❁; capítulo treinta y uno
Louis y Harry llevan cerca de veinte minutos sentados en la acera.
Se encuentran en el parque del fraccionamiento, a unos metros de los juegos infantiles donde, tiempo atrás, solían jugar hasta que la noche los enviaba a casa o, en su defecto, hasta que alguno de los dos se lastimaba en alguna torpe caída.
Un silencio sepulcral los somete, resultado del colapso de emociones que el castaño padeció con la noticia del entrenador y, parece que le está costando más tiempo del esperado entender lo que significa haber sido elegido para ir al camp de preparación.
Está sumido en un raro trance. Sus dedos se afanan en arrancar la piel muerta de sus labios, no ha mencionado nada adicional desde que agradeció de manera maquinal las felicitaciones que le dieron en el campo.
El camino de regreso fue incómodo incluso para Harry, pues no existieron intercambios significativos de palabras, no hubo una lluvia de besos como recompensa y ni hablar de alguna propuesta para festejar el increíble anuncio.
Claro que lo entiende; tiene una vaga noción de la ráfaga de pensamientos que atraviesa por la mente de su novio. Es por eso que le ha dado su espacio, sin importar que sean casi las seis de la tarde y simplemente estén ahí, observando a la gente conducir sus automóviles a una velocidad de diez kilómetros por hora, tal como lo dictan las reglas del vecindario.
Lo único malo es que el clima ha seguido empeorando, el viento no para de soplar con fuerza, desprendiendo las hojas de los árboles, y para colmo, el cielo se ha vuelto lo doble de gris, anunciando que la lluvia se aproxima a grandes pasos.
Harry no se ha movido de su sitio a pesar de que el frío le está calando hasta los huesos. Él no es una persona que tolere las bajas temperaturas, constantemente lleva consigo alguna prenda extra para cubrirse en caso de emergencia, pero ese día fue demasiado confiado y no pensó que necesitaría un suéter, así que no llevó ninguno a la universidad.
Pésima idea.
Ahora tiene que ingeniárselas, juntándose lo mayor posible al cuerpo del ojiazul con el objetivo de obtener calor corporal. Se apapacha a sí mismo, frotándose un brazo con discreción porque no quiere delatar su falta de confort térmico y elige descansar la cabeza en el hombro ajeno, mientras se concentra en controlar el temblor natural de su cuerpo.
La cosa es que Louis nunca dejaría pasar desapercibido algo que pudiera perjudicarlo. Lo conoce como a la palma de su mano y aunque esté enfrascado en un bucle de autocrítica, es capaz de detectar cuando las circunstancias se vuelven desfavorables para el.
—Bombón, vamos —murmura, posando una mano sobre su pierna y presionando los dedos con cariño—. Te llevaré a tu casa.
—¿Eh? —Sus párpados suben al escuchar la indicación e impulsivamente, se aparta unos centímetros para mirarlo—. ¿Por qué?
El castaño pestañea despacio y no puede evitar sonreír al notar que su nariz luce dulcemente roja.
Tan precioso.
—Tienes frío, ¿verdad? —Lo rodea con urgencia por los hombros, acercándolo nuevamente al sentirlo tiritar a su lado—. No tienes nada para abrigarte y yo tampoco traje nada que prestarte.
—No, amor, estoy bien —Miente, porque lo que menos desea aquella tarde es separarse de él—. Te lo prometo.
—No te creo, cariño —susurra, al concederle un delicado beso en la sien—. Anda, vamos.
Lamentablemente, Harry se niega a obedecer.
No importa si al día siguiente amanece con un dolor asqueroso de garganta o si una molesta tos le impide conciliar el sueño, no piensa irse sin estar completamente seguro de que Louis está tranquilo.
—Bueno, ¿qué sucede? —Le pregunta, con la voz amortiguada porque mantiene los labios pegados a su pómulo—. ¿Ahora por que no quieres ir a tu casa?
Sus pestañas se baten con lentitud, y sin poderse resistir, hace eso de acurrucarse en ese par de brazos que siempre le entregan una protección inigualable.
—Es que no quiero dejarte solo —establece, ocultando el rostro en la curva de su cuello—. Siento que no estás bien.
—Amor, no hay nada de que preocuparse...
—Es que no has dicho nada desde que salimos del campo, estás distraído y eso me da mala espina.
Louis se aclara la garganta, reprochándose interiormente por haber sembrado, sin querer, una estúpida semilla de inquietud en su porrista preferido.
Siente la necesidad de reconfortarlo, así que lo abraza con más fuerza, como si quisiera fundirse en su delicado cuerpo. Besa sus cachetes, su nariz y su frente, tronando los labios repetidamente, porque debe hacerle saber que todo el revoltijo que tiene en la cabeza es independiente de su relación.
Y bueno, el ojiverde no opone ninguna resistencia, pues es bien sabido que ama las muestras físicas de cariño. Se deja mimar, disfrutando de cada besito que le es repartido por el rostro, y ríe por lo bajo cuando acerca la boca al inicio de su cuello, causándole cosquillas.
Por un rato, ambos olvidan que el cielo está casi oscuro, que los relámpagos ya caen a lo lejos y que los niños que jugaban en el parque han sido llamados a casa antes de que la lluvia se desate.
Ellos están ahí, gozando de su mutua compañía. Amando estar juntos, y demostrándose el amor que se profesan.
—¿Qué vas a hacer sin mí? —Louis inquiere, rozando delicadamente la comisura de esos labios rosas que tanto adora morder—. ¿Vas extrañarme todos los días?
—¿Eh?
—Sí, cuando me vaya a Estados Unidos —reitera—. ¿Qué harás sin mí?
Harry tiene que parpadear varias veces, con rapidez y perplejidad, alejándose apenas lo necesario para poder mirarlo a los ojos.
Razona, captando finalmente el significado de aquellas palabras y como por arte de magia, sus rasgos se iluminan con una felicidad desbordante.
—Dios, ¿eso quiere decir que realmente irás? —pregunta emocionado, sujetándolo de la mano y entrelazando sus dedos.
Los hombros del castaño se alzan y descienden, mientras tuerce la boca en una sonrisa que sirve como respuesta suficientemente clara.
—Por supuesto. —Aún así, lo ratifica de forma verbal ya que no quiere caer en la ambigüedad—. Sería demasiado tonto de mi parte declinar, ¿no?
—Lo sería, cariño —Le concede la razón, colocándose de inmediato la mano libre a la altura del pecho e inhalando profundamente—. Vaya... Al fin puedo respirar bien.
—¿Qué? —Las preciosas arrugas que normalmente adornan el final de sus ojos se hacen visibles—. ¿Por qué?
—¡Porque pensé que tendría que convencerte para que fueras! Te vi muy asustado en el campo y, siendo sincero, creí que considerarías desertar.
Louis se relame el labio inferior, observando con asombro a su chico.
Mierda, la parece fascinante que lo entienda así de bien.
—No te voy a mentir, ratón, al inicio sí pensé en cederle mi lugar a alguien más... —confiesa a su pesar, un poco arrepentido por siquiera haberlo considerado—. Sin embargo, ya lo analicé y creo que esta oportunidad de verdad es mía. Todo esto me da miedo, me causa muchísimo terror dar un paso así de grande, pero supongo que es hora de demostrar que soy un buen jugador, ¿no?
Y por el amor al cielo, Harry jura que está oyendo el más divino de los coros angelicales.
Es la primera vez que percibe una absoluta certidumbre en cada sílaba pronunciada.
—Lo eres, súper Lou —reafirma, tocado por el sentimiento de la admiración que siempre le ha tenido a su novio—. Eres el número uno, que no se te olvide.
Las mejillas del aludido se inflan, ahora están levemente teñidas de rosa.
—Es que yo me quiero dedicar a esto —Inhala y sus labios se tensan por un instante, formando una delgada línea—. Te... te juro que no me veo haciendo otra cosa, yo quiero tener una carrera deportiva, quiero jugar en estadios y que tú estés ahí, como siempre. Quiero que algún equipo se fije en mí.
—Y lo vas a lograr, eso te lo puedo apostar, amor. —En un gesto juguetón, le roza la punta de la nariz con la yema de su índice—. Nadie más que tú se merece ir al camp, tienes un talento nato y eres una promesa para el americano.
Otro suspiro hondo sale de Louis, sintiéndose un tanto abrumado por los halagos, aunque agradecido sinceramente por cada uno de ellos.
—A veces me cuesta aceptar mis propias capacidades, pero ya me he saboteado muchos años y esta vez no lo haré —Su pecho se hincha, decidido a no desperdiciar el beneficio que el destino le ha otorgado—. Cuando me nombraron mariscal, quise renunciar desde el primer día, pero esto es diferente; mi futuro está en juego y debo asegurarlo.
—¡Así se habla! —menciona, con bastante satisfacción—. No te imaginas lo orgulloso que estoy de ti y me da mucho gusto que tu esfuerzo sea recompensado.
—¿Y sabes qué será lo mejor de esto?
—¿Qué cosa?
—Que si todo sale bien, al fin podré darte la vida que realmente mereces.
Y sí, otro de sus principales propósitos emerge de nuevo. Lo expresa sin inhibición, porque él en serio tiene la meta de brindarle un futuro pleno al amor de su vida.
Porque desea su total felicidad, quiere que no le falte nada, que tenga todo en abundancia, y quién mejor que él para ser su proveedor en todos los aspectos.
—Lou, por favor —No obstante, el menor todavía se muestra reacio ante la posibilidad de vivir a costa de otros—. Esto se trata de ti, no de mí...
—No, se trata de nosotros —refuta, intentando parecer verdaderamente firme—. Porque sin ti, yo no sería lo que soy, mucha de la confianza que ahora tengo fue gracias a ti. Dime, ¿quién fue mi primer fan?
—... Yo.
—¿Quién se apareció en mi primer partido a pesar de que me quedé en la banca?
—... Yo.
—¿Y quién consiguió sus primeros pompones para animar mis partidos?
La cabeza de Harry se ladea, y frunce los labios para eludir una traicionera sonrisa al rememorar esos bonitos días.
—Yo, amor.
Siendo honesto, aún extraña sus pompones dorados.
—¿Entonces? —Eleva el mentón, con aires de suficiencia fingida—. ¿Por quién debo obtener un lugar en draft?
—Por ti.
—Hazz...
—¡Lo siento! —Se disculpa con una risa corta, enfatizando su diálogo con aspavientos sutiles—. Pero así debe ser. Yo te acompañaré en cada escalón que subas y festejaré contigo porque te mereces todo lo bueno del mundo. Sin embargo, todo lo que hagas tiene que ser por ti mismo.
Bien, Louis no está muy de acuerdo en eso.
No es que quiera contradecir a su novio, pero tiene claros muchos aspectos, entre ellos la intención de dedicar cada centavo que gane a la futura familia que formen juntos.
Siguiendo el ejemplo de su padre, quien siempre les ha dado todo y más, él aspira a construir un matrimonio sólido basado en el respeto y el amor, así como asegurar una estabilidad económica que les permita disfrutar sin restricciones.
Mucho amor, mucho dinero y mucho sexo.
Esa si es una proyección perfecta, así que probablemente tenga que utilizar una técnica diferente de convencimiento porque no piensa botarla tan fácil.
—Ugh, aguafiestas —Se mofa en voz alta, levantándose con rapidez de la acera y extendiéndole la mano para ayudarlo a ponerse de pie—. Yo quiero hacer muchas cosas por ti y tú no cooperas, ¿de qué se trata esto?
Harry entorna los ojos con burla mientras se levanta, sacudiendo después el polvo que le ha ensuciado los pantalones.
—Es que eres un necio —masculla, afirmando su postura al cruzarse de brazos.
—No soy necio, solo te estoy avisando que no tendrás que trabajar porque yo me haré cargo de ti.
—Ah, ¿sí?
Una ceja del mayor se arquea ante su tono desafiante, y en contestación, estira las comisuras con arrogancia.
—Claro —También entrelaza los brazos, listo para participar en el bendito y desafiante juego—. Serás el lindo esposo que irá a todos mis partidos en los palcos reservados de los estadios y lucirás jodidamente hermoso en las pantallas cuando las cámaras te capten.
El rizado traga saliva, y no habla de la desconsiderada mariposa que vuela en su estómago.
—Mhn, eso no suena del todo mal...
—Voy a comprarte un departamento enorme, voy a llevarte a vivir conmigo y dormiremos juntos todos los días.
—Me gusta, me gusta —tararea, balanceándose tranquilamente de lado a lado—. ¿Qué más?
—Saldremos de vacaciones, viajaremos por tus países favoritos e iremos a las playas más lindas del mundo —expresa, contando cada beneficio con los dedos de su mano derecha—. Te haré el desayuno los domingos, me enojaré contigo cuando demores más de una hora encerrado en el baño y dejaré que acomodes mi ropa por color.
—Perdón, es que me causa conflicto verla revuelta en tu closet.
Louis asiente, porque no le queda más remedio que aceptar esa extraña pero funcional manía del porrista.
—Ya lo sé, bombón —dice, y enseguida lo toma por el mentón, estableciendo un contacto visual penetrante—. Además, prometo que te voy a follar cada que pueda y en donde se te antoje.
Justo en el clavo.
Harry acaba de darse por vencido, dejando caer los brazos a los costados de su cuerpo y echando la cabeza hacia atrás con aparente frustración.
Es un tanto irónico que en ese momento, la primera gota de lluvia le golpee en la cara, mientras él resopla porque todo lo que ha oído le ha derretido el corazón.
—Esto no es justo —Resopla cuando la segunda gotita de agua se le estrella en la frente—. Odio tu persuasión.
—¿Ya te convencí?
—¡Por supuesto!
Ambos desearían tener tiempo para reírse de la absurda situación, pero en lugar de eso, deben correr hacia la casa de Louis, pues la lluvia no les perdona y comienza a caer copiosamente sobre ellos.
Corren a toda velocidad, agarrados de la mano y refunfuñando cuando se percatan de que el agua ha empapado sus tenis en cuestión de segundos. Sus espaldas se mojan bajo el desastroso chubasco, sus cabellos se convierten en hilos de agua que gotean sin cesar y a pesar del frío que se filtra entre sus ropas, las risas que emiten son como destellos de calidez.
Han transcurrido muchos años desde la última vez que jugaron bajo la lluvia, y por eso disfrutan tanto esta tarde, saltando jubilosos en los charcos que ya se han formado en las banquetas.
Es un caos encantador.
Harry se tropieza, manchándose las rodillas con lodo al caer en el jardín de una vecina, mientras que Louis resbala torpemente antes de poder sacar las llaves de su casa, impactando con su trasero en el suelo con un golpe sonoro.
Logran su cometido de entrar a la vivienda, carcajeándose al ver que parecen más una sopa que una persona, pero el jolgorio se detiene abruptamente cuando los progenitores del mayor aparecen en la entrada, mostrándose tan ansiosos que pasan por alto el hecho de que ambos jóvenes están chorreando.
—¿Y bien? —Su madre lo cuestiona, juntando las manos a la altura de su boca.
Louis se relaja, dejando atrás el desquiciante ataque de risa y sencillamente da veloces asentimientos, transmitiéndole a su familia la noticia de su selección.
Julieth chilla de alegría, abrazando a su esposo con efusión, sin ser capaz de contener la felicidad rebosante que siente por el logro de su preciosa creación.
Esa noche, la casa de los Tomlinson tendrá una cena de celebración.
── •∘°❁°∘• ──
El asunto es simple: Louis es pésimo para empacar.
Eso de doblar la ropa no es lo suyo; nunca sabe cómo optimizar el espacio en sus maletas, tampoco es ordenado al momento de acomodar las prendas y todo lo revuelve, al grado de mezclar ropa interior con camisetas.
Sí, es un mal hábito que debe corregir, pero por lo pronto, Harry es su salvación.
—¿Solo vas a llevar una maleta? —inquiere, al ver que efectivamente solo hay una valija abierta sobre la cama.
—¿Debería llevar más? —Incrédulo, el ojiazul devuelve la pregunta, sentándose al borde del colchón.
—Eh... ¿Sí? —Lo observa, con la frente tenuemente fruncida, atónito por su falta de previsión—. Vas dos meses, no quince días.
—¿Y allá no existen las lavadoras o qué?
La palma del menor se estrella contra su propia frente, resignado ante la perspectiva peculiar que su novio tiene sobre los viajes.
—Por Dios —susurra, y apunta hacia la parte superior del closet—. Trae la otra maleta, por favor, yo voy a ordenar todo esto.
Louis se encoge de hombros despreocupadamente, y se dispone a cumplir con la solitud.
—De acuerdo.
—Por cierto, ¿a qué hora sale tu vuelo? —consulta, mientras analiza el montón de ropa mal doblada que anteriormente fue empacada.
—A las diez de la mañana —informa, quitándole el polvo a la valija que acaba de bajar—. ¿Irás conmigo?
—Sí, estaré aquí desde temprano para acompañarte.
—Está bien, mis papás irán a dejarme al aeropuerto, te regresas con ellos.
Con un asentimiento, Harry confirma la opción y se rasca la barbilla al notar que las prendas elegidas son excesivamente limitadas.
—Oye, voy a guardar dos pijamas más, no puedo creer que solo lleves un short para dormir —espeta, empezando a separar la montaña de playeras desacomodadas qué hay en el edredón.
—No necesito más —comenta atinadamente, depositando la segunda maleta a un costado de la primera—, ya sabes que no me agrada tanto dormir con muchas cosas encima.
—Lo sé, pero ni siquiera sabes si tendrás que compartir cuarto con alguien más —puntualiza, andando hacia la cómoda dónde está guardada la ropa para dormir—. Así que dos pijamas, una ligera y una de felpa por si hace frío.
Louis sonríe sin más y toma asiento en el último espacio libre que hay al borde de la cama.
—Como digas.
Después de echarse al hombro los dos juegos de pijamas que cree pertinentes, el rizado se dirige hacia el armario de madera y abre las dos puertas alargadas para empezar a husmear al interior.
—Playeras casuales, un par de camisas formales y algunas hoodies —tararea, descolgando las prendas de los ganchos y enseguida se enfoca en los entrepaños—. Varios joggers, pantalones de mezclilla, y dos conjuntos qué ya elegí por si algún día los invitan a cenar o tienen algún evento importante.
—Oh, bien... —Se rasca la coronilla, observando atentamente cada movimiento del porrista—. Eso no lo pensé.
—Zapatos, tenis, sandalias y tus pantuflas —enumera, repasando con la mirada el calzado acomodado en la zapatera—. ¿Qué más?
—¿Mi ropa de entrenamiento?
—Para eso es la segunda maleta, cariño —Lo contempla, esbozando una angelical sonrisa y le lanza un coqueto guiño de ojo—. En una pondremos todo lo de uso personal, y en otra lo que utilizarás para tus prácticas, ¿de acuerdo?
El mayor exhala, sintiéndose irresistiblemente cautivado por su forma de ser.
—Sí, está perfecto —murmura, al frotarse la cuenca derecha del ojo debido a una repentina comezón—. Me gusta tu orden, lo acepto.
A Harry le complace ayudarle a empacar, disfrutando de ser quien organiza todas sus pertenencias para el viaje, aun cuando sabe que una semana después todo estará nuevamente desordenado.
Coloca toda la ropa que ya eligió sobre la cama y se queda quieto por un minuto, pensando en la estrategia que va a seguir con el fin de optimizar el espacio en la maleta.
—Fabuloso, ahora veamos que metiste aquí —Chasquea los dedos al encontrar la técnica ideal, y luego comienza a sacar todo lo que anteriormente ya se había metido a una de las valijas—. Dos playeras, una sudadera y dos calzoncillos...
Louis muestra su dentadura en una despampanante sonrisa, como si en serio estuviera orgulloso de lo primero que eligió.
—Apenas estaba comenzando —Se jacta, antes de frotarse la nariz—, no me juzgues.
—Eres increíble, hay un desas-...
Repentinamente, el habla del menor se detiene, pues su vista se queda estancada en una prenda realmente peculiar. Inclina la cabeza al analizarla, notando que es muy pequeña y obviamente demasiado ajustada para Louis en la actualidad.
Movido por la curiosidad, procede a extenderla con cuidado, dejando caer la mandíbula al darse cuenta de que esa diminuta camiseta ni siquiera le pertenece a su novio. Parpadea varias veces, sintiendo un nudo en la garganta al ver el apellido Tomlinson mal escrito en la tela y su corazón se sacude, golpeando aceleradamente contra su caja torácica cuando los recuerdos lo ablandan.
—Esto es... —sisea, humedeciéndose los labios porque no sabe qué decir exactamente—. ¿Qué hace aquí?
—Ah, es mí amuleto de la buena suerte —anuncia el castaño con una calma que provoca un escalofrío en Harry.
—Pensé que ya no la tenías...
—¿Por qué? Yo te dije que la guardaría y hasta la fecha, es lo que me ha traído suerte en todos los partidos.
Louis está diciendo solamente la verdad.
Aquella bonita camiseta que su ratón pintó cuando él empezó a entrenar americano, se convirtió en su tesoro más preciado y valioso.
La ha conservado desde entonces porque jamás olvidará esa tarde en que lo pilló junto a Liam y no tuvieron más opción que contarle la odisea que vivieron al intentar pintar la camiseta como muestra de apoyo.
Es uno de los recuerdos más lindos que tiene a su lado.
—Vaya... —Por su lado, el ojiverde se muerde la mejilla interna y arruga la nariz—. Pues Liam tenía razón, me quedó horrenda.
—No, es arte. Y la amo, esta camiseta significa mucho para mi.
—¿Te acuerdas que después de este intento fallido tú me regalaste una con tu apellido?
—Sí, mi mamá me llevó a comprarla.
Harry inspira, y sabe que no puede culparlo por todavía tenerla como recuerdo, ya que en su propio armario también guarda la primera camiseta que le regaló.
—Yo también la conservo, fue un gran detalle de tu parte.
—¿Lo ves? Desde los nueve me tenías locamente enamorado —recalca, recostándose en el estrecho espacio vacío del colchón—. Hacía todo por ti, y después entendí que era porque te quería más de lo que puedes querer a un mejor amigo.
Ahora que lo piensa, puede decir que su relación es una de la más bonitas del mundo.
No cualquiera tiene la dicha de conocer a alguien especial, entablar una amistad sincera, y al final, trascender al auténtico amor. Es un regalo raro y precioso, el tipo de conexión que pocos tienen la fortuna de experimentar.
Y claro que el menor piensa exactamente igual, pues descubrir que su mejor amigo es también su gran amor, fue algo esplendido.
Un privilegio único.
—Te amo, Lou —susurra con una intensidad que le nace del alma y acto seguido, se sitúa rápidamente a horcajadas sobre él—. No me voy a cansar de decírtelo jamás, te amo, amo todo de ti.
Delinea el contorno de su rostro con los dedos, como si quisiera memorizar cada centímetro de sus facciones. Sus ojos se detienen en cada detalle, cada línea que hace único al mariscal y antes de que pueda recibir una contestación igual de romántica, se inclina para besarle, permitiendo que la ternura fluya entre sus labios.
Tan íntimo, romántico y a su vez apasionado.
—Te amo lo doble, ratón —musita sobre su boca, y como no conoce el recato, se aventura a envolver su trasero con ambas manos—. Te voy a extrañar mucho.
Harry solo puede estremecerse cuando siente cómo los dedos de Louis se cierran firmemente sobre sus nalgas, provocando una ola de temblores que recorre su cuerpo entero.
—Voy a llenarte de mensajes diarios... Y si coincidimos por el cambio horario, haremos videollamada, ¿sí?
—Trato hecho.
—Ahora, considerando que tus papás no están y que estaremos alejados por dos meses... —Le susurra, realizando un sutil y provocador movimiento de cadera, logrando un roce tentador con su entrepierna—. Creo que deberíamos aprovechar.
Louis curva los labios, aceptando con entusiasmo la incitante propuesta.
Las maletas, sin duda, pueden esperar.
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-2 💘 besos, besties.
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