Una de las primeras noches que pasamos en el apartamento, antes incluso de que la venezolana llegara, yo estaba ya durmiéndome cuando empecé a escuchar un montón de ruido.

Oí las ruedas de maletas que se arrastraban por el pasillo frente a mi puerta. Escuché también agua corriendo y lo que parecían ser cubetas llenándose. Luego, escuché a la misma agua salpicándose, como si alguien la usara para lavar algo, mientras que las ruedas de maletas y otros sonidos varios, como de cosas que se acomodaban, continuaban sucediéndose.

A mí me pareció extraño. Era medianoche, luego la una de la mañana, y los ruidos seguían. Yo pensaba que a la colombiana le había dado un extraño arranque de orden e higiene, puesto que ya había descubierto que era tan obsesivamente limpia como yo, y pensé que se puso a lavar el baño y a acomodar sus maletas.

Al día siguiente, no noté nada fuera de lo común. La regadera lucía igual, así que le pregunté a Karen qué era lo que había estado haciendo anoche.

—¿Yo? —me preguntó ella, confundida—. Yo no hice nada. Me dormí temprano.

Say what.

En días posteriores, ruidos inusuales continuaron. A veces, yo escuchaba como si alguien caminara en el piso de arriba.

Excepto que no existía tal cosa como "piso de arriba" porque vivíamos en el último piso HAHA.

También escuchaba a un hombre toser y lo que claramente sonaba como el murmuro de algún videojuego de acción.

Estos ruidos extraños sólo ocurrieron durante las primeras semanas de nuestra estancia ahí y, en algún momento, desaparecieron de forma inexplicable.

Karen terminó decidiendo que teníamos un par de acompañantes a los que bautizó como "Madame et Monsieur Chocarrero" (Chocaggego, por su pronunciación en francés). Ellos se convirtieron en los roomies número cuatro y cinco de la casa (yo era la uno, porque dormía en la primera habitación, y Karen la tres).

Madame et Monsieur Chocarrero hicieron su aparición en una o dos ocasiones más durante el resto del tiempo que estuvimos ahí. Eran buena gente.