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❁; capítulo nueve

Harry está llorando en el salón de clases.

Sus cachetes permanecen mojados por el llanto que ha desbordado sobre ellos, tiene los párpados realmente hinchados, la nariz casi tan roja como una fresa madura y sus ojos están cristalizados a un extremo en dónde ya no distingue nada de lo que sucede a su alrededor.

Una mano le está frotando la espalda en círculos imaginarios, ofreciéndole algo de calma, pero él no consigue estabilizarse de ningún modo.

Se encuentra desplomado en su pupitre, tratando de ocultar su horroroso aspecto entre los libros de geografía e historia mientras los hipidos salen incontables veces de sus labios.

—Hazz, cálmate —Liam murmura, sin detener el suave toque por encima del suéter escolar—, respira, por favor.

Su preocupación es obvia, nunca lo había visto llorar con tanto sentimiento.

—¿Dónde está Louis? —En medio de un sollozo amargo, le pregunta—. Quiero a Louis...

—Te acompañaré a buscarlo, pero primero debes tranquilizarte —Le solicita, con un nudo enorme atorado en la garganta—, necesitas calmarte, te prometo que todo se va a solucionar.

—No, no es justo —Nuevamente cierra los ojos y otra tanda de lágrimas cae por sus pómulos—, yo no le hice nada a Tony.

—Lo sé, tú no tuviste la culpa —Suelta un suspiro corto al lamentarse—. Lo acusaremos con la profesora, ¿sí?

El menor esnifa, removiéndose encima de su banca y su labio inferior se crispa hacia afuera.

—Es que no entiendo por qué le caigo tan mal —farfulla en voz muy baja, apenas perceptible—, jamás le he hecho nada, ni siquiera vamos en el mismo grado.

—No lo escuches, ya sabes como es, por eso no tiene amigos —Empieza a repartir nuevas caricias en sus mechones ondulados—. Ya no volverá a molestarte, te lo juro.

Harry emana un resuello, rogando en sus adentros que así sea.

No está acostumbrado a los malos tratos, generalmente mantiene una relación amigable con todos y es un niño muy querido por la mayoría de sus compañeros.

No se involucra en líos, no suele causarlos y le parece ilógico que Tony tenga algo en su contra únicamente por existir, puesto que jamás se ha metido en asuntos que no le corresponden.

Ya no quiere tener problemas con él.

—Mi mamá me va a regañar —deduce, después de sorber por quinta vez la nariz—, ¿qué le voy a decir?

—No, no te va a regañar —Frunce la boca, acongojado—. Solo tienes que explicarle lo que suce-...

Inesperadamente, la puerta del aula es abierta de un solo empujón, ocasionando que la frase de Liam se quede a medias.

Un fuerte sonido rebota por las cuatro paredes construidas y los dos niños al interior del salón se sobresaltan de manera simultánea, dando un pequeño brinco en sus respectivos lugares.

Como por arte de magia, la silueta de Louis aparece bajo el dintel.

Y no, él no hubiese querido hacer una entrada tan dramática, pero la fuerza que aplicó al abrir resultó excesiva y fue incapaz de sostener el picaporte a tiempo para evitar que la puerta de aluminio impactara en seco con el muro.

Tiene que poner una expresión de disculpa, tratando de disolver el susto que generó con su abrupta llegada y su semblante recobra la preocupación en cuanto nota que los lindos ojos verdes de Harry están irritados.

—¿Por qué no saliste al receso? —Se apresura a indagar, mientras camina velozmente hacia su pupitre—. ¿Por qué estás llorando? ¿Qué te pasó?

El menor pestañea, sintiendo que el llanto lo va a traicionar de nuevo.

Debe controlar sus asquerosas ganas de sollozar, porque de lo contrario no podrá explicar nada.

—Lou —susurra, luego de tragar saliva con dureza y agacha la cara—. Yo no-... es que...

—¿Qué te pasó? —Repite la pregunta, cuando finalmente se frena a un lado de la banca—. Háblame, Hazz, ¿qué sucede?

Harry se encaja los dientes en la mejilla interna, tomándose un momento para respirar profundamente antes de intentar hablar.

Sin embargo, al separar los labios, solo logra liberar un agudo chillido que asusta a sus amigos. Una vez más, comienza a temblar, sus párpados caen y se quiebra por dentro, permitiendo que una nueva oleada de lágrimas fluya, ya sin interés alguno en contenerlas.

El giro drástico de la situación ha tomado desprevenido a Louis.

Prefiere ahorrarse las sílabas reconfortantes que rebotan en la punta de su lengua e inmediatamente se inclina por envolver al querubín rizado en un abrazo, permitiéndole esconder el rostro en su pecho y le deja liberar toda esa melancolía, mientras él asume la responsabilidad de protegerlo.

Y por Dios, piensa que su corazón se va a partir en cualquier segundo.

Odia por sobre todas las cosas escuchar a su mejor amigo llorar de ese modo, es de las peores cosas que le pueden suceder.

—¡¿Por qué está así?! —Se ve en la penosa obligación de interrogar a Liam—. ¡En la mañana estaba muy feliz!

No entiende que es lo que le arrancó la sonrisa a su ratón.

Cuando iban en camino al colegio, todo parecía marchar bien.

—Es que Tony vino a molestarnos en el receso —El chiquillo le contesta con honestidad—. Él lo arruinó todo.

—¿Otra vez?

—Sí...

—Ya les hemos dicho que lo ignoren, ¡es un bobo y no sabe lo que dice!

—¡Lo ignoramos, te juro que no le hicimos caso! Pero se burló de Harry porque ya es parte del equipo de porristas, ¡de nuevo lo llamó niña!

La oración final hace que Louis inhale profundamente.

Está harto, verdaderamente cansado de la antipatía de Tony. Ya no aguanta su pésima actitud y no va a tolerar ni un insulto más hacia la persona que más aprecia en el planeta.

Desde que le comunicaron que formaría parte del grupo oficial de animadoras, Harry irradiaba una felicidad inmensa, había asegurado su lugar demostrando sus habilidades adquiridas en las clases de gimnasia, y su magnífica flexibilidad resultó ser un punto a su favor.

Se había esforzado al máximo y todos lo felicitaron por el logro, pero ahora eso no parecía ser relevante.

Su alegría se había empañado por las palabras hirientes de otro niño y debido a las ofensas, estaba ahí, sollozando en los brazos de Louis.

—Vamos, ratón, no te sientas mal —Le susurra, al enredar los dedos en su revoltosa mata de cabello—. Recuerda que eres el porrista más bonito.

Se lo ha dicho varias veces y no importa cuantas más se lo tenga que repetir.

Es el porrista más bonito de todos.

Y el halago debería alegrar a Harry, tal vez tendría que subir un poco su ánimo, pero no lo hace.

Continúa mortificado a más no poder, acurrucándose en el pecho contrario y frotándose las cuencas con la manga de su suéter.

—Es que ya no lo voy a ser... Ya no.

Shhh, siempre lo serás. No le hagas caso...

—No, Lou —El menor musita. La parte más dolorosa está por venir y no sabe como plantearlo—: Ya no... eh-, ya no voy a ser tu porrista personal... porque ya no tengo con qué.

Las comisuras de Louis descienden.

La confusión lo embarga más rápido de lo que quisiera y para colmo, tiene un mal presentimiento que le manda un escalofrío por la columna vertebral.

—¿Cómo que ya no tienes con qué? —inquiere, subiendo una ceja con levedad—. ¿De qué hablas?

Harry permanece en silencio, negándose a responder.

¿Qué es lo que está tan mal?

—Tommo —Siente que su hombro es tocado varias veces por Liam—. Mira...

Cuando su mirada añil se posa en lo que su otro amigo tiene en la mano, su mala corazonada toma forma.

Puede sentir como el hueco en su corazón crece hasta tragarse todas las emociones buenas y apuesta que si estuviera en alguna caricatura, habría humo saliéndole por las orejas.

No sabe como reaccionar, sus muelas están presionándose entre sí y sus ojos pican al percatarse de que los pompones dorados de Harry se encuentran totalmente estropeados.

Los flecos brillantes están rotos, parece que le arrancaron una buena cantidad de ellos y es como si le hubieran pasado una tijera por todos lados, ya que las tiras lucen más cortas de lo que eran con anterioridad.

—¿Qué les pasó?  —pregunta, con la mandíbula temblorosa.

Está calmando al máximo el impulso que tiene de echarse a llorar.

—Fue Tony —Liam susurra, depositando los pompones dañados en otro de los pupitres—. Creo que se metió al salón y de ahí los tomó, ya los traía así cuando nos buscó.

Lastimosamente, el lindo material de porrista ahora es inservible.

Y lógicamente, el enojo alcanza a Louis.

Siempre se ha caracterizado por ser un niño relajado, nada problemático y muy bien portado, pero lo cierto, es que también está descubriendo cierto lado hostil que le nace cuando alguien hace llorar a su ratón.

Su semblante lo delata, las arrugas que se remarcan en su entrecejo son símbolo de lo mal que la está pasando.

—Payno, ven —Con un ademán, le indica que sea su reemplazo en el apapacho—. Quédate con él.

Liam cabecea, acatando la instrucción dada y se acerca a ellos para ocupar el lugar que Louis deja luego de salir por la alta puerta del salón. 

Él sabe que es sencillo encontrar a Tony, tiene en claro el sitio al que debe de ir y por ello, emprende una carrera rápida rumbo al patio trasero, dónde seguramente varios niños estarán jugando un partido amistoso de futbol. 

Esquiva a varios de los alumnos que se topa vagando por la escuela y tiene que pedir disculpas cuando se estrella con una maestra que lo reprende por ir corriendo.

Como evidentemente no quiere ser sancionado, decide que lo mejor es disminuir la velocidad y prefiere alargar sus pasos, mientras piensa qué es lo que le va a decir al niño más bravucón del colegio. 

No, no le tiene miedo, pero tampoco tiene idea de como va a manejar el tema en cuestión. 

Siendo así, se encomienda a cualquier deidad del firmamento y decide fluir, pues cuando ve al implicado recargado en la portería, esperando a que los del otro equipo se acerquen a intentar meter un gol, su propósito se vuelve borroso. 

¿Es una buena idea? La respuesta es no. 

¿Vale la pena enfrentarlo? En este caso, la contestación es sí. 

Porque al recordar el mar de lágrimas en el que Harry se había convertido por su culpa, se arma de valor y cierra sus puños, avanzando a zancadas en dirección al chiquillo mayor.

—¡Hey, Tony!

—¡Hola, Tommo! —Lo saluda, agitando el brazo y lo invita a acercarse con una seña—. ¿Quieres jugar? Todavía queda tiempo de receso, ¡puedes estar en mi equipo si quieres! 

—No, no quie-… 

—¡Anda! Sé que lo tuyo es el americano, pero también eres bueno en el soccer, se de mí equipo —Lo corta al insistir y regresa su atención al partido—. ¡Oigan, paren, Lou va a entrar! 

—¡Que no, no quiero jugar! —espeta en un bramido, inundando sus pulmones de oxígeno—. Vengo a preguntarte algo. 

Tony lo mira atentamente y su ceja izquierda salta hacia arriba. 

—¿Qué ocurre? 

Louis se remoja los labios y replica la típica escena que ha visto en las películas cuando el protagonista está frente a frente con el villano. 

Se cruza de brazos, alzando el mentón y trata de mostrarse imponente ante el niño que mide casi diez centímetros más que él. 

—¿Por qué hiciste llorar a Harry? —Lanza la pregunta, sin rodeos—. ¿Qué le hiciste? 

Mhn… ¿A Harry? —Se frota la barbilla, fingiendo demencia—. No le hice nada, no sé a qué te refieres. 

—¿Estás seguro? 

—Por supuesto, yo ni le hablo a esa niñita

Su coraje aumenta, ni siquiera repara que el partido ha sido pausado por sus demás compañeros. 

—Mira, solo vengo a pedirte que no te metas con él, no le hace daño a nadie y tampoco busca pleitos contigo —agrega y cree que se puede desmayar por la descarga de adrenalina que le amedrenta—. Le gusta ser porrista, lo aceptaron en el equipo porque es el mejor y ahora tú le debes unos pompones porque rompiste los suyos.

Tony frunce el ceño, sin poder creer lo que escucha y no se detiene a sonreír burlonamente. 

—Ya te afectó ser su amigo —replica, con mordacidad—. ¿En verdad defiendes al niño raro de la escuela? 

—… ¿Qué? 

—Tommo, por favor, ¡él es muy raro! —Resalta sus vocablos con movimientos de mano—. Se comporta como una mujer todo el tiempo, no es como nosotros. 

Louis debe parpadear para salir del estupor. 

—Estás… ¿Estás diciendo que Harry es extraño solo porque no le gusta lo mismo que a ti? 

—¡No! A ver, ¿qué no te das cuenta? —El asco aterriza en sus facciones, incluso saca la lengua al enfatizar—. ¡Hasta me sorprende que seas su amigo cuando es tan distinto a ti! 

—No entiendo que tiene de malo, yo lo quiero mucho y no veo nada raro en su forma de ser —aclara, exhalando con hastío—. A mí me gusta como es.

—Pues di lo que quieras, pero Harry no es normal y se porta como una niña todo el tiempo —Resopla irónicamente, algo cansado de hablar sobre eso—. ¡Entró al grupo de animadoras! ¿Qué otra prueba quieres? 

—¿¡Y a ti en qué te afecta!? —Inconscientemente, da un paso hacia adelante. La valentía es una cualidad que de repente le brota—. ¡No por eso tenías que ser un tonto y destruirle sus pompones!

Tony se sorprende con la seguridad que proyecta, casi le aplaude la audacia. 

—Relájate, ¡lo hice porque quería ver si así se componía! —Se mofa, sin sentir pena por sus acciones—. Él no encaja, ¿por qué no lo aceptas? 

—No necesita encajar con alguien como tú —escupe, exasperado—. Eres mayor que él por casi tres años, así que déjalo en paz. 

—Tú no me dices que hacer —Apoya la espalda en el poste de la portería y plasma otra sonrisa sardónica en su boca—. Le hice un favor al deshacerme de sus pompones, estaban horribles.

—Le diré a tu mamá que los rompiste y tendrás que pagarlos.

—Hazlo, mi mamá no le va a comprar nada a una florecita indefensa.

Después de tolerar tanto, la paciencia de Louis se va por el retrete. 

Aunque normalmente razona las cosas antes de llevarlas a cabo, a veces es muy impulsivo. Como ahora, que canaliza toda su fuerza para lanzar el balón de futbol hacia Tony y gracias a su puntería formidable, consigue golpearlo justo al centro de la cara. 

Y pese a que el llanto del niño se cuela en sus oídos, apenas siente un ligero remordimiento. 

En realidad, no le importa mucho. 

Por proteger a Harry, incluso lo volvería a hacer.  

── •∘°❁°∘• ──

Louis está sentado afuera de la subdirección. 

No logra captar los diálogos que intercambian la subdirectora y su madre dentro de la oficina, ha pegado la oreja a la puerta, buscando rescatar alguna información útil de la conversación, pero no consigue oír nada. 

Se resigna, aceptando que el truco no funciona y opta por tomar asiento, aguardando pacientemente a que se expongan las quejas sobre su comportamiento.

El espacio es sumamente solitario, la secretaria no está en su escritorio y él está muriendo de aburrimiento. 

Es la primera vez que pisa el edificio de control escolar por un motivo negativo, y concluye que no le gusta la sensación de incertidumbre en su estómago. No podría ser un niño que cause disturbios continuos, odiaría hallarse ahí con frecuencia. 

Esta vez fue la excepción y aunque eso implique alguna posible sanción, no se arrepiente de haber reaccionado así. 

Su carrerilla de pensamientos es profunda, gasta varios minutos al analizar todo lo sucedido en el receso, hasta que el ruido de unos zapatos hace eco en el andador.  

—¡Lou, te encontré! 

Al escucharlo, rápidamente levanta la cara y enfoca al chiquillo que viene corriendo por el pasillo con una plácida sonrisa. 

Él también sonríe, percibiendo una pizca de paz al ver que la hinchazón en los párpados de Harry ha bajado.  

—Hazz, ¿qué haces aquí? 

—Vine a verte —dice, como si fuese lo más obvio del universo—. Pedí permiso para ir al baño, pero me desvíe tantito. 

Con un toque de diversión, Louis coloca sus ojos en blanco. 

—Ya veo… 

—¡Sí! —canturrea, tumbándose en una de las sillas vacías. Específicamente, en la que está a un costado de su mejor amigo—. Oye, ¿te van a castigar por el balonazo que le diste a Tony? 

Avergonzado, el mayor se rasca la nuca. 

—¿Ya te enteraste? —interroga, vacilante. 

—Ajá, todo mi salón ya lo sabe.  

—Vaya, son rápidos —bromea, riendo por la nariz. Las malas noticias sí que vuelan—. Pues… supongo que me van a regañar. Mandaron a llamar a mi mamá y está allá adentro con la subdirectora. 

Al enterarse de que Julieth ya está en la oficina, Harry se golpea la frente con la mano extendida. 

Buh, que mala suerte, pero no va a pasar nada malo, ya verás —dictamina, observándolo con un brillo especial en sus iris verdes—. ¿Se lo aventaste por defenderme? 

Louis se percata de aquel fugaz destello y una mariposa le hace cosquillas en el estómago. 

—Sí, algo así —Carraspea y le rehúye la mirada, fijándose en el escritorio de la secretaria ausente—. Le pedí que ya no te molestara más, espero que lo haya entendido. 

—No debiste meterte en problemas por mí, Lou —El rizado suspira, sus hombros caen con fatiga—. Tony es un tonto, ya aprendí que no debo de hacerle caso a lo que diga.  

—Es que no me gusta verte llorar, no quiero que sufras. 

—Ya me siento mejor, ¡te lo prometo! —Levanta la palma en signo de juramento y después se vuelve a poner de pie—. Le pediré a mí mamá otros pompones, igual tenía que comprar los azules porque son los que usan en el equipo… 

Cuando se coloca por delante del ojiazul, éste lo observa con adoración. 

Le genera alegría que sus mejillas hayan recuperado el lindo matiz escarlata.

—A mí me gustaban los dorados —pronuncia, encandilado por ese par de hoyuelos juguetones—, ese color es perfecto para ti. 

—Quizá sí, ¡pero ya no importa! —Bate las pestañas con simpatía. El mal rato ha sido olvidado al fin—. ¡Muchas gracias por siempre cuidar de mí!

Louis se reserva sus comentarios y asiente, a sabiendas de que no hay cosa que no haría por él.

Por su felicidad, es capaz de poner el mundo de cabeza.

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¡Hola besties! Espero hayan disfrutado esta actualización, un poquito más larga porque desaparecí varios días. ♥︎  un besote.

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