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Secuestro [Prt 2]

NOTAS: No mamen, debería estar trabajando, estudiando o algo, pero enme aquí escribiendo cochinadas.

Se que dije que no iba a hacer continuación, pero... *Procede a escribir segunda parte en una noche* Ya que :v les traigo demasiadas ganas a estos dos uwu

Que lo disfruten 7w7

[ . . . ]

Había pasado casi un año desde el secuestro de Kagaya Ubuyashiki, tiempo en el que el cuerpo de exterminio de demonios se había dedicado a buscarlo recorriendo cada pueblo, distrito o callejón para encontrarlo, ni siquiera se habían percatado de que así como su líder desapareció, los demonios igual se habían esfumado. Dedujeron que se trataba de algún tipo de acuerdo entre los líderes de cada bando, pero eso no los dejaba más tranquilos, sobre todo a los Pilares. No podían dejar de atormentarse con la pregunta de que le estaría haciendo Kibutsuji desde que se lo llevó.

Se había sacrificado por ellos a costa de su vida y libertad y por eso mismo, aunque los demonios ya no atacaran a los humanos, no dejarían de buscarlo.

Dentro de la fortaleza infinita, entre los interminables pasillos, pisos y puertas sin fin, se ubicaba un aposento con decoraciones y muebles, lo que lo diferenciaba del resto, ya que ahí residía el prisionero personal del rey demonio.

Desde que este dió la orden de abstenerse de atacar humanos, muchos de los demonios, incluyendo las lunas superiores, se habían refugiado en la fortaleza y a todos se les había indicado que tenían estrictamente prohibido entrar al que ahora era su aposento personal, sobre todo cuando Muzan se encerraba con Ubuyashiki en aquel lugar durante días enteros. Sólo podían entrar las sirvientas que él mandaba a llamar para limpiar el desastre que quedaba tras cada encuentro.

Muzan les había informado a sus Lunas de la situación y los limitó a solo comer cadáveres frescos para saciar su hambre. Claro que más de uno no estuvo de acuerdo, pero no era una opción cuestionar a su señor.

Ubuyashiki permanecía confinado en ese espacioso y solitario aposento que había sido arreglado y decorado para él. Pasaba su tiempo mayormente tendido en la cama y muy de vez en cuando, cuando estaba demasiado aburrido, leía los libros que Muzan traía para ayudarlo a matar el tiempo, ya que no tenía permitido salir, ni siquiera lo había intentado, pero tras los primeros días conociendo el interior de ese castillo que parecía un laberinto infinito, sabía que no tenía caso y sólo sería un desperdicio de energía.

En el tiempo que llevaba ahí, no había comido nada además de la carne de Muzan que era lo único a su disposición durante sus encuentros y a pesar de que su secuestrador le había insistido en comer la carne de un cuerpo que formaba parte de su reserva personal, se negó rotundamente numerosas veces.

Cada vez que le ponía un bocado en frente, sus tripas gruñían, salivaba y su pulso se aceleraba, pero su voluntad lo ayudó a resistir. Recordó a Nezuko Kamado, la chica demonio que viajaba con su hermano que era parte de los cazadores y lo motivó a seguir sus pasos para poder recuperar su energía durmiendo, solo cuando Muzan se lo permitía.

Lo más que había logrado dormír fue por un mes entero antes de que Kibutsuji regresará de uno de sus tantos viajes, pues continuaba buscando a Nezuko. Le había prometido ya no atacar a los humanos, pero ella era un asunto ajeno a su trato.

Había logrado dormir aproximadamente un par de semanas, cuando el rey de ojos rojos irrumpió en su habitación.

Kagaya yacía sobre su cama aún en la inconsciencia, vistiendo un delgado yukata blanco que dejaba el descubierto su pecho. La mano pálida del rey apartó la tela para tocar esa nívea piel en una ardiente caricia que desprendía un desbordante deseo que el oji morado pudo llegar a sentir, haciéndolo abrir los ojos un poco desconcertado.

Hace unos instantes, su cuerpo y mente se hallaban relajados, por lo que su esclerótica se había vuelto blanca dándole una apariencia bastante humana, una que Kibutsuji disfrutaba, así podía apreciar mejor el fuerte y peculiar color de sus ojos.

—Ngh... —jadeó débilmente cuando el pelinegro de cabello rizado, le abrió bruscamente el yukata desnudando su pecho, el cual se lanzó a atacar con mordidas sutiles y lamidas lujuriosas mientras sus dedos retorcían sus botones rosados.

Ubuyashiki echó la cabeza para atrás, temblando por los incesantes pellizcos y mordidas de aquel demonio insaciable.

Y, al igual que siempre, se resistía a gemir para él. Cerraba los ojos con fuerza esperando que todo acabará pronto, aunque sabía que aquello se prolongaría tanto como Muzan lo deseara y su apetito sexual era mortal. Había días en los que ni siquiera podía caminar, por lo que no se molestaba en salir de la cama.

Se mordió el labio inferior al sentir que los labios de su opuesto ascendían por su cuerpo, rozando su piel hasta llegar a su cuello con el que estaba obsesionado por morder, llegando incluso a arrancarle un pedazo que se tragaba antes de proceder a chuparte la sangre antes de que la herida se cerrara.

Ubuyashiki no se acostumbraba a eso todavía, no le gustaba ver cómo Muzan se comía una parte de él y seguía abusándolo como si nada.

El mayor abrazó completamente la cintura del joven líder, pegandolo contra su cuerpo para tener mejor disponibilidad de él y su cuello mientras el otro le enterraba sus dedos en los hombros, jadeando suavemente.

La entre pierna endurecida de Muzan se pegó a la pelvis de Kagaya, quien exaló pesadamente cuando sintió ese enorme bulto pegarse contra él.

Una de las manos del de cabello rizado bajó por su espalda baja hasta llegar a uno de sus glúteos que fue aprisionado bajo la delgada tela que era retirada lentamente en busca de su entrada.

—Hah... —Kagaya temblaba entre los fuertes brazos del demonio poseído por la lujuria.

Se exaltó cuando Muzan rozó su entrada, buscando invadirla con dos de sus dedos.

Su orificio se contrajo, dificultandole la tarea a su contrario.

—Hey, si no te relajas, no voy a poder entrar —Kagaya se calló las ganas de decirle que prefería que así fuera, pero la última vez que le reprochó algo, Muzan mató a una familia de aldeanos y le trajo sus cuerpos como advertencia de lo que pasaría cada vez que lo rechazara.

Tuvo que volverse dócil muy a su pesar.

—Abre tu boca —ordenó el oji rubí apretando sus mejillas, este obedeció sacando un poco su lengua.

Muzan el introdujo dos dedos en su cavidad bucal, moviendolos suavemente sobre la lengua ajena con tal de bañarlos en saliva.

Kagaya los chupó un poco asfixiado por la insistencia de los movimientos dentro de su boca.

Al cabo de un par de minutos, Muzan decidió que era suficiente y los retiró, llevándolos nuevamente hacia el trasero del menor y los presionó contra su entrada tratando de abrirse paso, causando en este un escalofrío.

—¡Ngh! —Kagaya gimió al sentirlos entrar en una brusca estocada, produciéndole una oleada de dolor que recorrió su interior.

Muzan hizo movimientos de tijera para expandir ese anhelado espacio que ardía con cada caricia de sus dedos.

Ubuyashiki tuvo que cubrir su boca para evitar que sus gemidos salieran de manera traicionera y se escucharan más allá de esa habitación.

Muzan elevó una de sus piernas para colocarla sobre su hombro y mantener el espacio accesible entre sus nalgas para seguir dilatándolo cómodamente.

—Ubuyashiki... —el demonio de ojos rojos habló con voz ronca, sin perder detalle de las expresiones de su amante—, dí mi nombre —. Ordenó con una expresión amenazante y endureciendo su tono para asegurarse de que fuera escuchado.

El menor había estado muy callado los últimos días y aunque al principio lo tomó como una señal de rendición, lo cual le agradó, pero pronto recordó que ese hombre no era como los demás, no se doblegaba fácilmente y asumir que podría traerse algo entre manos, le ponía los nervios de punta.

Kagaya, al contrario de lo que le había pedido, presionó más las manos contra su boca en la que se ahogaba su voz mientras apretaba fuertemente los ojos.

Su terquedad hizo que una vena sobresaliera de la frente de Kibutsuji. No estaba acostumbrado a la insolencia hacia su persona, mucho menos a la desobediencia.

Arrebató una de las manos de Ubuyashiki, sosteniéndolo con enojo marcado y hundió los dedos hasta los nudillos de su recto, sobresaltando al menor quien soltó un par de finas lágrimas.

—M-mi esposa... —jadeó tembloroso—, al... Al menos podría... ¿Saber cómo está?

Inaudito. Se atrevía a hacerle una petición como esa en medio de su acto, justo después de haberle dado una orden. Simplemente inaudito.

Muzan, en su desquite, le mordió la pierna que yacía sobre su hombro, destilando sangre por su muslo.

—¿Lo olvidaste? Te dije que no volvieras a preguntar por ella —destilaba veneno en su voz—. Insolente.

Mantuvo la mirada fija en su víctima mientras encajaba nuevamente sus colmillos en su pierna, haciendo que Kagaya emitiera débiles quejidos.

—S-sólo... Quiero asegurarme de que estás cumpliendo con tu parte.

—¿Y que hay de la tuya? Complacerme forma parte de eso.

—¡Ah... ! —metió un tercer dedo, tomando por sorpresa al menor —. Eso no... —Agarró la muñeca de Muzan, intentando ralentizar las estocadas firmes que lo estremecían.

El rey demonio ensanchó una sonrisa psicótica sin detener los rápidos movimientos de su mano.

—Dejaré en paz a los humanos mientras estés conmigo. Cuando me aburra de ti, te mataré y mataré a cuántos me plazca —dio por hecho que esas palabras serían suficiente para doblegarlo, pero aunque Kagaya fuera un hombre de carácter tranquilo, su voluntad era fuerte como el acero.

—Si lo hago, es por mantenerlos a salvo, no porque te tema —el ojo rubí le dedicó una mirada de odio—, s-sabes que yo no te temo, pero te aborrezco más que a nada en el mundo —. Declaró torpemente por el intenso roce de sus paredes internas, ganándose una mirada sombría del rey.

—Bien... Vas a tener que hacerlo de una forma u otra. Me aseguraré de que así sea —retiró sus dedos empapados del interior del menor quien gosó de ese momentáneo de alivio, justo antes de que Muzan abriera sus pantalones, liberando su erección, la cual posicionó en la cavidad de Ubuyashiki, penetrandolo salvajemente.

—¡Agh! ¡Ah! ¡Ah! —pasado ya un buen rato, Muzan estaba completamente desnudo, sentado sobre la cama con su preciado prisionero en el mismo estado encima de él, cabalgando sobre su polla.

Ubuyashiki tenía los brazos atados a la espalda con una extraña soga de carne. Le causaba repulsión pero no podía romperla debido a que era una creación controlada por Muzan.

El rey demonio Kibutsuji se adentraba en sus entrañas en busca de ese placer que sólo el cuerpo esbelto de Ubuyashiki le daba, pues cada vez que entraba en él, se sentía como si fuera la primera vez.

Se aferró con fuerza a sus caderas de por sí ya marcadas por sus dedos y obligó al otro a moverse de arriba abajo mientras él también se empeñaba en llegar hasta lo más profundo de su ser agitando su pelvis.

A estás alturas, conocía el cuerpo de su esclavo lo suficientemente bien para saber en dónde y cómo le gustaba.

—¡Hah...! —azotó uno de sus glúteos marcando la piel por el golpe, provocándole un respingo al oji morado el cual había arqueado su espalda y Muzan aprovechó su posición para repasar su lengua por la clavícula que era uno de sus puntos sensibles.

Era embestido con tanta fuerza que estaba por desmayarse.

—N-no puedo... No puedo más... —arrastró las palabras con una voz extasiada.

Al escucharlo, Muzan aferró sus manos a su trasero y lo apretó ferviente mientras se venía dentro de él por tercera vez esa noche.

Un gemido largo a boca cerrada se escuchó entre las cuatro paredes mientras todo el semen del rey se desbordaba en el interior del menor, el cual era un desastre al estar empapado de todo tipo de fluidos y el contorno de su entrada estaba tan roja como granada.

Las lágrimas de Kagaya resbalaban por sus mejillas llegando hasta su cuello. Tenía un poco la lengua de fuera al costarle trabajo regular su agitada respiración y su cuerpo vibraba incesante, recupernadose de la intensa experiencia de recibir tanto semen en su interior.

La lengua de Muzan se pegó a su rostro caliente, limpiando uno de los ríos salados que salían de sus cuencas.

—Tu llanto es delicioso —le susurró antes de forzar un beso donde su lengua lo invadió atropelladamente.

Ambos cayeron hacia atrás, iniciando un largo intercambio de saliva con jadeos y respiraciones pesadas de por medio.

Kagaya tembló al sentir el miembro de Muzan endurecerse de nuevo aún en su interior.

Giró su rostro con hilos de saliva escurriéndole al separarse del beso.

—E-espera... —le dijo negándose mientras el otro buscaba sus labios para volver a besarlo—. Espera, no...

Muzan gruñó, deteniendo sus movimientos para observar al otro.

—Ya no puedo... Al menos... Dame tiempo para recuperarme —dijo en voz baja sin mirarlo realmente a los ojos.

Su cabello estaba desordenado y desparramado sobre el colchón, su frente sudaba y todo su rostro estaba rojo y, a pesar de que era una vista muy erótica de él bañado en su semen, no le pasó desapercibido el extremo cansancio reflejado en su mirada. Lucía como si fuera a desfallecer en cualquier momento. A pesar de que le había dado su sangre, tenía un cuerpo realmente débil.

Él seguía duro, pero no estaba dispuesto a continuar con un Ubuyashiki inconsciente, no le veía caso porque de las cosas que más disfrutaba de sus encuentros eran sus reacciones y los sonidos que emitía.

Bufó, saliendo a regañadientes de su interior. Kagaya tembló en el acto.

—Una hora —habló a centímetros de su cara—, tienes una hora antes de que vuelva a retomar esto —. Se apartó de él bajando de la cama y comenzó a vestirse, al mismo tiempo que la enredadera de los brazos de Kagaya desaparecía.

Cuando terminó de vestirse, se giró a verlo y ya estaba profundamente dormido, acurrucado de lado.

Muzan observó como su semilla le escurría a chorros por su trasero marcado con mordidas y rasguños, una vista ciertamente morbosa que lo hizo replantearse si irse, pero agitó su cabeza al verlo profundamente dormido. No tenía caso si no estaba despierto.

Muzan salió de la morada, luciendo tan impecable como siempre y se dirigió a la mansión Ubuyashiki, solo para observar a lo lejos a esa mujer paseándose por los jardines de la propiedad en compañía de dos niñas albinas.

En su mirada melancolía se apreciaban unas marcadas ojeras y una tristeza profunda, reflejo de que extrañaba demasiado a Kagaya.

Sonrió de lado soltando una risa nasal y giró sobre sus talones para irse antes de que alguien lo viera.

Se detuvo.

¿Acababa de obedecer a algo que su enemigo le había pedido? ¿Al que tenía confinado y a su merced? ¿Quien se supone estaba bajo su control?

Gruñó de rabia al darse cuenta de lo bajo que había caído al comportarse tan condecendiente con Ubuyashiki quien dormía tranquilamente en su aposento, mientras él se golpeaba mentalmente por su error.

Regresó a su castillo, desprendiendo un aura tan aterradora que todo ser vivo que se le cruzaba en el camino, se esfumaba en segundos. Sus súbditos no se atrevía siquiera a mirarlo y cuando pasaba cerca de ellos, se ponían inmediatamente de rodillas, algunos hasta con la frente pegada al piso, pero él los pasaba de largo sin prestarles atención.

Deslizó la puerta con una fuerza que hizo temblar la habitación, topándose con una de las sirvientas demonio dentro, quien lo miró estupefacta mientras sostenía una sábana con la que cubría el cuerpo desnudo del menor aún dormido.

—¡Mi señor! Yo...

—¿Qué estás haciendo? —la interrumpió con las venas sobresaliendo de su frente al hablar.

Un terror inexplicable recorrió el cuerpo de la fémina, haciéndola tiritar.

—Yo sólo... lo estaba tapando, señor Muzan...

—¡Fuera!

No tuvo que decírselo dos veces cuando salió corriendo del lugar a toda velocidad, perdiéndose entre los pasillos a la distancia.

Kagaya entre abrió sus ojos pesadamente por aquel grito, ajeno a lo que estaba ocurriendo, hasta que vio a Muzan parado en la entrada con un rostro contraído por la ira.

Le desconcertó verlo así, pero no logró intimidarlo.

—¿Qué sucede? —preguntó con serenidad, lo que molestó aún más al señor de los demonios.

Caminó furiosamente hacia la cama, arrancándole la sábana que dejó su cuerpo completamente al descubierto. Lo agarró y azotó bruscamente de cara contra la almohada y elevó sus caderas mientras liberaba su miembro bajando su pantalón.

—Se acabó el tiempo —exclamó con voz grave

Separó sus nalgas con los pulgares teniendo a su disposición ese agujero aún repleto de semen de su último encuentro y sin aviso, lo penetró con una rudeza que al otro lo hizo arquear la espalda.

—¡Agh! Ahh! M-Muzan, espera... Aún estoy... —se aferró con desesperación a las sábanas, impresionado por el salvajismo irracional de su captor quien siempre disfrutaba de juegos previos antes de entrar.

—Silencio —desató su corbata, usándola como una mordaza que colocó forzadamente en la boca de Kagaya quien estaba gimiendo demasiado alto, gemidos que fueron opacados por la tela hundida en su cavidad.

—¿Cómo te atreves a hacerme obedecer? ¿Se te olvida en qué posición estás? Eres mi puta, nada más. No tienes derecho a exigir nada —tiró de su cabello hacia atrás y se acercó encajandole los dientes en su hombro.

Continuó con embestidas furiosas y desenfrenadas que no le permitían a Kagaya tener un respiro. Sus piernas clamaban descanso y su irritado esfínter un alto. Ni siquiera tenía fuerza en los brazos y todo lo que podía hacer era hundir su rostro en la almohada.

Se aferró a las sábanas con desesperación, impregnandolas de sudor y otros fluidos que se fusionaban con la tela.

Las estocadas que Muzan le daba eran rápidas y estoicas. Su cuerpo se tensaba cada vez que lo embestía y golpeaba su próstata sin piedad. La mordaza invadiendo su boca lo hacía salivar por los gemidos que morían en su garganta y su vista estaba nublada por la humedad abundante en sus cuencas.

Hizo lo posible para expulsar la tela de su cavidad, casi vomitándola para que sus labios quedarán al fin en libertad.

—M-Mu...zan... ¡AH! —intentó hablar en medio del acalorado y casi violento encuentro para intentar razonar con él, pero Kibutsuji no parecía querer hablar.

Él, por su lado, cedía a los más bajos impulsos que su cuerpo lo obligaba a cometer mientras su mente maquinaba decenas de dudas y cuestionamientos que lo estaban llevando al borde de la locura.

Él es Muzan Kibutsuji, señor de los demonios y el ser más poderoso y temido en la historia de Japón. Todo humano, animal o seres de su propia estirpe le temían, todos ellos, menos un individuo; el mismo que estaba siendo sometido y ultrajado debajo de él, aparentemente indefenso, pero entonces, ¿por qué no podía doblegarlo? ¿Por qué no le temía y suplicaba por su vida? ¿Por qué su suave voz le daba una sensación de tranquilidad y desestres que dominaba su cuerpo? Lo odiaba y repudiaba esa sensación, pero no podía evitarlo, no podía evitar sentirse de esa manera al escucharlo, al verlo a los ojos y perderse en la profundidad de su color, en esa mirada que reflejaba un alma tanto fuerte como noble, un espíritu sabio y puro como ningún otro.

Sabía que Ubuyashiki también lo odiaba, el sentimiento era mutuo y quería que siguiera siendo así.

Muzan lo agarró y cambió de posición; se sentó en el colchón y sentó a Kagaya sobre él para mirarlo a los ojos.

Tenía el cabello desordenado y el rostro extremadamente rojo. Su dulce mirada se veía perdida por el éxtasis que lo consumía.

Kibutsuji abrazó su delgada cintura.

—Están bien —murmuró pegando su frente al pecho del otro.

Kagaya reaccionó ante esas palabras y enfocó sus ojos vidriosos en Muzan.

—¿Qué?

—Tu familia está bien... —frunció el ceño—, Simplemente lamentan tu ausencia—. Se tomó un momento antes de volver a elevar la mirada al rostro de Ubuyashiki quien tenía una expresión de leve sorpresa al principio, pero después se relajó y pudo esbozar una pequeña sonrisa. No pudo evitar expresar el alivio y felicidad que esa información le daba, una expresión que removió algo dentro del pecho de Muzan.

—Gracias —expresó con suavidad, justo cuando sintió las garras de Kibutsuji clavarse en su cuerpo—. ¡Mmh!

—Ubuyashiki, tu me odias, ¿verdad? —mantuvo sus ojos rojos fijos en él.

—Lo hago —se sinceró inmediatamente, bajando un poco la mirada.

Repentinamente, Muzan atacó esos dulces labios que lo recibieron con sorpresa, está vez, sin oponer demasiada resistencia.

Se despegó por unos segundos, arrancándole un suave suspiro a Kagaya quien sin darse cuenta, se estaba abrazando a su cuello para evitar caerse hacia atrás.

Muzan habló entrecortado sobre los labios ajenos y los ojos clavados en los del otro.

—Entonces ódiame, ódiame con cada fibra de tu ser y toda la fuerza de tu corazón —hundió toscamente sus dedos entre la suavidad de su pelo, aferrándose a su cuero cabelludo y volvió a hundirse en un beso hambriento, sin resistir las ganas de poner en movimiento su pelvis, volviendo a penetrar el interior del menor que correspondía el beso como podía a pesar de que la lengua de su contrario se adentraba con un libido descontrolado en su boca como si quisiera devorarlo.

—Muzan... M... —se ahogaba en la fogosidad de ese beso y las manos del señor de los demonios sobre sus caderas lo ponían a temblar mientras lo embestía con tanto ímpetu—, Hah... M-Muzan... ¡Ngh! —. Seguía repitiendo su nombre, sin razón aparente.

Este irrumpió el beso, abrazó su cintura y se dedicó a darle fuertes estocadas a su odiado enemigo, del cual, estaba seguro, no se aburriría tan fácilmente en un largo tiempo.

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