❁; capítulo cuatro
—¿Lloraste cuando te curaron?
—Un poquito, sí...
—Cielos, ¿y te duele si te toco?
—¡Sí! —Harry manotea, alejando el dedo índice que se aproxima hacia su rodilla izquierda—. No lo hagas, por favor.
Apenado por su atrevimiento, Liam baja la mano y la esconde atrás de su espalda.
—Perdón, es que me da curiosidad —Sus dientes se asoman en fila al sonreír—. Menos mal que ya estás mejor.
—Lo estoy, mi mamá dijo que en unos días la costra se caerá y estaré como nuevo —masculla, al colgarse su lonchera en el hombro—. Aunque también mencionó que me van a quedar cicatrices.
—Eso es cierto, yo tengo una de cuando resbalé por las escaleras —El chiquillo de ojos claros comenta, evidenciando una marca que resalta al interior de su brazo—. Me llevaron al doctor porque me abrí y hasta me cosieron.
—¿Te cosieron? —Su expresión se modifica, ahora raya entre el asombro y el temor—. Como... ¿con hilo y aguja?
—Creo que sí, no sé muy bien —Se rasca la sien, evocando aquel día en que su accidente aconteció—. Solo recuerdo que me durmieron para no sentir nada.
El ojiverde traga con dureza, la simple imagen que ha creado en su mente lo hace estremecer.
—Tuvo que ser muy doloroso —pronuncia, sintiendo un escalofrío recorrerle la espina dorsal—. Lo lamento, Li.
—No te preocupes, ya pasaron dos años de eso —Realiza un ademán con el que le resta importancia al tema—. ¿Qué te mandaron de almuerzo?
—Eh... Creo que un sándwich, fruta y una leche de sabor, ¿a ti?
—Un poco de ensalada con pollo y como mi abuela hizo flan napolitano ayer, tal vez me pusieron una rebanada —Humedece sus labios, casi puede saborear el delicioso postre casero—. ¿Quieres un poco?
—¡Claro! —accede, señalando la salida del salón con un cabeceo—. Vamos, somos los únicos aquí.
Liam toma la correa de su propia lonchera y asiente con celeridad. Por estar platicando ya se les han ido cinco minutos completos del receso.
Los dos chiquitines salen del aula, topándose de primera instancia con el ruidoso patio central y Harry emite un suspiro ahogado, porque francamente detesta el bullicio externo.
Él no es de los que ocupa el rato que la escuela les otorga de libertad para jugar, no, a él le gusta sentarse a comer sin presiones y se inclina más por un lapso de relajación antes de volver a los asuntos escolares.
Su lugar preferido está en el patio trasero, en una de las tantas bancas de concreto que existen alrededor de la cancha multiusos y la razón de su favoritismo hacía ese sitio en específico, es simple.
En esa zona tiene una perfecta vista panorámica de los partidos amistosos que los niños de grados superiores suelen jugar, y en palabras más acertadas, desde ahí puede contemplar a Louis siendo participe de las contiendas deportivas.
Contrario a su pensamiento, el ojiazul si es fanático de aprovechar los cuarenta minutos que dura el recreo, buscando a quien retar en cualquier actividad que implique un balón.
Es de los primeros en organizar a sus amigos para armar un buen equipo y lo hace porque sabe que tienen las oportunidades de ganar a su favor. Su pequeño círculo social es bueno en la mayoría de los deportes, desde el baloncesto, el soccer y actualmente, ellos lo apoyan en su afición con el americano.
Harry está ansiando que Louis aparezca, y mientras eso sucede, se sienta junto a su amigo en la banca predilecta, abriendo los cierres de sus loncheras para sacar los almuerzos que sus madres les han enviado.
—¡Mira, si me dieron flan! —Liam parlotea, elevando su recipiente transparente en el que se aprecia el postre—. Tienes que probarlo.
—Sí quiero, solo me termino mi sándwich —aclara, retirándole el papel aluminio—. ¿Quieres un poco?
—Uhm... ¿De qué es?
El ojiverde encoge los hombros, la verdad es que desconoce los ingredientes.
Le quita la tapa a su emparedado, revisando así de que está hecho y la boca se hace agua cuando ve que hay muchísimo queso derretido y jamón.
—Wow, se ve delicioso —El otro pequeño dice. También está produciendo más saliva de lo normal—. Una mordida solamente, ¿sí?
—Para nada, te daré la mitad —estipula, regresando el pan a su lugar—. Aparte de esto yo traigo fruta, así que podemos compartir.
—No, Hazz, una mordida y ya —Le sonríe, agradecido con la pretensión—. Yo también traigo lo mío y si no me lo termino, me van a regañar.
—A mí también me regañan cuando no me acabo el lunch —Hace un mohín que desparece al segundo y exhala—. ¿Entonces con una mordida es suficiente?
—Sí, para probarlo.
Harry lo acepta, a pesar de no tener problema alguno con darle medio sándwich a su compañero de clase.
Así que realiza eso de envolver el bocadillo en una servilleta, protegiéndolo del toque directo y con una sonrisita tierna, le acerca el alimento a Liam, esperando a que le de una buena mordida.
El ojimiel lo hace, entierra los dientes en el crujiente pan que probablemente su madre puso a tostar en la mañana y suelta una risilla cuando el queso fundido se estira.
—¡Está buenísimo! —Se cubre la boca, no ha terminado de masticar—. De verdad, está sensacional.
—¡Gracias! Le contaré a mi mamá que también te gustó.
Él está dispuesto a darle un mordisco igual o más grande, está listo para degustar de su almuerzo y aún así, dicha acción se retrasa gracias a la distracción causada por cierto niño de ojos azules que va arribando a la cancha.
Harry sonríe hasta con los ojos, saludando a Louis desde su asiento privilegiado y éste le regresa la sacudida de palma, previo a correr a toda velocidad en su dirección.
A los dos se les olvida que hay una extensa cantidad de niñas y niños viéndolos, a ninguno le es relevante convertirse por un minuto en los protagonistas. Ellos sólo se centran en el cálido abrazo que finalmente los une.
—¡Hola, Hazz! —musita el castaño, al apretujarlo sin rozar lo asfixiante—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal va tu día?
—Todo muy bien, Lou —parpadea, sintiéndose protegido en sus brazos—. ¿Tú cómo vas?
—Igual estoy bien, voy a jugar un partido de americano con los demás.
—Pero, ¿ya comiste?
Louis se aparta para observarlo y en cuanto se enfrenta a ese entrecejo fruncido, reconoce que puede haber problemas por su mal hábito de anteponer el juego.
Pero vamos, el descanso dura poco y debe ser disfrutado.
—Te prometo que cuando termine, lo haré —vacila, despreocupado—. ¿Vale?
—Siempre dices eso y no lo cumples —El ojiverde ya conoce sus manías, engañarlo no es sencillo—. ¿Qué te mandó tú mamá?
—Fruta, pancakes y un yogurt que ya me tomé.
—¿Solo el yogurt?
—Es que todavía no tengo mucha hambre.
Un resoplido emana de Harry.
Ha comprobado que de nuevo, deberán esperarse unos minutos antes de salir de la escuela para que Louis pueda comerse su almuerzo y así, evitar un regaño.
Ya es parte de la rutina.
—Bueno, desde aquí te veo —Se aferra al torso ajeno. Quiere quedarse en esa posición por un respiro más—. ¡Gánales!
—¡Eso haré! —Le da un último apretón, en serio adora apapacharlo—. Te veo cuando suene el timbre.
—Está bien.
El mayor suelta una bocanada de aire, rompiendo por motivos de fuerza mayor el cariñoso abrazo y luego focaliza a Liam, quien ha estado ahí, quieto, sin decir nada porque no planea interrumpir.
—Por cierto, hola, Payno —Sus modales salen a relucir. Se siente mal por haber omitido su presencia—. ¿Todo bien?
—¡Hola, Tommo! —corresponde el nombrado, con mucha amabilidad—. Todo genial.
—¡Excelente! —Le muestra un pulgar arriba y rápidamente, regresa su mirada a Harry—. Estaré allá, ahora nos vemos, ratón.
La despedida incluye esa clásica sacudida de cabello que le hace reír.
Y cuando Louis se retira, él lanza un suspiro largo, viendo como se integra con los compañeros de su grado.
—Él me agrada —Liam garantiza, en tanto destapa su tupper de ensalada—. ¿Siempre te ha dicho así?
Harry se deja caer en la banca, retomando la postura en la que estaba y asiente al agarrar su exquisito sándwich.
—Desde que nos conocimos me puso ese apodo —confiesa—: Y me gusta, a nadie más le dice así.
—Lo sé, he visto que él es muy unido a ti y tú a él.
—Sí, es que somos vecinos, nos vemos todo el tiempo —Su repunte de alegría es visible—. Lo quiero como a nadie.
—También me he dado cuenta de eso —dice, al despedir una risa amena—. En realidad, creo que toda la escuela lo sabe.
Esa es la verdad del asunto.
Aproximadamente un ochenta por ciento del alumnado en esa institución, sabe que Louis y él tienen la amistad más sólida que se haya visto antes.
Y no está alardeando. Su conjetura se basa en que ellos son demasiado efusivos, no son el tipo de amigos que se avergüenzan con las muestras públicas de afecto, no como la mayor parte de los estudiantes que sí son reservados en ese aspecto.
Para ambos, está perfecto así.
Un beso en la mejilla, un abrazo duradero y hasta caminar con las manos entrelazadas.
Eso es a lo que están habituados.
—¿Te dije que estoy asistiendo a sus prácticas de americano? —Harry notifica, al terminar de masticar—. Estoy siendo su animador personal, acaba de entrar al equipo.
—¿De verdad? —Sus cejas ascienden y deja de picar los vegetales con su tenedor—. ¿Ya se inscribió?
—¡Así es! La semana pasada empezó y yo estuve ahí —El orgullo cuelga de su tono y no de forma pretenciosa—. Confío en que será el mejor jugador de la galaxia.
—No lo dudo, la profesora de educación física siempre lo pone de ejemplo —Su admiración sigue a flor de piel—. ¡Eso es genial!
—¿Verdad que sí?
—¡Por supuesto!
Hay otra sublime sonrisa en la boca del rizado, los cachetes incluso le duelen por la cantidad de veces que ha demostrado su entusiasmo en escasos diez minutos, cosa que incrementa cuando repara que el encuentro amistoso está por iniciar.
La cancha de concreto se vacía, muchos de los alumnos y alumnas huyen al no querer recibir algún golpe con el balón, y otros más se sitúan en la periferia, listos para disfrutar de un partido sin reglas claras.
Louis está con su equipo, tomando las posiciones que se asignaron y un chiquillo que posiblemente es dos o tres años mayor a ellos, finge un silbatazo que marca el comienzo en el corto juego.
Harry se apresura a devorar su almuerzo, tiene una misión que cumplir y no puede hacerlo con la boca llena.
Termina su sándwich en menos de lo que se imagina, se limpia las orillas de la boca con una servilleta y ruega al cielo no tener un dolor de estómago en la tarde por haber comido con tanto apremio.
Sus posibles secuelas vendrán después, pero ahora, solo se preocupa por subirse a la banca, obteniendo así la altura que necesita para alentar a su jugador favorito.
—¡Eso es, Lou! —vitorea, dando una serie de brincos mientras agita las manos—. ¡Tú puedes!
Liam lo mira desde abajo, con pequeñas arrugas al término de sus ojos y enseguida se le une, olvidando su ensalada a medio comer.
—¡Vamos, chicos! —Imita el apoyo, al saltar en el asiento rígido—. ¡Son los mejores!
—¡Lo son, vamos!
—¡Sí!
Los gritos son altos, como si estuvieran presenciando un enfrentamiento de grandes ligas en un estadio colosal.
Y Jesucristo, Louis ama cada sílaba que sale del menor.
Lo escucha, y su corazón late tan, pero tan fuerte que no reconoce si se le saldrá por el cansancio de correr en varias direcciones o por el precioso detalle de tener a Harry impulsando su desempeño en un juego cordial.
Es mágico. Le inyecta una fenomenal motivación.
Lo mucho que adora a ese lindo retoño de ojitos verdes, no es normal.
Como tal, el recreo hubiese sido maravilloso y digno de recordar, si Harry no le hubiera puesto atención a las burlas que un niño comenzó a hacer en compañía de sus amigos.
—Oye, niñita, ¿qué haces ahí arriba? —espeta. Su cara deformándose al proyectar asco—. Tú no eres una porrista, así que bájate de ahí.
—¿Qué? —Se ve forzado a detener su bulla y tiene que voltear hacia el entrometido—. No quiero, estoy apoyando a Lou.
—Lo haces como si fueras una niña de esas que llevan pompones de colores —Se jacta, al ejecutar ademanes burlones en referencia—. Tú deberías estar jugando con él y no aquí. Pareces una linda flor.
Los brazos de Harry caen a los lados de su cuerpo.
Honestamente, no logra entender a dónde quiere llegar.
—¿Qué tiene de malo? —cuestiona, con genuina incredulidad—. A mí me gusta ser su porrista personal.
—¡Oh, su porrista personal! ¿Oyeron eso? —Las carcajadas de los chiquillos le ponen los vellos de punta—. Por Dios, ¿ya escuchaste lo que dices?
—No entiendo que es lo gracioso, Tony —refuta, al echar sus brazos por arriba del pecho para entrelazarlos—. Estoy feliz por mi mejor amigo, ¿por qué les da risa?
—Es que pareces una pequeña princesa —grazna, y agudiza su voz con el fin de imitarlo—. ¡Vamos, Louis! ¡Eres el mejor, tu puedes!
Otra tanda de risas explota y el menor se muerde el labio inferior, desorientado.
—Oigan, déjenlo en paz —Liam interfiere oportunamente—. ¿A ti que te importa lo que Hazz haga?
Él no le tiene miedo a Tony.
Ese niño es el más insoportable de toda la generación, es un grosero hasta con los profesores y se ha ganado su buena fama por la mala costumbre que tiene de molestar a los menores.
Rara vez se mete con ellos, por fortuna no comparten salón, pero cuando tiene la oportunidad de hacerlo, no lo deja pasar.
—Tú también luces como una linda mariposa —repite su ataque, sin eliminar su mueca socarrona—. Otra niñita, ¿quieren ir a tomar el té con mi hermana al salir de la escuela?
Harry se lo piensa, a él le encanta la propuesta.
Sin embargo, su intuición le dice que no se trata de una invitación real y elige callar.
—Vete de aquí, Anthony, no molestes —Con los ojos el blanco, Liam reitera—. No estábamos hablando contigo.
—Pero yo con ustedes sí. ¿No les da pena?
—¿Por qué habría de darnos pena?
—¡Son niños y están portándose como mujercitas!
Bueno, el rizado todavía no consigue entender que está mal con su manera de actuar.
Solo estaba ahí, disfrutando con Liam hasta que la mosca de Tony aterrizó sin permiso.
Y de no haber sido por la aparición milagrosa de un querubín con nariz pequeña, tal vez habría preguntado por qué le estaba llamando "princesa", "flor" y "mujercita".
—¿Qué está pasando aquí? —Louis pregunta, endureciendo sus facciones. Está agitado por la actividad física—. ¿Necesitas algo, Tony?
—No, no es nada, Tommo —Le contesta, afable—. Escuché que ya eres miembro del equipo de americano, ¡felicidades, amigo!
Anthony alza su palma, incitando a que el otro estrelle la suya ahí, pero eso no ocurre.
En cambio, el ojiazul lo observa con desagrado, y a ciegas, extiende su mano hacia Harry, quién la sostiene para ayudarse a bajar de la banca.
Liam repite la acción, descendiendo con un salto del asiento y se rasca el inicio de la frente cuando se percata de que los amigos de Louis simulan ser escoltas.
Es gracioso, Zayn está a su costado izquierdo, con una ceja arriba y las manos metidas en los bolsos del short de deportes, en tanto Niall –quien recientemente se integró al grupo–, está de guardia en el lado derecho.
El resto de sus amigos se esparce atrás, cuidándolo como los fieles compañeros que son y el ojimiel siente un alivio enorme al ser rodeado por los hombros, en un acto de protección que le fue obsequiado por otro chiquitín del grupo.
—Gracias, pero tú y yo no somos amigos —El castaño respinga con fastidio—. Y cualquier cosa que tengas que hablar con Harry, dímela a mí y yo le digo.
Tony aprieta los dientes, pero no se atreve a responder como usualmente lo haría.
Un altercado con Louis, sería sinónimo de echarse a la comunidad estudiantil encima y tampoco es tonto, sabe con quién sí y con quién no.
Se traga su respuesta mal intencionada, tosiendo con falsedad para disipar el incómodo ambiente y gracias a Dios, el timbre que da por finalizado el receso, suena en todo el colegio.
No hay despedidas verbales, solamente meneos de cabeza obligados por educación y antes de que cada quien tome el camino hacia sus respectivas aulas, Harry se atreve a hacer algo que jamás había hecho.
Efectivamente, le saca la lengua a Tony.
Tal vez su mamá lo reprendería si se entera, pero en ese momento lo ve indispensable.
Y ahora, camina con la cara en alto, sujetando a su superhéroe que lo acompaña hasta la puerta del salón.
Fabuloso, ¿no?
── •∘°❁°∘• ──
── •∘°❁°∘• ──
Hiiii, besties. ♥︎ no saben lo mucho que estoy amando escribir esta fic, espero que les este gustando tanto como a mí. Un besote, les amo, nos leemos pronto. ♡
María.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro