2.1 Su tacto
Los martes eran un verdadero suplicio, y hoy no era la excepción. Me odiaba a mí misma por cada segundo que pasaba intentando levantarme de la cama, sintiendo cómo mi cuerpo era una montaña de dolor.
Los malditos martes parecían conspirar para que todo lo malo convergiera en ese día: el dolor, la sensación de pesadez, e incluso mi "posible periodo semanal" que, como si no fuera suficiente, llegaba a recordarme que todo en mi existencia podía empeorar.
Pero hoy había algo... o más bien alguien que me impulsaba a moverme. Ese humano, Anon... Pensar en él me daba una chispa de motivación, algo raro considerando lo que solía ser mi miserable rutina.
No es que me estuviera enamorando, ni nada de eso. Vamos, ni siquiera lo conocía bien todavía. Solo había tenido una buena impresión de él, y su tacto... Dios, su tacto.
Había algo en la forma en que su piel suave contrastaba con mi propia dureza, algo que hacía que, por una fracción de segundo, el dolor se desvaneciera.
Lo había manipulado un poco, forzándolo a estar cerca de mí, pero lo suficientemente sutil como para que no pareciera antinatural. Gracias a todos los cielos, lo suficientemente convincente, pensé, aunque sabía que, si Trent o Curtis se enteraban, no perderían la oportunidad de joderme con la idea de que "me gustaba".
Pero no era eso, o al menos no de la manera en que ellos lo verían. Simplemente quería conocerlo mejor. Y, bueno, no podía negar que me atraía físicamente. El tipo me calentaba más que el sol de verano, pero hasta ahí. Malditas hormonas. Nada serio. Solo el capricho pasajero de una mente que no tiene nada más en qué enfocarse.
Cada paso hacia el baño era un infierno particularmente cruel hoy. Mi cuerpo protestaba con cada movimiento, y las ganas de gritar eran reales.
No podía permitirme ese lujo. Tomé uno de mis cigarrillos medicinales de la caja de medicinas. Esos cigarrillos rosas eran mi salvación en días como este, aunque sabía que no podía abusar de ellos.
Eran potentes, y su efecto calmaba el dolor, pero a cambio me dejaban agotada por el resto del día. Me permitía uno de estos a la semana, y hoy, sin duda, iba a necesitarlo más tarde, porque yo más que nadie se que el dolor solo se pondría peor.
El trayecto a la escuela en auto con mi madre siempre era un alivio, una rutina reconfortante. No podía imaginarme caminar o, peor aún, lidiar con el transporte público con el dolor constante que llevaba encima.
Cuando me dio un beso en la frente al despedirme, no sentí vergüenza, ni lo más mínimo. Para algunos eso podría ser humillante, pero en mi caso, cualquier muestra de cariño era como una bendición. Esos pequeños gestos eran un bálsamo para el caos interno que sentía a diario.
Apenas crucé la entrada, me encontré con Curtis y Trent en el pasillo. Trent, con su habitual tono de broma, lanzó su comentario matutino —Me toca clase a primera hora con tu novio. ¿Le paso algún mensaje?
Rodé los ojos y solté una risa sarcástica —Muy gracioso, Trent. No hace falta, hoy es martes...—.
En cuanto dije eso, ambos se miraron, y la atmósfera entre los tres cambió de inmediato. El ánimo de Curtis bajó visiblemente y, con su tono más serio, preguntó —¿Qué tan mal estás del uno al diez hoy?
Suspiré profundamente, sabiendo que no podía engañarlos —De momento, un seis... y apenas empieza el día...—
Trent, siempre intentando mantener las cosas ligeras, se rascó uno de sus cuernos, pero su preocupación era evidente —Si te pasa algo malo, nos dices. Recuerda que nos cuidamos las espaldas—.
Asentí, aunque me sentía algo decaída. —Eso espero, amigo... eso espero— respondí en voz baja, agradecida por su apoyo, aunque no pudieran hacer mucho para aliviar lo que pasaba dentro de mí.
La campana sonó y todos nos dispersamos hacia nuestras respectivas clases. Afortunadamente, las primeras horas del día pasaron rápido. Me refugié en mis pensamientos, distrayéndome con algunas ideas para una nueva canción, garabateando palabras en el borde de mis hojas.
Pero cada vez que mi mente vagaba, me encontraba pensando en la clase de cocina. Una parte de mí estaba emocionada por verla llegar, mientras que la otra temía que Anon me dejara de lado después del desastre de ayer.
Había sido un caos, y aunque él había sido un completo caballero al ayudarme, no podía evitar sentir que quizás hoy preferiría mantener distancia. ¿Qué pasaría si ya había decidido que no valía la pena estar cerca de alguien como yo, con mi torpeza en ese ambito? Mientras avanzaba la mañana, ese pensamiento se volvió una pequeña bola de ansiedad en mi estómago.
Llegó la hora de la clase de cocina, y me apresuré a llegar, como un rayo. Estaba tan distraída por la mezcla de emociones tanto positivas como negativas que por unos breves momentos, el dolor que usualmente me atormentaba desapareció.
Era como si toda mi concentración estuviera en lo que vendría, en lo que pasaría con Anon. ¿Me dejaría de lado después del desastre del día anterior? ¿Se rendiría conmigo? O, tal vez, solo tal vez, podría soportarme un poco más.
Me senté, ansiosa, lanzando miradas furtivas hacia la puerta. Y entonces, ahí estaba él, cruzando el umbral con esa misma mirada vacía que me había intrigado desde el principio. No tenía brillo en los ojos, como si algo en su interior estuviera apagado o, tal vez, como si siempre estuviese de mal humor.
Había algo en su postura, en esa neutralidad que lo envolvía, que lo hacía parecer distante, como si estuviera aguantando el peso de algo mucho más profundo. Esa sensación me llenaba de curiosidad.
Le saludé con la mano, sonriendo. Para mi alivio, me devolvió el saludo de forma neutral, pero al menos se sentó a mi lado. No se había rendido conmigo, no todavía. Sentí cómo mi cola se movía involuntariamente, un pequeño reflejo de la emoción que sentía por dentro.
La maestra no tardó en ponernos manos a la obra. Nos asignó una tarea complicada: freír. Me tocó hacer nuggets, una de las cosas que más me aterraba en la cocina. El simple pensamiento de aceite hirviendo ya me hacía temblar. No quería hacer algo mal, no quería arruinarlo y que Anon se enojara conmigo por mi maldita suerte en la cocina.
Con mucho miedo, tomé la pequeña bolsa de nuggets que la maestra me dio y la acerqué a la sartén. Mis manos temblaban, mis nervios eran palpables. Justo cuando estaba a punto de echarlos en el aceite, sentí cómo Anon detenía mis manos.
El contacto con sus manos fue... indescriptible. Eran suaves, firmes, casi como tocar el nirvana. Pero el momento apenas duró unos segundos antes de que me hablara, un poco incómodo —Solo vas a hacer que el aceite te salte por todos lados si los echas así. Mira, primero ponlos en un plato y quítales todo el exceso de hielo —. Me explicó, mientras tomaba un plato para hacer lo mismo con las papas que le habían tocado a él.
Lo observé con atención y traté de seguir sus indicaciones. Quité los trozos de hielo de los nuggets con los dedos, todavía sintiendo algo de miedo. La voz de Anon, aunque seca, me tranquilizaba. Él sabía lo que hacía, y por suerte, no parecía molesto por mi torpeza.
Vi cómo Anon, con la precisión de todo un chef, midió la temperatura del aceite con un termómetro antes de verter las papas con una elegancia que casi me hizo reír de nervios.
Era impresionante, y me sentí tentada a intentar lo mismo, tal vez para llamar su atención. Quería mostrarle que podía hacerlo bien, que no era una causa perdida en la cocina. Así que, con más inseguridad que confianza, tomé el bowl con los nuggets y me preparé para imitarlos.
Pero mis manos todavía temblaban, y él lo notó de inmediato. Antes de que pudiera reaccionar, volvió a tomar mis manos, con una mirada que mezclaba molestia y frustración. Sin embargo, el contacto con sus manos me volvió a hipnotizar; había algo en ese tacto que hacía que todos mis nervios, o al menos una parte de ellos, se desvanecieran. Dejé que guiara mis manos, y juntos vertimos los nuggets en la sartén.
Por un breve momento, pensé que todo iba a salir bien. Pero entonces, mientras él se giraba para ocuparse de sus papas, mi maldita cola se movió sin querer y subió la mecha de la estufa al máximo. No tardó mucho en suceder lo que siempre temía: en cuestión de segundos, la sartén estaba en llamas.
Era como si el universo se burlara de mí, confirmando que todo lo que tocaba en la cocina terminaba en desastre.
Anon reaccionó rápido, como si ya estuviera acostumbrado a este tipo de situaciones. Agarró el extintor sin dudar y apagó las llamas con reflejos sorprendentes. Lo escuché murmurar, con clara frustración en la voz.
—Por todos los dino-santos... —
Yo... estaba destrozada por dentro. Había vuelto a arruinarlo. Me sentí tan mal que apenas pude mirar a Anon, y mucho menos a la sartén que ya no tenía esperanza alguna. Bajé la mirada al suelo, derrotada, dejando que la culpa me invadiera durante lo que parecieron dos eternos minutos.
De pronto, el sonido de un plato siendo colocado frente a mí me sacó de mis pensamientos. Miré hacia arriba y vi que Anon me había dado la mitad de sus papas. En lugar de verme molesto o harto, su expresión era neutral. No había enfado, solo... aceptación, como si no importara lo que pasara, seguía estando ahí.
Mi corazón dio un vuelco de alegría. Tomé una papa y la probé, y el sabor me pareció celestial. Era un gesto simple, pero me hizo sentir tan agradecida que no pude evitar sonreír. Aunque hubiera arruinado mis nuggets, al menos él no me había dejado de lado. No aún.
Después de calmarme, me incito a que limpiáramos todo.
Como el día anterior, Anon huyó antes de que la maestra pudiera regañarme demasiado. No pude evitar pensar que, de alguna forma, a pesar de todo, él seguía a mi lado. Y eso era lo que más me importaba.
El dolor me golpeó con toda su furia en cuanto terminó la clase. Parecía que mi cuerpo decidiera torturarme más de lo habitual en días como este. Los cólicos eran brutales, como si alguien estuviera apuñalándome el estómago una y otra vez.
La siguiente clase fue el infierno en la tierra, mi único consuelo fue recordar el tacto de sus manos y... su cortes neutralidad.
Apenas sonó la campana, salí corriendo hacia el tejado, buscando alivio en el único lugar donde podía escapar por unos minutos de la pesadilla que era estar en mi propio cuerpo.
Apenas termino la clase y llegó la hora del almuerzo fui directamente al tejado de la escuela ignorando todo.
Una vez arriba, me dejé caer contra la pared, jadeando por el dolor. Mis manos temblaban mientras sacaba el cigarro medicinal de mi bolsillo, pero de alguna manera conseguí prenderlo.
Di una larga calada, dejando que el humo pasara por mis pulmones como una anestesia temporal. El dolor no desapareció por completo, pero disminuyó lo suficiente como para que pudiera respirar con algo más de normalidad.
Ahí, perdida en el efecto del cigarro, dejé que mi mente vagara. Pensé en cualquier cosa que pudiera calmarme, cualquier recuerdo que me hiciera olvidar, aunque fuera por un segundo, lo que estaba sintiendo.
Y lo primero que me vino a la mente fueron las manos de Anon. Esas manos suaves, cálidas, que se habían posado sobre las mías en la clase de cocina. Recordar ese momento me dio una sensación extraña de paz. Como si, de alguna manera, él pudiera calmar el caos que se desarrollaba dentro de mí.
No sé cuánto tiempo pasé en el tejado, pero para cuando el cigarro se consumió, me di cuenta de que ya era hora de volver a clase. Mi cuerpo estaba demasiado relajado, casi adormecido por el cigarro, y levantarme fue una tarea casi imposible. Pero lo conseguí, aunque fuera tambaleándome y recargándome en las paredes.
Cuando finalmente bajé, ahí estaba él. Anon salía de la cafetería con los chicos, y en ese momento, sentí como si un coro celestial resonara en mi cabeza. Las pocas fuerzas que me quedaban las usé para acercarme a él, envolviendo mi brazo alrededor de su cuello desde atrás de la forma más casual que pude, como si no estuviera a punto de colapsar.
—Hey... —lo saludé con una sonrisa cansada, mientras el contacto de su piel suave contra la mía me traía un alivio instantáneo.
Casi como si su mera presencia fuera un analgésico para el infierno que era mi cuerpo. Las endorfinas que me provocaba ese simple tacto hicieron que, por unos segundos, el dolor fuera más llevadero.
—Me volviste a salvar el culo, MVP —solté sin pensar, el de seguro creía qe fue por lo de la cocina... pero no era así, sintiendo cómo la incomodidad se dibujaba en el rostro de Anon. Su postura se tensó un poco, como si no supiera cómo reaccionar a mis palabras o a la cercanía.
Pero en este punto, ya no tenía control de mis acciones, simplemente me dejé llevar. Sin dudarlo, acurruqué mi cabeza en su hombro. El calor de su piel era como un bálsamo contra el dolor que aún palpitaba en mi cuerpo.
Curtis, visiblemente sorprendido, intervino, tratando de entender la situación—¿Ahora qué hizo Anon?
Sonreí un poco, sin apartar mi cabeza de su hombro, hablando con una familiaridad que probablemente lo hacía sentir más incómodo de lo que pretendía. —Gracias a este sujeto, pude echar los dino-nuggets al aceite sin causar un desastre... aunque al final se quemaron —admití, encogiéndome de hombros con resignación. —Pero avancé algo. Me ayudó a limpiar otra vez, como un completo bro, y me dio la mitad de sus papas.
Trent, con una expresión de asombro en su rostro, se rascó uno de sus cuernos mientras soltaba una carcajada. —Wow, resolviste dos "códigos Nick" en dos días seguidos, estás imparable.
No podía evitar sentir una pequeña chispa de verguenza por lo que dijo.
Solo podía agradecer que la siguiente clase la compartía con Anon, porque honestamente, sin él, no creía que fuera capaz de seguir adelante. El simple hecho de tenerlo cerca, de sentir su calor en mis frías escamas, me mantenía funcionando... a duras penas, pero funcionaba.
Curtis, más observador de lo que aparentaba, notó mi caída de ánimo y me miró preocupado. —¿Estás bien, Nick? —preguntó con genuina preocupación, lo que me hizo bufar ligeramente. No quería preocuparlos más de lo necesario, pero a veces era difícil ocultar lo mal que me sentía.
—Estoy bien, solo... —empecé a decir, pero las palabras se me atoraron en la garganta. No quería parecer débil, así que sacudí la cabeza, negándome a profundizar. —Lo que importa es que estoy bien —concluí, intentando cerrar el tema, aunque sabía que no era completamente cierto.
Trent, que normalmente bromeaba, cambió su expresión a una de seriedad mientras sugería —Mejor sigamos adelante—. Pude ver en su mirada que estaba preocupado, pero no quería insistir demasiado. Sin embargo, su intención de ayudarme me hizo sentir una punzada de egoísmo, y sin querer, lo miré con cierto desdén. No quería que me vieran así, débil o necesitada.
Trent, notando el cambio en mi expresión, simplemente se colocó a mi izquierda, dejando que yo manejara la situación a mi manera.
Mientras tanto, yo seguía disfrutando del calor de Anon, su piel cálida contra la mía. Dios, los humanos y su sangre caliente. Ese simple contacto me mantenía a flote, al menos por ahora.
Mi buen humor se fue un poco al carajo al ver como Fang y Trish veían a Anon... cuando entramos se notaba a kiloemetros, olvide que todos los de esa banda eran unos putos racistas... ja, se nota que no los ha tocado alguien de sangre caliente... lo que se pierden.
Nos sentamos al fondo en clase de música, y por desgracia tuve que quitarle el brazo por unos momentos, para sacar mi cuaderno, por suerte después de eso con la percepción de la realidad bien alterada, valiéndome todo, volví a envolverlo y el dolor volvió a reducirse.
Me sentí sobre relajada, y estaba perdiendo el conocimiento un poco, un par de minutos después escuche a Curtis decir —Voy a llamar a tu mamá—.
No podía ni hablar no tenía fuerza, quería decir que está bien... no quería alejarme de mi MVP.
Un minuto después sentí unas palmaditas en mi espalda y Anon levantándose, en automático lo hice junto a él.
Mientras salimos del salón de clases escuche susurros, que vi que hicieron enojar a Anon... me sentí de cierta forma feliz de que se molestara por lo que decían de mi a mis espaldas
—¿Otra vez está drogado? —, —Dios, está más fuera que dentro—, y el comentario cruel de Trish: —Qué patético—
El camino a la salida fue lento, puesto que apenas y podía caminar, solo me movía para seguir los pasos adelante... no quiera separarme de él, temía que el dolor volviera.
Vi a mi madre, y posteriormente Anon con delicadeza me metió al auto, y se separo de mi... sentí mucha tristeza por ello, quería volver a sentir su calor, pero apenas mi cabeza toco el asiento, el sueño me derrotó.
El resto de la noche tuve que soportar el dolor... añorando que esas manos mitiguen mi dolor mañana.
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