Entre enredo y enredo
MARCOS
—Hola, Marcos.
Acabo de quedarme de piedra. ¿Qué hace mi hermano aquí? ¿Quién lo ha llamado?
—¿No estabas en Inglaterra perdiéndote por ahí? ¡Pasando de la familia! —espeto.
Se ríe sin darle importancia a mi enfado.
—¡Vaya recibimiento, hermano! Pensaba que te alegrarías de verme.
—No apareciste para el cumpleaños de mamá.
—La llamé por teléfono.
—Estás pasando de las obligaciones con nuestro padre.
—Ya sabes qué opino al respecto.
—¡Me dejas solo ante la tormenta! ¡Vete a la mierda! —digo, apretando la mandíbula con rabia—. Tengo que actuar —busco concluir para emprender la huida.
—Espera. —Me agarra del brazo, aunque me revuelvo para soltarme—. Tenemos que hablar.
—No hay nada de qué hablar.
—Sí que lo hay. Estoy cansado de llevar tantos años enfadado contigo.
—Tú te lo buscaste. Es lo que hay.
—Sí. Lo reconozco. Pero...
—Tengo que actuar —insisto de nuevo.
—Enhorabuena, porque tu grupo es una pasada —me felicita—. Pienso hacerte mucha publicidad.
—No necesito tu limosna. Así que olvídalo.
—No es ninguna limosna. Conozco el talento cuando lo veo.
—Por tu culpa no voy a tener este tipo de opción —le recuerdo—. Tengo que actuar —repito por tercera vez, esta, dejándolo plantado en su sitio sin darle oportunidad de discutir nada más.
Mi voz no sale tan melodiosa como antes. Mi hermano ha regresado para seguir jodiéndome la vida. Porque seguirá recordándome que mi sitio está en obedecer a mi padre mientras que él toma el vuelo alto haciendo lo que le viene en gana. Haciendo lo que ha planeado para su vida. Disfrutando de ella. Sigo despidiéndome de mis sueños. Es lo que más me revienta. Siquiera tengo una mínima oportunidad para hacer lo que realmente me gusta. Aunque tenga que escabullirme de vez en cuando para echar un cable, siempre que no falle a mis seguidores. ¡Qué follón de cabeza! Estoy hecho un cacao mental.
Termina la actuación. Digo que no con la cabeza a Paula para que no se acerque. Paso de que mi hermano se entere de que tengo una relación. Paso de que se ponga a hacerle la pelota como si necesitara de su aprobación para tenerla en mi vida.
—¡Ey! —vuelve a hablarme.
—Lárgate por donde has venido.
—No voy a hacerlo.
Le reto con la mirada. Mis amigos nos observan desde la distancia con pasmo.
—No necesito que ahora vengas para ejercer de mi protector. Soy suficiente para valerme y conseguir las cosas por mí mismo. Soy un adulto que no necesito de una carabina —escupo del tirón—. No necesito a nadie que me haga la pelota.
—¿Y ella? —Señala a Paula con el mentón—. ¿Es tu chica?
—Eso no te importa.
—Yo creo que sí. Si va a ser mi futura cuñada...
—¡Ella no va a ser nada tuyo! —siseo cabreado—. Vete antes de que me obligues a montar un numerito. Eso te encanta. Enervarme, te encanta —especifico. Porque lo sé. Se divierte así conmigo.
Sacude la cabeza y chasquea la lengua.
—No voy a marcharme. Quiero quedarme por aquí una temporada.
—Entonces te aconsejo que me dejes en paz si no quieres buscarte problemas —sentencio, apartándome de él.
Quedarse una temporada buscando simpatizar conmigo... ¿Pero qué se cree este idiota? ¡Suficiente tengo todas mis preocupaciones! Como para cargar con una más.
Paula es cauta. Espera a que Pablo se marche. Tarda un poco en irse, ya que mi hermano es mucho más testarudo que yo. Dudo que se vaya demasiado lejos. No me fío ni un pelo de él.
Ella se acerca. Me abraza como quien intuye que el otro necesita ser consolado. Es agradable. Aunque, en parte, me hace sentir un poco peor. Sin rechazarla y con una mueca de estima la aparto un poco, sin llegar a soltarla.
—Estoy bien —miento. No quiero preocuparla demasiado—. Necesito respirar hondo y reponerme de este encuentro. Dame un segundo.
—Desde luego —acepta, soltándome para darme espacio.
Me duele tener que separarla unos minutos así de mí. No se irá lejos. No está enfadada. Su comprensión me enternece. Cada vez estoy más convencido de no dejarla marchar. Sé que he dado en el clavo. Ella es con quien quiero estar. Respeta cada uno de mis momentos sin poner queja alguna.
Tras el concierto solo quiero estar con ella a solas. Mis amigos se resisten insistiendo en que tomemos algo juntos y charlemos sobre lo que ha supuesto estas fiestas. Han sido, desde luego, divertidas. A pesar de que, en algún momento, he llegado a resolver dudas para mi padre, para algún cliente impaciente que ha necesitado de información de nuestros productos, a pesar de ser festivo. Fuera de la comunidad, no lo es. Así que... es lo que hay. Doy gracias de que mi padre todavía me haya dado ese espacio personal que necesitaba para expresarme. Aunque sé que luego lo tendré que recuperar. No me importará hacer horas de más mientras me deje un margen extra para ver a Paula. Porque la necesito. Porque necesito tocarla, amarla, adorarla; exactamente como ahora mismo.
Pero por más ruegos que emito mis amigos terminan ganando. Y me toca esperar para más tarde a tenerla en mis brazos. A poseer este bien tan preciado para mí solo. La amo, la amo, la amo... aunque sea precipitado decirlo. Pero la amo.
César y Julián están emocionados. Yo también lo estoy. Solo que la presencia de mi hermano me ha provocado un buen bajón posterior a la euforia. Finalmente, nos hemos fotos con seguidores de Internet y nos hemos sentido como aquellos noveles que se impulsan hacia la fama. Todavía no hemos respondido a la discográfica. El tipo sigue esperando nuestra llamada. Soy yo quien más se lo debe de pensar. Estoy en mitad de una guillotina y me mueva hacia donde me mueva, voy a salir lastimado. No quiero pensar ahora en esto.
Mantenemos una conversación animada. Las nuevas chicas de mis amigos del grupo son majas. El resto ya somos majos de serie. ¿Se nota que no tengo abuelo? ¡Oye, que es un decir!
Charlo animadamente con todo el grupo. Aunque debajo de la mesa, un tic nervioso de pie me recuerda que necesito que pasen las horas veloces para verme con Paula a solas. No vamos a pasar la noche juntos hasta el amanecer, puesto que mañana cada cual tiene que regresar al trabajo. Y mi padre odia la impuntualidad.
Paula me descubre inquieto. Toca mi pierna con timidez como si tuviera la necesidad de detener el tic o terminará mucho más nerviosa que yo solo con verlo.
—¿No decías que estabas bien? —murmura por lo bajo buscando que el resto no sepa de qué estamos hablando.
—Quiero largarme de aquí ya, contigo —confieso sin esconderme.
Tuerce su sonrisa revoltosa.
—¡Qué travieso! Pero necesitamos descansar bien. Mañana tenemos que madrugar. Sobre todo tú que madrugas mucho más que yo, imagino —me recuerda, devolviéndome de golpe a la realidad.
—Pero quiero estar un ratito contigo.
—Tenemos todo el tiempo del mundo para estarlo.
—¿Con mi hermano por aquí? Te aseguro que no.
—¡No seas agorero! No quieras adelantar acontecimientos. Podemos esquivarlo fácilmente.
—¡Tú no lo conoces! Y en cuanto mis padres sepan que se ha dejado caer por aquí... ¡Verás!
—¿Está casado?
—Sí. Y tiene un crío. Pero viven fuera de España.
—Oh. Igual se marcha esta noche para llegar a donde sea que vive a tiempo para regresar al trabajo.
—Si no se ha pillado un permiso. Y vive en Londres.
—Londres... ¡Qué pasada!
—Ya veo demasiado mundo en mis viajes de negocios junto a mi padre.
—¡Pues yo no! Y me encantaría viajar.
—Tal vez algún día te lleve conmigo a donde sea.
Paula suspira hondamente.
—Mi presupuesto no da para demasiado. Tengo que pagar alquiler y mucho más. Pero puedo ir ahorrando un poco. De hecho, ya estoy ahorrando un poco para viajar, aunque sea a la vuelta de la esquina. Algo es algo.
—Hablando de eso. Tengo algo para ti.
—¿Para mí? ¿Por qué? ¡No era necesario!
—Lo compré en Milán.
—Pero...
La chisto.
—Protesta más tarde. Algunos cotillas quieren enterarse de qué estamos murmurando —digo, frunciendo el ceño, lanzándole una mirada de advertencia a Borja que se descojona sin cortarse. ¡Ay, señor!
Cuando nos quedamos por fin a solas la llevo a mi piso. Busco el regalo que tenía pendiente darle. Cuando lo abre y ve que es un auténtico Armani casi le da un soponcio.
—¡Joder! ¡Te habrá costado una fortuna!
Se lo quito de las manos. Lo dejo sobre el sofá. La aprieto contra mí y le susurro al oído.
—No importa el precio. Solo lo vi y me acordé de ti —digo ya entre jadeos, recorriendo con mis manos su cuerpo. Estoy ansioso de desnudarla y darle otro de mis regalos favoritos, que es hacerla subir hasta las nubes disparada.
—Eres un... un tramposo —responde con la voz entrecortada por la excitación.
—Lo sé. Soy tu tramposo favorito.
¡Dios! Precisamente, este es el momento que estaba esperando con tantas ansias. Por fin es mía de nuevo. Solo espero que mi hermano no monte cualquier motín junto a mis padres para separarme de Paula. No me fío de él. Es como ese gatito con ojitos tiernos que, al acercarse a ti, se vuelve el engendro más horripilante de tus peores pesadillas.
PAULA
Por fin sé quién es Pablo. Parece más inofensivo de lo que Marcos me lo ha descrito. Puede que me engañe su apariencia. Tendré que ir con cuidado con él por lo que pueda suceder. Me pareció ver que quería acercarse a mí para hacer migas conmigo. Marcos me advirtió que ni se me ocurriera con aquella clara mirada y aquel gesto de advertencia. Pude leer en sus labios algo de «cuñada». Tengo que preguntarle a Marcos, cuando esté algo más tranquilo, qué le dijo cuando me mencionó. Quiero saber a qué me enfrento. Aunque tenga una mínima idea.
Lo he encontrado aún más inquieto cuando me ha confesado que esperaba el momento de quedarnos a solas. No quiero que mañana quede mal con nadie por llegar tarde al trabajo. Si, por lo que sea, pasamos la noche juntos y, con el exceso de cansancio, nos quedáramos dormidos, no quiero ni pensar la bronca que nos llevaríamos. Pero pasa de hacerme caso. El muy cabezón termina saliéndose con la suya, cómo no, terminando la velada en su casa. Antes me entrega un regalo que, al abrirlo, casi me da un jamacuco. ¡Un Armani original! ¡No es justo que se gaste tanto dinero conmigo! Lo he regañado. Pero es como quien oye llover y ha cambiado de tema, empezando a enredarme entre sus brazos, sobornándome con palabras bonitas. Y como era de esperar, y porque su tentación me ha hecho caer, hemos terminado explorándonos con unas ansias en las que casi nos arrancamos la ropa literalmente a pedazos —algún botón llegó a salir disparado—. ¡Pero qué brutos somos! ¡Qué ganas nos teníamos! Tendré que reponerlos, tanto en mis prendas, como de las suyas, y reparar algún que otro pequeño desgarrón con las prisas por darnos ese polvo rápido que nos urge, cenar, e irse cada uno a su casita. «Cada mochuelo a su olivo», como suele decir mi madre. Satisfecha, y despachada a gusto. Me sale una sonrisa enredada de travesura. Sí. Creo que Marcos me está volviendo una inconsciente. Hay un refrán que reza: «Quien con un cojo va, al cabo del año cojeará». Otro refrán muy mencionado por mi madre. Seguro que los había aprendido de mi abuela. Ella era mucho de eso. Ahora, su alzhéimer temprano la limita a vivir en un mundo que no entiende. Que la asusta. La invade de extraños y ella queriendo regresar a su casa para resguardarse en ella. Me invade la lástima cuando lo pienso. No es justo que alguien así de valiente y resuelta termine así: perdida y triste, todo por culpa de una diabólica enfermedad que todavía no saben cómo evitar, o al menos, ralentizar su invasión sin permiso ni piedad. De ahí que sienta tanto cariño por las clientas de su edad similar que se vuelven entrañables y familiares para mí con sus conversaciones banales, sinsentido, pero graciosas, provocadas por la demencia senil o por esta enfermedad tan traicionera invasiva y espantosa. Se vuelven niños viviendo en un cuerpo adulto, desgastado y cansado; debilitado.
Sacudo la cabeza pretendiendo borrar las ideas más tristes que acaban de arrasar mi pensamiento. Pero no las imágenes y recuerdos que atesoro de mi abuela porque para mí son un gran tesoro que me encantaría conservar por años con nitidez. De ella aprendí muchas cosas. Era maravillosa. Sigo queriéndola mucho a pesar de que ya no recuerde mi nombre. Se lo perdono. Aunque no pueda evitar derramar unas lagrimillas sintiendo impotencia porque no tengo la solución a tal desastre. Además, recuerdo a mi abuelo Antonio que en paz descanse. Un infarto fulminante se lo llevó temprano. Puede que, por ello, mi abuela se entristeciera de ese modo, se desgastase con el disgusto y enfermase así de pronto.
Y luego está el tema Marcos. No paro de darle vueltas al asunto. ¡Y pensar que, en un principio, no quería saber nada de él! Rehuía de su sola presencia. Porque sigo temiendo fallarle a Guillén. El caso es que si hubiera sido al revés, a mí sí me habría gustado que rehiciera su vida porque no se puede estar solo el resto que te queda de existencia, salvo que estés hecho de piedra. Por celosa que fuera cuando todavía latía su corazón —pero solo un pelín, ¿eh?—, con el tiempo ves las cosas desde otra perspectiva. Sobre todo después de una terrible desgracia. Puede que me haya vuelto egoísta. Quizá, un poquito descuidada con no guardar luto el tiempo necesario, o siempre, como antaño. Eso lo veo un poco anticuado. Sobre todo cuando el amor vuelve a resurgir, y las cosas cambian instantáneamente. ¡Y mira que he cambiado de pensar radicalmente de la noche a la mañana! Incluso me doy miedo de mí misma por ello. Pero es que Marcos es... ¡No sabría cómo explicarlo! Me ha calado tan hondo que está tirando de mí con la fuerza de un apretado elástico.
Abro los ojos, me estiro como un gatito menudo y sonrío. Todavía huelo en las sábanas y la almohada el agua de colonia de hombre de Marcos y su toque personal almizclado. Aún noto la huella del último beso que dejó sobre mis labios antes de salir a hurtadillas en mitad de la noche. ¡Eso suena enardecido, travieso y arriesgado! Pero sí. Él salió de mi casa a mitad noche intentando hacer el menos ruido para que los vecinos no despotriquen. ¡Que les den a los vecinos! Puedo hacer con mi vida lo que me plazca. Es más, mis vecinos no son de esos demasiado malvados con el cotilleo. No hasta ahora, vamos.
Suspiro. No quiero levantarme. Me duele todo. Es como si hubiera tenido una sesión intensiva de gimnasio. Estoy segura de que tendré algún chupetón a la vista que dará que hablar. Si lo encuentro, mejor lo maquillo para evitar que mi tía empiece a portarse como la reportera más dicharachera de esta capital castiza. No, no, no. Mejor, la privacidad. Además, porque tendré a la cotilla de Olimpia bien cerquita y comenzará a indagar. Olimpia... Al recordarla me invade la mala uva. ¿Qué será hoy? ¿Volverá a asediarme con sus besos sorpresa? ¿Con su molesta declaración de amor? Es bonito lo que hace... si yo estuviera de acuerdo, vamos. Pero me gustaría que fuera feliz, aunque no conmigo cuando no tengo sus mismos gustos. Ojalá un día encuentre a esa mujer que la valore y la ame como ella desea. Estoy segura de que estará bien atendida en lo que respecta al amor porque Olimpia es bastante pegadiza y amorosa. Tanto, hasta la saciedad. Le gusta demostrar su amor. También a Marcos. Pero, ¿tendrá fecha de caducidad todo este amor?
Con disgusto me levanto y me visto. Me dirijo hacia el baño para arreglarme y poco después, me muevo hasta la cocina para tomar un desayuno rápido. Leo los mensajes de mis amigas con rapidez. Parece que todas ellas han tenido recuerdos «inolvidables» en este San Isidro. Estamos tan enamoradas que si nos engancharan a un monitor cardíaco, este pitaría como un desquiciado.
Respondo rápido diciendo que ya hablaremos. Supongo que todas y cada una de nosotras tendremos una prisa tremenda por salir pitando hasta el trabajo, si no es el caso de que alguna ya esté en el mismo, o accediendo a él. Incluso respondiendo a escondidas mientras se prepara para empezar el día. De Martina no me extrañaría. Ni de Alba.
Me echo una última mirada al espejo horizontal del recibidor. Me veo guapa. Me siento guapa. Otro mensaje entrante. ¿Otra vez? Les dije que tenía prisa ya. No es de ellas. Se trata de Marcos.
MARCOS:
Buenos días, preciosa. Estoy imaginándote a punto de salir disparada como en una carrera. Eso sí, vestida muy guapa. Puede que me pase por la floristería.
YO:
Mejor no. A saber cómo están hoy las cosas por allí con Olimpia. Mejor, ya nos vemos. Además, tampoco sé cómo tendrás las cosas en el trabajo.
Tecleo tan deprisa y distraída que casi trastabillo en la escalera. Decido llamarlo. Así mejor. Una llamada exprés.
—¡Ey! ¿Cómo te has levantado esta mañana?
—Buenos días, Marcos. Con muchas agujetas y bastante sueño, desde luego —aclaro, sin dejar de sonreír.
—Yo me he levantado mejor que nunca.
—Vale. Eso también. ¿Estás de camino a la oficina? Escucho ruido de fondo.
—Ya estoy en ella. He salido un momento para llamar y regreso. Ya hemos tenido una primera reunión con unos clientes.
—¡Qué madrugador!
—Siempre...
—¿Y tu padre? ¿Todo tranquilo?
—Pues verás, lo he notado un poco inquieto. Miedo me da, con mi hermano merodeando por Madrid.
—Si se deja caer por ahí, recuérdale que debería de compartir esa obligación contigo. De ese modo, podrías dejarte caer por algunas salas para tocar.
—Pues mira tú por dónde que ahora ni quiero verlo. Mejor que no se deje caer por aquí, desde luego.
—A ver si te aclaras. Mejor, darle trabajo para que esté entretenido.
—En algún momento regresará a Londres con su familia. Dudo que aceptara la oferta.
—Ya... Bueno, tengo que conducir. He de colgar. Ya estoy llegando tarde.
—Yo voy de regreso a mi despacho. Seguramente, mi padre me debe de estar buscando por todas partes. Le encanta no dejarme respirar.
Me hace reír.
—Eres un tipo imprescindible.
Se ríe.
—¿Lo soy?
—¡Venga! Tira a tus quehaceres que, por tu culpa, la que me llevaré la bronca seré yo.
Como de costumbre, vuelvo a la fila de abejas en desorden y caótico del tráfico. Abejas que zumban furiosas entre pitos y algún que otro despropósito dicho en voz alta y sin cortarse un duro. Yo soy una conductora que prefiero maldecir para adentro de mi cabina. Sentiría vergüenza si montase un conflicto en mitad de La Castellana, por ejemplo, con un público numeroso, sabiendo que habrá quien me recordará por mi mal talante, o con la llegada de las fuerzas del orden con la opción de ser fichada por escándalo público y violencia. No. No. Mejor, maldigo para mis adentros. Aunque alguna vez sí que he dejado caer mi mano sobre el claxon dando un buen bocinazo de advertencia. Pero poco más.
Mi cabeza va en pleno programa de centrifugado. Después de perder de vista a Olimpia durante el resto de las fiestas, ¿qué ocurrirá? Estaciono, hoy sin mayor dificultad. Pronto voy a saber de qué talante está ella porque voy a coincidir al entrar en la tienda. La veo aparecer y como que no puedo esperar. Ya va siendo hora de salir de mi refugio lejano y meterme dentro a currar.
—Buenos días —la saludo, apareciendo detrás de ella. Sus ojeras me indican que se ha pasado unas fiestas brutales. Supongo que habrá dormido lo mínimo.
—Hola —me saluda, aunque con poco interés, observándome por pocos segundos a través de la cortinilla de su flequillo azul, desgarbado esta mañana. Va como medio despeinada. Igual ha salido con prisas de su casa. Igualmente... ¿Qué me he perdido?
Me encojo de hombros respondiéndome a mi pregunta. Agradeciendo que todo esté más o menos tranquilo. Mientras se mantenga neutral, mejor que mejor. Una cosa tengo clara: sigue enfadada conmigo. Diría que furiosísima.
Tía Rosa nos manda a tres sitios para repartir flores y otras florituras para unos eventos. Un lunes, y celebrando. Bueno, se trata del ayuntamiento. Ese, nunca para de programar actos.
Olimpia conduce. Tiene la mirada fija al frente. Está callada. No sé lo que es, pero que hable por los codos de temas que me irritan, o que guarde silencio y no sepa en qué puñetas está pensando. Miedo me da.
Por fin rompe el silencio de la atmósfera. A ver qué va a ser y cómo me hará reaccionar...
—¿Has reflexionado?
¡De acuerdo! Calladita estaba mejor.
—¿Reflexionar? ¡Sobre qué? No hay nada sobre lo que reflexionar.
Suspira hasta casi vaciarse entera.
—¿Sabes? Aunque te dije que te esperaría toda la vida, en realidad, mientras tanto necesito estar entretenida. Sentir. Porque soy humana.
—Vaaaale. Me parece bien.
—Las cosas con Inés no han salido como yo esperaba.
¡Mierda! Ya estamos otra vez.
—Ten paciencia. Tienes que hablar con ella. Seguro que es un cabreo pasajero provocado por una tontería.
Niega.
—Se sentía celosa porque estoy enamorada de ti.
—Vaya... Qué novedad —murmuro por lo bajo con un soniquete de reproche.
Ríe con disgusto.
—Sin embargo, he conocido a otra chica. Ella es mona. Es atenta, al contrario que tú que me rehúyes como si tuviera la peste.
—¡Ja! Muy graciosa.
—Es verdad. —Clava su mirada unos segundos en mí. Luego la regresa a la carretera para no estrellarnos—. ¿O no?
—Paso de hablar más sobre este tema. Ya te dije lo que hay.
—Ya. —Tuerce los labios airada—. Se llama Pandora. Es bastante bonita.
—Lo será. Si no, no te habrías enamorado de ella.
—Lo estoy más de ti.
—Olimpia...
Resopla como un caballo exhausto que acaba de dar todo de sí en una carrera frenética. ¡Qué manía con fusilarme con sus molestas indirectitas!
Se encoge de hombros.
—Tú te lo pierdes.
No respondo a esta siguiente indirectita porque la ira comienza a escalar por mi estómago. ¿Por qué no se dará por vencida? Busco romper la tensión. Porque estar de esta guisa con ella todo el día, dentro de esta cabina, trabajando pegadas con los repartos, va a ser mortal.
—¿Qué tal es Pandora?
—Mona. Tiene unos tatoos muy chulos y besa que te mueres. Por no decir: folla que te mueres.
—Ah... Pues qué guay —respondo algo cortada, y seguro que más roja que un tomate maduro.
—Tus labios saben mejor. En fin... ¿Siguiente pregunta?
Señalo.
—Es allí.
Respiro aliviada. Acabamos de llegar al primer lugar de reparto. ¡Salvada por el trabajo! Nunca lo había agradecido tanto.
Hago por ir con cuidado y no tropezarme con Olimpia, ni por accidente. Esta mujer tiene las ideas tan claras que estoy segura de que volverá a contraatacar. ¡Qué cruz!
Recuerdo a Marcos, mientras. El polvo que nos dimos... entre tantos. Su preciosa voz. El arte que tiene para tocar música y cantar canciones que enamoran. Porque aquella canción-indirecta fue el impulso del inicio de este acercamiento tan personal. ¡Quién iba a decir que un músico me dedicaría una canción con el fin de conquistarme! Aunque no fuera el autor de misma, fue una pasada.
Olimpia me da un codazo y me aparto como quien le da una corriente de un porrón de voltios.
—¡Estás en Babia! ¿Curramos o qué?
—Ah. Sí... Claro...
—Y no muerdo. Bueno... si me dejas sí —añade tan tranquila dedicándome un guiño. ¡Será cabrona! No cambia.
Seguimos con el reparto. Olimpia no deja de mirarme de soslayo con esa sonrisita burlona que me saca de quicio.
—¿Sabes? Estuvieron genial las fiestas de San Isidro. Marcos hizo que fueran inolvidables.
—Ese entrometido. —Gruñe—. Debería de haberle metido una hostia gorda en su primer intento por robarte.
—Marcos es un tío genial, ¿vale? ¡Déjalo en paz!
—Dice quien dijo que no se enamoraría de nadie más porque Guillén era toda su vida. Y, ¡ah!; que Guillén era un tío de no fiarse.
—Lo decía porque no lo conocía de nada. Y, además, creo que le estoy haciendo daño a Guillén no dejándolo descansar en paz.
—¡Ah! Claro. Claro. Es lógico.
Esta capulla me está desquiciando. Me ladeo, aun con el cinturón puesto, para enfrentarme a ella.
—Y, dime, si te hubiera dicho que sí a ti, ¿no hubiera sido igualmente un delito contra Guillén? ¡Entonces, no te quejarías!
—Te acompañaría a visitarlo al cementerio. Además de no importarme que tuvieras fotos suyas por nuestro piso.
—Por nuestro piso...
—¡Exacto!
Esa frase me ha provocado un escalofrío. No me imagino viviendo con ella. No porque sea una mujer. Sino, porque es alguien que no me gusta como relación y sentirme forzada provoca en mí sentimientos de una incomodidad tremenda.
—Seguro que a Marcos sí que le molestará.
No digo nada. Realmente, no sé si le molestaría o qué. No sé qué pasaría en ese caso. ¡Ay, Olimpia! ¡Qué manía tienes en hacerme dudar!
—Te prepararía la comida. Te mimaría. Acabarías amándome.
—A ver cómo te lo digo: cuando alguien no te mola para una relación debe de entender que tiene que conformarse con una simple amistad o relación de compañerismo.
—O relación de compañera de trabajo. Échame fuera del todo, ya que estás.
Juego con mis dedos sujetándome a mí misma para no arrearle. ¿Pero qué demonios le ocurre? ¡Lo sé! Sé lo que le ocurre. Tengo que dejar de jugar a su juego.
Entonces me callo y ya me dedico a observar el paisaje urbano a través de mi ventanilla. Olimpia me observa con disimulo. ¿Por qué no deja de mirarme? Aunque le guste. Pero, por Dios, ¡que en nada comenzará a temblarme el ojo! Voy a parecerme a José Mota en sus esketch humorísticos.
Terminamos con el reparto. Regresamos a la tienda.
—¿Qué tal todo, chicas? —nos pregunta tía Rosa.
«Mejor, ni preguntes...», murmuro para mi fuero interno.
—Bien —largo con voz cansada disimulando el cabreo.
Olimpia no dice nada. La sonrisita estúpida se le ha borrado de los labios. Por fin. ¡De verdad!
Guardamos lo que nos ha sobrado en el almacén de la trastienda. Olimpia va pegada a mí. Yo voy buscando una vía de huida. Me intercepta en un descuido. Encaja su mano en mi mandíbula y me planta un beso que me deja sin apenas respiración. La aparto con fuerza.
—¿Qué cojones haces, joder?
Se ríe. ¿Cómo es capaz de importarle todo una mierda?
—¿Qué ocurre? —pregunta tía Rosa apareciendo a todo correr, asustada—. ¿Habéis tenido algún percance? —consulta sofocada.
Un accidente no. Pero pronto habrá un asesinato si esta niñita tonta no deja de tocarme los ovarios.
—Me voy fuera. Que Olimpia termine de descargar la furgoneta —gruño con desdén.
Nos mira de una a la otra buscando adivinar qué ha pasado.
—A ver, no quiero morros en mi negocio. Si tenéis alguna diferencia, arregladlo cuanto antes, ¿entendéis?
Me giro con rapidez.
—Eso díselo a tu empleada porque no deja de buscar la ocasión oportuna para meterme mano.
—¿Qué? —Tía Rosa acaba de empalidecer. Olimpia ha gesticulado un «cabrona», bien claro—. Olimpia, ¿podemos hablar?
La susodicha me lanza una mirada asesina.
Exhala.
—Claro... ¡Qué remedio!
Sé que la he traicionado. Pero, veamos: ella se lo ha buscado. ¡Así no se puede trabajar!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro