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༊*·˚Capítulo ocho ༊*·˚

La luz de luna era lo único que iluminaba el hermoso cielo nocturno cuando el segundo hijo de la reina estaba siendo recibido por la partera de la familia real. Horas extensamente largas, y mucho sufrimiento habían rendido frutos cuando la pelinegra tomó entre sus brazos a ese pequeño ser que alegraría su vida como el primero que tuvo en su vientre, pero que lastimosamente no resistió por mucho.

Su pequeño pedacito de cielo. Su luna. Piel de porcelana, belfos rellenos y una tierna nariz de botón.

La fémina sollozó cuando su bebé agarró fuertemente su dedo. Apretándolo, haciéndole saber que seguía con ella a pesar de todos los malos recuerdos.

Su mente le decía que no cantara victoria antes de tiempo, mucho menos después de las palabras de la matrona.

"Mi señora, no se ilusione. El bebé podría no resistir la fría noche. Apenas lloró cuando usted le dio a luz, puede que sea muy débil y no calmado como parece".

"No me importa". Esa fue su respuesta, cargada de determinación. Ocultando su temor. "Confiaré en la promesa de esa bruja. Mi hijo vivirá para hacerme feliz".

"Como usted desee su majestad".

Y es que la reina después de perder a su primogénito se desmoronó por completo. No quería comer, ni arreglarse, vivía llorando en los rincones del palacio. Se veía demacrada, tan desolada y eso había sido un detonante para que su esposo se sintiera impotente por no poder sanar el dolor de su otra mitad.

El rastro de lágrimas secas se volvieron una constante en los pómulos que alguna vez fueron portadores de dulces sonrojos. Las ojeras cada vez más se acentuaban en la piel baja de los ojos brillantes por el dolor, y no por la felicidad rebosante de la que antes gozaba su majestad.

El rey no podía continuar permitiendo que su esposa se dejara morir. Pero antes de si quiera poder plantearle una solución, él mismo tuvo la mala suerte de ver como su mujer rozaba un punto sin retorno.

Porque un mes después de la pérdida del próximo heredero al trono, el reino de Goryeo casi entra en luto permanente por su reina.

El hombre fue en búsqueda de su esposa, luego de que una de sus criadas le comentará que la susodicha había desaparecido de sus aposentos, por lo que no podría encontrarse con él para conversar.

Con los nervios a flor de piel el hombre y sus guardias revisaron cada lugar en el que la mujer podía estar, hasta que un pensamiento se estableció en su mente.

"Por supuesto. ¿Cómo no lo pensé antes?"

El pelinegro corrió despavorido hacia el pequeño bosque que se encontraba a espaldas de su palacio. Pues en dicho lugar existía una casita en la que tiempo atrás su reina y él frecuentaban para darse un tiempo a solas, como los dos enamorados que eran.

Pero eso lastimosamente había cambiado cuando él subió al trono, y adquirió más responsabilidades. De la misma manera en la que su mujer tuvo que comenzar a hacerse cargo de las criadas y el orden del palacio.

Tantas cosas habían cambiado, y aunque sabían que era algo que no podían evitar, sin querer descuidaron ese amor que nació con mucha pureza entre ellos desde que se enteraron que sus difuntos padres los comprometieron en matrimonio.

Cuando se conocieron habían quedado encantados con el otro, por lo que no fue difícil encariñarse y verse con otros ojos, unos llenos de amor y que asegurarían una unión fructífera que años después daría su primer resultado.

Uno que acabó muy mal, pues el hijo que concibieron juntos, nació muerto. No respiraba, por lo que no existía un modo para tratar de recuperarlo de las garras de la muerte.

Y que la dejara sola en esa etapa por estar atendiendo los asuntos del reino, lo hizo parecer un insensible y provocó la última gota que derramaría el vaso.

Por eso fue él quien llegó a la casa del bosque antes que cualquiera de sus guardias, y lo que vio, le heló el corazón.

Su esposa yacía con una cuerda en el cuello que colgaba desde lo alta de un árbol, a punto de decirle adiós al mundo para irse con su hijo.

"¡No lo hagas por favor, encontraremos la solución!"

La mujer detuvo sus movimientos, pero sus lágrimas no paraban de caer como cascadas por sus mejillas.

"No hay solución. Lo perdí y ni siquiera el rey podrá hacer algo al respecto".

"Te prometo que lo haré. Esto se volverá solo un mal recuerdo en tu vida, pronto tendrás un retoño en tus brazos y serás feliz".

"¿Cómo puedo confiar en ti, si me dejaste a mi suerte cuando más te necesité?"

"Solo confía en mí. Esta vez no te decepcionaré. Lo prometo".

Ya fuera por debilidad, por su puro amor, por miedo a hacer algo de lo que no había vuelta atrás, o por querer creer en las palabras del hombre que amaba, la mujer desistió de su idea, quitándose la cuerda y bajando de la silla en la que había estado apoyada antes de darle punto final a su sufrimiento.

Su esposo no tardó en envolverla entre sus brazos, dándole el consuelo que no pudo brindarle antes, hasta que los guardias que siguieron la pista de su monarca llegaron, y por fin cumplieron con su labor de escoltarlos sanos y salvos a palacio.

Cuando la fémina estuvo más tranquila, conversó tranquilamente con su marido, y llegaron a un acuerdo. Intentarían ser padres una vez más, pero esto se daría cuando la mujer se recuperará por completo, para asegurar una buena salud al hijo que dependería de ella por los meses que estuviera en su vientre.

¿Tendrían suerte esta vez?

Dos meses después, la reina daba la buena nueva al estar en cinta por segunda ocasión. Esta vez con muchos más cuidados y atenciones, pero sobre todo siendo respaldada por su esposo.

Pero una incógnita estaba presente en el ambiente. ¿Por qué esta vez sería diferente? ¿Qué les garantizaba que su nuevo hijo no tendría el mismo destino que su hermano?

La respuesta era sencilla, el rey se encargó de ello con un método infalible. Pues no vaciló ante la idea de pedirle ayuda a una bruja que era conocida por su increíble destreza con el arte de la magia.

La contactó, y le contó la situación con su esposa. La hechicera le aseguró que podría ayudarle con el trabajo, pero que para eso debía conocer a su mujer. El hombre aceptó y eso fue lo que sucedió días después de poner al tanto de su plan a su reina.

La pelinegra había estado un poco recelosa, pues, aunque las brujas eran respetadas, también eran conocidas por ser traicioneras. Sin embargo, la susodicha la calmó diciendo que por la suma de dinero que le ofrecieron, jamás haría un trabajo que pudiera perjudicarla. Así que, por ese motivo, la fémina le entregó su confianza ciega a la mayor.

Sin imaginar que su decisión, traería consigo algunos peros que eran la manera del destino de cobrar tal favor.

"¿Qué tengo que hacer para no perder al hijo que llevo en el vientre?"

"Es suficiente con un sacrificio a la madre Luna. Yo te ayudaré con eso, su majestad no tendrá que preocuparse por ello, solo participar haciendo lo que yo le indique".

Ante eso, la bruja se encargó hasta el más mínimo detalle, a pesar de saber que lo que haría en el futuro ocasionaría una desgracia. Sin embargo, la idea de conseguir dinero era lo que la frenaba, ya que lo necesitaba para sostener a su familia. Además de que se había convencido a sí misma de estar cumpliéndole el sueño a una madre a la que el destino le robó la oportunidad de traer al mundo a su primogénito.

Sí, quizá era una mala persona. Pero a su concepción peor persona era la reina que no confiaba en los designios del universo.

Los meses transcurrieron con normalidad y sin preocupaciones, mientras el vientre de la pelinegra crecía como prueba de un buen embarazo. El rey estaba más que feliz por ver a su mujer nuevamente pletórica, tal y como cuando la conoció años atrás.

Creyendo en que su solución había sido la mejor.

Todo iba de maravilla hasta que llegó el día del parto. El mayor se mordía las uñas de los nervios, esperando afuera de los aposentos de su querida consorte, por las noticias de un buen nacimiento. Había dejado todo de lado para no cometer el error de la vez pasada, así que nada ni nadie lo movería de su lugar.

Estaba tan perdido en sus pensamientos, pidiéndole con verdadera devoción a la madre luna, como la vez en la que se realizó el rito y sacrificio de un lobo, donde su mujer brindaba al astro la sangre del animal como muestra de protección al ser que crecía en su interior, hasta que la voz de una criada lo sacó de su ensoñación.

"Mi rey, todo salió bien. Puede pasar a ver a su esposa y a su hijo".

Después de esas palabras, lo único que recuerda el hombre es que sus propios pies lo llevaron hacia el interior de la habitación, donde su mujer tenía en brazos a su hijo.

"Este es tu hijo, cariño. Nuestra luna que llegó al mundo para iluminar nuestras noches más oscuras".

"Es bellísimo. Tanto como tú lo eres." El rey halagó, besando la frente de su esposa, y atrayéndola a sus brazos para que pudiera descansar mejor, mientras ambos observan con fascinación al pequeño varón.

Un niño que crecería sano y fuerte. Siendo dotado por la más grácil belleza, inteligencia y otras cualidades.

Siendo el heredo perfecto para el reino de Goryeo, de no ser porque en el cumpleaños quince del tesoro de sus majestades, una verdad les golpeó con fuerza.

"¿Doncel? ¿Mi hijo es un doncel?"

Si en tiempos posteriores los donceles eran discriminados, en esa época era mucho peor al no tener mucho conocimiento de su verdadero origen, por lo que toda la gente en el palacio sintió que eran víctimas de una maldición.

Pero para bien o para mal, todos amaban al príncipe, por lo que una vez más se encargarían de encontrar una solución.

El susodicho se sintió muy abatido por el comentario de su padre cuando se enteró, dejando de lado el dolor en su vientre, el cual era la mayor prueba de su condición. Sin embargo, lo dejó pasar luego de que su madre le dijera que ya se le pasaría. Que había sido una sorpresa muy grande, pero ni siquiera eso cambiaría el amor que sentían por él.

Entonces teniendo esas palabras reconfortantes en mente, el pelinegro se permitió adaptarse a la idea de su nueva realidad.

Los días pasaron, y el rey ya estaba más tranquilo con la situación, un hecho que mantenía en serenidad a la reina. No obstante, luego de que el mayor le platicará la situación de su hijo al consejo, la fémina previó que ese podía ser el principio del fin.

Maldita la hora en la que confió en esa bruja que desapareció con el dinero sin antes contarle lo que su retoño tendría que vivir. Porque se sabía que la mayoría de esas esas mujeres podían ver el futuro, y ella se había guardado esa información tan importante por la que nunca la perdonaría.

Pues al no tener otro hijo varón, a los reyes no les quedaría de otra más que optar por la opción de casar a su hijo con alguien de la nobleza que pudiera reinar a su lado como la gente de Goryeo merecía y que sobre todo aceptara desposar a alguien casi igual a él.

Y aunque todavía faltaba tiempo para que el príncipe cumpliera la mayoría de edad, ellos como padres debían hacérselo saber.

Al menor la noticia le cayó muy mal, porque siempre soñó con tener una historia de amor como la de sus padres, y ahora por su condición, le impondrían una persona con la que uniría su vida para siempre sin siquiera tener derecho de enamorarse.

Una discusión muy intensa fue lo que se vivió en el salón del trono, donde el pelinegro expresó su descontento. Mostrando que él no sería ningún sumiso que bajaría la cabeza solo para que un "hombre de verdad" lo desposara llegado el momento.

Un detalle que preocupó a sus progenitores, muy a pesar de que sabían que era normal, pues su hijo nunca fue criado para ser el esposo de alguien, si no el próximo rey. Uno que se podía defenderse a sí mismo y a los intereses de su nación.

Pero las leyes estaban escritas por el consejo y estas dictaban que un doncel no estaba listo para asumir ese cargo, por más capacitado que estuviera. Solamente debía aceptar un buen pretendiente. Así que esa conclusión bastó para que el joven saliera del lugar sin rumbo cierto, totalmente cegado por el enojo.

Quería llorar, quería gritar, quería maldecir a la vida por estarle haciendo sufrir de esa forma.

Se decía que no podía ser cierto, que pronto despertaría de ese mal sueño.

Su cuerpo se movió por la espesura del bosque hasta que la tarde reemplazó a la noche, y la luna hizo su maravillosa aparición en el firmamento.

El pelinegro había detenido su andar, dejándose caer sobre sus rodillas en el césped. Sin importarle realmente si su costoso hanbok se ensuciaba o no.

A lágrima viva le pidió una explicación al radiante astro.

"¿Por qué luna? ¿Por qué debo vivir esto? ¿No se suponía que yo fui un milagro para el reino? ¿Por qué ahora tengo que pasar por tal situación?"

El príncipe siempre había sentido que era escuchado por la luna, como si al contarle sus preocupaciones, esta pudiera encontrar la manera de consolarle. Aunque en esa ocasión se sintió como si le estuviera hablando a la nada, de no ser porque un pequeño ruido le alertó, advirtiéndole que no estaba solo.

Desenfundando su espada, se puso en alerta a pesar de lo mal que se veía.

"¿Quién está ahí? Muéstrate si no quieres que te dé una lección".

Y solo esa amenaza bastó para que un jovencito que parecía ser de su misma edad apareciera detrás de un gran árbol. Era un campesino, se podía notar a simple vista por sus ropas.

"Lo siento mucho, no fue mi intención. Solo pasaba por aquí cuando sin querer le escuché, su majestad".

Al ver que el contario no era ningún peligro, el doncel guardó su espada y se aproximó al contario a paso lento.

"Entonces debiste pasar sin mirar atrás. Lárgate antes de que cambie de opinión".

"No puedo".

"¿Por qué no?" Preguntó con molestia, pero la respuesta le causó una extraña satisfacción.

"Porque usted está triste, y si me permite me gustaría consolarlo".

Y realmente no debió permitirlo. No tenía que dejar que aquel campesino con una sonrisa de hoyuelos lo tomara entre sus brazos, dándole una protección que jamás imaginó recibir de alguien que no fuera de su entorno.

Pero nada se puede hacer contra el destino.

Mucho menos cuando se trataba de dos elegidos para compartir un hilo que unía sus almas en una preciosa alianza que le daba significado al más bonito sentimiento, el amor. 

Continuará...

Yo sé que ustedes ya deben hacerse una idea de por donde va esto, así que espero les haya gustado la primera parte de la leyenda del príncipe y el campesino, la cual es de mi completa autoría. Gracias por leer.

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