6.1 La mentira del género
No puedo creerlo ya había pasado un mes desde que conocí a Anon, aunque en la última semana no hubo ningún avance, las cosas siguieron un buen rumbo, el habla más, se expresa un poco mejor, y ha tomado confianza como para soltar uno que otro comentario sarcástico o incluso algo cruel, me pareció un poco extremo en algunas opiniones, pero eso le daba algo de personalidad.
Bueno ocurrió un incidente incomodo que me hizo dar mil y un pretextos tuve que hacer malabares para que Anon no descubriera que yo era mujer.
Él hablaba más ahora. Se expresaba un poco mejor, y aunque seguía siendo algo torpe socialmente, había empezado a tomar confianza, lo suficiente como para lanzar de vez en cuando algún comentario sarcástico o, incluso, cruel. Me sorprendió al principio, pero también me gustó. Esa rudeza ocasional le daba personalidad, un contraste interesante con el chico tímido que conocí al principio. Aunque, bueno, a veces se pasaba un poco.
Lo que no esperaba era lo complicado que se volverían las cosas para mí en otro sentido. La semana pasada ocurrió un incidente que puso a prueba mi habilidad para improvisar y ocultar la verdad sobre mí misma. Anon no podía descubrir que soy mujer. Esa posibilidad me aterraba más que cualquier otra cosa.
Todo empezó con las cartas de amor. Pensé que ese tema ya había quedado en el pasado; hacía tiempo que no recibía ninguna. Pero para mi sorpresa —y mi incomodidad— comenzaron a llegar de nuevo, y todas eran de chicas. No es que esperara cartas de chicos... sinceramente, me importarían incluso menos. Pero eso no hacía que fuera menos incómodo.
Durante toda la semana, me vi obligada a rechazar a varias compañeras, siempre con el mismo pretexto: que quería enfocarme en mi carrera musical y que no tenía tiempo para relaciones. Esa excusa había funcionado antes, y esperaba que siguiera funcionando ahora.
Sin embargo, la cosa no quedó ahí. Anon, siendo él, tuvo que meter el dedo en la llaga con una de sus preguntas directas.
—Oye, Nick, ¿por qué las rechazas a todas? —preguntó un día, mirándome con curiosidad genuina.
Me quedé helada. No podía decirle la verdad, no podía decirle que las rechazaba porque no me interesaban las chicas, porque solo me gustaban los chicos... y porque había un chico en particular que monopolizaba todos mis pensamientos. Así que recurrí a mi vieja excusa, tratando de sonar convincente.
—No tengo tiempo para esas cosas. Estoy demasiado enfocado en mi música. Ya sabes, prioridades —respondí con una sonrisa ensayada, esperando que no insistiera más.
Por suerte, pareció aceptar la respuesta, aunque me dejó una sensación amarga. Mentirle se sentía mal, pero no había otra opción.
Entonces ocurrió. Ese comentario suyo que logró hacerme hervir la sangre como pocas cosas antes. Estábamos sentados en el comedor de la escuela, él jugando con su comida mientras yo revisaba una partitura, cuando, de la nada, soltó:
—Me das envidia, Nick. Todos los días se te confiesa alguna chica. Si tan solo tuviera un poco de tu suerte... —dijo con una mezcla de envidia y broma en su tono.
Al principio, no reaccioné. Pero luego sus palabras comenzaron a calar en mí. ¿"Suerte"? ¿Él pensaba que esto era suerte? Pero no fue eso lo que realmente me enfureció. Fue la imagen que esas palabras plantaron en mi mente: chicas, una tras otra, confesándole sus sentimientos a Anon, coqueteándole, mirándolo como si fuera el único chico en el mundo. Y lo peor, la posibilidad de que él pudiera corresponderle a alguna.
Sin pensarlo, me vi agarrando su chaqueta verde, esa que siempre usa, con una fuerza que no sabía que tenía. Mi mandíbula estaba apretada, y sentí un calor en el pecho que no sabía si era ira, celos o una combinación de ambos. Solo sabía que la idea de que alguien más lo descubriera, de que alguien más lo viera como yo lo veía y me lo quitara, era algo que simplemente no podía soportar.
Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, solté su chaqueta de inmediato y retrocedí, sintiéndome completamente avergonzada. Mis manos temblaban un poco mientras trataba de pensar en algo que decir.
—Lo siento... no sé qué me pasó —dije rápidamente, evitando su mirada mientras trataba de calmarme.
Por suerte para mí, su chaqueta era más resistente de lo que parecía, y no se rompió. Él se quedó mirándome, confundido, pero sin decir nada. Solo se encogió de hombros y volvió a concentrarse en su comida, como si nada hubiera pasado.
Yo, por otro lado, no podía dejar de pensar en mi reacción. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué había perdido el control de esa forma? Sabía la respuesta... aunque una pequeña parte de mi seguía negándolo—de cualquier forma— me aterrorizaba más de lo que quería aceptar.
Aquello me dejo con el recordatorio de que debía meterle turbo a esto.
----
El lunes por la mañana, una vez más me encontré frente al espejo, mirándome fijamente. Buscaba... algo. Algún cambio, aunque fuera mínimo, pero como cada día, no había nada nuevo que ver. Suspiré con resignación, apartando un mechón de cabello rebelde de mi rostro. Era inútil seguir esperando algo que no iba a pasar de la noche a la mañana.
La rutina era la misma: clases, disimular, cuidar mis palabras y mantener el papel que había construido para proteger mi secreto. Me aferraba a la idea de que, mientras lo ocultara bien, todo seguiría funcionando. Pero en el fondo sabía que no podría mantener esta fachada para siempre.
Al terminar la segunda clase, iba camino a Gastronomía del Hogar, ajustando la correa de mi mochila cuando vi a Anon caminando hacia mí. Su saludo fue tan cálido y natural como siempre, acompañado por esa sonrisa reciente que, por alguna razón, tenía el poder de desarmarme. Esa sonrisa que hacía que mi pecho se apretara y me hiciera querer sonreir... o peor, gruñir como una Dino en celo. Por suerte, logré contenerme, como hacía todos los días.
—¡Hey, Nick! —dijo con esa voz casual que empezaba a reconocer como un bálsamo para mi día.
—Anon —respondí, manteniendo un tono neutro mientras le hacía un gesto con la cabeza. Internamente, me regañé por lo formal que sonaba mi respuesta. ¿Por qué no podía relajarme un poco?
Caminamos juntos... rodeándolo con mi brazo como siempre, charlando sobre una serie que él había estado viendo. Resultó ser un anime, uno que aparentemente había sido importante en su infancia. No era mi estilo habitual, pero su entusiasmo al describirlo hizo que me sintiera intrigada. Había algo refrescante en ver a Anon tan apasionado por algo, como si las capas de cinismo que solía mostrar estuvieran desapareciendo poco a poco.
De repente, nos encontramos con Naser en el pasillo. Llevaba una expresión de nerviosismo mal disimulado, aunque intentaba mantener una sonrisa relajada.
—Hola, Anon. Nick. ¿Cómo están? —nos saludó, su tono algo tenso, pero cortés.
—Me sorprende verte lejos de las pistas, Naser —respondió Anon, medio en broma, con un gesto que denotaba una pizca de curiosidad.
Naser soltó una risa ligera, aunque parecía forzada. —Sí, bueno, hoy es un día especial. Mi hermana y su banda van a dar un concierto en el auditorio durante el almuerzo. Pedí mucha pizza, y es gratis. Si van, pueden llevarse una caja o dos. ¿Qué dicen? —
Algo en su tono me puso en alerta. Esto olía a problemas... y grandes. VVRUM DRAMA. No podía ser otra banda, no después de todo lo que habíamos escuchado. Pero, por otro lado, había algo que me intrigaba. Tal vez quería ver cómo Anon reaccionaría a esta situación. Decía que estaba cambiando, que quería enfrentar las cosas con una nueva perspectiva. Esta era una oportunidad perfecta para comprobarlo.
—Ahí estaremos, Naser, pero no te retractes de la pizza —respondí con una sonrisa pícara, tratando de ocultar cualquier rastro de desconfianza en mi tono.
Naser pareció aliviado por la respuesta y asintió antes de seguir su camino, invitando a otros estudiantes mientras avanzaba por el pasillo. Fue entonces cuando Anon se giró hacia mí, mirándome con una mezcla de sorpresa y confusión.
—¿Por qué aceptaste? —preguntó, claramente desconcertado.
Le devolví la mirada con un toque de malicia fingida, dejando que una sonrisa traviesa se dibujara en mi rostro. —¿No te da curiosidad? Vamos, admítelo. ¿No te intriga ver cómo tocan esos locos? —respondí, usando un tono retador, pero con un tinte de diversión.
Esperaba que protestara, que dijera algo cínico o sarcástico, pero lo que hizo me tomó por sorpresa. Se quedó pensativo por un momento, su mirada se suavizó, y cuando habló, había algo en su tono que no esperaba: un atisbo de esperanza.
—Bueno... sí, tienes razón. Se esfuerzan mucho. Además, dicen que hay que separar al artista de su arte, ¿no? Al diablo, vamos entonces —dijo finalmente con una sonrisa que, por alguna razón, se sintió más sincera de lo habitual.
Su respuesta me hizo sonreír, esta vez de verdad, y sin poder ocultarlo. Había algo en su actitud que me hacía querer seguirle el juego, aunque la situación fuera peligrosa.
—Ese es el espíritu, Anon. Ahora, vamos, que la maestra Fang nos va a regañar si llegamos tarde. Pero en el almuerzo iremos a ese concierto, y a por la pizza, claro. — Le di un leve empujón en el hombro antes de seguir caminando hacia el aula, sabiendo que esta pequeña aventura sería interesante, por decir lo menos.
Durante toda esa clase, no podía quitarme de la cabeza lo que ocurriría en el almuerzo. Había algo que me inquietaba, aunque no podía precisar exactamente qué. Tal vez era la actitud de Anon. Desde que lo conocía, había comenzado a notar su humor ácido, esa forma suya de soltar comentarios sarcásticos que a veces parecían destinados a molestar, pero que siempre tenían un trasfondo interesante. Sin embargo, en esta ocasión, él no parecía interesado en hacer ninguna observación de ese tipo sobre la banda de Fang.
Lo miré un par de veces durante la clase, intentando descifrar su expresión. No había rastro de burla, ni de crítica velada. Si acaso, parecía genuinamente interesado, como si en el fondo deseara que les fuera bien.
Incluso después de todo lo que esos idiotas le habían hecho. Esa mirada tranquila, libre de malicia, era desconcertante... y admirable. Me di cuenta de que yo jamás podría ser así de generosa, no con alguien que me tratara de esa forma. ¿De dónde sacaba esa capacidad de empatizar incluso con sus enemigos? Me hacía sentir pequeña en comparación.
Finalmente llegó la hora del almuerzo. Trent y Curtis decidieron no acompañarnos, aunque dejaron claro que estarían disponibles si algo salía mal. "Solo llámenos", dijo Curtis con un tono serio, mientras Trent asentía con una mirada que reflejaba preocupación. Sabían que esto era más que un simple concierto, y la posibilidad de problemas estaba en el aire.
Anon y yo llegamos al auditorio, rodeados por una multitud que bullía de emoción, aunque estaba claro que la mayoría no estaba allí por la música. Las cajas de pizza gratis eran la verdadera estrella del evento. La fila para la comida era un caos, pero Naser, siempre servicial, nos señaló una zona menos concurrida. Conseguimos un par de cajas sin mayores problemas.
—Pizza y tortura, todo en uno —comenté por lo bajo, intentando aliviar mi propia ansiedad.
Anon se río ligeramente, esa risa suave que últimamente me hacía sentir más tranquila de lo que me gustaría admitir.
Me quedé cerca de él, literalmente colgándome de su cuello como siempre hacía. No hablábamos mucho; no hacía falta. Su positividad era contagiosa, y por un momento, casi me convencí de que tal vez esta no sería una completa pérdida de tiempo. Tal vez esos idiotas podían sorprendernos.
Parte de mí quería creerlo, aunque la otra, la más cínica y crítica, sabía que eso era poco probable. Pero Anon... él parecía querer que les fuera bien. Quizá no por ellos, sino porque yo creía que él entendía lo que significaba ser artista, lo que significaba exponerte al mundo, incluso si ese mundo estaba lleno de gente que te odiaba. Había algo noble en eso, y no pude evitar sentir una pequeña chispa de admiración hacia él.
Mis pensamientos se desvanecieron cuando escuché la voz de Trish resonando en el auditorio. Hasta ese momento, apenas había prestado atención al escenario, pero algo en su tono arrogante me hizo mirar. Lo que vi me dejó helada: tres bajos. Tres malditos bajos. Ni una sola guitarra.
Mis manos se tensaron alrededor de la caja de pizza que sostenía, mientras mi mente explotaba con indignación. ¿Qué clase de sacrilegio musical era este? Sentí mi vena crítica de artista palpitar con furia. Esto no podía salir bien. Era como si estuvieran pidiendo a gritos un desastre.
—¿Qué demonios están pensando? —pensé, lanzando una mirada rápida a Anon. El estaba igual de horrorizado que yo o peor y eso que él sabia objetivamente menos de música que yo.
Y entonces empezó la música.
Fue peor de lo que imaginé. Cada nota era una tortura, cada acorde una puñalada en los oídos. Sonaban como si mil almas condenadas en el infierno gritaran por piedad. ¿Cómo alguien podía llamar a esto música? Me llevé una mano a la sien, intentando bloquear el ruido, pero era inútil. Ni siquiera podía insultarlos adecuadamente en mi mente; las palabras no eran suficientes para describir esta abominación.
De repente, sentí el toque de Anon en mi brazo. Me incliné hacia él, todavía aturdida por el caos sonoro.
—Vámonos de aquí —me susurró al oído, su tono bajo y decidido.
No tuve que pensarlo dos veces. Asentí rápidamente, y ambos nos levantamos, caminando hacia la salida mientras el infierno musical continuaba. Anon, siempre práctico, tomó una de las cajas de pizza mientras salíamos del auditorio. No pude evitar pensar que merecíamos más que eso por soportar aquella tortura. Quizá un aplauso por nuestra paciencia... o terapia auditiva gratuita.
Pero antes de que pudiéramos alejarnos demasiado, nos encontramos cara a cara con el director Spears.
El director Spears estaba ahí, inmóvil, justo frente a nosotros, con esa expresión indescifrable que siempre me ponía de los nervios. Sus ojos, aunque calmados, parecían capaces de ver a través de cualquier excusa que pudiéramos inventar. Al cruzar la puerta del auditorio, sentí un alivio inmediato por haber dejado atrás aquel desastre sonoro, pero ese sentimiento se esfumó rápidamente al notar que nos había seguido. Su sola postura parecía demandar una explicación, y aunque no dijo nada al principio, su mirada hablaba por sí sola.
Anon se detuvo en seco a mi lado, y ambos compartimos una mirada rápida. Sabía que estábamos en problemas. Claro, como si la tortura musical no hubiera sido suficiente. Ahora, esto. Sentí que mi agarre sobre su brazo, ya que cuando me gire tuve que soltarlo del cuello y me aferre de lo primero que pude, mientras él se tensaba un poco más, una mezcla de apoyo y una forma desesperada de mantener mi propia compostura.
Pasaron unos dos minutos que se sintieron como una eternidad. Mientras tanto, los gritos, quejas y abucheos del público se filtraban a través de las puertas del auditorio. Había algo extrañamente trágico en esa escena. Escuchar el descontento colectivo mientras imaginaba a esos idiotas sobre el escenario, intentando fingir que no les importaba, hizo que algo dentro de mí se removiera.
No lo quería admitir, pero... sentí lástima. A pesar de que eran unos completos imbéciles, a pesar de todo lo que habían hecho, había algo en ese momento que me golpeaba. Como hermana artista, entendía lo que era ser abucheada... aunque eso solo nos ocurrió cuando éramos unos completos novatos.
Finalmente, la música cesó, dando paso a un torrente de insultos y risas. La situación se estaba saliendo de control, pero Spears, con esa presencia intimidante que parecía dominar cualquier espacio, intervino. En cuestión de segundos, con una sola orden y una amenaza de suplex city a todos si no se calmaban que, por más ridícula que sonara, era completamente creíble viniendo de él, logró restaurar el orden. La multitud comenzó a dispersarse, algunos murmurando quejas, otros riéndose, y unos pocos todavía comiendo su pizza como si nada hubiera pasado.
El director se giró hacia nosotros, sus ojos fijándose directamente en Anon. Había algo en su mirada que me hizo tensarme aún más.
—Anon, ¿por qué se fueron antes? —preguntó finalmente. Su tono era calmado, pero había una gravedad en sus palabras que no podía ignorarse.
Miré a Anon de reojo, intentando ofrecerle algún tipo de apoyo moral. No estaba segura de si eso ayudaría, pero quería que supiera que no estaba solo en esto. Mi mirada parecía haber surtido efecto, porque vi cómo su postura se relajaba un poco, aunque todavía parecía debatirse internamente sobre qué decir.
—No quería ver más... no quería deprimirme —respondió finalmente, su voz baja pero firme. Soltó un suspiro largo, como si cada palabra pesara más de lo que estaba dispuesto a admitir. Bajó la mirada, sus ojos fijándose en algún punto del suelo, antes de continuar—. Les tuve lástima, director. Sé que se esfuerzan en lo que hacen, al menos quiero creerlo, ya que todos los jueves veo a Swamp Babies esforzándose al máximo, y puedo verlo. Sé lo difícil que es crear una canción, hacer que todos los instrumentos suenen en armonía. Estoy seguro de que trabajan duro, y respeto eso, pero... su enfoque está mal. Saben que lo está. Y aun así, no renuncian. Ver a alguien con tanto potencial, con tanto talento, consumido por el orgullo y el ego... es deprimente.
Sus palabras me dejaron atónita. ¿De dónde había salido eso? Había esperado que se escudara en un chiste, en una excusa vaga, en cualquier cosa menos en algo tan... maduro, tan cargado de una sinceridad que no podía ignorarse. Mi mente comenzó a procesar sus palabras lentamente, cada una de ellas resonando más profundamente de lo que quería admitir. Y entonces sucedió.
Antes de darme cuenta, un gruñido bajo y gutural escapó de mi garganta. La vergüenza me golpeó como un camión. ¡Maldición! ¿Acabo de hacer eso? Instintivamente, me aferré más fuerte al brazo de Anon, rezando internamente que no entendiera lo que significaba. Por favor, que no se dé cuenta. Por favor, que no se dé cuenta.
Miré de reojo, con el corazón latiéndome como tambor, y casi solté un suspiro de alivio al ver su expresión confusa. Gracias, Jesús Raptor. Gracias. Por otro lado, la mirada del director Spears era otra historia. Había algo en su expresión que me hizo querer desaparecer. ¿Había entendido lo que había pasado? Sí, definitivamente lo entendió. Maldita sea.
Spears, sin embargo, no comentó nada al respecto. En cambio, centró toda su atención en Anon, su mirada suavizándose ligeramente. Finalmente, asintió, su voz cargada de una aprobación que no había esperado escuchar.
—Has cambiado, Anon. Lo que dices es cierto, y es admirable que, a pesar de que son tus enemigos, no les desees mal. Sin duda, eres otro.
Me quedé en silencio, tratando de procesar lo que acababa de ocurrir. Mientras tanto, la figura del director parecía casi paternal en ese momento, una rareza considerando su usual actitud severa. Y Anon, con esa extraña mezcla de madurez y humildad, me había sorprendido una vez más. Maldita sea, Mous. ¿Qué eres exactamente?
Anon me dedicó una sonrisa cargada de sinceridad, esa clase de sonrisa que parecía venir desde lo más profundo de su ser. Entonces, me miró directamente, y lo que dijo a continuación casi me hizo caer al suelo de la impresión.
—Es por este sujeto... —dijo, dándome unas palmaditas amistosas en la espalda con una sonrisa llena de orgullo—. No sé qué tiene, pero me hace querer ser mejor persona cada día. —
Mi mente se detuvo por completo. ¿Qué? ¿Qué acabas de decir, Mous? Sentí cómo el calor subía desde mi pecho hasta mis mejillas, y de ahí directo a mis orejas. Mis pensamientos eran un caos absoluto. ¿Cómo podía decir algo tan devastadoramente perfecto sin siquiera darse cuenta del impacto que tendría en mí? Era como si estuviera jugando con mi cordura y mi autocontrol sin siquiera intentarlo.
Antes de poder procesarlo del todo, mi cuerpo reaccionó antes que mi cerebro. Un golpe seco resonó en el suelo cuando mi cola, completamente fuera de mi control, se estrelló contra él. El sonido fue lo suficientemente fuerte como para llamar la atención tanto de Anon como del director Spears, quienes me miraron al unísono con evidente sorpresa.
¡Maldición! ¡Nicole, contrólate! La vergüenza que sentí en ese momento superó cualquier otra emoción. Gracias, Jesús Raptor, porque esto pudo haber sido mucho peor. Intentando salvar la situación, me aferré al primer pensamiento que cruzó mi mente.
—Denme un momento, necesito ir al baño —solté rápidamente, con un tono que intentaba sonar neutral pero que probablemente no logró esconder mi nerviosismo.
Solté a Anon de inmediato, mis manos temblando ligeramente, y salí casi corriendo en dirección al baño más cercano. Necesito calmarme. Necesito aire. Necesito no perder la cabeza.
Al entrar al baño de damas, asegurándome de que nadie relevante estuviera cerca o me viera, me encerré en el primer cubículo disponible y me dejé caer sobre la tapa del inodoro, intentando recuperar el control de mi respiración. Mis manos temblaban, mi pecho subía y bajaba rápidamente, y mi mente no paraba de repetirse una y otra vez lo que acababa de ocurrir.
Ese cabrón de Anon... no tiene ni la más mínima idea de las emociones que provoca en mí. Me pasé las manos por la cara, como si eso fuera a aliviar la mezcla de frustración, excitación que se sentía peligrosamente potente.
No solo fue un completo giga Chad con su respuesta a Spears sobre esos idiotas del escenario... sino que va y suelta eso de mí. ¿Cómo se supone que mantenga la compostura después de algo así?
Mi respiración seguía descontrolada, y sentía el calor invadiendo todo mi cuerpo. Saqué mi teléfono casi por reflejo, buscando alguna distracción que me ayudara a liberar el estrés. Abrí la galería oculta que tenía, llena de fotos que le había tomado a Anon en distintos momentos sin que él lo supiera. Era algo que no me enorgullecía, pero en momentos como este... desesperación llama a desesperación.
Deslicé mi dedo por la pantalla hasta detenerme en una imagen que le había tomado en clase de gastronomía doméstica. Estaba agachado recogiendo un lápiz que se le había caído, y la forma en que su camiseta se tensaba ligeramente sobre su espalda... y sui trasero se marcaba en sus jeans... Dios, ayúdame.
—Perdóname, Jesús Raptor, por lo que voy a hacer... —susurré, con una mezcla de vergüenza y determinación.
----
Unos minutos después, salí del baño sintiéndome mucho más tranquila, aunque todavía algo avergonzada por lo ocurrido. Me pasé una mano por la nuca, intentando despejar cualquier rastro de estrés que pudiera quedar, y me encaminé de vuelta hacia donde se suponía que debía estar Anon. Sin embargo, un sonido fuerte me detuvo en seco, sacándome de mis pensamientos por completo.
Era el sonido de un bajo golpeando algo, un estruendo que resonó lo suficientemente fuerte como para que mi instinto me pusiera en alerta de inmediato. ¿Qué demonios fue eso?
Y justo cuando intentaba recomponerme, vi algo que hizo que todos esos pensamientos quedaran en segundo plano: Fang, parada a medio pasillo, con el bajo de la banda en ambas manos. Su postura tensa y su respiración agitada lo decían todo. Apenas procesé lo que tenía frente a mí cuando mi mirada bajó al suelo, y ahí estaba Anon, tirado de espaldas con un hilo de sangre corriendo por un costado de su cabeza.
Todo mi cuerpo se tensó. No... Fue como si el mundo entero se volviera rojo. Mis pensamientos se disolvieron en puro instinto, en una furia primitiva y visceral que no podía controlar. Antes de que nadie pudiera reaccionar, ya había cargado hacia Fang con todas mis fuerzas.
Mi puño se estrelló contra su hocico con un impacto que resonó en todo el pasillo. Pude sentir cómo el golpe le sacaba varios dientes. La fuerza fue tal que la mandé hacia atrás, tambaleándose antes de caer al suelo.
Ella se llevó una mano temblorosa a la boca ensangrentada. Sus ojos no reflejaban enojo, sino algo mucho peor: miedo, puro y crudo miedo. Y aun así, eso no fue suficiente para calmarme. Estaba a punto de lanzarme de nuevo sobre ella, dispuesto a dejar salir toda la ira que tenía acumulada, cuando sentí unos brazos fuertes sujetándome.
—¡Nick, cálmate por Dios! —gritó Curtis mientras me inmovilizaba con una llave full nelson. Su fuerza era impresionante, pero yo luchaba con todo lo que tenía, intentando liberarme.
—¡Ella no lo vale, Nick! ¡Escúchame, no lo vale! ¡Lo que importa es...!
Un rugido ensordecedor cortó sus palabras y llenó el aire. Spears apareció de repente, imponiéndose como una fuerza inquebrantable. Su mirada se movió rápidamente entre nosotros, analizando la situación con una precisión que solo los años de experiencia podían dar.
Sin decir nada, se dirigió primero a Anon. Se arrodilló junto a él y revisó la herida con cuidado, soltando un largo suspiro después de un momento.
—No es grave —dijo con su característica calma, aunque su tono tenía un matiz de cansancio—. No pasa de un chichón en la cabeza. —
Luego, giró hacia nosotros. Su mirada era severa, pero no había enojo, solo un entendimiento profundo y firme.
—Nadie saldrá castigado aquí. Curtis, suelta a Nick y lleva a Anon a la enfermería. No está grave, pero tendrá una buena jaqueca cuando despierte... Y en cuanto a ustedes dos —miró a Fang y luego a mí, alternando entre ambas con una intensidad que me hizo sentir desnuda ante su juicio—. Creo que ambas ya se castigaron lo suficiente. Mañana hablaré con las dos. Señorita Aron, usted también vaya a la enfermería.
Curtis, obedeciendo las órdenes, me soltó con cuidado. Apenas sentí que mis brazos estaban libres, intenté acercarme a Anon, mi única preocupación siendo su estado. Pero entonces, un dolor agudo y desgarrador se apoderó de todo mi cuerpo. Fue tan repentino y tan intenso que no pude evitar soltar un grito, cayendo de rodillas en el acto.
¿Qué... qué está pasando? Era como si toda la tensión, la fuerza y el estrés que había acumulado en ese golpe se devolvieran sobre mí de golpe, aplastándome con un peso insoportable... sobre esforcé mi cuerpo y eso me provoco ese dolor.
—¡Nick! —gritó Trent mientras corría hacia mí, su rostro lleno de preocupación. Se arrodilló a mi lado, tratando de ayudarme a mantenerme estable. Mientras tanto, Curtis ya se estaba llevando a Anon a la enfermería, actuando rápido y sin vacilar.
—Tranquila, Nick, respira. Voy a llamar a tu mamá, ¿de acuerdo? —dijo Trent, su voz firme, pero con un toque de pánico apenas contenido. Sacó su teléfono y marcó rápidamente, informándole de la situación con la mayor claridad posible.
En cuestión de minutos, Trent me cargó como pudo, luchando contra mi peso y el temblor de mi cuerpo. Me llevó fuera de la escuela, donde mi madre llegó a toda velocidad en su auto. Su expresión estaba llena de angustia, pero también de determinación.
Lo último que recuerdo es a Trent ayudándome a meterme al auto, el rostro de mi madre nublado por la preocupación mientras cerraba la puerta con cuidado.
Creí que sería un gran día. Todo iba bien. ¿Cómo acabó así? ¿Por qué siempre tiene que ser Fang y esos imbéciles? ¿Por qué tienen que ser así...?
Cuando abrí los ojos en la oscuridad de mi habitación, sentí un vacío extraño. No había dolor físico, pero mi cuerpo seguía tenso, como si la memoria del sufrimiento todavía estuviera ahí, latiendo bajo mi piel. Miré mi teléfono y vi un mensaje de Curtis. Había llegado hacía horas, explicándome todo lo que había pasado.
Anon. Siempre él. Siempre metiéndose en problemas. ¿Qué diablos estabas pensando esta vez, idiota? Mis ojos repasaron el mensaje lentamente, intentando procesar cada palabra. Según los mensajes de Curtis, todo había comenzado porque Fang, en un arrebato de frustración, había insultado gravemente Naser con algo muy personal. Anon, harto de Fang, intervino para calmar la situación y ayudar a Naser, pero al mismo tiempo, dejó escapar todo lo que había estado guardando sobre Fang. Le gritó sus verdades, con una intensidad que debió haber perforado más que cualquier golpe. Y eso la llevó a atacarlo, cuando Anon le dio la espalda para ayudar a Naser a levantarse.
Apreté los dientes con fuerza, el enojo bullendo en mi pecho como un fuego incontrolable. ¡Fue a traición! Esa maldita loca lo atacó mientras estaba distraído, ayudando a alguien más. Quería romper algo, gritar, descargarme de alguna forma. Pero entonces, otra emoción me invadió: ira hacia Anon.
¿Por qué lo hiciste? Pensé en lo que sabía de él, en cómo se veía a sí mismo, en su falta de aprecio por su propia vida. Conoces a Fang. Sabes lo desequilibrada que está. ¿Por qué te pusiste en esa posición, sabiendo lo que podía pasar? Pero la respuesta me golpeó como un balde de agua fría. Lo hizo porque no puede evitarlo. Porque su autoestima es tan baja que no piensa en las consecuencias. Él no es de mecha corta, pero cuando colman su paciencia, explota como un volcán. Lo hizo por Naser, en un momento extremo. Pero eso no lo hacía menos imprudente.
—¿Por qué? —murmuré al vacío, sintiendo un nudo en la garganta que no podía deshacer—. ¿Por qué no te importa lo que pase contigo? ¿Acaso no sabes lo que me causa verte sufrir? ¿Acaso no piensas en mí? —
Pero la respuesta volvió a golpearme con la misma crudeza que antes. No era que no pensara en mí. Era porque nuestra amistad estaba construida sobre una mentira. Una mentira que yo sostenía, día tras día, sobre mi género. Él no sabe la verdad. Nunca la sabrá. Y mientras eso siga siendo así, no tiene forma de comprender lo que siento.
Al día siguiente, ignoré las insistencias de mamá de que me quedara en casa. Físicamente estaba bien. Emocionalmente, no tanto, pero no importaba. Llegué temprano a la escuela, con un humor de perros. Cada paso me recordaba lo que había pasado: Fang, Anon, el golpe, la impotencia... todo.
A primera hora, me encontraba en la oficina de Spears junto con Fang. La tensión en el aire era tan espesa que parecía aplastar cada intento de respirar. Fang estaba ahí, completamente rota, su mirada perdida y su postura encorvada como si cargara el peso del mundo. Finalmente, rompió el silencio con una voz quebrada.
—De verdad lo siento... —dijo Fang, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. Actué como un jodido monstruo... La única culpable aquí soy yo. Le dije cosas horribles a Naser por el calor del momento, y todo lo que dijo Anon de mí... es verdad. Pero le juro que, aunque lo golpeé, en el último segundo recuperé algo de claridad y frené casi todo el momentum del golpe. Lo juro.
No. No le creía nada. Cada palabra que salía de su boca me sonaba hueca, como un intento desesperado de limpiar su conciencia. Incluso si estaba siendo honesta, mi asco y mi ira hacia ella eran tan abrumadores que apenas podía contenerme. Esa arpía no merece mi compasión.
Spears me miró con expectación, su voz calma pero firme.
—¿Tienes algo que agregar, Nick? —
Lo miré por un instante, sintiendo cómo la rabia hervía dentro de mí, y luego dirigí mi mirada hacia Fang. Las palabras salieron de mi boca cargadas de un veneno que no sabía que podía expresar.
—No le creo un carajo... —mi voz era baja, pero cada palabra era como un cuchillo afilado—. Déjanos en paz. No les hicimos nada. Aléjense de nosotros. Ni siquiera nos miren. Tú, el drogadicto, la "trigga" y el jodido supremacista de Leo... Solo déjenos en paz. ¿Qué les hicimos para que nos odien tanto? ¿Para qué desprecien a Anon solo por existir? —
Fang me miró, temblando. Sus lágrimas finalmente cayeron, pero no sentí ninguna culpa. Solo satisfacción al verla así.
—Ustedes cuatro merecen quemarse en el infierno, bola de... —
—Es suficiente, Wilkerson —me interrumpió Spears con un gesto firme. Su mirada estaba llena de tristeza, y algo más que no podía identificar. Tal vez impotencia. Tal vez cansancio. Sabía que sus manos estaban atadas. La influencia del padre de Leo era una sombra constante sobre la escuela, y Spears tenía que mantener una neutralidad aunque quisiera ponerse de uno de los lados.
—Lo siento tanto... —murmuró Fang entre sollozos, sus palabras apenas audibles mientras se cubría el rostro con las manos.
Spears suspiró, su postura más rígida de lo normal mientras daba por concluida la reunión.
—Pueden irse a casa si quieren. Son libres de retirarse por hoy. —
Pero yo no me moví.
No puedo irme. No ahora. No sin hablar con Anon.
Ambas salimos de la oficina y Fang me miro con tristeza... se que obre mal al decirle esto, pero simplemente mi ira pudo conmigo —Vuelves a mirarme... o a Anon... vuelves a siquiera decir una palabra en mi presencia... y te asesino...
Me alejé de ahí dejando a una asustada y destruida Fang... no sabia yo misma si dije esa exagerada amenaza en serio o solo fue la ira contenida que sentía... vi que Trent y Curtis miraron toda la escena algo asustados y decepcionados.
La segunda clase pasó en un borrón de pensamientos inconexos. Mientras el profesor hablaba, mi mente estaba en otra parte, ocupada reflexionando. Una y otra vez, las imágenes de lo sucedido el día anterior regresaban como un cuchillo afilado, penetrando mi calma. ¿Cómo voy a enfrentar a Anon? Me lo repetí tantas veces que la pregunta perdió su sentido, convirtiéndose en una simple nube oscura que me envolvía.
Cuando llegó la tercera clase, Gastronomía del Hogar, ya había decidido algo: no iba a mirarlo. No podía.
Entré al salón y lo vi sentado en su lugar, con esa postura relajada que siempre tiene, como si nada hubiera pasado. La normalidad en su actitud me hirió más de lo que esperaba. ¿Cómo puede actuar así después de lo que le pasó?
No le hablé. No le dirigí ni una sola palabra ni una sola mirada. Pero no pude evitar que mis emociones me traicionaran. Lo miré fugazmente con el ceño fruncido, dejando que mi enojo se filtrara en mi expresión antes de apartar los ojos.
Anon notó mi mirada. Lo vi por el rabillo del ojo. Su rostro cambió al instante, como si mi enojo lo hubiera golpeado físicamente. La tristeza se pintó en sus facciones, y aunque no dijo nada, su silencio me hizo sentir peor. Siempre lo mismo contigo, ¿verdad? Ni siquiera puedes defenderte. Solo te hundes más.
Cuando terminó la clase, recogí mis cosas y me marché antes de que él pudiera decir algo. Afuera, saqué mi teléfono. Había un mensaje de Rosa.
—En el almuerzo te dejaremos espacio para hablar con Anon a solas. —
Suspiré, leyendo esas palabras una y otra vez. Tiene que pasar. Tengo que hablar con él. Pero el peso de esa conversación parecía más grande que yo. Sabía lo que estaba en juego, y las opciones que tenía delante no eran fáciles.
Podía contarle la verdad. Decirle que toda nuestra amistad, toda nuestra conexión, se había construido sobre una mentira. Pero sabía que eso lo heriría más de lo que ya estaba herido. ¿Cómo confiaría en mí después de eso? ¿Cómo miraría a alguien que lo había engañado tanto tiempo? La otra opción era cortar nuestra amistad de golpe, ponerle fin de una vez y evitar más daño. Pero ambas opciones me destrozaban por igual.
Decidí no ir a la cuarta clase. Me dirigí al quiosco del club de jardineria el lugar donde nos divertíamos lejos de esos payasos de VVRUM DRAMA. Hoy, sin embargo, se sentía frío, casi ajeno. Me senté y conté los minutos, uno por uno, mientras el tiempo avanzaba hacia lo que probablemente sería el peor momento de mi vida.
Cuando sonaron las campanadas anunciando el almuerzo, cerré los ojos y respiré hondo, luchando por mantener las lágrimas a raya. No. No puedo llorar. No ahora. Necesitaba verme seria, fuerte. Si este iba a ser el final, al menos quería enfrentarme a él con la dignidad que aún me quedaba.
Un par de minutos después, escuché pasos. No levanté la mirada, pero supe que era él. Se sentó a mi lado, no enfrente ni a una distancia prudente, sino a mi lado. Eso me dolió más.
Cuando finalmente lo miré, sus ojos ya estaban en los míos. En ellos no había más que desesperación y culpa. Esa culpa que siempre llevaba consigo, como un peso imposible de soltar.
—Sé que compliqué las cosas ayer... —su voz era baja, llena de remordimiento—. Y probablemente hice que los conflictos entre nosotros y VVRUM DRAMA se agraven aún más... Lamento haberles hecho la vida más difícil.
Siempre lo mismo. Siempre pensando en todos menos en ti mismo. Mi enojo burbujeó hasta la superficie, y no pude contenerlo más.
—¡Cállate, Anon! —le grité, mi voz temblando con una furia que nunca antes había sentido.
Él dio un respingo, sorprendido. Sus ojos, grandes y tristes, me miraron con una mezcla de miedo y dolor. Su rostro parecía decirme mil veces "lo siento", pero eso solo me enfureció más.
¿Por qué eres así? ¿Por qué no entiendes cuánto importas? ¿Por qué no ves lo que yo veo?
Tragué con fuerza, intentando no romperme. Había un nudo en mi garganta que dolía como una herida abierta.
—No estoy enojado por eso... —mi voz salió quebrada, apenas un susurro mientras luchaba contra las lágrimas—. Eres un completo idiota por hacerte el héroe. Terminaste herido, y cuando te vi tirado en el suelo, con sangre en la nuca... pensé que te había pasado algo horrible...—
Mi voz se apagó, ahogada por la tristeza. No pude contenerlo más. La ira que había sentido se deshizo, dejando paso a un dolor tan profundo que parecía consumirlo todo. Las lágrimas finalmente cayeron, y sin pensarlo, lo abracé.
—¿Por qué no te das cuenta? —susurré, mi voz apenas audible contra su hombro—. ¿Por qué no ves cuánto importas para mí? —
En ese momento, no había nada más en el mundo. Solo yo, abrazándolo con todas mis fuerzas, y el deseo desesperado de que él pudiera ver lo que yo veía. Su valor. Su importancia. Su lugar en mi vida. Pero, sobre todo, deseaba que él pudiera verlo por sí mismo.
—Tenía miedo, Anon —continué, con la voz apenas más baja, pero aún temblorosa, como si mis emociones pudieran desbordarse en cualquier momento—. No quiero perderte, eres mi maldito mejor amigo... ¡Me importas, maldita sea!
¿Por qué no lo entiende? ¿Por qué siempre cree que está solo? Mi cuerpo entero temblaba mientras trataba de mantener el control, aunque sabía que ya estaba perdiendo esa batalla. Apreté los brazos con más fuerza alrededor de su cuerpo, como si al hacerlo pudiera transmitirle todo lo que las palabras no alcanzaban a decir.
—Sé que crees que no tienes a nadie en este mundo, pero yo estoy aquí. —Mi voz se quebró al final, pero no me importó. Lo necesitaba tanto que dolía—. Sé que piensas que a nadie le importaría si algo te pasara, que nadie lloraría tu muerte... pero yo lo haría. —
Mi garganta ardía, y sentía como si el peso del mundo se estuviera acumulando en mi pecho. Cerré los ojos con fuerza, dejando que las lágrimas fluyeran sin resistencia, pero no solté mi abrazo. No podía soltarlo.
—Mi vida no sería la misma sin ti... y tus estupideces... —Intenté reír, pero lo único que salió de mi garganta fue un sonido áspero, una risa amarga que murió al instante, aplastada por la angustia que volvía a consumir cada parte de mí.
Pensé hacia mis adentros, por favor, entiende esto. Por favor, ve cuánto significas para mí. Mientras lo abrazaba, mi mente rezaba desesperadamente a cualquier fuerza que pudiera escuchar. Jesús Raptor, Dios, ParasBuda... cualquier jodida deidad que pueda ayudarme con este idiota. Haz que al menos se dé cuenta de que su vida importa. Que yo lo necesito en mi vida. Que su existencia tiene valor.
Entonces, finalmente, habló. Su voz no era la de siempre. No había tristeza ni resignación, sino algo más oscuro, más profundo. Odio. No hacia mí, sino hacia sí mismo.
—Perdóname, Nick... yo... lo siento tanto... —sus palabras salieron rotas, como si cada una le costara respirar.
Algo en su tono me rompió. Mi enojo, mi frustración, se desmoronaron de golpe, dejándome con un dolor tan intenso que me sentí vacía. Es increíble. Incluso cuando odias lo que haces, incluso cuando crees que no vales nada, sigues siendo una buena persona. Maldito seas, Anon. Maldito seas por hacerme sentir esto.
Negué con la cabeza rápidamente, como si pudiera disipar sus palabras antes de que se asentaran en su mente.
—No hiciste nada malo, Anon. —Respiré hondo, tratando de estabilizarme, pero mi voz aún sonaba temblorosa—. Hiciste lo correcto... Naomi nos contó lo que pasó por mensaje, que salvaste a Naser de un colapso mental. Hiciste lo que tenías que hacer, y estoy orgulloso de ti por eso. —
Mis palabras eran sinceras, pero aún pesaban en mi garganta. Mi orgullo por él no podía borrar el miedo que sentí al verlo herido, al imaginar que algo peor podría haber pasado.
—Pero, por favor, la próxima vez... si te encuentras en una situación así... huye, o al menos mantente alerta. —Mi voz se quebró nuevamente, esta vez en un tono de súplica desesperada—. No quiero verte herido otra vez. —
Él no dijo nada al principio. Solo permaneció quieto, pero entonces levantó los brazos lentamente y me abrazó de vuelta. Ese simple gesto hizo que mi pecho se apretara aún más, como si todo el peso del momento finalmente cayera sobre mí.
—No puedo prometerte que dejaré de ser un idiota —admitió, limpiándose una lágrima con la manga, con una leve sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Pero... te prometo que me cuidaré más, ¿ok? —
Asentí, incapaz de decir algo más... era un avance. Sentía las lágrimas cayendo sin control mientras mi mente repetía una y otra vez la misma verdad: Lo amo. No importaba cuántas veces lo negara, cuántas veces tratara de convencerme de lo contrario, él se había convertido en todo para mí.
Lloré en su pecho, dejando salir toda mi frustración, todo mi miedo y mi amor. Anon, con sus absurdas ideas de heroísmo y su falta de amor propio, había logrado romperme por completo una vez más. No me quedaba nada, excepto este momento y este abrazo.
—Te compensaré por esto, Nick... te lo juro —murmuró, y su voz, aunque sincera, carecía de fuerza.
Nos quedamos así, abrazados, por lo que parecieron horas. El mundo a nuestro alrededor se desvaneció, los ruidos del almuerzo en la escuela desaparecieron, y los problemas con VVRUM DRAMA dejaron de importar. Solo éramos él y yo, compartiendo un instante que parecía eterno.
¿Cómo es posible que este idiota haya monopolizado mi corazón en solo un mes? pensé, mientras mis lágrimas seguían cayendo. Pero ya no había dudas. No podía imaginar un mundo sin Anon, y nunca querría hacerlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro