Vida mía, si por un momento, en el silencio de mis ojos, pudieses escuchar como cruje mi piel de esos celos que a veces maldigo con impotencia.

Si por un instante entendieras que a veces en mi exagerado delirio me siento dueño de cada rincón, de cada secreto y de cada milímetro de tu piel quizá podrías abrazar ese incendio que consume mi alma cada vez que me abofetean los celos.

Que no se trata de confianza ni de inseguridad, quizá son solo algunos malévolos insectos que revolotean mis entrañas y me hacen trizas el alma, temo que esto algún día  termine calcinando la piel de mi calma.

Que tal vez una noche, cuando sienta que su sonrisa se deslice entre otra mirada furtiva, no se sorprenda que la tenga que apagar con mis besos, con mis dedos y con mis ganas de recordarle en cada caricia, que yo soy suyo y usted mía. 

Que voy a desvestir mi garganta y quitar la mordaza de mi orgullo para admitir que tengo celos hasta del caprichoso viento y de la seda que cubre tus desvelos.

Celos de tu aliento que te besa la boca, de las sábanas que flamean tus sueños y de ese beso que te da el sol cuando te despierta con la luz del alba.

Por estos celos, quizá pienses que estoy loco, pero, vida mía,  yo te invoco que descubras el otro lado del horizonte,  y que poco a poco lo sepas que voy agonizando entre el carbón y el rescoldo, entre un te quiero y te evoco y entre la cordura y el enojo.