8.1 Palabras de agradecimiento
Habían pasado ya varios días desde que empecé a pensar en el gesto perfecto para acercarme a Anon. Un gesto que no solo fuera significativo, sino que también reflejara todo lo que sentía por él, algo que, al mismo tiempo, lo sorprendiera y lo tocara en lo más profundo. Algo que no solo demostrara cuánto me importaba, sino que fuera un símbolo de lo que éramos el uno para el otro.
Al principio pensé en una canción. Después de todo, Anon había escrito una para mí, "Blue Bullet", y esa melodía había quedado grabada en mi mente de tal manera que no pasaba un día sin que la recordara, sin que la leyera... en privado ya que nunca pude encontrar el valor para componer una melodía para esa letra, por miedo a que no fuera suficiente para hacerle justicia.
Había algo en esa canción, la explosión de las emociones de Anon, el significado de la canción que básicamente era una descripción metafórica de como yo llegue a su vida, al menos eso interpreté.
La música era algo que me salía naturalmente, algo que siempre había sido mi refugio, pero... no podía evitar la sensación de que no era lo adecuado para él. La música no era algo significativo para Anon.
Aunque, para mí, la idea de escribirle algo lleno de emociones era muy tentadora, me sentía atrapada entre la necesidad de ser creativa y la necesidad de que fuera algo que realmente lo tocara a él. Y mientras más pensaba, más me daba cuenta de lo poco que realmente sabía sobre él.
Así que, al final, decidí pedirle consejo a Trent y Lunara, tal vez ellos podrían ayudarme a despejar mis dudas.
Nos reunimos cerca del parque, como siempre, bajo la sombra de un árbol que nos daba un poco de respiro del calor. Lunara estaba tan emocionada por mi progreso como siempre, y Trent, por su parte, mantenía una calma que me reconfortaba. Estaba claro que me conocían lo suficiente como para saber que si algo me preocupaba, no podría esconderlo.
—¿Cómo vas con lo del gesto para Anon? —preguntó Trent, mirándome de reojo mientras se recostaba contra el tronco del árbol. Su tono era tranquilo, casi como si lo esperara.
Miré al suelo, pensando cómo resumir todo lo que había estado pasando por mi mente.
—No estoy segura... —dije, dejando escapar un suspiro—. Pensé en una canción, pero... no sé, no siento que sea lo adecuado para él. No creo que la música sea tan importante para él como lo es para mí. Aunque, su canción, "Blue Bullet", es algo que realmente atesoro.
Lunara, que había estado escuchando en silencio, se adelantó con su característico brillo en los ojos.
—Lo sé, lo sé —dijo con entusiasmo—. ¡Es obvio! ¡A Anon no le importa la música tanto como a ti! Trent me dijo que él no es un artista para nada, pero eso no significa que no puedas hacer algo igualmente especial.
—¿Entonces qué me sugieres? —pregunté, sintiéndome un poco perdida, pero confiando en sus palabras.
Trent, como siempre, se adelantó con su respuesta calma pero profunda.
—Lo que tienes que hacer es preguntarle por sus gustos. —Me miró, como si fuera lo más lógico del mundo—. No sabemos mucho de él en general por lo reservado que es, si vas a hacer algo significativo, tienes que saber lo que a él realmente le gusta.
—¿Qué? —me quedé en silencio, sorprendida. No había pensado en eso. Mi mente había estado tan centrada en mi propio mundo y lo que me gustaría hacer, que me olvidé de preguntar lo básico sobre él. El simple hecho de pensar que tal vez no sabía lo suficiente sobre Anon me hizo sentir un poco incómoda.
Trent asintió, —Deberías permitir que el te comparta sus pasiones, el ya sabe que la música es lo tuyo, pero ¿Cuáles son sus pasiones?
Lo pensé por un momento. "¿Compartir algo que le apasiona? Eso sonaba bien. Pero... ¿cómo hacerlo sin parecer forzada? ¿Y cómo sabía si me iba a aceptar?
—¿Y cómo le pregunto eso? —pregunté, mirando a Trent y Lunara con una mezcla de duda y expectativa.
Trent me miró durante un segundo, luego dejó escapar un suspiro.
—Con naturalidad. No lo planees demasiado. Solo habla con él sobre lo que te interesa a ti también. O mejor aún, invítalo a ver algo de lo que te gusta, y si tiene alguna sugerencia, deja que sea él quien se abra. Todo se trata de hacerlo sin presionar.
Lunara, con su tono más alegre, completó:
Hazlo de manera espontánea. Si lo haces bien, Anon va a ver lo genuino en ti. A veces lo único que necesitas es preguntar. Y si te interesa lo suficiente, no solo te lo va a contar, sino que se va a sentir más cerca de ti.
Mi mente empezó a trabajar a toda velocidad, procesando todas esas sugerencias. Me sentí un poco más segura, pero también consciente de lo que se venía. Tenía que empezar por ahí, por conocer más sobre él, para poder acercarme más. A partir de ahora, cada pequeña conversación con Anon sería una oportunidad de descubrir algo nuevo... aunque eso siempre lo hacia...
Mientras me quedaba allí, escuchando a Trent y Lunara discutir ideas, me di cuenta de que, aunque la incertidumbre seguía siendo parte de mí, había algo en mi interior que me decía que esto podría funcionar. "Paso a paso," me repetí. "Cada paso más cerca de él."
---
Decidí ser más directa. Había pasado un tiempo desde que comencé a pensar en cómo acercarme a Anon de manera más genuina, sin rodeos, sin complicaciones. Ya no quería seguir perdiendo el tiempo en suposiciones. Quería saber lo que realmente le gustaba, lo que lo hacía ser quien era. No estaba dispuesta a quedarme con dudas, sobre todo ahora que sentía que algo entre nosotros estaba cambiando. Mientras lo guiaba hacia la frontera de skin, una de las pocas zonas en las que podíamos caminar con algo de privacidad, decidí aprovechar ese momento.
—Oye, Anon... —dije con una voz más tranquila de lo que me sentía en ese momento—. Quiero preguntarte algo.
Anon me miró, su mirada un tanto cautelosa, como siempre cuando cambiaba de tema repentinamente. Pero no mostró resistencia, algo que me hizo sentir un poco más segura. El sol empezaba a ponerse, pintando el cielo de naranja, y nosotros caminábamos por la acera sin prisas. La gente a nuestro alrededor no parecía notar mucho nuestra conversación. Era el momento perfecto para preguntar.
—¿Te gustaría contarme más sobre lo que te gusta? —continué. Mi tono era suave, pero con un toque de urgencia por dentro. No quería que esto sonara forzado o incómodo, solo... natural. Pero sabía que con Anon, todo lo natural solía ser complicado.
Él paró por un segundo, sus ojos fijos al frente. Hubo un pequeño silencio, lo suficiente para que mi corazón se acelerara. No sabía si había hecho bien en preguntar algo tan directo, pero lo que vino después me sorprendió. Su voz, aunque algo vacilante al principio, no sonó, tan reacia como imaginaba.
—Me gusta el... anime, bastante, digamos. Tuve mi época de otaku, pero eso fue hace tiempo —dijo, sonriendo de manera torpe, como si no pudiera evitarlo. Aquel gesto tímido me hizo sonreír. Me daba cuenta de que, aunque siempre lo veía tan tranquilo y serio, en su interior había una vulnerabilidad que él rara vez dejaba ver. Anon seguía siendo una caja cerrada, pero estaba comenzando a entreabrir una de sus pequeñas rendijas.
Me sorprendió verlo tan abierto, aunque al mismo tiempo, pude percibir que había algo que no quería compartir completamente. Lo sentí en la forma en que bajó la mirada por un momento, y su expresión se suavizó.
—Me avergüenza un poco —continuó—. No me gusta admitir que me gusta el anime en público, por varias razones me da vergüenza.
Mi corazón latió un poco más rápido al escuchar sus palabras, como si hubiera dado un paso importante. Sabía que lo que acababa de decirle le costaba. No era solo una anécdota inocente; había algo de vulnerabilidad... al contarme esto, como si el tuviese algo más profundo con ese tema, pero que no queria decir, estuve callada, absorbiendo la sinceridad de su confesión, pero luego lo miré con una sonrisa cálida.
—No tienes que avergonzarte, Anon. Todos tenemos nuestras cosas, y no te voy a juzgar por eso —le dije, intentando darle algo de consuelo. Me sentía como si estuviera dándole un pequeño refugio en medio de sus miedos.
Él pareció aliviarse un poco con mis palabras, y vi cómo su postura se relajaba. Fue un momento en el que sentí que podíamos ser más honestos el uno con el otro, algo que nunca había sucedido antes.
—Gracias, Nick —respondió, sonrojándose ligeramente. Su sonrisa tímida me hizo pensar que, tal vez, estaba comenzando a abrirse más de lo que había creído. De alguna forma, sentí que mi presencia aquí lo ayudaba a sentirse más cómodo, lo que me hizo sentir bien. La conexión entre nosotros, aunque frágil aún, estaba creciendo de manera diferente.
Luego, en un giro inesperado, me sorprendió aún más.
—Me gustaría ver uno contigo, algún día, si tú quieres —dijo, y sus palabras me tomaron completamente por sorpresa. La forma en que me miró, casi como si se estuviera ofreciendo sin más, me hizo sentir una mezcla de emoción y nerviosismo.
—Claro, ¿cuándo? —le respondí sin pensarlo demasiado. La idea de ver un anime con Anon, de compartir algo que él disfrutaba, me emocionó más de lo que esperaba. Era un paso hacia algo más, una pequeña ventana hacia su mundo privado.
—En otra ocasión, tal vez —respondió él rápidamente, como si se hubiera asustado un poco. Sus mejillas seguían rosadas, y eso me hizo reír suavemente. No me molestaba que no hubiera dado una respuesta definitiva. El simple hecho de que lo hubiera propuesto me decía mucho.
Pero no me quedé ahí. Aproveché la oportunidad para preguntarle más. Quería conocer sus gustos, saber más de él, más allá de las cosas superficiales. Quizá así podría encontrar algo más para acercarme a él.
—¿Y qué más te gusta? —pregunté, de manera casual. Quería que se sintiera cómodo, pero al mismo tiempo, mi curiosidad me consumía.
El silencio volvió por un momento, como si Anon estuviera procesando lo que iba a decir. Finalmente, respondió sin mucha ceremonia.
—No me gusta mucho la música de nicho, ya sabes, esos géneros súper pretenciosos... —dijo, encogiéndose de hombros—. Siempre me han parecido exagerados, como si intentaran demasiado. Me gusta la música más... directa. No sé, algo que no trate de ser algo más grande de lo que es.
Yo sonreí, aliviada de ver que coincidíamos en algo tan simple. Esa misma aversión hacia lo pretencioso era algo que compartíamos, y en el fondo, me hizo sentir que no éramos tan diferentes.
—Sí, lo entiendo perfectamente, ya somos dos, aunque acabas de describir perfectamente a los idiotas de VVRUM DRAMA —dije, soltando una carcajada con lo último la cual el secundo. imaginaba.
Pero Anon no terminó ahí. Parecía que la conversación, aunque fluida, había abierto más puertas de las que pensaba.
—Mi padre... —dijo de repente, mirando al frente. Hubo un tono de incomodidad en su voz, como si tocara un tema sensible—. Fue criado con una mentalidad muy conservadora, de derecha, y, bueno, eso me marcó bastante. Siempre tuve esa influencia en mi vida, por si querías saber mis inclinaciones políticas, para evitar mal entendidos a futuro.
Me quedé en silencio por un momento, escuchando con atención. No podía dejar de notar la tristeza que se asomaba en su rostro cuando mencionó a su padre. Era evidente que había algo más detrás de esas palabras, algo que lo había dejado con cicatrices.
—No hay problema mi familia es neutral en ese sentido, aunque mi padre es de derecha, mi madre es de izquierda, y aun así las cosas funcionaron —le respondí, con la sinceridad de siempre—. Todos tenemos nuestras propias ideas, y esas influencias no definen quiénes somos realmente, sinceramente soy apolítica, pero respeto tus inclinaciones políticas, pero no es un tema al que realmente le de importancia, pero gracias por compartirlo conmigo.
Él asintió lentamente, pero no parecía completamente convencido. Lo entendí. El peso de la crianza no se soluciona con una sola conversación. Pero me sentí más cerca de él, como si un pedazo de su historia me hubiera sido revelado.
—Gracias, Nick. De verdad —dijo, mirando al frente mientras caminábamos. No era una frase de gratitud grandiosa, pero sentí que, de alguna manera, las palabras de Anon siempre llevaban un peso importante.
La conversación continuó por un rato más, hablando de temas de interés de Anon y compartiéndole mi opinión, pero por dentro, yo ya sabía que había dado un paso importante. No solo porque había descubierto más sobre Anon, sino porque la forma en que se había abierto conmigo me hacía sentir que, finalmente, estábamos comenzando a caminar juntos, hacia un lugar donde ambos podíamos ser sinceros. Y eso, para mí, era suficiente.
---
Llegó el lunes, y con él, una sensación extraña en el aire. La semana había comenzado como cualquier otra, pero en el momento en que Anon se acercó a mí durante la hora del almuerzo, algo en su mirada me dijo en la hora del almuerzo.
Él, como siempre, caminaba con su usual tranquilidad, pero había algo en su actitud que me llamó la atención de inmediato. Cuando me miró, pude ver en sus ojos una chispa de emoción contenida, como si estuviera a punto de contarme algo importante. Y, de alguna manera, ese algo me hizo latir el corazón con un ritmo ligeramente acelerado.
—Oye, Nick —comenzó con un tono suave, pero lleno de esa confianza que siempre me transmitía—. Tengo una propuesta para ti.
Mi mente se quedó en blanco por un momento, preguntándome qué podría estar tramando. A veces, las ideas de Anon no eran tan sencillas de seguir, pero siempre tenían algo de genuino que me atraía.
—¿Qué tipo de propuesta? —pregunté, tratando de esconder mi curiosidad, aunque era imposible disimular el brillo en mis ojos.
Anon sonrió levemente, y eso fue todo lo que necesité para que mi corazón se acelerara aún más. Era como si, cada vez que me miraba de esa forma, algo dentro de mí se derritiera, aunque no entendiera por qué.
—La maestra Fang nos asignó una tarea bastante interesante —dijo, con una ligera risa—. Tenemos que preparar un pastel para su aniversario con el director Spears. ¿Te gustaría ayudarme con eso?
Mi primera reacción fue de sorpresa. No porque no pudiera imaginarme a Anon en una situación como esa, sino porque era algo completamente diferente a lo que normalmente esperaría de él. Siempre lo veía tan serio, tan controlado, pero aquí estaba, sugiriendo que nos metiéramos en algo tan... dulce.
—¿Tú y yo, haciendo un pastel? —pregunté, sonriendo un poco incrédula, él sabía como era yo en ese ámbito más que nadie, cada vez que me acercaba a una estufa o un horno, el desastre era inminente. ¿Y un pastel? ¿En serio?
—Bueno, lo que pasa es que, después de pensarlo un poco, me di cuenta de que las estufas y hornos no son lo tuyo —me miró con esa sonrisa que siempre me hacía sentir un poco tonta—. Así que pensé que podrías ayudarme con los decorados. A mí me vendría bien tu toque, y tú sabes que en eso eres mucho mejor que yo.
El simple hecho de que Anon hubiese pensado en eso, en cómo podía ayudarme sin ponerme en una situación incómoda, me hizo sentir una mezcla de gratitud y admiración. No solo había encontrado una forma de involucrarme en algo, sino que lo había hecho de manera que me hiciera sentir capaz, como si mi talento en los detalles, aunque no tan obvio para otros, tuviera un valor real.
Lo miré, incapaz de contener una sonrisa genuina.
—¿En serio crees que puedo ser bueno en los decorados? —pregunté, un poco sorprendida por lo que me decía. Siempre había sido consciente de mi tendencia a arruinar la comida, pero el hecho de que me valorara de esa manera me hizo sentirme importante. Y no solo eso: me hizo sentir que Anon realmente me veía, no como una chica torpe con la cocina, sino como alguien que podía aportar algo valioso.
—Lo sé —respondió con un toque de seguridad en su voz. Podía escuchar la confianza con la que lo decía, y eso hizo que me sintiera un poco más segura de mí misma—. Después de todo, sabes cómo darle vida a las cosas con un toque personal. El pastel no tiene que ser perfecto, solo tiene que ser algo que hable de nosotros. Y con tu ayuda, seguro que el decorado se verá increíble.
Su apoyo me envolvió como una manta cálida. No solo me estaba ofreciendo una oportunidad para involucrarme, sino que estaba invirtiendo tiempo y energía en hacerme sentir capaz, como si yo fuera más que una simple espectadora de las tareas que se nos asignaban. Y lo peor de todo es que, en el fondo, sabía que tenía razón. Cuando se trataba de detalles, era mi fuerte. Siempre había sido buena para dar ese toque final que hacía que las cosas fueran especiales, aunque nunca me hubiera dado el crédito por ello.
—Entonces, ¿cuándo empezamos? —pregunté, con una sonrisa que no podía evitar mostrar.
—Hoy después de clase. —dijo con firmeza—. Tengo algunas ideas, pero quiero que tú también pongas algo de tu parte. Quiero que lo hagamos juntos, con nuestras propias manos y perdón si es tan repentino la idea surgió casi de la nada, fue idea de la maestra Fang.
La idea de hacer algo así con él, algo que lo uniera a mí de una manera tan sencilla pero tan significativa, me hizo sentir mariposas en el estómago. Sabía que no era solo el pastel lo que me atraía. Era la idea de compartir ese espacio con Anon, de estar en su presencia, trabajando juntos en algo que no era solo una tarea escolar, sino un gesto. Algo que, en su forma más simple, representaba lo que ambos estábamos construyendo: una relación genuina.
—Me gusta la idea —respondí, sintiendo que mi voz había cambiado, que algo en mí se había despertado.
—Y otra cosa —dijo Anon, con un toque de seriedad que, al instante, hizo que mi corazón latiera un poco más rápido—. Sage también nos ayudará en parte, así que no estarás solo en esto. Pero lo que quiero es que te sientas libre para poner todo lo que tienes en eso. Y... no te preocupes por lo que ha pasado en el pasado con la cocina, eso lo superamos hace tiempo, ¿vale?
La forma en que lo dijo, con esa seguridad y convicción, me hizo sentir que no solo confiaba en mí, sino que también entendía mis inseguridades. Y, lo más importante, no me las hizo sentir como una barrera, sino como algo que podía ser superado. Eso me hizo sentirme increíblemente agradecida. Era como si Anon supiera exactamente cómo tratarme, cómo darme el empujón que necesitaba sin presionarme ni hacerme sentir pequeña.
Mientras observaba su rostro, su mirada fija en la tarea que estábamos por emprender, una sonrisa se formó en mis labios. Lo miré de una manera que me sorprendió incluso a mí misma. ¿Cómo era posible que alguien tan ajeno a mi mundo me entendiera de esa forma? ¿Cómo podía ser tan... perfecto?
El simple hecho de que él estuviera dispuesto a compartir este momento conmigo me hizo sentir más conectada a él de lo que nunca imaginé.
Cada día me hacía más difícil no amarlo. Y cada gesto, por pequeño que fuera, solo reforzaba esa idea.
Cuando llegó la hora de la salida, la emoción me invadió. Sabía que ese día, aunque parecía ser solo una tarea escolar, sería especial. La idea de pasar tiempo con Anon y Sage en el aula de gastronomía del hogar me puso nerviosa, pero de una manera que no podía explicar completamente. Tenía una mezcla de excitación y ansiedad por lo que íbamos a hacer: preparar el pastel para el aniversario de la maestra Fang y el director Spears.
Entré al aula y vi a Anon y Sage esperándome. Saludé a Sage amablemente, un tanto nerviosa, pero él me respondió con una sonrisa relajada, como siempre. Era curioso, porque había algo en su presencia que me hacía sentir a la vez cómoda y confundida. No había lugar para la inseguridad con él cerca. A su lado, Anon parecía tranquilo, como si todo estuviera bajo control, y eso me tranquilizó de inmediato.
Nos pusimos manos a la obra. Mientras Sage y yo comenzábamos a preparar el betún y el caramelo para el decorado del pastel, no pude evitar robarle miradas a Anon de vez en cuando. Estaba tan concentrado en la masa, moviendo sus manos con precisión, que no pude evitar admirar la forma en que sus músculos se tensaban con cada movimiento. Me mordí el labio inferior involuntariamente, observando cómo sus brazos trabajaban con fuerza y destreza. Los músculos de sus antebrazos se marcaban claramente, y por un momento, me imaginé cómo sería verlos bajo una camiseta ajustada, cómo se sentirían en contacto con mis escamas.
—Tranquila, mujer, contrólate. Te lo estás comiendo con los ojos —susurró Sage, y me sorprendió tanto su comentario que casi derramé el betún.— Aunque te comprendo. A veces me cuesta no quedarme mirando a mi Curtis también. Es inevitable, ¿verdad?
El calor subió rápidamente a mis mejillas. Me sonrojé profundamente y, aunque intenté mantener la compostura, mis manos temblaron ligeramente mientras seguía decorando el betún. Por suerte, Anon estaba completamente concentrado en lo suyo, y no se dio cuenta de mis miradas furtivas. Pero Sage... él parecía ver todo, y me hizo sentir expuesta, aunque en un sentido tierno.
—Tienes razón, no sé qué me pasa hoy... —murmuré, tratando de desviar la atención de mis pensamientos y de mis reacciones hacia Anon. Era como si toda mi concentración se desmoronara cada vez que miraba a su alrededor, como si él tuviera una magnetismo natural que me descolocaba. Decidí enfocarme completamente en lo que estaba haciendo, en preparar el betún, en hacer lo mejor que pudiera.
La hora pasó rápidamente, y pronto el primer pastel salió del horno. Era el de Sage, el cual había preparado con tanto cuidado y cariño para su novio Curtis. Mientras Sage me contaba lo mucho que significaba este pastel para él, pude ver en sus ojos una dedicación que me conmovió. Él había puesto su corazón en ese pastel, no solo en los ingredientes, sino en cada detalle de la preparación y decoración. Lo había hecho como un regalo especial para celebrar medio año de su relación con Curtis.
—¿Qué te parece? —preguntó Sage, mientras me mostraba el pastel con una sonrisa satisfecha.
—Está increíble —respondí, impresionada por la atención que había puesto en cada elemento. No solo era un pastel bien hecho, era un pastel que hablaba de cariño, de amor y de dedicación. Me sentí un poco emocionada al verlo, algo en mí despertaba al ver tanto esmero puesto en un simple pastel.
Después de que Sage terminó con su pastel, nos concentramos en el de la maestra Fang. Era nuestro turno, el que habíamos estado esperando, y sentí que algo especial estaba a punto de ocurrir. Sage había hecho la mayor parte del trabajo en este. Apliqué el betún con una precisión que me sorprendió, como si las horas de práctica cuando diseñaba los artículos y el sello de la banda me hubiesen ayudado para esto. El pastel, aunque sencillo, comenzó a tomar forma de una manera que me hizo sonreír. Era bonito, con toques delicados y elegantes. Mientras lo hacía, Anon observaba con una mirada aprobatoria, pero no decía nada. Solo me miraba, con los ojos fijos en mis manos mientras trabajaba.
Cuando finalmente terminó el decorado del pastel, tanto Anon como Sage se acercaron a mirarlo, y sonrieron con satisfacción.
—¡Perfecto! —exclamó Sage. —Lo hiciste genial, Nick. En serio, este pastel está a otro nivel.
—Sí, ha quedado increíble —dijo Anon, su voz suave pero llena de una calidez que hizo que mi corazón diera un brinco. —Te dije que lo harías bien.
Sus palabras me dieron una confianza que no sabía que necesitaba. Era como si su apoyo no solo fuera por la tarea en sí, sino por todo lo que me rodeaba, por todo lo que sentía mientras estaba con él.
Finalmente, llegó el momento de preparar el pastel que habíamos hecho juntos. Estaba listo para ser decorado, pero para mi sorpresa, Sage se hizo a un lado.
—Es tu turno, Nick —dijo, entregándome la segunda betunera con una sonrisa—. Yo ya hice mi parte, ahora es tu momento.
Mis nervios se dispararon al instante. La presión de decorar un pastel que habíamos hecho juntos, el deseo de que quedara perfecto, me hizo sentir una presión interna que no pude evitar. Sabía que no estaba sola, que Anon estaba allí, y que todo lo que tenía que hacer era seguir el camino que habíamos trazado juntos. Pero aún así, me invadieron las dudas.
—No sé si pueda hacerlo... —dije, con la voz temblorosa. Mis manos estaban tensas, casi paralizadas por el pánico. No era solo el miedo a arruinar el pastel, era algo mucho más profundo, algo que se estaba colando dentro de mí sin que pudiera detenerlo. — ¿Y si lo arruino?
La idea de decepcionarlo me hacía el estómago un nudo, y las inseguridades que había estado ignorando todo el día comenzaron a apoderarse de mí, el dolor en mi cuerpo que había ignorado todo el día gracias a Anon volvió ¿Qué pasa si todo lo que hago está mal? ¿Y si, en el proceso, pierdo a Anon? ¿Y si...?
Pude sentir el calor en mi pecho, el dolor físico de mis pensamientos que siempre se asomaban cuando sentía que algo importante estaba en juego. Pero no podía detenerme, no quería que mi nerviosismo arruinara lo que, para mí, era más que una simple tarea. Estaba con él. Estaba aquí, con Anon. Pero las dudas seguían insistiendo, metiéndose como una sombra dentro de mi mente.
—Nick, confío en ti. Sé que puedes hacerlo... —La voz de Anon rompió el ciclo de mis pensamientos frenéticos. Su tono era tan firme, tan seguro de sí mismo, que no podía evitar mirarlo, como si sus palabras pudieran disipar todas mis inseguridades y volviendo a esconder mi dolor a lo más recóndito de mi mente, al mismo tiempo. Él no mostraba duda, no parecía preocupado, solo confiado, como si hubiera plena fe en que podía hacerlo. —Solo imagina que el pastel es como uno de tus diseños, tu lienzo. Yo estaré aquí contigo, como siempre. ¿Confías en mí?
Su pregunta flotó en el aire, más que una simple consulta, era un recordatorio de la conexión que compartíamos, de la forma en que él siempre había estado allí para mí, sin importar nada. Yo había confiado en él tantas veces, ¿por qué no podría hacerlo ahora?
Respiré hondo, sintiendo como cada palabra suya calaba profundamente dentro de mí, disolviendo un poco del miedo que me había estado carcomiendo.
—Sí, confío en ti... —Respondí con más convicción de la que sentía al principio, pero a medida que lo decía, me di cuenta de que realmente sí confiaba en él. Él siempre había sido mi ancla, la persona que me ofrecía el apoyo que tanto necesitaba, y era como si, con solo su presencia, pudiera hacer frente a cualquier desafío.
—Entonces hagámoslo, juntos —dijo, de una forma tan tranquila que me sorprendió. Pero fue su tono suave, lleno de determinación, lo que me hizo sonreír, aunque todavía estuviera temblando por dentro.
Me giré ligeramente para mirarlo, y ahí estaba, detrás de mí. Su cercanía me hizo darme cuenta de cuán inmensamente nerviosa me sentía, pero también de cuánta confianza me daba saber que él estaba a mi lado. Era como si de alguna manera su presencia calmara mis temores. No entendía cómo, pero lo hacía. Él se acercó más, apenas tocando mi brazo con su mano, guiándome con delicadeza. Sentí su toque como una promesa silenciosa de que no estaba sola en este momento.
Lo miré de reojo y vi sus ojos brillando con ese apoyo inquebrantable. Me sentí protegida, como si el simple hecho de que estuviera allí me diera la fuerza que necesitaba para seguir adelante.
—Aquí, —dijo, tocando suavemente la betunera que sostenía en mi mano, guiándola con la suya, —siente el ritmo, como cuando pintas, solo que esta vez, el lienzo es el pastel. Vas bien, solo fluye.
No supe por qué, pero en ese momento algo cambió en mí. El miedo y el dolor que había sentido hasta ese momento se desvaneció, lentamente, como la niebla al sol. Me concentré en el movimiento de mis manos, en cómo la betunera dejaba una línea perfecta de betún sobre el pastel. Como si cada trazo fuera un paso más hacia superar mis dudas.
Aún sentía el miedo al equivocarme, la presión por hacerlo perfecto, pero lo que sentí fue su presencia detrás de mí, guiándome, dándome confianza. Sin hablar mucho, sin presionarme, él se mantenía justo ahí, cerca, asegurándose de que no estuviera sola en la tarea.
Mis movimientos comenzaron a sentirse más naturales, más fluidos. El miedo al principio de arruinarlo se desvaneció, y cuando sentí que iba a cometer un error, Anon corrigió mi ritmo, pero lo hizo sin hacerme sentir torpe, sin presionarme.
—Ahí, así está bien, lo estás haciendo bien —me dijo con una sonrisa tranquilizadora, y de alguna manera, esas palabras me dieron el valor necesario para continuar. A cada movimiento que hacía, parecía que el pastel tomaba vida, una vida que compartíamos entre los tres: el pastel, yo y él. Estaba más allá de la tarea en sí. Estaba demostrando algo, demostrando que no importa cuán insegura me sintiera, no importa cuánto temiera cometer un error, yo podía lograrlo si confiaba en mí misma, si confiaba en él.
El tiempo pasó volando mientras continuábamos trabajando en el pastel. A medida que el betún se aplicaba con más confianza, la decoración tomaba forma y el miedo que había estado tan presente en mí desapareció por completo. Sentí que, por fin, había encontrado el equilibrio entre la precisión de mis movimientos y el apoyo de Anon. El pastel se estaba convirtiendo en algo hermoso, en algo que reflejaba más que solo azúcar y masa, reflejaba lo que habíamos creado juntos: un esfuerzo compartido, una amistad que se fortalecía en cada paso.
Al final, cuando terminé, hice una pausa para mirarlo. Sabía que no era perfecto, pero en ese momento, lo único que importaba era que lo habíamos hecho juntos. No solo era un pastel, era la manifestación de lo que era capaz de lograr con su apoyo.
Suspiré aliviada, una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras observaba el pastel. Era hermoso, más de lo que había imaginado al principio. No era una obra maestra, pero había sido hecho con tanto amor y esfuerzo que, en mis ojos, brillaba con su propia perfección.
Nos miramos entonces, Anon y yo, en un instante de conexión absoluta. Por primera vez durante todo el proceso, una sonrisa genuina se formó en nuestros rostros. No había palabras que pudieran describir lo que sentía, no había necesidad de decir nada más. El pastel estaba listo, y con él, yo también.
Todo estaba bien.
—Te lo dije, lo logramos —me dijo, dándome una palmadita en el hombro.
Sonreí, todavía sonrojada, pero esta vez era un rubor de satisfacción y orgullo—. Gracias, Anon... No lo habría logrado sin ti.
Nos quedamos ahí un momento, admirando el pastel. Sintiéndome como si este fuera un gran pasó hacia adelante.
Nuevamente me saco de mi trance con una pregunta —¿Qué dedicatoria quieres ponerle?
¿Dedicatoria? Pensé consternada, sintiendo cómo el peso de aquella palabra se apoderaba de mi mente. Comencé a reflexionar, mi corazón latiendo más rápido con cada pensamiento que cruzaba. Quizás este era mi momento... un instante para revelarle una parte de lo que siento, para decirle algo que había estado guardando dentro de mí, algo que siempre había querido expresar pero que nunca había encontrado el valor para hacerlo.
No, no era cualquier cosa. Era lo que siempre había sentido desde el primer momento que lo conocí, desde aquella vez en la que, por accidente, rodeé su cuello con mi brazo y, sin siquiera entender cómo, su presencia comenzó a calmar mi dolor. Un dolor constante, implacable, que me había atormentado durante más de un año debido a esta maldita pubertad tardía. como si su simple existencia hubiera encontrado la forma de aliviar mi tormento.
Este era mi momento. Y aunque mi pecho se sentía como si estuviera cargando un peso imposible, sabía que debía hacerlo.
—Déjame hacerlo solo —dije, tratando de sonar firme, aunque mi voz traicionó una leve vacilación. Cada palabra era como un pequeño paso al borde de un precipicio, pero no retrocedí. —Y no veas... quiero darte esta dedicatoria a ti.
Me atreví a mirarlo a los ojos, temiendo por un momento que pudiera percibir lo que realmente sentía, pero su reacción fue sorprendentemente tranquila. Asintió sin decir nada, obedeciendo de inmediato. Se apartó, dándome espacio, pero podía sentir que su atención seguía fija en mí de alguna manera, como si entendiera que lo que estaba a punto de hacer era importante.
Sostuve la betunera con una mano temblorosa, llena de chocolate. Miré el pastel por un momento, sintiendo cómo mi respiración se aceleraba y mi mente se llenaba de dudas. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Qué pasaría si no entendía lo que quería decirle? Pero esas dudas se desvanecieron tan rápido como habían llegado. Porque, aunque no podía decirle toda la verdad, al menos podía ser honesta con él en esto.
Quiero agradecerle.
Me obligué a concentrarme, guiando la betunera lentamente sobre la superficie del pastel. Cada letra que trazaba era como un latido de mi corazón, una descarga de emoción que me liberaba un poco más con cada trazo. Sentía presión, claro, pero también una extraña sensación de paz. Esto era algo que quería decirle desde hace mucho tiempo.
Él me había salvado, pensé mientras escribía. Me había salvado de maneras que ni siquiera podía comprender, solo por estar ahí, por existir en mi vida. Ni él mismo sabía cuánto había hecho por mí. Y, sin embargo, mientras escribía, un pensamiento oscuro me atravesó como una daga: la horrible mentira que seguía cargando.
Él cree que soy alguien que no soy. Mi cuerpo, tan lejano a lo que realmente soy, me había servido como una especie de máscara. Pero cada día que pasaba, esa mentira me dolía más. Era como una espina que no podía arrancar. Y con cada momento que compartíamos, mi miedo a revelarle la verdad crecía más y más. No podía decirle ahora que no soy quien él piensa, no todavía. Pero al menos podía ser honesta en esto, en lo que sentía en mi corazón.
Cuando terminé de escribir, sentí que mi pecho se aligeraba, como si finalmente hubiera soltado algo que llevaba mucho tiempo reteniendo. Pero al mismo tiempo, una oleada de nerviosismo se apoderó de mí. ¿Qué pensaría cuando lo viera? ¿Lo entendería?
—Ya terminé, Anon... —dije, mi voz apenas un susurro melancólico.
Él se acercó, y sentí cómo el aire entre nosotros se volvía más pesado, lleno de algo indescriptible. Cuando sus ojos se posaron en el pastel, pude ver cómo su expresión cambiaba. Al principio, parecía sorprendido, como si no esperara que el mensaje fuera para él. Pero a medida que sus ojos leían las palabras, algo más apareció en su rostro.
—Gracias por venir a mi vida... —dije en voz alta, repitiendo las palabras que había escrito mientras él las leía.
Vi cómo sus ojos brillaban con una intensidad que me tomó desprevenida, como si estuviera luchando por contener algo dentro de sí. El agradecimiento que sentía hacia él era algo que no podía poner completamente en palabras, pero esas simples letras eran mi forma de intentarlo.
Mientras él seguía mirando el pastel, sus ojos recorriendo lentamente las palabras que había escrito, sentí cómo mi pecho se comprimía. Mi corazón latía tan fuerte que pensé que él también podía escucharlo. Aquel momento, tan esperado como temido, finalmente estaba aquí. Y mientras lo observaba intentando procesar el mensaje, una lágrima solitaria amenazó con escaparse de mis ojos. Por favor, entiéndelo, pensé, aferrándome a la esperanza de que esas palabras bastaran para transmitir lo que llevaba tanto tiempo callando.
Para mi sorpresa, él fue el primero en romperse.
Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos. No las detuvo, ni siquiera lo intentó, como si se hubieran desbordado antes de que pudiera reunir fuerzas para contenerlas. Una tras otra cayeron, incontrolables, trazando pequeños ríos en su rostro. Mi respiración se detuvo al verlo así. Era desgarrador, hermoso, y absolutamente inesperado.
Por un instante, sentí miedo.
Sus labios temblaban, luchando por formar palabras que no parecían querer salir. Una mano temblorosa subió a cubrir su rostro, como si intentara ocultarse de mí, como si el peso de sus emociones fuera demasiado para sostenerlo. Estaba al borde del pánico. Verlo tan vulnerable me recordó aquel viernes de la primera semana en que nos conocimos, cuando, después de un día agotador, se derrumbó frente a mí y me confió sus inseguridades más profundas.
Y entonces, entre sollozos, su voz logró romper el silencio.
—¿Por qué me haces esto, Nick? —dijo, su voz temblorosa, rota, mientras las lágrimas seguían cayendo sin freno.
Mi miedo comenzó a disiparse al ver algo nuevo en él: una sonrisa. Pero no cualquier sonrisa. Era la más grande, más pura, más hermosa que jamás había visto en mi vida. Una sonrisa que, a pesar de las lágrimas, iluminaba todo su ser.
Antes de que pudiera reaccionar, él se acercó rápidamente y me tomó de los hombros. Sus ojos, llenos de lágrimas, se clavaron en los míos. Había algo indescriptible en su mirada, una mezcla de gratitud, cariño y una intensidad que jamás había visto en él.
—¿Por qué, Nick? ¿Por qué me haces agradecerle a este mundo por darme la vida? —dijo, y su voz se quebró por completo mientras rompía en un llanto aún más profundo.
—¿Por qué me haces agradecer estar vivo? —repitió, sollozando, y antes de que pudiera decir algo, hundió su rostro en mi pecho.
Lo abracé. No lo pensé, no lo dudé, simplemente lo hice, como si ese abrazo fuera la única respuesta que podía darle. Puse todo mi ser, toda mi alma, en ese gesto. Y él lo devolvió al instante, aferrándose a mí con una fuerza que casi me dejó sin aliento.
Mientras lo sentía llorar contra mi pecho, algo en mí se rompió también. Comprendí que esas lágrimas no eran de tristeza, sino de felicidad, de gratitud. Eran lágrimas que, de alguna manera, estaban dirigidas hacia mí, como si todo lo que había escrito y hecho por él finalmente hubiera encontrado un lugar en su corazón.
No pude más.
Esas también son mis palabras, idiota... —logré decir entre sollozos, mi voz quebrada por la emoción.
Y en ese instante, también rompí en llanto.
No me importó nada más. No me importó que estuviera mostrando una vulnerabilidad que rara vez permitía salir. Solo podía llorar con él, dejar que esas emociones reprimidas fluyeran libremente. Porque él lo entendía. Porque yo lo entendía.
En ese momento, mientras nos sosteníamos el uno al otro, llorando juntos, sentí que algo había cambiado entre nosotros. No necesitábamos decir más. Lo sabía, lo sentía en la fuerza con la que me abrazaba, en la forma en que se aferraba a mí como si nunca quisiera dejarme ir.
A partir de hoy, éramos algo más. No éramos solo dos amigos. Ambos nos queríamos con toda el alma, de una forma tan pura y completa que no necesitábamos etiquetas ni explicaciones.
Quizás ninguno de los dos estaba listo para dar ese paso definitivo, para romper todas las barreras y confesarlo todo. Pero sabía, con cada latido de mi corazón, que estábamos cerca. Muy cerca.
Pensé que este era el día más feliz de mi vida. Y con la fuerza con la que me abrazaba, estaba segura de que él sentía lo mismo.
---
Sage se mantuvo en silencio, estaba segura que quería darnos nuestro momento.
Los tres salimos del aula con pasos lentos, casi arrastrados por la mezcla de emociones que pesaban sobre nosotros. Llevábamos el pastel con cuidado, como si se tratara de un tesoro invaluable. Al llegar al escritorio de la maestra Fang, se lo entregamos en silencio. Ella lo observó detenidamente, asintiendo con aprobación mientras una leve sonrisa cruzaba su rostro.
—Buen trabajo —dijo simplemente, con una mirada que lo decía todo y nada a la vez. Su falta de preguntas sobre nuestro estado fue un gesto más elocuente que cualquier palabra. Era como si entendiera que no era el momento para hablar de ello.
Sage, parado a mi lado, esbozó una sonrisa orgullosa. Había puesto su corazón en ese pastel, y verlo reconocido de alguna forma parecía llenarlo de satisfacción. Por un instante, sentí un leve alivio en el pecho. Habíamos hecho algo bueno. Algo tan simple como un pastel, pero lleno de significado.
Nos despedimos de la maestra Fang, y salimos del aula con una sensación de calma inesperada. Afuera, Anon y yo intercambiamos una mirada rápida antes de posar nuestros ojos en el pastel una vez más.
—Quisiera acabármelo —dijo Anon después de un momento, mirando el pastel fijamente con una sonrisa que parecía querer disfrazar la emoción que todavía lo embargaba—, pero es muy grande... incluso si me ayudas... —añadió, su tono lleno de un leve sarcasmo que arrancó una carcajada de mi parte.
—Vamos a mi casa —propuse con entusiasmo, sorprendida por el calor en mis propias palabras—. Si no te importa, podríamos repartirlo entre mi familia también...
Anon sonrió, su rostro relajándose un poco más.
—Nomás no hay que darle tanto a Yeremi, ¿eh? —bromeó, alzando una ceja con una picardía que hacía que sus ojos brillaran un poco más—. Si no, el mocoso se va a volver loco toda la tarde, y tu mamá nos va a regañar.
Solté una risita, asintiendo.
—Tienes razón. Es capaz de no dormir toda la noche si come demasiado azúcar —respondí con una sonrisa nerviosa, evitando mirarlo a la cara por demasiado tiempo. Había algo en su expresión, en la manera en que la luz del pasillo lo iluminaba, que me hacía sentir vulnerable.
Salimos del edificio juntos, caminando lentamente bajo el cielo que ya empezaba a teñirse de tonos cálidos. Anon llevaba el pastel en su mano izquierda, sosteniéndolo con una delicadeza que me conmovió. Con su mano derecha, rodeó mi cintura de manera instintiva, y yo me dejé acurrucar junto a él, sintiendo el calor de su cercanía.
El silencio nos envolvió mientras caminábamos. No hacía falta decir nada. Las palabras sobraban en un momento como ese. ¿Por qué se siente tan bien? pensé, sintiendo cómo la tensión en mis hombros se desvanecía con cada paso que dábamos.
El trayecto, aunque largo, se sintió absurdamente corto, como si el tiempo hubiera decidido detenerse solo para nosotros. Cada segundo se llenó de la calma y la paz que solo podía venir de estar a su lado.
Cuando llegamos a mi casa, una pequeña punzada de tristeza me recorrió al saber que pronto tendríamos que separarnos. Pero no lo dejé ver. En lugar de eso, fui quien se apartó primero. Me alejé con una suavidad que casi dolió, como si soltarlo fuera algo antinatural.
Al abrir la puerta, encontré a mis padres y a Yeremi en la sala, reunidos de manera casual. La escena familiar me llenó de una calidez nostálgica, pero también me recordó lo diferente que todo se sentía con Anon allí.
—Mamá, Anon y yo hicimos este pastel —anuncié con una sonrisa, tratando de ocultar la mezcla de nervios y emoción en mi voz.
Anon levantó el pastel con ambas manos, mostrándolo con un orgullo tímido.
—Anon me permitió que lo compartiéramos —añadí, mirándolo de reojo antes de volver mi atención a mi mamá—. ¿Podrías ir por platos y cubiertos?
Mientras mi mamá asentía y se levantaba para buscar lo necesario, sentí cómo el aire en la sala cambiaba ligeramente. Anon todavía sostenía el pastel, sus ojos brillando con una mezcla de satisfacción y algo más, algo que no pude identificar del todo, pero que hizo que mi pecho se llenara de algo cálido.
Me di cuenta de que no importaba lo que sucediera después. Este momento, esta sencillez compartida, era algo que jamás olvidaría. Y por cómo Anon me miraba de reojo, con esa pequeña sonrisa que apenas asomaba en su rostro, supe que él tampoco lo haría.
Mi papá se acercó despacio, con esa calma que siempre lo caracterizaba, pero había algo diferente en su mirada. Observó el pastel detenidamente, sus ojos recorriendo cada detalle con una precisión casi minuciosa. Cuando leyó el mensaje escrito en chocolate, sus pupilas se tensaron levemente. Fue un cambio sutil, pero lo suficiente para que yo lo notara. Algo en esas palabras parecía haberlo tocado profundamente, como si hubieran despertado un recuerdo o una emoción que no esperaba.
—¿Quién...? —comenzó a preguntar con voz vacilante, pero lo interrumpí antes de que pudiera terminar.
—Yo decoré el pastel, papá —dije con una sonrisa amplia, esforzándome por mostrar confianza. Sentía un calor suave en el pecho al ver su reacción, como si con ese pequeño gesto estuviera intentando cerrar una brecha que no sabía que existía—. Gracias a Anon, ya sé en qué enfocarme a la hora de cocinar. ¡Soy bueno decorando!
Por un momento, pareció que mi padre estaba procesando mis palabras. Sus ojos buscaron los míos, y luego se desviaron hacia Anon, quien seguía de pie a mi lado, sosteniendo el pastel con el cuidado de quien lleva algo invaluable. Finalmente, mi papá asintió, como si acabara de comprender algo que iba más allá de las palabras.
Sin previo aviso, se acercó y lo abrazó. Fue un abrazo fuerte, cálido, el tipo de abrazo que rara vez daba, pero que, cuando lo hacía, era imposible no sentir lo genuino que era. Su gesto lo tomó por sorpresa;
¿Qué está pasando? pensé mientras veía a mi papá abrazar a Anon con una intensidad que no esperaba. Anon, por su parte, se quedó estático por un momento, claramente sorprendido por el gesto.
Después de unos segundos, mi papá finalmente lo soltó. Su rostro tenía una expresión suave, aunque sus ojos brillaban con algo que parecía una mezcla de orgullo y melancolía.
—Gracias, Anon... por salvar a mi hij...o —dijo, tropezando casi imperceptiblemente con la palabra "hijo". Sentí algo de miedo ya que por poco y decía hija.
Sentí que mi corazón se detenía por un instante. Miré a Anon de reojo, y vi que me devolvía la mirada con una confusión evidente. Él no sabe... no puede saberlo. Era obvio que no tenía idea de lo mucho que significaba para mí, de cómo había cambiado mi vida, no solo ayudándome a sobrellevar el dolor constante de la pubertad tardía, sino aliviando algo mucho más profundo: el infierno emocional que venía con ello.
Anon no sabe que, gracias a él, los días oscuros se volvieron soportables. Que su compañía calmaba el horrible dolor físico que me atormentaba. Y menos aún sabe que lo amo... y que nunca podré decírselo. No puedo. No tengo derecho, no después de haberle ocultado tanto.
Mientras mi mente se llenaba de pensamientos que nunca podría decir en voz alta, mi mamá interrumpió con su voz dulce y maternal, como si hubiera sentido que necesitaba ser rescatado de mi propia cabeza.
—Ya está todo listo, niños. Vamos a partirlo —dijo con emoción mientras traía los platos y cubiertos a la mesa. Mi hermanito, Yeremi, prácticamente saltaba de su asiento, impaciente por probar el pastel.
La realidad me arrastró de vuelta al presente. Tomé aire profundamente y forcé una sonrisa mientras nos acercábamos a la mesa. Anon y yo nos sentamos juntos, como si fuera lo más natural del mundo, y tomé el cuchillo con cuidado para comenzar a cortar el pastel.
Cada corte lo hice con calma, procurando que fuera limpio y perfecto. Por favor, no pienses demasiado en lo que dijo mi papá, deseé en silencio, esperando que Anon simplemente pasara por alto el tropiezo en sus palabras.
El pastel resultó suficiente para los cinco, cada porción cuidadosamente repartida. Nos sentamos juntos a la mesa, rodeados de una atmósfera cálida y familiar. Mientras veía a mi hermanito devorar su rebanada con una alegría, y a mis padres compartir sonrisas cómplices, me sentí, por un breve instante, como si todo estuviera en su lugar.
Anon, sentado a mi lado, probó su primera mordida. Al verlo disfrutar del pastel, sentí que mi corazón se llenaba un poco más, como si el momento tuviera un peso especial que ninguno de nosotros podía explicar, pero ambos entendíamos.
Bajo la mesa, mi cola se movió por pura inercia, buscando algo que la detuviera. Apenas noté que había encontrado su objetivo la pierna de Anon sentí un calor recorrer mi rostro. No debería... pensé en un instante de pánico. Sin embargo, en lugar de retirarla, decidí dejarla donde estaba. Había algo reconfortante en ese contacto, una conexión silenciosa que no quería interrumpir.
Anon pareció percatarse del gesto. Sus ojos me buscaron por un breve instante, y lejos de molestarse, me dedicó una pequeña sonrisa que hizo que mi corazón diera un vuelco. Su rostro se tornó ligeramente rosado, y ese detalle me arrancó una sonrisa nerviosa. ¿Por qué tiene que ser tan condenadamente encantador sin siquiera intentarlo?
La conversación en la mesa transcurrió con fluidez, como si ese instante compartido bajo la mesa fuera un secreto solo nuestro. Mis padres mostraron un interés genuino en el pastel. Preguntaban detalles de cómo lo habíamos preparado, y mientras les respondía con una mezcla de orgullo y modestia, Anon intervino con su característico toque observador:
—Creo que Nick es realmente bueno con los detalles delicados —comentó, mirando a mis padres con esa confianza casual que lo hacía destacar en cualquier conversación—. No sé, me da la sensación de que podría hacer maravillas en la decoración de pasteles o en platos fríos, esos que necesitan más atención estética que otra cosa. Es su estilo.
Mi madre levantó la mirada, con un gesto de sorpresa que casi parecía fingido. Frunció el ceño, pero una sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿Decoración de pasteles? —repitió, arrastrando las palabras como si estuviera evaluando la idea por primera vez.
—Tiene sentido... —intervino mi papá, cruzándose de brazos mientras asentía lentamente—. Siempre ha sido meticuloso con las cosas pequeñas, ¿verdad?
Sentí una punzada de vergüenza mezclada con orgullo. ¿Así es como me ve Anon? Me pregunté, incapaz de ignorar la calidez que sus palabras me provocaban. Había notado algo que incluso yo había pasado por alto, y ahora lo compartía abiertamente, como si fuera lo más obvio del mundo.
La charla continuó entre risas y anécdotas. Mi mamá aprovechó para contar historias de cuando yo era más pequeña, remarcando lo perfeccionista que siempre había sido. Cada palabra suya era un intento evidente de avergonzarme frente a Anon, pero por más que intenté detenerla, fue inútil.
—¿Recuerdas esa vez que insististe en alinear todos tus crayones por color antes de empezar a dibujar? —comentó con una sonrisa nostálgica—. Ni siquiera tocaste el papel hasta que estuviste seguro de que estaban perfectamente ordenados.
—Mamá... —protesté, cubriéndome el rostro con una mano mientras escuchaba la risa de Anon resonar junto a mí.
Yeremi, por supuesto, no se quedó atrás. Con su entusiasmo infantil, interrumpía con comentarios llenos de inocencia y ocurrencias que nos sacaban carcajadas. Su alegría contagiosa era el toque perfecto para aligerar la conversación.
Sin embargo, entre todo ese bullicio, había algo en la mirada de Anon que no pasaba desapercibido para mí. Aunque sonreía, sus ojos mostraban una melancolía sutil, como si una parte de él estuviera en otro lugar, atrapado en pensamientos que no compartía. ¿Qué estará pasando por su cabeza? Me pregunté, deseando poder leerlo con la misma facilidad con la que él parecía entenderme a mí.
El tiempo pasó más rápido de lo que esperaba. Cuando miré por la ventana, el cielo ya estaba cubierto de un negro profundo. Anon también notó lo tarde que se había hecho; su mirada se dirigió al reloj de la cocina, y una expresión de preocupación se dibujó en su rostro.
Skinrow. El nombre del barrio cruzó por mi mente como una advertencia. Sabía perfectamente lo peligroso que era andar por esas calles a estas horas, y verlo preocuparse solo incrementó mi ansiedad. Sin embargo, decidí no mostrarlo.
—¿Por qué no te quedas aquí esta noche? —pregunté con la mayor tranquilidad que pude reunir, como si fuera una sugerencia casual.
En realidad, estaba lejos de serlo. Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba su respuesta. Intenté mantener mi expresión serena, luchando contra la urgencia que sentía por asegurarme de que aceptara. No quiero que se arriesgue... y tampoco quiero perder esta conexión tan pronto.
Anon me miró con sorpresa, sus ojos buscando algún indicio de que lo decía en serio. Y yo simplemente le sostuve la mirada, ofreciendo una pequeña sonrisa que, esperaba, ocultara lo ansiosa que estaba por su respuesta.
—Bueno, iré por el catre —dijo mi padre con esa tranquilidad típica suya, levantándose de su silla.
Anon agradeció rápidamente, inclinando la cabeza de manera casi automática. Su rostro relajado lo delató; estaba aliviado, pero ese alivio fue momentáneo. Apenas terminó de hablar, soltó un suspiro que parecía liberar toda la tensión acumulada durante la cena.
Pero yo no iba a permitirlo. No, señor. Esta noche lo quería junto a mí, sentir su presencia, su calor, su tranquilidad. Después de todo lo que habíamos pasado, necesitaba ese contacto más de lo que estaba dispuesto a admitir en voz alta. Y nadie, ni siquiera mi padre, iba a interponerse en eso.
—No es necesario, papá —dije, intentando mantener la calma en mi tono mientras cruzaba los brazos sobre la mesa.
Mi padre se detuvo en seco y giró la cabeza para mirarme, con una mezcla de desconcierto y advertencia. Estaba claro que entendía perfectamente lo que yo estaba insinuando. Su mirada decía: ¿Estás segura de lo que estás haciendo?
Antes de que pudiera protestar, mi madre intervino. Lo miró con una sonrisa que era casi imperceptible, pero lo suficientemente firme como para transmitir su apoyo.
—Déjalos, cariño —dijo con ese tono sereno y seguro que siempre lograba calmar cualquier discusión antes de que comenzara.
Papá suspiró, resignado. No necesitó decir nada más; sabía que ya había perdido esa batalla. Mientras regresaba a su asiento, me lanzó una última mirada, como queriendo advertirme que no hiciéramos nada inapropiado.
Anon, por otro lado, parecía estar al borde de la combustión espontánea. Su rostro estaba completamente rojo, y evitaba mirarme directamente. Bajó la vista a sus manos, que jugaban nerviosamente con el borde de su camiseta. ¿Está avergonzado? ¿O es que realmente entendió lo que acabo de hacer?
No pasó mucho tiempo antes de que nos encontráramos en mi habitación. El ambiente era completamente diferente ahora; más íntimo, más cálido. Me aseguré de cerrar la puerta con suavidad, queriendo evitar cualquier ruido que pudiera interrumpirnos. Cuando me giré, ahí estaba él, sentado en el borde de mi cama, tan tenso que parecía estar calculando cada movimiento.
—¿Esto... está bien? —murmuró, su voz apenas un susurro, como si tuviera miedo de romper el momento.
—Claro que sí —respondí con suavidad mientras me acercaba. Más que bien, pensé, pero me contuve de decirlo. No quería presionarlo.
Minutos después, ya estábamos acostados juntos. Todo se sentía tan natural, como si nuestros cuerpos hubieran estado esperando este momento durante años. Él me rodeó con sus brazos, y la calidez de su cuerpo me envolvió de inmediato.. Por mi parte, me acomodé contra él, permitiendo que mi cola se enroscara alrededor de su pierna de forma instintiva.
Mi mente estaba en un torbellino de emociones. Esto no es como la última vez, me repetía. La última vez que compartimos esta cercanía, fue cuando me cuidó durante los peores cólicos de mi vida. Pero esta vez era diferente, profundamente diferente. Había algo nuevo, algo tangible entre nosotros, algo que hacía que mi corazón latiera más rápido.
Él no dijo nada, pero su silencio hablaba más que cualquier palabra. Sentía el ritmo constante de su respiración, pausada y tranquila, y ese sonido era más reconfortante que cualquier canción de cuna que pudiera imaginar. Mis pensamientos vagaban mientras escuchaba su corazón latir contra mi oído. Cada latido parecía sincronizarse con el mío, como si ambos estuviéramos conectados de una manera que desafiaba cualquier explicación lógica.
¿Cómo llegamos aquí? me pregunté, no como una duda, sino como un reconocimiento de lo especial que era este momento. ¿En qué momento pasó de ser mi amigo a ser... esto?
Su cercanía me hizo reflexionar sobre todo lo que habíamos vivido juntos en tan poco tiempo, las risas, las discusiones, los momentos de apoyo mutuo. Pero ahora todo tenía un peso distinto, una profundidad que no habíamos explorado antes. Y lo mejor de todo era que sabía que él también lo sentía. Lo veía en la forma en que me sostenía, en cómo su mano no se movía de mi vientre a pesar de lo incomoda de la posición de su mano, en cómo su respiración se ajustaba a la mía.
Sabía que esto no era un simple impulso, algo pasajero que olvidaríamos al amanecer. Esto era real. Era algo que ambos queríamos, pero que también entendíamos que debía manejarse con cuidado. Era como caminar sobre hielo delgado: emocionante, pero aterrador al mismo tiempo.
No éramos solo amigos, no después de esto. Pero tampoco éramos una pareja oficial, al menos no todavía. Había algo frágil y delicado entre nosotros, algo que ambos sabíamos que teníamos que proteger. Sentía esa fragilidad en la manera en que él me abrazaba, como si temiera que pudiera desmoronarse si presionaba demasiado.
Esto es real. Y quiero que dure.
Ambos habíamos cargado con nuestras propias heridas, luchado con nuestros propios demonios. Pero en ese momento, en el silencio de mi habitación, sentí algo que no había sentido en mucho tiempo: esperanza. Esperanza de que, juntos, podríamos sanar.
Sabía que esto no iba a ser fácil. Había caminos que ambos debíamos recorrer, lecciones que aprender, miedos que superar. Pero también sabía, con una certeza que nunca antes había experimentado, que esto valía la pena.
Llegaría el día en que ambos estaríamos listos, en que podríamos tomar nuestras manos y caminar juntos, sin mirar atrás. Y cuando ese día llegara, sabía que nunca más querría soltarlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro