pero esta vez la habitación está teñida de tonos cálidos por la luz solar que entra por la ventana. Hirving está parado frente a mí con una enorme y burlona sonrisa dibujada en su rostro, Memo sigue dormido.

No me muevo de mi lugar, volviendo a acurrucarme y cerrar los ojos lentamente.

—Si vas a vender esa foto, debes darme el veinte porciento de las ganancias como mínimo. —Susurro, restándole importancia a la presencia de aquél omega que empieza a agradarme.

—No sé... debo repartir bien las ganancias para que a los tres nos toque algo bueno. —Asiento lentamente, pero cuando mi cerebro logra asimilar aquellas palabras, abro los ojos confundido.

—¿Cómo que tres? —Miro a Hirving reírse para luego apuntar en mi dirección con la barbilla. Giro los ojos en esa dirección, percatándome de quién es aquél a quien había estado usando de almohada todo este tiempo.

Mis ojos se abren con sorpresa cuando el pecho de Raúl es lo primero con lo que mis ojos se topan, al subir la mirada, su barba y parte de su cuello me quedan a solo milímetros de los ojos. Intento apartarme con rapidez, pero me es imposible, pues el alfa me abraza con fuerza de los hombros y me presiona contra si, acurrucando su cabeza sobre la mía.

¡Suéltame! —Le gruño, pero no despierta, Hirving se carcajea frente a mí, tomando una ráfaga de fotografías desde varios ángulos.

—Esto le va a encantar a Memo cuando despierte. —Lo miro con enojo.

—Quítamelo de encima. —Le pido con seriedad, pero él niega, burlón.

—Raúl odia que lo despierten si no es algo importante. Se ve que está muy cómodo, no seas cruel. Además, tú también lucías bastante calientito ahí ¿Cuál es el problema?

Estoy por responder cuando los brazos que me rodean vuelven su agarre mucho más firme y una nariz se hunde en mi cabello.

—¿Por qué tanto escándalo? Dejen dormir. —La ronca voz y el cálido aliento del alfa me golpean el cuero cabelludo, haciéndome estremecer con una muy poco agradable sensación.

—Porque voy a arrancarte el brazo de una mordida si no me sueltas. —Susurro, removiéndome entre sus brazos.

Levanto la vista para encontrarme con los ojos color avellana de Raúl a escasos centímetros de los míos, su aliento me golpea la cara y yo agradezco estar congestionado aún, porque de lo contrario, tener su aroma llegarme tan fuerte me haría vomitar.

Puedo ver las emociones atravesar sus ojos conforme despierta: duda cuando intenta reconocerme, sorpresa cuando me ve demasiado cerca de él, algo parecido a un "susto" cuando entiende lo que pasa y finalmente molestia, soltando su agarre de mi cuerpo, empujándome al otro lado del sofá, de donde caigo al no poder sostenerme, golpeando mis rodillas con el alfombrado suelo.

—¡¿Qué te pasa?! ¿Por qué estás sobre mí? —Comienzo a reírme sin querer luego de ver su rostro cambiar tan drásticamente conforme lo entendía.

—¿Por qué te enojas conmigo? Fuiste tú quien me usó de peluche —Le respondo entre risas, acomodándome de vuelta en el sillón. —¿Soy cómodo? Ven, durmamos un poco más.

Sonrío de lado, estirando mis brazos hacia él, simulando que volveré a abrazarlo. Hirving se carcajea frente a nosotros mientras yo sonrío en dirección a Raúl, que me devuelve una mirada molesta con el ceño fruncido.

—No juegues conmigo. —Bajo lo brazos, casi dándome por vencido en mi tarea de romper el hielo y hacerlo enojar.

—Jamás lo haría, cariño. —Le guiño un ojo mientras me levanto, estirando mis entumecidos músculos. —¿Qué hora es?

Hirving me mira con una enorme sonrisa para luego revisar su celular. —Casi medio día.

—Wow, es tarde. ¿Ya comiste algo? —Niega con la cabeza. —Iré por algo para comer ¿Qué se les antoja? —Intercalo la mirada entre el huraño alfa y el sonriente omega.

—Un chocolate caliente para mí, si hay galletas, unas de limón. —Arrugo la nariz, pero asiento.

—Pero algo de comer... eso no es comida, niño. —Hirving se encoge de hombros. —Bien, yo elijo ¿Y tú Raúl? —El alfa me mira, ya no luce molesto.

—Solo un café por favor. —Ruedo los ojos. "¿Acaso nadie come aquí?" pienso mientras salgo de la habitación.

Llego a la cafetería, sacando tres paquetes de galletas de la máquina expendedora, unas de limón, otras de chocolate y por último unas de naranja. En la barra de cafés me preparo un café con un poco de chocolate, el café de Raúl y el chocolate de Hirving, poniendo todo en una charola.

—Buenas tardes, un sushi de camarón, un sándwich de pechuga y otro de jamón con salchichas por favor. —Le pido al chico tras la barra, que de inmediato comienza a preparar todo.

Mi teléfono suena, por lo que contesto de inmediato.

—Buenas tardes entrenador. Sí, todo mejor con mi madre. No, no sé cuándo volveré, me tomaré el día de hoy, prometo ponerme al día con el entrenamiento en cuanto vuelva. Sí, muchas gracias. —Cuelgo, suspirando. Odio decir mentiras, pero no tengo de otra si quiero permanecer un poco más con Memo.

—Aquí está su orden.

—Gracias. —Tomo las cosas que el chico ha puesto en una sola bolsa de papel, guardando también las galletas ahí para luego dejar cien dirhams en el frasco de las propinas. Era el único efectivo que me quedaba, por lo que ahora deberé pagar cualquier otra cosa que compre, con la tarjeta de crédito.

Entro a la habitación, que se encuentra en silencio. Hirving revisa su celular al igual que Raúl.

—Me encanta cuánto platican. —Dejo la comida sobre la mesita del centro, entregando las bebidas a cada quien. —Traje sushi, un sandwich de pollo y otro de salchicha y jamón, tomen lo que quieran.

Ambos me agradecen brevemente, dejándome el sushi. No me disgusta, ya que todo lo que traía eran cosas que me gustaban para así no tener problemas con lo que eligieran dejarme.

Comemos en silencio, cada quién revisando sus redes sociales. En Twitter todos hablan de la victoria de mi equipo y el colapso del arquero de la selección mexicana. Comentarios como: "No aguantó la presión, qué patético." "Es un omega ¿Qué esperaban?" "Tan débil. Me alegra que lo hayan eliminado." Me ponen muy molesto, haciendo que apague mi celular y lo azote contra la mesa.

—Entraste a Twitter ¿Verdad? —Pregunta Hirving, bloqueando su celular también. Lo miro unos segundos y asiento de manera lenta, bajando la mirada para, instantes después, desviarla hacia el apacible rostro de Guillermo.

—No sé cómo lo aguanta. Desearía demandar a cada uno de esos imbéciles. —Suspiro. Hirving abre la boca para responderme, pero la voz molesta de Raúl lo interrumpe.

—Todos sufrimos de las duras críticas, no le des tanta importancia. A Guillermo no le gustaría eso. —Me siento molesto ante lo dicho por el alfa.

—Es diferente lo que puedan decirnos a ti y a mí que lo que les dicen a Hirving y a Guillermo, incluso Hirving es mejor recibido que Memo. No puedes decir que todos sufrimos, porque no es igual. —No intento evitar denotar la molestia en mi voz, frunciendo el ceño cuando mis ojos se encuentran con los de Raúl.

—Ya dije, Guillermo odia la compasión, son cosas que pasan y no podemos hacer nada para cambiarlo.

—Que pase no quiera decir que sea correcto, tampoco sería bueno que la intolerancia llegue tan lejos, habrá gente que sufra por esto y no sepa manejarlo, incluso podría haber tragedias al respecto y no estoy dispuesto a quedarme sentado mientras veo que atacan y denigran a Guillermo solo por su naturaleza, involucrándola injustamente en su profesión. Además, no es compasión, es lo correcto.

—¿Y qué se supone que vas a hacer? No hay nada que alguno de los presentes pueda lograr solo porque lo deseamos. —Guardo silencio, sintiendo la rabia inundar mi garganta, ahogándome. —¿Lo ves? Debe aprender a vivir así, igual que todos los demás.

Hirving baja la mirada y yo puedo ver el dolor atravesar sus facciones. Sin duda ser un hombre omega en esta sociedad de mierda, regida por estúpidos y altaneros alfas debe ser algo muy difícil.

Un quejido nos pone alerta a todos, haciendo que nos levantemos rápidamente del sofá.

—Debes irte Lionel —Susurra Raúl, mirándome por encima de su hombro cuando se adelanta para estar a un lado del omega que comienza a removerse en su lugar.

—¿Por qué? —Le pregunto aún molesto por su actitud y palabras.

—Él no debe verte aquí o será peor para él.

—Guillermo merece saber que estuve aquí. —Me pongo a su lado, desafiándolo con la mirada.

—¿Y luego de que se entere qué? Te irás, se ilusionará, le dolerá y seguirá sufriendo. Él merece a alguien que no dude en amarlo, alguien que lo comprenda, alguien como yo.

Intento mantener la calma, pero la sonrisa de suficiencia de Raúl me saca de mis casillas demasiado rápido. Hirving nos regaña en cuanto Raúl y yo empezamos a gruñirnos de forma amenazante, acercándonos cada vez más.

Me niego a soltar feromonas para intimidar a Raúl, pero él no piensa igual, por lo que su aroma empieza a asquearme. Otro quejido, más movimiento sobre la cama y el monitor cardiaco nos distraen momentáneamente.

—Messi, ve por el doctor. —Me ordena Hirving y tras observar a Raúl una última vez y asegurarme que nadie en la habitación corre peligro, salgo.

Encuentro al doctor en la recepción, por lo que me acompaña de inmediato hasta la habitación junto a la omega de esa madrugada. Luce sumamente cansada, pero no pregunto nada.

Llegamos justo cuando Memo mira a su alrededor con semblante confundido, le sonrío aliviado cuando nuestras miradas se cruzan, olvidándome de todo en cuanto mi nombre sale de sus labios. El impulso de correr y abrazarlo me abruman, sumado al instinto protector que nace en mí cuando su aroma, mucho más fuerte producto del celo me llegan de golpe.

Refunfuño ante el regaño de Hirving, pero decido obedecerlo, quedándome afuera de la puerta junto a Raúl. Uno a cada lado como guardias de seguridad.

—Recuerda que Guillermo odia la compasión, él sabe cuidarse solo. —Susurra Raúl sin mirarme.

—Sé que sabe cuidarse solo, pero no debe sentirse de esa manera. Todos merecemos sentirnos protegidos, somos seres humanos con un lobo en nuestro interior, ambos crecen en familia, rodeados por su manada, cuidándose la espalda unos a otros, aprendiendo costumbres... No esperes que me aleje de Guillermo solo por lo que me contaste, no voy a dejarte el camino libre. Me esforzaré por darle todo lo que merece y requiere, incluso si al final te elige a ti...

—Pienso igual.

—Si me elige a mí ¿Me querrás arrancar la cabeza? —Pregunto con verdadera duda.

—No más de lo que quiero hacerlo ahora. —Raúl suspira, mirándome por fin. —No sé si vaya a pasar, pero en todo caso, si él te elige, no me interpodré, porque eso lo lastimaría y yo solo quiero verlo feliz.

—Bien, en eso coincidimos. —Me giro y extiendo mi mano amigablemente. Raúl la mira unos segundos, pero la toma con firmeza. —Quizá no seamos amigos, pero ahora que dormimos juntos y tenemos esto en común, creo que podemos dejar de lado la competitividad.

—No vuelvas a decir que dormimos juntos o te voy a arrancar la cabeza. —Sonrío con burla, pero asiento.

—Da igual, Hirving tiene varias fotos como prueba de lo nuestro. —Le guiño un ojo, riéndome por su cara de susto.

Nos quedamos en silencio mientras el doctor revisa a Guillermo, el ambiente se siente menos pesado entre nosotros. Si Guillermo supiera lo que un par de tontos alfas son capaces de hacer con tal de verlo feliz.

—Hola Memo, nos diste un buen susto. —Hirving me sonríe y yo le devuelvo el gesto.

—¿Qué pasó? —Pregunto, comenzando a mirar alrededor, notando la habitación de hospital y los cables conectados a mi cuerpo. —¿Me estoy muriendo?

—Jaja, no, aún no. —Hirving se sienta en mi cama. —Solo te desmayaste en cuanto acabó el partido, al parecer tú...

Se interrumpe cuando el alfa a quien tanto deseaba ver entra por la puerta, acompañado del doctor Mendoza y la enfermera de la que he olvidado el nombre. Los tres me sonríen, pero es la blanca dentadura del alfa más pequeño la que me atrapa por completo.

—Lionel... —Susurro sin darme cuenta, al mismo tiempo que sin siquiera proponérmelo, una ola de calor me invade y me hace soltar feromonas que inundan la habitación con mi aroma más dulce de lo que recuerdo.

—Wow... muy bien, salgan ustedes dos. —Hirving se levanta con prisa para después empujar a Raúl y Lio fuera de mi habitación.

Ellos obedecen a regañadientes y me hacen preguntarme qué fue lo que pasó en todo este tiempo que estuve inconsciente

"¿Cuánto tiempo dormimos?" Le pregunto a mi lobo.

"¿Qué te hace pensar que yo lo sé? Por si no te has dado cuenta, habito dentro de ti, si tú duermes, yo duermo, si tú mueres, yo muero. Así funciona esto. Así que no sé nada más que tú." Me responde sarcástico.

—Buenas tardes Guillermo ¿Cómo te sientes? —El doctor Mendoza comienza a tocarme el rostro, la cabeza, los hombros, las costillas y tras pedirme permiso, el abdomen, preguntando si algo me duele. Niego en cada zona de mi cuerpo que toca, soltando un pequeño resoplido de molestia cuando sus manos me tocan el vientre bajo.

—Desorientado, pero bien. —Le respondo.

—Es normal, al parecer tampoco tienes contusiones, lo cual es buena señal. Ahora, te pondré al día... Guillermo, entraste en celo.

Sus palabras me llegan de golpe y siento mucha más confusión que cuando recién desperté.

—¿Cómo que en celo? pero yo...

—Lo sé. —El doctor me interrumpe, su voz suena tranquila, por lo que decido no preocuparme. —Esto es tan raro para mí como para ti, pero confirma un poco mi teoría. Sin embargo, no podemos confirmar nada hasta que los resultados salgan del laboratorio.

—De acuerdo ¿Debo estar aquí hasta entonces?

—Sí, tu celo es muy fuerte, podrías correr peligro allá afuera, además de los dolores que, al estar desacostumbrado, serán mucho peor para ti. Los suspensores que te he estado administrando son solo inyectados, así que deberás quedarte un par de días más en lo que tu celo termina. Llevas poco más de un día, no debe tardar mucho.

Hay demasiada información y confusión en mi cerebro, pero asiento de manera lenta, sin embargo, el último de mis recuerdos antes de perder la conciencia me llegan de golpe.

—Perdimos... ¿No es así? —Miro a Hirving, que desvía su vista al suelo, asintiendo.

—No es algo de lo que debas preocuparte ahora, Guillermo. No es tu culpa de cualquier forma. —Un resoplido me distrae. Miro a la omega enfermera, que anota algo en la hoja sobre su tablilla. Al sentir mi mirada y la de Hirving sobre ella, levanta la vista.

—Lo siento, una pelusa se metió en mi nariz. —La observo detenidamente. Luce más cansada que la última vez que la vi, su aroma es muy dulce, casi desagradable y además siento cierto rechazo hacia mí cada que me mira. "No me agrada." Me dice mi lobo y aunque no me guste admitirlo, coincido con él.

—Pediré que nos entreguen los resultados cuanto antes, mientras tanto, descansa y aliméntate bien. Puedes pedir comida en la cafetería, no debes llevar una dieta estricta. —Le sonrío al doctor Mendoza mientras lo veo salir de mi habitación.

Cuando Hirving y yo nos quedamos a solas, mi amigo es el primero en hablar. —Esa chica no me agrada.

—Estamos igual. Pero no puedo hacer nada, solo ignorarla. Ahora, mejor ponme al día.

—Debes comer primero ¿Qué quieres pedir? —Mi estómago gruñe en cuanto me imagino la comida, haciendo que me sonroje.

—No sé, siento que podría comerme un elefante entero ¿Hay sushi? Tengo antojo de sushi... ¡No! mejor una ensalada de lechuga, queso, pollo y aderezo... ¡Oh! Una ensalada de lechuga, fresas, miel, ajonjolí, arándanos y almendras... ¡Ahj! Quiero todo. El seguro lo cubre y no pago tanto como para no desquitarlo. También quiero jugo de naranja, agua de limón, un refresco de manzana y de postre... fresas con crema, pay de limón, almendras, sandía con salsa y mango verde con salsa y limón.—Hirving se ríe pero asiente mientras se levanta de la cama, abre la puerta y le dice algo a las personas que por poco olvido estaban ahí afuera.

—¿De qué sirve tener dos alfas a tus pies si no los usas? —Me dice y yo lo miro con desaprobación. —Ya, ya, no me mires así. Ellos deben ganarte y yo no pienso dejarte a solas con ninguno, a menos que me lo pidas.

Ambos nos reímos, pero un pequeño dolor me hace callar de golpe. —Ouch. Había olvidado lo que se sentía estar en celo. —Hirving me mira y se sienta a mi lado abrazándome.

—Raúl me contó un poco de lo que te sucede... —Me pongo tenso en mi lugar. Odio que la gente se entere de cosas sobre mí sin mi permiso. —No lo regañes, yo estaba muy preocupado por ti y él me ayudó a entender.

—No tenía derecho a decirte, pero está bien, lo entiendo. Por cierto ¿Qué hace Lio aquí? ¿Tiene mucho que llegó?

Hirving me pone al día, mostrándome las fotografías que les tomó mientras dormían. La comida llega junto al aroma del par de alfas de quienes hablábamos, haciendo que los mire sin poder dejar de reírme. Ambos asesinan a Hirving con la mirada, pero nadie luce tenso o enfadado. Como en silencio, escuchando la versión de cada uno, invitándoles de mi comida al enterarme que ninguno había comido después del "incidente".

La tarde se convierte en noche detrás de la ventana, todos charlamos animadamente, pero sé que tratan de distraerme para que no piense en el partido que perdí.

—Oigan... me encanta tener compañía, pero creo que deberían ir a descansar. Raúl, Hirving, Martino debe estar furioso, además, si se quedan conmigo van a dejarlos aquí y yo debo estar un par de días por orden del doctor Mendoza. Vayan al hotel, descansen, hablen con el entrenador y vuelvan para despedirse. Lio... ni siquiera sé cómo es que Scaloni te dejó venir, pero también debes regresar a tu hotel, celebra tu victoria y ve a entrenar. Tú aún debes prepararte para el siguiente partido.

Los tres me miran al mismo tiempo y no puedo evitar sentirme intimidado, por lo que bajo la vista hasta mis manos, que reposan sobre mi regazo.

—No voy a abandonarte aquí. —Hirving suena firme, pero no molesto.

—Martino puede irse a la mierda. —Secunda Raúl.

—No te preocupes por mí, Guillermo, tampoco voy a abandonarte. El entrenamiento, la celebración y mi entrenador pueden esperar, tú no. —Las palabras de Lio me hacen sonrojar, por lo que no levanto la vista de mis manos.

Mi lobo aúlla en mi interior y mueve la cola conmovido por sus palabras. Secretamente agradecemos que lo haya dicho, ya que realmente no queremos que se vaya, su aroma me hace sentir seguro y olvidar el ligero dolor en mi vientre bajo.

—Hagamos algo... —Lionel habla, haciéndome levantar la vista de mis manos. —Me quedaré contigo esta noche, que ellos arreglen lo que deben arreglar y vuelvan. Después de eso, me iré a entrenar para que puedas estar tranquilo y libre de culpa.

Le sonrío, sintiéndome alegre por imaginarme a solas con él. Mi lobo se siente igual, dando pequeños brinquitos en mi interior. Estoy por aprobar lo dicho, pero la voz de Raúl me interrumpe.

—¿Y tu helado de limón? —Le pregunta a Lionel.

—¿Cuál helado de limón? —Le responde el aludido con semblante confundido.

—No le hagas caso —Le respondo. —¿Cuál es el problema, Raúl?

—No pienso dejarte a solas con este alfa mientras estás en celo.

—Eso no es asunto tuyo, además, no necesito que me cuides, sé lo que hago. —Me siento molesto y no importa que los demás lo noten. Raúl rueda los ojos, pero no dice nada más.

—En ese caso, no hay nada más que podamos hacer. Vámonos Raúl. —Hirving se pone de pie, jalando a Raúl para que haga lo mismo. El alfa obedece a regañadientes.

Ambos se despiden de mí y tras hacer una lista de lo que les pido para cuando vuelvan, salen de mi habitación. Lio mira la puerta durante unos segundos, justo cuando estoy por hablar, él me gana.

—Estaba muy preocupado... cuando sentí tu llamado en mi interior, entré en pánico. Ni siquiera sé cómo pude llegar hasta aquí, no sabía qué había pasado, mi lobo... Él nos trajo hasta ustedes.

Me siento conmovido por sus palabras que salen en un susurro, sin mirarme.

—No sé cómo pudiste oírnos, pero... gracias por venir. Significa mucho para mí haberte visto aquí. —Le sonrío sin despegar mis ojos de los suyos, mi corazón late rápidamente cuando lo veo sonreír y acercarse lentamente, como si fuera a besarme, pero mi lobo gruñe en mi interior de manera inesperada, impidiéndome contenerlo.

Lio me mira extrañado, retirándose con precaución, cuando estoy por disculparme, la puerta se abre de golpe, dejándome ver a la enfermera que me ha atendido todo este tiempo.

—Buenas noches... oh, no sabía que ya se habían ido los demás. Vine a colocar el medicamento del señor Ochoa.

—Buenas noches Daniela. —Saluda Lio, haciéndome fruncir el ceño. "¿Por qué él sabe cómo se llama?" Me pregunto y mi lobo gruñe al sentir... ¿Celos? Agito la cabeza intentando alejar esa sensación.

La enfermera comienza a mover algunas cosas de mi intravenosa, hace anotaciones y camina de un lado a otro, luce concentrada, pero algo en su postura me mantiene alerta. El aroma a cerezas y chocolate dulce me hace arrugar la nariz.

Lio me observa, pero yo no aparto los ojos de aquella persona que se mueve por mi habitación hasta que se va sin siquiera despedirse.

—¿En qué nos quedamos? —Pregunta Lionel con una sonrisita en los labios, pero no respondo, lo observo con un inconsciente puchero de enojo y el ceño fruncido. —¿Qué?

—¿Cómo la conoces? —Pregunto sintiendo los celos volver a instalarse en mi pecho.

"¿Qué mierda? Espera, deja de sentirte así, me haces quedar en ridículo. Yo no quiero saber eso." Regaño a mi lobo.

"Cierra el pico, sabes que quieres saber tanto como yo." Me responde.

—Es tu enfermera, malo sería no conocerla. —Lionel suena tranquilo y no aparta la mirada de mis ojos, transmitiendo confianza.

—Está bien. —Cedo y me recuesto en la camilla, cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Hey... ¿Estás celoso? —Desvío la mirada hacia la ventana. Me siento ridículo, pero la emoción está ahí, haciéndome sentir molesto conmigo por reaccionar así.

—No. —Le gruño, haciendo un berrinche. "¡Maldición, contrólate!" Me regaño. Respiro profundo y devuelvo la vista hacia mi acompañante. —Lo siento. Mejor cuéntame cómo te fue en el partido. Oí que te hicieron una falta y fallaste el penal.

—No voy a preguntar cómo supiste eso... Sí, fallé, aunque la falta no fue grave. Julían fue el que anotó el gol. Ha estado jugando muy bien... si te soy sincero, estaba muy distraído para poder jugar. No podía dejar de pensar en ti.

Me sonrojo de golpe, haciendo que el poco enojo que aún sentía desapareciera de golpe.

—También pensé en ti. Pero afortunadamente, unas personas que hablaban español y veían tu partido en el celular estaban detrás de mí en el primer tiempo. —Lio me sonríe de vuelta y de nuevo, nos quedamos en silencio.

El medicamento hace efecto poco a poco, desapareciendo casi por completo el dolor de mi cuerpo, pero ligeras punzadas en mi vientre bajo me hacen encogerme en mi lugar.

—¿Qué pasa? —Me pregunta el alfa de linda sonrisa con semblante preocupado.

—Es que... dirás que soy exagerado, pero... me duele. —Me agarro el vientre y comienzo a sobar, intentando proporcionarle calor.

Había olvidado lo horrible que la pasaba en mis celos, en casa de Javier su madre nos daba sacos con agua calientita y té de Cedrón para aminorar el malestar, pero el segundo y tercer día eran los peores, en donde, según la señora Balcázar, mi lobo llegaba a tomar posesión de mi cuerpo para hacerme las cosas más llevaderas. En esas ocasiones yo era demasiado joven para controlarlo, poco después y en presencia de Saúl, ambos nos coordinábamos para no dejarnos desprotegidos, sin embargo, en mi último celo junto al alfa, me puse demasiado sentimental y de puro milagro no terminé enlazado.

—Jamás te llamaría exagerado. No siento lo que tú sientes, no me corresponde juzgar tu dolor ¿Hay algo que pueda hacer por ti? —Su voz me saca de mis tristes pensamientos. Me quedo anonadado con lo que dice, siento mi corazón acelerarse y un cálido sentimiento apoderarse de mí. Mi lobo ronronea a gusto en mi interior, se siente seducido a pesar de que el alfa ni siquiera nos está cortejando.

—Uhm... no, no creo que haya algo que puedas hacer... Bueno, quizá haya algo. —Mi lobo agita la cola, emocionado por mis pensamientos. "Por favor dilo, anda." Me suplica.

—Adelante, díme qué es y haré todo lo posible por ayudarte. —Me sonrojo por mis propios pensamientos.

—¿P-puedes acostarte conmigo? —Susurro, mirando hacia mis manos. Lio se queda callado, haciendo que levante la vista, percatándome de su notable sonrojo y lo mucho que ha abierto los ojos. Pienso en lo que pregunté, notando que podría malinterpretarse. —No, no, no me refería... no quise... yo decía que te acostaras en la cama conmigo, a mi lado, porque tu aroma me hace sentir mejor.

Hablo rápidamente, intentando aclarar las cosas.

—C-claro... —Me responde, levantándose de su lugar para poder acomodar la cama en la posición adecuada, yo me hago a un lado dejándole espacio. En ese momento me doy cuenta que lo único que traigo puesto es la bata de hospital, abierta por completo de la parte trasera y mis boxers.

"Qué tonto ¿Cómo no me acordé?" Me regaño, intentando evitar sonrojarme.

"No es como si no te hubiera visto desnudo ¿Recuerdas?" Silencio a mi lobo antes de que me haga avergonzarme más.

—¿Está bien si me quito la sudadera? No estoy acostumbrado a dormir con demasiada ropa. —Asiento lentamente, viendo cómo se quita la prenda casi en cámara lenta. Su playera se levanta ligeramente, dejándome ver sus músculos bien definidos del abdomen, la "V" que se pierde entre su boxer y el resorte de su pats y poco después, sus musculosos brazos. Me relamo los labios sin apartar la vista de él y sin darme cuenta, un montón de feromonas salen de mi cuerpo, haciendo a Lio sonrojarse y empezar a ponerse nervioso.

Palmeo el espacio a mi lado, abriendo la sábana para dejarlo acostarse. Él obedece en silencio, quedando a la altura de mis ojos. De inmediato, mi lobo toma posesión de mí al sentirme nervioso, haciendo que me acerque de golpe al alfa, quien me sonríe nervioso.

Ahj... hueles a Raúl. —Mi voz suena ligeramente diferente y aunque creo que él no lo notará, me sorprende descubrir que sí lo hizo. Su mirada me cuestiona en silencio.

—¿Rizitos? No eres tú ¿Cierto? —Le sonrío de lado, o más bien, mi lobo lo hace, coqueto y desinhibido.

Sin responder, lo abrazo con algo de fuerza, comenzando a olfatear su cuerpo. Afortunadamente su cuello solo huele a café y almendras, haciéndome gruñir complacido, pero su cabeza tiene impregnada el aroma a tabaco de chocolate. Agradezco que no sea el aroma de un omega o de lo contrario me sentiría muy molesto. Comienzo a restregar mi mejilla por todos lados, como un gato marcando territorio. Mi lado humano muere de vergüenza, pero mi lobo se siente orgulloso de su trabajo.

Una vez mi lobo deja de percibir el aroma de mi amigo sobre el alfa, puedo retomar el control de mi cuerpo.

—L-lo siento, mi lobo hizo eso, yo no... —Una risita suave me interrumpe.

—No pasa nada, me gusta que tu lobo sea más... atrevido. Ahora huelo a ti y no hay nada mejor que eso. —Mi corazón da un vuelco con las palabras del alfa, pero solo le sonrío, acomodándome lentamente en la cama.

Nos quedamos callados un rato, en donde Lio se atreve a abrazarme al ver que me acerco cada vez más a su cuerpo. Sus manos me recorren la espalda sin segundas intenciones y un ronroneo sale de mi garganta. El sueño comienza a apoderarse de mí, aunque no lo suficiente para hacerme dormir, solo me siento relajado.

—¿Sabes? Odio los hospitales. Son fríos, solitarios, silenciosos y tristes. —Rompo el silencio, susurrando como si estuviera contándole un secreto.

—Otra razón por la que no debes volver a enfermar. Yo también los odio, pero porque odio ver a la gente que me importa sufriendo. Si pudiera tomar tu lugar, lo haría sin dudarlo.

—¿Sabes qué me da más miedo que morir? Bueno, morir no me da miedo, pero me pone algo nervioso pensar en lo que podría o no haber luego de eso...

—A mí tampoco me da miedo morir, me da más miedo vivir en un mundo en donde ya no estén las cosas o personas que me hacen feliz.

—Lo mío es un poco más egoísta... a mí me da miedo no morir, quedar conectado a una máquina por el resto de mis días todo por el egoísmo de las personas vivas que se niegan a dejarme ir. Si algo le he dicho a mi hermano Javier y a sus padres, es que, si en algún momento, algo como eso llega a suceder, jamás se les ocurra mantenerme "vivo" solo con máquinas. Incluso los he hecho jurar y firmar un documento médico-legal para que no me mantengan así. —Guardo silencio, esperando recibir algún reclamo como todos a los que les he contado mis deseos, pero una vez más, Lionel me sorprende con su respuesta.

—Suena muy razonable y es respetable. De cualquier forma, eso no es vida y tienes razón, el egoísmo de los vivos no debe ser tu problema. Creo que ahora haré que mi familia firme un documento como la tuya.

Sonrío a pesar de que él no me puede ver. Mi nariz está contra su pecho, de donde el aroma a café se desprende, haciéndome respirar profundamente e inundar mis pulmones con él.

—¿Por qué te recuerdo a los girasoles? —Le pregunto de golpe y en voz baja, sintiéndome tímido.

—Porque me encantan los girasoles. —Mi corazón se acelera sin darme tregua, aturdiéndome. El de Lio está igual que el mío, haciéndome saber que también está nervioso.

Guardo silencio mientras mi corazón retoma su ritmo normal. A pesar de que Lio es más pequeño que yo, me las arreglo para quedar acurrucado en su cuello, sintiéndome protegido por su cálido cuerpo. Los dolores han desaparecido y el sueño por fin comienza a cerrar mis párpados. De manera discreta, deposito un suave beso sobre el pecho del alfa, justo en donde está su corazón.

La respiración de Guillermo se vuelve profunda y pausada luego de un rato, haciéndome saber que se ha quedado dormido. Me permito soltar el aire que he estado reteniendo a causa de los nervios.

"Eres un tonto. ¿Cómo es que solo responde eso?" Me regaño mentalmente al sentirme estúpido por la respuesta que le di sobre los girasoles.

Mi brazo izquierdo está ligeramente entumecido por estar sosteniendo el peso del lindo omega frente a mí, pero no me importa en lo absoluto. Me alejo solo unos centímetros para poder observarlo, pero, incluso si está dormido, él me gruñe y se acerca de nuevo para hundirse en mi pecho. Sonrío enternecido, paseando mis dedos de la mano derecha sobre sus rizos y nuca, bajando hasta sus hombros y columna hasta llegar a la altura de su cintura, en donde considero prudente detenerme y volver a empezar el recorrido.

Las feromonas de su celo me tienen alerta y muy sensible, sin embargo, mi conciencia me ayuda a controlar mis instintos.

Una vez más, Guillermo se remueve entre mis brazos cambiando de posición, dándome la espalda. Me asusto un poco al verlo jalar las mangueras conectadas a su cuerpo, pero al ver que nada se ha movido, me relajo de nuevo.

Su espalda queda frente a mí, totalmente desnuda, permitiéndome apreciar por completo sus bien trabajados músculos. Mi mirada se desvía sin querer hasta su bonito trasero, pero cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, trago el nudo que se me ha formado en la garganta y nos cubro con la sábana, alejando de mi mente todo tipo de pensamientos inadecuados.

"Es lo correcto, aunque me duela decirlo." Mi lobo me reconforta.

"Ya habrá tiempo para eso." Le respondo.

Comienzo a cerrar los ojos lentamente, el aroma del omega entre mis brazos me relaja más de lo que recuerdo, haciéndome caer dormido sin darme cuenta.

Me despierto de golpe al sentir un gruñido salir de mi garganta de forma involuntaria. Me siento desorientado y algo nubla mi juicio aparte del sueño, pero no me doy cuenta de lo que es hasta que un nuevo gruñido se me escapa de entre los labios.

Memo sigue entre mis brazos, de espaldas a mí, pero gimotea y se soba el vientre.

"Está despierto ¿Qué le pasa? ¿Está herido?" Mi lobo entra en pánico, pero antes de que pueda calmarlo o preguntar qué sucede, una ola de feromonas me golpean el rostro y es ahí en donde noto la enorme erección que se aprieta contra mi pants.

El trasero de memo me roza inesperadamente, sacándome un gruñido de excitación.

Guillermo... —Susurro, pero sé que me ha escuchado, porque detiene sus temblores de golpe.

Alfa... —Su voz ha vuelto a cambiar, por lo que sé que es su lobo el que me habla.

—¿Estás bien? —Pregunto tras respirar profundamente en un intento de tranquilizarme. Él asiente aún sin mirarme. Toco su rostro con cuidado, bajando lentamente hasta sentir sus labios. Su aliento está caliente. "¿Tiene fiebre?"

"No, tonto, es el celo. La temperatura del cuerpo aumenta ¿Recuerdas?" Me siento regañado, pero mi lobo tiene razón.

Un nuevo movimiento de cadera me hace aspirar aire entre dientes cuando mi miembro es rozado por el trasero del omega entre mis brazos.

—Maldita sea... —Mascullo mientras intento alejar mi cuerpo del suyo.

La erección es dolorosa, pero sé que no es el momento para pensar en mí, mucho menos de hacer algo con Guillermo.

—Lio... —Mi nombre llama mi atención. La voz del omega se ha ido, indicándome que esta vez sí es Memo quien me habla.

—Hola... ¿Está todo bien?

—Lio... me-me siento muy caliente. —Esas palabras me vuelan la cabeza, pero tras tomar otra bocanada de aire, recupero la compostura.

—Es p-por tu celo. Es normal.

—Duele. —Guillermo gimotea, volteando hacia mí por fin.

Mi vista se nubla cuando más feromonas llegan hasta mi nariz. "Él nos está llamando." "Lo sé, pero no podemos hacer nada con él en este estado." Regaño a mi lobo por siquiera pensar en ceder.

"Humano tonto. Hay más cosas que se pueden hacer, no te estoy diciendo que lo marquemos."

Caigo en cuenta de lo que mi lobo quiere decirme y me siento un completo pervertido por no haber pensado en eso antes.

—Lionel... tócame. Por favor. —Los ojos suplicantes del omega me vuelven loco, sumado a sus feromonas atacándome y la notable erección contra la bata de hospital me hacen mandar todo a la mierda.

Su voz suena ronca y profunda, haciéndome saber que está excitado, sé que si hablo, la mía sonaría igual.

—¿Estás seguro? —Confirmo mis sospechas al notar mi voz mucho más grave de lo normal. Una nueva oleada de feromonas me nublan la mente, pero me niego a moverme un centímetro hasta escuchar sus palabras de afirmación.

—Sí, Lionel. Tócame. 

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