
4.1 Bálsamo
Jueves
Tomé un bocado de tostada, pero el sabor era inexistente. Mi mente estaba en otra parte, con una mezcla de pensamientos inquietantes sobre Anon que habían hecho imposible dormir bien. Recordaba cada detalle de su despedida, cada palabra que no supe cómo responder y el barrio en el que desapareció, y no podía quitarme esa imagen de la cabeza.
Mi madre, siempre atenta, me miró con preocupación.
—¿Estás bien, Nicole? Apenas y estás tocando tu comida, hija —preguntó, su voz suave pero inquisitiva.
Levanté la vista, notando cómo sus ojos se entrecerraban un poco, evaluando mis ojeras y los rastros de cansancio en mi rostro. Al parecer, también se dio cuenta de que mis ojos estaban algo rojos. Intenté esbozar una sonrisa, aunque no estaba segura de si quería que lo notaran o no. Pero al final, sin pensarlo demasiado, respondí.
—Ocurrieron cosas... Y no, no es otro episodio. Es más... algo mental. Conocí a este chico... —apenas terminé la frase cuando escuché cómo mi padre dejaba caer la cuchara, mientras Yeremi levantaba una ceja, mirándome con curiosidad y sorpresa.
Carraspeé, sintiendo un leve sonrojo y continué—. Se llama Anon. Lo conocí el lunes, es nuevo en la ciudad, y digamos que me cae muy bien. Es... —me detuve un segundo, buscando las palabras—... es un completo bro. Me dio la primera impresión de ser alguien genial, pero ayer descubrí un par de cosas sobre él que, bueno... me dolieron un poco.
Mis padres se miraron brevemente. Por supuesto, sabía lo que estaban pensando: ¿qué tanto podía dolerme algo sobre alguien a quien apenas acababa de conocer? Me aclaré la garganta, con la intención de explicar mejor mis sentimientos.
—No es algo malo realmente, para mí sigue siendo genial. Es solo que... vive en Skinrow. Me enteré ayer y, no sé... empecé a preocuparme por su bienestar.
Mi madre sonrió, con un destello de empatía en su mirada.
—Oh, ese chico... lo vi bastante preocupado por ti el martes cuando lo encontré en la escuela —dijo—. Se ve que es un caballero, al menos eso mostró.
Asentí, bajando la mirada hacia mi plato. Me alegraba saber que mi madre había notado algo positivo en él. Pero al mismo tiempo, ese pequeño detalle de su preocupación solo hacía que mi propio miedo aumentara.
—Sí, es muy atento. Y digamos que... no pude dormir bien por miedo a que le pasara algo. —Me llevé la mano a la frente, tratando de contener un suspiro pesado—. Temo que su vida sea más difícil de lo que creí.
Mi padre, tras escucharme en silencio, soltó un suspiro prolongado, como si evaluara cada palabra en su mente antes de responder.
—No sacaré conclusiones apresuradas —empezó, mirándome fijamente—. Dices que es solo tu amigo, ¿verdad?
El tono de mi padre, esa leve pausa en la palabra "solo", me hizo pensar en todo lo que había sentido la noche anterior, mientras pensaba en Anon caminando hacia un lugar tan oscuro. ¿Solo un amigo? Claro, esa era la palabra que más encajaba; pero, ¿por qué se sentía tan diferente? Me quedé en silencio un momento, tratando de descifrar por qué me afectaba tanto todo esto.
"Sí, solo un amigo", repetí en mi mente. "Pero, ¿por qué me siento tan... responsable de su bienestar?"
Finalmente, asentí ante la mirada de mi padre.
—Sí, papá. Es solo mi amigo. Pero... bueno, es complicado. Algo en él me hace querer ayudarlo. Creo que él ha tenido que lidiar con más de lo que muestra.
Mientras lo decía, mi madre me observaba, y su expresión se suavizó un poco. Estaba a punto de decir algo, pero mi padre intervino.
—Nicole, no todos los amigos te necesitan como para que dejes de dormir preocupada por ellos. La vida de cada quien tiene sus propios desafíos —me dijo, aunque sin el tono de reproche que había esperado. Su voz era más bien comprensiva.
—Lo sé, papá. Y créeme que no es algo que... que yo eligiera sentir. Pero él no es como otros amigos. Siento que tiene tantas cargas, y no sé... simplemente quiero estar ahí para él, aunque no sepa cómo —contesté, bajando la voz en la última frase.
Asentí aunque me encogí de hombros —Aunque para ser honesta me interesa un poco, apenas lo conozco pero... siento que quiero conocerlo más...—
Papá se quedó pensativo un momento, como si estuviera procesando cada palabra antes de darme una respuesta. Al final, me miró con una expresión seria, pero también llena de comprensión.
—El sábado haré una parrillada —dijo—. Wilbur viene de visita, y pensé en celebrarlo. Tráelo si puedes; quiero conocerlo, y te prometo que seré neutral, ¿ok?
Asentí, un poco apenada. Me sentía agradecida de que papá tomara en cuenta lo importante que era Anon para mí, incluso si aún no entendía del todo por qué. Tomé aire antes de soltar lo que tenía en mente.
—Otra cosita insignificante... —empecé, aunque no era nada insignificante para mí—. Anon cree que soy hombre, al igual que casi todos cuando recién me conocen. Y por ciertos motivos... me gustaría que las cosas se mantuvieran así, al menos por ahora. Si acepta la invitación, quisiera pedirles que me llamen Nick y usen pronombres masculinos cuando estén con él, ¿sí? Siento que es lo mejor por el momento.
El rostro de mi madre reflejó una ligera incomodidad. Sus labios se torcieron un poco, como si estuviera debatiéndose entre decir algo o quedarse en silencio.
—Está bien, pero tarde o temprano tendrás que decírselo —dijo finalmente, en un tono cauteloso—. Si de verdad quieres que sea tu amigo... o algo más, deberías decírselo. Él tiene derecho a saberlo.
Quise responder, decirle que entendía sus razones y que, de hecho, había pensado en ello, pero el sonido de la alarma de papá marcó el final de la conversación y la señal de que todos debíamos ponernos en marcha para comenzar el día.
Salí de casa con los pensamientos dándome vueltas en la cabeza, la ansiedad un poco más aguda que de costumbre. Hoy no había clase de cocina, y eso significaba que no podría ver a Anon hasta el almuerzo. Traté de concentrarme en las primeras clases, pero la preocupación me consumía un poco más de lo que esperaba. Sin darme cuenta, terminé mordisqueando un lápiz hasta que se partió en pedazos. "Tengo que hacer algo para evitar esto a futuro...", pensé, sintiéndome como una tonta. ¿Por qué no lo pensé antes?
Apenas sonó el timbre de la cuarta hora, dejé la clase y fui a buscarlo. Sabía dónde estaba; a estas alturas casi podría rastrearlo solo por intuición. En cuanto lo encontré, me acerqué rápidamente y, sin pensarlo dos veces, rodeé su cuello desde atrás con mi brazo. Su sorpresa fue palpable, pero antes de que pudiera siquiera reaccionar, solté la pregunta que me había atormentado toda la mañana.
—¿Llegaste bien a casa ayer? —dije con seriedad, casi sin aliento.
Él se giró hacia mí con una expresión neutral, su tono algo despreocupado, aunque había algo en sus ojos que parecía esquivar la pregunta.
—Nada fuera de lo normal —respondió—. No ocurrió nada de qué preocuparse.
Sentí una punzada de frustración, pero también sabía que insistir sería inútil; Anon era reservado cuando quería, y si algo le incomodaba, se lo guardaría sin importar cuánto lo presionara. Así que intenté algo diferente, una solución que debería haberme ocurrido antes.
—Creo que deberíamos intercambiar contactos —le dije mientras caminábamos juntos hacia la mesa de almuerzo, manteniendo el tono casual. Quise sonar despreocupado, aunque la verdad era que me preocupaba más de lo que quería admitir—. Y deberías hacerlo con Trent y Curtis también. Hemos estado tan distraídos que ni siquiera nos tomamos el tiempo de pedirte tu número.
Él me miró, arqueando una ceja con algo de sorpresa, aunque un atisbo de diversión cruzó su rostro.
—¿Estás seguro de que es solo por si el club necesita algo? —preguntó con una leve sonrisa, mientras buscaba su teléfono en el bolsillo.
Me encogí de hombros, devolviéndole la sonrisa.
—Sí... bueno, también sería bueno tenerte en el grupo de amigos, ya sabes, por cualquier cosa —admití, intentando no sonar demasiado protector, aunque la verdad es que la idea de poder comunicarme con él en cualquier momento era un alivio enorme.
Los dos tomamos asientos frente a trent y Curtis como siempre, y Anon inmediatamente saco su teléfono, para agregar el número de contacto que le dí y era un modelo viejo... muy viejo, de unos 8 o quizás 9 años.
Trent abrió los ojos de par en par al ver el teléfono de Anon y soltó, casi sin querer:
Oh no, hermano...—
—Puede que sea viejo, pero funciona —replicó Anon, cruzando los brazos y tratando de sonar más confiado—. Lo he tenido desde la secundaria, y nunca me ha fallado.
No pude evitar soltar una risa para disimular los nervios. Aunque suene cruel, la situación me pareció algo cómica; ¿quién usa un teléfono así en estos días? Sin embargo, un nudo de culpabilidad se formó en mi pecho mientras seguía riéndome, incapaz de detenerme por completo.
—No te esponjes, solo bromeábamos. Pero en serio... esa cosa es de la prehistoria, hermano —dije, apuntando al teléfono con una media sonrisa que intentaba restarle importancia.
Anon suspiró, algo incómodo por la situación, y luego miró su teléfono con una mezcla de nostalgia y resignación.
—Tuve suerte de que mis padres me lo compraran. Fue mi regalo de graduación de la secundaria —explicó, apretando un poco el teléfono entre sus manos—. Lo he tenido que cuidar como si fuera de oro—
Curtis chasqueó la lengua y se rascó el cuello, tratando de mantener un tono neutral.
—Sin ofender, Anon, pero eso es de las cosas más tristes que he oído en mi vida...—
Trent, aún con una sonrisa en los labios, añadió con un tono ligero:
—En la tienda de teléfonos donde trabajo medio tiempo, si me llevaran uno de esos... en serio, se los devolvería. Esa cosa es software muerto a estas alturas... sin ofender —repitió, aunque su tono jocoso dejaba claro que no era tan serio como sonaba.
Miré a Anon, y aunque se reía un poco con nosotros, noté que se tensaba. Era un pequeño detalle, pero suficiente para hacerme sentir que la broma quizás había ido demasiado lejos. No quiero que se sienta mal por algo así, pensé.
—Al menos cuidas tus cosas, eso es un buen hábito —añadí en un tono más conciliador, intentando suavizar el ambiente.
Finalmente, cuando llegó el momento de pasarnos los contactos, no pude evitar tararear una canción alegre, como si quisiera transformar la situación en algo más ligero. Me aseguré de escribir su número y, en el nombre de contacto, escribí con una sonrisa: "MVP".
Anon me miró con una mezcla de confusión y diversión.
—¿MVP? ¿En serio? —preguntó, arqueando una ceja.
—Claro, hermano —dije, dándole una palmada en la espalda—. Solo alguien especial podría traer un fósil como ese con tanto orgullo. — Y bueno también por otras cosillas pensé.
Anon sonrió, y pude ver que, a pesar de todo, su incomodidad se había disipado un poco. La próxima vez, prometí no dejar que los comentarios llegaran tan lejos, y en su lugar, me aseguraría de que supiera que, para mí, él realmente era nuestro "MVP."
Entramos a la clase de música, y a pesar de las preguntas tontas de Anon, me tomé el tiempo de explicarle todo con paciencia, como si le estuviera hablando a un niño pequeño. Trent y Curtis se contenían para no reír, observando con esa mirada divertida que te ponen los amigos cuando saben que algo está pasando. Aun así, me esforcé en no dejarme afectar, solo quería que Anon entendiera la música tanto como yo la amaba.
A medida que le explicaba, sentí que algo se intensificaba entre nosotros; la clase, el ruido, todo lo que nos rodeaba se fue desvaneciendo, dejándonos en una especie de burbuja en la que solo estábamos él y yo. Parecía absurdo, pero en esos minutos nada existía más que nuestras voces y la música.
Sin darnos cuenta, la campana sonó, sacándonos de aquel trance como si nos hubieran despertado de un sueño. Incluso Curtis nos tuvo que llamar la atención, bromeando con una sonrisa divertida. Pero yo sentí algo extraño cuando Anon se separó del grupo; un vacío se instaló en mi pecho, y el impulso de querer compartirle más, de enseñarle lo mucho que la música significaba para mí, se quedó atorado, como un deseo que aún no encontraba salida.
Curtis me puso una mano en el hombro mientras nos dirigíamos a la siguiente clase, y su tono adquirió una gravedad inusual.
—Nick, tenemos que hablar—dijo, asintiendo con la cabeza.
Empezamos a caminar juntos y Trent, siempre tan observador, me miró de reojo con una expresión seria.
—No estamos ciegos, Nick. Creo que Anon se está metiendo en esa cabecita azul tuya más de lo que quieres admitir —soltó, con un tono de broma, aunque había un dejo de verdad en sus palabras.
Intenté disimular, desviando la mirada mientras sentía el calor en mis mejillas. No quería que notaran cuánto me afectaba el simple hecho de que estuviera cerca.
—No exageren, chicos. Es solo un amigo, bueno creo que también potencial bro... —murmuré, tratando de restarle importancia.
Curtis me miró fijamente, escrutando mi rostro como si pudiera ver más allá de lo que intentaba ocultar.
—No me engañas, Nick. Podía ver en tus ojos que estabas pensando en él durante toda la clase... hoy te vi diferente, y no creo que sea solo el cansancio —comentó en un tono serio.
Suspiré, incapaz de negarlo. Estos chicos eran mis mejores amigos; ocultarles cómo me sentía era imposible.
—Descubri ayer, cuando le di el tour que... Anon vive en Skinrow —solté finalmente, bajando la mirada. Lo dije en un murmullo, pero suficiente para que entendieran.
Ambos se quedaron en silencio, procesando la información. Trent, en especial, frunció el ceño y se acomodó una de sus rastas, intentando asimilar lo que significaba.
—Eso explica muchas cosas... como su teléfono, por ejemplo —dijo después de una pausa, sin ocultar la preocupación en su voz.
Apreté los labios, recordando la tarde de ayer, cada detalle que hacía que mi pecho se sintiera tan pesado.
—Ni yo sé bien qué me pasó —confesé, luchando por poner mis sentimientos en palabras—. Ayer, mientras le daba el tour, fue... increíble. Todo se sintió tan natural, tan sencillo. Incluso tuve un incidente, pero ni eso logró arruinarme el día. Olvidé mi dolor, y hasta me pareció gracioso. Pero cuando nos despedimos y me dijo que vivía en Skinrow... sentí como si me apuñalaran. Insistí en acompañarlo hasta su casa, pero solo me dejó llegar hasta la frontera de los barrios. Desde ahí, se veía... horrible.
Mis amigos se miraron con seriedad, dándome el espacio para continuar. Hice una pausa, tratando de calmar la confusión que se agitaba dentro de mí.
—No pude dormir... No sé cómo explicarlo, pero estoy preocupado por él. Apenas lo conozco desde hace tres días, pero siento que Anon nos oculta muchas cosas sobre sí mismo... cosas que tal vez sean muy difíciles.
Trent me puso la mano en el hombro y me dio un apretón suave, mirándome con una comprensión que solo alguien como él podía tener.
—Lo entiendo, Nick. Anon te movió el mundo. Te afecta porque eres una buena persona, porque tienes un corazón grande. Y eso es lo que está ocurriendo —dijo en un tono sincero—. Pero ya tienes su contacto, ahora puedes asegurarte de que llegó bien a casa y de estar ahí para él aunque sea con un simple mensaje.
Asentí, sintiéndome un poco más aliviada, aunque el peso no desaparecía del todo. Llegamos a la puerta de la siguiente clase y, mientras entrábamos, no podía evitar pensar en Anon, en cómo esa vulnerabilidad que mostraba me hacía querer cuidarlo más de lo que podía expresar.
Después de dos horas de clases, fui directo al auditorio con la mente un poco más clara. Me juré que, apenas llegara a casa, le enviaría un mensaje a Anon para asegurarme de que llegó bien. Sentía la necesidad de saberlo; era un impulso que no lograba ignorar.
Al entrar, vi a Anon ayudando a Curtis a acomodar la batería, su figura inclinada mientras alzaba los brazos para ajustar los platillos. Sin querer, mis ojos se detuvieron en la definición de sus músculos bajo la camiseta y, sin darme cuenta, me saboreé los labios.
Fue un momento fugaz, un pensamiento rápido, antes de recuperar la compostura. Sacudí la cabeza y, disimulando, los saludé a todos, tratando de desviar cualquier mirada inquisitiva de mis amigos.
Cuando todos terminaron de afinar los instrumentos, me sentí realmente inspirada, especialmente al ver a Anon sentado en el área del público. Era casi cursi, lo admito, pero su presencia me llenaba de una energía especial, como si tocar frente a él fuera más importante que hacerlo para cualquier otra persona. Puse mi máximo empeño en el ensayo, y la música fluyó mejor de lo que había imaginado.
—¿Qué te parece la letra, Anon? —pregunté con emoción, sintiendo una mezcla de orgullo y vulnerabilidad, ya que había escrito una parte importante de ella.
Curtis, con su calma habitual, intervino para darle confianza a Anon—. Sé honesto, por favor. Somos artistas, y las críticas, incluso las negativas, siempre son bienvenidas. No nos guardaremos rencor, lo prometo —dijo, cruzando los brazos y asintiendo con una sonrisa tranquila.
Anon miró alrededor, evaluando nuestras caras para asegurarse de que hablábamos en serio. Finalmente se encogió de hombros, con esa honestidad tan característica que siempre me sorprendía y que, en parte, me intrigaba cada vez más.
—Bueno, si eso quieren... No sé nada de música, pero... siento que hablar de las estrellas así es pretencioso... y bastante quemado —dijo, con un tono que no buscaba ser hiriente, pero directo Sin ofender, pero la letra sonaba como una canción genérica de DinoBack. Creo que un enfoque más agresivo y directo, sin tantas vueltas, sería más interesante de escuchar. —
Le di un vistazo a sus ojos para ver si había algo de burla o condescendencia, pero no; Anon solo estaba siendo brutalmente honesto. Era como si esa sinceridad fría y un poco cortante fuera algo que no podía controlar, una parte esencial de él que lo hacía... fascinante. Me llevé la mano al mentón, pensativa, dejándome llevar por sus palabras.
—No está mal —respondí, tratando de procesar la idea, y dándome cuenta de otro pequeño aspecto de su personalidad: esa honestidad venenosa que, aunque inesperada, era refrescante.
Curtis frunció el ceño, pero asintió lentamente, sabiendo que Anon había tocado un punto sensible—. Aunque me duela admitirlo, tienes razón. Por eso sentía que el ritmo me sonaba tan familiar —reconoció, con un toque de humildad que raramente mostraba.
Trent también asintió, cruzando los brazos y mirando al suelo, pensativo. Su expresión mostraba el análisis cuidadoso de cada palabra de Anon, como si estuviera evaluando los cambios con una mente crítica—. Es cuestión de hacer unos ajustes a la letra —dijo al fin—, pero sin que sean tan drásticos como para dañar la composición que ya tenemos.
Un silencio cayó sobre nosotros mientras procesábamos la idea, y cuando volví a mirar a Anon, noté algo que me tomó por sorpresa: una sonrisa. Era una curva sutil, casi imperceptible, pero ahí estaba, en su rostro.
Esa expresión me hizo preguntarme qué tan lejos podría llevar sus límites, cuánto más de esa honestidad podía sacar de él. Sonreí de forma genuina, tratando de ver cómo reaccionaría a una propuesta inesperada.
—Algún día, si te animas, podrías intentar escribir una canción —dije, manteniendo el tono ligero pero honesto—. Solo por diversión, sin presiones. A veces, escribir es una forma de sacar lo que llevas dentro.
Anon me miró por un momento, como si estuviera evaluando si hablaba en serio o si era una broma. Luego, se encogió de hombros con una expresión indescifrable.
—Podría intentarlo, supongo —respondió, aunque sonaba como si no estuviera seguro de sus propias palabras.
La seriedad en su rostro, mezclada con esa inseguridad tan sutil, me recordó que, tal vez, debajo de esa apariencia indiferente y sarcástica, había mucho más por descubrir. Curtis y Trent intercambiaron miradas, como si entendieran lo mismo que yo, y la intensidad del momento creció entre nosotros.
—Oye, Anon —dijo Curtis de repente, con una sonrisa más relajada—. Puede que te suene a locura, pero te necesitamos. Esto no es solo nuestra música; si estás aquí, queremos que también sea tuya.
Anon se rió por lo bajo, pero no hizo más comentarios, solo se limitó a asentir con la cabeza, aunque su expresión reflejaba algo que no pude identificar. Mi mente se quedó pensando en eso, en la vulnerabilidad escondida que había notado por un segundo.
Finalmente, mientras guardábamos los instrumentos, me hice una nota mental: esta noche, sí o sí, le enviaría ese mensaje para asegurarme de que llegó bien a casa. Porque, de algún modo, saber que él estaba bien era lo único que quería para dormir tranquilo.
Después de empacar todo, los cuatro salimos del auditorio y posteriormente de la escuela. Era la primera vez que me iba junto a ellos. Trent se despidió primero, diciendo que tenía que ir a trabajar, y Curtis mencionó que tenía una cita. Al final, solo quedamos Nick y yo, caminando juntos en el crepúsculo silencioso.
Apenas ellos dos fueron rodee mi brazo con su cuello y dije ¿Y qué opinas de tu primer día con la banda? —
Me aburrí un poco, para ser honesto. Estuve sin hacer nada casi una hora... pero no sé qué más podría aportar. — dijo el y sentí que se insultó así mismo a propósito.
Decidí decirle algo con seriedad —No bromeaba cuando dije que deberías intentar escribir una canción. — puse mi dedo en mi pecho, su duro y cuadrado pecho, haciéndole prestar atención. No sé por qué, pero siento que tienes potencial, llámalo corazonada o lo que quieras... o ignóralo si te parece una tontería. —
Él se quedó en silencio un largo tramo de la caminata
Nos detuvimos en el parque, justo donde nuestros caminos se separaban, ya que él vivía en dirección opuesta a la mía. Oye... el sábado vamos a hacer una parrillada en mi casa. ¿Te gustaría venir? — le dije ocultando los nervios.
Con el paso de los segundos el miedo de que me dijera que no me consumió. —Piénsalo, mañana me dices. —
Y me fui de ahí rumbo a mi casa, cuando entre mamá me recibió amablemente, sin ebargo despeus de responderle desganada, le mande un mensaje a Anon —¿llegaste a salvo a casa?
Unos 5 minutos después recibí un seco, si.
Fue suficiente para poder dormir esa noche.
Viernes.
En la clase de gastronomía del hogar, el proyecto del día era hornear pan, y por suerte era un trabajo en equipo. Apenas Anon se dio cuenta de que me entusiasmé con la tarea, me pasó la responsabilidad de la masa mientras él se encargaba de todo lo demás. Aunque parecía algo sencillo, me sentí realmente útil. En un momento, mientras yo amasaba, lo vi lanzarme una mirada de algo que no supe definir en el momento, pero que me hizo sonrojar sin darme cuenta. Me apresuré a concentrarme en lo que estaba haciendo, tratando de ignorar el calor en mis mejillas.
A mitad del proceso, cuando Anon estaba revisando la temperatura del horno, me hizo una pregunta con total naturalidad—. ¿A qué hora es la parrillada mañana? —dijo como si fuera cualquier cosa. No lo esperaba, pero me emocioné tanto que no pude evitar sonreír.
Me esforcé por sonar relajada, pero la emoción se me escapó un poco cuando le respondí—. Me gustaría que llegaras temprano... y, bueno, no sé si es mucho pedir... —mi voz bajó un poco, sintiendo cómo el nerviosismo me hacía rascarme el cuello y mirar hacia otro lado, evitando sus ojos por completo. Mi mente divagaba pensando en qué respondería él, y la idea de que dijera que sí o que me preguntara algo más me hacía el estómago un nudo.
Lo vi levantar una ceja y, después de una pausa, intuyó mis intenciones—. Quieres que prepare la carne, ¿verdad? —preguntó con un tono que denotaba su perspicacia. Me relajé un poco; era como si siempre supiera leer entre líneas.
Suspiré aliviada, asintiendo y tratando de no mostrar lo emocionada que estaba—. Sí... digamos que ya le dije a mis padres que cocinas como los dioses, y... bueno... —hice una pausa, sintiéndome culpable porque no era verdad, al menos no del todo. La verdad era que había olvidado mencionárselo a mis padres lo de las habilidades culinarias de Anon y me salió sin querer, pero me hice la nota mental de decirles apenas llegara a casa.
Él me miró como si hubiera visto a través de mi mentira, pero solo asintió, cruzando los brazos con una expresión pensativa—. Está bien, pero necesito que tengan ciertas especias a la mano... Te enviaré una lista por mensaje más tarde, ¿ok? —dijo con una seriedad que no me esperaba.
Fue la gota que derramó el vaso, y exploté. Solté un chillido de alegría, uno de esos que nunca he podido controlar bien y que rebotó por toda la sala de cocina.
Todos voltearon a vernos, y apenas me di cuenta de lo que había hecho, sentí como si el calor en mis mejillas explotara. Me puse roja de la vergüenza, tapándome la cara y murmurando una disculpa. El golpe de vergüenza fue tan fuerte que temí desmayarme en cualquier momento. No podía creer que había perdido el control de esa forma.
Anon solo me observó, y aunque su expresión parecía seria, casi juraría haber visto una pequeña sonrisa burlona en la esquina de sus labios, como si lo hubiera divertido verme perder la compostura de esa manera.
Cuando la clase terminó, salí directo a la siguiente, intentando evitar cualquier mirada de mis compañeros. Pero, aunque estaba abochornada, no podía dejar de sentirme feliz. Saber que él aceptaba pasar tiempo en casa, y con mis padres... era más de lo que hubiera esperado. Solo imaginarme cómo reaccionarían ellos me llenaba de curiosidad.
Y aún más, la idea de conocerlo mejor... de entender más allá de lo que deja ver. Sentí algo de nervios, pero también una especie de emoción difícil de explicar.
Durante toda la clase siguiente, mi mente seguía en la parrillada y en él. Me encontré tarareando una melodía sin darme cuenta, imaginando un ritmo en mi cabeza, como si cada acorde se acomodara solo en mi mente. La música me tranquilizaba; me dejaba soñar despierto con el mañana, con la expectativa de que él estuviera allí.
Antes de darme cuenta, la clase había terminado.
Salí de clase y, al ver que aún quedaban unos diez minutos antes de ir a almorzar con Anon y los demás, me encontré con Trent y Curtis. Aproveché para acercarme y charlar un poco con ellos.
—Hey, chicos, ¿qué sucede? —les dije de forma amigable mientras me acercaba. Tenía curiosidad y, bueno, cualquier excusa para evitar que mi mente divagara hacia pensamientos sobre Anon era bienvenida.
Trent se rascó la barbilla con una expresión pensativa—. Estábamos hablando sobre la cita doble que tenemos el próximo fin de semana —dijo, lanzando una mirada a Curtis—. Estamos intentando ponernos de acuerdo sobre a dónde ir.
Me reí, rascándome el cuello con incomodidad—. Supongo que no es asunto mío entonces —murmuré, medio en broma.
Trent soltó una sonrisa maliciosa, de esas que me ponían nerviosa al instante—. ¿Y por qué no invitas a Anon? Podríamos hacerla triple.
Sentí como el corazón casi se me salía del pecho. ¿Trent estaba sugiriendo...? Antes de que pudiera responder, Curtis soltó una risa divertida—. No te pases, Trent —le dio un empujón en el hombro—. ¿No ves que la pobre apenas está procesando lo que dijiste?
Me llevé las manos a la cara, sintiendo el calor subirme hasta las orejas—. Ustedes dos son de lo peor... —murmuré desde detrás de mis manos, intentando ocultar mi rostro enrojecido. La posibilidad de que Anon pensara en mí de esa manera me hacía temblar de los nervios, y el solo hecho de que mis amigos lo sugirieran en voz alta me hizo imaginarlo como algo... posible. Era aterrador, pero emocionantemente intrigante cuando menos.
Trent soltó otra risa Ya hablando en serio, ¿te gusta o no? —
Bajé las manos y suspiré, pensando en la respuesta. No era una pregunta sencilla, y la verdad es que ni yo tenía claro qué sentía realmente. Pero después de todo, había una respuesta, aunque algo incompleta—. No es un "no"... pero está más cerca del "sí" —respondí, sin poder evitar sonreír un poco. Bajé la voz—. Digamos... 80/20.
Trent levantó las cejas, sorprendido—. Bueno, parece que ya no falta mucho para que confirmes ese 20%.
Asentí, aunque mis pensamientos estaban enredados, entre las risas de ellos y lo que realmente sentía por Anon. Me rasqué el cuello de nuevo—. Ya hablando en serio, estoy buscando alguna manera de sacarlo de su caparazón, pero no sé cómo.
Trent se rascó la mejilla, pensativo—. No sabría decirte. Ese tipo es como una caja fuerte, está bien duro. Apenas habla.
Suspiré, sin poder negar lo que decía. Era cierto que Anon se guardaba mucho para sí mismo, y aunque lograba captar fragmentos de su personalidad, sentía que apenas arañaba la superficie—. Lo sé... —dije, mirando al suelo mientras trataba de encontrar una manera de expresar lo que sentía—. Pero es que... él... —hice una pausa, sintiendo el peso de las palabras mientras caían—. Él calma mi dolor. No sé cómo o por qué, pero cuando estoy con él, o incluso si pienso en él, el dolor disminuye.
Ambos se quedaron en silencio un momento, con expresiones de sorpresa que no esperaba. Entonces Trent rompió el silencio, poniendo una mano en mi hombro, con una expresión que mezclaba ternura y seguridad—. Eso ya es un 100/0, sin duda alguna, Nick —dijo en un tono suave—. Supongo que tu falta de experiencia en el amor no te dejó darte cuenta, boba.
Curtis asintió, con un brillo de comprensión en la mirada—. Ayudaré entonces, parece ser cosa seria. Te prometo que no bromearé más con el tema de "novio".
Sonreí, sintiendo algo cálido en mi pecho—. Gracias, chicos —murmuré—. Tal vez sea un 100/0, honestamente no lo sé... nunca me había enamorado antes. Me concentraba tanto en mi dolor que... no me había dado cuenta de todo lo que podía sentir.
Trent me interrumpió con una sonrisa amable—. El amor es mágico, Nick. Si alguien logra aligerar ese dolor que llevas cargando tanto tiempo, entonces no creo que exista más prueba de ello.
Sus palabras resonaron en mi mente mientras caminábamos hacia el comedor. Miré al suelo, tratando de ordenar mis pensamientos. Mis sentimientos por Anon eran complejos, y aunque aún no estaba lista para reconocerlo completamente, la verdad era que, cada vez más, pensaba en él como alguien que podía ayudarme a sanar.
Comenzamos a caminar por el pasillo, pero las palabras de Trent seguían resonando en mi cabeza, como un eco de lo que mi madre solía decirme hace años. Era casi como si el destino insistiera en recordarme que el amor, o algo parecido, tenía una forma peculiar de aliviar el dolor. Aún así, traté de enfocarme en llegar al comedor con los chicos, esperando que esos pensamientos se diluyeran.
Al bajar al segundo piso, el sonido de una voz familiar me hizo detenerme. Reconocí la voz de Anon, rodeado de una multitud de dinos. Con Fang Trish y Reed frente a él, Algo en su tono era distinto, una mezcla de nerviosismo que no le había escuchado antes.
—Lo siento, no fue mi intención, señorita —lo oí decir. En ese instante, un gran silencio cayó en el pasillo, uno que era pesado, tenso, como si todos contuvieran la respiración, oh por dios rompió la única regla con esa tarada.
Iba a avanzar para ayudarlo, pero la mano de Curtis me detuvo, posándose firmemente en mi hombro.
—Espera, quiero ver a dónde va esto. Si las cosas se ponen feas, yo mismo intervendré. Creo que es esencial para ver un poco del verdadero Anon —dijo en un susurro, aunque su mirada estaba fija en Anon, analizándolo con una calma tensa.
—¡Desgraciado hijo de perra! ¿Cómo te atreves a llamarme así? ¡Soy no binarie, puto imbécil! —gritó Fang con una furia que parecía llenar el aire de veneno. El tono de su voz era tan brutal y ácido que sentí un escalofrío recorriéndome la espalda. Parecía como si cada palabra estuviera destinada a aplastar a Anon, a reducirlo a cenizas. El odio en sus ojos era algo que no había visto antes, y su intensidad era suficiente para hacerme retroceder un paso, completamente asombrado.
Trish, a su lado, rechinaba los dientes tan fuerte que casi podía oír el crujir de su mandíbula. Su mirada estaba fija en Anon, y la forma en que se tronaba los puños dejaba claro que ya había decidido lo que quería hacer con él.
—Te pasaste, maldito bastardo —gruñó Trish, cada palabra goteando desprecio—. No solo te atreviste a tocarla con tu sucia esencia Skinnie, sino que encima ofendes el género de mi amiga. Te vas a enterar...
La tensión en el pasillo era sofocante. Miré a Anon, esperando que respondiera con su usual sarcasmo, con esa seguridad que siempre irradiaba, pero lo que vi me dejó sin palabras. Anon estaba temblando. No solo un temblor ligero, sino uno incontrolable, como si su cuerpo entero se rehusara a mantenerse firme. El sudor le caía en gotas, y por primera vez, parecía... parecía aterrorizado. No podía moverme, y solo podía observar en silencio, con el corazón acelerado y la garganta seca. ¿Qué tan fuerte tenía que ser esa presión para reducir a Anon, que siempre era sarcástico y orgulloso, a ese estado?
Intentaba ordenar mis pensamientos cuando Anon se llevó la mano a la calva, apretándola con fuerza. Parecía que iba a colapsar en cualquier momento. Mis instintos me decían que debía ir y ayudarlo, pero Curtis se adelantó, moviéndose antes de que yo pudiera siquiera dar un paso.
Curtis se colocó detrás de Anon, y su presencia pareció llenar el espacio de inmediato. Cruzó los brazos y habló en un tono calmado, pero su voz tenía un peso autoritario que cortó el aire—. No exageren de nuevo... él ya se disculpó. Nadie quiere problemas aquí.
Trish giró hacia Curtis con el rostro crispado, sus ojos eran dagas de odio. La intensidad de su rabia casi se podía tocar, pero, después de un segundo de duda, dio un paso atrás, soltando un bufido de frustración. Tomó la mano de Fang, y los dos se miraron como si compartieran un acuerdo tácito de no ir más lejos, al menos por el momento. No obstante, el veneno en sus miradas no desapareció ni un poco.
Fang, aún con el rostro tenso y los ojos duros, no dijo una palabra, pero su mirada lo decía todo. Aun así, al final asintió, dejando que Trish lo condujera lejos de allí. No fue hasta que ambos desaparecieron en el pasillo que el aire se sintió un poco menos pesado. Sin embargo, un tercer miembro del grupo, Reed que hasta entonces había mantenido la calma, nos observó en silencio antes de girarse para seguirlos, dejando una última mirada helada en nuestra dirección.
Miré a Curtis, que seguía de pie detrás de Anon, quien finalmente pareció recuperar un poco de compostura. Noté que aún respiraba de forma irregular, y sus manos temblaban levemente. Había algo en su mirada, una mezcla de vergüenza y alivio, como si su propio estado de vulnerabilidad lo avergonzara.
Yo mismo me acerqué, tratando de procesar lo que acababa de ver. La imagen de Anon temblando, tan distinto a su usual personalidad, seguía rondando en mi mente. Una punzada de rabia e impotencia me recorrió. Quería decir algo, algo que le recordara que estaba allí, que no estaba solo en esto, pero las palabras se me atoraron en la garganta.
Finalmente, Curtis rompió el silencio, dándole una palmada amistosa a Anon en el hombro—. Todo bien, Anon. Esos idiotas no valen la pena —le dijo en un tono tranquilo, casi protector, y vi cómo Anon exhalaba, soltando algo de la tensión que aún lo envolvía.
Quería preguntarle a Anon cómo se sentía, decirle que estaríamos con él, pero no sabía por dónde empezar.
Vi cómo Anon se llevaba la mano al pecho, su respiración entrecortada como si luchara por tomar aire. Su rostro estaba pálido, sus ojos desorbitados, y aunque intentaba mantenerse firme, era claro que estaba al borde de un ataque de pánico. Sentí un nudo de preocupación en el estómago al verlo así, tan vulnerable, y sin pensarlo mucho, di un paso adelante, posando mi mano suavemente en su hombro desde atrás.
—¿Estás bien, Anon? —le pregunté, esforzándome por mantener la voz tranquila y reconfortante.
Anon me miró por un instante, pero el silencio de sus ojos decía todo. Su mirada estaba perdida, llena de una mezcla de miedo y vergüenza, y su cuerpo seguía temblando como si no pudiera encontrar suelo firme bajo sus pies. Sentí un impulso desesperado de hacer algo, de protegerlo. Así que, antes de que pudiera pensar demasiado en ello, lo atraje hacia mí y lo abracé, dejando que mi brazo se apretara alrededor de sus hombros con la esperanza de anclarlo a la realidad.
Él dejó de temblar poco a poco, y aprovechando el momento, le susurré en un tono lo más calmado que pude lograr, aunque mi propia voz temblaba un poco—. Tranquilo, Anon... todo ya pasó. Vamos a comer, ¿ok?
Sentí cómo su respiración, aunque lenta al principio, comenzó a normalizarse. Sus latidos, que al principio parecían golpear su pecho con fuerza, se fueron ralentizando, volviendo a un ritmo más estable. Le di un pequeño espacio y lo solté, notando que su semblante había recobrado un poco de calma, aunque el peso de lo que acababa de pasar aún colgaba sobre él.
Esta vez, en lugar de rodearle los hombros, lo tomé por la cadera, guiándolo suavemente hacia el comedor. No quería que se sintiera más agobiado; su lenguaje corporal hablaba de una mezcla de humillación y agotamiento. Lo acompañé en silencio, respetando el espacio que probablemente necesitaba, mientras intentaba ordenar mis propios pensamientos. ¿Quién era realmente Anon? Había pensado que era alguien fuerte, un tipo cínico, sarcástico, alguien que nada podría hacer tambalear. Pero al verlo así, destruido y abatido, sentí que tal vez no sabía tanto de él como había creído.
Durante el almuerzo, Anon estuvo callado. Apenas tocó su comida, su mirada perdida en algún punto entre su plato y el vacío, mientras yo permanecía a su lado, vigilando cada uno de sus movimientos, temeroso de que algo lo hiciera romperse de nuevo. Se veía tan frágil, tan al borde de caer en pedazos. Mi instinto me decía que debía quedarme cerca, así que no lo solté ni un segundo. No quería que se sintiera solo ni siquiera por un momento.
En la clase de música, él se sentó a mi lado, pero era como si estuviera en otro mundo, hundido en sus propios pensamientos, su cuerpo presente, pero su mente... en otro lugar. Observé su expresión, esa mirada distante y abatida que parecía incapaz de notar lo que ocurría a su alrededor. Un sentimiento de impotencia me llenó por completo. Lo único que podía hacer era seguir ahí, sin decir una palabra, pero mi corazón latía fuerte con la urgencia de hacer algo que lo ayudara a salir de ese lugar oscuro.
Cuando la clase terminó, él simplemente se levantó y salió sin decirme nada. Ni una despedida, ni una mirada. Caminaba como si el peso de todo lo que llevaba dentro fuera una cadena que arrastraba tras de sí, demasiado pesada para alzar siquiera la cabeza. Verlo así me hizo sentir una punzada en el pecho, un deseo feroz de ayudarlo, de cargar con un poco de ese peso que lo hundía.
Mientras comenzaba la siguiente clase, las palabras del director Spears resonaban una y otra vez en mi mente. Me removí en mi asiento, incapaz de concentrarme en nada de lo que decía el profesor. Solo quería que la clase terminara de una vez. Si algo entendía en esta vida, era la desesperación, el dolor tan profundo que te consume desde adentro. Mi dolor era físico, una tormenta interna que conocía bien, pero el de Anon parecía algo mucho más complicado, algo que no podía ver, pero que era igual de devastador.
La última clase finalmente terminó, y supe que tenía que encontrarlo. No iba a dejarlo solo, no después de haberlo visto así. Salí de mi salón casi corriendo, agudizando la vista como nunca, hasta que lo vi a lo lejos, caminando con la cabeza baja, como si cada paso que daba fuera una lucha.
Me acerqué lo más rápido que pude y, sin decir nada, rodeé sus hombros con mi brazo. Esta vez no era por mí, no era por el consuelo que me brindaba estar cerca de él. Esta vez era por él, porque quería hacerle saber que no estaba solo. Lo abracé con firmeza, dejando que sintiera mi presencia como un ancla.
—Anon... —susurré, casi sin aliento, conteniendo la urgencia de sacudirlo y decirle que todo estaría bien. Las palabras me parecían tan insuficientes, pero no sabía qué más hacer.
Anon levantó un poco la cabeza y me miró, con una mezcla de sorpresa y gratitud. La tristeza y la vergüenza aún estaban en sus ojos, pero también había algo más, una especie de alivio. No dijo nada, pero no hacía falta. Lo acompañé en silencio, mi brazo aún rodeándolo mientras caminábamos hacia la salida.
Mientras lo guiaba fuera de la escuela, sentía una extraña mezcla de rabia e impotencia. Rabia contra quienes lo habían tratado así, pero también contra mí mismo, por no haber notado antes cuánto cargaba en silencio.
Cuando vi su rostro, mi corazón casi se hace añicos, sus ojos vacíos carentes de vida, su boca en La expresión de Anon era una mueca que solo demostraba miseria absoluta, como si estuviera gritando por ayuda sin que pudiera permitirse pedirla. Esa mirada... era una desesperación tan profunda que me vi reflejado en él de una forma que no había sentido en mucho tiempo. Un vacío que me tocaba el alma, uno que conocía demasiado bien.
—¿Estás bien, MVP? —pregunté, haciendo un esfuerzo por sonar lo más suave y cálido posible. Noté cómo se estremeció un poco ante mi voz, pero apenas alzó la vista. Parecía como si estuviera atrapado en su propio mundo de dolor, cada paso que daba reflejaba un cansancio que no era solo físico. Quería que supiera que estaba aquí, que podía contar conmigo, pero solo lograba acompañarlo en silencio mientras nos alejábamos de la multitud de estudiantes.
Sus pasos eran pesados, como si el simple hecho de caminar le costara un esfuerzo mental enorme. Quise preguntarle qué estaba pasando, pero vi cómo abría la boca un par de veces, luchando por decir algo y luego retrocediendo, tragándose las palabras. Era como si pensara que sus problemas no valían la pena, como si él mismo no valiera la pena. Esa idea me dolió, y me hizo sentir una rabia profunda contra mí mismo, contra la situación, contra todo.
"Apenas llevo una semana de conocerlo... y ya ha girado mi mundo entero." Pensé. "Él vino como un bálsamo para mi dolor, algo que me ha ayudado a soportar cada día aquí, pero ¿yo qué he hecho por él? Nada. Solo soy una molestia, un peso que carga porque tiene que hacerlo." Me dolía pensar en todas las veces que lo había atrasado en clase de cocina, los accidentes que había provocado por estar tan cerca de él. Ni siquiera sabía si a él le gustaba el contacto físico, y aquí estaba yo, aferrándome a cada oportunidad de estar cerca como un egoísta, simplemente porque mi propio cuerpo lo necesitaba.
Suspiré profundamente, queriendo decirle todo esto, pero no podía. No era el momento para hablar de mí. Él me necesitaba, y tenía que enfocarme en eso.
Finalmente, Anon rompió el silencio con una voz débil, cargada de dolor:
—Es algo personal.
Su tono estaba impregnado de una tristeza que no podía ocultar, y esa frase tan simple, tan corta, me dejó helado. Me miraba por un instante, pero luego desviaba la mirada, como si no quisiera que yo viera todo lo que estaba sufriendo.
—Si te resulta duro decirlo, no lo digas... —le respondí, tratando de que mi voz sonara tan firme como sentía que debía ser en ese momento.
Me arrepentí un poco de haberlo dicho, pero no había más que pudiera decir sin sonar intrusivo o sin presionarlo. Lo último que quería era que sintiera que lo forzaba a abrirse conmigo cuando claramente estaba luchando con sus propios demonios. Pero en el fondo, sentía miedo. No por mí, sino por él. Tenía este impulso de ayudarlo, de ser la persona que pudiera apoyarlo sin que se sintiera juzgado, de ser su refugio si lo necesitaba. Aunque una parte de mí también se sentía egoísta; sabía que el pensamiento de perderlo me aterraba. Y ese miedo a que se apartara de mí por lo que estaba viviendo me carcomía.
Al llegar a la mitad del parque, Anon se detuvo de repente, sin previo aviso. Su respiración era errática, y su rostro parecía cargado con una presión que había estado aguantando demasiado tiempo. Bajó la cabeza, negándose a mirarme; sus hombros temblaban, y su mandíbula estaba apretada con una mezcla de dolor y vergüenza. Entonces, su voz surgió quebrada y llena de desdén, casi como si cada palabra le doliera más de lo que podía soportar.
—Me doy asco... —susurró con un tono casi inaudible, pero cargado de un peso devastador. Las palabras parecían rasgar el aire. Se llevó la mano a la cara, cubriendo sus ojos, como si tratara de ocultar el sufrimiento y las lágrimas que, de a poco, empezaban a caer.
Podía ver el temblor en su cuerpo, y algo en su postura me desgarraba por dentro. Estaba roto, enfrentando una tormenta emocional que lo desgarraba desde adentro. Sentía una rabia ardiendo en mí, una impotencia aplastante por no poder hacer nada que le diera alivio, y, sin embargo, sabía que ahora no era mi momento de hablar. Solo tenía que escuchar, porque esta vez, él necesitaba sacar cada palabra que lo estaba consumiendo.
—Esas dos me insultaron... me llamaron un sucio Skinnie... —continuó, y esta vez su voz sonaba temblorosa, cargada de resentimiento y autodesprecio. Noté que su mandíbula se apretaba de nuevo, su mirada fija en el suelo, como si estuviera reviviendo cada insulto—. Me odian... como si solo por existir les diera asco...
Sus labios temblaban, y su mirada, todavía clavada en el suelo, estaba llena de una furia que no iba dirigida a esas personas, sino a sí mismo. Cada palabra me helaba, y a la vez me encendía con un odio voraz hacia esas dos personas. Era una furia que me hacía desear haber estado ahí, haber intervenido, aunque fuera solo para evitar que él terminara sintiéndose así. Deseaba protegerlo, aunque supiera que era egoísta de mi parte, que esa rabia nacía tanto de mi impotencia como de mi miedo a verlo así.
Entonces su voz se rompió por completo, y, al borde del llanto, dejó escapar lo que parecía ser la peor de sus verdades.
—Y tienen razón... yo no debería existir...
Esas palabras me destrozaron. Fue como si me hubieran apuñalado en el alma. "¿Cómo puede pensar eso de sí mismo?" Pensé, sintiendo que me quedaba sin aliento. Había escuchado cosas horribles en mi vida, pero jamás había sentido un dolor tan crudo al escuchar a alguien hablar de sí mismo de esa manera. Y, mientras lo observaba, vi cómo las lágrimas comenzaban a correr por su rostro, una tras otra, cayendo como pequeñas tormentas sobre su piel.
Cada lágrima parecía llevar consigo un peso que él ya no podía soportar. Su expresión era la de alguien quebrado, con los ojos llenos de una tristeza tan densa que parecía imposible de soportar. Apretaba los labios, tratando de contener el llanto, pero era evidente que no podía más. Su cuerpo temblaba, cada sollozo se escapaba de sus labios entre cortado por las respiraciones agitadas.
—Dios... ahora estoy llorando como un completo marica... —murmuró entre sollozos, la voz rota y cargada de autodesprecio, mientras sus manos temblaban visiblemente. Los labios le temblaban de manera incontrolable, y su rostro estaba desencajado, como si cada palabra que dijera solo le añadiera un peso insoportable.
Verlo en ese estado me rompía. Sentía una mezcla de rabia, dolor y una culpa incesante por no haber estado ahí para él. "Malditas sea... ¿Cómo alguien puede odiarse tanto?" me pregunté, sintiendo que mi propia garganta se cerraba. Nunca pensé que un dolor así, tan profundo, pudiera superarse. Me dolía pensar que lo había estado sufriendo todo este tiempo, y que yo no había hecho nada.
—Soy un jodido fracaso... —continuó con la voz aún más rota, como si ya no pudiera ni reconocerse—. Siempre me lo decían... mis padres... mis maestros... mis compañeros...
Cada una de esas palabras me golpeaba como un mazo. Vi cómo sus hombros caían, cómo su rostro era ahora un reflejo del cansancio y del odio hacia sí mismo, una mueca que solo demostraba desprecio. "¿Cuántas veces habrá escuchado esas palabras? ¿Cuánto le habrán hecho sentir que no valía nada?" No quería interrumpirlo, pero sentía la necesidad de hacer algo, de decirle que esas palabras que lo atormentaban no eran la verdad. Él se merecía mucho más que eso.
No pude aguantar más y extendí una mano hacia él, tocando su hombro con cuidado, como si temiera romperlo más de lo que ya estaba. Me dolía de una manera tan intensa que incluso los peores dolores que yo había sentido no se comparaban. Quería que entendiera que, aunque no tuviera las palabras correctas, estaba ahí para él.
"No tienes idea de lo importante que eres... para mi" pensé, tragándome las palabras porque sentía que decirlas en voz alta no sería suficiente. Pero lo sabía, y quería que él también lo entendiera.
Esa pregunta resonaba en mi mente como un eco imparable. "¿Cómo llegó a esto?" No era solo la angustia de verlo desmoronarse delante de mí, sino la devastadora realidad de que este era alguien que había soportado todo en silencio, sin jamás mostrar un indicio de lo roto que estaba. ¿Cuántas veces habría deseado, necesitado alguien que lo entendiera? ¿Que le brindara una mano en medio de toda esa oscuridad? Sin pensarlo más, mi cuerpo se movió antes que mi mente, y lo abracé.
Fue un abrazo diferente, uno que no solo lo sostenía físicamente, sino que intentaba hacerle sentir que todo mi ser estaba allí, apoyándolo. Cada fibra de mi alma y mi corazón estaban en ese abrazo. "Quizás, al menos por ahora, pueda aliviar un poco de esa carga que lleva." La empatía y la compasión me desgarraban, y sentía mis ojos humedecerse al comprender el peso que había llevado solo, en silencio.
Anon se quedó inmóvil al principio, como si no supiera cómo reaccionar. Pero pronto, su respiración se volvió irregular y entrecortada, y sus hombros se relajaron levemente, cediendo a ese contacto que parecía nuevo, extraño para él. Sentía que quería llorar, pero al mismo tiempo, resistía. Mis brazos lo rodeaban con fuerza, intentando darle ese consuelo que él nunca parecía haberse permitido, porque ahora entendía que detrás de ese silencio y sus palabras cínicas había una herida demasiado profunda para mostrarse.
—No estás solo, Anon —murmuré en un tono bajo, casi susurrando, con una serenidad que yo misma encontraba extraña—. Nadie debería estarlo, y tú tampoco tienes que estarlo. Quizás pienses que eres un fracaso, pero para mí no lo eres... Tienes muchas cosas buenas, cosas que quizás no puedes ver ahora, pero que yo he visto. No te insultes así, no te castigues de esta manera...
Lo dije sin reservas, porque lo sentía con cada fibra de mi ser. Anon había sido mi salvador, sin siquiera saberlo. Desde que lo conocí, de alguna forma, él había calmado ese infierno físico que yo sentía constantemente, y por eso ahora quería ayudarlo, no como una simple compensación, sino porque él también se merecía ser salvado.
Anon soltó un suspiro, como si mis palabras lo desconcertaran y, al mismo tiempo, lo tocaran en un lugar al que nadie había llegado. Luego, su voz surgió en un tono ahogado, cargado de una amargura profunda.
—No me has conocido ni una semana... —dijo con desolación, sus ojos clavados en el suelo, con una tristeza implacable reflejada en su mirada— Créeme, voy a arruinarlo... Siempre lo hago.
Su voz se rompió en esa última frase, y me dolió escuchar cómo él mismo se colocaba una barrera, convencido de que no era digno de ser conocido. Me quedé en silencio, pensando en cómo debía responder, porque sabía que tenía que elegir mis palabras con cuidado. Lo último que quería era que pensara que estaba haciendo esto por lástima.
Inspiré profundamente, y sin soltarlo aún, le respondí.
—Por eso mismo... solo ha pasado una semana, y ya siento como si te conociera de toda la vida. Hasta a mí me parece antinatural, pero así me siento, y no puedo ignorarlo. No te cierres, Anon. Quiero conocerte de verdad... quiero que seamos amigos. Si piensas que trato así a todos, te equivocas. Desde que te vi por primera vez... con esa mirada vacía en el curso de cocina...
"Y el alivio que sentí cuando me ayudaste sin preguntar nada y luego lo del homnbro...." No lo dije en voz alta, pero la idea se me quedó grabada en la mente. Anon había sido el primer contacto humano que me había hecho sentir que el dolor que cargaba era más soportable. Era la primera persona que me había dado un respiro, y aunque él no lo supiera, eso significaba mucho más de lo que yo podía expresar.
Hice una pausa, y entonces Anon soltó un suspiro tembloroso, mirándome por primera vez, pero con los ojos llenos de una mezcla de desesperación y vulnerabilidad.
—Entre menos sepas de mí, mejor... —dijo, en un tono que reflejaba un miedo profundo, como si le aterrara la idea de que yo escarbara más en su vida. Había un leve temblor en sus labios, y sus ojos parecían buscar una salida, una excusa que lo protegiera de ser juzgado o lastimado de nuevo.
Solté el abrazo para mirarlo directamente, sintiendo mis propias ganas de llorar y, a la vez, conteniéndolas, porque entendía que ahora tenía que ser fuerte por ambos. Logré sonreírle con calma, una sonrisa que intentaba transmitirle que no tenía nada que temer, que yo estaba allí para él sin importar qué.
—No miento, Anon. Quiero conocerte... Quiero que seamos amigos —dije con firmeza, sintiendo cómo cada palabra pesaba, casi como un desafío, porque sabía que él tenía miedo y que mis palabras lo confrontaban—. Incluso si es algo malo, incluso si es algo que crees que debería alejarme, puedes decírmelo. No tiene que ser ahora... Sé que no confías del todo en mí, y la verdad, tampoco confío por completo en ti. Apenas llevamos una semana, y puede que eso no signifique mucho, pero...
Me detuve un segundo, tratando de encontrar las palabras exactas, aquellas que pudieran llegarle en medio de su desesperación. Y entonces, me separé de él, dándole espacio para respirar, porque sabía que mi cercanía podía ser abrumadora para él en ese momento.
Anon me observó con una mezcla de confusión y... ¿temor? Era como si estuviera esperando que de un momento a otro yo también me diera la vuelta y lo dejara solo. Sus ojos, aunque enrojecidos y llenos de lágrimas que aún amenazaban con caer, me miraban buscando respuestas.
"No importa cuánto tiempo pase, estaré aquí para ti," pensé, deseando que pudiera leer mis pensamientos, que entendiera cuánto significaba para mí. Porque aunque él no lo supiera, yo sentía que, de algún modo, nos habíamos encontrado en un momento en el que ambos lo necesitábamos.
—No sé cuánto has sufrido... —mi voz se tornó suave, casi melancólica, y sentí cómo cada palabra pesaba—. Pero por todas esas cosas horribles que dices de ti mismo, parece que ha sido bastante. No sé si puedo entenderlo por completo, pero te pido que... simplemente sigas adelante, incluso si a veces solo lo haces porque no hay más opciones.
Decir aquello me dolió más de lo que esperaba. Me vi reflejado en él de una forma que no quería admitir. La verdad era que mis últimos meses también habían sido un infierno, una lucha diaria solo porque no había otra alternativa más que aguantar. Tal vez decirle eso era tan para él como para mí, una especie de promesa compartida.
Lo miré directo a los ojos, esos ojos de un color avellana profundo, cálidos y tristes, y vi algo nuevo en su expresión, una mezcla de dolor y agotamiento, pero también un leve destello de gratitud, como si mis palabras le hubieran dado un respiro, una razón mínima para seguir adelante. Anon se limpió las lágrimas con torpeza, intentando mantener algo de orgullo incluso en medio de toda su vulnerabilidad.
—Soy patético, en serio... Mira que abriéndome así con un esquivador de meteoritos al que no llevo ni cinco días de conocer... —Su voz cargaba una ligera burla hacia sí mismo, pero había algo de alivio también, como si al reírse un poco de su situación pudiera comenzar a quitarle algo del peso.
Sus palabras me ofendieron un segundo, pero algo en su tono, en su expresión, me arrancó una sonrisa inesperada y terminé riéndome. No pude evitarlo, porque después de todo, era tan ridículo que nos hubiéramos encontrado así, siendo tan opuestos y al mismo tiempo tan similares en nuestra fragilidad.
—Jamás había escuchado ese insulto... —respondí, encogiéndome de hombros con una sonrisa leve—. Es bastante original, la verdad. Y para que conste, yo también he tenido que esquivar unos cuantos meteoritos. Así que... en fin, Anon, solo sigamos adelante, ¿ok?
Él miró al cielo, sus ojos un poco más serenos, y pude ver una especie de paz que no estaba allí antes. Era como si mis palabras, mi presencia, hubieran levantado algo de la carga que llevaba sobre sus hombros. Lo vi respirar más calmadamente, y por un momento, la desesperanza que había en sus ojos parecía disolverse.
—Gracias, Nick... —dijo en un susurro, su voz rota pero más ligera—. Necesitaba eso.
Asentí, sonriendo mientras le daba un golpe amistoso en el hombro. Sentía cómo mi propio pecho se llenaba de algo cálido, algo que apenas podía explicar, pero que me hacía sentir más cerca de él, como si ese momento hubiera creado una conexión genuina entre nosotros, una que me obligaba a no darme por vencido con él.
—Te espero mañana en mi casa. —Mi tono fue juguetón, queriendo aliviar el ambiente—. Ya prometiste ayudarme, así que no tienes de otra. Mi mamá ya compró las especias, me aviso por mensaje hace unas horas, así que no te escapes, ¿entendido? —Le guiñé un ojo antes de girarme, tomando el camino opuesto hacia mi casa.
Mientras me alejaba, sentía cómo una tristeza profunda comenzaba a llenar mi corazón. No quería irme, no quería separarme de él esta noche. Había algo en su fragilidad que me hacía querer quedarme a su lado, apoyarlo, hasta asegurarme de que no volviera a derrumbarse. Pero sabía que no podía, y esa impotencia se hacía insoportable. Los ojos se me humedecieron sin darme cuenta, y mis pasos se hicieron más pesados, como si dejara atrás una parte de mí.
Apenas llegué a casa, intenté disimular y poner mi mejor cara. No quería preocupar a mi madre, pero, aun así, ella me observó con un aire de confusión cuando entré. Sentí que sus ojos me seguían, como si estuviera esperando una explicación. Sin embargo, solo le di una sonrisa forzada y seguí de largo, directo a mi habitación, incapaz de sostener su mirada.
—¡Estoy bien, mamá! —mentí, sin detenerme, sintiendo cómo mi voz sonaba tensa, rota.
Entré a mi cuarto y cerré la puerta con un golpe, dejándome caer sobre la cama. Me cubrí la cara con la almohada, y entonces todo se rompió. Grité a la almohada con todas mis fuerzas, dejando salir todo lo que había estado reprimiendo. Mi corazón estaba desgarrado, confundido, y me sentía impotente. Ver a Anon así, con su alma desnuda y rota, había despertado en mí un dolor que no sabía cómo soportar. Era como si el peso de su tristeza también se hubiera convertido en mi propio dolor.
Las lágrimas comenzaron a caer, y no pude detenerlas. Mis sollozos se ahogaban en la almohada, intentando evitar que el sonido escapara de mi cuarto. Pero ahí, en la soledad de mi habitación, me permití sentir todo lo que no podía mostrarle a nadie. ¿Por qué sentía esta necesidad tan intensa de ayudarlo? ¿Por qué me dolía tanto verlo sufrir?
"¿Cómo puedes pensar tan poco de ti mismo?" preguntaba mi mente, una y otra vez, intentando encontrar alguna explicación, una razón. Lo entendía, pero al mismo tiempo, no podía aceptarlo. No era justo que él llevara todo ese peso solo, y aunque aún no sabía cómo, estaba decidido a estar allí para él.
"Quiero salvarte, Anon," pensé, en un susurro silencioso.
Mi madre entró en mi cuarto con pasos suaves y cerró la puerta detrás de ella, como si intentara no romper la frágil calma del espacio. Sus ojos se encontraron con los míos, y aunque mi cara estaba roja y los ojos hinchados de tanto llorar, me miró sin juicio alguno, solo con esa mirada tranquila que siempre tenía, como si pudiera ver a través de mí.
Se acercó despacio, y su voz salió en un susurro amable, casi como si hablara a la brisa. —Sé que no estás así por algo físico, hija... —A pesar de sus palabras, mi madre me miraba con preocupación, sabiendo que, en el fondo, todo tenía raíces más profundas de lo que yo misma entendía.
Sentí cómo mis hombros se relajaban al oírla, pero aun así, intenté contener las lágrimas que amenazaban con volver a caer. Me acurruqué en la esquina de mi cama, frotando los ojos con la manga para secar el rastro de mis sollozos. Las palabras salieron de mí sin filtro, como si fueran más fuertes que mi orgullo.
—Digamos que aprendí algunas cosas dolorosas... y me duele mucho, mamá. Quiero ayudarlo, pero él... —mi voz se quebró, y sentí una presión en el pecho, una impotencia que me ahogaba—. Está tan roto. No sé qué hacer. Solo quiero que sea feliz, ¿por qué tiene que vivir así?
Mi madre se sentó a mi lado, estudiando mi expresión con una mezcla de sorpresa y ternura. Verme tan vulnerable debía resultarle extraño; no era alguien que soliera mostrarme así, incluso frente a ella. En silencio, alzó una mano y comenzó a acariciarme el cabello con una delicadeza que casi dolía de lo suave.
—Es ese chico, Anon, ¿verdad? —preguntó en voz baja, su tono una mezcla de certeza y compasión.
Asentí, y bajé la cabeza como si las palabras fueran demasiado duras para enfrentar su mirada. Por alguna razón, hablar de él hacía que el dolor en mi pecho se intensificara, y aun así, era algo que no podía evitar compartir.
—No puedo decirte los detalles, pero... —murmuré, tragando saliva para mantener la compostura—. Al parecer, tuvo una vida bastante horrible. Él no... no se quiere, mamá. Lo odia todo de sí mismo, a ese nivel. Desde la primera vez que lo vi, sentí como si gritara por un abrazo, y no porque lo dijera... sino porque lo sentí, así, directo en el alma.
Los ojos de mi madre se ensombrecieron un poco, y su expresión cambió a una mezcla de tristeza y sorpresa. Había una consternación que parecía atravesarla, como si no esperara ver tan claramente el efecto que ese chico tenía sobre mí.
—Me sorprende tanto que, en tan poco tiempo, este chico te ponga así... —musitó, con una pequeña sonrisa comprensiva—. Sabía que, tarde o temprano, alguien llegaría a ti de esta manera, pero... no imaginaba que a este nivel, y tan rápido.
Solté un suspiro profundo, como si todo el aire que estaba reteniendo saliera de golpe. Sentía que las emociones comenzaban a tomar control de mí otra vez, pero necesitaba que ella entendiera, que supiera lo que estaba sintiendo por él, algo que me llenaba de alivio y, al mismo tiempo, me aterraba.
—Él calma mi dolor —dije, casi en un murmullo, como si fuera una verdad demasiado vulnerable para compartir.
Mi madre abrió los ojos con sorpresa, y un ligero gesto de preocupación surgió en su rostro. Pero antes de que pudiera decir algo, continué, sintiendo que, si no le explicaba, nunca entendería la profundidad de lo que me pasaba.
—Fue un accidente, ¿sabes? —seguí, con la voz temblorosa—. Cuando recién lo conocí, casi me desmayé de la nada, y en mi intento de no caer, terminé enredando mi brazo en su cuello. Todo pasó en un segundo, pero... al sentir su calor, su piel... el dolor disminuyó. No sé cómo explicarlo. Solo sé que, cada momento que paso con él, siento que algo mejora dentro de mí. Es como... —suspiré, luchando por encontrar las palabras—. Es como si fuera un bálsamo, algo que me ayuda a soportar todo. Cuando estoy con él, incluso mi mente se mantiene ocupada a tal nivel que... que olvido mi tormento, mamá.
Mientras hablaba, mi madre me escuchaba en silencio, asimilando cada palabra. Su mano seguía acariciándome el cabello con movimientos lentos y cálidos, y por un momento, pensé que no iba a decir nada. Sus ojos reflejaban comprensión y, sobre todo, un amor incondicional que me hizo sentir un poco más segura. La ternura en su expresión me hacía saber que entendía, más de lo que yo misma podía comprender.
—Hija... —su voz era apenas un susurro—. Lo que me cuentas es algo muy especial. Es un vínculo fuerte, de esos que rara vez aparecen en la vida. Alguien que puede aliviar un dolor tan profundo... eso no es cualquier cosa. Pero también quiero que recuerdes algo...
Me miró con una mezcla de amor y preocupación, y sentí un leve apretón en el pecho. Sabía que lo que me iba a decir no sería fácil de oír, pero en ese momento me aferré a cada palabra.
—No es solo tu responsabilidad cargar con todo lo que él sufre —dijo, con esa voz suave que siempre usaba cuando quería hacerme ver algo importante—. Me enorgullece que quieras ayudarlo, y se nota que tienes el corazón en el lugar correcto. Pero, cariño, también tienes que cuidar de ti misma. Recuerda que a veces uno quiere sanar a otros porque sabe lo que es sufrir, y eso es hermoso... pero no puedes dejar que ese deseo te consuma.
Sentí un nudo en la garganta y, por un momento, volví a sentir las lágrimas en los ojos. Todo lo que decía resonaba en mi interior de una forma dolorosa, porque sabía que tenía razón. Ayudar a Anon me hacía sentir útil, pero al mismo tiempo, el peso de su dolor se sentía demasiado intenso. Era como si cada lágrima que él había derramado también estuviera grabada en mi pecho.
—Lo sé... —respondí, bajando la cabeza, y mi voz salió en un susurro apenas audible—. Pero... quiero estar ahí para él. Cuando lo veo tan roto, siento que... siento que haría cualquier cosa para que él pueda sonreír, mamá. Quiero ser quien lo haga sentir amado, seguro... como él hace conmigo.
Mi madre me miró con ternura, y sus ojos se suavizaron mientras dejaba escapar un suspiro. —Eso es algo muy noble, hija. Querer proteger a alguien es hermoso, pero debes recordar que, al final, él es quien debe decidir si quiere sanar. Tú puedes ofrecerle todo el amor y apoyo que tienes, pero no puedes tomar sus decisiones por él. La sanación es algo que él también tendrá que aceptar para sí mismo. ¿Lo entiendes?
Asentí lentamente, y aunque sentía que sus palabras eran ciertas, el dolor en mi pecho no se disipaba. Quería ayudarlo, más que nada en el mundo, pero también sabía que había partes de su vida que nunca podría cambiar. Aun así, algo en mi interior me decía que no podía rendirme.
—Gracias, mamá... —susurré, permitiéndome recostarme en su hombro, sintiendo su calidez rodearme, algo que necesitaba más de lo que me había dado cuenta—. No sé qué haría sin ti...
Ella me abrazó fuerte, y en ese momento supe que, sin importar cuán duro fuera, no estaba sola. Y aunque mi corazón seguía doliendo por todo lo que quería hacer por Anon, sabía que tenía el apoyo de alguien que siempre estaría allí para mí.
Mi madre soltó un largo suspiro antes de levantarse de mi lado, sus manos se entrelazaron sobre su regazo mientras me miraba, y su rostro adquirió esa expresión mezcla de orgullo y ternura que solía usar cuando tenía algo importante que decir. Por un instante, parecía estar debatiéndose entre hablar o no, pero al final, una leve sonrisa se dibujó en sus labios, y su tono tomó un matiz de alegría sincera, con esa intención juguetona que usaba para aliviar las cosas, aunque sabía que en el fondo estaba tratando de avergonzarme.
—Es oficial —dijo finalmente, con una risa suave—. Finalmente sucedió... Hija, ya te lo había dicho antes, cuando estás con alguien especial, incluso el mayor de los tormentos se vuelve manejable. Te tomó tiempo encontrarlo, pero finalmente lo hiciste...
La miré sorprendida, consternada, como si me hubieran descubierto en algo que ni siquiera yo misma había reconocido completamente. Había intentado mantener una distancia emocional, decirme a mí misma que no era nada tan profundo... pero, al escucharla, algo en mi interior se acomodó, como si ese 80/20 de dudas que tenía sobre mis sentimientos se hubiera convertido en un contundente 100%.
Bufé, molesta, intentando recuperar un poco de mi orgullo, aunque sentía el calor en mis mejillas como una traición silenciosa de lo que realmente estaba sintiendo. Bajé la mirada antes de responder, y aun así, no pude evitar ser honesta.
—Supongo que tienes razón... —dije, suspirando—. Me gusta. —Las palabras parecían salir sin permiso—. No solo quiero ayudarlo, quiero... quiero salvarlo, así como él lo está haciendo conmigo sin siquiera darse cuenta.
Mi madre asintió, y en sus ojos pude ver la comprensión. Sabía que entendía la profundidad de lo que sentía, y aunque parte de mí temía haber revelado demasiado, el alivio de decirlo en voz alta me daba una sensación de calma. Su sonrisa se amplió, como si aprobara cada palabra.
—Reflexiónalo, hija... —dijo en voz baja, mientras se ponía de pie y se alisaba el vestido—. No le diré nada a tu padre, pero... ya sabes cómo es. Es muy inteligente, tarde o temprano lo sabrá. Y entonces, lo sabes, hará preguntas.
La advertencia estaba ahí, suave pero firme. El posible escrutinio de mi padre rondaba en mi mente como una tormenta que aún no llegaba, pero que en cualquier momento podría descargar sin piedad. Asentí, aunque sabía que tenía razón y que sería casi imposible ocultar algo así por mucho tiempo. Justo cuando estaba a punto de salir de la habitación, recordé algo importante que no podía dejar pasar.
—Mamá... —dije, deteniéndola, y ella se giró con una expresión expectante—. No olvides lo que les dije el otro día. Vendrá mañana... suena contradictorio, pero... de momento, no quiero que sepa que soy mujer. No ahora, no con todo lo que está pasando.
Ella me miró con una mezcla de tristeza y comprensión, como si entendiera todo el peso de esa petición en mis palabras. Sabía que, en el fondo, era solo una excusa para seguir manteniendo una especie de escudo entre Anon y yo, aunque una parte de mí deseaba romperlo y mostrarme sin reservas. Pero al mismo tiempo, el miedo estaba ahí, latente, envolviéndome en un manto de dudas que no sabía cómo manejar.
—Está bien, Nick. No diré nada —respondió mi madre con un asentimiento solemne, aunque el brillo de tristeza en sus ojos seguía allí, reflejando más de lo que sus palabras dejaban entrever—. Sabes que respeto tus decisiones, pero... —hizo una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras cuidadosamente—. Si él es tan importante para ti, quizás un día deberías mostrarle quién eres realmente. No digo que sea ahora, pero cuando llegue el momento, confía en lo que tienes.
Sus palabras me dejaron una sensación de vacío y esperanza a la vez. Sabía que lo decía porque deseaba lo mejor para mí, pero también porque entendía que estaba escondiéndome en esa ambigüedad como una forma de protegerme. Aun así, la idea de revelarme completamente frente a Anon hacía que mi corazón latiera con fuerza, un temor indescriptible que no podía ignorar.
Mi madre me dio una última sonrisa, y sin decir nada más, salió de la habitación, dejándome sola en la penumbra y el silencio. Al escuchar el leve clic de la puerta al cerrarse, sentí que toda la tensión que había mantenido en mi interior se liberaba de golpe. Me dejé caer en la cama, cubriéndome los ojos con el brazo, como si pudiera esconderme de mí misma y de todo lo que estaba sintiendo.
Mis pensamientos volvían a él una y otra vez, como si estuvieran atrapados en un ciclo que no podía detener. Anon, con sus ojos llenos de tormento y su voz cargada de sufrimiento. Anon, quien, sin siquiera saberlo, había calmado mis propios dolores en el momento en que nuestras vidas se cruzaron. ¿Era egoísta querer estar cerca de él, incluso sabiendo que cada vez que lo veía, el dolor de su pasado parecía envolvernos a los dos? No lo sabía con certeza, pero algo en mí gritaba que no debía alejarme.
Por primera vez en horas, volví a ser consciente del dolor físico, ese malestar latente de la pubertad tardía que había desaparecido mientras hablaba de Anon, como si su presencia y el pensar en él tuvieran el poder de aliviar algo que ningún medicamento conseguía. El hecho de que él tuviera ese efecto sobre mí no hacía más que fortalecer el deseo de quedarme a su lado, de ser quien le devolviera una fracción de la paz que me daba, sin saberlo, con su sola presencia.
Quizás, sin darme cuenta, ya había cruzado esa línea entre el deseo de ayudar y la necesidad de protegerlo a toda costa, aun cuando significara que yo misma tuviera que enfrentar mis propios miedos y barreras. Tal vez no entendía del todo lo que significaba amar a alguien, pero sabía que, por él, estaba dispuesta a descubrirlo.
Con esos pensamientos rondando en mi mente, me acurruqué en la cama, abrazando la almohada con fuerza, como si en ese gesto pudiera capturar un poco de la calma que tanto anhelaba.
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