Próxima parada
PAULA
Finalmente, no he hecho caso de mis amigas. He disfrutado del concierto de los chicos. He cantado, saltado con mis compis, incluso levantado la linterna del móvil animando a Desgasta2 para seguir dando lo mejor de ellos. La voz de Marcos suena fantástica. Mucho más fantástica suena cuando me murmura al oído que me desea. ¡Doy fe de ello!
El concierto termina. Algunos seguidores se acercan para pedirles un autógrafo. Yo aún no lo he hecho. Espero tener tiempo de hacerlo. ¡Digo yo!
Acabo acaparando su atención. Se acerca enseñando esa sonrisa pícara que es la que terminó haciéndome caer.
—¿Te ha gustado? —pregunta.
—¡Mucho! —respondo ilusionada.
—Que sepas que he compuesto una canción para ti.
Me sorprende.
—¿Para mí?
Asiente.
—Te la cantaré cuando estemos solos. ¿Sí?
«¿Por qué no, ahora? ¡No sé si voy a poder esperar!»
—De acuerdo —termino cediendo, escondiendo mi protesta.
César se acerca, tira de él y lo lleva hasta donde está Julián. Un hombre bien vestido les estrecha la mano. ¿Y si...?
Sonríen. Cruzo los dedos instintivamente. Por alguna razón adivino que alguien se ha interesado. Y esbozo una sonrisa.
—¿Te imaginas que se hacen famosos? —parlotea Martina acercándose.
—Ojalá —vocalizo animada.
—Parece que ese tipo es uno de esos cazatalentos, ¿no? —supone Alba.
—¡No lo sé! Luego se lo preguntaré a Marcos.
Se estrechan de nuevo las manos. ¡Deseo que hayan llegado a un trato!
—Parece que hay suerte —dice Martina.
—Sí que lo parece. O solo es apariencia —añade Alba.
Marcos se acerca a mí, sonriente.
—El tipo que has visto quiere que trabajemos para su discográfica. Le hemos gustado.
—¿En serio?
—¡Pues sí! —responde entusiasmado.
Me detengo en mi ataque de alegría.
—Aseguraos de que no sea un fraude. Ya conocéis cómo funciona eso.
—¡Ah! Desde luego.
—¡Tío, qué suerte! —grita César abrazándolo de manera exagerada.
—¡Esto es la caña! —celebra Julián.
—¡Ya os lo decía yo! Sois ya famosos por Internet. ¿Cómo no vais a serlo en la realidad? —dice Borja que se ha unido al grupo de celebración junto a Gabi y Hugo, además de las nuevas chicas que ahora parecen rondar a César y a Julián.
—Aún es pronto para ratificarlo. Pero bueno... la cosa pinta bien —repone César sacando pecho con orgullo—. A todo esto, ¿dónde toca el próximo grupo?
—¿Todavía no habéis atendido a vuestros fans y ya queréis largaros? ¡Así no se hacen buenos seguidores! —los regaña Martina.
—Bueno...
—¡De bueno nada, Julián! Atendedlos bien y cuando acabéis, ya nos movemos hacia otro lado.
César pone los ojos en blanco.
—¡Madre mía! Ni que fuéramos ya famosos, chica.
—Tú a cumplir —lo señala.
Lo hacen. Cuando ya han terminado trato de acapararlo. Un poco tímidamente. Pero lo acaparo.
—Lo habéis hecho muy bien.
—¡Gracias!
Espero que haga algo más. No reacciona.
—¿Qué? —me pregunta cuando lo observo con una mueca de acusación.
—Nada —termino diciendo, soltando el aire contenido de golpe.
Me aprieta a él y me besa en la frente.
—¡No pienses que me gusta fingir que no hay nada!
Me pilla por sorpresa. A mí, y al resto.
—Ya que tú no das el paso, tenderé que darlo yo —agrega un poco molesto.
—Pensaba que...
Pone un dedo sobre mis labios.
—Pues no pienses.
Borja le da un codazo.
—¡Vaya, vaya...! ¡Qué callado os lo teníais!
Por fin nos quedamos solos. Tras varios conciertos en directo, con un dolor de pies y de cuerpo brutal con tanta caña como llevo esta noche, y con algún que otro tentempié a pie de calle de más, nos movemos hasta el coche. Carga con sus cosas.
—¿En tu casa o en la mía? —formula.
—En la tuya. Me gustaría verla.
—¡Oh! Mejor en la tuya.
—¿Por?
—No vayas a juzgarme.
—¿Por qué? Estoy curada de espanto.
Se echa a reír.
—¡Tus ganas, curada de espanto!
—Prueba.
Decido hacerlo. Cuando llegamos, pero sobre todo, cuando accedemos al piso, abre la boca como si fuera un buzón de correos.
—¡Hala! Qué pasada.
—Bueno. Es cuqui y todo eso.
—Ya, ya —afirmo. Pero sí, es cuqui, de mobiliario y decoración caros, ¿para qué engañarnos?
—Ven.
Tira de mí hasta una habitación que, al abrir, encuentro un pequeño estudio insonorizado.
—Prometí cantarte mi canción para ti. Es justo lo que voy a hacer en primer lugar —dicta, dándome un rápido beso en los labios—. Siéntate ahí —señala.
Obedezco.
Se sienta en otra silla un poco más alta cargando su guitarra. La melodía empieza a sonar tras un carraspeo de vergüenza y un par de respiraciones más calmadas.
No puedo evitar quedarme embelesada: su voz, su modo de moverse aún estando medio estático, su perfecta fachada... ¿En qué estaría yo pensando para no haberme fijado cuando me buscó? En Guillén. ¡Obvio!
Me viene mi gran amor a la mente y cuando acaba la canción que Marcos está cantando, suena en mi cabeza una de Maldita Nerea «La respuesta no es la huida». ¿Huir del amor? Tanto amor es bueno que llene mi corazón mientras no sea un a mor confuso. Porque el amor de Guillén siempre fue de esos puros. Y aunque Marcos entrase en mi vida, habría un cajoncito en mis vísceras donde está el amor puro de Guillén, y este, mi nuevo amor, el que todavía no veo seguro ni sé descifrar.
Se pone en pie. Se acerca despacio. Lo espero. Sujeta con cuidado mi rostro e inmediatamente empieza a besarme con ternura. Estoy segura de que vamos a volver a hacer el amor. Me desea, lo deseo. Estos nuevos sentimientos empiezan a ejercer de apósito en este, mi gran dolor.
¡Ah! Y que no se me olvide darle luego las gracias por crear algo tan bello para mí. Juro que me ha encantado.
Me dejo llevar. Caer por este precipicio de dulzura, locura y deseo. Marcos ha conseguido encender esa chispa que ya se había extinguido dentro de mí.
MARCOS
Me he atrevido. Se la he cantado. La he cantado con ese sentimiento tan grande que ha nacido en mí para ella. No dejo de observarla mientras me dejo la voz en la canción. En este, su regalo. Estoy deseando que llegue la melodía hasta el final porque la estoy deseando. Necesito volver a tocarla. Perderme por su piel. Es que huele tan divinamente que se queda en mí, mi aroma. Se queda y otros lo notan. Recuerdo a César. Es muy agudo para estas cosas.
«Sí, amigo, sí. He conseguido pasearme por su piel y ha sido alucinante»
Porque fundirme en ella me provoca esa misma paz que me provoca la música. No sabría vivir sin la música. No quiero ni imaginar sin ella. Me he vuelto loco por una chica. ¡Ahora mi cabeza y mi corazón están demasiado distraídos para dar pie con bola en los negocios! Como no me centre, la bronca de mi padre va a ser mayor cuando regrese al lío. Que eso es en nada. Y no digamos cuando sepa de quién me he enamorado. Me da lo mismo. Es lo que quiero. Y ya está.
Dibujo corazones sobre su muslo.
—¿Qué?
—Me has hechizado. Mis musas están como locas desde que has aparecido.
—¿En serio?
—Sí.
—Me alegro —suelta complacida—. Eso te vuelve aún más creativo.
—Ya me has escuchado.
—Está obsesionada conmigo y no le doy ninguna oportunidad.
—Ella no te gusta...
—Pues no. A mí me gustan los chicos. A ella la veo como a mi compañera de trabajo. Bueno...; realmente la veo como el incordio de mi compañera de trabajo. Últimamente está jugando con mi paciencia.
—¿Y yo? ¿Estoy jugando con tu paciencia?
Me mira con una profunda seriedad.
—¿Qué dirá tu padre cuando se entere de que soy yo a quien cortejas?
—Fácil: se alegrará un montón.
—Eso ha sonado a pura ironía.
—¡Qué va! —bromeo divertido.
—¡Anda ya! —protesta, dándome otro empujón. Nos reímos a la par. ¡Ella es tan bonita!—. Durmamos un poco —insisto.
—Vale.
Estoy cansado. Pero quiero dormirme observándola. Observando su bonito rostro. Sus preciosos ojos de un tono café. Eso a lo que soy adicto cuando estoy despierto. Recuerdo a Olimpia poniéndome un ultimátum para que me aleje de ella y la maldijo. Jamás... ¡Jamás logrará alejarme de ella! Que vaya haciéndose a la idea.
Próximo concierto. Horas todavía con ella. Esto se está acabando. Luego se me dosificará en porciones. Tal vez, en largos días distanciados por el trabajo. Los viajes. Ya quisiera poder llevarla conmigo.
Mi padre ya me ha mandado varios mensajes. Informes sobre nuevos clientes. Sobre la lista de pedidos de las empresas que debemos hacer lo posible para que salgan. Que nadie quede descontento. Algún que otro viaje al extranjero a la caza de nuevos clientes que no se atemoricen a la hora de vaciar sus bolsillos con nuestros productos para sus negocios.
Con el regreso a la rutina no seré capaz de tener tiempo para los ensayos. Para Paula. Eso sí me mata. En fin. Ser un hombre de negocios va a traerme muchas visitas al psiquiatra que ni siquiera podré hacer.
Cierro los ojos definitivamente, agarrando sus manos. ¡Es tan cálida! Refleja paz menos cuando entra en bucle y saca su mala leche. Me dejo llevar por esta paz que me engulle y me agrada.
Ella ha preparado el desayuno. Lo sé, pues al abrir los ojos he olido a café y a tostadas. ¡Dios, qué hambre! Me alegra que haya sido capaz de encontrarlo todo en la cocina. Yo fui un poco desastre cuando me moví por la suya. Eso debo de mejorarlo.
Paso primero por el baño. No quiero darle un beso con mi aliento a dragón envenenado. Me estiro delante del espejo, feliz. Bien. Mientras siga en esta parte de mi tiempo-espacio, podré seguir soñando sin gritos, exigencias o llamadas telefónicas. ¡Ups! Creo que sigo con mi teléfono silenciado. ¡Mi padre me va a matar!
Voy a por él a la habitación. Siquiera lo miro. Me visto y al terminar, lo coloco en el bolsillo delantero de mis vaqueros. Mi padre tendrá que esperar a que mi estómago esté lleno. A que salude a la persona tan importante que me espera en la cocina. Paula. Nombrarla me llena todo. ¡Eso es! ¡Cada vez estoy más perdido por ella! Esto va demasiado acelerado y no me importa.
—Hola —la saludo al acceder a la cocina, abrazándola y besándola como si no hubiera un mañana. No le ha dado tiempo a devolverme el saludo porque tapo su boca con mi beso—. Has madrugado mucho —murmuro a milímetros de sus labios.
—Quería prepararte el desayuno. Eres muy mono cuando duermes. ¿Lo sabías? —dice a continuación sin que tenga relación una frase con otra.
Abro los ojos al máximo. ¡Eso sí que me ha sorprendido!
—¡Tú también lo eres!
Suelta una risilla nerviosa.
—¡Pues gracias! En fin, ¿vas a querer desayunar? Esto se está enfriando.
—¡Sí! Sí. Voy.
Lo pruebo. Todo está delicioso: las tostadas, los huevos fritos, el beicon... desayuno a la americana si agrego el zumo de naranja que tengo delante de mis narices. Aunque prefiero un café cargado. En nada tengo que ir hasta la casa de César para ensayar esa última actuación de la tarde.
—Has dado en el clavo. Todo está buenísimo.
—¡Genial! —celebra, dando un saltito como una ranita más una palmada. Se sienta para desayunar conmigo.
El móvil vibra. Tengo mensajes. Mensajes escritos y de llamadas perdidas. Mi padre... ¡Ay, no! Y los chicos.
—Desayuna primero. Tienes prisa —me recuerda ella como si se tratara de mi secretaria personal. Conoce mi programa de hoy.
—¿No te importe que no pase toda la mañana contigo?
—Tienes cosas muy importantes que hacer.
Mi padre me llama. Aún en silencio sé que tengo que cogerlo.
—Tenemos que hablar...
Eso ha sonado como una amenaza.
—Termino de desayunar y salgo de casa.
—Te espero abajo.
¡Un segundo! ¡¿Que está abajo?! ¡Algo anda mal!
Empiezo a levantarme de la silla tragando con mayor rapidez.
—¿Qué ocurre? —me pregunta ella preocupada.
—Mi padre está abajo. Y está muyyy enfadado.
—¡Ups!
—Eso mismo digo yo. ¡Ups!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro