3 Una nueva oportunidad para avanzar
Jueves por la mañana, no podía sacarme de la cabeza la mirada de preocupación de Nick. Toda la noche me estuve dando vueltas en la cama, intentando entender por qué ese recuerdo seguía tan presente. Y, en medio de mis pensamientos, no pude evitar reírme de mí mismo. Quizás solo necesito contacto femenino o me voy a volver loco, por primera vez siento empatía por los presos que pasan meses, incluso años, sin una pizca de afecto. Qué patético.
Cuando llegué a la escuela, era día de actividades de club, lo que significaba una hora menos de clases que cualquier otro día. Lo curioso es que la clase que no tenía hoy era Gastronomía del hogar, lo que también significaba que no vería a Nick hasta el almuerzo. Por alguna razón, que aún no logro comprender del todo, esa idea me dejó un poco decepcionado.
Las primeras cuatro clases pasaron sin mayor interés. Trent, como siempre, me echó una mano en italiano, explicándome algunas de las tareas del club. Honestamente, me estaba empezando a cansar de solo escucharle hablar. No es que no apreciara su ayuda, pero, a veces, parecía que no sabía cuándo detenerse.
Finalmente, llegó la hora del almuerzo, y, como ya era costumbre, sentí el brazo de Nick rodeando mi cuello, tomándome desprevenido, como siempre. Me doy cuenta de que es algo que hace sin pensarlo, aparece de la nada y lo hace. A este punto, ya ni siquiera me molesta.
—¿Llegaste bien a casa ayer? —preguntó con un tono más serio de lo que esperaba.
—Nada fuera de lo normal, no ocurrió nada de qué preocuparse —respondí, encogiéndome de hombros.
Nick suspiró, como si se quitara un peso de encima.
—Creo que deberíamos intercambiar contactos —dijo mientras caminábamos hacia la mesa—. Y deberías hacerlo con Trent y Curtis también. Hemos estado tan distraídos que olvidamos pedirte tu número. No solo como amigos, sino por si algo del club ocurre o te necesitamos.
Aunque no estaba muy seguro de si eso era buena idea, asentí. Supongo que tenerlos en mi teléfono no sería tan malo... aunque podría arrepentirme más tarde. Apenas nos sentamos en la mesa, Nick, por suerte, me soltó y sacó su celular. Yo hice lo mismo, buscando el mío en el bolsillo.
Trent abrió los ojos de par en par al ver mi teléfono, y soltó, casi sin querer:
—Oh no, hermano...
Los tres miraron mi viejo celular como si fuera un fósil. Antes de que pudieran decir algo, me adelanté, un poco ofendido.
—Puede que sea viejo, pero funciona. Lo he tenido desde la secundaria y nunca me ha fallado —dije, cruzando los brazos, tratando de sonar más confiado de lo que me sentía.
Me miraron por un momento, y luego Nick soltó una carcajada, rompiendo la tensión.
Nick me miró con una mezcla de lástima y diversión, dando un paso atrás mientras los tres me veían con una expresión de disgusto fingido. Luego, estallaron en risas.
Nick, todavía sonriendo, volvió a rodearme con su brazo, en su ya habitual gesto amistoso. —No te esponjes, solo bromeábamos. Pero en serio... esa cosa es de la prehistoria, hermano —dijo, señalando mi teléfono con una media sonrisa.
Suspiré, incómodo por la situación. —Tuve suerte de que mis padres me lo compraran. Fue mi regalo de graduación de la secundaria —dije, apretando un poco el teléfono—. Lo he tenido que cuidar como si fuera de oro.
Curtis chasqueó la lengua y se rascó el cuello, tratando de no sonar ofensivo. —Sin ofender, Anon, pero eso es de las cosas más tristes que he oído en mi vida...
Trent, aún con una sonrisa en los labios, añadió: —En la tienda de teléfonos donde trabajo medio tiempo, si me llevaran uno de esos, en serio que se los devolvería. Esa cosa es software muerto a estas alturas... sin ofender —repitió, aunque su tono jocoso indicaba que no era del todo serio.
Nick solo rió y me dio unos cuantos golpecitos en la espalda. —Al menos cuidas tus cosas, eso es un buen hábito —dijo, intentando suavizar la situación.
El almuerzo terminó sin mayores incidentes, aunque noté que Nick me había guardado como "MVP" en su teléfono. No pude evitar sentirme un poco halagado. A pesar de las bromas, parecía que valoraban mi compañía, aunque fuera de una manera algo extraña.
En música Nick me apoyo en todo momento explicándome algunas cosas muy detalladamente, Trent y Curtis miraron con extrañeza como Nick, me explicaba todo con tanta calma, incluso algunas cosas que note que vieron como estupidaz por ser tan básicas, con una gran paciencia y sobre todo interés, y como si fuera algo hipnotico escuche todo con total atención.
Durante la clase de música, Nick se mostró sorprendentemente paciente y atento. Mientras el profesor hablaba, él me explicaba en voz baja cada detalle, desde los conceptos más simples hasta los matices más complejos de tal forma que me quedaron claros.
Lo hacía con una calma inusual, y con un interés que no había visto en él antes. Cada vez que me quedaba atascado en algo, él se aseguraba de que entendiera, desglosando incluso lo más básico con una dedicación casi desconcertante.
Trent y Curtis nos observaban con extrañeza, sus miradas insinuando que no comprendían por qué Nick se tomaba tantas molestias en cosas que ellos consideraban obvias.
Pero para mí, era algo hipnótico.
La forma en que Nick se enfocaba en mí, cómo se aseguraba de que comprendiera cada punto, me mantuvo completamente enganchado.
Por un momento, todo lo demás desapareció. La clase, el ruido, incluso las miradas de los demás; todo se desvaneció mientras yo escuchaba cada palabra de Nick con total atención.
-
La clase termino en un parpadeo incluso Curtis nos tuvo que llamar la atención por el trance en el que estábamos por alguna razón que ninguno de los dos comprendíamos.
Nuestros caminos se separaron a medio pasillo, y el resto de las horas fueron lentas, casi eternas. Apenas faltaban dos clases, pero el peso de la espera por las actividades del club se hacía notar. Fue entonces cuando me di cuenta de que ni siquiera sabía el nombre de la banda de Nick y los chicos. Esa tarde, llegué al auditorio donde practicaban y vi a Trent y Curtis revisando el equipo. Trent me llamó de inmediato para ayudarle a desempacar, y mientras armábamos todo, me explicó cómo hacerlo correctamente. Dijo que debía aprender por si algún día me tocaba hacerlo solo.
Desempacamos la batería y los demás instrumentos, mientras Nick, el último en llegar, apareció con su guitarra en el estuche y nos saludó con su habitual entusiasmo. Ya listos, Trent se posicionó como vocalista y bajista, Nick con su guitarra y Curtis detrás de la batería. Los primeros quince minutos fueron de ajustes, afinando instrumentos, lo cual fue, honestamente, algo tedioso. Luego pasaron la siguiente hora ensayando partes sueltas de una canción, con Nick guiando a los otros dos para que todo sonara en sintonía. Pero para mí, sin nada que hacer más que observar, resultó monótono.
Mientras empacábamos el equipo al final, Trent se acercó y me pidió que le diera mi opinión sobre la letra de la canción que habían practicado. Nick, con los ojos llenos de expectativa, añadió rápidamente:
—¿Qué te parece la letra, Anon?
Podía ver cómo esperaban una respuesta sincera. Curtis, notando mi vacilación, intervino:
—Sé honesto, por favor. Somos artistas, y las críticas, incluso las negativas, siempre son bienvenidas. No nos guardaremos rencor, lo prometo.
Me quedé un segundo en silencio, sopesando las palabras que diría, sintiendo la presión de la honestidad mientras ellos aguardaban atentos.
Suspiré y me encogí de hombros, sabiendo que lo que iba a decir podría ser mal recibido. —Bueno, si eso quieren... No sé nada de música, pero siento que hablar de las estrellas así es pretencioso... y bastante quemado. Sin ofender, pero la letra sonaba como una canción genérica de DinoBack. Creo que un enfoque más agresivo y directo, sin tantas vueltas, sería más interesante de escuchar.
El silencio que siguió fue abrumador. Me llevé la mano a la cara, sintiendo cómo la incomodidad se apoderaba de mí. Dios, pensé, sin querer hice una crítica tan ácida como las que suelto en 4chan.
Nick se llevó la mano al mentón, pensativo. —No está mal —dijo con una sorprendente calma.
Curtis, por su parte, frunció el ceño y asintió lentamente. —Aunque me duela admitirlo, tienes razón. Por eso sentía que el ritmo me sonaba tan familiar.
Trent asintió también, con esa mirada de alguien que está analizando cada palabra. —Es cuestión de hacer unos ajustes a la letra, pero sin que sean tan drásticos como para dañar la composición que ya tenemos.
Abrí los ojos con sorpresa, sin poder creer que realmente habían tomado mi opinión en cuenta... y no solo eso, sino que lo hicieron sin molestarse. Nick rompió mi trance dándome un codazo ligero. —Algún día, si te animas, podrías intentar escribir una canción. Solo por diversión, sin presiones —dijo con una sonrisa.
Después de empacar todo, los cuatro salimos del auditorio y posteriormente de la escuela. Era la primera vez que me iba junto a ellos. Trent se despidió primero, diciendo que tenía que ir a trabajar, y Curtis mencionó que tenía una cita. Al final, solo quedamos Nick y yo, caminando juntos en el crepúsculo silencioso.
Nick me preguntó, como de costumbre, rodeándome el cuello con su brazo —¿Y qué opinas de tu primer día con la banda?
Suspiré, mirando al horizonte mientras seguíamos caminando. —Me aburrí un poco, para ser honesto. Estuve sin hacer nada casi una hora... pero no sé qué más podría aportar.
Nick se volvió algo más serio, cosa que me sorprendió. —No bromeaba cuando dije que deberías intentar escribir una canción. —Puso su dedo en mi pecho, haciéndome detener y prestar atención—. No sé por qué, pero siento que tienes potencial, llámalo corazonada o lo que quieras... o ignóralo si te parece una tontería.
Me quedé en silencio, confundido por la seguridad con la que lo decía. Nos detuvimos en el parque, justo donde nuestros caminos se separaban, ya que él vivía en dirección opuesta a la mía. —Oye... el sábado vamos a hacer una parrillada en mi casa. ¿Te gustaría venir?
Me quedé pensándolo por un momento. ¿Qué más iba a hacer el sábado? Estar tirado en la cama mirando anime de temporada, haciendo shitpost o jugando algún juego gratuito... nada realmente importante.
—Piénsalo... —dijo con una sonrisa, antes de separarse de mí y comenzar a caminar hacia su casa—. Mañana me dices.
Lo vi alejarse lentamente mientras mi mente se quedaba dándole vueltas a la invitación. La verdad es que ya sabía la respuesta, pero... mañana se lo digo.
Viernes.
En la clase de gastronomía del hogar nos tocaba hornear pan. Por suerte, era un trabajo en equipo, así que decidí poner a Nick a amasar mientras yo me encargaba del resto. Lo había visto antes y, sinceramente, prefería evitar un desastre. Él parecía estar metido en su tarea, con la lengua ligeramente asomada de concentración mientras sus manos pequeñas luchaban con la masa.
A mitad del proceso, mientras revisaba la temperatura del horno, me decidí a preguntarle —¿A qué hora es la parrillada mañana?
Nick se iluminó de inmediato. Una sonrisa apareció en su rostro y se le notaba emocionado, pero enseguida esa emoción dio paso a una ligera incomodidad. —Me gustaría que llegaras temprano... y bueno, no sé si es mucho pedir... —Su voz bajó un poco, titubeante. Se rascaba el cuello nerviosamente mientras evitaba mirarme a los ojos.
Levanté una ceja, sabiendo exactamente lo que quería. —Quieres que prepare la carne, ¿verdad?
El suspiro de alivio que soltó fue casi cómico, como si se hubiera quitado un peso enorme de encima. —Sí... digamos que le dije a mis padres que cocinas como los dioses, y... bueno...
Suspiré también, esta vez resignado. —Está bien, pero necesito que tengan ciertas especias a la mano... Te enviaré una lista por mensaje más tarde, ¿ok?
Lo que sucedió después me tomó completamente desprevenido. Nick soltó un chillido agudo de pura emoción, un sonido que rebotó por toda la sala de cocina y llamó la atención de todos los demás. Se le vio avergonzado de inmediato, se sonrojó y murmuró una disculpa, rascándose la nuca mientras volvía a centrar su atención en la masa.
Yo, por otro lado, no pude evitar sentirme atrapado en una mezcla incómoda de pensamientos. Ese chillido... sonó terriblemente adorable, aunque me duela admitirlo. Una sensación extraña se instaló en mi pecho, algo que no había sentido antes con él.
Llegó la hora del almuerzo y caminé por los pasillos, con una sensación de asco hacia mí mismo que no podía ignorar. Empezaba a ver a Nick de manera diferente, y esa incomodidad crecía dentro de mí como un nudo imposible de desatar. ¿Qué me estaba pasando? No sabía cómo explicármelo, pero lo cierto es que cada vez que me rodeaba con su brazo o me sonreía, algo en mi interior cambiaba. Y eso me asustaba.
Choqué con algo... o más bien alguien. Sentí el golpe ligero, pero suficiente para hacerme detener en seco. Cuando levanté la mirada, vi que era la pterodáctilo blanco, quien me devolvió la mirada con puro desprecio en sus ojos. Mi respiración se cortó al ver su expresión, y el ambiente a mi alrededor pareció tensarse de inmediato.
—¿Qué carajos te pasa, imbécil? —gritó con un tono lleno de desdén, como si hubiera cometido el peor de los crímenes solo por haber rozado su presencia. La fuerza de su voz me dejó paralizado, mi mente se nubló de puro miedo, y sentí un escalofrío recorriendo mi espalda.
Antes de que pudiera siquiera reaccionar, la triceratops morada intervino con un grito aún más agresivo. —¡No te acerques a ella, maldito imbécil! —El odio en sus palabras era palpable, como si hubiera traspasado una línea invisible solo con existir cerca de ellas.
De repente, los demás dinos comenzaron a rodearnos, como si hubieran estado esperando una oportunidad para actuar. Sus miradas se clavaron en mí como cuchillos, evaluándome, juzgándome. Sentí que el aire en el pasillo se volvía denso, y el sonido de sus pasos rodeándome me llenaba de un pánico que no lograba controlar.
—Yo... yo... —Balbuceé, las palabras atascándose en mi garganta. Estaba demasiado asustado para pensar con claridad, mucho menos para defenderme.
—Dios, qué asco... —la voz de Trish sonó cargada de veneno—, ese sucio Skinnie te tocó, amiga. ¿Estás bien?
Sus palabras resonaron en mi mente, cada sílaba impregnada de puro racismo. Recordé lo que Nick me había contado hace unos días, sobre lo abiertamente racista que podía ser Trish, y ahora lo veía con mis propios ojos. Esa hostilidad no era solo desprecio; era odio puro e irracional.
El velocirraptor rojo, que hasta ese momento había estado observando en silencio, se adelantó. Su voz, a diferencia de las de las demás, era calmada, casi diplomática. —Solo discúlpate —dijo, su tono sereno—, dejemos esto de lado.
Al menos uno de ellos parecía tener un poco de sentido común. Intenté tomar un respiro profundo, pero mis nervios seguían disparados. Suspiré, tratando de calmarme lo suficiente para hablar.
—Lo siento, no fue mi intención, señorita. —Mis palabras salieron de manera automática, como un reflejo, más por miedo que por verdadera convicción.
El ambiente alrededor se congeló en un silencio incómodo. Fue entonces cuando me di cuenta... había cometido otro error. Recordé, demasiado tarde, lo que todos me habían advertido: nunca llamar a Fang ni en masculino ni en femenino.
El silencio se volvió asfixiante, como si el aire se espesara y me aplastara. Las miradas de odio seguían clavadas en mí, y aunque intentaba mantener la compostura, cada segundo se volvía más insoportable. Sentía mi corazón martillando con fuerza en mi pecho, resonando en mis oídos como un tambor que se aceleraba sin control. Entonces, Fang rompió el silencio.
—¡Desgraciado hijo de perra! ¿Cómo te atreves a llamarme así? ¡Soy no binarie, puto imbécil! — rito Fang, Su voz era como veneno puro, cargada de una furia que no había experimentado antes. Parecía que cada palabra que decía tenía la intención de destruirme, y el odio en su rostro era tan intenso que me hizo retroceder un paso.
Mi cuerpo se tensó al instante, y un frío glacial recorrió mi espina dorsal. No sabía qué decir. Mis labios temblaban, las palabras se evaporaban antes de poder formarse. El miedo me paralizaba, atrapado en ese momento con todas esas miradas que me condenaban sin misericordia.
Trish apretó los dientes con tanta fuerza que casi podía oírlos rechinar. Se tronó los puños, con la mirada fija en mí como si ya hubiera decidido mi destino. —Te pasaste, maldito bastardo. No solo te atreviste a tocarla con tu sucia esencia Skinnie, sino que encima ofendes el género de mi amiga. Te vas a enterar...
El terror que sentía en ese momento me consumía por completo. Era como si el suelo bajo mis pies hubiera desaparecido y estuviera cayendo sin fin. Mis piernas temblaban y mis manos estaban heladas, a pesar de que mi cuerpo estaba empapado en sudor frío. El aire entraba y salía de mis pulmones en rápidos jadeos, y sentí el calor de mi propio miedo subiendo por mi garganta, amenazando con desbordarse en cualquier momento. No podía controlarlo, era como si mi cuerpo hubiera decidido entrar en pánico por su cuenta.
El sudor me corría por la frente y la espalda, empapando mi camisa, mientras mi mente se llenaba de imágenes de lo que podría pasarme. Las miradas acusatorias, el juicio social, las repercusiones... todo me golpeaba de una sola vez. Si me golpeaban o hacían algo peor, yo sería el culpable. Lo sabía, y eso solo aumentaba mi desesperación. Me sentía atrapado, sin salida, y el pánico crecía a pasos agigantados, presionando mi pecho, dificultando aún más mi respiración.
Mi vista comenzó a nublarse, y supe que estaba a un paso de sufrir un ataque de pánico. Cada fibra de mi ser gritaba por una salida, pero no había ninguna. Estaba acorralado, indefenso.
El mundo a mi alrededor se había desvanecido, reducido solo a la inminencia del golpe que Trish estaba a punto de darme. Cerré los ojos, esperando sentir el dolor, resignado a lo inevitable. Mis pensamientos se nublaban, mi cuerpo temblaba, y mi mente volvía a ese oscuro lugar de desesperanza que conocía demasiado bien, como cuando todo se desmoronaba en Rock Bottom. No había escapatoria. Pero justo cuando me había preparado para el impacto, algo diferente sucedió.
En lugar del dolor, sentí una presión cálida alrededor de mi cuello. Abrí los ojos de golpe, confundido, y vi cómo Nick había detenido el golpe de Trish con su mano, su otra extremidad firmemente alrededor de mí cuello como siempre que aparece de la nada lo hace.
Mi mente tardó unos segundos en procesar lo que veía. Trish, furiosa, se había detenido en seco, y detrás de nosotros estaban Trent y Curtis, ambos con una expresión tensa, pero firme.
Curtis, cruzando los brazos, habló en un tono calmado pero severo —No exageren de nuevo... él ya se disculpó. Nadie quiere problemas aquí.
El rostro de Trish se crispó de ira, pero finalmente dio un paso atrás, soltando un bufido y tomando a Fang de la mano. Aún podía sentir el veneno en sus miradas, una rabia que casi se podía tocar en el aire.
Fang, sin decir una palabra, asintió con el rostro duro, pero se dejó llevar, alejándose del lugar junto con Trish. El velocirraptor, que hasta ahora había mantenido la calma, nos miró una última vez antes de seguir a las dos.
Cuando se fueron, sentí que el aire volvía a mis pulmones, pero aún temblaba. Mi mano se posó instintivamente en mi pecho, el corazón latiendo a toda velocidad como si fuera a explotar. Dios, casi me da un infarto.
Mi mente seguía a mil por hora, llena de pensamientos oscuros y reproches hacia mí mismo. ¿Por qué no me defendí? ¿Por qué soy tan cobarde? ¿Por qué fui tan marica? Debería haber corrido, debería haber hecho algo... pero ni siquiera eso fui capaz de hacer. La vergüenza y el miedo seguían atenazando mi interior.
—¿Estás bien, Anon? —La voz de Nick cortó mis pensamientos. Había un tono de preocupación genuina en sus palabras, y cuando lo miré, pude ver la inquietud en sus ojos, esa clase de mirada que me hacía sentir menos solo.
Pero aún no podía responder. El shock seguía paralizando mi lengua, y mis pensamientos eran una maraña confusa.
Y entonces, de la nada, sentí algo cálido y reconfortante: los brazos de Nick envolviéndome en un abrazo. Era cálido, protector, algo que no recordaba haber sentido antes, y me quedé congelado por un segundo.
No pude evitar preguntarme ¿Cuándo fue la última vez que alguien me abrazó? ¿Alguna vez eh recibido siquiera uno en mi vida? No podía recordarlo.
—Tranquilo, Anon... todo ya pasó. Vamos a comer, ¿ok? —La voz de Nick sonaba suave ahora, con un tono tranquilizador que me ayudó a anclarme a la realidad.
Respiré profundamente, intentando calmarme. El abrazo de Nick me había sacado de ese abismo de ansiedad en el que estaba cayendo, y aunque sentía una mezcla de vergüenza y alivio, no pude evitar agradecer ese gesto. Con un suspiro pesado, logré estabilizar mi respiración. Por suerte, no llegué a llorar. No quería verme como un cobarde, no frente a ellos. Pero en ese momento, al menos por un instante, por un momento sentí que no estaba solo.
Nos sentamos los cuatro en la mesa, y aunque el ambiente seguía un poco tenso, ninguno de ellos hizo preguntas incómodas. No me preguntaron por qué me había afectado tanto la situación ni por qué me congelé de esa manera. Simplemente intentaron ser cordiales, actuaron con una normalidad forzada pero agradecida. El silencio no era incómodo, sino más bien una tregua tácita, un espacio donde, por unos momentos, no se exigían explicaciones. Solo estábamos ahí, compartiendo el almuerzo como siempre, como si todo fuera normal.
Curtis, sin mencionar nada sobre mi rostro visiblemente cansado, me compró un refresco, aunque hoy ni siquiera había traído mi arroz de siempre. Mi orgullo estaba hecho pedazos, pero aún así acepté el gesto. No tenía energías para negarme. Era un día en el que simplemente me sentía derrotado, y no tuve las fuerzas para negar el gesto por orgullo.
El resto del día pasó como en cámara lenta. Cada clase, cada minuto, se sentía eterno. La voz de mi padre se repetía en mi mente, una y otra vez, como un eco cruel. "Marica, cobarde, pusilánime..." Esas palabras que había escuchado tantas veces en mi infancia resonaban con más fuerza ahora. Mi cabeza bajaba poco a poco con cada insulto que mi mente me arrojaba, volviendo a esos momentos donde cualquier muestra de debilidad era una señal de fracaso absoluto. Me hundía más en esos recuerdos, mientras el día se volvía una niebla pesada de reproches y autocrítica.
Cuando finalmente sonó la campana, anunciando el final de la jornada, no sentí alivio. Solo quería desaparecer. Mi cuerpo estaba cansado, pero lo que más pesaba era la carga mental que llevaba. Quería irme a casa, encerrarme en mi cuarto, meterme bajo las cobijas y dejar que el mundo siguiera sin mí por un rato. El solo pensar en interactuar con alguien más se me hacía insoportable.
Mientras caminaba hacia la salida, sintiendo cada paso más lento y pesado que el anterior, la sensación familiar me alcanzó: el brazo de Nick rodeando mi hombro de nuevo, un gesto tan común entre nosotros que, por un segundo, casi no lo registré.
—¿Estás bien, MVP? su voz sonaba más suave de lo normal, llena de preocupación— Te veías bastante mal todo el día... —
Su toque, su tono, incluso el apodo que me había puesto en su teléfono, eran pequeños recordatorios de que no estaba completamente solo. Pero las palabras que él no decía, las que rondaban en mi mente, eran las que más pesaban. El dolor interno se mezclaba con la calidez de Nick, y por un segundo no supe qué hacer. Tragué saliva, sin saber cómo responder, porque aunque sabía que él estaba ahí para mí, la voz en mi cabeza aún resonaba más fuerte que su amabilidad.
Mientras caminábamos, el peso de mi frustración y mis pensamientos comenzaron a aplastarme, cada paso se sentía como si estuviera arrastrando una carga invisible. No entendía por qué este sujeto, siempre aparecía justo en los momentos en los que me sentía más bajo.
No llevábamos ni una semana de conocernos, y ahí estaba él, nuevamente intentando animarme, como si fuera capaz de ver a través de mi fachada. Una mezcla de dudas y rabia interna se arremolinaba en mi pecho, y por dentro, algo se rebelaba contra su presencia.
Comencé a caminar más rápido, tratando de apartarme, pero él no soltó su brazo de mi cuello. Ese gesto tan cotidiano que solía parecerme molesto ahora se sentía como un ancla, algo que evitaba que me hundiera del todo.
—Es algo personal... murmuré, esperando que con eso dejara el tema, aunque sabía que no lo haría.
Nick no me soltó, ni tampoco trató de hacer que hablara. Su voz era suave, casi un susurro, como si supiera que en cualquier momento me rompería.
—Si te resulta duro decirlo, no lo digas...—
Su comprensión me desarmó por completo. El simple hecho de que no insistiera, que no me presionara, me golpeó de una forma que no esperaba.
Mis barreras comenzaron a quebrarse, como si ese gesto de amabilidad hubiera sido el último golpe que las derrumbó. No quería abrirme, no quería mostrar cuán roto estaba, pero ya era demasiado tarde.
—Me doy asco... —murmuré, la voz rota y amarga— Fui un completo cobarde... me congelé... ni siquiera huí...
El silencio de Nick pesaba más que cualquier palabra. No me interrumpió, no me dijo que estaba equivocado, solo dejó que hablara. Y aunque su silencio parecía eterno, sentía su presencia, ese apoyo inquebrantable que no necesitaba ser explicado.
—Esas dos me insultaron... me llamaron un sucio Skinnie... —continué, mi voz temblorosa, cargada de resentimiento—. —Me odian como si les diera asco solo por existir...—
Me detuve, las palabras pesaban demasiado, pero no podía contenerlas. Quería gritar, quería deshacerme de todo ese odio que sentía por mí mismo, pero cuando alcé la mirada, ahí estaban sus ojos, sus ojos grises, fijos en los míos. No había juicio, no había repulsión, solo calma. Y eso me destrozó aún más.
—Y tienen razón... yo no debería existir...
Sentí su mirada perforándome, como si buscara algo en mí que yo no podía ver. Mis lágrimas comenzaron a caer, lentamente al principio, pero luego en una cascada incontrolable.
—Dios... ahora estoy llorando como un completo marica... —dije entre sollozos, mientras mi cuerpo temblaba. No podía parar. La vergüenza y el odio se apoderaban de mí—. Maldita sea... cómo me odio...
Nick no dijo una palabra. Sus manos se movieron hacia mi espalda, dándome palmaditas suaves, su gesto más reconfortante que cualquier intento de consuelo. El silencio entre nosotros era profundo, pero no estaba vacío. Era cálido, lleno de comprensión, como si Nick supiera que las palabras no eran lo que necesitaba ahora.
—Soy un jodido fracaso... —las palabras salieron sin pensar, mi voz rota por la mezcla de dolor y desesperación—. Siempre me lo decían... mis padres... mis maestros... mis compañeros...
Cada palabra era como una herida que se abría, recuerdos de una vida llena de desprecio y rechazo que me aplastaban, hasta que no quedaba nada más que una sombra de mí mismo. Mis piernas temblaban, y por un segundo, pensé que caería al suelo, incapaz de sostener mi propio peso.
Pero Nick seguía ahí, su brazo rodeándome, su apoyo firme y constante. No me soltó, no se apartó. Era como si en ese abrazo silencioso estuviera diciéndome algo que no podía poner en palabras: "No estás solo. No tienes que enfrentarlo solo."
Y por primera vez en mucho tiempo, me permití sentirlo, me permití creer, aunque fuera solo por un momento, que quizá, solo quizá, no estaba tan perdido como creía.
Y ocurrió algo que no creía que alguna vez me sucediera.
El se movió sin soltar mi cuello y cerro por completo el abrazo con su otro brazo.
El abrazo de Nick, cálido y firme, me sostenía mientras las lágrimas seguían cayendo. Su voz suave rompió el silencio.
—No estás solo, Anon dijo con una calma que me resultaba desconcertante—. Nadie tiene que estarlo. Quizás pienses que eres un fracaso, pero para mí no lo eres... Tienes muchos puntos buenos... No te insultes así. —
Sentí mi mandíbula apretarse mientras mordía mis labios, la ira y la frustración burbujeando dentro de mí.
—No me has conocido ni una semana... Créeme lo voy a arruinar, siempre lo hago. —
Nick, en respuesta, apretó el abrazo con más fuerza. Sentía su determinación a través de su contacto, como si sus palabras no fueran suficientes y necesitara que su gesto también me lo dijera.
—Por eso mismo... solo ha pasado una semana, y ya siento como si te conociera de toda la vida —su voz era suave, pero había un toque de urgencia en ella—. Hasta a mí me parece antinatural... pero así me siento. No te cierres, quiero conocerte... quiero que seamos amigos de verdad, Anon. Si crees que soy así con todos, te equivocas... Desde que te vi por primera vez... con esa mirada vacía en el curso de cocina... —hizo una pausa, como si buscara las palabras correctas—. Sentí que... quería conocerte, porque este sujeto parecía muerto en vida y cuando me ayudaste, me di cuenta que eras una buena persona.
Sus palabras golpearon algo en mí, algo que había mantenido bien resguardado por tanto tiempo que ya ni siquiera sabía cómo liberarlo. Mi impotencia se mezcló con la confusión, y apenas pude contener el gemido de frustración que se me escapó.
—Entre menos sepas de mí, mejor... —dije, casi con desesperación, como si decirlo en voz alta pudiera protegerme de que alguien más entrara.
Nick rompió el abrazo, y por un segundo, el frío del aire sustituyó ese calor que me había mantenido en pie. Me miró a la cara, sin apartar la vista, su expresión seria pero no juzgadora.
—No miento, Anon. Quiero conocerte... Quiero que seamos amigos —su voz era firme, casi como si me desafiara a creerle—. Incluso si es algo malo, puedes decírmelo. No ahora... Sé que no confías del todo en mí, y siendo honesto, tampoco confío del todo en ti. Tienes razón, solo llevamos una semana conociéndonos...
Se separó de mí por completo. El vacío que dejó a su alrededor fue inmediato, pero no se sintió como rechazo, sino como una oportunidad para respirar. Me sentí expuesto, pero a la vez, una pequeña parte de mí comenzaba a preguntarse si eso no era precisamente lo que necesitaba.
—No sé cuánto has sufrido... —su voz se tornó más suave, casi melancólica—. Pero por todas esas cosas horribles que dices de ti mismo, parece que ha sido bastante... Solo sigue adelante, incluso si es porque no hay más opciones.
Sus palabras flotaron en el aire, cargadas de una verdad simple pero dolorosa.
Nick no intentaba salvarme con grandiosas declaraciones de que todo mejoraría, no me prometía un futuro brillante ni me decía que todo era solo una fase. Solo me ofrecía su apoyo en el presente, y aunque era algo que me costaba aceptar, algo en su voz me hizo sentir que no me estaba juzgando, que no esperaba nada a cambio.
La tristeza y el cansancio se mezclaban en mi pecho, como dos viejos amigos que se habían vuelto una constante. Pero ahora, había algo nuevo entre ellos. Una pequeña chispa que no podía nombrar, pero que sentía crecer lentamente.
Finalmente, me limpié las últimas lágrimas, y logré calmarme un poco. Sentí el peso de todo el día desvaneciéndose, aunque las marcas emocionales todavía dolían. Me incliné hacia atrás, suspirando, y solté, casi en un murmullo:
—Soy patético, en serio... Mira que abriéndome así con un esquivador de meteoritos que no llevo ni cinco días de conocer...
Nick me miró con una expresión ofendida, pero había una pequeña sonrisa escondida detrás de su gesto.
—Jamás había escuchado ese insulto... Es bastante original, la verdad. —Se encogió de hombros, su tono más ligero que antes—. En fin, Anon, solo sigamos adelante, ¿ok?
No pude hacer más que asentir, sin decir nada más, pero algo dentro de mí se sentía diferente. Nunca en mis 18 años de vida me había sentido tan liberado. Era como si una enorme carga, una que había estado aplastándome durante años, de repente hubiera sido levantada. Toda la angustia que había sentido hoy se desvanecía lentamente, dejando espacio para algo que no reconocía bien, pero que era bienvenido.
Miré al cielo, con sus tonos anaranjados y rojizos mezclándose en el atardecer, y murmuré, casi para mí mismo:
—Gracias, Nick... Necesitaba eso.
Nick me dio un golpe en el hombro, más fuerte de lo que esperaba, pero en lugar de sentirme molesto, solté una leve risa. Su sonrisa ahora era más amplia, despreocupada.
—Te espero mañana en mi casa... Ya prometiste ayudar, no tienes de otra. Mi mamá ya compró las especias, así que no te escapes —dijo con un guiño.
Asentí, con una sonrisa tímida, y me despedí con un gesto de la mano. Observé cómo se alejaba por la calle, su figura desdibujándose a medida que el sol bajaba.
Cuando estuve solo, miré al cielo de nuevo, el aire fresco golpeando suavemente mi rostro. Sentí una paz que nunca había experimentado antes. Algo en mi interior había cambiado, aunque no sabía qué. El silencio de la tarde me envolvió, y por primera vez en mucho tiempo, no me sentí vacío.
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