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━ I. Amaranth red

SENTIR COMO EL VIENTO le arremolinaba el cabello era, sin duda alguna, de sus sensaciones favoritas.



Eran pocas las veces que llevaba la melena suelta, pues desde hacía varios meses, su madre había comenzado a enseñarle como debía trenzarlo y recogerlo, para que este no fuera un estorbo cuando salía de caza con su padre.

Desde que su progenitora empezó con dichas lecciones, Inna practicaba cada día cuando su entrenamiento terminaba. 

Se sentaba en el interior de su hogar, frente a las llamas que calentaban la estancia, que era el centro de la casa, y con la mirada perdida en las pequeñas chispas que a veces brotaban del leño, comenzaba a trenzarse los blancos mechones, como si sus dedos estuvieran iniciando una delicada danza. 


Pero un día, la música que acompañaba esos momentos de tranquilidad con su familia frente al fuego, mientras ella trataba de recordar los pasos que su madre le había enseñado, cesó. 

La melodía que rodeaba las vidas sencillas de las gentes que residían en aquel pequeño asentamiento en la región de Srivinë, se vio interrumpida. 

Las risas se convirtieron en gritos, en dolor, en llanto y en sangre el día que los yurchen tomaron la aldea.


No hubo nada que hacer. 


Las fuerzas enemigas eran mayores, les doblaban en número, y aunque las mujeres de Srivinë eran tan valientes como los hombres, y no dudaron a la hora de proteger a sus pequeños y sus hogares, no consiguieron mermar las fuerzas de sus invasores. 


La tierra de aquel lugar se vio inundada de sangre inocente, y los pocos supervivientes tomados como prisioneros. 

La joven Inna fue una de ellas. 

Lo último que sus ojos vieron antes de que le asestaran un golpe en la cabeza que la hizo perder el conocimiento, fue el cuerpo sin vida de su madre yaciendo frente a las llamas de lo que una vez fue su hogar.



El tintineo de las cadenas que la amarraban al cuello era tan repetitivo, que la chiquilla ya se había acostumbrado a su sonido. 

Fue al cesar de escucharlo, cuando levantó la mirada levemente para ver donde se encontraban. 

Habían dejado sus tierras atrás, puesto que el clima había cambiado. 

Ya no veía los parajes tocados por la nieve temprana de aquel invierno. 

Estos habían sido sustituidos por lo que parecía un mercado, lleno de extranjeros a sus ojos. 


Aunque poco tardó en darse cuenta de que la extraña era ella y los pocos supervivientes que quedaban de su aldea.

Sus cabellos blancos y sus orbes azules, resaltaban entre todas las melenas oscuras y ojos castaños de aquel lugar, y sus pieles tostadas por los rayos del sol, la hacían lucir a ella y a su piel de porcelana más visible de lo que ya era. 


Aunque al parecer, ella y los suyos no eran los únicos que habían tenido la suerte de caer en manos de los yurchen, puesto que muchos otros prisioneros estaban siendo llevados al mismo lugar. 

Niños de su edad, más jóvenes que ella incluso, mujeres, hombres y ancianos, todos allí reunidos con el mismo fin. 


Ser vendidos y comprados. 


Dejó escapar un tenue suspiro. 

Llevaban días sin comer, y apenas habían recibido agua, lo justo para poder seguir marchando sin detenerse. 

Estaba exhausta y derrotada. Sus captores se habían asegurado de mantenerlos débiles para evitar que intentaran escapar y que fueran más maleables.


El jalón de la cadena que la amarraba del cuello la hizo salir de su ensimismamiento mientras tiraban de ella para colocarla junto al resto de mujeres que subastaban ese día. 

El sol le quemaba la piel, y estaba tan cansada que tanta luz le irritaba los ojos. 

La arrodillaron junto a la que reconoció como una de las niñas que vivían en Srivinë, y agachó la cabeza al mismo tiempo que trataba de reprimir las lágrimas. 

Le soltaron la cadena del cuello y la ataron las manos a la espalda.


La subasta comenzó. 

Inna no comprendía nada de lo que decían, puesto que no hablaba su idioma, pero a medida que lanzaba miradas fugaces a su alrededor, iba viendo como empezaban a llevarse a las mujeres con los que serían sus nuevos señores. 


Notaba como sus pulsaciones aumentaban segundo a segundo, preguntándose cual sería su destino si la vendían a un desconocido. 

Un millar de escenarios horribles cruzaban su mente sin freno, y hubiera preferido la muerte a cualquiera de ellos. 

Prefería dejar este mundo antes de una vida de servidumbre esclavizada, o pasarse los días postrada a la cama del que sería su dueño. 


Así que, hizo acopio de todas las fuerzas que le quedaban en el cuerpo, y alzó la vista. 

Miró a su alrededor. 

Sus orbes azules se posaron en la daga que uno de los hombres al cargo de vigilar a las mujeres portaba en un cinto que llevaba atado a la cintura.

Tragó saliva. 

Se dio cuenta de que aquel sería su final. 

No había manera posible de que fuera a salir impune de aquello. Pero no le importó. 


Le habían quitado su hogar, había visto morir a su familia, y no le causaba miedo reunirse con ellos aunque su edad fuera temprana. 


Cogió una bocanada de aire y apretó los puños con fuerza. 

Se puso en pie lentamente, tambaleándose hacia su izquierda debido al cansancio y pesadez de su cuerpo. 

El varón en que sus ojos se habían posado antes, se acercó a ella gritando algo que Inna no comprendió, aunque por su tono de voz, parecía molesto. 


"Ahora o nunca."


Alzó la cabeza de golpe, para apenas unas milésimas de segundo más tarde, saltar haciendo que sus manos pasaran por debajo de sus pies, y así hacer que estas quedaran por delante y no a su espalda. 

Le propinó un buen codazo en la nariz al extranjero, que pronto se llevó las manos a ella notando como un hilo carmesí descendía por su rostro, momento que la chiquilla aprovechó para arrebatar la daga que llevaba al cinto y liberarse de la atadura de sus manos. 

Acto seguido, aún sabiendo que no podría huir muy lejos, decidió asegurarse de que al menos corría unos metros antes de ser abatida, por lo que decidió hundir la daga en el muslo del hombre. 

Un grito desgarrador se escapó de su pecho, el cual fue el pistoletazo de huida de la chiquilla, la cual, bajo la mirada de todos los allí presentes que no podían creerse lo que acababa de suceder, salió corriendo con todas las fuerzas que aún le quedaban.

Aunque apenas avanzó unos metros, puesto que uno de los guardias, compañero del herido hacia unos segundos, se interpuso en su camino, arco en mano, apuntándola. 

La chiquilla se detuvo en seco con la respiración entrecortada debido a la carrera sin saber que hacer. 


━¡Alto!

Aquel grito demandante se hizo eco entre todas las gentes de aquel lugar. 

Inna giró la cabeza para vislumbrar entre la multitud a un hombre con lujosos ropajes escoltado por varios soldados, por lo que supuso que se trataría de alguien con un estatus elevado. 

━Sería una pena que dispararas la única compra que pretendo hacer hoy━ inquirió este mientras se abría paso entre el vulgo. 

━Elegid otra, mi señor, esta vulgar fulana no merece vuestro dinero━ el arquero no hizo ni un mísero amago de dejar de apuntar a la rubia. 

━Esa cría es lo único de valor que tenéis aquí, baja el arco o lo pagarás caro. 

Los escoltas echaron mano del mango de sus espadas y el arquero decidió ceder y bajar el arma, haciendo que Inna dejara escapar un suspiro de alivio. 


Aunque no había entendido ni una palabra de lo que esos hombres decían, una parte de ella se alegraba de no haber acabado ensartada allí mismo, aunque la parte contraria temía cual podía ser su futuro ahora. 


━¿Cuánto por la niña?━ preguntó el noble. 

━Quinientas.

━Un precio elevado, ¿no crees?

El arquero esbozó una sonrisa ladina. 

━Como bien habéis dicho, es lo único de valor que tenemos. 

La curvatura de los labios del comprador se elevó ligeramente ante las palabras de aquel hombre. 

━De acuerdo, me la llevo. 





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