༊*·˚Capítulo nueve ༊*·˚
Aquel día, el príncipe dejó conocer su lado más vulnerable al campesino, sintiéndose en confianza para contarle su secreto, logrando la aceptación y comprensión ajena. El joven portador de hoyuelos le había hecho saber que no tenía la culpa de estar viviendo dicha situación, brindándole el consuelo necesario para que su alma se llenara de paz, dejando los malos sentimientos de lado.
Esa noche, el primogénito de la familia real también se permitió descubrir más acerca del humilde muchacho, quien vivía cerca de ahí, y que a veces paseaba por el lugar donde se encontraban, para comprobar que las flores que plantaba en la fértil tierra crecieran bien. Porque de algo tenía que vivir para ganarse la vida, ya que lastimosamente era huérfano. Aunque para su suerte una buena persona le acogió a él y a otros muchachos de su edad, lo que tranquilizó al doncel, que vale aclarar era mayor a él con un año.
Irse de esa forma del palacio nunca fue la idea del príncipe, pero aun así le daba vergüenza regresar. Sin embargo, el campesino lo hizo entrar en razón, diciéndole que debía hacerlo si no quería llenar de preocupación a sus padres a los que a pesar de todo amaba tanto, y viceversa.
"Seguramente te están buscando, majestad. Ve con ellos".
"Pero tú..." El mayor quería volver a verlo, y ser directo era una de sus mayores cualidades, por lo que no fue difícil hacérselo saber al contrario con verdadera sinceridad. "¿Algún día podré volver a verte? Me gustó pasar tiempo contigo".
"A mí también. Como tengo muy presente que no podrás escaparte todos los días, ¿te parece si nos encontramos aquí cuando haya luna llena? Estaré en este lugar sin falta, será nuestro escondite secreto, príncipe".
"Está bien. Lo esperaré con ansias, gracias por escucharme".
"Gracias a ti por darme la oportunidad de hacerlo".
Con un ademán, aquellos destinados se despidieron portando unas suaves sonrisas en sus rostros. Grabando en sus corazones el bello recuerdo de una amena compañía.
Cuando el príncipe llegó al palacio, todos los criados, incluidos sus progenitores estaban muy angustiados, organizando búsquedas con ayuda de los soldados que servían a la familia real.
Ya habían pasado varias horas en las que el pelinegro estuvo desaparecido, lo que podía significar una gran desgracia para el reino y para los reyes, que ante todo eran padres. No querían cometer un error y ganarse el desprecio de su hijo, porque jamás se lo perdonarían.
Por eso cuando lo observaron ingresar al salón del trono, su mundo se volvió a llenar de color al ver que su querido hijo estaba sano y salvo.
"Hijo mío. No vuelvas a irte de nuestro lado, por favor". La reina suplicó, atrayendo a su menor a sus cálidos brazos, importándole muy poco el aspecto desarreglado y el hanbok sucio del contario.
"Lo siento madre, lo lamento padre".
Ante la disculpa del príncipe, el rey suspiró pesadamente, alejando cualquier sentimiento de preocupación. Pasando su mano sobre los cabellos negros, dejando una caricia y pidiendo en silencio a todos los presentes que les dejaran solos, pues era momento de hablar.
Los sirvientes y soldados se retiraron haciendo reverencias, cerrando las inmensas puertas del amplio salón. El mayor exhaló, y se puso a la misma altura que su mujer y su hijo.
"Eres el príncipe, no puedes tomar esa actitud, lo sabes de sobra".
"Lo sé..."
"Pero entiendo porque lo hiciste. Es un gran cambio lo que te espera hijo. Ojalá pudiéramos cambiar las leyes para que no vivas esto, pero no se puede".
"También lo sé, y no los culpo por ello".
"Gracias por entenderlo hijo, y si te sirve de consuelo no te presionaremos hasta que ese momento llegue". La fémina intervino, haciéndole saber a su tesoro lo que habían acordado con su marido mientras yacía desaparecido.
"¿De verdad, madre?"
"Sí, te daremos el tiempo suficiente para que te acostumbres a la idea. En realidad, sería maravilloso que las cosas no fueran así, pero este es el destino que alguien con linaje real debe vivir".
"Lo comprendo, gracias por al regalarme la oportunidad de digerir la situación".
"Claro que sí, lo hacemos porque te amamos, hijo."
"Gracias, padre".
Y después de eso, la familia real se fundió en un gran abrazo. Prometiéndose cumplir con la palabra que le dieron a su adorado tesoro.
Ese gesto bastó para que las cosas volvieran a la normalidad, sin embargo, eso también significo que el príncipe dejara sus costumbres de entrenar con la espada, para ser instruido en el arte de la danza como el resto de doncellas del palacio.
Y aunque al principio se sintió tan fuera de lugar, sus compañeras nunca le discriminaron, al contrario, lo aceptaron como uno más del grupo. En ese aspecto, su vida no se volvió tan mala, por lo que lo agradecía en demasía.
Pero lo que más podía destacar, era que cada noche de luna llena iba en búsqueda del campesino que se había vuelto como el aire que necesitaba para respirar. Sus encuentros a escondidas era lo que más disfrutaba, pues con solo hablar con el joven de hoyuelos, el príncipe sentía que sus preocupaciones se disipaban.
Sin embargo, el tiempo pasaba y la adultez comenzó a hacerse presente en ambos jovencitos que desarrollaron sentimientos mutuos. El príncipe se había vuelto más hermoso a los ojos del campesino, y este se convirtió en alguien realmente atractivo para el doncel. Por lo que no fue sorpresa para ninguno que se dejaran llevar, dándose el primer beso a la edad de dieciocho años.
Tampoco es como si hubieran meditado que lo suyo era totalmente prohibido, simplemente se dejaron guiar por sus corazones enamorados. Y es que cuando estás enamorado, la mayoría de veces no piensas antes de actuar.
Por eso el doncel aceptó sin rechistar volverse la pareja del campesino. El joven de hoyuelos no podía estar más contento con eso, a pesar de ser alguien humilde, por lo que se prometió a sí mismo mejorar cada día para ser alguien que tuviera la dicha de pedir la mano de su príncipe cuando este llegara a la edad óptima para ser desposado.
Ese era su plan, y ya encontraría la forma de ingeniárselas para volverlo realidad.
Con ayuda de sus ahorros se instruyó, estudió, y aprendió, volviéndose alguien de valor para la nación. El príncipe estaba más que orgulloso de su pareja, sin siquiera imaginar que él era la razón de su superación personal.
El doncel nunca quiso cambiar al menor, él lo amaba verdaderamente por lo que era: un dulce joven, muy inteligente y amante de las plantas. No obstante, también apreciaba que este se hiciera un camino que le asegurara una buena vida. Una que no compartiría a su lado, pues cada vez más faltaba poco para que su separación llegara, y aunque eso sucediera, el príncipe siempre atesoraría el precioso recuerdo de su primer y único amor.
Porque nunca nadie sería capaz de igualar los sentimientos que obtuvo por el plebeyo.
Lástima que el menor nunca se rendía.
"Estás loco, cariño. Eso es imposible". Unos meses antes del cumpleaños veintiuno de su majestad, su pareja le hizo una proposición que había dejado al pelinegro de una sola pieza. "Lo mejor es que nos concentremos en disfrutar el último tiempo que nos queda".
"Claro que no. Yo no me rendiré mi luna. Te desposaré sí o sí, porque yo no estudié solo para ser alguien en la vida, lo hice para tenerte a mi lado".
Que le llamara su luna, era algo que hacía flaquear la determinación del príncipe, pues aquel apodo mimoso era su debilidad desde que el campesino le comentó la razón para decirle así años atrás.
"Serás mi luna, porque como el astro que ilumina las noches oscuras, tú haces lo mismo con mi vida. Porque eres tan fuerte, tan etéreo, tan majestuoso, y a la vez tan inalcanzable como ella. Pero a pesar de eso, siempre has estado ahí cuando más lo he necesitado. Porque la luna podrá desaparecer durante el día, no obstante, todos tenemos la constancia de que sigue ahí. Y tu presencia en este tiempo para mí ha sido igual que la de ella, pues podremos no vernos todos los días, pero cuando nuestras vidas se entrelazaban en el momento justo, la eternidad se vuelve una realidad a tu lado".
Ah, decir que el príncipe había llorado ese día fue poco. Las palabras desbordantes de amor y rebosantes de una tierna poesía fue lo que necesitó para dejarse caer de cabeza por el campesino. Y ese sentimiento no había hecho más que prevalecer y fortalecerse con el pasar del tiempo. Por eso se sorprendió y tuvo miedo cuando el menor le contó su plan.
Porque podía salir bien, o muy mal por tal atrevimiento. Era una pena que ambos fueran de mundos distintos.
Temía perderlo, y eso era algo que nunca se perdonaría.
"No, no y no. No me arriesgaré a que mis padres quieran ordenar cortarte la cabeza por tu loca idea. Jamás lo consentirían, mi deber es casarme con el pretendiente que ellos escojan".
"Solo confía, si no arriesgamos, no ganamos. Sé que talvez tengo menos probabilidades por no ser noble, pero fue una suerte que permitieran que los hombres con estudios y reconocimientos pudieran postularse. Y siendo sincero no me importaría enfrentar esa crueldad por ti".
"Está bien, de todas formas, jamás permitiría que te tocaran un cabello, será sobre mi cadáver".
Su pareja negó, tampoco permitiría algo así. Algo le decía que tendría suerte si jugaba bien sus cartas y eso es lo que haría.
Los días fueron pasando, y el príncipe fue notificado con la noticia de la presencia de varios pretendientes en el salón del trono, por lo que tuvo que presentarse en dicho lugar, sintiendo los nervios a flor de piel.
Cuando llegó se encontró a sus padres, varios jóvenes ubicados uno al lado de otro, y entre ellos estaba su adorada pareja, la cual iba a arriesgar el todo por el todo. Siguiendo la debida etiqueta, saludó haciendo una reverencia.
El rey lo invitó a ubicarse a su costado, para tener una mejor vista del panorama frente a sus ojos. Ignorando al joven de hoyuelos por su propio bien, a fin de cuentas, era algo que ambos habían acordado para no levantar sospechas de su relación.
El príncipe suspiró, tenía tanto de donde elegir, pero sus ojos y corazón ya tenían dueño. No obstante, ahora solo dependía del susodicho crear una buena impresión.
Los candidatos fueron pasando, siendo evaluados con un ojo realmente crítico y sometiéndose a muchas preguntas. Algunos lo hicieron bien, otros demasiado mal por los nervios, pero ni siquiera eso le importaba al doncel que se retorcía internamente por la ansiedad que le carcomía por dicha situación.
Ya fuera por su elocuencia al hablar, su gran inteligencia que demostraba la sabiduría que poseía sobre cualquier tema, o por el simple hecho de tener una muy buena reputación, el joven de hoyuelos fue reconocido por los reyes como uno de los finalistas que pasarían a la etapa final.
El príncipe quería llorar de la emoción, a pesar de que su rostro fuera una perfecta cara de póker. Tal parecía que se había preocupado por nada, pero lo que le seguía dando un mal presentimiento era la última prueba, la cual ni su madre parecía conocer que era.
Sin embargo, el doncel desistió de darle importancia a ese asunto, mientras el resto de participantes continuaba dando su mayor esfuerzo para ser notados por los gobernantes de Goryeo. Observando cada tanto a su pareja, que parecía rebosante de felicidad por tan buenos resultados.
Sin imaginar que, por un momento, su gran sonrisa se desvanecería por completo.
Una hora más pasó antes de que en la sala del trono solamente quedaron los diez elegidos. Los soberanos le agradecieron a los valientes participantes y el mayor, no demoró en darles unas palabras de aliento antes de la prueba decisiva.
"Ustedes han demostrado que gozan de la sabiduría necesaria para ser quien porte el peso de una nación sobre sus hombres. Sin embargo, la inteligencia y los conocimientos no lo son todo para poder sentarse en este trono. Se necesita de una habilidad muy importante para defender el reino, y, sobre todo a mi querido hijo."
El príncipe se sobresaltó cuando entendió por dónde iban las palabras de su padre y sin querer le dedicó una mirada a su madre, quien también había comprendido el trasfondo de aquel mensaje.
"Saber usar una espada es esencial. Demuestra su valor como guerreros, y otorga protección a sus seres queridos. Nunca dejaré que alguien que no sepa defenderse se case con el príncipe, así que esa habilidad deberá ser demostrado con duelos entre ustedes".
Algunos se observaron confiados, otros realmente preocupados, pero el pelinegro solo pudo concentrarse en su razón de ser. Quien a pesar de haber pedido su sonrisa momentáneamente, trató de no verse afectado por dicha resolución.
El joven de labios rellenos quería arrancarse los cabellos de la desesperación, pues su pareja no sabía luchar. ¿Cómo podría lograr salir ileso de esas batallas? Aquello era más que imposible, lo vería morir frente a sus ojos.
Estuvo a nada de intervenir, de no ser porque su padre declaró el inicio de los duelos. Definitivamente no le quedaba más que confiar, y rogarle a la luna que fuera benevolente con ellos.
Para tranquilidad del pelinegro, las peleas no eran a muerte, aunque no se descartaba que sus pretendientes salieran mal heridos. Pues eso fue lo que le sucedió a la mitad de los candidatos a desposarlo, mientras el joven de hoyuelos consiguió exitosamente salvar su pellejo ante su contrincante.
El doncel estaba atónito. ¿Acaso su pareja le había mentido sobre su dominio con la espada?
No lo sabía, pero lo agradecía.
Finalmente, su chico se vio enfrentando al hijo de un noble con verdadera rudeza. Nadie en el salón podría determinar quién sería el ganador, pero un golpe de parte del privilegiado, fue lo que hizo que el príncipe temiera por su eterno amor.
Sin embargo, la maravillosa agilidad del susodicho, fue lo que le terminó otorgando la victoria al lograr derribar a su oponente, manteniéndolo a raya con la espada que yacía cercana a su cuello.
"Tenemos al ganador, el próximo rey y esposo de mi querido hijo".
El rey anunció con algarabía, su mujer aplaudió junto a las criadas y los ancianos del consejo, mientras el doncel se permitía respirar en paz.
La luna no le había fallado después de todo.
"¿Cómo hiciste esto? Estuve a punto de perder la cabeza por tu culpa".
El príncipe le reclamó, dando golpecitos en su pecho a mitad de la cita que les había tocado compartir, para disque conocerse más a fondo antes de la boda.
Porque nadie nunca se enteraría de la bella historia que compartían, o bueno, eso era lo que creían.
"Lo siento mi luna. Aprendí tantas cosas por ti, por lo que esta tenía que venir incluida. Me alegra tanto haber aceptado clases de defensa personal, espada y arco".
"Te lo tenías tan guardado, ¿por qué?"
"Esta información me la había guardado para no incomodarte, pues sé que tú te puedes defender perfectamente y no quería hacerte sentir inferior por ello".
Al saber la razón, el mayor se suavizó considerablemente. Regalándole un suave beso en la mejilla al más alto, capaz de calentar su alma y corazón enamorados.
"Eres un bobo, pero así te amo".
"Yo también te amo".
La pareja se abrazó con fuerza, disfrutando del bello paisaje que el jardín real les ofrecía. Su historia de amor a escondidas por fin parecía conseguir el desarrollo que se les creyó negado por las circunstancias.
Un mes transcurrió y la boda real se llevó a cabo, siendo tan bonita que ninguno de los novios podría olvidarla fácilmente. Todo el reino celebró a lo grande a los próximos herederos al trono de Goryeo, y el rey supo que su elección fue la más acertada, gracias al buen recibimiento que su yerno había experimentado.
Que buena idea se le había ocurrido al sugerir que cualquier con un buen currículo pudiera postularse. Pues sin querer consiguieron a un diamante en bruto que traería tanto bien a su adorado reino. O al menos así sería por los años en los que la pareja de destinados gobernara.
Pero lastimosamente ese suceso no podría ser visto por el rey, quién fallecería un año después de la boda de su hijo, a causa de una terrible enfermedad que apagó su vitalidad. La reina quedó destrozada por tan horrible perdida, pero al menos su único hijo era su mayor consuelo.
Y saber que solo ella podía instruirlo en sus nuevas responsabilidades como segundo al mando, fue lo que más la impulsó a no rendirse después de la coronación de los nuevos reyes del próspero Goryeo.
Cinco años más pasaron antes que la mujer sintiera que su vida estaba llegando a su fin. Ya fuera por la tristeza de haber perdido a su marido, por querer reencontrarse con su primogénito o por creer que su trabajo ya estaba hecho, después de haber vivido un tiempo tan feliz, lleno de momentos gratificantes para su vida y para su querido pueblo.
Ya había visto tanto, y estaba satisfecha, aunque lamentaba no poder conocer a su nieto.
Porque sí, su tesoro al fin después de tantos años consiguió quedar en cinta y le faltaba poco de un mes para el alumbramiento.
Un parto que sin querer se adelantaría días después de su ida de este mundo.
Ya que, gracias a su "egoísmo", según la bruja, había unido su vida a la de su hijo, provocando el más trágico desenlace. Porque si ella hubiera confiado en un nacimiento exitoso, y no pedido la ayuda de una hechicera, nada de esto estaría pasando. Los designios del universo eran perfectos, pero cuando se interfería de lleno en estos, la misma vida era la que se cobraba el favor con creces.
Ambos reyes murieron creyendo que su hijo sería el más feliz, sin la mínima idea del terrible suceso que dejaría a Goryeo en luto por varios meses.
"L-Lo siento tanto cariño, lamento no haber sido tan fuerte por mí y nuestro hijo".
"Ya luna, no digas más. No gastes energías, por favor".
El rey rogó, llorando por el inconmensurable dolor que le atacaba al ver a su esposo débil y a su hijo muerto sobre el pecho del doncel.
"Ya no hay vuelta atrás amor. Sé feliz por ambos".
Pidió en un sollozo, dejando una caricia en el rostro del hombre que sostenía su cuerpo con fuerza. Y sin más, se dejó ir con el mismo dolor que le consumió al instante en el que la partera le dijo que su hijo había nacido sin respiración.
Dejándolo con el corazón partido, pero con la fuerza suficiente para despedirse de su pedacito de cielo.
Oh, cruel destino que sin querer volvía a repetir la misma historia. Solo que esta vez con un cruel final, sin una posibilidad de segunda oportunidad.
Porque cuando el rey perdió a su luna, supo que no podría continuar.
"Yo ya no puedo vivir sin ti. Así que espero me perdones por lo que haré, te prometo que seremos felices una próxima vez, y las que les sigan, amor mío".
El susodicho ni siquiera le comunicó el fallecimiento de su marido a las criadas y soldados que esperaban a fuera de los aposentos, con el único objetivo de dar privacidad a la familia real, por el simple hecho de que no quería ser interrumpido en su plan.
Con el rostro bañado en lágrimas, escribió una carta de despedida en la que confesaba su historia de amor, para así justificar su acto de cobardía.
Y cuando estuvo contento con el resultado, desenfundó su espada y se la clavó a sí mismo. Atravesando su corazón que dejó latir desde el instante en que perdió a sus dos amores.
Luego de eso, Goryeo lloró tantas partidas con verdadero dolor. Pero para suerte del reino, quienes sucedieron a sus abnegadas majestades, fueron dos personas realmente bondadosas de corazón. El rey con mirada felina y su doncel, quien cada vez que sonreía, sus ojos se volvían dos tiernas medias lunas.
El primero era el segundo en la línea de sucesión al tratarse del primo de su fallecida alteza años atrás. Por lo que no tuvo que derramarse sangre para llegar al acuerdo dictaminado por los ancianos del consejo. La pareja que ya llevaba años casada, por lo que se desempeñó bien en su labor, trayendo la alegría al palacio y a los súbditos a fuera de este.
Y aunque el reino vivió una situación cruel, pudo ser levantado una vez más por gobernantes dignos de admiración y respeto. Pero, aun así, Goryeo jamás podría olvidar la historia románticamente trágica, la cual sería tan atesorada por muchos como repudiada por otros pocos que creían que había sido un escape muy fácil a las responsabilidades de la corona.
Sin embargo, la mayoría de personas distaba de esa opinión y eso era lo que importaba.
Pues un amor como el de esos destinados no aparecía dos veces en la vida, o tal vez sí. Nadie lo sabía a ciencia cierta, pero todos los que conocían la mágica historia querían confiar en que el hilo rojo los uniría una vez más.
Naciendo así, la leyenda del campesino que amó al príncipe bendecido por la luna.
Continuará...
Gracias por leer, espero les haya gustado esta parte de la historia que tiene que ver con la linda relación que está desarrollándose entre nuestros protagonistas.
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