Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8 El pastel más dulce de todos

Era lunes, después de clase, y llevaba un tiempo reflexionando sobre cómo podría apoyar a Nick. Quería ayudarlo, pero no sabía exactamente en qué. Entonces recordé su interés por la cocina, aunque parecía que siempre que intentaba hacer algo, terminaba en un desastre. Decidí que debía poner mi enfoque en ayudarlo con eso y el día de hoy será un día importante.

El viernes pasado me quedé a solas con la maestra Fang, con una idea en mente.

—Señorita Spears, ¿podría pedirle un consejo? —dije, algo inseguro.

Ella me recibió con una sonrisa cálida—. Claro, Anon, adelante. ¿Qué te preocupa?

Suspiré, ordenando mis pensamientos antes de hablar—. Quiero ayudar a Nick a encontrar su camino en la cocina. Se nota que le gusta mucho, pero siempre que intenta hacer algo, todo termina en llamas... No puedo sacarme de la cabeza lo del otro día...

—Sí, por lo general es así —dije, recordando nuestras experiencias juntos en la cocina—. Yo horneo y cocino, y él se encarga de preparar los ingredientes y la presentación. Así evitamos que algo salga mal.

La maestra meditó un instante más y, de repente, levantó un dedo como si hubiera tenido una revelación.

—Se me acaba de ocurrir algo, y creo que podría funcionar para ambos. Justo coincide con una necesidad que tengo. Verás, quiero hacerle un pastel a mi esposo. Él odia los pasteles artificiales y los de supermercado, solo le gustan los artesanales. Estaba a punto de pedir que me hicieran uno, pero... ¿qué te parece esto? Te dejaré los ingredientes, y tú y Nick me entregan el pastel hecho y decorado. También te dejaré ingredientes para que preparen uno para ustedes, y les permito usar las instalaciones de la escuela. Todos ganamos, ¿no crees?

Estaba a punto de hacerle una pregunta, pero ella me interrumpió suavemente, sonriendo con una mirada perspicaz.

—Creo que el talento de Nick está en la decoración, Anon. No necesariamente tiene que ser quien prepare la comida para sentir que ha hecho un buen platillo. La presentación y el decorado son áreas en las que puede brillar. Ese enfoque le encaja perfecto. ¿Qué piensas? —me preguntó, con una expresión que mostraba confianza en su idea.

Me quedé pensativo, pero algo en lo que dijo resonó conmigo. Quizás ese era el punto exacto que Nick necesitaba para sentirse más seguro en la cocina.

Sonreí tras pensarlo un poco—. Es verdad, él es bueno con eso. Diseñó sus propios tatuajes, los símbolos y los logos de la banda. Quizá tenga un talento natural para el decorado.

El fin de semana, después de mi charla con Curtis y Sage, me dediqué a investigar un poco sobre la decoración de pasteles. Quería asegurarme de que esto funcionara bien para Nick.

El lunes le conté la idea a Nick y le pedí su ayuda. Su reacción fue la que esperaba: algo avergonzado, bajó la mirada y movió un poco la cola de manera nerviosa.

—Siento que no sería lo correcto... Sabes que soy malísimo para eso... —murmuró, claramente inseguro.

Lo tomé de ambos hombros, buscando transmitirle algo de mi confianza. Solo te encargarás del decorado, yo haré el resto. Lo he estado pensando y... creo que ese podría ser tu talento en la cocina. Solo inténtalo, por favor. Yo tengo fe en ti, Nick. —

Se sonrojó, moviendo la cola de un lado a otro de forma algo torpe, antes de asentir—. Ok, lo intentaré, pero no prometo nada —dijo, todavía con cierta duda en su voz, pero también con una pequeña chispa de determinación.

Sage decidió acompañarnos después de pedirle permiso a la maestra Fang. Aunque no tomaba la clase con nosotros, se llevaba bien con ella, y le permitió quedarse con el pretexto de supervisar y asegurarse de que todo fuera bien.

Llegamos los tres al salón y nos pusimos manos a la obra. Como no había que usar fuego esta vez, Sage ayudó a Nick a preparar el betún, guiándolo en cada paso. Sorprendentemente, Nick aprendió rápido. Un pensamiento me cruzó la mente: el problema siempre ha sido el fuego, ¿eh?

Mientras ellos se encargaban de los detalles, yo preparé la masa para los pasteles. Todo fluyó con bastante normalidad, como si estuviéramos en sintonía. Al final, serían tres pasteles: uno para la maestra, uno para Sage, y el último sería el de Nick y mío.

Ver a Nick trabajar con tanta concentración, decorando el pastel con cuidado y dedicación, me hizo sonreír. Parecía disfrutarlo más de lo que esperaba.

Hacer los pasteles resultó más fácil de lo que esperaba, sobre todo porque Sage me explicó pacientemente cada paso para que todo saliera bien. El primer pastel en salir del horno fue el de Sage, quien me comentó que lo había preparado como un regalo especial para Curtis, celebrando su medio año de aniversario. Por esa razón, Sage se encargó de casi todo en ese pastel, desde la mezcla hasta el decorado, poniendo un cuidado extra en los detalles.

Cuando finalmente terminó el suyo, nos concentramos en el pastel de la maestra. Aunque Sage hizo la mayor parte del trabajo, Nick se unió para ayudar con algunos detalles. Sin embargo, estaba claramente nervioso, temeroso de estropear algo. Es un perfeccionista cuando se trata de arte, pensé. Cada vez que su mano temblaba, Sage lo tranquilizaba, recordándole que era solo un pastel, no el fin del mundo.

Finalmente, llegó nuestro turno. El pastel que habíamos preparado juntos estaba listo para decorarse, pero esta vez Sage decidió dar un paso atrás y le entregó la betunera a Nick. Nick me miró con incertidumbre, el miedo evidente en sus ojos.

—No sé si pueda hacerlo... —dijo, con la voz temblorosa. Sus manos estaban tensas, casi paralizadas por el pánico—. ¿Y si lo arruino? Soy malísimo para estas cosas...

Podía notar que su inseguridad lo estaba frenando, así que decidí dar un paso más audaz para calmarlo. Me acerqué lentamente por detrás, lo suficientemente cerca como para que sintiera mi presencia. Coloqué mis manos suavemente sobre las suyas, asegurándome de transmitirle seguridad con mi toque. Me incliné hacia su oído y le hablé con una voz baja y suave:

—Nick, confío en ti. Sé que puedes hacerlo... Solo imagina que el pastel es como uno de tus dibujos, tu lienzo. Yo estaré aquí contigo, como siempre. ¿Confías en mí? —mis palabras fueron calmadas pero firmes, buscando transmitirle la confianza que él mismo no se daba.

Él tragó saliva, su cuerpo tensándose por un breve instante. Pero entonces, me miró de reojo y asintió, sin dudar ni un segundo. Parecía más decidido.

—Sí, confío en ti... —susurró, aunque aún había una pizca de duda en su voz.

—Entonces hagámoslo, juntos —le respondí con una sonrisa suave.

Todavía detrás de él, ajusté mi postura para guiarlo. Toqué suavemente su mano con la que sostenía la betunera, asegurándome de que sintiera el apoyo físico y emocional. Podía sentir cómo su respiración se volvía un poco más calmada, aunque seguía algo nervioso. Parecía una escena sacada de la película Ghost, solo que en lugar de moldear un jarrón de cerámica, estábamos decorando un pastel. Su mano temblaba menos a medida que íbamos avanzando, y juntos logramos trazar las primeras líneas de betún sobre el pastel.

Nick, aunque tenso al principio, comenzó a relajarse mientras íbamos avanzando. Poco a poco, sus movimientos se volvían más fluidos y seguros, como si finalmente hubiera encontrado su ritmo. Cada vez que dudaba, yo lo guiaba suavemente, pero pronto ya no necesitaba tanto mi ayuda. Estaba creando algo hermoso, y más importante, se sentía capaz de hacerlo.

Cuando terminamos, Nick soltó un largo suspiro de alivio. El pastel estaba decorado, y aunque no era una obra maestra, lucía increíble. Nos miramos y, por primera vez en todo el proceso, una sonrisa genuina se dibujó en su rostro.

—Te lo dije, lo logramos —le dije, dándole una palmadita en el hombro.

Nick sonrió, todavía sonrojado, pero esta vez era un rubor de satisfacción y orgullo—. Gracias, Anon... No lo habría logrado sin ti.

Nos quedamos ahí un momento, admirando el pastel. Sabía que, aunque había sido solo un pequeño paso, para Nick había significado mucho más.

Nick, con la confianza en lo más alto gracias a mi apoyo, logró terminar el trabajo con una precisión que no había mostrado antes. El pastel se veía impresionante, mucho mejor de lo que cualquiera de nosotros había imaginado, y hasta Sage, quien normalmente tenía una actitud relajada, parecía genuinamente sorprendido por el resultado. Sin decir una palabra, Sage le entregó el chocolate derretido a Nick para la dedicatoria, sin interrumpir la concentración que tenía en ese momento.

Yo me acerqué lentamente, tratando de mantener la calma en medio de lo que se sentía como un momento casi mágico.

—¿Qué dedicatoria quieres ponerle? —le pregunté con suavidad, curioso de ver qué palabras elegiría.

Nick cerró los ojos, tomándose un momento para concentrarse por completo, como si estuviera preparándose para escribir algo de una importancia trascendental. Su respiración se hizo más lenta, controlada. Cuando abrió los ojos nuevamente, vi una determinación inquebrantable en ellos. Respiró hondo y, sin mirarme, movió su mano con seguridad, haciendo pequeños trazos precisos sobre el pastel.

—Déjame hacerlo solo —me dijo, su voz firme pero con una leve vacilación, como si el peso de lo que estaba a punto de escribir le costara procesarlo—. Y no veas... quiero darte esta dedicatoria a ti.

Sus palabras me sorprendieron y me hicieron sentir un nudo en el estómago. ¿Qué podría escribir para mí, algo tan personal que ni siquiera quería que lo viera antes de tiempo? Vi su seriedad y no quise interrumpir ese momento tan íntimo. Así que, obedientemente, me alejé, dándole el espacio que necesitaba. Sage, siempre respetuoso, tampoco dijo nada, manteniéndose a una distancia prudente mientras Nick escribía con una intensidad en su expresión que jamás había visto en él.

Desde mi posición, observé cómo Nick movía la mano con precisión, trazo tras trazo. Su rostro mostraba una mezcla de emociones intensas; cada movimiento que hacía sobre el pastel parecía tener un peso emocional profundo. Sin embargo, algo llamó mi atención: mientras decoraba, comenzaron a brotar lágrimas de sus ojos. Vi cómo hacía un esfuerzo por contenerlas, cuidando con esmero que no cayeran sobre el pastel. No quise interrumpirlo, pero mi pecho comenzó a apretarse al verlo tan emocionado.

Cuando terminó, se quedó en silencio por un momento, respirando lentamente, tratando de recuperar la compostura. Sus manos bajaron con suavidad, y me llamó con una voz suave, casi quebrada.

—Ya terminé, Anon... —dijo con un susurro lleno de emoción.

Me acerqué lentamente, sintiendo que mi propio corazón latía más rápido a medida que me acercaba al pastel. Algo en su tono de voz me preparaba para lo que estaba a punto de ver, aunque al mismo tiempo no tenía idea de qué esperar. Cuando llegué a su lado, me incliné para leer lo que había escrito, y lo leí en voz alta, casi sin darme cuenta.

—"Gracias por venir a mi vida"...

Tardé un momento en procesar el significado de esas palabras. Era como si el tiempo se detuviera por completo, y de repente, el peso de esa simple frase cayó sobre mí con toda su fuerza. Algo en mi interior se rompió de la forma más hermosa posible. Las lágrimas comenzaron a llenar mis ojos sin que pudiera detenerlas. Una tras otra cayeron, incontrolables, hasta que me di cuenta de que estaba llorando con una intensidad que nunca había sentido antes.

Pero no era tristeza, no. Era algo completamente opuesto.

Mis labios temblaban mientras intentaba hablar, pero las palabras se me ahogaban en la garganta. Llevé una mano a mi rostro, tratando de cubrirlo mientras las lágrimas no dejaban de salir. Mis pensamientos se mezclaban en una vorágine de emociones; nunca, en toda mi vida, me había sentido tan feliz. Nunca había escuchado, ni leído, algo tan significativo dirigido a mí. Nunca, en todo mi tiempo de existencia, había creído que alguien, mucho menos Nick, plasmaría esas palabras tan profundas y llenas de amor.

—¿Por qué me haces esto, Nick? —logré decir entre sollozos, mis lágrimas cayendo sin freno, empapando mi rostro. Las emociones me sobrepasaban, era como si mi corazón se hubiera llenado hasta el límite y no hubiera manera de contenerlo más.

Nick, al verme, pareció consternado. Su expresión cambió, como si de repente temiera haberme hecho daño de alguna manera. Bajó la cabeza, triste, y su cola, que antes se movía con tanta energía, se quedó quieta. No podía soportar verlo así, no cuando él era la razón de esta inmensa alegría que sentía.

Me acerqué rápidamente y lo tomé de ambos hombros, mirándolo directamente a los ojos, asegurándome de que entendiera lo que estaba a punto de decirle.

—¿Por qué, Nick? ¿Por qué me haces agradecerle a este mundo por darme la vida? —mi voz era apenas un susurro ahogado por las lágrimas, pero mis palabras eran sinceras, llenas de verdad.

Él abrió los ojos como platos, sorprendido, sin saber qué responder. Yo no podía contenerme más. Me estrelle contra su pecho, abrazándolo con fuerza, dejando que todo el torrente de emociones saliera libremente.

—¿Por qué me haces agradecer estar vivo? —solloce, hundiendo mi rostro en su pecho, sintiendo cómo sus brazos se tensaban alrededor de mí, devolviéndome el abrazo. Su calor, su presencia, todo lo que él era, me envolvía por completo.

En ese momento, pude sentir cómo él también se quebraba. El silencio en la sala fue roto por sus propias lágrimas, pequeñas y silenciosas, que comenzaron a caer mientras me apretaba más fuerte contra su cuerpo. Nick, quien rara vez mostraba este lado vulnerable, dejó escapar un susurro que me estremeció.

—Esas también son mis palabras, idiota... —dijo, su voz temblando por la emoción mientras me abrazaba más fuerte, compartiendo ese momento único, donde las lágrimas y el amor se entrelazaban, creando un lazo irrompible entre ambos.

Nos quedamos así, abrazados, llorando juntos, sin necesidad de más palabras. En ese momento, supe que Nick y yo habíamos alcanzado algo más profundo que nunca, algo que no se podía describir con simples palabras. Era una conexión, una verdad que solo nosotros dos podíamos entender.

Correspondí el abrazo de Nick con todas mis fuerzas, sintiendo cómo mis emociones seguían desbordándose en ese momento. Dios, este es el momento más feliz de toda mi maldita y miserable vida. Mis lágrimas seguían cayendo, pero eran lágrimas de alegría, de alivio, de sentirme finalmente querido por alguien que significaba tanto para mí. La sensación era indescriptible; nunca antes había sentido algo tan puro, tan abrumador, y me aferré a Nick como si el abrazo pudiera mantener intacto todo lo bueno que estaba sintiendo en ese momento.

De repente, me di cuenta de que no estábamos solos. Sage había estado observando toda la escena en silencio, pero cuando lo miré, vi que él también estaba llorando. Sus ojos, normalmente llenos de ironía y comentarios sarcásticos, ahora brillaban con una emoción genuina. Sus lágrimas caían lentamente, pero su expresión era cálida, como si él también compartiera nuestra felicidad. Sabía que Sage había pasado por momentos muy difíciles en su vida, así que verlo así, conmovido por algo tan simple como un pastel y unas palabras sinceras, me hizo sentir aún más conectado con él. Éramos un grupo de personas heridas, pero en ese momento, estábamos sanando juntos.

Después de un rato, con nuestros ojos aún húmedos, decidimos que era hora de llevar el pastel a la señorita Spears. No queríamos que ese pequeño acto de amor y esfuerzo se desperdiciara. Nos dirigimos a su oficina, donde la encontramos sentada revisando algunos papeles. Cuando le entregamos el pastel, su rostro se iluminó de inmediato, sorprendida por el gesto.

—¡Oh, chicos! No sé qué decir... esto es precioso —dijo con una sonrisa genuina, tocándose el pecho en señal de gratitud—. No saben lo mucho que significa para mí. ¡Gracias, de verdad!

Sage sonrió orgulloso, sabiendo que parte de su esfuerzo había contribuido al resultado, y nos despedimos de la maestra con una sensación de satisfacción en el pecho. Habíamos hecho algo bueno, algo simple, pero lleno de significado.

Sage se llevó su propio pastel para dárselo a Curtis como regalo de su medio aniversario. Nos dijo adiós con un gesto rápido, y finalmente, quedamos Nick y yo solos, mirando nuestro pastel con una especie de admiración compartida.

—Quisiera acabármelo —dije tras pensarlo un poco, mirándolo fijamente—, pero es muy grande, incluso si me ayudas... —sentí cómo mi tono decaía un poco, frustrado por no poder disfrutarlo de una vez.

Nick soltó una suave carcajada, esa risa cálida que me hacía sentir bien cada vez que la escuchaba, y me miró con ternura.

—Vamos a mi casa... —propuso, sus ojos brillando con la idea—. Si no te importa, podríamos repartirlo entre mi familia también...

La propuesta me sorprendió, pero de inmediato asentí, más que dispuesto a compartir ese momento con su familia. Sentí un pequeño cosquilleo en el estómago al pensar en lo bien que Nick me estaba haciendo sentir, no solo por sus palabras, sino por el simple hecho de querer compartir ese momento con su gente.

—Nomás no hay que darle tanto a Yeremi, ¿eh? —añadí en tono de broma, pensando en el pequeño hermano de Nick—. Si no, el mocoso se va a volver loco toda la tarde, y tu mamá nos va a regañar...

Nick rió un poco más, y me lanzó una mirada que me hizo sentir aún más cómodo.

—Tienes razón. Es capaz de no dormir toda la noche si come demasiado azúcar —respondió, devolviéndome esa sonrisa tan suya que tanto me gustaba.

Salimos de la escuela caminando lentamente. Yo llevaba el pastel en la mano izquierda, sosteniéndolo con cuidado, mientras con mi derecha rodeaba su cintura. Nick, por su parte, me tenía abrazado por el cuello, sus pasos sincronizados con los míos en una especie de ritmo tranquilo y relajado. Ninguno de los dos dijo una palabra durante el trayecto. No era necesario. Las palabras sobraban; estábamos disfrutando de la simple compañía mutua. El aire fresco de la tarde nos envolvía mientras avanzábamos lentamente hacia su casa. Cada paso era un recordatorio de que no estaba solo, que él estaba allí conmigo, y que eso era suficiente.

El trayecto, aunque largo, se sintió más corto de lo habitual, como si el tiempo hubiera decidido pausar solo para que pudiéramos disfrutar ese momento en paz. Finalmente, llegamos a su casa, y aunque sabía que teníamos que separarnos, me sentí un poco reacio a soltarlo. Sin embargo, Nick se adelantó y abrió la puerta, permitiéndome entrar.

Cuando entramos, vi que su familia estaba reunida en la sala. Su mamá, con un libro en las manos, nos miró al cruzar la puerta, y sonrió al vernos.

—Mamá, Anon y yo hicimos este pastel —anunció Nick con una sonrisa, levantando un poco el pastel para que lo viera mejor—. Anon me permitió que lo compartiéramos. ¿Podrías ir por platos?

La sonrisa de su madre se amplió aún más. Cerró el libro y se levantó de inmediato, su rostro irradiando calidez.

—Por supuesto —dijo con entusiasmo—. Yeremi, ayúdame, por favor.

El pequeño Yeremi, que hasta ese momento había estado jugando en el suelo, saltó emocionado al escuchar la palabra "pastel" y comenzó a dar pequeños saltitos de alegría mientras seguía a su madre hacia la cocina. Era imposible no reírse al verlo tan emocionado.

Mientras tanto, el padre de Nick, Ed, se acercó para ver de cerca el pastel. Lo observó con detenimiento y, cuando leyó el mensaje escrito en chocolate, sus ojos se tensaron levemente, como si hubiera algo en esas palabras que lo afectara profundamente.

—¿Quién...? —comenzó a preguntar, pero Nick, siempre tan atento, lo interrumpió con una sonrisa orgullosa.

—Yo decoré el pastel, papá —dijo, sonriendo con una confianza que rara vez mostraba—. Gracias a Anon, ya sé en qué enfocarme a la hora de cocinar. ¡Soy bueno decorando!

Ed me lanzó una mirada agradecida, y luego, para mi sorpresa, agachó un poco la cabeza antes de mirarme directamente a los ojos. Sin decir una palabra más, se acercó y me dio un abrazo fuerte, de esos que se sienten sinceros, como si de verdad apreciara lo que había hecho. No esperaba ese gesto de afecto, y me quedé completamente desconcertado. El abrazo no solo era cálido, sino que sentí una emoción genuina en él, algo profundo que no lograba entender del todo. Cuando me soltó, se inclinó hacia mí y me susurró algo que me dejó completamente en shock.

—Gracias, Anon... por salvar a mi hij...o.

Esas palabras resonaron en mi mente como un eco, dejándome desconcertado y, por un momento, incapaz de procesarlas. ¿Salvarlo? ¿A Nick? Pero... fui yo el que fue salvado, pensé para mis adentros, mientras intentaba asimilar lo que acababa de escuchar. Nick había sido mi luz en medio de la oscuridad, mi refugio cuando sentía que el mundo me rechazaba. Yo no lo había salvado... él me había salvado a mí.

Me quedé en silencio, sin saber qué decir, pero con una gratitud inmensa llenando mi pecho. En ese momento, comprendí que, de alguna manera, ambos habíamos encontrado algo el uno en el otro.

—Ya está todo listo, niños. Vamos a partirlo —dijo Nova alegremente, su voz dulce y maternal, sacándome de mis pensamientos y regresándome a la realidad.

Suspiré, sacudiendo las ideas confusas que rondaban en mi cabeza. Lo que Ed me había dicho... lo dejaría para más tarde. Me centré en el momento y observé cómo Nick, con precisión y cuidado, partía el pastel que habíamos hecho juntos. Cada corte era limpio, y mientras lo hacía, se notaba su concentración y el cariño que había puesto en cada detalle. El pastel fue suficiente para los cinco, y cuando nos sentamos en la mesa para disfrutarlo, algo me sorprendió.

Sentí cómo la cola de Nick, con sutileza, se enroscaba alrededor de mi pierna por debajo de la mesa. No quería perder el contacto conmigo, ni siquiera ahora. Esa simple acción me hizo sentir querido de una manera tan especial, como si necesitara esa conexión física para reafirmar lo que habíamos compartido antes. Sonreí para mis adentros, agradecido por lo que estábamos construyendo, aunque no necesitáramos hablar sobre ello.

La conversación en la mesa fluyó con naturalidad. Nova y Ed preguntaban cómo habíamos hecho el pastel, y mientras Nick respondía con una mezcla de orgullo y modestia, yo compartí mi teoría sobre que quizá el área de Nick en la cocina era la decoración y las comidas frías. Era algo que había notado mientras trabajábamos en la cocina, viendo cómo sus manos se movían con precisión al decorar, cómo le gustaba centrarse en los detalles visuales.

—Creo que Nick es realmente bueno con los detalles delicados —dije, mirando a su madre y a Ed—. No sé, me da la sensación de que podría hacer maravillas en la decoración de pasteles o en platos fríos, esos que necesitan más atención estética que otra cosa. Es su estilo.

Nova frunció el ceño con una sonrisa, claramente sorprendida por mi observación.

—¿Decoración de pasteles? —repitió, como si lo estuviera considerando por primera vez.

—Tiene sentido... —añadió Ed, pensativo—. Siempre ha sido meticuloso con las cosas pequeñas, ¿verdad?

Nick bajó la mirada, un poco sonrojado, pero pude ver que le gustaba que estuviéramos hablando bien de él. Sonreí, contento de haberle dado algo en qué pensar, algo que pudiera explorar.

Seguimos charlando alegremente durante el resto de la comida. Nova compartió algunas historias sobre cuando Nick era más pequeño y ya mostraba cierta inclinación por ser perfeccionista, algo que yo nunca había sabido. A lo largo de la cena, Yeremi interrumpía con comentarios inocentes y divertidos, aportando un toque de ligereza a la conversación. Todo se sentía increíblemente cálido, como si por primera vez en mucho tiempo yo formara parte de una verdadera familia, aunque no fuera la mía.

El tiempo pasó volando, y para cuando me di cuenta, ya era de noche. Miré el reloj en la pared y me di cuenta de que se había hecho tarde, demasiado tarde para volver a mi casa. No había planificado quedarme tanto tiempo, pero en ese ambiente tan acogedor, el tiempo había pasado sin que lo notara.

Nick, quien había estado observando cómo me removía en mi silla, pareció leer mis pensamientos.

—¿Por qué no te quedas aquí esta noche? —dijo con tranquilidad, como si fuera lo más natural del mundo. Sus ojos brillaban con la sugerencia, casi rogándome que no me fuera aún.

Me tensé un poco al principio, no porque no quisiera quedarme, sino porque no estaba seguro de cómo sería recibir esa oferta frente a su familia. Sin embargo, Ed no perdió tiempo en reaccionar.

—Bueno, iré por el catre —dijo, levantándose de su silla.

Solté un pequeño suspiro de alivio. Me gustaba la idea de quedarme, pero no quería incomodar a nadie, y el ofrecimiento del catre me tranquilizó... por unos segundos. Porque justo en ese momento, la voz de Nick se alzó de nuevo, con una sorprendente neutralidad, como si lo que iba a decir no fuera nada fuera de lo común.

—No es necesario, papá —dijo con calma.

Me congelé. Mis ojos se abrieron con sorpresa, y sentí cómo el calor subía a mis mejillas. ¿Había oído bien? Nick lo había dicho con una naturalidad tan aplastante que me dejó sin palabras por un instante. ¿Acaso él también estaba nervioso, o simplemente era yo?

Ed abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir nada, Nova, con una sonrisa suave y cómplice, le puso una mano en el hombro y negó con la cabeza. Había entendido todo sin necesidad de palabras. Yo, por mi parte, me sentía profundamente avergonzado, pero nadie en la sala pareció hacer un escándalo de la situación, lo cual me alivió un poco.

Pasaron unos minutos y antes de darme cuenta, ya estaba acostado en la cama de Nick. Estábamos abrazados, tal como habíamos estado la vez que lo cuidé durante su dolor abdominal. Esta vez, sin embargo, no había nada que dijera que éramos solo amigos. Sentí su respiración tranquila mientras lo rodeaba con mis brazos, mi mano descansando en su vientre, mientras él se acomodaba contra mi pecho. No había tensión, ni incomodidad. Solo nosotros dos, compartiendo algo más profundo que nunca.

No dijimos nada, no necesitábamos palabras. Solo el latido rítmico de su corazón, suave y constante, y su respiración pausada. Estábamos tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, ese calor que me había dado fuerza y seguridad en los últimos días. Ahora, finalmente, sabía que esos sentimientos eran mutuos, que él sentía lo mismo que yo, y que estábamos en el mismo lugar, compartiendo la misma necesidad de estar juntos.

No éramos solo amigos, no después de esto. Pero tampoco éramos aún una pareja oficial... algo que los dos sabiamos. Había algo nuevo entre nosotros, algo frágil y delicado que ambos sabíamos que teníamos que cuidar. Lo sentía en la forma en que él me abrazaba, en cómo nuestras respiraciones se sincronizaban, en cómo nuestros cuerpos encajaban de manera tan natural. Ambos éramos conscientes de que este era un camino nuevo y que debíamos recorrerlo con cuidado.

Sabíamos que queríamos esto. Sabíamos que no era algo pasajero ni impulsivo. Ambos habíamos pasado por tanto, ambos teníamos heridas que sanar, pero estábamos listos para hacerlo juntos. Sabíamos que si seguíamos por este camino, un día, cuando estuviéramos listos, cuando ambos hubiéramos sanado y madurado lo suficiente, podríamos tomarnos de las manos y nunca volver a soltarnos. Y en ese momento, ambos lo sabíamos con certeza: ese día llegaría.

Unas horas antes, Leo caminaba con paso firme por los pasillos de la escuela, sintiéndose dueño de cada centímetro de ese lugar. Sus botas resonaban con fuerza en el suelo, acompañadas por el leve chisporroteo del cigarrillo que colgaba de sus labios. El humo se elevaba en espirales, envolviéndolo como una nube oscura que parecía reflejar la tormenta que se desataba en su interior. Sabía que no tenía que preocuparse por nada ni por nadie. Se sentía invulnerable, caminando por allí con esa arrogancia que siempre lo había caracterizado.

Sin embargo, algo atrajo su atención, una escena en particular que lo hizo detenerse en seco. Y entonces, lo vio.

En el aula de cocina, a través de una rendija en la puerta ligeramente entreabierta, sus ojos captaron una visión que le hizo hervir la sangre, que encendió una furia descomunal en su pecho como nunca antes lo había experimentado. Era una imagen tan surrealista, tan absurda para él, que durante un segundo pensó que su mente le estaba jugando una broma cruel. Allí estaban, Anon y Nick, abrazados y llorando en una escena tan íntima, tan cercana, que parecía sacada de una maldita película romántica.

El cigarrillo casi se le cayó de la boca cuando sintió cómo un torrente de ira lo consumía desde lo más profundo de su ser. La furia. El odio. Todo se agitaba en su interior con una violencia indomable. ¿Cómo era posible? ¿Cómo ese jodido skinnie podía estar así, tan cerca de un dino? El solo pensamiento le resultaba repulsivo. Una abominación, una herejía contra las leyes de la naturaleza. Cada fibra de su cuerpo se estremecía de asco al ver cómo esa raza inferior, esos malditos skinnies, se atrevía a compartir una intimidad que no tenían derecho a experimentar. Los skinnies no merecían ni estar en la misma habitación que un dino, mucho menos abrazar a uno.

Era una blasfemia. Una violación contra todo lo que él creía sagrado. Para Leo, los skinnies eran una plaga, una escoria que ni siquiera merecía respirar el mismo aire que su especie. Ver a Anon tan cerca de Nick, compartiendo esa intimidad, era como una daga en su corazón, una traición a todo lo que había jurado proteger.

Quería... no, necesitaba hacer algo al respecto. Sentía la violencia bullendo bajo su piel. Cada músculo de su cuerpo se tensaba con el deseo irrefrenable de entrar en ese maldito salón y destruirlo todo. Podía imaginarse perfectamente a sí mismo entrando en la cocina, el cigarrillo ardiendo hasta el final mientras cerraba los puños. Sentía el impulso de lanzarse sobre Anon, de destrozarlo, de borrar esa escena que lo estaba quemando por dentro. Su mente ya se deleitaba con la imagen del cuerpo de Anon, roto bajo sus manos. Quería sentir sus huesos crujir, su carne desgarrarse, quería ver la expresión de pánico en sus ojos mientras le arrebataba la vida por haber osado cruzar esa línea inquebrantable.

Pero no podía.

A pesar de la rabia que lo cegaba, de ese odio visceral que lo devoraba por dentro, había una realidad de la que no podía escapar. Nick no era cualquier dino. Era el hijo del juez de la suprema corte del condado. Una familia con una posición tan poderosa que incluso superaba a la de su propio padre. Leo sabía que si se atrevía a tocar un solo cabello de Nick, si cometía la insensatez de dejar que su furia tomara el control en ese momento, su vida se acabaría. Todo se derrumbaría. Su ambición, su posición, su poder... desaparecerían en un instante. Y por mucho que odiara a Anon, por mucho que lo despreciara, no podía darse el lujo de arruinar su futuro por una explosión de rabia impulsiva.

Así que, en lugar de dejarse llevar por su furia, Leo se tragó su odio, su asco, todo ese veneno que hervía dentro de él. Se mordió el labio, dejando que el sabor metálico de la sangre le recordara que debía mantenerse controlado, aunque fuera por ahora. Su odio seguía ahí, palpitante y feroz, pero lo enterró profundamente, como si fuera una bomba esperando estallar.

Él no era como esos descerebrados skinnies. No, Leo era inteligente. Sabía cómo jugar a largo plazo. Podría esperar. Pero incluso la paciencia tiene un límite, y él sabía que su autocontrol estaba empezando a desgastarse. Cada segundo que pasaba, cada maldita imagen de ese abrazo grabada en su mente, lo acercaba más a ese límite. ¿Cuánto más podría aguantar antes de perder el control? No estaba seguro.

Dejó escapar un suspiro prolongado, el humo del cigarrillo escapando por sus fosas nasales mientras intentaba calmarse. Necesitaba algo, alguna distracción, algún alivio, cualquier cosa para no sucumbir a la locura que lo devoraba desde dentro. Y entonces, una idea desagradable y vulgar cruzó por su mente.

—Ojalá esa puta trigga me afloje el culo esta noche, para calmarme —murmuró con una risa sarcástica, una sonrisa torcida formándose en sus labios mientras se alejaba del aula.

Se fue de allí, sin hacer ruido, pero con una promesa en su interior: esto no se quedaría así. Anon pagaría por lo que había hecho, por atreverse a ir el contra de lo que estaba bien.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro