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❁; capítulo veintiseis

Después de muchos amaneceres 
Harry 20 y Louis 21

—Maldición, creo que sí me voy a enfermar.

Harry retira la mirada del libro abierto en la página cuarenta y observa a Liam con cierta preocupación.

—¿Te sientes mal? —cuestiona, percibiendo un color carmesí poco usual en los cachetes de su amigo.

—Algo —Esnifa, al buscar un pañuelo desechable en la bolsa delantera de su mochila—. Me duele la garganta y estoy comenzando con el escurrimiento nasal.

Con la palma abierta, el menor le palpa la frente, tratando de descubrir si existe algún aumento en su temperatura corporal.

La tibieza de su piel se siente en el límite normal, así que puede pensar que todavía no hay indicios de fiebre.

—¿Ya ves? Te lo dije, debiste esperar a que la lluvia cesara —Lo reprende, porque sabe que esas son las consecuencias de su necedad.

—Sí, tal vez —barbotea, luego de limpiarse ambas fosas nasales con el suave pañuelo—. Pero si me enfermo, tendré el pretexto perfecto para faltar a clases.

—¿Lo hiciste a propósito?

Liam se encoge de hombros.

—Puede ser —Apoya uno de sus codos por encima de la mesa que ocupan y descansa la barbilla en su mano—. Te juro que necesito más vacaciones, extraño mi cama.

Tras suspirar, Harry asiente, comprendiendo a la perfección aquella necesidad de continuar descansando.

Han pasado dos semanas desde que las clases iniciaron y siempre es difícil adaptarse nuevamente a la caótica rutina escolar.

—A mí también me ha costado bastante levantarme por las mañanas —comparte con pizca de dolencia, antes de voltear hacia uno de los andadores laterales—. Tengo que poner tres alarmas seguidas.

—¡Eso es decente! Yo tengo que poner cinco y ni siquiera me funcionan.

—Eso explica tu impuntualidad —Se rasca el entrecejo y después señala con un leve cabeceo hacia un punto específico del corredor—. Mira, ahí viene Emilia.

Precisamente, a unos cuantos metros de distancia, vislumbra a su mejor amiga, quien se dirige hacia ellos con su mochila rosa colgando de un solo brazo y un gesto amable adornando sus preciosos rasgos.

O al menos, esa es la impresión inicial, ya que ninguno logra distinguir que la expresión de la porrista es simplemente una fachada para ocultar su verdadero estado emocional.

—Pensé que no había venido —murmura Liam, al tallarse la cuenca derecha del ojo porque repentinamente le ha dado comezón—. No la vi en la mañana.

Harry frunce el ceño, recordando que él tampoco se cruzó con ella a la hora de la entrada, a pesar de que sus horarios de ingreso coincidían ese día.

—Hola, chicos —La porrista saluda con un tono de voz algo apagado, y coloca una mano sobre el hombro del ojiverde para darle un apretón amigable—. ¿Qué hacen?

—Hola, Emi —contesta, regalándole una linda vista de los hoyuelos que siempre se marcan en sus mejillas—. Estamos perdiendo el tiempo, ¿te quieres unir?

—Claro.

—¿Dónde estabas? —Al ser víctima de la impaciencia, el joven de ojos marrones no se contiene a investigar—. No te vimos por la mañana.

—¿No se supone que hoy entras a la misma hora que yo? —agrega el menor, ya que también desea saber el motivo de aquella ausencia matutina—. Es martes.

Después de instalarse en una de las sillas libres, Emilia jala aire pesadamente y observa en silencio a los dos chicos durante unos segundos.

Sus labios se tensan, entreabriéndose luego como si intentara pronunciar palabras que, por razones desconocidas, se quedan atrapadas en su garganta.

Repite este gesto dos veces más, incapaz de encontrar los vocablos adecuados para comunicar la triste noticia a las personas que más aprecia en el mundo.

—No llegué a mis primeras clases —Logra decir en voz baja. De forma inconsciente, sus uñas tamborilean en el filo de la mesa—. De hecho... Vengo de estar con la directora.

En automático, Harry se endereza en su asiento y su semblante tranquilo se transforma en uno de pura inquietud.

—¿Por qué? —Las arrugas en su frente se vuelven más rígidas al tiempo que sus ojos verdes se estrechan—. ¿Te hicieron algo?

—¿Qué pasó? —Del mismo modo, el lado protector de Liam sale a relucir—. Solo dinos quien fue y te prometemos que-...

—No, tranquilos, nada de eso. Nadie me hizo nada.

—¿Entonces?

La porrista se frota la ceja derecha, tomándose un breve momento para ordenar sus ideas y vuelve a inspirar hondo cuando el malestar en su estómago le otorga una ligera tregua.

—Tengo algo que decirles —farfulla, hundiendo los dientes en el contorno de su labio inferior—. ¿Recuerdan que les conté sobre la licitación en la que mi papá estaba participando?

—¡Oh, sí! —Liam chasquea los dedos al hacer memoria y asiente efusivamente—. ¿La del nuevo aeropuerto de Mancheser?

—Sí, esa misma. —prosigue, levantando la comisura izquierda—. Todo su equipo de trabajo estuvo trabajando por meses en el proyecto... Y hace una semana nos dio la noticia de que se lo asignaron.

El anuncio debería ser emocionante para todos.

Sin embargo, Harry es el único que extiende sus párpados con admiración y enseña su dentadura en una radiante sonrisa.

—¡Por Dios, eso suena excelente! —exclama con júbilo, sintiéndose realmente orgulloso del logro ajeno—. ¡Muchas felicidades! Se lo merecen.

—Sí, la verdad es que se esforzaron mucho —La chica de mechones ondulados musita, con una visible falta de entusiasmo—. Toda mi familia está contenta.

—No es para menos —tararea, antes de acabar arrugando la nariz por la notable carencia de euforia—. Pero, ¿por qué tú no luces feliz?

Emilia siente que un nudo enorme se le tranca en la garganta y lucha desesperadamente por impedir que alguna lágrima se escape sin permiso.

No quiere llorar. Al menos, no todavía.

Y sí, tal vez Harry se siente un poco torpe por no captar lo que el comunicado oculta, sobre todo al notar que incluso Liam, con una mueca de absoluta perplejidad, ha guardado silencio.

—Estoy feliz, me siento muy orgullosa de mi papá. —La joven reanuda, aspirando una fuerte bocanada de aire para que el dolor en su pecho disminuya—. Solo que, como dije... La construcción del aeropuerto es en Mánchester. No aquí.

Eventualmente, la neblina en la mente del rizado se desvanece, permitiendo que sus pensamientos se tornen un tanto más nítidos y por ende, entiende el verdadero trasfondo de la conversación.

—¿Eso quiere decir que...? —inquiere, aunque está consciente de que la respuesta no será de su agrado.

—Voy a mudarme —La animadora suelta de golpe, agachando la cabeza cuando siente que el llanto está a nada de desbordarse por sus lagrimales—. Y voy a transferirme a otra universidad.

En un pestañeo, la piel de Harry se despoja de cualquier matiz de color, dejando su rostro envuelto en una terrible palidez y una sensación gélida invade sus venas, como si un balde de hielo hubiera sido vertido sobre él.

Niega vigorosamente, sin preocuparse por la posible contractura que pueda suscitarse en su cuello debido a la brusquedad con la que mueve su cabeza de lado a lado. Anhela que toda esa situación sea una simple pesadilla que desaparezca al despertar por la mañana.

—No —refuta, con los latidos del corazón martilleándole en los oídos—. No, no, no. ¿Cómo te vas a ir? No, eso... No.

—No me puedo quedar, es un proyecto de muchos meses —Ella susurra, mientras seca las primeras lágrimas traicioneras que han descendido por sus pómulos rosados—. Además, mi papá dijo que si logran un buen resultado con ese proyecto, se le abrirán muchas puertas allá.

—No te puedes ir —repite, consumido por la angustia—. No puedes, ¿por qué no rentas un departamento en la residencias?

—Lo pensé, pero creo que no estoy lista para estar lejos de mi familia por tanto tiempo. Además, revisé las carreras que imparten en la Universidad de Manchester, y tienen la licenciatura en marketing de moda.

En un acto de apoyo, Liam toma la mano de su amiga y barre el dedo pulgar por encima de sus nudillos.

—¿En serio? —indaga, ofreciéndole un pañuelo desechable para que pueda retirar las lágrimas que humedecen su bonita cara—. ¿Ya investigaste el plan de estudios?

—Sí, me gustó mucho —Emilia confiesa, antes de limpiarse con discreción la punta de la nariz—. Es la carrera de mis sueños.

Desde luego, Harry está convencido de que ese tipo de oportunidades deben aprovecharse en cuanto se presentan.

Pese a que la idea de separarse de quien ha sido un pilar en su desarrollo como persona le provoca una tristeza inmensa, no tiene el corazón para actuar con egoísmo y mucho menos tiene la intención de frenar las metas de esa chica que durante tantos años le ha brindado su apoyo de diferentes maneras.

—Tienes toda la razón —masculla, esforzándose por apagar la chispa de nostalgia que flota muy cerca de su corazón—. Aún así, te vamos a extrañar muchísimo.

—Y yo a ustedes —titubea, con la quijada temblorosa—, llevamos muchos años juntos.

Liam pestañea, con el fin de alejar la picazón de sus globos oculares.

—Pero esto no quiere decir que dejaremos de estar en contacto, ¿cierto? Haremos videollamadas —propone, esbozando una sonrisa visiblemente afligida—. Además, cuando vengas de visita, puedes quedarte en mi casa. Siempre serás bienvenida.

—Yo lo sé, Li, muchas gracias —Su mirada cristalizada se intercala entre ese par de chicos que aprecia con toda su alma—. A ambos les agradezco todo lo que han hecho por mí.

Las despedidas siempre resultan en un dolor profundo.

Para el menor, enfrentarse a la perspectiva de pasar un tiempo indefinido sin la compañía de su mejor amiga es una carga aplastante y no puede evitar sentirse jodidamente mal, pues es como si le estuvieran arrancando un pedazo del corazón.

Un montón de clases compartidas, tardes de video juegos, pijamadas y salidas al centro comercial. Fotos en cada fiesta, videos posteados en redes sociales con esas bonitas frases que siempre hacen referencia a su divina amistad y un millón de mensajes de texto en el chat WhatsApp. Noches de desvelo por las tareas pendientes, pero también veladas nocturnas en las que perdieron la dignidad gracias al alcohol.

Por supuesto que él va a extrañar todo eso. Es cierto que le dolerá durante semanas, pero también es un hecho que experimentará una profunda felicidad al verla crecer y perseguir sus sueños en el ámbito que tanto desea.

Sabe que las redes sociales son una herramienta poderosa y además, la idea de emplear sus ahorros para adquirir un boleto de tren, autobús o avión no le parece descabellada en ningún sentido.

El panorama no es tan drástico si lo piensa con más calma.

Aun así, reconoce que hay otro aspecto crucial en toda esta desalentadora situación...

—Oye... —farfulla, pasando el índice por el lomo de aquel libro que pidió en la biblioteca hace dos días—. ¿Y ya le dijiste a Niall?

Gracias al abatimiento que se manifiesta en el semblante de Emilia, adivina que ese delicado asunto todavía no se ha resuelto.

—No, aún no —Le confirma, al resoplar con pesadumbre—. La verdad es que no sé como decírselo.

—Siendo honestos, va a ser muy difícil para él —añade Liam, siendo particularmente sutil en su comentario para no empeorar la situación—. ¡Pero vamos! Una relación a distancia tampoco suena tan mal.

La porrista bufa con nostalgia, intentando convencerse de que su relación no se irá por la alcantarilla mientras juega con el lindo anillo de oro que el irlandés le regaló en su primer aniversario.

—Sí... Supongo.

—Tranquila, Emi —Harry la consuela, arreglándole un mechón que ha caído por su frente—. Niall te adora, ten por seguro que la cosas marcharán a su favor.

Confía ciegamente en que todo será así.

El noviazgo de ese par de enamorados no merece un final tan abrupto.

── •∘°❁°∘• ──

—¿Quieres ir al cine después de la práctica?

Con un aspaviento flojo, Harry rechaza la sugerencia y simplemente se concentra en disfrutar de aquellas caricias que Louis está distribuyendo entre sus rizos.

El tierno toque actúa como un atenuante para cualquier mal sentimiento, convirtiéndose en un bendito relajante que alivia sus tensiones y le brinda una sensación de calma profunda.

—No, amor —comenta en un suspiro y se remueve en el cesped, hallando una mejor posición para que su espalda no sufra de dolores musculares—. No tengo ganas de salir.

—Bueno, entonces podemos ver películas en tu casa —Intenta de nuevo, sin dejar de pasar sus dedos en aquella melena enredada que desprende un aroma inigualable a coco—. ¿Qué opinas?

El rizado abre un solo ojo perezosamente y, desde abajo, observa a su novio con una combinación de interés y diversión.

—¿Te refieres a ver películas? —contrapone, acomodando su cabeza en el muslo ajeno, que ahora desempeña el papel de una mullida almohada—. ¿O a no verlas?

Bingo.

Al enfrentar la pregunta, Louis dibuja su típica sonrisa coqueta, una mueca tan única en él que siempre delata los pensamientos traviesos que frecuentemente rondan su mente.

—Como tú quieras, ratón —Agita las cejas de arriba hacia abajo, dejando claro que la posibilidad de hacer algo más obsceno no le desagrada en ningún sentido—. Eres libre de decidir.

Una bonita risa se desprende de las cuerdas vocales de Harry, pues lo conoce tan bien que la insinuación le parece de lo más normal.

—Lo siento, tampoco tengo ánimos para hacerlo. —Por desdicha, esta vez no desea participar en actos sexuales, así que se ve en la obligación de desertar—. Ninguna de las dos opciones.

Sin decepción alguna, el ojiazul lo acepta plácidamente. En el fondo, sabía que la opción no era viable, pero no perdía nada con intentarlo.

Con la yema de un dedo se dedica a delinear las inmaculadas facciones de su porrista, admirando cada milímetro de su fina piel mientras piensa en qué es lo que puede hacer para que titánico desconsuelo disminuya.

Nunca le ha gustado verlo tan decaído.

—Podemos hacer un pic-nic en el parque, o quizá ir a tomar un helado, o a la pista de hielo —Enlista las primeras actividades que se le ocurren y que, casualmente, son sus favoritas—. O si quieres estar solo, puedo acompañarte a tu casa y yo me voy a la mía, te daré tu espacio si es lo que-...

—No, no quiero estar solo —interrumpe con celeridad, cortando la terrorífica frase antes de que siquiera pueda ser completada—. Creo que simplemente necesito recostarme en tu cama para que me abraces hasta que tengas que pedirme que me mueva porque se te entumecieron los brazos.

Esa es otra cosa que tiende a repetirse muy a menudo.

En diversas ocasiones, tras permanecer recostados en la misma posición durante un periodo excesivo, se produce esa sensación de hormigueo en los brazos que les obliga a modificar su confortable postura. Normalmente tienen que separarse por unos minutos, estirarse, y esperar hasta que sus extremidades recuperen la sensibilidad.

Pero eso no se convierte en una limitación, pues Louis nunca se cansa de mimarlo; le encanta apapacharlo con excesivo cariño y adora repetirle al oído lo mucho que lo quiere.

—Lo que tu pidas, bombón —murmura, encandilado con esas pestañas primorosamente rizadas—. Haremos lo que quieras.

Harry alza los párpados, descubriendo sus brillantes iris verdes y comprime los labios en un vano intento por plasmar una sonrisa.

—Perdón, Lou —Su disculpa es legítima, está sumamente apenado por su nula energía—. Es que todavía me siento muy mal. Emilia es mí mejor amiga, no quiero que se vaya.

—A mí tampoco me agradó la noticia, ella me cae muy bien —replica, recordando la consternación que sintió cuando se enteró de que la chica se mudaría pronto—. Me hace feliz ver que te diviertes con ella.

—Desde que nos dijo que se mudaría no puedo evitar sentirme así. Todavía no se va y ya la extraño.

—Yo confío en que encontrarán la manera de seguir alimentando su amistad, amor, para eso existen las redes sociales.

Él deja escapar una exhalación prolongada, como si soltara toda la pesadez acumulada en su interior.

—Sí, eso creo —El cansancio es evidente en su tono, aunque no hace referencia a un agotamiento físico—. Tendré que acostumbrarme.

—Por ahora, necesitas concentrarte en tu práctica.

Louis mueve su pierna, haciendo que la cabeza ajena rebote vagamente y enseguida señala en dirección al acceso del campo, justo donde las porristas están ingresando en compañía de la entrenadora.

Las manecillas del reloj marcan las tres de la tarde, indicando que la práctica comenzará en menos de cinco minutos.

—No —El ojiverde refunfuña, rodándose sobre la capa artificial de pasto que recubre el área de juego—. No tengo ganas, amor.

—Yo lo sé, pero debes cumplir con tus obligaciones —espeta con un dejo de rectitud, y sujeta la maleta violeta en la que su novio guarda sus pertenencias deportivas—. Así que arriba, tienes que entrenar.

—No quiero.

Harry yace boca arriba, con las extremidades extendidas y los ojos cerrados, simulando un desmayo por no haber comido bien esa tarde, tal como le ocurrió a los ocho años en su clase de educación física.

La dramática escena causa que el mayor entorne los ojos, evocando aquella tarde en que le informaron que su mejor amigo estaba tirado en el patio secundario, víctima de un síncope generado por la falta de nutrientes.

Todavía recuerda el susto que se llevó en ese entonces y como afortunadamente nada pasó a mayores, hoy puede reírse en silencio, mientras captura de reojo que la entrenadora se aproxima con su tabla portapapeles bajo el brazo.

—Hola, Louis —Ella murmura con gentileza, ubicando la mano encima de su hombro como complemento al saludo y después posa su mirada en el muchacho que permanece tumbado encima del césped—. Hazz, ¿ya estás listo?

—Hola, coach —contesta, sin siquiera abrir un ojo para verificar si la profesora está frente a él—. Sí, lo estoy.

—No se nota —Marca un ademán para indicarle que se ponga de pie, aunque sabe que el estudiante no puede verlo—. Levántate, ya es hora.

—Voy...

—¡Chicas, reúnanse! —La voz femenina se escucha con autoridad en el campo, seguido de un estridente silbatazo que casi perfora los oídos de quienes están presentes—. ¡Emilia tiene que comunicarles algo!

Siguiendo las indicaciones, las porristas se apresuran a formar un semicírculo alrededor de su entrenadora, creando una audiencia ansiosa por escuchar el motivo de la inesperada junta.

En medio del movimiento, el ojiverde ve la oportunidad perfecta y extiende los brazos hacia Louis, buscando su ayuda para ponerse de pie porque, al parecer, está demasiado rendido de prácticamente no hacer nada a lo largo del día.

A pesar de que no comparte ninguna exaltación por la reunión, debe de incorporarse a ella, así que decide posicionarse en el extremo derecho de la media luna formada. Oculta sus manos por detrás de la espalda y contempla a su mejor amiga, quien se encuentra en el centro, claramente nerviosa por su propio anuncio.

—Bueno, le pedí a la entrenadora que convocara a esta pequeña junta porque tengo una noticia que darles —Emilia pronuncia, concentrándose lo más que puede para no titubear—. Por desgracia... Esta es mi última práctica con ustedes.

Tal cual estaba previsto, las muecas de espanto entre las porristas no se hacen esperar y los chillidos de horror se oyen en secuencia.

—¡¿La última?!

—¡¿Por qué?!

—¿Ya no quieres estar en el equipo?

—¿Hicimos algo que te molestó?

La lluvia de preguntas cae sobre la joven y tiene que inhalar, porque de lo contrario perderá la poca fuerza que le resta.

Harry carraspea la garganta al sentir una brusca sequedad y solo atina a recargar su cabeza en el hombro de Louis, buscando el refugio que solo su novio puede ofrecerle en un momento como ese.

—Nada de eso, es que voy a mudarme, y eso quiere decir que también voy a cambiarme de escuela —relata, con una melancolía que ya no consigue disimular—. Quiero darles las gracias por haber confiado en mí como su capitana estos últimos años, en serio me siento muy feliz de haber sido parte de un equipo tan increíble como este.

—Eres una líder nata, Emi. Siempre he admirado el nivel de compromiso que tienes con tus compañeras y compañeros —interviene la entrenadora, regalándole una fina caricia sobre sus largos cabellos—. Demuestra de lo que estás hecha donde sea que vayas. Tienes muchísimo potencial.

—Muchas gracias. Espero que la distancia no influya y que podamos seguir en contacto por otros medios.

—Ten por seguro que sí.

Ahora, parece que la tristeza es la única emoción válida en el grupo.

—Nos vas a hacer mucha falta, eres genial —agrega una de las chicas, antes de limpiarse las dos lágrimas que han brotado sin previo aviso—. Te queremos.

Sin darse cuenta, ha hablado por todo el equipo.

Emilia siente la bomba de afecto explotando en su interior, y valora mucho todo el cariño que le están demostrando.

—Yo también les quiero mucho —Entrelaza sus manos por el frente, adoptando una postura más rigurosa—. Además... retomando lo importante, quiero decirles que la coach y yo charlamos sobre quién será la persona que tome la capitanía del equipo.

En definitiva, es hora de dejar los sentimentalismos a un lado.

Hay cartas primordiales que se deben poner sobre la mesa, pues el futuro de las porristas está en juego.

—Como ustedes saben, ser capitana es una gran responsabilidad. —La entrenadora da varios pasos, recorriendo de extremo a extremo la media luna creada por el grupo de estudiantes—. Después de conversarlo por casi una hora, les tenemos una propuesta.

Con mesura, Louis sonríe por una razón que únicamente él conoce.

Tiene una corazonada y tal vez, la última conversación que tuvo con Emilia está cobrando sentido en su cabeza.

—Todas y todos poseen las cualidades perfectas para serlo, pero, desgraciadamente, solo una persona puede asumir el cargo, así que lo dejaremos a su consideración.

—Tendrán que levantar la mano si están de acuerdo. Será una votación muy rápida y, en caso de que la mayoría no esté de acuerdo, lo podemos reconsiderar.

El conjunto de chicas y chicos asiente con furor, preparados para emitir su voto a favor o en contra.

Incluso Harry levanta el pulgar, mostrando su acuerdo con las condiciones que las dos autoridades del equipo acaban de establecer.

—Perfecto. Pensamos que la persona más adecuada para asumir el puesto y liderar al equipo como es debido... —comunica la profesora, haciendo una pausa dramática para aumentar la expectación—. Es Harry.

El nombre es pronunciado con claridad y, curiosamente, nadie muestra contrariedad ni asombro frente a la decisión; de hecho, muchas de las porristas plantan sonrisas anchas, mientras que otras afirman sin pensarlo.

No obstante, hay una persona que no muestra signos de felicidad o de descontento.

Harry se encuentra en un estado de conmoción emocional. Tiene los ojos más abiertos que nunca, sus labios se han entreabierto por instinto y una de sus manos se ha posado sobre su propio pecho, justo a la altura donde su corazón late con la intensidad de quien acaba de correr un maratón.

—Nos basamos en su desarrollo como porrista, en los años de experiencia que tiene y en su gran habilidad física —prosigue la coach, revisando su lista de alumnas y alumnos inscritos en el equipo—. Así que, quienes estén de acuerdo, es momento de que levanten la mano y voten.

Cuando el menor se da cuenta de que, sorprendentemente, cada miembro del grupo de animadoras está levantando su brazo para votar a su favor, una oleada de asombro y emoción transita por su espina dorsal.

Se vuelve hacia Louis, con la esperanza de encontrar una respuesta a la pregunta que rebota en sus pensamientos y al observar que él también tiene la mano arriba, una certeza reconfortante se apodera de él porque repara en que lo que está experimentando es totalmente real.

—Creo que no hace falta contar —Emilia levanta las cejas, notando que solo dos chicas están en desacuerdo—. La mayoría lo acepta, ¿no es así?

—Como lo supuse —Con una expresión de suma satisfacción, la profesora registra cada voto emitido en su listado—. Harry, ¿qué opinas? ¿Aceptas ser el nuevo capitán de las porristas?

Entonces, el rizado lanza suspiro profundo, sintiendo una carga intensa de miradas encima.

Con rostros radiantes, sus amigas lo alientan, anhelando que responda con un sí rotundo y asuma, de una vez por todas, el rol de líder del grupo.

Reconoce que ser el capitán trae consigo beneficios, desventajas y una enorme obligación. No solo debe liderar a treinta personas, sino también dominar las reglas de la competición para garantizar su cumplimiento y debe mantener la calma en todo momento, ya que cualquier desliz podría generar conflictos con los demás.

—Francamente, la circunstancia por la que tuvieron que elegirme no me agrada de ninguna manera... —expresa con sinceridad.

Nunca habría deseado que su mejor amiga se fuera a otra ciudad, y mucho menos que esto resultara en su ascenso a un cargo tan importante.

Sin embargo, aunque no lo externe, está muriendo de emoción.

Sólo Louis y él saben cuantos años ha soñado con ser el capitán de las porristas, es una meta que ha perseguido desde su infancia. Lo ha deseado desde que su mamá le regaló sus primeros pompones dorados, desde que se integró al primer equipo y desde que los partidos de su jugador favorito se hicieron más frecuentes.

Es como si Emilia tuviera la habilidad de leerle la mente, pues a través de su mirada, lo anima a aceptar la oportunidad, recordándole que, tal como él piensa, las oportunidades deben aprovecharse en cuanto se presentan.

—¿Pero...? —insiste ella, mordiéndose apenas el labio para reservar su sonrisa.

Harry se encaja los dientes en el interior de su mejilla y, al sentir el tierno apretón de Louis en la cintura, exhala por fin, como si despertara de su trance.

—Pero... Sería un tonto si dijera que no acepto, ¿verdad?

Mhn, sí, lo serías.

Una vez más, queda claro que la complicidad que comparte con su mejor amiga es incomparable.

Sólo Dios sabe cuánto la va a extrañar.

—Siendo así, prometo que no les voy a defraudar —manifiesta, con un cúmulo de regocijo burbujeando en sus adentros—. Acepto ser el capitán del equipo.

La situación parece casi irreal, y quizás pasarán algunas semanas antes de que realmente pueda creérselo por completo.

Sí, está ocurriendo.

Acaba de cumplir otro de sus más anhelados sueños.

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besties! han sido algunos días desde que actualicé, pero espero que la espera valiera la pena. ♥︎ trataré de no desaparecer de nuevo, muchas gracias por la paciencia. les amo, besitos.

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