━ II. Alice blue
ABRIÓ LOS OJOS DE FORMA abrupta y se irguió como una exhalación, para segundos después notar una leve sensación de malestar que se extendía por su cuerpo.
Miró a su alrededor, y todo lo que veía le resultaba desconocido.
Las paredes de aquel habitáculo, iluminadas con la tenue luz del astro lunar que se colaba por las finas telas que componían las ventanas, se veían vacías y frías.
Estaba sola en aquel sitio, fuera donde fuera.
Se puso en pie y se quitó el pelo de la cara.
Caminó a pasos torpes hasta el ventanal y apartó la tela con cautela para luego mirar hacia el exterior.
Trató de hacer memoria de como había acabado allí.
Recordaba el mercado de esclavos, y recordaba que intentó huir, aunque aquello no tuvo éxito alguno.
Segundos más tarde, la imagen del hombre que detuvo al arquero dispuesto a acabar con su vida cruzó su mente.
Ese lugar debía ser su casa.
La había comprado y traído hasta allí, aunque no recordara nada del viaje, puesto que segundos más tarde de que aquel desconocido detuviera su ejecución, el cansancio y la fatiga terminaron de mellar a Inna por completo haciéndola perder el conocimiento.
Sus ojos hicieron un examen rápido del lugar donde se encontraba.
Pudo vislumbrar a lo lejos, una esquina oscura en la muralla que cercaban la propiedad.
Aquello sería su salida.
Estaba lo bastante escondido y poco iluminado como para pasar desapercibido mientras trepaba y salía de allí.
Cogió una bocanada de aire y cerró los ojos momentáneamente.
Podía notar la fatiga en cada recoveco de su cuerpo.
Llevaba días sin comer, y sus captores solo les habían provisto de la cantidad suficiente de agua para mantenerles vivos y sumisos.
No sabía si sería capaz de escalar el muro, aunque no se tratara de uno de altas dimensiones, pero a penas podía mantenerse en pie sin notar mareos y cansancio.
Aún así, debía intentarlo.
No sabía que suerte le depararía allí, pero no estaba dispuesta a quedarse para averiguarlo.
Con gran acopio de todas sus fuerzas, tras apartar los telares de la ventana, alzó su cuerpo para conseguir saltar por el poyete y aterrizar en el suelo.
Miró a ambos lados para asegurarse de que no había guardias ni nadie que pudiera verla cerca.
Estaba sola.
Se irguió con cautela y empezó a caminar pegada a la fachada para ser menos perceptible, amparada por el manto de la noche.
Sus ojos recorrieron las piedras que formaban la arquitectura del muro, y buscó los más sobresalientes para poder trazar una ruta a la hora de trepar.
Suspiró y comenzó su escalada.
Colocó el pie derecho en uno de los salientes y se impulsó con todas sus fuerzas hasta alcanzar la siguiente piedra donde agarrarse, y la siguiente, y la siguiente.
Cuando se dio cuenta, había conseguido llegar hasta la cima del muro, y con ligereza empezó a descender por el lado contrario.
Sus pies encontraron por fin el suelo.
Un tenue suspiro victorioso se escapó de su pecho.
━¿Ya quieres marcharte?
La rubia se volteó con violencia hasta que su espalda chocó contra el muro, y en su rostro se dibujaba una mueca de terror.
Era él de nuevo.
Aquel desconocido que la había comprado en el mercado se encontraba de pie frente a ella, con un gesto de victoria plasmado en la cara.
Todo su cuerpo se congeló.
Miró hacia ambos lados.
¿Debía correr?
Pero, ¿a dónde?
¿Debía luchar?
Ni si quiera tenía fuerzas para mantenerse en pie, y mucho menos para oponer batalla a nadie.
Y si huía, ¿después qué?
¿Dónde la llevarían sus pasos?
¿Hacia quién?
En ese momento, las imágenes de los últimos momentos de sus padres cruzaron sus pensamientos como un mal sueño que se sintió demasiado real.
Podía escuchar el filo de las espadas, los gritos de su gente siendo masacrada, los gritos de padre, de su madre...
Como lo último que había visto antes de ser arrancada de su hogar, era la imagen del cuerpo sin vida de su progenitora, tiñendo de rojo carmesí la tierra de lo que un día fue su hogar.
Ni si quiera sabía que había sido de su padre.
¿Seguiría vivo?
Improbable.
Aquella maraña de pensamientos le golpeaban en las sienes cada vez más fuerte, hasta que, no pudiendo reprimirlo más, dejó escapar un grito desgarrador, para luego caer de rodillas al suelo mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Aquel desconocido que había presenciado como aquella niña terminaba de romperse del todo, cuyo nombre era Yi Seong Gye, un conocido general de aquella provincia, mantuvo los ojos clavados en la menuda figura de aquella joven, para después dejar escapar un leve suspiro.
Tras pensarlo durante varios segundos, decidió dar un par de pasos hacia la extranjera, con cuidado de no asustarla.
Inna alzó la vista de golpe hacia la figura de aquel hombre con los ojos clavados en cada uno de sus movimientos.
━No tengas miedo━ dijo el general tendiéndole la mano.
La rubia no había comprendido ni una palabra que salió de los labios del varón, pero tras mantenerse inmóvil unos segundos, con un suspiro de derrota que abandonó su pecho sin permiso, estiró su mano temblorosa hacia él y se levantó del suelo.
Yi la condujo de vuelta a la habitación de la que había escapado hacía unos minutos, y tras enseñarle el futón, le hizo un gesto que le indicó que descansara ahí.
Inna, con la mirada clavada en el suelo, obedeció, y arrastrando los pies por el suelo, se encaminó hacia su cama, se dejó caer en ella y se cubrió con la manta hasta tapar su figura por completo.
El general la miró unos instantes para luego salir de la estancia dejando sola de nuevo a la extranjera.
Caminando hacia sus aposentos, no dejaba de pensar en la imagen que acababa de presenciar.
Aquella niña tenía grabado en su rostro más dolor del que había visto jamás.
El grito que había salido de alguien tan menudo como ella, había llenado las calles de la provincia con los horrores que debía haber sufrido antes de llegar allí.
No fue la humanidad de Yi lo que le hizo adquirir a Inna aquella mañana en el mercado, si no su valía e interés.
No eran muchos los esclavos extranjeros que había en el país, y poseer uno, era casi como tener poder sobre una pieza de coleccionista.
Pero aquella niña, su actuación aquella mañana, había despertado su curiosidad.
Pudo ver como la pequeña trató de escapar con todas sus fuerzas, aún sabiendo que posiblemente aquello supondría su muerte.
Había muchos más esclavos que habrían sido, sin duda alguna, una mejor compra que una cría escuálida y rebelde.
Pero la fuerza que vio en los ojos de Inna aquel día, le hizo darle una oportunidad, y ver que sorpresas podría ofrecerle la extranjera.
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