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Razonamientos, estrofas y una despedida breve

MARCOS

  —¿Estás diciendo que tus padres están al tanto de todo? Ya sabes... sobre Pablo; sobre... Paula —pregunta Julián.

    —Así es. —Asiento al decirlo.

    —Por lo tanto, tu hermano no mentía.

    —Exacto.

    —¿Y qué pasa con Paula? ¿Les ha parecido bien que estés con ella, y no con la otra que buscaron para ti?

    —Y si no les gusta, es su problema. Es mi vida. Pienso vivirla de igual modo porque Paula es con quien quiero pasar mi vida.

    —¿Y si tu padre te echa de la empresa? ¿Y si te deshereda? —interrumpe César.

    —Me las apañaré. Todo el mundo lucha por la supervivencia y sale del atolladero, ¿no es así? Yo, igual.

    Julián se lleva la mano a los ojos bufando.

    —¡Madre, mía en la que te has metido, tío!

    —Ella y yo nos hemos salvado mutuamente. Así que...

    —Eso es verdad. —César me pasa el brazo por los hombros en un ademán amistoso—. Suerte que la encontraste, amigo. O te hubieras vuelto más estirado que de costumbre.

    Me suelto y lo empujo. Sin pasarme, claro.

    —¡Anda ya! Tiraaa.

    —¿Qué pasará con tu hermano? ¿Te has reconciliado con él?

    —Para eso necesitamos tiempo. Necesito ver que va de legal. Que no esconde un as en su manga para volver a cagarla.

    —Eso es verdad —habla Julián.

    —Mi padre seguro que lo ayuda con Callum. —Sonrío al recordar a ese pequeño querubín que es más que un diablillo cuando sabe enternecer para sacar lo que sea. Porque así son los niños con su dulzura: unos manipuladores natos. No me importaría que lo trajera a Madrid y le sacase a su tío, o sea, a mí, todo cuanto quisiera. Ojalá.

    —Puede que veas a Callum algún día en persona. Los niños necesitan tener contacto con su familia. Con sus tíos consentidores.

    —Eso es, Julián. Creo que voy a luchar codo con codo con mi padre para conseguirlo. Necesito darle un abrazo fuerte y real a ese pequeño terremoto.

    —Imagino —añade César—. Además, espero que a tus padres les guste Paula y dejen de protestar. ¡Menudos tiquismiquis subidos a un pedestal!

    Suspiro con cansancio.

    —Yo también lo espero.


    Al pensar en Paula, mi inspiración continua, otra estrofa acude a mi cabeza:


  «No importa cuán dura se ponga la vida

voy a correr hacia ti; hacia el éxito.

Voy a tomar las riendas de esta historia.

Porque es mi historia. Mi propia historia»


    La tarareo en primer lugar. A continuación la canto junto a ese fragmento de letras. Lo impresionante es que César me sigue con otra estrofa. Julián, con otra. Y sin pensarlo, hacemos una canción exprés de la que grabamos tocándola con melodía y letra. ¡Ya tenemos otra canción para el disco! Esto va viento en popa. Espero que el productor musical de la discográfica que nos contrate nos dé el visto bueno. Cada una de estas canciones significan mucho para nosotros. Son realmente buenísimas. Yo las considero muy buenas. César y Julián opina lo mismo. Así que...

    Entre descanso y descanso he mandado unos mensajes a Paula. Me ha contado que está siendo una tarde de chicas. Necesitaban hablar sin los cotillas de sus novios, los cuales, solo saben hablar de videojuegos y motos. ¿Y a qué chico no le gusta hablar de ello? No le he recordado lo del conflictivo armario. Prefiero no preguntárselo en este momento que parece estar pasándolo bien. Me he ofrecido a ayudarla en esto. Y cumpliré. No es que quiera que se deshaga de Guillén. Pero la amo. Y si tenemos que superar algo, lo superaremos juntos.

    Recuerdo el instante en que nos cruzamos. Y doy las gracias, nuevamente, a cualquier dios celestial que haya sido capaz de escribir algo así de bonito en mi vida. Esta canción que no dejo de cantar, compuesta para dos personas así de especiales. Porque ambos lo somos. Los dos tenemos una vida complicada de la que necesitamos escapar. Y juntos, podemos huir hacia lugares donde el dolor no nos alcanza durante unas horas.

    Con esto de huir recuerdo los viajes pendientes que tengo para la semana que viene con mi padre. Por negocios, claro. ¡Ojalá pudiera llevármela conmigo! Algún día será. Eso, ¡por descontado! Me entra la pereza por no poderme dejar por la floristería con la excusa de comprar alguna planta, o lo que sea, para que no me regañe.


  «Quisiera llevarte a donde quieras

libres de prejuicio o críticas.

¿Sabes? ¡Al diablo los prejuicios!

y críticas!

¡Voy a llevarte de igual modo!


  Porque eres la que yo quiero

quien endulza mis horas

esa loquita perfecta

que sabe cómo seducirme»


    ¡Esas musas! Esas musas que no me abandonan. Esa bella inspiración que llegó junto a ella. Quien me sigue bendiciendo.

    —Vale, ¿tocamos o qué? Parecemos tres esculturas pétreas a la espera de que alguien las toque y les dé vida. Que, oye, no me importaría que Leire estuviese aquí y me tocase como ella sabe —parlotea César, divertido.

    Julián y yo lo miramos y ponemos cara de asco.

    —¡Beaj! A hacer cochinadas te vas con Leire a tu casita —critica Julián, muerto de risa.


    Ansiaba ver a Paula. Últimamente, huyo en su busca. Acabamos envuelto entre sus sábanas. Envuelto entre sus brazos. ¡Resulta tan agradable su calidez! Es una calidez a la que me vuelvo adicto. Para luego salir a hurtadillas durante la madrugada con la intención de no llegar tarde al trabajo.

    Acaricio su rostro sin poder dejar de mirarla.

    —Te he echado tanto de menos...

    Tarareo la estrofa que compuse para ella. Una de esas tantas que me salen del corazón para ella. Sonríe y me besa.

    —Tienes talento, Marcos. No dejes que nadie te diga lo contrario. O que trate de que no alcances tu sueño.

    —Esta semana no podré dejarme caer por la tienda. Tengo que realizar un par de viajes junto a mi padre.

    —Es trabajo. Las obligaciones son lo primero.

    —Aunque tú eres también lo primero.

    La veo suspirar.

    —Espero que tu padre no arme una rebelión para que me eches de tu vida.

    Repaso con mis dedos su mejilla. Su rostro es lo más bonito que he visto.

    —No dejaré que desaparezcas. Jamás desaparezcas.

    Me besa con dulzura.

    —Nunca pensé que llegaría hasta aquí. Y desde luego te recuerdo que todavía arrastro lo de Guillén y habrá momentos en los que no me entiendas.

    —Te voy a entender igualmente. Ya me dejaste claro una vez que tu corazón es compartido. Y, bueno... o acepto, o te pierdo. Y entre lo primero y lo segundo, prefiero lo segundo. Ya te lo dije.

    Aprieta los dientes hasta marcar su mandíbula.

    —Aún tengo pendiente...

    Pongo mis dedos sobre sus labios.

    —Ahora no. Tenemos que levantarnos para ir a trabajar. Habrá tiempo de preocuparse de lo que sea. Y, de seguro, encontraremos solución.

    Gruñe molesta. ¡Es tan bonito incluso cuando protesta! Paso mi mano por su abdomen, ahora cubierto por la sábana.

    —No empieces, o no te irás de aquí —protesta, mordiéndose el labio inferior.


    PAULA

  Cuando Marcos abandona mi cama se queda un vacío aterrador. Intenso. Abrumador. Ese vacío que me recuerda a la salida de Guillén de mi vida.

    —¡Eh!

    —¿Sí?

    —Regresa de los viajes de una pieza, ¿quieres?

    Asiente con esa sonrisa que me tiene loca. Sus preciosos ojos verdes me estremecen de deseo cuando se clavan en mí con esa intensidad con la que me desnudan sin tocarme.

    —Regresaré entero. Tranquila. Estaré en contacto contigo. Te lo prometo.


   «¡Que vuelva de una pieza, Diosito! Porque no podré soportar otra pérdida más!»

    "Maldita Nerea" vuelve a sonar en mi cabeza junto a los recuerdos de Guillén:


  «Qué fácil me llegas.

Y qué triste el adiós.

Y ver que tu mirada se aleja.

El extraño soy yo.


  Ni siquiera puedo consolarte

aunque no sé lo que daría yo

por retenerte al menos otro instante.

El extraño soy yo.

Aquí... diciendo adiós»


    Entonces, rompo a llorar. Aunque la canción habla de una ruptura, para mí es como si alguien hubiera quebrado nuestras almas y las hubiera esparcido por lugares distintos. Una ruptura repentina que no soy capaz de soportar. Sigo aferrándome a él. Sigo sin poder soltar su mano del todo. Continúo torturándome de este modo que consigue confundir mi cabeza de tanto en tanto. Que me hace sentir que le soy infiel cuando toco la morena piel de Marcos. ¡Por favor! ¡Que se termine esta locura! Quiero estar despierta. Saber qué es lo que quiero. Porque sé que lo quiero. Y quise a Guillén. Porque mi cabeza va a reventar como no pare de darle vueltas a este tiovivo que no me da un respiro.

    Miro la hora. Doy gracias al reloj por interrumpir mi propia conversación conmigo misma. Esa que vuelve a colocar ese nudo tenso en mi estómago y en mi garganta. Voy a dejar de llorar. O tía Rosa me hará un exhaustivo interrogatorio para saber qué me ocurre. Y no me apetece hablar de ello.

    «¡Olimpia!»

    Al recordarla, doy un respingo. Mi estómago se encoge.

    «Tranqui tía. Que nos ha dado por fin una tregua»

    —Más quisieras —bisbiseo para mí misma, todavía creyéndome loca.

    Engullo el desayuno a una velocidad de vértigo. Tampoco es que me haya metido mucho en el estómago detrás de este nudo que sigue apretando con ganas. Doy las gracias a Martina y a Alba porque han pasado el domingo conmigo entreteniéndome. Y a Marcos, porque es un amor de hombre que consigue que tenga ese botón de OFF cuando me hace falta. Cuando lo pulsa, mis miedos y angustias desaparecen por unas horas. Con sus caricias y palabras. ¡Quién me iba a decir que rompería mis propias reglas sobre lo de no volver a enamorarme! Sobre la idea de no encontrar a otra persona tan afín a mí que lograse encandilarme. Convencerme de que quiero caminar con él por la vida.


    Llego a la tienda. Encuentro a mi tía alzando la persiana. A pesar de haber procrastinado en la cama recordando demasiadas cosas; reteniendo durante la madrugada a Marcos un poquito más, he llegado antes de la apertura.

    —Buenos días, preciosa —saluda ella.

    —Hola.

   Mi saludo ha salido un tanto ahogado. Frunce el ceño mientras me estudia.

    —¿Ha pasado algo este fin de semana? ¿Algo...?

    No la dejo terminar. Sé que va a decir malo. Porque esa es la impresión que doy: soy la señora de las tristezas y los desastres.

    —Solo es cansancio.

    Llega Olimpia dando los buenos días. Mi tía la mira entornando la mirada, vigilando que no se pase de la raya. Yo la observo de soslayo. Se comporta. Nada más se abre la persiana, entra adentro, pasando de mi presencia. Le aseguró a Marcos que nos daría esa tregua. Por Pandora, su chica. Porque, según sigue asegurando, me quiere.

    «Gracias, Olimpia, por hacerme la vida, por fin, un poquito más fácil»

    —Tus padres dicen que no te dejas caer por casa a comer. ¿Tan ocupada estás los fines de semana?

    ¡Eso no me lo esperaba de mi tía! ¿A qué viene su queja?

    —¿A qué viene este sermón?

    Chasquea la lengua cerrando los ojos durante un segundo.

    —Cariño, sé lo mal que lo estás pasando. Pero hay gente a tu alrededor que de verdad te quiere. Y te echa de menos. No solo necesitan que les llames por teléfono. O que les hagas una videollamada. Necesitan del calor humano. ¿No lo has pensado?

    —Es que realmente he estado ocupada.

    —A ver... ¡Si yo lo entiendo! —Me acaricia la espalda—. Pero entiende que hay gente que te necesita. Aunque sea a ratitos. Tu madre sufre porque imagina que sigues deambulando como un alma en pena por casa, llorando la pérdida de Guillén.

    —Dile que no se preocupe. Que estoy bien.

    —Deberías de decírselo tú, cariño. Es mi sincera opinión.

    ¡Sé que tiene razón! Pero, joder, hay temporadas que las personas necesitamos aislarnos por nuestro propio bien. O simplemente porque lo necesitamos. ¿Acaso no es entendible?

    Entro en la tienda. Quiero ponerme a trabajar ya. Dejar de tener conversaciones tan serias como estás en un maldito lunes —odios los lunes, como decía ese gato naranja de los dibujos; Garfield, se llamaba. Mi hermano tenía algunos de sus cómics—. Y desde luego tenía toooda la razón. ¡Malditos lunes!

    —Paula, tenemos que llevar unas cuantas cosas a un evento, a las afueras. Ayúdame a cargar la furgo y nos las piramos.

    Juntas, ¿solas ya, dentro de la furgoneta? ¿Qué va a ocurrir entonces?

    «¡Es trabajo, niña! Céntrate. No todo tiene por qué ir mal»

     Hasta que no sepa que realmente Olimpia ha sido sincera, todavía dudo de ella. Es de lo más normal.

    No ocurre nada. Regresamos a esas conversaciones de antaño de dos buenas amigas y compañeras de trabajo. Eso logra que me relaje un poco. Ya me sentía entumecida con tanta tensión.

    —Me alegro de lo tuyo con Pandora —suelto, sin pensar que, con este comentario, podría desencadenar otro tipo de conversación, por mi culpa.

    —Gracias —responde únicamente sin apartar la vista de la calzada. Sin llegar a sonreír. Trata de contenerse. Lo sé.

    —No estuvo bien que le dijeras a Marcos que su música no te gustaba.

    Frunce el ceño. Me mira.

    —¿Te lo ha chivado?

    —Son buenos. ¡Muy buenos! No sé por qué los juzgas tan mal.

    —Él es mi rival. ¿Recuerdas?

    —¡Lo sé! Y aun así, no es justo lo que le haces.

    —Y qué crees que debería de hacer, ¿apoyarle? ¿Darle like a sus publicaciones?

    —No estaría nada mal hacerlo.

    Niega.

    —Mi vida no funciona así.

    —Al menos hazlo por mí.

   —Por ti haría muchas cosas. Aunque no me dejas.

    —Olimpia...

    —Tú has empezado.

    Aquí es donde temía llegar. Y sí. Es mea culpa.

    —Pandora es mona. Tan estirada y seria como tú. Pero mona. No la dejes escapar. Te mira con unos ojitos que advierten que le gustas mucho.

    —Tiene miedo de que la esté usando para el fin de ponerte celosa.

    —¿Y es así?

    ¡Tonta! ¿Qué acabas de preguntar? ¿Se te va la bola?

    —Al principio inicié la relación con ese fin. Pero ahora me gustáis las dos, y... ¡Mierda! —Sacude la cabeza—. ¿Por qué se ha vuelto tan difícil elegir? Bueno. No tan difícil... —añade, advirtiéndome que yo siempre seré la primera.

   —Cuida de ella. En serio. Se ve un amor de mujer. A ver... da un poquito de miedo, como tú. Pero es maja.

    —Maja... —Se ríe mirando hacia el lado de la ventanilla como si le diera vergüenza que la viera—. Lo es. Sí que lo es —añade, rodando los ojos.

    —Que sea con quien pases miles de aventuras este verano.

    —¡Oye! ¡Te pareces a mi madre! ¡Cállate ya!

    —¿Ella le agrada a tus padres? ¿Ya la conocen?

    —Niega.

    —Es complicado.

    —Imagino.

    Hemos llegado a nuestro destino. Toca abandonar la conversación. Lo cierto es que ya se estaba volviendo incómoda por momentos.


   Descargamos la furgoneta. Dejamos toso en su lugar correcto. Hacemos el papeleo pertinente. El cobro ya se remitió por Bizum a la cuenta. Regresamos. Aunque, de regreso a casa, dentro de la cabina solo se escucha la radio. La lista de los cuarenta principales. No sabemos de qué hablar. Como si, de repente, nos hubiéramos vuelto unas completas desconocidas, o no quisiéramos hablar para no herirnos. ¿Por qué eres tan complicada, Olimpia? ¡No cuesta tanto cambiar el chip!

    Recuerdo que Marcos se va de viaje. No sé qué días se marchaba. No especificó nada. Esperaba que me hubiera mandado algún mensaje. Supongo que estará muy ocupado. Si no recibo nada, lo llamaré esta noche.

   Durante el resto del día nuestra convivencia no se complica. Más que nada porque Olimpia se ha ocupado de mantener conmigo las distancias. Acercarnos solo para lo necesario. Mi tía nos observa de cerca. Ya la advirtió que, en el trabajo, fuera profesional y educada. Un día, Olimpia me agradecerá que la haya remitido hacia otra persona. Porque yo no podría darle lo que la otra pueda darle.

    Decido dejarme caer por casa para comer. Total, luego tendré que regresar a la tienda en breve. Será solamente comer y echar a correr como una descosida. Así, de paso, veo también a mi hermano adolescente, el cual no me hará demasiado caso. No tardará en llegar a casa del instituto.

    Mi madre da un grito cuando me escucha por el telefonillo. Mi padre estará al caer desde el trabajo. Escucho a mi hermano de fondo. ¡Qué rápido ha salido de sus clases!

    —¡Vaya! Ya ni me acordaba de que tenía hermana por ahí.

    Le doy una colleja y abro los brazos.

   —Cállate, mocoso, y dame un abrazo.

    —¡No soy ningún mocoso! Es más; paso de dar abrazos —asegura, alzando el mentón con desinterés.

     Tiro de su brazo acabando por estrujarlo sobre mi pecho.

    —¡Suelta! ¡Me asfixias! ¡Ya no soy un niño! —protesta, cabreado.

    —Tú siempre serás mi mocoso. El pequeño de la casa.

   —¡No te pases! Además, ya tengo incluso novia.

    Lo aparto un poco, sin soltarlo o huirá, claro, mirándolo a los ojos.

    —¿Cómo se llama? ¿Quién es ella?

    —¡No le hagas caso! Es un impresentable —bromea mamá.

    —¡No es broma!

    —¿Qué edad tiene ella? ¿No te habrás vuelto de repente un asaltacunas? —bromeo, dándole una suave colleja.

   —¡Déjame en paz! Ella tiene trece. No es tan pequeña.

   —Y yo creyendo que tendría unos nueve o diez. Que, a esas edades, en estos tiempos, ya están espabiladas.

    —¡Ya pareces mamá! Te estás volviendo una vieja.

    Voy a darle otra colleja. Sale huyendo hasta un radio de distancia de seguridad. Lo señalo.

    —¡Me la tienes que presentar!

    —¡Ni de coña! O pensará que en esta casa están todos locos.

    —¿Me estás llamando loca? ¡Maldito mocoso!

    Llega mi padre.

    —¡Paula, cariño! ¡Qué alegría verte!

    —Hola, papá. —Me echo en sus brazos—. ¿Qué tal te va?

   —Bien. —Me separa un poco para estudiarme—. Lo que me preocupa es cómo estás tú.

    —Mejor, papá. Estoy mejor.

    —No sabes cuánto me alivia eso.

    —Venga, familia. A comer. Hoy la casa vuelve a llenarse de vida —va rezando mi madre moviéndose hacia la cocina, feliz.


    Marcos me llama por la noche. Está en el aeropuerto. Sale esta noche de viaje.

    —Ve con cuidado. Te lo ruego.

    —Se lo diré al piloto —bromea con diversión.

    —¿Qué ha pasado con tus padres? Con tu padre. Me alegra que no te haya echado.

    —No lo digas muy alto. Su cara no es precisamente de estar contento conmigo. Vale. Tengo que dejarte. Voy a subir al avión.

    —¿Y Pablo?

    —Todavía no he hablado con él. Hoy no se ha dejado caer por la empresa. Supongo que para no retrasarnos en los planes de hoy. Digo yo. No sé.

    —Deberíais de haber compartido el viaje los tres.

    —No creas que mi padre aún lo soporta. Tiene mucho que hablar. Mucho que disculparse. Aunque los dos son igual de testarudos que yo. Así que...

    —Vale. Pues nada. Que tengas un buen viaje, éxito en los negocios y compongas algunas canciones entre los descansos.

    —¡Qué guay que me desees cosas tan buenas!

    —Las mereces.

    —Y tú, solo piensa cosas buenas y no llores demasiado. Pronto regresaré.

    —¿A dónde os vais?

    —A Ámsterdam. Te mandaré fotos.

    —Deseo que algunas me lleguen contigo en ellas, incluido.

    —¿Ya empezamos a exigir? —Reímos—. Nos vemos, preciosa. Pronto.

    —Eso espero.

    «A todo ser celestial que me esté escuchando: devolved a Apolo pronto de regreso, sin ningún rasguño»

    —Chao.

    Finalizamos la llamada. Es como si tuviera ese presentimiento de no volverlo a ver.

    «Ya vuelves a estar negativa. ¡Para ya!»

    El calor no es bueno para viajar. Adormece, agota, asfixia. Espero que el piloto y el copiloto hayan descansado las horas necesarias.

https://youtu.be/e1cIz1XZsnY


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