Aún guardo en mi boca el sabor de tu último te quiero, tan cálido , tan humeante como el café de mis mañanas.

Soñamos con cierta cordura, volamos con las alas atadas a la razón; pero nunca prescindiendo de la pasión; siempre pendiendo de un "tal vez, sí Dios quiere" y hundiendo nuestra ilusión en un certero, amén, que así sea.

Cómo no pensarte si te impregnas hasta en la sangre de mis suspiros, te sujetas de mi abrigo y me encadenas a ese "quizá" que nos acaricia y nos despeina el sosiego.

Te escribo porque siento las ganas de explotar el estribillo de aquella bachata que espera por nuestros cuerpos, alguna noche en la que luna se desvele contemplando nuestros besos.

Nuestras ganas engordan con cada deseo y ese anhelo de seguir coincidiendo, entre banales discusiones  que siempre terminan ahogadas en furiosos orgasmos de dulce embeleso.

Vida mía, sigamos trazando los vértices de nuestros sueños, con la tinta de nuestros besos y con la magia de ese algo que  sentimos  no  importa  si  es  virtual  o  real, pero se va asomando desde lejos, que nos toca, nos sacude y nos estruja los sesos.