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5.1 Celular

Nick se miraba el espejo estando completamente desnuda después de ducharse... frente su espejo de cuerpo completo, ella miraba sus facciones faciales, y corporales... y se sentía dolida, su cuello, seis hombros, sus inexistentes pechos, su abdomen, su carencia casi total de caderas, sus piernas delgadas, aunque cierto que siempre sintió envidia por otras chicas, ahora le causaba rabia-

Su cuerpo no era para nada femenino, lo que creía su inexistente orgullo de mujer, se había manifestado por primera vez en su vida... y todo era culpa de ese calvo, ese calvo que llegó a su vida hace menos de una semana y ya le hizo cuestionarse su propia existencia, Nick soltó un largo suspiro se colocó sus pantalones holgados y su camisa blanca de siempre, y se vio de nuevo al espejo con desdén.

P.V

Maldita sea... carajo.

Era tan temprano, cerca de las 7 de la mañana, y ya estaba sentada a la mesa con ellos, los tres miembros de mi familia, compartiendo el desayuno como siempre lo hacíamos, sin importar si era lunes, domingo o feriado.

Mi familia siempre había tenido el buen hábito de levantarse temprano, pero yo estaba inquieta, y los nervios me traicionaban. A kilómetros se podía ver lo nerviosa que estaba, o al menos eso sentía mientras el reloj seguía avanzando.

Anon vendría temprano... le había avisado con anticipación, aunque sabía que no era necesario. No, era solo una excusa para verlo, para pasar tiempo con él, aunque fuera unos minutos extras, cualquier pretexto me parecía válido para tenerlo cerca.

Había preparado algunas cosas para mantenernos entretenidos, algunos videojuegos y una lista mental de temas de conversación por si, en algún momento, los nervios me traicionaban. El solo hecho de pensar en que él entraría por esa puerta en menos de una hora hacía que el estómago se me revolviera, como si hubiera bebido diez tazas de café seguidas. Intentaba no pensar en cómo sonaría mi voz cuando lo saludara, o en si me notaría demasiado ansiosa.

La voz de mi madre rompió el silencio, y no fue hasta que ella habló que me di cuenta de que la cuchara que sostenía estaba temblando en mi mano, chocando contra el borde del plato.

—Calma, Nicole —dijo con un tono suave, aunque divertido—. Estás a punto de sufrir un ataque de nervios...

Alzó una ceja, divertida, mientras me observaba, y sentí cómo el calor subía a mis mejillas. De inmediato dejé la cuchara y me cubrí el rostro con las manos, tratando de disimular mi vergüenza. ¿Tan obvia era? Aunque, siendo realistas, no me sorprendía. Mis padres me conocían mejor de lo que me gustaría admitir.

—Lo siento... —murmuré, sin poder evitar sonreír de medio lado—. Creo que solo... estoy emocionada. Eso es todo.

Mi madre soltó una risa suave y, en un gesto tranquilizador, colocó una mano en mi hombro. Sentí la calidez de su toque y, de algún modo, eso logró calmarme un poco. Aunque su apoyo me daba ánimos, no podía evitar sentir que la situación estaba más allá de mis manos. Era la primera vez que me importaba tanto alguien, y ellos lo sabían.

—Tranquila, todo va a salir bien —me dijo con esa serenidad tan característica de ella—. Los tres te apoyamos en esto, no tienes que preocuparte. Nos aseguraremos de no cometer errores, ¿verdad, cariño?

Giré la cabeza hacia mi padre, quien había estado en silencio, observando toda la escena. Me miró con una expresión incómoda, como si se debatiera entre decir algo o no. Entendía su incomodidad; para él, yo siempre había sido su niña, y ahora, ver que me preocupaba por un chico como nunca antes... eso debía de ser una novedad para él.

Él soltó un largo suspiro, y pude ver que sus ojos pasaban de la preocupación al orgullo y, finalmente, a una ligera sonrisa. La verdad era que él había sido un apoyo importante para mí siempre, y en esta situación, aunque sabía que era raro para él, estaba intentando comprenderlo.

—No estoy enojado, hija... —dijo finalmente, en un tono sincero—. A decir verdad, estoy un poco nervioso. Es solo que esto es algo nuevo para mí. Sabía que tarde o temprano pasaría, pero... —me miró con una mezcla de cariño y seriedad— confío en tu juicio, así que no te preocupes. Pero... al menos déjame asustarlo un poco, si es necesario. Es mi deber como padre, ¿no?

No pude evitar sonreír ante su comentario. Sabía que hablaba en broma, aunque también había algo de verdad en sus palabras. En el fondo, entendía que para él era difícil, no porque no confiara en mí, sino porque, en su rol de protector, quería asegurarse de que quien fuera importante para mí también lo respetara. Asentí, sin decir nada más, dejándole ver que lo entendía y que, en cierta forma, agradecía su intención.

Miré a mi hermano menor, que estaba sentado al otro lado de la mesa, entretenido en sus propios pensamientos y claramente ajeno a la intensidad de mis emociones. Al sentir mi mirada, levantó la vista un instante y se encogió de hombros, como si todo esto fuera un tema insignificante para él. Honestamente, fue reconfortante que solo reaccionara así. Me hizo sentir que, al menos para alguien en esta casa, el hecho de que estuviera nerviosa por alguien no era el fin del mundo.

Respiré profundamente, tratando de calmarme mientras miraba el reloj. Cada segundo que pasaba me acercaba más al momento en que Anon estaría aquí, y aunque sabía que mis padres estaban de mi lado, el miedo persistía.

El hecho de que fueran ellos quienes lo conocieran... eso hacía que todo se sintiera más real. Ya no era solo una fantasía de mi mente; era algo tangible, una relación que ellos también empezarían a comprender.

Sin embargo, no podía ignorar que había algo en mí que no quería revelar completamente. Ese impulso de que aún no supiera que era mujer, de que se mantuviera un misterio por un tiempo más, aunque en el fondo supiera que eso solo complicaba las cosas. Sabía que, eventualmente, no tendría otra opción que sincerarme, pero por ahora, ese pequeño secreto me daba una sensación de control en medio de toda esta vulnerabilidad.

Mi madre me miró una vez más, como si pudiera leerme la mente. Sabía que ella entendía esa necesidad mía de protegerme, aunque probablemente también intuía que, tarde o temprano, tendría que enfrentar esa verdad con Anon. Sin embargo, no dijo nada más, solo me dedicó una sonrisa de comprensión y dejó que el silencio hablara por ambas.

Pasaron algunas horas desde que desayunamos, y la calma de la casa solo aumentaba mi ansiedad. Papá, relajado en su modo "día libre", llevaba una de esas ridículas camisetas hawaianas que tanto le gustan, llena de flores de colores y palmeras. Mamá estaba recostada en el sofá, hojeando una revista, mientras Yeremi jugaba distraído con su pelota de béisbol. Yo intentaba respirar profundo, mantener la calma, pero sentía cada minuto como un tictac en mi cabeza. El momento se acercaba.

De repente, escuché el timbre de la puerta, y todas mis escamas se crisparon al instante. Me levanté tan rápido que casi tumbé la silla. Era él. Sentí un vuelco en el estómago mientras me acomodaba el cabello, arreglaba la camisa y tomaba una última respiración. "Es solo Anon," me dije. "Solo es Anon...".

Abrí la puerta y ahí estaba, con esa sonrisa despreocupada y los ojos llenos de curiosidad.

—¡Pasa, MVP! Llegaste justo a tiempo —le dije, forzando una voz calmada que apenas sostenía. Sin pensarlo, rodeé su cuello con mi brazo en nuestro saludo habitual, fingiendo una confianza que se sentía resquebrajar con cada paso hacia el patio—. Ven, te voy a presentar a mi familia.

Mientras lo guiaba, me invadió una oleada de nervios que no podía controlar. Me sentía tan consciente de todo: mi respiración, mis manos, la distancia entre nosotros. Mi cabeza iba a mil, y en algún punto me percaté de que no podía mirarlo directamente. ¿Por qué me ponía tan nerviosa?

Llegamos al patio, y al vernos, mi padre alzó la vista, inspeccionando a Anon de arriba abajo. Podía notar su ceja arqueándose ligeramente, pero en lugar de mantenerse serio como pensé que haría, lo saludó de una manera sorprendentemente amigable.

—¡Hey! Tú debes ser Anon. Mi hij... —hizo una pausa que me puso aún más tensa— ...o me ha hablado de ti. Dice que eres un buen cocinero y que le estás echando una mano en la clase de gastronomía del hogar.

Papá extendió la mano hacia él con un apretón firme, y Anon respondió con igual firmeza. Luego mi padre notó un detalle inesperado.

—Por cierto, bonita camisa. Vamos a juego, ¡qué coincidencia! —dijo con una sonrisa que no me esperaba—. Me llamo Edward, mucho gusto.

Fue entonces cuando noté algo que me dejó atónito: Anon llevaba una camisa idéntica a la de mi papá. Flores, palmeras y todo. ¿Cómo era posible? No había forma de que lo hiciera a propósito, era simplemente una coincidencia... pero ¡qué coincidencia! Dios, este chico de verdad subestima su suerte.

No pude evitar sonreír, sacudiendo la cabeza en medio de la incredulidad.

—¡Oye, es cierto! No puedo creer que no me hubiera dado cuenta —comenté con una sonrisa divertida, aunque aún sintiendo una extraña mezcla de vergüenza y orgullo.

De repente, Yeremi se acercó, con la curiosidad pintada en su rostro de niño, señalando hacia Anon con una sonrisa casi burlona.

—¡Mira, papá, trae una camisa como la tuya! —exclamó, como si hubiera descubierto el hallazgo del siglo.

La escena me hizo reír, y el sonido de mi propia risa alivió un poco el peso de la tensión. Acaricié la cabeza de Yeremi, quien se quedó mirándome con una sonrisa orgullosa, como esperando mi reacción.

—Es mi hermano menor, Yeremi —le expliqué a Anon, haciendo un leve ademán hacia él—. Oye, saluda, no seas maleducado.

Yeremi le dedicó una sonrisa tímida y asintió, casi escondiéndose detrás de mí pero sin perder su curiosidad. En ese momento, pude ver el reflejo de nuestra familia a través de los ojos de Anon: el caos de una familia común, llena de momentos curiosos, incomodidad y risas. Sabía que este pequeño mundo que compartía con él ya comenzaba a significar algo, y eso me llenaba de una mezcla de alegría y nervios que hacía que mi corazón latiera con fuerza.

Me encontré a mí mismo deseando que ese momento fuera perfecto, que Anon se sintiera a gusto. Mientras seguíamos en el patio, pude ver cómo papá lo miraba con algo de aprecio, aunque de seguro aún manteniendo cierta cautela, y sentí que todo podría salir bien.

—Hola —saludó Yeremi, acercándose a Anon con su clásica curiosidad infantil. Noté cómo sus ojos brillaban mientras miraba a mi amigo, y antes de que pudiera detenerlo, Yeremi comenzó a pincharme la mano con un entusiasmo que no ocultaba nada.

—Es la primera vez que veo a alguien con la piel tan suave —comentó, como si hubiera hecho un gran descubrimiento.

Una risita escapó de mis labios antes de que pudiera controlarla. No podía evitarlo; Anon, de alguna manera, era realmente "suave" en comparación a todos nosotros, y me resultaba gracioso que Yeremi notara ese detalle tan pronto. Además, ya estaba decidido a no soltarlo por un rato, así que aproveché para responderle.

—Sí, los humanos son muy suavecitos —dije en tono de broma, dándole una palmadita en el hombro a Anon—. Es muy cómodo tenerlo así todo el rato —agregué, sin mencionar que en realidad me reconfortaba mucho tenerlo cerca. Sentía que, de algún modo, su presencia me ayudaba a calmar los nervios y hacerme sentir más en control.

En ese momento, una voz familiar interrumpió mis pensamientos. Mi madre, Nova, apareció en el patio con una expresión cálida y alegre que irradiaba su característica amabilidad. Era evidente que quería que Anon se sintiera bienvenido.

—Oh, veo que ya llegaste, Anon. Nick me avisó que vendrías —dijo, con ese tono suave que siempre tenía cuando quería que alguien se sintiera a gusto.

Anon respondió con un "Un gusto..." algo neutral, y por un instante pensé que seguía siendo esa persona fría y distante que todos parecían ver. Pero luego recordé lo que había descubierto ayer: su seriedad no era otra cosa que timidez.

Ahora que lo entendía mejor, me parecía increíblemente adorable; algo en esa seriedad y torpeza me hacía sentir algo más fuerte por él. Sí, a muchos les podría parecer un "bajón", pero para mí, saber que era un poco tímido lo hacía aún más... entrañable.

Mi madre pareció notar su incomodidad, así que se apresuró a quitarle importancia a las formalidades.

—Solo llámame Nova, Anon —respondió ella con una sonrisa, quitándole peso a las presentaciones, y eso hizo que él pareciera relajarse un poco.

Quería que Anon causara una buena impresión en mis padres, así que decidí poner en marcha mi pequeño plan para mostrar lo talentoso que era.

—Hey, papá, Anon dijo que sazonaría la carne hoy —dije, con una sonrisa confiada—. Por eso lo llamé temprano.

Mi padre, quien hasta ahora observaba la escena con su típica mirada de evaluador, asintió y señaló una gran hielera que descansaba sobre la mesa, repleta de cortes de carne.

—Perfecto. Todos los cortes están allá —dijo mientras miraba a Anon, evaluándolo con el interés de un padre. En ese momento, me giré hacia la hielera, que estaba repleta de carne lista para ser sazonada. Mi estómago rugió en cuanto pensé en lo que Anon podría preparar hoy; la expectativa me hacía salivar solo de imaginarlo.

Él miró el surtido de carne, y sin perder tiempo, se apartó de mi lado, enfocándose en la tarea.

—¡Manos a la obra! —murmuró para sí mismo, con una concentración que parecía ajena a todo lo demás. El verlo de repente tan serio, enfocado y comprometido, me hizo sentir un ligero sonrojo. Ahí estaba él, con esa expresión decidida que tanto me encantaba.

Con movimientos seguros, se arremangó, dejando ver los músculos de sus brazos, que, aunque no eran grandes, sí se veían definidos. La imagen mental de él abrazándome con esos brazos hizo que mirara al suelo rápidamente, con una mezcla de vergüenza y emoción que era imposible de controlar.

Anon me lanzó una mirada rápida antes de acercarse a la mesa.

—Nick, voy a necesitar un poco de espacio... —murmuró, con ese tono que usaba cuando quería concentrarse. Me quedé paralizada un segundo, sintiendo una pequeña punzada de tristeza al tener que soltarlo, pero intenté ocultarla en una sonrisa.

Él, notando mi reacción, me sonrió suavemente, como si de alguna manera comprendiera mis pensamientos.

—Te avisaré cuando puedas hacerlo de nuevo... no entiendo por qué te gusta tanto rodearme con tu brazo —comentó con una ligera sonrisa que me derritió por completo.

Solté una risa pequeña y nerviosa, sin poder evitarlo. Saber que ese gesto mío no solo no le molestaba, sino que ya lo consideraba algo habitual, me llenaba de una felicidad inesperada. Esa pequeña frase suya era, para mí, un símbolo de la cercanía que habíamos ganado. Sonreí mientras lo observaba comenzar a sazonar la carne, cada movimiento cuidadoso y meticuloso. Anon realmente estaba concentrado, poniendo esfuerzo en cada detalle.

Decidí tomarme un momento para calmarme y fui hacia Yeremi, que seguía lanzando su pelota al aire con la misma energía de siempre. Me acerqué a él y, con una sonrisa, le quité la pelota para empezar a jugar un poco.

Yeremi me miró, sorprendido al principio, y luego sonrió ampliamente.

—¿Estás nerviosa porque Anon vino? —me preguntó con una picardía infantil que me hizo reír.

Lo miré, tratando de no delatarme, pero Yeremi era demasiado observador.

—Tal vez un poquito, pero no se lo digas a nadie —le dije con una risa ahogada. Sentir el apoyo de mi familia y tener a Anon cerca... todo se sentía increíblemente bien, como si, por primera vez, todo encajara perfectamente.

Vi a mi madre acercarse a donde estaba Anon, y un par de nervios extraños me recorrieron. Una parte de mí sabía que no tenía de qué preocuparme, pero aun así... mamá siempre fue excelente para hacerme pasar vergüenzas sin querer.

Mientras la veía aproximarse a Anon, sentí un golpecito en el brazo y volteé para ver a Yeremi mirándome, la pelota de béisbol en su mano y una expresión ligeramente confundida.

—Jamás te había visto así... —dijo, entrecerrando los ojos como si tratara de descifrar un rompecabezas imposible.

Solté una risita nerviosa y sacudí la cabeza, tratando de desviar un poco la tensión de mi pecho.

—Juguemos un momento, necesito relajarme —dije, aunque en el fondo me preguntaba si realmente iba a poder calmarme.

Yeremi se encogió de hombros y, con esa expresión típica de alguien a quien realmente no le importan los dilemas ajenos, comenzó a lanzarme la pelota. Jugamos un rato, intercambiando pelotazos sin mucha conversación. Sin embargo, los minutos pasaban, y la verdad es que no lograba librarme de esos malditos nervios.

Mis dedos seguían temblando con una mezcla de ansiedad y anticipación que no estaba acostumbrado a sentir, y sabía que, si no hacía algo pronto, iba a volverme loca.

Finalmente, decidí ir a buscar mi guitarra. Quizás un poco de música me ayudaría a relajarme y, si Anon seguía con la carne un rato más, podría descargar esta ansiedad en las cuerdas.

Cuando regresé, Anon estaba completamente concentrado en lo suyo, untando la carne con una mezcla roja que tenía un aspecto delicioso. Cada uno de sus movimientos era meticuloso y decidido; su atención estaba totalmente puesta en el proceso, y me sorprendía cómo parecía tan en su elemento.

Sentí un impulso enorme de acercarme y tocarle los brazos... o algo más, pero de inmediato reprimí la idea, dándome la vuelta para concentrarme en mi guitarra. Me senté bajo una de las palmeras del patio, ajusté las cuerdas y empecé a practicar algunas notas.

Estaba tan metida en la guitarra que el tiempo pasó volando, y para cuando me di cuenta, ya había pasado casi una hora. La melodía se sentía como un escape, una forma de liberar todo lo que estaba guardando, pero incluso con eso, no podía evitar pensar en cómo le estaría yendo a Anon y si él estaría disfrutando o no de su tiempo aquí.

De repente, una voz me sacó de mi concentración.

—¿Qué haces, Nick? —preguntó Anon, sonando un poco curioso y sorprendiéndome tanto que casi doy un brinco.

—Oh, perdón, no te escuché llegar. Estaba muy metido en la guitarra —respondí, tratando de parecer relajada y despreocupada mientras le lanzaba una sonrisa casual—. ¿Ya terminaste con la carne?

Anon echó un vistazo rápido hacia la mesa donde la carne descansaba ya sazonada y lista para marinar.

—Más o menos —respondió—. Tengo que dejarla marinar un rato. Y, por lo que veo, aún es temprano —añadió, con una expresión tranquila y paciente.

Asentí, soltando un suspiro de alivio mientras jugueteaba con las cuerdas de la guitarra. Notaba que mi cola se movía de un lado a otro de pura emoción. Tener a Anon aquí, en mi casa, era algo tan... surrealista.

Quería aprovechar el momento, hacer que se sintiera tan cómodo como él siempre lograba que yo me sintiera, y sabía que había una forma perfecta de hacerlo.

—Sí, bastante. Mi tío y Sage van a llegar en unas tres horas, y papá apenas está limpiando la parrilla... —le dije, intentando sonar casual, aunque apenas lograba contener la emoción en mi voz—. Oye, ¿te gustan los videojuegos?

Era la segunda fase de mi plan: quería que Anon se soltara un poco y se divirtiera antes de que llegaran más personas, y sabía que los videojuegos siempre eran una buena opción.

Anon sonrió un poco, algo que no siempre era fácil de conseguir de él, y me miró de una forma más abierta.

—Me gustan mucho —respondió, con un poco más de confianza de la habitual, lo que hizo que una pequeña chispa de emoción explotara en mi interior.

Antes de que él tuviera tiempo de preguntar qué juego tenía en mente, lo rodeé con mi brazo y, casi sin darle opción a protestar, lo llevé hacia la sala de mi casa, arrastrándolo de manera juguetona.

—¡Entonces ven conmigo! —le dije, riendo al notar su expresión ligeramente aturdida—. Tenemos todo tipo de juegos, y si quieres, podemos empezar con alguno que sea para dos jugadores. Así no te aburres viendo mientras juego solo —le guiñé un ojo.

Anon soltó una pequeña risa, como si mi entusiasmo lo contagiara un poco. Al llegar a la sala, encendí la consola y le pasé un control, sentándome junto a él mientras elegía uno de los juegos de carreras que sabía le llamaría la atención.

Mientras configurábamos el juego, traté de no mostrar cuánto me emocionaba estar tan cerca de él, pero era imposible ignorar el hecho de que nuestros brazos a veces se rozaban o que, cada vez que Anon se concentraba en la pantalla, podía ver esa expresión seria y decidida que tanto me gustaba.

Levanté las cejas con entusiasmo, cruzando los brazos y mirando a Anon con una sonrisa retadora.

—Tengo curiosidad de cómo juegas, amigo. Recientemente terminé Elder Rex. ¿Lo has jugado? —pregunté, dejando ver un poco el orgullo de haberlo acabado, lo cual no era poca cosa. Solo algunos podían terminarlo sin volverse locos.

Él se rascó la mejilla y desvió la mirada hacia la consola y la pantalla de la sala, un tanto incómodo, y me dio una respuesta que me dejó un poco sorprendido.

—Bueno... no he tenido el honor, pero he jugado otros Souls —respondió con una media sonrisa, como si intentara encajar en la conversación sin tener realmente idea de lo que había en frente.

Le lancé una mirada desafiante, queriendo animarlo a probarlo y, de paso, esperando que se sintiera como en casa.

—Veamos de qué estás hecho, Anon. —Le guiñé un ojo, retándolo mientras encendía el juego.

—Solo que... —dijo él, arrastrando un poco la voz mientras se sentaba en el sillón, su tono más serio— en hora y media tengo que checar la carne.

Asentí, aunque con un toque de decepción, y tuve que soltarlo mientras ambos tomábamos asiento frente a la pantalla. Aun así, saber que íbamos a pasar el rato en algo tan relajado hacía que mi entusiasmo creciera; además, no podía evitar sentir un poco de orgullo por compartir mi mundo con él.

Anon comenzó creando su personaje, y desde el minuto uno me sorprendió lo mucho que se enfocaba en cada pequeño detalle, aunque no tenía idea de si se estaba tomando en serio el proceso o solo tratando de ganar tiempo. Sin embargo, después de veinte largos minutos, su personaje estaba listo, y tuve que reprimir la risa que empezaba a asomarse.

El personaje en la pantalla era lo más genérico posible. Era como si Anon hubiera creado a... bueno, a una versión aún más estándar de sí mismo.

—¡Es igualito a ti, no mames! —solté, señalando al personaje y lanzando una carcajada—. Aunque... ahora que lo pienso, tienes una cara muy genérica para los estándares humanos.

Anon soltó una risa sarcástica, rodando los ojos como si estuviera acostumbrado a comentarios como ese.

—Creo que nací con todo en por defecto y el cabello en 0 —dijo, haciéndome una broma que no pude evitar encontrar divertida.

—¡Sí, exacto! Todo en determinado, pero con el slider del pelo al mínimo —respondí entre risas—. Igual, va a estar bueno verte morir en este juego, MVP.

Él sonrió, pero no tenía idea de lo que le esperaba en este mundo virtual. Había algo dentro de mí que quería que me sorprendiera, que mostrara que era un genio en esto... Pero, honestamente, ver su primera hora de juego fue una revelación: Anon era, sin exagerar, el peor jugador que había visto en mi vida.

La primera vez que intentó moverse, no sabía ni qué botones presionar. Se enredaba con el control, atacando al aire sin ningún enemigo a la vista y caminando en círculos. Cuando por fin encontró la salida de la primera área y se topó con un enemigo, fue un espectáculo desastroso: sus golpes nunca daban en el blanco, y cada ataque del enemigo lo derribaba de inmediato. En cuestión de segundos, su personaje estaba en el suelo. Yo traté de no reír, pero después de la quinta caída, fue inevitable.

—¡Pero, Anon! No tienes que acercarte tanto. A ver, trata de rodar cuando él ataque —le dije, intentando ayudarlo y conteniendo la risa.

—Ya veo, solo... bueno, esta cosa está programada para matarme a la primera oportunidad —contestó él, con frustración.

Era increíble verlo tan determinado y frustrado a la vez, como si estuviera compitiendo contra sí mismo más que contra el juego. Cada vez que su personaje caía al suelo, fruncía el ceño, y podía ver cómo se esforzaba por entender cómo funcionaban los controles. A veces, cuando fallaba un ataque, soltaban un suspiro entre dientes y murmuraba cosas como "esto no puede ser" o "en serio... otra vez". Me reía en silencio, disfrutando de la seriedad que le ponía a algo tan simple como derrotar a un enemigo básico.

Tras cada intento fallido, él ajustaba sus manos en el control, miraba la pantalla con una concentración feroz y me decía:

—Esta vez lo tengo. Lo que pasa es que estoy calentando.

A los diez minutos, ya había muerto al menos quince veces y apenas había avanzado unos pasos. Cada vez que moría, él soltaba un suspiro frustrado y resoplaba, ajustando su postura en el sillón como si eso le diera una ventaja. Pero lo que más me impresionaba era su determinación. No se rendía. Seguía reintentando, con la misma energía en cada intento, como si estuviera convencido de que eventualmente lo iba a dominar.

—No entiendo cómo te diviertes con esto... —murmuró después de morir nuevamente, pero con una risa resignada que indicaba que, aunque no era lo suyo, estaba empezando a disfrutar la experiencia.

—Es parte del encanto —le respondí, sin dejar de reír—. La mitad del juego es morirse hasta que aprendes. Tú lo estás haciendo excelente en esa parte —añadí, dándole una palmada en el hombro, intentando que no se desanimara.

Pasaron cerca de veinte minutos más, y Anon seguía sin lograr pasar del primer nivel. Los enemigos parecían implacables, pero él mantenía esa concentración imperturbable. Incluso cuando el juego le daba una nueva oportunidad para esquivar, su personaje apenas lograba rodar un par de metros antes de quedar fuera de combate. Era como si el juego estuviera diseñado específicamente para burlarse de su tenacidad. Pero, sorprendentemente, Anon no se veía desanimado; si acaso, su determinación se hacía más fuerte.

Anon se levantó del sillón y se estiro un poco, soltando una risa confiada y un tanto sarcástica mientras miraba la pantalla del juego que había puesto en pausa.

—Dame unos seis años con este juego y lo paso, ¿eh? —dijo, estirándose un poco y cruzando los brazos—. Yo nunca uso guías ni atajos, es mi orgullo hacer las cosas como se deben.

Lo miré, entre fascinado y divertido, porque hablaba con un tono de superioridad exagerada que me hacía reír... pero también había algo en su mirada. Aunque lo decía en broma, noté que había una honestidad en su sonrisa. No era solo un comentario al azar; para él, hacer las cosas a su manera era importante. Y ahí estaba, de pie, sonriendo de una forma cálida, natural... era una sonrisa genuina, de esas que pocas veces le veía y que siempre parecían iluminarlo por completo.

Me quedé en silencio, observándolo, y algo dentro de mí se encendió como una chispa que iba en aumento. No podía explicar lo que estaba pasando, pero de repente sentí una calidez que me recorría desde la punta de la cola hasta la cabeza. Era como si mi cuerpo reaccionara sin mi permiso, y, sin darme cuenta, me encontré mirándolo fijamente, con una sonrisa estúpida en el rostro y el calor de un sonrojo subiendo rápidamente por mi cara.

—Tierra llamando a Nick... —dije para mí mismo, en un intento desesperado de recuperar el control. Sin embargo, mi cara seguía ardiendo y sabía que él se había dado cuenta.

Anon me miró con una ceja levantada, sin perder su sonrisa, y me sentí expuesto, como si él pudiera ver más allá de lo que intentaba esconder. Lo único que se me ocurrió fue una excusa para desviar su atención.

—Necesito... ir al baño —solté rápidamente, intentando sonar casual—. Imagino que debes preparar la carne... —agregué, esperando que mi excusa sonara creíble.

Anon me miró sorprendido por un segundo, como si no entendiera mi repentina retirada, pero luego se llevó una mano a la frente, dándose cuenta de que, efectivamente, el tiempo se le había pasado volando.

—¡Es cierto! —exclamó, con una mezcla de sorpresa y vergüenza—. Tengo que hacerlo, casi se me pasa.

Se levantó apresuradamente y, con una última sonrisa en mi dirección, salió hacia la parrilla, dejándome con el pecho latiendo rápido y esa mezcla de emociones que no terminaba de comprender. Me levanté y, como había dicho, fui al baño; sin embargo, una vez dentro, cerré la puerta y me apoyé contra la pared, soltando un suspiro que había estado conteniendo desde hacía rato.

Miré al espejo y me acerqué al lavabo, abriendo el grifo y dejando que el agua fría fluyera sobre mis manos mientras intentaba calmarme. "Solo era una sonrisa", me dije, como si eso pudiera disminuir el torrente de emociones que se desbordaba dentro de mí. Me eché agua en la cara, esperando que el frío disipara el sonrojo que, para mi frustración, seguía allí, ardiendo bajo mis mejillas.

Pero por más que intentara calmarme, mi corazón latía con fuerza, como si quisiera salir de mi pecho. Estaba pasando algo más... algo que hasta ahora no había querido admitir. Me apoyé en el borde del lavabo, bajando la cabeza, y solté un suspiro más profundo, incapaz de evitar una sonrisa tonta que se reflejaba en el espejo.

—Maldito seas, Anon... —murmuré, aún sintiendo ese calor que me había dejado su sonrisa.

Aunque me esforzaba por alejar esas sensaciones, mi mente volvía una y otra vez a la forma en que Anon me había sonreído, tan genuino, tan... auténtico. Sabía que no era solo el juego lo que había hecho que pasáramos un buen rato, sino la forma en la que compartía todo, hasta sus pequeñas frustraciones, con esa mezcla de sarcasmo y orgullo que era tan propia de él.

Lunes

Puta Madre, Puta Madre... Leo, Curtis nuevamente lo defendió, estaba tan metida en mis fantasías y los buenos momentos que olvide por completo a ese imbécil.

Curtis me explico lo que había sucedido, y como Anon y Leo se encontraron por accidente en la entrada de la escuela, me sentí mal, olvidé advertirle de ellos y me sentí impotente.

Por suerte Rosa dijo mientras me ponía la mano en el hombro al ver mis nervios —No te preocupes Nick, las cosas no van a empeorar, Leo es un cobarde, no se atrevería a atacar a Anon si esta acompañado, hablare con Spears para que nos deje usar el quisco del club de jardinería a todos..

Curtis asintió y se cruzó de brazos sonriendo —Cualquier pretexto para darle una paliza a ese cabrón es bienvenido. —

Rosa le dio un golpe en la cabeza a Curtis con la mano abierta —Ni siquiera lo pienses no querrás provocarle más problemas a Sage ¿verdad

Curtis miro el suelo apenado y nos quedamos los 3 en silencio un momento.

Curtis soltó un largo suspiro y dijo algo para quitar la incomodidad el ambiente —Sage me dijo algo curioso Nick, que Anon le agradó y de que te pusiste muy territorial cuando ellos dos agarraron confianza. —

Sin querer di un golpe al suelo con mi cola, y Rosa me miró fijamente un momento y luego soltó un chillido de alegría —Finalmente sucedió, la reina del hielo Nicole finalmente salió del caparazón, aunque me resulta una lástima que sea en el último semestre. —

Solte un bufido molesta, pero no lo negué y dije —Solo atengámonos al plan, mis asuntos románticos de momento no importan, solo importa la seguridad de Anon. —

Rosa negó con la cabeza y dijo autoritaria —Claro que no señorita, pero, no meteremos la cuchara en esto.

Suspire y mire al suelo algo decaída —Hable con Anon el viernes y descubrí algunas cosas de él.

Curtis alzo la ceja intrigado y se rasco la barbilla.

Continúe —Anon... es tímido... increíblemente tímido e inseguro, su actitud algo fría y reservada es por eso... no puedo revelar mucho, pero ténganlo en cuenta para no agobiarlo.

Curtis asintió —Lo sospechaba, entonces nada de preguntarle de su asado ni intentar obligarlo a algo que no quiera hacer ¿correcto

Asentí y Rosa dijo el pobre en matemáticas parecía un becerro recién nacido de lo nervioso que se veía, me recordó un poco a Stella cuando la conocí, tiene sentido lo que dices, si te soy honesta la primera vez que lo vi quise abrazarlo, se notaba que necesitaba uno. —

Abri los ojos como platos y mire a Rosa la cual me miro ofendida —No pienso quitarte a tu hombre, no soy de esas, aunque siendo honesta si se me hubiese acercado a mi seria otra historia solo digo, además ya tengo mis ojos en alguien más, no se ponga celosa morra. —

Rosa y Curtis se rieron un poco de mi vergüenza.

Durante la clase de Gastronomía del Hogar, estaba completamente desconcentrada. Traté de enfocarme en la receta que estábamos siguiendo, pero mi mente vagaba hacia todo lo que había pasado y lo que podría pasar. Podía sentir la mirada de Anon, quien me observaba con una mezcla de preocupación y paciencia. No decía nada, y agradecía que me dejara en paz. Necesitaba ordenar mis pensamientos, liberar todos esos sentimientos negativos sin tener que explicarle todo.

Cuando la clase terminó, él estaba a punto de salir hacia su siguiente materia. En un impulso, decidí acompañarlo, sabiendo muy bien que mi próxima clase estaba al otro lado de la escuela. Anon también lo sabía, y al notarlo, sus ojos mostraron una mezcla de sorpresa y culpa. No quería que yo me retrasara por él. Me quedé un segundo en silencio, tomando aire, y luego decidí ser honesta.

—No me importa llegar tarde —dije, con un tono serio y firme—. Me preocupa más tu seguridad. Así como tú tienes tu orgullo, yo tengo el mío también, Anon. Solo déjame protegerte...

Al principio, pareció que iba a replicar, pero luego simplemente asintió, bajando la mirada como si tratara de aceptar lo que le decía sin rechistar. Me quedé con él hasta asegurarnos de que llegara al salón, y cuando lo vi entrar y ocupar su asiento, me di la vuelta y me eché a correr hacia mi propia clase.

Por el camino, casi chocando contra otros estudiantes, me encontré con Curtis y Trent, quienes estaban igual de apurados para no llegar tarde. Les sonreí de manera apresurada, intentando disimular mi agitación.

Justo cuando pensaba que había logrado tranquilizarme, mi humor cambió en cuanto vi a los tipos de VVRUM DRAMA al final del pasillo. Ahí estaban: Leo, con su arrogancia siempre presente, y detrás de él Trish y Fang, mirándonos con sus sonrisas de superioridad, como si tuvieran algún tipo de poder y a su izquierda Reed más en Narnia que en la tierra

Sentí cómo mi rabia crecía en segundos. Cada fibra de mi ser gritaba que me lanzara directo a la yugular de Leo. Solo un segundo, eso era todo lo que necesitaba. Pero antes de darme cuenta, sentí la mano de Curtis sobre mi hombro, firme y segura. Su gesto silencioso me devolvió la calma, o al menos lo suficiente como para seguir avanzando sin perder el control. Curtis siempre sabía cómo mantenerme centrada cuando sentía que todo se me iba de las manos.

Pasamos al lado de ellos, pero Leo no iba a dejar que eso sucediera tan fácil. Casi al oído, como si estuviera contándome algún secreto sucio, murmuró en un intento de parecer intimidante.

—Solo descuídense un segundo y...

No dejé que terminara la frase. Antes de pensarlo dos veces, le solté un puntapié directo en la entrepierna. Sentí el impacto y lo vi doblarse de dolor, retorciéndose en el suelo y apretando los dientes con tanta fuerza que casi parecía que iba a romperlos. Trish y Fang retrocedieron instintivamente, sus rostros mostrando una mezcla de odio y cobardía. Ninguno se atrevió a moverse; solo nos miraron mientras continuábamos nuestro camino como si nada.

Mientras nos alejábamos, Curtis soltó un suspiro divertido y me lanzó una sonrisa cómplice.

—Creo que ya era hora de que ese tipo probara un poco de su propia medicina —murmuró.

Sentí una chispa de satisfacción recorriéndome, aunque el ligero temblor en mis manos me recordaba que no todo estaba resuelto. No podía confiarme ni un segundo con esos cuatro.

Las siguientes dos clases pasaron como una nebulosa; apenas si podía concentrarme. Solo pensaba en cómo asegurarme de que Anon estuviera bien, y qué otras precauciones podía tomar. Finalmente, llegó la hora del almuerzo, y aliviada, fui al punto de encuentro donde habíamos quedado con los demás. Al verlo allí, de pie esperándonos, sentí un nudo de tranquilidad mezclado con tensión.

—Anon —dije, colocando una mano en su hombro—, hoy vamos a cambiar de lugar para comer, ¿de acuerdo? Es mejor no tentar la suerte.

Él asintió, sin hacer preguntas. A veces no necesitaba darme explicaciones, y lo agradecía; eso me facilitaba las cosas. Nos dirigimos todos juntos hacia el quiosco del club de jardinería, un lugar mucho más discreto, pero seguro. Una vez que él se acomodó allí, Curtis, Trent y yo fuimos hacia la cafetería para recoger nuestras bandejas de comida.

Mientras esperaba mi turno en la fila, repasaba lo sucedido en la mañana y no podía evitar preocuparme. Me di cuenta de que, aunque quería mantenerlo seguro, también estaba empezando a sentir algo más, una necesidad de cuidarlo a nivel emocional. Los demás solo lo notaban como alguien que necesitaba protección física, pero yo veía más allá. Había una fragilidad en él que, aunque intentaba ocultar, me hacía querer acercarme más, asegurarme de que realmente estaba bien.

—Nick —me llamó Curtis, dándome un pequeño empujón para que avanzara en la fila—. Vamos, ¿en qué estás pensando tan profundo?

Solté una sonrisa forzada y avancé. Podía percibir la mirada curiosa de Curtis y la de Trent, quienes parecían haberse dado cuenta de que mi atención estaba en otra parte. Estaba claro que no iba a poder ocultarlo mucho más, al menos no a ellos.

Llegamos a la fila de la cafetería

Aunque parezca raro... me sentí mas relajada, de hecho desde el punta pie a ese puto... me di cuenta de algo... estábamos haciendo una tormenta de un vaso de agua, claro no podíamos bajar la guardia, pero tampoco era algo tan grave, esos 3 eran unos cobardes, y Leo solo era un pendejo edgy, que hablaba mucho, pero era el más cobarde de ese grupo de perdedores...

Solté un largo suspiro Trent me pregunto preocupado —¿sucede algo —

Sonreí ligeramente —Aunque no debemos bajar la guardia siento que preocuparnos tanto por esos pendejos, saldría contra producente, ellos quieren eso, jugar con nuestra mente, esos 3 son unos cobardes, solo hay que tener la guardia alta, y lo demas pasara como si nada, entre menos nos preocupemos siento que es una victoria para nosotros.

Curtis sonrio y levanto el pulgar —Tienes todas la razón, lo mejor que podemos hacer es disfrutar de nuestra vida estudiantil lo más que podamos, a diferencia de esos tarados que solo viven para el odio, quiero sentir lastima por ellos, pero se que esa es la vida que esos Pendejos quieren. —

Trent y yo asentimos.

Unos 10 minutos después estamos de regreso a los jardines nuestro nuevo territorio.

La semana pasó sin pena ni gloria ahora que todos compartíamos la mentalidad de seguir como si nada, ya que eso los haría enojar más... sin embargo entre el dolor, y el estrés que me causaban mis malditos instintos, era algo difícil de sobre lleva, y en especial porque, aunque inconscientemente intensificaba mi acercamiento físico a Anon, parecía que o no le importaba o simplemente ya lo había aceptado.

El sábado.

Invitamos a Anon al café de, Lj para pasar el rato y por primera vez casi todo el grupo estaba junto: Curtis, Sage, Rosa, Stella, y, por supuesto, Anon. Era justo lo que necesitaba, una tarde donde pudimos relajarnos y charlar sin que las preocupaciones habituales nos persiguieran, Trent no pudo asistir porque dijo que tenía una cita con su novia Lunara.

El ambiente en el café era cálido y acogedor, con una suave música de fondo y las luces ligeramente tenues que creaban una sensación de calma. LJ nos saludo con su habitual sonrisa de mamá gallina.

Nos dejó una mesa grande en la esquina, lejos de las demás personas, para que pudiéramos hablar sin interrupciones. Afortunadamente, Leo y su banda estaban vetados del lugar, lo que hacía que el café se sintiera como una especie de refugio seguro para nosotros, un rincón donde podíamos olvidar la tensión que su presencia solía generar.

Nos la pasamos bien desde el primer momento. La conversación fluía fácilmente, con bromas y risas que hacían que el tiempo volara.

Sage no perdió la oportunidad de lanzarle a Anon algún comentario sarcástico sobre la comida que tomó la costumbre de llevar para que la criticara, mientras Curtis, como siempre, mantenía un tono relajado, haciendo bromas sobre lo mal que estaba Anon en matemáticas.

Rosa y Stella, por su parte, hablaban sobre algunos chismes de la escuela, pero sin perder el tono divertido de la conversación. En definitiva, todos estábamos en sintonía, disfrutando de la tarde sin que ninguna preocupación nos pesara en los hombros.

Todo seria genial de no ser que mi cuerpo me traicionaba... no de una forma mala por así decirlo, pasó algo que pocas veces me pasaba, con muy poca frecuencia por culpa de la pubertad tardía, estaba en una especie de pseudo celo... y mis brazo enrollado en su cálido cuello y mi cola en su pierna, se negaban a soltar a Anon, mi cuerpo no me obedecía en lo más mínimo sumándole el hecho mi instinto protector por culpa de mi naturaleza como Dino carnívora.

Dios cuando hablaba lo hacia en un tono muy suave, tanto que tenia miedo de que mi voz sonara femenina... mi voz es bastante grave como para sentirse andrógina, gracias a eso Anon no duda ni un segundo de que yo sea hombre... a pesar de que soy mujer, ayudando a mantener la fachada.

La tarde continuó entre risas y charlas. LJ nos trajo algunas bebidas de cortesía, y eso ayudó a que el ambiente se relajara aún más.

Pude ver a Anon sonreír un par de veces de forma genuina... tuve que contener mis gruñidos...

Al final, cuando llegó la hora de irnos, nos levantamos todos juntos, y antes de salir, Me asegure de preguntarle si estaba bien.

El nuevamente me sonrió... pero se notaba que esta era quizás la sonrisa más grande que me había dado hasta ahora, fui en contra, del celo y mis instintos y lo solté, sentí un gran vacío dentro de mi cuando se despidió y cruzo la línea que separa el horrible Geto Skinrow y la plaza.

Esa noche no pude contenerme mucho y tuve que darme algo de auto placer, mientras fantaseaba con Anon rodeándome con sus brazos.

El lunes, al ver a Anon entrar al salón, me di cuenta de inmediato de que algo no andaba bien. Tenía la cabeza gacha, los hombros caídos, como si llevara el peso de toda una semana en la espalda. Se sentó a mi lado, en el asiento a mi derecha, sin mirarme directamente. Apenas se acomodó, soltó una confesión que me dejó helado.

—Leo me empujó en el pasillo y... mi teléfono quedó hecho añicos —murmuró, visiblemente incómodo, mirando hacia el suelo.

La rabia me subió de golpe. Podría jurar que vi todo rojo por un instante, y mis manos comenzaron a temblar mientras aferraba el borde de la mesa. La idea de Leo, con esa sonrisa de superioridad, sabiendo que había logrado fastidiar a Anon, me llenaba de furia.

—¿Qué hizo qué? —siseé entre dientes, casi sin poder contenerme. Sabía que estaba a segundos de perder la calma—. Ese maldito...

Mis manos se cerraron en puños mientras me imaginaba dándole una patada que lo mandara volando. Leo no tenía límites, y esto ya había cruzado la línea. Sabía lo importante que era el teléfono para Anon; era más que un simple aparato, era nuestra conexión, mi forma de asegurarme de que llegaba bien a casa todos los días, de saber que estaba a salvo. Ahora... ahora ni siquiera teníamos eso. Una vez más, Leo lograba arrebatarle algo a Anon, y esta vez no estaba dispuesto a quedarme de brazos cruzados.

Cuando llegó la hora del almuerzo, mi mente ya había dado vueltas a todas las posibles formas de solucionarlo, pero sabía que necesitaba ayuda. Me acerqué a Trent, tratando de mantener la calma, pero en mi voz se notaba una urgencia que no podía disimular.

—Por favor, Trent, ¿podrías echarle un vistazo al teléfono de Anon? Significa mucho para él —dije, casi en tono de súplica, con la esperanza de que entendiera la gravedad de la situación.

Anon, con su acostumbrado orgullo, intervino antes de que Trent pudiera responder.

—Yo... yo pagaré lo que corresponda —dijo, intentando sonar firme, aunque su voz traicionaba una mezcla de frustración y resignación.

Trent nos miró a ambos, con los ojos entrecerrados, evaluándonos. Podía ver que comprendía nuestra preocupación, aunque no sabía si eso bastaría para que aceptara. Finalmente, después de unos segundos que se hicieron eternos, asintió.

—Lo intentaré —respondió, rascándose la barbilla con una expresión pensativa—. Pero no hago milagros, ¿entendido?

Sentí un alivio momentáneo, aunque sabía que las probabilidades no estaban a nuestro favor. Y con cada día que pasaba sin el teléfono, mi ansiedad crecía. El teléfono de Anon era la única manera en que podía asegurarme de que llegaba bien a casa cada noche. No podía mentirme; el simple hecho de recibir su "sí" cuando le preguntaba si había llegado me bastaba para dormir en paz. Pero ahora... ahora esa tranquilidad me había sido arrebatada, y la ira que sentía hacia Leo y los otros crecía cada vez más.

El martes en la noche, después de una larga tarde sin novedades, revisé entre mis cosas viejas, pensando en si había alguna alternativa, cualquier cosa que pudiera hacer. Encontré un teléfono algo antiguo que había usado hace un par de años. Tenía algunas grietas, pero funcionaba bien. Cambiaba de teléfono cada dos años, así que este aún tenía bastante vida. Al mirarlo, una idea se formó en mi mente, y supe lo que tenía que hacer.

Al día siguiente, miércoles en la tarde, fui directo al lugar donde trabajaba Trent. No era fácil pedir ayuda, especialmente porque había tenido que poner el orgullo a un lado, pero por Anon valía la pena. Le expliqué el plan, cada detalle, y para mi sorpresa, Trent no solo aceptó, sino que se mostró entusiasmado.

—¿Sabes? El teléfono de Anon es una verdadera reliquia —dijo Trent, cruzándose de brazos—. Literalmente tiene metal de tanques soviéticos de lo viejo que es. No hay forma de que lo repare.

Nos reímos un poco, porque la imagen de un teléfono así en el bolsillo de Anon tenía algo de absurdo. Pero sabía que, a pesar de su estado, Anon le tenía apego. Así que el plan era sencillo pero efectivo: Curtis se encargaría de colocar la carcasa del teléfono viejo de Anon sobre el mío, para que él no notara la diferencia. Si funcionaba, sería como si nunca hubiera perdido su teléfono. Con suerte, eso también lo animaría un poco.

Curtis accedió rápidamente, y esa noche nos reunimos en su taller improvisado. Lo observé mientras trabajaba, su habilidad para ensamblar las piezas me impresionaba cada vez más. Trent observaba a su lado, dando alguna que otra sugerencia técnica.

—¿Crees que se dé cuenta? —pregunté en voz baja, sin apartar la vista del teléfono.

Curtis sonrió de lado mientras asentía con seguridad.

—No lo creo. Le daremos algo que parece a su teléfono antiguo, pero con una batería más duradera y una pantalla que, bueno... no está hecha añicos. No notará la diferencia.

Trent me escuchó atentamente, y tras considerar la idea, asintió con una sonrisa.

—Lo entiendo —dijo, cruzándose de brazos—. Tu teléfono puede servir como reemplazo, pero necesitaré un par de días para ajustarlo y hacer que parezca el suyo. ¿Te parece bien?

Su respuesta me llenó de alivio. Saber que en unos días Anon podría tener su teléfono "de vuelta" me tranquilizaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Mientras estaba ahí, esperando a que Trent analizara los detalles del teléfono, Lunara, su novia, se acercó con una sonrisa amplia en los labios y los ojos brillantes de curiosidad. Había escuchado parte de nuestra conversación y, como era usual en ella, no pudo evitar opinar.

—Es un gesto muy lindo, Nick —comentó, apoyándose en el mostrador—. Por lo que escuché de mi morita aquí, parece que ese chico Anon te tiene loquita. Y debe ser un buen sujeto, ¿no?

Me encogí de hombros, aunque sentí cómo el calor subía a mis mejillas. A estas alturas, ya no me daba vergüenza admitirlo; Lunara era una de las pocas personas en quienes podía confiar, así que asentí, suspirando.

—Sí, es... es un buen tipo. —Mis palabras salieron más inseguras de lo que esperaba. Algo en su mirada cálida y franca me empujó a ser honesta.

Lunara entonces me tomó suavemente el rostro entre las manos, mirándome a los ojos con una mezcla de ternura y preocupación. —Se nota que no has dormido bien, ¿puedo preguntar por qué? —La suavidad en su voz me tomó por sorpresa.

Bajé la mirada un momento, dudando si abrirme tanto. Sin embargo, en un impulso decidí ser honesta. Le conté acerca de las noches en vela, de cómo solía esperar esos mensajes de Anon confirmando que había llegado bien a casa, y cómo la pérdida de su teléfono había dejado un vacío insoportable que ni yo misma había anticipado.

Era ridículo, pero la tranquilidad que me daba saber que él estaba a salvo era algo que había dado por hecho hasta que lo perdí.

Lunara soltó un suspiro, y sin previo aviso, dejó escapar un chillido de alegría que casi me hace saltar. —¡Anon se sacó la lotería contigo! —dijo, riendo y sacudiendo la cabeza—. Nick, eso es amor del bueno, del que pasa solo una vez en la vida. Amárralo a la primera oportunidad y no lo dejes ir.

Mi rubor se intensificó, y sólo logré asentir, apenada pero también aliviada. Justo en ese momento, Trent volvió y dejó el teléfono en el mostrador con una expresión de confianza en su rostro.

—Me tomará un par de días colocarle la carcasa del teléfono de Anon —anunció, entrecerrando los ojos mientras observaba el dispositivo y luego a mí—. Entiendo por qué quieres ocultarlo... Me sorprende lo terco que es para no aceptar ayuda tan fácilmente.

Sonreí, incapaz de ocultar el afecto en mis palabras. —Sí, viniendo de él, eso es una cualidad más que un defecto.

Trent soltó una risa baja, asintiendo, y Lunara nos miró a ambos con una expresión de satisfacción, como si todo estuviera encajando perfectamente en su visión del amor.

El jueves llegó al fin, y con el corazón acelerado de emoción, llegué temprano al ensayo del club, ansiosa por una sesión productiva después de una semana tan tensa. Trent y Curtis estaban conmigo, ambos en silencio, cada uno cargando su equipo. Anon había dicho que llegaría unos minutos tarde, que tenía algo pendiente por resolver, y aunque no había querido explicarse, confiaba en que no tardaría.

Entramos al auditorio esperando encontrarlo vacío y tranquilo, ideal para ponernos a trabajar. Sin embargo, al abrir las puertas, nos encontramos con una desagradable sorpresa: los cuatro imbéciles de VVRUM DRAMA, ocupando el espacio como si fuera suyo. Mis ojos se clavaron en ellos, y por un instante sentí cómo me hervía la sangre al verlos ahí, con su actitud desafiante. Reed, quien siempre parecía más sombra que persona, ni siquiera captaba mi atención; era una presencia tan intrascendente que a veces olvidaba que formaba parte de ese grupo de perdedores.

Leo fue el primero en reaccionar. Con su clásica arrogancia, chasqueó la lengua y nos miró como si nosotros fuéramos los intrusos aquí.

—¿Qué quieren? —escupió con desprecio, y pude ver el destello de burla en sus ojos, como si estuviera esperando que retrocediéramos.

Curtis, sin pestañear, lo miró de frente con una calma que me llenó de orgullo. —Váyanse a drogar a otro lado —dijo, su voz firme y segura—. Los jueves este sitio es nuestro.

En ese momento, Trish saltó al ataque, su cara retorcida en una mueca de desprecio y los ojos llameantes. —Nosotros llegamos primero —bufó, cruzando los brazos y plantándose—. Lárguense ustedes.

Con una ceja arqueada, la miré directamente, sintiendo una mezcla de lástima y asco hacia esa bola de veneno disfrazada de dino morado. Me armé de valor y solté con frialdad: —Nosotros tenemos permiso este día, Trish. Así que tomen sus cosas y váyanse. Déjennos hacer música de verdad... al menos nosotros sabemos lo que significa esa palabra.

Mi tono cortante hizo que el rostro de Trish se pusiera aún más rojo de furia. Pude ver el vapor escapando de sus fosas nasales, y por un segundo creí que iba a lanzarse contra mí como una bestia desatada. Sin embargo, justo antes de que pudiera dar un paso hacia adelante, Reed la agarró del brazo y, contra todo pronóstico, la detuvo. Era raro ver a Reed tomando decisiones, pero esta vez parecía entender que no había razón para quedarse.

—Vámonos —murmuró, mirándonos de reojo, casi con cansancio—. Tienen razón.

Los cuatro recogieron sus cosas a regañadientes, lanzándonos miradas llenas de veneno mientras se dirigían hacia la salida. Trish aún temblaba de rabia, y Fang mascullaba algo entre dientes. Leo, aunque intentaba mantener su aire de superioridad, tenía una rigidez en los hombros que me indicó que se estaba conteniendo de decir algo más. Por fin, se marcharon, dejando tras de sí ese ambiente pesado, esa mezcla de odio y olor rancio que siempre parecía acompañarlos.

Trent, con una sonrisa irónica, sacó un spray de limpieza de su mochila y roció el aire, dispersando el aroma a cigarro y a... a quien sabe qué otra porquería que traían encima esos drogadictos.

—Para quitarle el mal olor al lugar —dijo con una sonrisa—. Estos imbéciles no saben lo que es higiene ni de lejos.

Solté una risita, sintiéndome mucho más relajada ahora que estaban fuera de nuestro espacio. Justo en ese momento, unos minutos después escuché los pasos de Anon acercándose al auditorio.

Me acerqué a él con una sonrisa tranquilizadora, tratando de infundirle algo de confianza. —Llegaste justo a tiempo, Anon.

Anon pareció relajarse un poco más, y por un momento, sentí que todo el esfuerzo y la lucha por protegernos unos a otros valía la pena. Podía notar cómo esa leve sonrisa en sus labios empezaba a convertirse en algo más genuino, y eso me llenaba de satisfacción.

Con la paz finalmente recuperada en el auditorio, comenzamos a organizar el equipo y afinar los instrumentos. El ambiente había cambiado; ahora se sentía como nuestro refugio, un espacio seguro donde podíamos olvidarnos de esos imbéciles y concentrarnos en lo que realmente nos unía.

Estábamos a medio ensayo cuando Anon se acercó, claramente nervioso, pero decidido. Su respiración era irregular, y su mirada se movía rápidamente entre nosotros, como si estuviera midiendo nuestras reacciones antes de decir una palabra. Finalmente, carraspeó y habló, su voz algo temblorosa.

—Eh... chicos, he estado escribiendo algunas cosas —dijo, y vi cómo el sudor empezaba a acumularse en su frente. Yo no aparté la vista, intentando entender la mezcla de nervios y algo de esperanza en su expresión—. No sé si les interesará, pero...

Al decir esto, sacó un par de hojas dobladas de su mochila y, con manos temblorosas, nos las pasó. Las letras estaban garabateadas, y pude ver tachones y correcciones en varias líneas, como si hubiera pasado noches enteras reescribiéndolas, perfeccionando cada palabra. Nos miramos en silencio antes de que, finalmente, Trent tomó la primera hoja. Al leer el título, "Hatred to the Stars," una sonrisa asomó en su rostro, una que reflejaba pura aprobación.

—Vaya, Anon, esto... —Trent levantó la vista, aún con una mezcla de sorpresa y admiración—. Esto es brutal, tío. Tiene toda la vibra del death metal. Siento que podríamos hacer un temazo con esto.

Anon sonrió con un toque de orgullo, aunque noté que intentaba ocultarlo, como si no estuviera del todo seguro de aceptar nuestro entusiasmo. Yo, por mi parte, leía la letra detenidamente, siguiendo cada línea que, de alguna manera, canalizaba la furia, el odio acumulado que Anon llevaba dentro.

El título sonaba edgy, sí, pero al leerlo en profundidad, capté la autenticidad de esas palabras: eran un grito de frustración, de impotencia y, al mismo tiempo, de fuerza. Anon había plasmado en esa canción todo lo que había cargado en su pecho por tanto tiempo, y era evidente que Trent también lo entendía.

—Es increíble, Anon —dijo Curtis, dándole una palmada en el hombro—. Es una canción con alma. Se nota que pusiste mucho de ti en ella.

Sin embargo, fue la segunda canción la que me atravesó el corazón por completo. El título decía "Blue Bullet" y, sin siquiera haber leído el contenido aún, ya sentía una presión en el pecho. Curtis intentó echar un vistazo, pero no me contuve y le quité la hoja de las manos, comenzando a leerla rápidamente, casi con desesperación.

Cada línea... cada palabra... era como si estuviera hablando de mí, o, mejor dicho, como si Anon me hablara directamente, desnudando cada sentimiento que había guardado en silencio. El significado era obvio, era un resumen del impacto que tenía yo en su vida y, por primera vez, sentí que Anon había puesto en palabras lo que, hasta ahora, solo se comunicaba en miradas y gestos.

Tragué saliva, el papel temblaba ligeramente entre mis dedos. Esa canción, "Blue Bullet," era una mezcla de ternura, desespero, un agradecimiento. En un acto impulsivo y quizás egoísta, dije:

—Me gustaría quedarme con esto... —Mis palabras salieron más serias de lo que esperaba, pero estaba decidido—. Creo que le faltan unos ajustes. Después te diré cómo quedó la versión completa.

Anon me miró, y en su expresión vi un parpadeo de sorpresa mezclado con gratitud. Tal vez intuía que yo había captado el mensaje detrás de sus palabras, pero no dijo nada. Solo asintió, dándome su aprobación sin cuestionarme. Yo, por dentro, sentía una mezcla de alegría y ansiedad. Quería hacer que esa canción fuera perfecta, quería hacer justicia a cada sentimiento que Anon había depositado en ella, sin quitarle ni un ápice de su esencia.

—Esta va a ser nuestra mejor canción —murmuré para mí mismo, aunque sabía que Anon me había oído.

Mientras tanto, Trent, aún sosteniendo la primera letra, no dejaba de sonreír. —Esta primera es un golpe, Anon, en serio. Podría ser nuestra entrada al mundo del metal si la hacemos bien. Me encanta la crudeza, me encanta que no te guardaste nada —dijo con una sonrisa traviesa—. Y créeme, no siempre me emociono con canciones nuevas, pero esta... esta tiene algo especial.

El rostro de Anon se iluminó con una sonrisa auténtica y algo tímida. Parecía aliviado, quizás porque finalmente había compartido una parte tan vulnerable de sí mismo. Durante el resto del ensayo, nos sumergimos en sus letras, dándoles vida con cada acorde, cada golpe de batería. Practicamos una y otra vez, hasta que nuestras voces y el sonido de los instrumentos llenaron el auditorio, resonando con toda la intensidad y emoción que Anon había puesto en esas palabras.

—Bueno, de algo tenía que servir —dijo Anon con una sonrisa torcida mientras guardábamos los últimos instrumentos—. Leí hace tiempo en 4chan que las almas atormentadas son buenos artistas... y nadie me gana en eso.

Los tres nos miramos entre sí, arqueando las cejas casi al unísono. Y aunque quería reírme, sentí una punzada de incomodidad al escuchar eso. Había verdad en sus palabras, sí, pero...

—Eso no es algo para presumir, amigo... —murmuré, bajando un poco el tono, esperando que él entendiera que sus palabras me preocupaban. Aunque parecía un chiste, sabía que esa sonrisa tenía más de tristeza que de humor.

Guardamos el equipo en silencio, como si cada uno de nosotros estuviera atrapado en sus propios pensamientos. Finalmente, salimos de la escuela juntos, caminando hacia la salida mientras el aire fresco de la tarde despejaba un poco la tensión. Trent y Curtis se despidieron en la entrada, dejándonos a Anon y a mí solos. No pude evitar sentir una ligera emoción al darme cuenta de que estaríamos juntos un rato más. Fue en ese momento que, como si estuviera luchando con sus propias palabras, Anon me miró y murmuró:

—¿Quieres ir a algún lado? —Me tomó desprevenida, y creo que mi cola empezó a moverse sin control, mostrando mi sorpresa y entusiasmo. Sentía el calor subir a mis mejillas, pero traté de mantener la compostura.

—¿Lo dices en serio? —pregunté, sin querer parecer demasiado emocionado.

Él asintió, con una expresión avergonzada y algo incómoda.

—No me gustaría irme a ese sucio departamento tan temprano, y los jueves es el único día en que...

Antes de que pudiera terminar, me adelanté, mitad ofendido, mitad entusiasmado por lo que había dicho.

—Me hubieras dicho antes, bobo. —Mis palabras salieron con una mezcla de reproche y alegría, queriendo que entendiera que no tenía que andar con rodeos conmigo. Pero él, aún un poco apenado, bajó la mirada y se rascó la cabeza.

—No quiero quitarte tu tiempo, Nick —dijo, como si temiera que yo tuviera mejores cosas que hacer que estar con él.

Mi corazón dio un vuelco, y sin pensarlo mucho, le di un golpecito en la cabeza, justo en esa calva brillante suya que siempre me daba ganas de bromear. Él soltó una pequeña risa, y yo, con una sonrisa sincera, me acerqué un poco más.

—Para mí, pasar tiempo contigo no es tiempo perdido en lo más mínimo, Anon. —Mis palabras salieron cargadas de honestidad, más de lo que quizás quería admitir. Pero en lugar de arrepentirme, me sentí bien por ser directo. Anon se sonrojó hasta las orejas, y eso me hizo sentir un poco más seguro de lo que significábamos el uno para el otro, aunque todavía pareciera un misterio.

—Ok, entonces... —murmuró, buscando palabras, pero no podía terminar la frase, su rostro reflejaba una mezcla de emoción y nerviosismo que nunca había visto antes en él.

Antes de que pudiera decir algo más, le interrumpí con entusiasmo, señalando al oeste, donde estaba el parque y, a unos pasos más, el cine local.

—Vamos al cine. Quiero ver una película desde hace rato, y quería verla contigo porque creo que es el tipo de película del que podríamos hablar por horas.

Me miró, sus ojos entrecerrados, pero con una sonrisa dibujada en su rostro que me hizo querer capturar ese momento en mi memoria para siempre.

—Veamos qué tan bien me conoces, azulito —dije, con una chispa traviesa en la mirada que parecía querer retarme a un juego en el que ambos parecíamos disfrutar. Esa forma en que me miraba era... electrizante.

Sentí mis mejillas arder, y en un impulso de bromear, quise hacerle sentir algo de vergüenza también.

—Por Dios, eso fue muy gay —dijo, exagerando mi tono dramático para provocarlo. Sabía que nuestra relación estaba llena de bromas como esa, pero esta vez, mi corazón latía con fuerza, y sentí un cosquilleo de nerviosismo que no podía controlar.

Él soltó una risa, sincera y libre, y pronto me uní a él, nuestras risas resonando en la calle mientras nos dirigíamos hacia el cine. Ambos sabíamos que esa broma era un juego, y sin embargo... cada vez se sentía menos como un juego y más como una verdad que ninguno de los dos quería decir en voz alta.

—Esta vez fui yo quien te hizo dudar, amigo —murmuré, una vez que el silencio se apoderó del ambiente otra vez. Y al ver cómo me miraba, supe que, de alguna forma, ambos estábamos explorando algo nuevo, algo que, quizás, siempre había estado ahí.

Me mordí el labio para no sonreír demasiado, pero esa emoción que recorría cada parte de mí era casi imposible de contener. Sabía que esa tarde juntos iba a ser una de las mejores, y aunque fuera solo para ver una película, algo en mi interior me decía que todo estaba cambiando entre nosotros, y estaba ansioso por descubrir adónde nos llevaría.

.

Estaba nerviosa... muy nerviosa. Aunque intentara convencerme de que esto no contaba como una cita, el hecho de estar aquí, sentados en la oscuridad del cine, hacía que mi corazón latiera con una mezcla de ilusión y miedo. No podía llamarlo cita, ¿verdad? Era solo una salida entre amigos, al menos eso era lo que él veía... aunque me doliera admitirlo, a mí se me hacía imposible que él lo viera como una.

Apenas nos acomodamos en las butacas y comenzó la película, intenté concentrarme, pero mis pensamientos no dejaban de divagar. Me dije a mí misma que no lo haría, que no caería en la tentación de acurrucarme en su hombro, pero, como si mis bajos instintos tuvieran vida propia, lentamente me incliné hacia él, recostando la cabeza con un suspiro. Sentir el calor de su cuerpo junto al mío fue como si todas las piezas encajaran de repente. Él no hizo ningún comentario, no se apartó; al contrario, se quedó tranquilo, completamente inmerso en la película, sin notar que para mí, este momento significaba todo.

—Dios... cómo amo esto —pensé, sintiendo que mi corazón latía con fuerza, tan fuerte que temía que él pudiera oírlo. Quería quedarme así para siempre, sintiéndome tan cómoda, tan relajada y, por unos segundos, incluso querida... aunque en el fondo sabía que él solo me veía como su amigo. Ni siquiera su amiga en el sentido más cercano, simplemente... su amigo.

Tragué saliva, tratando de ignorar ese dolor sutil que me recordaba mi lugar. Temía perder esto, perder la única forma en que me acercaba a él, y en la que él me permitía estar cerca. En este momento, toda la inseguridad se deslizaba como un veneno, como una punzada en mi pecho. ¿Y si esto se acababa? ¿Si un día él encontraba a alguien más y estas espero, tardes de cine se convirtieran solo en un recuerdo?

Pero a pesar del miedo, no podía evitarlo. Mi mirada se desvió hacia él y se detuvo en sus labios, que formaban una leve sonrisa mientras se reía de los chistes malos de la película. No entendía cómo algo tan simple podía resultarme tan... embriagador.

Él estaba tan concentrado en la pantalla, tan ajeno a mi presencia de una forma que me resultaba casi dolorosa y hermosa a la vez. Sus labios se movían ligeramente mientras murmuraba algo entre risas, y por un instante, todos mis pensamientos se concentraron en una sola idea: quería saber a qué sabían esos labios. ¿Eran suaves o más firmes? ¿A qué sabría ese beso que tanto deseaba, aunque no pudiera decirlo en voz alta?

Sabía que no tenía una respuesta... pero en lo profundo, algo en mí susurraba que, de probarlos, tendrían el sabor más exquisito del mundo. Y esa sola idea era suficiente para hacer que mis mejillas ardieran, deseando algo que jamás me atrevería a pedirle.

El viernes después de la escuela, fuimos a mi casa.

Se dejó caer en el sofá, encendiendo la consola con una expresión de concentración total, listo para otro intento fallido de pasar un nivel en Elder Rex. Verlo jugar era toda una experiencia: era tan terriblemente malo que apenas podía contenerme de reír. Se lanzaba directo a la trampa o se detenía a hacer lo que claramente no era necesario, pero lo hacía con una seriedad que me enternecía. No me molestaba para nada. Me encantaba verlo sumergido en su propio mundo, incluso cuando no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

De repente, me sacó de mis pensamientos con una pregunta algo inesperada, rompiendo el silencio de una manera casi casual:

—Oye, siempre me estuve preguntando sobre tus tatuajes... —comentó, sin apartar la vista de la pantalla.

Por un instante, no supe cómo responder, aunque estaba orgullosa de ellos. Miré las líneas y figuras que decoraban mis brazos y mi cuello, recordando cada historia detrás de ellos. Sonreí y, tratando de no parecer demasiado emocionada, le respondí:

—Épicos, ¿verdad? —dije, extendiendo mis brazos para mostrárselos mejor, girando un poco para que pudiera ver hasta los detalles.

Él asintió con una honestidad inesperada, desviando la vista con una leve incomodidad, como si no quisiera que notara que los miraba tan de cerca. Después, en voz baja y algo avergonzado, comentó:

—Son bastante buenos. Te hacen ver... cool.

Santa madre de Jesús Raptor... y su cruz de piedra. Mi mente se detuvo en seco, mi corazón saltó, y solo había una pregunta rondando mi cabeza: ¿en serio acaba de decirme que me veo cool? Sentí cómo el calor subía por mis mejillas, y de seguro estaba sonriendo como una completa idiota en ese momento. Pero, ¿cómo no hacerlo? Me moría de ganas por mantener su interés, ver si podía provocarle un poco más de curiosidad... algo en su mirada me hacía sentir valiente.

—¿Quieres ver hasta dónde llegan las líneas, amigo? —le sugerí en un tono juguetón, arqueando una ceja y aguantando la respiración mientras esperaba su reacción.

Él rió, aunque de una forma algo incómoda. Podía ver en sus ojos que quería saber... era obvio que le interesaba, aunque quizás no iba a admitirlo tan fácil. Y justo cuando estaba a punto de mostrarle un poco más de piel, él mató la vibra de golpe con una de sus típicas bromas.

—Si vas a salir con tus homosexualidades, así no juego —dijo, en tono ligero, tratando de sonar relajado pero lanzándome esa indirecta que me hizo rodar los ojos, aunque no podía evitar reír.

Solté una carcajada, aunque esta vez era por lo tonta que me sentía al creer que este chico más denso que una piedra captaría la indirecta. Tratando de suavizar la situación, decidí compartirle algo real, algo que quizás no sabía sobre mis tatuajes.

—Mi mamá me los hizo —revelé, mi voz llena de cariño, algo más suave mientras recordaba—. Se pagó la universidad trabajando de tatuadora. Sabía realmente cómo hacer buenos tatuajes, aunque ahora solo lo hace por hobby.

Me miró, sorprendido, aunque su expresión tenía un toque genuino de interés, no el deseo que quizás en el fondo había esperado. Pero aun así, la conversación había tomado un giro que me gustaba. Decidí mostrarle un poco más, dejando que su curiosidad creciera.

—Este de flecha que empieza en mi brazo y baja hasta la espalda... —dije, girando y levantando un poco la camisa para que pudiera ver cómo el diseño se extendía sobre mi piel—. Me lo hizo el año pasado.

Él me miraba, pero no de la forma en que tal vez deseaba. No había lujuria en sus ojos, sino una atención sincera, genuina, como si quisiera comprender la historia detrás de cada trazo en mi piel. Finalmente, después de unos segundos, dijo, en un tono cálido:

—Debe ser genial tener una madre tan... cool.

Pude sentir cómo el ambiente cambiaba, volviéndose más denso, cargado de una tristeza silenciosa. Algo en la forma en que Anon bajó la mirada, la caída de sus hombros, me hizo saber que había algo más, algo que quizás nunca había querido compartir. No supe qué decir, y él fue quien rompió el silencio, aunque su voz sonaba rota y vulnerable.

—Perdón, es solo... —suspiró, su voz casi inaudible— ¿Por qué siempre tengo que arruinar los momentos buenos con...? Diablos...

Me dolió verlo así, tratando de sonreír y sin lograrlo del todo. Era como si estuviera atrapado en su propio dolor, intentando salir sin saber cómo. Sin pensarlo demasiado, le di unas palmadas suaves en la espalda, como queriendo ofrecerle algo de consuelo. Lo observé, deseando que se abriera un poco más. Y al parecer, funcionó, porque tras unos segundos de silencio, Anon tomó aire, como si se preparara para decir algo que le costaba mucho expresar.

—Mi madre... —murmuró, sus palabras apenas audibles, como si las arrastrara desde el fondo de su pecho—. Es la clásica ama de casa trofeo. No tiene personalidad propia y solo está ahí para decirle que sí a todo lo que diga mi padre... rara vez hablé con ella de algo personal.

Sentí una punzada en el pecho al escucharlo. Pude ver el dolor detrás de esas palabras, el resentimiento oculto bajo capas de indiferencia. Me quedé en silencio, dejando que hablara sin interrumpir. Sus palabras se sentían como un torrente que había retenido demasiado tiempo.

—Aunque suene triste... —añadió, y por un momento, sus ojos se encontraron con los míos, llenos de una tristeza que intentaba ocultar—, en serio te envidio, Nick. Tus papás son muy buenos, tienes un hermano genial, no como el mío, que se avergüenza de mí todo el tiempo.

Tragué saliva, sintiendo una mezcla de compasión y agradecimiento por lo que me acababa de decir. No había sido fácil para él, eso estaba claro, y el peso de esa soledad debía haber sido inmenso. Lleno de empatía, apreté su hombro con fuerza, en un gesto silencioso que esperaba que lo reconfortara.

La intensidad del momento lo hizo cerrar los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, vi que su respiración se volvía más tranquila, sus hombros se relajaban. Estaba descargando un peso que probablemente llevaba encima desde hacía años, y verlo finalmente soltarse un poco me llenaba de una extraña felicidad.

Sin embargo, el momento se prolongaba y sentía que mis propios nervios comenzaban a rebelarse, así que le di un ligero golpe en el pecho para romper el trance.

—Solo... cálmate, —le dije, suavizando la voz mientras una sonrisa traviesa asomaba en mis labios—. Y dime... ¿no quieres hacerte uno?

Lo miré, notando cómo sus ojos se agrandaban por la sorpresa. Parecía que la idea le había pillado completamente desprevenido. Tragó saliva, y en sus ojos vi una mezcla de emoción y nerviosismo que me hizo reprimir una risa.

—Si quisiera, pero... —vaciló, como si estuviera evaluando la idea con seriedad—. Déjame pensarlo. No es un no, pero... nunca me lo he planteado.

La emoción me ganó y, sin aviso previo, lo rodeé con un abrazo sin ninguna pizca de vergüenza. Sentí su cuerpo rígido por un instante, pero después, como si lo hubiera contagiado mi impulso, me devolvió el abrazo. El calor de su cuerpo y el leve aroma de su perfume me llenaron de una paz que no esperaba sentir. Apoyé la cabeza en su hombro y murmuré cerca de su oído:

—Nomás dime fecha y hora, y le aviso a mi mamá, ¿ok?

Sentir su respiración pausada junto a la mía me hizo olvidar el mundo por completo. Me acomodé un poco más cerca, juntando mi cuerpo al suyo, dejándome llevar por el momento. Quería quedarme así todo el tiempo que pudiera, sin que las palabras o el orgullo se interpusieran entre nosotros. Y lo mejor de todo fue que, lejos de incomodarse, él me apretó con más fuerza, como si, en algún nivel, también buscara esa conexión.

Por un instante, pensé en lo bien que me hacía sentir, en lo perfecto que se sentía estar así. Deseaba que este tipo de momentos pudieran repetirse, que abrazos como estos se volvieran algo cotidiano entre nosotros, algo que no tuviéramos que planear o pensar dos veces.

—Gracias, Nick —murmuró al fin, en voz baja, tan cerca que su aliento me rozaba la piel—. Lo pensaré seriamente.

Cerré los ojos, dejando que sus palabras me llenaran de un extraño orgullo y satisfacción. Tal vez para él era un simple agradecimiento, pero para mí significaba mucho más.

Nos quedamos así, sin decir nada, simplemente sintiendo la calidez del momento y dejándonos llevar por ese silencio que hablaba más que cualquier palabra. El peso de su abrazo aún estaba en mis brazos, como si el calor de su cuerpo se hubiera quedado grabado en mi piel, y me quedé inmóvil, asimilando la sensación antes de que finalmente nos soltáramos. Pero, incluso cuando nuestras manos se separaron y el aire frío se coló entre nosotros, algo dentro de mí supo que este no sería el último abrazo, y tal vez tampoco sería el más íntimo. De alguna forma, sentía que había mucho más que compartir con él.

Me quedé un segundo mirándolo, grabando cada detalle de su expresión relajada, su sonrisa apenas visible y sus ojos brillando con una calma que pocas veces le veía. Fue entonces cuando me decidí a romper la tensión de una manera que solo nosotros dos podíamos entender.

—Entonces, ¿qué dices? —pregunté, con una sonrisa de lado y volviendo a mi lugar habitual en el sofá, mientras intentaba sin éxito disimular mi propio entusiasmo—. ¿Listo para patearme el trasero en el siguiente nivel?

Lo vi reír, pero no fue su habitual risa escandalosa. Era algo diferente, una risa suave, casi como un suspiro lleno de felicidad. Algo en su expresión me hizo sentir que había dejado escapar algo que llevaba dentro y, por un segundo, me pregunté si quizá él también había sentido algo especial en ese abrazo.

—Oh, sabes que sí —respondió con una sonrisa de oreja a oreja, cambie el juego a claws of dino y tomando el control de la consola y recargando su energía con el entusiasmo de un niño. Podía ver el brillo en sus ojos, y algo en ese entusiasmo renovado me hizo pensar que quizás este día también había sido especial para él, aunque no lo dijera en voz alta.

Nos sumergimos de nuevo en el juego, pero esta vez, el ambiente entre nosotros era diferente. A cada broma que lanzaba o cada vez que él me golpeaba en el juego, sentía que el peso de lo que habíamos compartido hacía unos momentos seguía ahí, envolviéndonos en una especie de complicidad que iba más allá de cualquier palabra o gesto. A pesar de que nuestras risas llenaban el cuarto, en mi mente seguían rondando sus palabras y la sinceridad que me había mostrado.

Y mientras jugábamos, no podía evitar mirarlo de reojo, viendo cómo cada uno de sus movimientos reflejaba una paz que pocas veces había visto en él. Parecía relajado, realmente feliz. Y de alguna forma, saber que yo podía darle eso, aunque fuera por un rato, llenaba mi pecho con una calidez que era imposible de explicar. Tal vez lo que sentía por él era más grande de lo que quería admitir. Tal vez, sin darme cuenta, este chico con sus bromas pesadas, su terquedad y su risa contagiosa, había logrado hacerse con mi corazón y mi alma, monopolizándolos de una manera en la que nadie había logrado jamás.

Mientras mi mente divagaba en estos pensamientos, escuché su voz llamándome:

—¡Oye, no te quedes atrás, Nick! ¿Te has quedado sin palabras? —me dijo, riendo mientras su personaje me dejaba atrás en el juego.

Sacudí la cabeza, volviendo a la realidad y tratando de concentrarme en la pantalla.

—¡Ni en tus sueños! —respondí, intentando sonar seguro, aunque el rubor en mis mejillas me traicionaba. Me lancé de nuevo a la partida con más energía, como si intentara que el juego me ayudara a calmar el torbellino de emociones que él provocaba en mí.

Seguimos así por un buen rato, riendo, gritando, intercambiando insultos juguetones, y en cada uno de esos momentos, sentía una conexión más profunda entre nosotros. La pantalla del televisor reflejaba nuestras sombras, nuestros rostros iluminados por la luz de los gráficos, y algo en esa imagen me hizo pensar en cómo, a pesar de nuestras diferencias y nuestras bromas constantes, había encontrado en él algo irremplazable.

Mientras avanzábamos de nivel, sin poder evitarlo, me permití una última mirada hacia él, quien seguía concentrado en el juego, completamente ajeno a los pensamientos que se arremolinaban en mi mente. Sentía que lo observaba de una forma que, si él lo notara, tal vez podría cambiarlo todo. Pero, en ese momento, simplemente no me importaba.

Eché la cabeza hacia atrás y solté una carcajada, sintiéndome tan afortunado de tenerlo en mi vida, y, aunque no lo admitiera en voz alta, tan agradecido de que él fuera ese alguien que, sin saberlo, me había conquistado el corazón.

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