Introducción
No tengo ganas. Martina y Alba no dejan de tirar de mí con la intención de que salga de casa cuando yo me he quedado congelada en el tiempo desde que Guillén falleció. Ahora están obcecadas en llevarme a una sonada fiesta en las afueras del barrio de Salamanca, en una urbanización de lujo, porque un amigo del primo de Martina nos ha invitado a ir. Solo porque Martina le gusta. Y creo que a ella también. Pero ¿Ir las tres? ¿A qué santo? No me gusta ejercer de carabina. Y dudo que a Alba le guste ejercer de algo así tan molesto.
Alargo la vista hacia la foto de Guillén que descansa sobre la cómoda metida en un portarretrato. Hay otro en el salón. Además de un sinfín más esparcido por todas partes, inclusive en mi teléfono, con la intención de que el paso del tiempo no borre su imagen. Nos conocíamos desde la universidad. Ni él, ni yo conseguimos terminar la carrera. Pero nos sentimos tan unidos que solíamos decir que estábamos emparejados desde los inicios de los tiempos. ¡Ni que fuéramos dioses milenarios!
Una lágrima rueda por mi mejilla. ¡Le echo tantísimo de menos! Si él hubiera estado aquí, habría tenido más opciones que ir a esta fiesta pija. Habría estado mucho mejor que ahora que me arrastro como una gusarapa herida sin remedio.
Como si de un movimiento automático se tratara me dirijo hasta mi armario. Saco un jersey que he apartado del resto de su ropa que continúa guardada en cajas en una habitación del pequeño piso. Con la mudanza, me llevé todo. No he tirado nada. Deshacerme de su ropa era como deshacerme de él. Y no me pareció correcto en su momento. Inhalo el aroma de la prenda. Gruño, demolida. Su aroma se está desvaneciendo y con ello, acabará desvaneciéndose todo. ¡No quiero perderlo del todo! Es como si soltara a alguien que sujeto para salvarle la vida de caer por un precipicio sin fondo. Siento que, si lo suelto, morirá del todo.
Lloro sin remedio. Lloro, abrazada a su foto.
—Te quiero —murmuro, secándome las lágrimas con rabia con el dorso de mi mano. Porque no quiero llorar más. O tal vez sí, hasta secar este río de lágrimas que no deja de brotar constantemente.
Regreso el jersey al armario, todavía secándome la cara. No quiero que Marina y Alba me vean así. Se niegan en redondo a que me torture de esta manera. Dicen que, hay que echar de menos a una persona que se quiere mucho, pero no irle detrás. Si no ¿Qué fundamento tendría la vida para terminarla por eso?
«La vida continúa».
¡Pues yo no puedo continuarla con ella!
Suena el pitido del portero automático. ¡Mierda! Todavía estoy por cambiarme de ropa y acicalarme. Y ellas ya están aquí.
Corro hacia el telefonillo para responder.
—Baja, Paula. Que ya estamos aquí.
—Todavía no estoy preparada.
—¿¡Qué!?
El grito que da Martina me ensordece.
—¡Se suponía que habíamos quedado a las siete y media y son las ocho menos veinte! Pero ¿A ti qué te pasa? ¿No me oyes cuando te hablo? —me grita molesta.
—Creo que no voy.
Otro grito y la orden de que le abra la puerta. ¡Maldición! Pensaba que sería mucho más fácil deshacerse de ellas.
Las espero en el rellano. La cara de pocos amigos que pone Martina al alcanzar mi puerta me hace negar discrepando. Se cruza de brazos con indignación.
—¿En serio, tía? ¿Cómo habíamos quedado?
—¿Acaso no podéis ir sin mí?
—No —responde Alba por ella.
—Así que tira para adentro. Te vamos a hacer un cambio de imagen completo en un tiempo récord —añade Martina azuzándome hacia el interior.
—¡Que no! —me quejo con molestia.
—Te vamos a convertir en una preciosa princesa —dice Alba.
—¡No soy ninguna princesa! —gruño airada—. Eso de los príncipes azules no existe. Y desde luego, no quiero ninguno de esos engañosos que te duran lo que un suspiro.
—¡El tuyo te duró! Así que no te quejes.
Martina le da un codazo a Alba. Ese comentario ha estado fuera de lugar. Me ha dado como una bola de demolición en toda la cara. Dándose cuenta del error, Alba se disculpa.
—Perdona. Yo...
Toco su brazo con confianza. Me ha dolido. Pero sé que no lo ha hecho con mala intención.
—No te preocupes. Haré como si no hubiera escuchado nada.
Asiente, apurada, intentando sonreír. Con tal metedura de pata sé que se siente bastante culpable. Yo misma me sentiría así si estuviera en su lugar.
—Oye, ¿no podéis ir sin mí? —protesto agregando un mohín infantil.
—No te vamos a dejar en casa, sola.
—¡Pero yo no quiero ir!
Alba cierra la puerta y Martina me empuja hacia la habitación.
—Te vamos a poner en modo «diosa de la fiesta». Lo vas a pasar genial porque tú lo vales.
Freno. Hago la suficiente fuerza para que Martina frene conmigo.
—No voy a ocupar el lugar de Guillén.
Martina me mira apenada. Coloca un mechón detrás de mi oreja.
—Cariño, no puedes pararte en mitad del camino, sentarte y esperar a que se te terminen los víveres acabando por perecer. ¡No puedes hacer eso! La senda continúa. No está cortada. Y tienes que llegar hasta el final —me sermonea como una madre.
—¡Pero no quiero moverme de donde estoy! —protesto enérgicamente. Debería de respetar mi posición.
—Paula, cariño... —tararea Alba con tristeza.
Martina me mira con determinación.
—Alba y yo prometimos no dejarte caer, y es lo que haremos. —Me da un empujoncito más para meterme en la habitación—. ¡Anda! Tira para adentro y deja de refunfuñar. Pareces una señora entrada en edad.
—¡No estoy vieja!
—Pues al paso que vas, vas a caducar. Eso, seguro.
Han dejado varios modelitos de mi armario sobre mi cama. Ninguna de nosotras iremos de marca. Vamos a ser las «diferentes». No tenemos nada de Louise Vuitton. Ni de Devota y Lomba. ¡Ni siquiera puedo permitirme el último iPhone 13! ¿Entonces? ¿Qué demonios hago en esa fiesta? ¿Qué demonios hacemos asistiendo a esa fiesta?
—Llamaremos la atención de cualquier víbora con ganas de pelea. Nuestra ropa no va más allá de Primark o H&M —sigo protestando.
—¿Y...?
—¿No habéis pensado que vamos a ser la comidilla de las tías que se muevan contoneando su culo y sus tetas arregladas?
Mi frase hace que las dos estallen en una carcajada. Martina se lleva las manos a los senos.
—Mis tetas son perfectas. ¡Gracias!
—Pues las mías necesitan un poco más de tamaño —asegura Alba, palpándoselas.
—¡Ya vale! ¡Hablo en serio! Ya me siento lo suficientemente incómoda asistiendo.
Martina pone un dedo sobre mis labios.
—Va a ser divertido. Por lo que te pido que guardes silencio y te dejes llevar.
¿Guardar silencio? ¡Está claro que ignoran mis protestas! Por favor, Guillén, sácame de esta locura. Llévame contigo allí donde estés. No aguanto a este par de locas.
Las miro bien. En realidad, ¿qué haría yo sin este par de locas? Sin ellas, tal vez estaría sumida en una depresión mucho más profunda e insoportable. Incluso a me hubiera largado de este asqueroso mundo donde ya no encuentro mi propia ubicación.
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