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10. Huída

Tina y Fabrizio escaparon por poco de la locura de Boggart. Tomaron su auto y condujeron hasta el puerto de Olivos donde el muchacho tenía amarrado un bote con el que solía subir por el Paraná. Lo abastecieron con alimentos y se dirigieron a la casa de la única mujer mutante que conocía.

El sol caía sobre los matorrales. Las casitas costeras adornaban las orillas con colores vivos. El césped de color brillante y cortado al ras parecía alfombrar el suelo, y las flores de todos los colores pintaban el lienzo verde.

—Fabrizio... vos no podés ser mutante entonces —dedujo Tina.

—Primero: ¿Quién dijo que yo era mutante?

—Pero...

—Jamás dije que yo fuera mutante.

—¿Y cómo supiste todas las cosas que anticipabas?

—¿Qué cosas Tina?

—Cuando adivinaste todo lo que iba a hacer Matilda aquella vez que casi nos engancha con el laboratorio dado vuelta.

—¿Eso? Matilda siempre se olvida la tarjeta en el auto cuando llega. Y después, ya sabía que estaban los recibos y que Trini la frena en recepción para avisarle o pasarle llamadas, se iba a ir a Recursos Humanos para buscarlos y Barragán andaba preguntando por ella, la iba a retener. El resto, el robo y lo demás... simplemente me di cuenta como a cualquiera podría pasarle.

—¡Me estás jodiendo!

No le contestó eso.

—Segundo: No existen los mutantes. El nombre debería ser obsoleto. No hubo un gen mutando, sino un gen completamente nuevo.

—Cierto.

—Tercero: También quedó mal el nombre de recesivo con que se referían a los no evolucionados. En definitiva los recesivos son los que evolucionan.

Se miraron cómplices y aflojaron las tensiones del día por un momento, para permitirse reír.

Tina se acercó al timón y abrazó a Fabrizio. Él la abarcó en sus brazos y besó su cabello.

Pasaron tantas cosas en tan poco tiempo que sentía que lo conocía de toda la vida.

—Tuve mucho miedo por vos cuando oí el resultado de Compadre —confesó Fabrizio.

Ella lo miró y lo besó con una ternura como no lo había hecho hasta entonces. Estaba llena de agradecimiento, de temor, de alivio, de amor.

Llegaron a la casa de Claudia y amarraron el bote en el río. Caminaron furtivamente, con cuidado de no llevarse ninguna alimaña encima.

Claudia los esperaba. Intuía lo que había ocurrido y supo que llegaban, pero le contaron con lujo de detalles lo acontecido. Tomó consciencia algo que su cuerpo le decía. Su hijo varón nunca sería como ella.

Confirmó las intrigas del gobierno y sobre todo de Boggart que estaba detrás de todo para quedarse con el poder total.

Se alinearon en las acciones a tomar.

Juntó todos sus bienes y llamó a todos sus contactos.

—¿A quien llama? —le preguntó Tina.

—A la Mutual. Yo soy mutuante. Hasta ahora procuramos que hubiera diálogo. Pero no nos vamos a quedar sumisas, como en toda la historia.

Miró a Tina con intensidad.

Al parecer alguien contestó al otro lado porque habló al aparato. Afortunadamente no se había formado aún, la idea de hombres contra mujeres.

—Horacio... —todos supimos que lo que iba a decir sería definitorio—. Estamos en guerra...

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El bote navegaba hacia el sur, por los grandes canales que distribuían el abundante agua del húmedo y amazónico norte de Argentina hacia el oeste y sur. Navegaban de noche, a oscuras, con el riesgo de que los chocaran o descubrieran. Utilizaban los brazos menos transitados al ingresar a zonas menos pobladas.

La noche era fresca. No había luna y las estrellas iluminaban el firmamento.

—Amor... tengo que decirte... —empezó Tina.

Fabrizio temía por la seguridad de su mujer. En tan poco tiempo había pasado de ser su novia a su mujer. Haría lo que fuera por ella.

Comenzaron a huir desde aquel día en que habían derrocado a la lider Freyes.

Las cosas se pusieron más violentas y terminaron por anular completamente los derechos de las mujeres.

Se las consideraba propiedades de los hombres... nuevamente en la historia.

Él no podía concebir un futuro así para su mujer y su hija que crecía en el vientre de Tina.

—¿Qué tenés que decirme? —la alentó pues se había quedado pensativa.

La acercó al timón poniéndola delante de él y la abrazó.

—Además de que te amo con el alma...

—Yo ya sé que estás loquita por mí —se pavoneó y la acurrucó besándole el cuello divertido.

Tina rio como una tonta.

—Es cierto... Doy siempre gracias por haber pasado todo lo que pasamos juntos. No habría escapado de otra manera. Estarían lavándome la cabeza junto a Matilde.

—Jamás te habría dejado sola. Aunque nunca me hubiera animado a limpiarte la mayonesa de la boca. ¿Te acordás?

Ambos rieron.

—Había sido el momento más excitante desde mis diecisiete años.

Fabrizio le acomodó unos cabellos que le caían sobre la mejilla. La giró suavemente y le besó los labios.

¡Dios! Quería casarse con esa mujer. La había deseado, esperado por tanto tiempo... Y cuando por fin tuvo la oportunidad... no la había desperdiciado. Quería hacerlo en ese instante.

—Lo que siento por vos, no lo siento por nadie mi amor. Va a ser difícil. Pero vamos a luchar por la libertad de nuestras hijas. Tenemos que dejarles un mundo mejor.

El test de emabarazo casero, revelaba el sexo del bebé y ya habían confirmado que sería una nena.

Extendió su mano hasta la barriga de su bella, amada, compañera, cariñosa e inteligente mujer. Acarició a su hija a través de la piel de su mamá a quien acunó entre sus brazos con más besos dulces.

Habían pasado el último año escondiéndose de refugio en refugio, moviendo su bote, manejándose con huellas digitales falsa adheridas a sus dedos para las identificaciones.

Él tenía que simular poseerla. De una manera humillante. Como si se tratara de un objeto. Muchos hombres se avergonzaban de las nuevas imposiciones. Eran degradantes.

No había sido fácil. Pero se tenían el uno al otro y ellos sabían que estaban más allá de toda aquella locura.

Guardaban en sus memorias los momentos pacificos de su paseo en kayak, los momentos juntos, abrazados en la cubierta, teniendo por manto las estrellas como decía el antiguo escrito Martin Fierro.

Eran tiempos de retroceso. Pero ellos se negaban a retroceder. Se negaban a claudicar.

Habían viajado por la selva, en contacto con la naturaleza. Se habían topado con fieras inmensas. Pero nada era más aterrador que el futuro que pretendían imponerles.

Una luz cegadora los encandiló de frente. Comenzaron a aparecer drones, helicópteros y barcos de la prefectura.

Estaban rodeados... estaban perdidos.

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Alguien los había delatado. Pasó como en un segundo, un instante macabro que bien podría haberse retrasado, si sólo ella hubiera sido una maldita mutante. Habría anticipado, habría intuido, previsto, habría salvado la vida del hombre que mientras fue suyo, la hizo feliz.

Fabrizio elevó la mirada. La luz cegadora lo obligó a cubrirse los ojos. quiso levantar las manos del poncho que lo cubría, y como insectos en enjambre, llovieron las balas de todas partes. La cubrió con su cuerpo y corrieron a cubierto, pero el bote sin timonel se sacudió y Tina casi cae. Fabrizio la alcanzó a tomar del brazo y empujó fuerte hacia dentro del bote. Una lluvia de balas volvió sobre ellos y él se arrojó para protegerla.

—¡Noooooo! —gritó desesperada, desahuciada.

Fabrizio siguió de largo por la inhercia a la vez que las balas golpeaban su cuerpo. Tina estaba cubierta en su sangre cuando él caía por la borda.

Tina veía todo en cámara lenta. Le arrancaban su alma, su vida. El cuerpo de su amado caía herido e inerte a las oscuras aguas de ese río, para desaparecer.

Fabrizio fue arrastrado en la oscuridad. Tina no pudo salvarlo. Tenía la sangre de él en su pecho, en sus manos, pero no pudo salvarlo. Había dado la vida por su mujer, por su hija. Había dado todo de sí por sus ideales. Había dejado un legado... Un legado que debía continuar.

Tina gritaba, gemía y lloraba. Maldecía y sufría.

Sintió una punzada en su vientre y se desmayó.


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