LXXXV
Ni Yoongi ni su madre se dieron cuenta del momento exacto, pero terminaron hablando en señas por las lágrimas.
En un principio, Yoongi había entrado en pánico porque no había hablado desde que despertó del viaje y esa sensación de ansiedad por perder de nuevo su voz lo había dejado inmóvil en el asiento.
Jimin se había dado cuenta automáticamente de aquello, lo había abrazado con fuerza, dejando caricias en su espalda y sus cabellos, calmandolo con voz suave.
—Sabes de dónde sale tu voz, Yoonie, lo recuerdas —sintió al chico asentir, con el rostro escondido en su hombro—. Ya no eres mudo, puedes hablar y sabes cómo hacerlo, confía en tu voz.
Yoongi tardó un momento en hacer un sonido afirmativo, haciendo sonreír a ambos.
Jimin besó sus labios una última vez antes de bajar del auto, saliendo hacia el frente de la casa, donde Seokjin ya estaba tocando la puerta.
Del resto, casi no entendieron nada de las palabras de Yoongi y tampoco de la señora Min, entre las lágrimas, la emoción y esa adorable torpe y aniñada forma de hablar del castaño, las palabras dejaban de ser.
Así que ahí estaban, madre e hijo expresándose con señas mientras lloraban con una sonrisa en sus rostros.
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