❁; capítulo treinta y tres (final)
Para Harry, residir en otro país era una completa utopía.
En su niñez, quizá fantaseó con la idea de vivir en Italia o Brasil, pero nunca lo consideró una meta real ni tampoco lo veía como un objetivo principal a cumplir.
Francamente, jamás dimensionó lo difícil que sería hacer las maletas, ni lo doloroso que resultaría despedirse de sus padres y mucho menos pensó que el miedo a lo desconocido podría afectarlo tanto.
Antes de partir, su madre le advirtió que adaptarse a los hábitos de otra persona sería un proceso realmente complicado y le recordó también que vivir con alguien no era como lo mostraban en las películas.
Sí, las semanas iniciales fueron más allá de lo difícil, tanto para él como para Louis.
El comienzo de esa etapa fue sumamente complicado debido al proceso migratorio, los trámites escolares, la gestión de la residencia y la elección de un apartamento. A esto se sumaron las contrataciones de servicios, las compras semanales de alimentos, además de los drásticos cambios en sus rutinas preestablecidas.
Por supuesto que tuvieron discusiones por tonterías, incluso por dejar la luz prendida del sanitario o hasta por una almohada mal acomodada. Se molestaron cuando Harry olvidó meter el cartón del leche al refrigerador y se pelearon esa vez que Louis no bajó la tapa del excusado.
Hubo un par de noches en las que el ojiazul comenzó durmiendo en el sofá, pero terminó en los brazos de su novio, quien lo buscaba de madrugada para que volviera a la habitación.
En efecto, fueron días grises.
Sin embargo, la convivencia diaria fue tomando un mejor rumbo y poco a poco, se adecuaron el uno al otro. Aprendieron a ser más pacientes, a conservar la calma en ratos de estrés y a no cruzar la línea del respeto por nada del mundo.
No malas palabras entre ellos, no insultos, solo buena comunicación.
Descubrieron la importancia de compartir las tareas del hogar y de encontrar tiempo para disfrutar juntos, ya fuera cocinando la cena o sencillamente viendo una película en la sala. Cada pequeño ajuste y compromiso fortaleció su relación, transformando los problemas iniciales en un vínculo armonioso.
Después de muchas pláticas nocturnas, se hallaron en la cúspide de la pirámide otra vez.
Por las mañanas, Harry se traslada al empleo de medio tiempo que consiguió en una agencia de publicidad y Louis se marcha a los entrenamientos, ansioso por continuar desarrollando las habilidades que tiene como deportista.
En las tardes, ambos regresan a tomar sus respectivas clases en el estudio o la habitación, y al caer la noche, se reúnen nuevamente en la cocina para preparar la cena, mientras conversan sobre cómo les fue durante el día.
Los sábados los dedican a realizar sus tareas escolares y los deberes del hogar, mientras que los domingos los usan como día de descanso o a veces, cuando tienen energía, salen a conocer más de lo que esa ciudad puede ofrecerles.
La tormenta que caía sobre ellos ha cesado, y ahora los rayos del sol brillan con todo su esplendor.
Con tales cambios, ambos sienten finalmente que están en un verdadero hogar. Han transformado el bonito apartamento que rentan en un lugar asombrosamente acogedor.
Y precisamente, en un domingo cualquiera, Harry se ha hecho cargo de recibir una elegante cómoda que compraron en línea; la foto del mueble le encantó desde que la vio, y no vaciló en realizar la compra, pues consideró que era necesario un espacio adicional para organizar su ropa.
—Pueden colocarla ahí, a un costado del sofá, por favor —indica, señalando con el índice hacia el espacio dónde los repartidores deben realizar la descarga—. ¡Esperen! Les quito la maceta.
Al ver que su bonita calathea obstaculiza el camino, se apresura a cambiarla de sitio.
—¿Aquí está bien? —pregunta uno de los dos muchachos cuando el área se encuentra despejada.
—Sí, con cuidado, por favor —autoriza, con una sonrisa amable.
Los repartidores bajan cuidadosamente el mueble, procurando no dañarlo, y lo colocan sobre el impecable piso de duela, evitando cualquier rayón en la superficie.
Luego, uno de ellos sale de la vivienda para volver a la camioneta en la que se transportan y el otro se dirige a la mesa del comedor, donde se encuentra la tabla con el acuse de entrega.
—Disculpa, ¿puedes regalarme tu nombre completo y firma aquí? —inquiere el chico, al extenderle la hoja correspondiente—. También debes escribir la fecha y colocar que el mueble te fue entregado sin inconvenientes, por favor.
El ojiverde asiente felizmente, sin dejar de observar la cómoda de madera, maravillado al comprobar que es aún más amplia en persona.
—Gracias, ¿podrías prestarme una pluma? —cuestiona, recibiendo el acuse impreso que debe rellenar con los datos solicitados—. Es que las tengo en el estudio.
Sin objeciones, rápidamente le es entregado un bolígrafo de tinta azul, permitiéndole así completar el formulario.
Mientras se concentra en el llenado de los campos vacíos, su emoción por la nueva cómoda es tan grande que no se da cuenta de que el repartidor lo mira con un destello sutil, como si estuviera estudiando a detalle su pacífica expresión.
—¿Eres nuevo en este edificio? —Se atreve a curiosear, a pesar de que no es algo que le concierna demasiado.
—Eh, sí, más o menos—Le responde, sin apartar su atención de la hoja—. No tengo mucho tiempo viviendo aquí.
—Lo imaginé, casi siempre hago entregas en este lugar y nunca te había visto.
Harry termina de colocar su firma en el espacio indicado y, alzando la cara, le devuelve el acuse de forma cortés al chico que le ayudó con la entrega.
—Es que me mudé hace un par de meses —informa, quitándole importancia a su reciente llegada a la ciudad—. Aquí tienes, muchas gracias.
—No hay de que —Sonríe con los labios juntos al recibir la hoja, agradeciendo el gesto con una leve inclinación de cabeza—. Y sí, supuse que eras nuevo por acá, yo tengo asignada esta zona para entregas desde hace algunos años y por eso me sorprende que no te haya visto antes.
—¿Te sorprende? —inquiere, dubitativo.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque es claro que recordaría una cara como la tuya —responde con un tono coqueto que, al instante, provoca una mueca de desconcierto en Harry—. No es común ver personas tan lindas por aquí.
En realidad, aquel cumplido genérico resulta bastante incómodo para él.
Tanto, que sin ser demasiado evidente, retrocede un paso, aumentando la distancia con el repartidor.
—Ah... vaya —Trata de estirar las esquinas de la boca hacia arriba, pero en su lugar solo consigue fruncir más la nariz—. Bueno, muchas gracias por la entre-...
—¿Tú cómoda se va a quedar ahí? —El muchacho lo interrumpe, apuntando hacia el mueble que parece estorbar en la sala.
—¿Cómo dices?
—Sí, que si ese es el lugar en el que se quedará el mueble.
Él voltea hacia su nueva compra, e incluso le parece que la pregunta es totalmente absurda.
—Ah, no, no —replica, sacudiendo la cabeza de lado a lado—. Va en la habitación.
—¿Quieres que de una vez la traslademos? —Ofrece, porque considera que el servicio de entrega debe ser completo—. No se te genera cargo extra por llevarla al lugar dónde se va a quedar.
—Gracias, pero todavía no termino de hacerle espacio en la recámara —Esta vez si logra esbozar una sonrisa, aunque de lejos se nota que es forzada—. Más tarde la acomodaremos.
—¿Estás seguro? —insiste, buscando mostrarse lo doble de servicial—. Puedo llamar a mi compañero para que me apoye.
—Así está bien, no te preocupes —Realiza algunos ademanes para declinar la ayuda—. Nosotros la moveremos más tarde.
—¿Nosotros?
—Sí, es que-...
—¡Amor!
Por segunda vez, Harry no logra terminar de hablar, pero esta vez, la razón le resulta totalmente agradable.
Gracias al cielo, Louis acaba de entrar por la puerta principal. En una mano lleva varias bolsas repletas de productos que compró en el supermercado, y en la otra sostiene un hermoso ramo de flores, cuyos lindos colores contrastan con los muros blancos del apartamento.
Su presencia trae un aire de alivio, pues ha regresado a casa en el minuto más oportuno.
—Por fin llegué —Resopla, una vez que deposita las bolsas de plástico y las flores en la mesa del comedor—. Había demasiada gente en el supermercado, las filas estaban interminables...
—Me imagino, cariño —murmura, inspirando con tranquilidad—. ¿Pudiste comprar todo lo de la lista?
—Ajá, además traje algunas cosas extra, de limpieza para el baño —comunica, acercándose a ver el mueble de madera que compraron la semana anterior—. Mira esto, ¡ya llegó!
—Sí, la acaban de traer.
—Es muy amplía, me gusta —Aprueba su apariencia externa, y enseguida voltea hacia el joven de uniforme que permanece a mitad de la sala—. Muchas gracias, ¿debemos firmar algo?
El aludido parpadea, volviendo en sí cuando se enfrenta a esos dos ojos azules que lo observan con simpatía.
—No, no, ya... Él ya me firmó —tararea, apuntando hacia la salida con el dedo índice—. Yo ya me iba, solo preguntaba si requerían que la llevara a la habitación.
—No, aún nos falta organizar el desastre que tenemos, así que por el momento se quedará aquí.
—Bien, perfecto —asiente con un poco de vergüenza, ajustándose la gorra que lleva puesta—. Eso es todo por mi parte. Gracias por su compra.
—Gracias a ti por traerla —Louis pronuncia, e introduce su mano libre en el bolso delantero de sus joggers para extraer su billetera—. ¿Ya le diste propina, bombón?
Harry sacude la cabeza con desdén y no puede evitar soltar una risita irónica al pensar que, si su novio supiera que el repartidor intentó coquetear con él, probablemente no habría considerado darle una propina.
A pesar de sus pensamientos, se limita a mirar en silencio como el joven recibe un billete de diez dólares y, con paciencia, espera a que se retire, siendo escoltado hasta la puerta de la vivienda.
Una vez que están por debajo del umbral, Louis le ofrece un último gesto amable, antes de endurecer su expresión, mostrando un notable descontento.
—Cuidado con lo que haces —espeta, al enganchar sus dedos en el pomo de la puerta—. La próxima vez que vengas a dejar algún pedido aquí, mantente al margen.
A continuación, se escucha un portazo fuerte y estridente que hace sobresaltar al ojiverde.
Se muerde los labios, reprimiendo la sonrisilla que estuvo a punto de asomarse en su semblante al percatarse de que Louis, tras volver a tomar el ramo que probablemente trajo de la floristería cercana, se dirige de nueva cuenta hacia él.
—Estás son para ti —farfulla, haciéndole entrega de las veinticuatro bonitas rosas de colores variados—. Espero que te gusten, amor.
En ese instante, todo el cariño del mundo comienza a burbujear en su interior.
Es una maravilla que su hogar esté siempre adornado con ramos de flores frescas, todas ellas producto de los obsequios qué jamás le hacen falta.
¿Cómo podría tener ojos para alguien más?
Imposible.
Tiene a su superhéroe en casa.
── •∘°❁°∘• ──
—¡Mira esta! Creo que fue en tu fiesta de diez años.
Louis lanza un vistazo hacia la peculiar fotografía que Harry le muestra en el álbum de fotos y sonríe de medio lado, asintiendo con suavidad.
—Ese día fue cuando te caíste del trampolín —agrega, rememorando el tremendo susto que se llevó por culpa de dicho accidente—. ¿Te acuerdas?
—Sí, fue cuando salí volando porque uno de tus primos brincó a lado mío —masculla, riendo bajo al recordar el caos que provocó aquella vez debido a su escandaloso llanto—. Aparte se me cayó el diente que tenía flojo.
—Cierto, te quedó una ventana enorme en los dientes de arriba.
—Pero tuvimos dinero al día siguiente porque lo dejé bajo la almohada.
Un suspiro brota de los labios del mayor, reviviendo cada instante inmortalizado en las fotografías del álbum, mientras continúa pasando cuidadosamente el secador de cabello sobre la sedosa melena rizada que tiene enfrente.
—¿Esta de que fue? —cuestiona, al ver una imagen donde los dos están sentados en las gradas de una enorme carpa—. ¿Alguna celebración en especial?
—No, fue cuando me regalaron boletos en la escuela para ir al circo —Se rasca la sien, recapitulando exitosamente el origen de esa foto—. Yo te invité.
—¡Cierto! Fue cuando hubo un espectáculo increíble de contorsionistas.
—Así es, ese día nos divertimos mucho y comimos un montón de chucherías.
—Te enfermaste al día siguiente, ¿no?
Harry resopla, torciendo la boca en un gracioso mohín porque todavía se acuerda de lo mal que la pasó luego de haberse comido dos botes completos de palomitas.
—Sí —bufa—, ni siquiera fui a clases.
—Y yo fui a cuidarte cuando volví de las mías —Pasa el cepillo con delicadeza por sus tirabuzones, eliminando los nudos uno a uno—. Esa tarde tu mamá me enseñó a preparar té.
—Vimos una película, ¿cierto?
—Ajá, y te dormiste como a los veinte minutos.
Hay cosas que Louis nunca podría olvidar.
Existen un montón de momentos que viven grabados en su mente, y casualmente, la mayoría gira en torno al pequeño retoño que se topó en el parque cuando se mudó al fraccionamiento.
En aquel entonces, jamás le pasó por la cabeza que ese niño de ojitos verdes se convertiría en su mayor motivo para salir adelante. No pensó que ese pequeño que le preguntó si quería deslizarse por la resbaladilla se transformaría en un pilar elemental de su bienestar y sobre todo, no creyó que algún día compartirían un hogar, viviendo juntos y siendo algo más que amigos.
Ahora, le parece increíble estar en la misma habitación, utilizando pijamas a juego y preparándose para descansar en la misma cama. Sus noches son tan cotidianas que parecen un sueño hecho realidad.
Y vaya que lo agradece.
—Ya terminé —avisa, al presionar el botón de la secadora para apagarla—. ¿Así está bien?
El rizado deposita el álbum cerrado sobre el tocador y se mira al espejo, evaluando que no haya rastro de humedad entre los mechones de su cabellera.
Cuando comprueba que todo está en orden, sube el pulgar derecho.
—Sí, cariño, ya quedó.
Louis silba, enredando el cable del aparato antes de dejarlo sobre el tocador de su novio.
—Perfecto —Estira un solo brazo y realiza un par de movimientos para desentumir sus músculos—. ¿Podemos ir a dormir?
—Claro, ya es hora —Bosteza, sin preocuparse por cubrirse la boca—. Me están pesando los párpados.
—A mí también —Arrastra sus pantuflas por la duela hasta llegar al lado que le corresponde de la cama—. Por cierto, ¿mañana sí podrás ir conmigo?
—Sí, amor, ya pedí permiso en el trabajo.
—¿No tuviste problemas por eso?
Harry se levanta del taburete, acomodándose el short de su pijama y niega ante la cuestión.
—Grecia me ayudará con los pendientes —responde, andando hacia el extremo izquierdo del colchón—. Le dije que tenía una cena importantísima contigo y me dejó cubrir esas horas después.
—Que bueno, ratón —Se tumba sobre la superficie mullida, su cuerpo rebotando ligeramente—. No podemos faltar al festejo del coach.
—Me muero de ganas por ir —confiesa, encendiendo la lámpara que tiene en su buró—. La última vez que te acompañé la pasé bien, ya quiero ver de nuevo a Valery y a Martina.
Después de exhalar, el mayor contempla a su chico con una sonrisa casi imperceptible.
—Ellas si fueron amables contigo, ¿verdad?
—Sí, de hecho, fueron las únicas que me hablaron —Aplasta los labios en una sonrisa torcida y después se encoge de hombros—. Las demás parejas de tus compañeros se comportaron... un poco maleducadas.
Louis no lo dice, pero en el fondo siente una punzada en el estómago al recordar cómo han sido tratados por algunas personas desde la primera reunión a la que asistieron.
Como miembro oficial de la franquicia, ha empezado a recibir invitaciones a eventos exclusivos, y ha intentado sobrellevar las miradas inquisitivas que a veces recibe, junto con los comentarios desatinados sobre su orientación sexual.
Lo peor del asunto es que las actitudes despectivas no provienen de sus compañeros, sino de sus parejas, quienes parecen pensar que, por ser homosexual, no tiene derecho a formar parte de una liga tan importante.
Y lo que más le duele de la situación, es que Harry también ha tenido que soportar ese desprecio, escuchando la risa de las personas que lo consideran solo un muchacho inocente y además, lo etiquetan como un desubicado que tendrá que regresar a su país cuando sea reemplazado por alguien más atractivo.
La crueldad que enfrenta es innegable, pero el ojiverde ha aprendido a no dejarse afectar por esas nimiedades.
Ya superó la etapa en la que se sentía avergonzado por pensar que era diferente, cuando las burlas hirientes de los niños lo lastimaban. Esos días de tristeza y inseguridad han quedado atrás.
Hoy en día, ha forjado una fortaleza interior que le permite enfrentar ese tipo de cosas sin que le afecten y ya no permitirá que la ignorancia de la gente lo derrumbe emocionalmente.
En fin, cosas sin relevancia.
No obstante, entre esas frívolas reuniones, destaca el valioso apoyo que ha recibido de Martina y Valery, quienes han estado a su lado desde el primer día que las conoció.
Ambas están casadas con jugadores que ya forman parte de la plantilla oficial del equipo y, pese a que son mujeres imponentes, con una presencia que impresiona a cualquiera, han sido sumamente amables con él.
—No hagas caso, bombón —El mayor solicita, palmeando el lado libre de la cama para indicarle que ya se recueste—. Casi todas viven en las nubes.
Tras apagar las luces de la habitación, Harry obedece, acomodándose entre las cobijas y ajustando la almohada con el fin de encontrar la posición más cómoda.
—Da igual —Bosteza al acurrucarse, descansando su cabeza en el pecho de ajeno—. Cuando yo esté en esa faceta de esposo millonario... No voy a ser un insufrible que mire por debajo del hombro a la gente.
Al oírlo, Louis se limita a reír por la nariz.
No añade palabra alguna; simplemente se mantiene callado, con la mirada fija en el techo de la recámara mientras se sumerge en una silenciosa reflexión, recorriendo el eco de la promesa que se hizo a sí mismo.
Esa noche, reitera el compromiso de brindarle a su ratón una existencia privilegiada, independientemente del esfuerzo requerido. De nuevo, se compromete a proporcionarle un entorno seguro, a servirle con dedicación perpetua y a garantizarle un futuro repleto de amor, placer y comodidades.
Porque Harry ha sido la persona que lo ha acompañado en el proceso, que ha estado con él desde el inicio y es el único que disfrutará de los frutos que seguramente van a cosechar.
Y es que todavía le parece irreal que, a pesar del miedo que les sometió en el pasado, no retrocedieron. Optaron por arrojarse al pozo de sus emociones, conscientes del riesgo que esto conllevaba, pero igualmente ansiosos por descubrir el resultado de su decisión.
A medida que sus corazones se abrieron el uno al otro, comprendieron que tenerse mutuamente era el mayor regalo que el destino les había ofrecido. Si su amistad se convirtió en amor, entonces siempre estuvo destinado a ser así.
Es por eso que esa noche están ahí y continuarán estándolo, día tras día.
❁ FIN ❁
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🫂🩵 esta vez las palabras de agradecimiento vienen en el epílogo, esperenlo en unos días.
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