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❁; capítulo veintiocho

Harry disfruta caminar hacia su casa de vez en cuando.

Por ejemplo, los lunes en los que Louis tiene que asistir a la reunión informativa con el equipo de fútbol americano, él regresa temprano porque su clase de cocina no le permite quedarse más tiempo. Sus horarios se cruzan y no puede hacerle la compañía que quisiera al inicio de la semana, pero afortunadamente ya se acoplaron a esa pequeña modificación en su rutina.

Toma el autobús que lo deja a unas cuadras del fraccionamiento y transita por la acera, organizando mentalmente las actividades que debe realizar en cuanto llegue a su hogar. Generalmente tiene que acomodar el uniforme para su clase, aún posee ese mal hábito de no ordenar sus cosas con anticipación.

El trayecto le funciona como un corto período de relajación, el aire que circula le despeina los rizos pero es algo que no le interesa, pues está muy ocupado admirando el lindo ramo de rosas que le fue obsequiado esa mañana y no tiene tiempo para disgustarse por la forma en que el viento le pega en la cara.

En las últimas semanas, Louis ha sido lo triple de atento con él. Los detalles se han vuelto más frecuentes de lo normal y lo ha llenado de regalos a diario.

Entre ramos de preciosas flores, sus golosinas favoritas, peluches de diferentes personajes que ama y bombones cubiertos de chocolate, Harry piensa que pronto no tendrá dónde acomodar tantos presentes en su habitación. Por supuesto, no es algo que le moleste, de hecho aprecia mucho cada cosa que su novio le regala, pero tampoco puede decir que se siente totalmente cómodo con ese cambio tan repentino.

Para aclarar las cosas, la situación no es mala en absoluto. Ama mucho de ser mimado por Louis; le encanta que él lo conozca tan bien que pueda elegir las galletas perfectas o el peluche ideal que represente su animal favorito. Esas acciones tienen un gran significado para su relación, y claro que las valora y ama.

Sin embargo, aunque lo aprecie, en su interior lucha con una sensación que le impide disfrutar de todas esas muestras de cariño.

Es un sentimiento extraño que honestamente ha estado causándole insomnio durante días. Quizás parezca una tontería, pero no puede evitar pensar que tantos regalos podrían tener algo negativo oculto detrás de ellos.

No quiere desconfiar ni pensar mal; jamás pondría en duda el amor que recibe. Simplemente, le desconcierta la repentina necesidad de llenarle de tantas cosas materiales y le gustaría entender de dónde ha surgido ese impulso.

La comunicación es su recurso más valioso para resolver problemas. Nunca se ocultan nada y poseen un entendimiento perfecto que les ha mantenido a flote durante años. Por lo tanto, él sabe que debe encontrar el momento ideal para plantearle dichas inquietudes a su novio y cuestionarle sobre la súbita avalancha de obsequios.

Al cruzar la valla de su jardín y encaminarse hacia la puerta de su casa, se hace la promesa de abordar el tema con Louis tan pronto como tenga la oportunidad, pero por ahora, su clase de cocina lo aguarda.

Desde que abre la puerta principal, el aroma a comida recién hecha le penetra por las fosas nasales, lo que significa que su madre se encuentra en la cocina y antes de subir a su habitación, debe de pasar a saludarla.

Cuando se asoma por el umbral de la puerta abierta y ve a su progenitora de espaldas, concentrada en mover el cucharón dentro de una olla, una sonrisa se pinta en sus facciones.

—Mamá, ya llegué —anuncia, mientras se acerca hacia la isla de mármol que tienen al centro de la cocina—. ¿Cómo estás?

La bella mujer voltea por encima de su hombro para saludarlo, lanzándole un beso sin desatender su tarea de menear la sopa que prepara.

—Hola, pimpollo —Le responde, y también eleva las orillas de los labios—. Todo fantástico, ¿a ti como te fue?

—Bien, mi día estuvo tranquilo hoy —relata, al colocar cuidadosamente el ramo de flores sobre la superficie pulida de la isla—. ¿Me prestas un florero?

—¿Otro? —Sus cejas saltan hacia arriba, con un poco de sorpresa, pero después señala hacia una de las gavetas superiores—. Revisa ahí, creo que todavía tengo uno de vidrio.

Él asiente y no tarda nada en aproximarse para revisar el interior del mueble.

Mhn... No hay nada —anuncia, al reparar que el espacio únicamente guarda algunos tarros de vidrio y varios vasos de cristal—. ¿No lo tienes en otro lado?

—No, amor, ya no tengo vacíos —farfulla, volviéndose hacia él con los labios torcidos—. Todos están en uso.

—¿Ni de plástico?

—Tampoco, el último tiene los tulipanes que Lou te dio hace cuatro días.

Bien, ese sí es un pequeño dilema.

La cantidad de flores que ha recibido en menos de tres semanas es alucinante. Continuamente se encuentra revisando todos los ramos esparcidos por su sala, comedor y estancia para reemplazarlos con los nuevos, retirando los que desafortunadamente comienzan a marchitarse.

Hoy tiene que repetir la acción y determinar cuál puede cambiar por el hermoso conjunto de rosas que le ha entregado esta vez.

—Por cierto, te llegó un paquete en la mañana —retoma Lisa, mientras sazona su exquisita sopa con algunas especias—. Lo dejé encima de la mesa.

Ante el anuncio, Harry arruga las cejas con confusión.

—¿Un paquete? —pregunta, ya que no recuerda haber realizado ninguna compra en línea—. ¿De dónde?

—Lo trajeron por DHL.

En un acto involuntario, se lleva la mano a la cabeza y se rasca, tratando de recordar qué diablos pidió. Según su buena memoria, ese mes ha sido responsable con su dinero y no ha gastado en cosas inservibles.

Por ello, decide ir en busca del misterioso paquete, saliendo apresuradamente de la cocina con la duda nadando en su cabeza y al enfocar una caja mediana de cartón sobre la mesa del comedor, su entrecejo se frunce maquinalmente.

Lee la etiqueta que está pegada a la caja, confirmando que, efectivamente, lleva su dirección y nombre completo.

Muerde su labio inferior mientras intenta rebobinar mentalmente la cinta de sus recuerdos, pero al no encontrar el comienzo del hilo, se ve obligado a abrir el paquete para descubrir su contenido, teniendo cuidado al hacerlo porque es consciente de que podría contener algo frágil. Rompe cuidadosamente los sellos, levanta las pestañas de cartón con calma y saca el relleno que le impide ver el contenido de la caja.

Entonces, sus ojos se abren tanto que parecen dos platos llanos cuando ve la tapa de un libro asomarse en el interior del paquete y sus labios forman una circunferencia al descubrir que se trata de un famoso recetario de cocina que vio en línea semanas atrás.

Había planeado comprar pronto esa fantástica colección de recetas, pues le sería de gran ayuda en sus clases y solo estaba esperando reunir el dinero necesario para hacer el pago.

No obstante, ahora lo tiene en sus manos, como un regalo enviado por la misma persona que le ha entregado el ramo de rosas por la mañana.

Louis. El responsable de esa compra es Louis y no hay duda de ello.

—¿Y bien? —La voz de su madre rompe su ensimismamiento, devolviéndolo al mundo real—. ¿Qué compraste?

Él parpadea y enseguida la observa, mostrándole el libro que tiene la imagen de un exquisito pastel en la portada.

—Un recetario, lo vi en internet hace unas semanas, pero no lo pedí yo —aclara.

—¿No lo hiciste?

—No...

Lisa se acomoda un mechón de cabello que le cae sobre la frente y sonríe de lado, intuyendo de inmediato quién es el responsable de esa entrega inesperada a su vivienda.

—¿Fue Louis? —pregunta, extendiendo la mano para solicitar la compilación de preparaciones culinarias—. ¿Él te lo compró?

—Sí, lo hizo —Le entrega el libro, antes de recargarse en el filo de la mesa—. No sabía que lo había pedido.

Uhm, pues es un lindo detalle de su parte, ¿no? —Entrecierra los ojos para leer lo que está impreso en la parte posterior del tomo—. ¿Por qué no estás feliz?

—Lo estoy, claro que lo estoy —pronuncia, aunque el resoplido que suelta contradice su afirmación—. Es solo que... ¿No es raro?

Su madre hace una mueca, reservando su contestación por unos segundos y al final se encoge de hombros, observándolo con las cejas levemente alzadas.

—¿Por qué piensas qué es raro? —inquiere, después de devolverle su recetario nuevo.

Harry se queda callado, echándole un vistazo al libro de cocina y suspira, imitando la acción de subir los hombros con desgano.

—Pues... no lo sé —tararea, al hundirse los dientes en ambas mejillas internas—. Lou siempre ha sido muy atento conmigo, pero estos días ha invertido demasiado dinero en mí.

—Eso lo he notado, llevas semanas llegando con flores casi todos los días y te ha regalado más cosas de lo común —Con el codo, ella le da un suave golpe en la costilla—. ¿Todo está bien entre ustedes?

—Sí, creo que sí —Su semblante refleja un atisbo de preocupación al divisar a su madre—. No hemos peleado ni discutido.

—Entiendo. —Lisa asiente, y en un gesto de cariño, le pellizca dulcemente la mejilla—. Solo recuerda que si algo te inquieta, debes hablarlo, ¿bien?

Tal vez Louis conozca realmente bien a Harry, pero por claras razones, su madre es quien siempre sabrá más de él.

Ella lo trajo al mundo y tiene ese instinto que todas las progenitoras poseen. Lisa sabe reconocer cuando algo está bien con su retoño y cuando algo no lo está, incluso antes de que él mismo sea consciente de ello.

Harry piensa que es escalofriante pero a la vez hermoso. Por ello, solamente le da un beso tronado en la mejilla, recoge el desorden que hizo al abrir su paquete y, sin decir una palabra más, se encamina hacia las escaleras para subir a su habitación con el recetario entre las manos.

Sube los escalones de dos en dos, llegando más rápido a su recámara y cuando finalmente entra a ella, lo primero que hace es colocar su más reciente regalo sobre el escritorio. Lo analiza en silencio, pasando saliva cuando siente que algo en su pecho se vuelve molesto y se sumerge los dedos entre los rizos, pensando seriamente en sí de verdad todo está tan bien como él cree.

Posa los ojos en su cama, admirando el gran número de peluches que permanecen cuidadosamente acomodados sobre el edredón. Luego, continúa escaneando sus repisas, ahora llenas de discos, libros y figuras coleccionables. Hay collares nuevos en su joyero, pulseras, anillos y hasta relojes. Los floreros en su casa están repletos, su cuarto está a tope y su closet tiene al menos diez prendas con etiqueta que todavía no ha podido usar.

Repentinamente se siente abrumado, o de alguna forma similar que no sabe como definir, así que debe sentarse en el borde de su cama porque percibe la urgencia de tomarse un respiro. Inhala y exhala unas tres veces antes de dejarse caer de espaldas para mirar al techo, mientras intenta encontrar una explicación lógica a las mil preguntas que lo aquejan.

Se recuerda a sí mismo que no debe saltar a conclusiones precipitadas. Trata, aunque con dificultad, de evitar pensar que Louis podría sentirse culpable por algo y por eso lo está tratando con tanta consideración. No, eso sería casi imposible. Sin embargo, se siente terrible, increíblemente mal por siquiera dudar de su pareja, pero los cambios repentinos como estos traen consigo una serie de incógnitas que le están causando un malestar profundo en el estómago.

No, no, no. Se niega rotundamente a creer que haya cosas turbias ocultas bajo la superficie.

Y bueno, el susto que se lleva al oír tres toques en su puerta basta para que, por un minuto, deje de lado la tormenta que lo empapa.

Louis está ahí, asomando la cabeza por el marco de la puerta de esa manera encantadora que Harry adora, como si estuviera buscándolo cual niño pequeño para salir a jugar y con esa sonrisa que durante tanto tiempo ha amado ver.

—¿Ratón? —Su jugador favorito musita, las esquinas de sus ojos arrugándose con blandura—. ¿Puedo pasar?

Él inspira, irguiéndose sobre su edredón y tomando asiento a la orilla del colchón.

—Sí, entra —autoriza, manteniendo una sonrisa cálida—. ¿No tenías reunión con el equipo?

—La suspendieron porque el entrenador tenía una junta con el resto de los profesores en la dirección —explica, al tiempo en que ingresa al reconfortante cuarto adornado con paredes pintadas de color lila—. Te envié un mensaje e incluso te llamé para decirte que te alcanzaría aquí, pero no me respondiste.

—Traigo el celular en la mochila, amor, lo lamento.

Instintivamente, la boca de Louis se contrae en un mohín.

Mhn, supongo que está bien —murmura en voz baja, vislumbrando el recetario que pidió por Amazon en el escritorio de caoba—. ¡Ya te llegó!

La cabeza de Harry se mueve lentamente para afirmar y la curva de sus labios se vuelve un poco más marcada.

—Sí, mi mamá lo recibió en la mañana —Entrelaza los dedos por encima de su propio regazo, permaneciendo en una posición raramente rígida—. Muchas gracias, Lou, no lo esperaba.

—¿Este era el que querías, no? —Sujeta el libro de cocina que todavía está cubierto por su respectivo plástico protector y lo examina desde diferentes ángulos—. Dime que compré el correcto.

—Sí, lo hiciste, ese fue el que vi la semana pasada —confirma, al relamerse el contorno de los labios—. Gracias, en serio.

A pesar de que el menor está muy agradecido, su tono al hablar es tan apagado que resulta poco convincente.

Louis lo nota al instante y en consecuencia, lo mira con natural desconcierto.

—¿Pasa algo? —indaga, mientras coloca el recetario nuevamente sobre el mueble.

—¿Perdón?

—Pregunto si te pasa algo, bombón —reitera, acercándose con pasos cortos hasta colocarse frente a él—. No luces feliz, ¿qué tienes?

El rizado traga ruidosamente, sintiendo cómo esos ojos azules lo escrutan de un modo que pone en alerta todas sus terminaciones nerviosas y sus latidos se incrementan, como si estuviera a punto de descender desde el punto más alto de una montaña rusa.

Se plantea las mismas interrogantes que le han estado causando tantos dilemas. Una vez más, se siente mal por siquiera estar considerando esas ideas, terriblemente culpable por desconfiar.

No obstante, en este punto de las circunstancias, ya no hay mucho que hacer y solo tiene la opción de seguir el consejo de su madre.

Comunicación. Ellos siempre la han tenido, y esta vez no será la excepción.

—En realidad, creo que yo soy el que debe hacer esa pregunta —farfulla, reuniendo valor porque ya no quiere darle más vueltas en falso al asunto—. Dime, amor... ¿Pasa algo?

Debido a la drástica desviación que sufre la conversación, Louis plisa la separación entre sus cejas.

—¿Algo cómo qué? —Parpadea, aturdido por la ausencia de comprensión del tema.

—No lo sé, desde hace días estás actuando diferente conmigo y me gustaría saber la razón.

De nueva cuenta, las pestañas del mayor se barren con prisa, tratando de pillar el contexto de la mención y buscando una pista en la mueca que Harry ha plasmado en sus bonitas facciones.

Según él y a su criterio, su relación ha ido maravillosamente. Le ha dedicado más tiempo de lo normal, le ha llenado de hermosos presentes y está a punto de convertirse en cliente preferencial de la floristería que visita al menos tres veces a la semana.

No ha dado oportunidad a que Harry tenga tiempo de pensar en alguien más, se ha esforzado mucho por demostrarle que él es la persona correcta y se ha desvivido por dejarle claro que el amor que siente es incondicional. Ha hecho todo lo posible para hacerle ver que no hay otro chico en el mundo que pueda quererlo de la misma manera. Está dispuesto a ser lo que sea que le pida, a convertirse en lo que sea que necesite, con tal de que esté bien.

Y sí, por desgracia todavía tiene miedo.

Aun recuerda las intimidantes palabras de Finn, su actitud tan soberbia, y su prepotencia al decir que a veces, hay cosas que valen más que los mismos sentimientos. ¿Quizás lo que le ha dado a Harry no es suficiente? Mierda, no lo quiere arruinar.

Louis se ha dado cuenta de que ambos están en una etapa diferente. Ya no son unos críos, ya no llevan solo un año de noviazgo; las cosas son mucho más serias ahora y, gracias a ello, deben evolucionar en diferentes ámbitos para seguir creciendo juntos.

¿Debería buscar otro trabajo para poder cubrir más gastos? Tal vez esa podría ser una gran idea. Su trabajo de fines de semana en la tienda de videojuegos no está mal, pero es posible que pueda conseguir algo mejor si se lo propone. O tal vez, con un aumento en las horas de trabajo, podría generar más ingresos y destinarlos a su novio.

—¿A qué te refieres con diferente? —Se atreve a interrogar, sentándose también al borde de la cama—. ¿He hecho algo mal?

Harry aspira una bocanada de aire y niega, sin sacarle la mirada de encima.

—No, todo lo contrario —Tranquilamente, ubica la palma abierta sobre su rodilla y la da un leve apretón—. Es solo que llevas varias semanas comprándome un montón de cosas, todo lo que veo en el centro comercial y hasta lo que tu consideras lindo para mí, ya está aquí en la habitación...

En contraposición a su extensa explicación, obtiene un sutil encogimiento de hombros por parte del mayor.

—¿Y eso es malo?

—Supongo que no —Deja caer la cabeza hacia un costado, buscando las palabras correctas para seguir—: Desde que nos conocimos me has mimado demasiado, solo siento que esta vez es diferente.

La nariz de Louis se arruga, pues no está entendiendo el trasfondo de la plática.

—¿Diferente? —indaga, dejando traslucir un leve tinte de confusión.

—Sí, siempre me haces regalos sin razón y eso es algo muy lindo... Pero últimamente siento que estás basando tus muestras de cariño en cosas materiales.

El ojiazul frunce aún más el entrecejo, pues nunca pensó que ser detallista podría causar algún problema en su relación.

—¿Está mal que te de flores o que te compre algún anillo que me gustó para ti? —No puede ocultar una expresiva indignación ante su reacción—. Para eso trabajo, Harry, para darte todo lo que me pidas.

—Es que yo no te pido nada, Lou —masculla, y su pecho se hincha cuando jala aire por las fosas nasales—. Dime la verdad, ¿qué es lo que sucede?

—No ocurre nada, ¿por qué-...?

—¿Ya no quieres estar conmigo? —Lo corta de filo, sin permitirle que continúe con lo que piensa decir—. ¿Estás haciendo esto porque me vas a dejar y sientes culpa al hacerlo?

—¡¿Qué?! —exclama, escandalizado, moviéndose inquieto en el filo del colchón y sacudiendo la cabeza de un lado a otro con vehemencia—. No, ratón, ¿de dónde sacaste eso?

Los labios del menor se entreabren, sintiendo que su garganta se comienza a cerrar lentamente, como si una presión invisible fuera apretándola poco a poco.

Está asustado. Es evidente que teme perder al chico que ha amado desde la infancia. Se siente agobiado por la idea de tener que olvidar al amor de su vida, y su corazón se comprime dolorosamente al imaginar a alguien más abrazándolo. Esa posibilidad es insoportable para él.

Y en el otro extremo del malentendido, está Louis, quien no ha sabido como manejar la inseguridad que Finn le sembró al decirle que hay aspectos que pueden tener más peso que el amor mismo en un noviazgo.

Sí, admite que no fue muy inteligente dejarse afectar por palabras vacías. Sin darse cuenta, cayó en la trampa de intentar comprar el cariño de su novio para retenerlo a su lado, aunque sabía perfectamente que no necesitaba hacer nada de eso porque es claro que Harry lo adora con cada fibra de su ser.

Cometió un error al no hablarlo y actuar de manera precipitada, su impulso lo llevó a intentar cumplir con algo que ni siquiera consideran prioritario. Jamás notó que le hizo creer a su porrista que los regalos que adquirió con las mejores intenciones estaban llenando un espacio que deberían ocupar gestos de cariño genuinos, algo mucho más significativo para ambos.

Maldición. Metió la pata hasta el fondo.

Ahora, lo más sensato que puede hacer es abrazar al ojiverde como si el mundo se fuera a acabar en ese instante, y así lo hace. Lo apapacha, lo estruja y lo envuelve en la calidez de sus brazos, decidido a no permitir que en esa cabeza poblada de rizos sigan anidando pensamientos erróneos.

Lo besa en los pómulos, en las mejillas, la frente y la nariz, antes de detenerse finalmente sobre sus labios. Los atrapa con una suavidad infinita, como si estuviera acariciando una delicada copa de vidrio que teme romper. No utiliza su lengua; no es necesario. El simple roce superficial de sus bocas les eriza la piel a ambos, causando una corriente de electricidad que disuelve sus temores.

Ese beso es un susurro de consuelo, las dudas se desvanecen y son reemplazadas por una bendita sensación de paz.

—Yo no te dejaría jamás, bombón... Y tampoco quiero que pienses que conocí a otra persona —Louis susurra, apenas separándose unos centímetros de su boca mientras lo sostiene por la nuca, presionando sus dedos delicadamente—. Quiero que no te falte nada, te prometo que conmigo siempre tendrás todo y hasta más.

Los parpados de Harry bajan despacio y se acurruca en el abrazo que le brinda un refugio seguro.

—¿De dónde viene esa preocupación? —pregunta, anhelando una respuesta clara.

—El estúpido de Finn —espeta, dejando salir un bufido frustrado—. Hace semanas... Me dijo que a veces el dinero puede más que el amor entre dos personas. Básicamente, me advirtió que no dejará de insistirte, y me dio miedo que te dejara deslumbrado con regalos caros o cosas similares.

Después de exhalar profundamente, el porrista siente la necesidad de romper la conexión física entre ellos y con una expresión difícil de descifrar, lo enfrenta.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Su voz suena a reproche, aunque con un matiz de comprensión—. Tú sabes cuántas veces he rechazado a Finn, tú lo has visto, te he contado sobre la cantidad de obsequios qué le he devuelto porque yo no quiero nada que venga de él...

—Lo sé, lo sé, pero creo que entré en pánico —menciona con sinceridad—. No sé, me sentí... ¿Inseguro? Tal vez, no lo sé, me dio miedo y creí que si yo te daba todo lo que pudiera, tú no tendrías tiempo de pensar en irte con alguien más.

Bien, Harry no puede negar que se siente extrañamente ofendido por esa deducción.

—Yo no soy un interesado... —manifiesta, con una afirmación que no pretende ser tajante.

—¡Lo sé! Eso lo sé, no sé que me ocurrió —Se soba el inicio de la frente porque la cabeza le ha empezado a doler—. Además, quizá también me di cuenta de que perdí muchos detalles contigo...

—¿De qué hablas?

—Esto también me sirvió para darme cuenta de que caí en una zona de confort con nuestra relación, bombón —Debido a la incertidumbre, hace eso de rascarse la parte posterior del cuello—. Tenía mucho tiempo que no te regalaba flores, o que no te traía tus dulces favoritos.

Ese punto también es bastante válido, aunque el rizado no lo percibe como algo perjudicial.

—Sabes que no es necesario que lo hagas —reafirma, pues a pesar de que le gustan mucho los pequeños presentes, no los considera imprescindibles para ser feliz—. No necesitas traerme nada, yo estoy contento si estoy contigo.

Louis lo observa fijamente y pronto entiende por qué tantas personas desean apartarlo de su lado.

El porrista es un ángel hermoso, con un físico sobrenatural y un carisma tan envolvente como una tibia brisa de verano.

—Pero yo amo hacerlo, me gusta mucho procurarte —Lo toma de la mano, queriendo transmitirle que siempre estará presente para él—. Discúlpame por eso, y también discúlpame por no haberte dicho lo que me estaba atormentando.

Y cuando le da un adorable beso en los nudillos, Harry sonríe con las mejillas tintadas de un precioso rubor rosado.

—No te preocupes, cariño, de verdad —Se humedece los labios, antes de ampliar su sonrisa—. Me alegra saber que no me vas a dejar, e igual, discúlpame por haber dudado de ti.

—Estamos bien, ratón. Solo ten en cuenta que no mentí cuando dije que algún día te daré la vida que mereces.

—Ya llegará ese día para ambos. Por ahora, prefiero disfrutar de lo que tenemos hoy.

Eso es lo que tienen que hacer.

Así es como deben vivir: disfrutando cada día, sin dejar que preocupaciones por el futuro los perturben. Porque es un hecho que, si el destino intentara separarlos, hallarían la manera de desafiarlo y continuar escribiendo su historia de amor.

Un amor que nació desde su niñez, en la resbaladilla de un parque.

—¿Quieres que te vaya a dejar a tu clase de cocina? —Louis pregunta, al recordar que las responsabilidades de su ratón son múltiples.

—Me encantaría —Harry contesta, y acto seguido,  recoge del escritorio su nuevo recetario—. Voy a llevarme esto, seré la envidia de todos mis compañeros.

—¿También lo quieren?

—Ajá... Aparte de eso, van a morir cuando sepan que fuiste tú quien me lo regaló.

El castaño entorna los ojos divertidamente, sabiendo lo mucho que le gusta a su novio marcar territorio.

—Estás loco...

—¡Todos ahí se mueren por ti! —parlotea, sacudiendo el libro con un gesto de arrogancia que claramente está actuado—. Me gusta que sepan que yo soy el único que recibe cosas así de tu parte.

—Tú siempre vas a recibir todo de mí, bombón —expresa, haciendo un énfasis sugerente.

En efecto, Harry capta el cambio de tono en la oración y, como respuesta, se inclina para robarle un beso corto, que es solo un anticipo de lo que vendrá más adelante.

—Bueno, lo veremos regresando de mi clase —Le otorga un toquecito en la punta de la nariz, acompañado de un cautivador guiño de ojo—. Voy a cambiarme.

Louis pasa saliva, concentrándose en cómo Harry se estira para bajar su filipina del armario y en la forma en que se agacha para sacar su calzado de la zapatera.

Contempla cada parte de su cuerpo, admirando todo aquello que constantemente toca hasta dejar sus huellas marcadas, y sonríe, reconociendo que no hay nadie en este mundo que pueda tener tanta suerte como él.

Tenerse mutuamente es más que suficiente.

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hii, besties! 💖 aquí reportándome con actualización, ya que se terminaron los shows de louis en México 😭 sigo muy sensible, el away me dejó mal pero eniweis, espero disfruten el capítulo y nos leemos pronto (ahora sí) ❤️‍🩹

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