Muchas cosas habían cambiado.

El ahora pelinegro se preguntaba si aquel chico aún se acordaría de él. Lo dudaba, aunque todavía tenía esperanzas. El alfa miraba cada día la carta que le había mandado cuatro años atrás, sin poder evitar ponerse triste. No sabía si lo que sentía era amor o no, pero cuando pensaba en el omega, su corazón latía como mismo lo hacía hace unos años, antes de que se fuera del país.

En realidad, él seguía siendo el mismo Kim Seokjin de siempre. Trabajaba en la cafetería de Rosé y se limitaba a observar a las parejas que por allí pasaban. No negaba que varias omegas se le habían insinuado, sin embargo, jamás se fijó en alguien más. Porque era imposible que una persona pudiera superar lo que Jungkook le hacía sentir, y ni hablar de esa sonrisa que podía iluminar el mundo entero. Nunca olvidaría al tierno chico.

Ahora tenía veinticuatro años. Ese año cumpliría veinticinco y todavía seguía soltero. No era como si eso le importara, aunque él no quería ponerse viejo sin aprovechar la vida.

Pero la persona con la que deseaba estar por el resto de su vida, se encontraba muy lejos de Seokjin.

Por el contrario, Jungkook había encontrado "una pareja" a los dieciocho años, por culpa de su molesto celo. Uno de sus amigos de nombre Yugyeom, lo había ayudado con aquello. Su relación era netamente de amistad, aunque eso no quería decir que no tuvieran sus quehaceres de vez en cuando.

A pesar de todo, el omega no se sentía satisfecho estando con Yugyeom. Su lobo le decía que no le gustaba estar con aquel alfa, ya que no estaba enamorado de él, ni mucho menos le atraía. Solo eran encuentros ocasionales cuando alguno de los dos se encontraba en celo.

¿Cómo estará Seokjin? ¿Se habrá conseguido un omega? ¿Tendrá cachorros? Esas y muchas más preguntas pasaban por la mentecita del chico azabache.