Doble cita
PAULA
No sé si ha sido peor aceptar, que rechazar la propuesta de Olimpia. Ha estado demasiado simpática durante lo que ha restado de semana en el trabajo. Igualmente, mi lado precabido ha seguido mostrándose rígido; desconfiado. Trabajar en plena tensión sigue ocupando el mayor tiempo de mi estancia laboral.
«No pasa nada. Ella tiene a Pandora. Se cortará».
«¿Se cortará? ¡Si me soltó a la cara que estaba con ella porque yo no la acepto! En fin».
Eso. En fin. Que hemos llegado al sábado sin comerlo ni beberlo. Ya no me he atrevido a preguntarle a Marcos si ha tenido más problemas con su hermano. Se cabrea mucho cuando lo hago y paso de que se disguste. Tampoco le he mencionado a la mujer que su padre ha puesto de por medio para quedarse tranquilo de que no va a casarse con cualquiera. Yo no soy esa cualquiera. Tampoco sé si quiero casarme. Quizá incluso nos quedemos como pareja de hecho. No seríamos ni los primeros, ni los últimos. Y menos papeleos si la cosa no funciona.
Noto una mano en el hombro y doy un salto.
—¿Vas a quedarte ahí como un pasmarote?
Rio nerviosa.
—No, tía.
—Bien. Porque llevas como cinco minutos con la flor cortada, en la mano. —Pone cara de circunstancia—. Se va a poner mustia antes de ponerla en su lugar.
Reacciono.
—¡Oh! Ah. Madre mía.
Olimpia se ríe desde donde está. Le dedico una mueca contradictoria y ni así se corta. Se lleva la mano a la boca para no carcajearse. ¡Asquerosa! Sabe de sobra por qué me tiene atacada de los nervios.
—Bien. Acaba el ramo. Vendrán a por él dentro de un rato.
—Claro. Voy.
Vuelvo a mirar a Olimpia. Ella eleva el dedo pulgar. ¿En serio? ¿Me sigue retando?
«¡Voy a ganar esta asquerosa batallita, chavala! Porque quiero en mi vida a Marcos. Y nada me hará cambiar de opinión. Espero».
Le muestro el dedo corazón pidiendo que me deje en paz. Se encoge de hombros, como si nada.
Les he dicho a las chicas que pasen a por mí. Marcos había insistido en acompañarme a casa de César para verlos ensayar y que estuviese con ellos, pero he dicho que no. Prefiero que ensayen tranquilos, sin ningún tipo de interrupciones. Nos veremos antes en una pizzería de Lavapiés, que hay como a doce minutos en coche del barrio donde se encuentra el pub Tragos. Ya le he mandado la ubicación a Olimpia de este segundo lugar. Y la hora. Solo faltaría que acudiera la novia de pega de Marcos al evento y ya estaríamos todos reunidos... ¡Viva la madre superiora! O eso reza un dicho. ¿No es así? Me descojono al mencionarlo en mi cabeza. Es como si hiciera un épico monólogo para ese programa de televisión de humoristas donde cada cual se deja la piel sobre el escenario. A diferencia de que mi escenario es el mundo, y hay mucho más tétrico que humorístico.
Ellas son puntuales. Hemos ido en el coche de Martina. Estacionar en Madrid es un caos completo. Tampoco hubiera estado mal cogerse un taxi. O un Uber. Pero ese piquito, mejor esta noche lo invertimos en otras cosas.
—¡Uauuuh! Te has puesto muy guapa, Paula. ¿Es para Marcos?
—¿Y para quién, si no, va a ser, Martina?
—¿Qué harás cuando alucine Olimpia con tu atuendo?
Arrugo los labios en un mohín de disgusto
—No es para ella. Así que...
—Es un problema. Que le gustes a alguien tanto, pero no sea tu tipo y tengas que decirle constantemente que no —expone Alba, haciéndome reflexionar.
—Me sabe mal por ella. Pero ya le he dicho que no es posible. No sé por qué insiste.
—Igual quiere hacerte la propuesta de que hagáis un trío.
¡Eso sí que me espantaría! Soy de ejercer la monogamia. ¡Qué narices! Le doy un empujón a Alba por poco graciosa. A ver, que podría ser posible que fuera eso. Pero no. Quiero descartarlo porque me niego en redondo a ello.
—Deja de decir estupideces. —Pongo los ojos en blanco—. Quiero cenar. Me muero de hambre.
—Los chicos vendrán a cenar aquí. A La Benedetta Toscana. Incluso Marcos. Al principio iban a cenar en casa de César. Pero parece que les da tiempo a todo, incluso si cenan con nosotras. Bueno, no creo que a todo y supongo que irán cronometrados. Aunque así se ha hecho el plan.
—¡Pues no me ha dicho nada!
¿Por qué no me ha dicho nada de este cambio de planes? ¡Se supone que somos pareja!
—Dijo que, si te lo decía, ibas a protestar. Porque querías dejarlo tranquilo y blablablá.
—¡Será cabezón!
—Cabezón, pero te va a molar que esté cenando contigo, ¿no?
—Sí —afirmo sin pensar. Porque sí que me apetece. No tendría que cambiar los planes por mí. Seguro que lo ha hecho por mí. Y no sé si habrá entrado en discordia con los chicos por ello.
—Entonces, asunto resuelto.
Lo veo entrar. Ya nos habíamos sentado en la mesa que habíamos reservado para tantos como somos. Llega él y todo el resto de la tropa con los que estaremos esta noche. No dudo en levantarme. En darle un beso dulce de bienvenida aunque sin dejar de fruncir el ceño.
—¿Y ahora qué? —pregunta preocupado.
—Se supone que ensayabas tranquilo y luego ya nos veíamos en el pub.
—He hecho un cambio de planes. Además, los chicos querían estar un ratito con sus chicas. Y ya sabes cómo son Julián y César cuando se ponen tercos.
Las chicas de ellos también cenan esta noche aquí. Y, por cierto, acaban de entrar por la puerta y han tardado segundos en ir a recogerlas donde están y mimarlas.
—¿Lo ves? Ya las estaban echando de menos —se justifica Marcos sin soltarme de la cintura.
—Entiendo. —Otro beso más—. ¿Nos sentamos?
Nos distribuimos para terminar con cada pareja al lado. Pedimos tras deliberar qué queremos cenar esa noche y pagar la cuenta todos a medias. Me alegro de no haber quedado con Olimpia y con Pandora aquí. No sé cuánto tiempo de esta noche voy a aguantar cerca de ellas si se ponen en plan conquista y remate. Un trío... ¿Cómo no había pensado que eso podría ser muy posible como plan en la cabeza de Olimpia? Su cabeza está tan llena de fantasías eróticas que me aterra. ¿La cabeza de Marcos lo estará? Sacudo la cabeza sonrojada intentando borrar esa parte de mi pensamiento para no sonrojarme delante de todos.
—¿Estás bien? —pregunta Marcos apartando un mechón de mi cara.
Asiento.
«¡Mentirosa!»
«¡Cállate, vocecilla traicionera. Igual, le ataco más tarde. Pero ahora dame un descanso»
«Como si lo quisieras tener»
—¿Estás nerviosa por lo de Olimpia? —quiere saber por qué no dejo de tartamudear y temblar como si estuviera a punto de realizar uno de esos exámenes definitivos importantes.
—Esa mujer aguantaría un tifón de pie. Te lo juro.
—Le daremos un empujoncito para que se caiga —agrega, muerto de risa.
—¿Se puede saber qué tramáis? —nos pregunta César, enarcando una ceja con diversión.
—Le aterra que le dedique una canción en público y se muera de vergüenza —miente.
—¡Si eso estaría genial! ¿A qué fan no le gusta que su grupo favorito le dedique una canción?
—¡Déjalo! —quiero concluir viendo que estamos en distintas ondas y nos vamos a pasar el rato descifrándonos hasta que César acierte. No sé si sabrá lo de la cita de esta noche con Olimpia. No sé si sabrá de la existencia de Olimpia. Estoy casi segura de que lo está; él y Julián. Lo que no conocen es lo de nuestra cita doble de esta noche. ¿O a caso sí se lo ha contado Marcos?
Me toco el abdomen. Lo froto.
—Estoy muerta de hambre. Lo que quiere decir que paso de discutir antes de que estire la pata por un bajón de azúcar.
Ambos se ríen estallando en una escandalosa carcajada que llama la atención del resto. Aunque nadie dice nada. Simplemente, se limitan a leer la carta que hay sobre la mesa junto a las servilletas para empezar a pedir. El tiempo es oro. Ya me lo había advertido Marcos. ¡Prisas! Prisas. Prisas... ¡La vida es puro estrés!
Cenamos. El momento «cena» se reduce a un instante cronometrado donde casi no conversamos en grupo cuando, todavía con el último mordico en la boca, parte del grupo esencial para distraer al público del bar de copas nocturno que les espera no va a tener tanta paciencia, ni aguantar la impuntualidad. Es más, quien lleva el cotarro ha realizado una llamada en plan «apechugue» porque quieren preparar la actuación con tiempo para que todo salga redondo.
No quiero soltarle la mano. No me apetece que se vaya. Pero debo. ¿La mano? De repente me descubro anclada a su brazo evitando que abandone su silla y esta me empape de un vacío temporal.
—¿Por qué tanta prisa ahora? Dile a tu jefe que espere un poco más. Me gustaría aparecer en Tragos contigo. De ese modo, encararme con Olimpia a tu lado.
—No estaré con vosotras hasta que termine la actuación. Así que haz por sobrevivir con las invitadas del mejor modo posible.
—Con nuestra... «Cita doble».
—Tú aceptaste. Tú harás de anfitriona —larga partiéndose el culo. No le doy una colleja porque lo adoro.
—Créeme cuando te digo que preferiría huir.
—No hace falta que lo jures. Se te nota a leguas —Sigue muerto de risa. En serio. Ahora sí que estoy a punto de darle una colleja.
Le doy un beso y lo dejo ir. Dejo ir a Marcos como si parte de mi corazón se largara y me dejara a medio latir. Sí. Está produciendo en mí un efecto devastador que me impresiona. Es como si pudiera dejar en Pausa a Guillén mientras estoy con él para devolverme al dolor y a la oscuridad cuando desaparece. Es como si tuviera el alivio eficaz para ese dolor que se pausa mientras lo tengo a mi lado. Creo que necesito de nuevo a uno de esos facultativos especializados con los cerebros agrietados. El mío lleva en obras desde hace unos años. Ni siquiera con un poco de cemento cola podré devolver los pedacitos a su lugar. Pero es que Marcos me sirve de adhesivo para que tampoco se fragmente del todo.
Martina frota mi brazo.
—Cada vez estás colgada por él. Y él, por ti. Opino que has tenido suerte de encontrarle. De encontraros.
—Seguro que tiene alguna pega. Nada de lo que tengo ahora no la tiene.
—¿Una pega? ¿Por qué? ¡Mira Borja! Es un niño rico y aquí está —lo señala. Él se ha adherido a nosotros como si fuera uno más de nuestra clase social obrera. Sin importarle qué puedan pensar por ir con este tipo de compañías. Porque, joder, no debería de haber prejuicios entre clases. Ni clasicistas.
—Presiento que todo está yendo demasiado bien como para que no haya un mínimo «pero». En principio, ha aparecido su hermano y ya está dando por saco de por medio. Aunque no se niega a que estemos juntos. Al contrario.
—¿Por qué debería de negarse a que lo estuvierais?
—Es otro niño rico. Como Marcos —explico.
—Marcos es un nómada que se acopla a lo que le echen.
—Imagino. Pero, ¿qué debe de pensar su familia si sabe que está saliendo con alguien como yo?
Agarra mi cara con cuidado y dulzura.
—¿Que eres muy mona? ¡Hasta yo te daría un beso en los morros! No me importaría.
Le doy un empujón, muerta de risa.
—¡No digas memeces! ¡Anda! Tira.
—O te lo puedo dar yo —bromea a la vez Alba que está escuchando nuestra conversación.
—¡Estáis las dos muy locas! —las acuso.
—¡De verdad, Paula! ¡Valórate más! Que te importe poco lo que diga el resto. Se trate de quien se trate. Marcos ya es grandecito para decir qué quiere en esta vida.
—Y yo —decido—. Yo soy suficiente para decir qué y a quién quiero.
—¡Eso es! —aplaude Martina—. ¡Bravo por ti! Los ojos bien abiertos y la espalda cubierta —recita mi amiga como diría cualquier personaje de una serie policial.
Asiento. Es verdad. ¿Desde cuándo he dejado de ser decidida? ¡Pues sí! ¡Yo digo cómo, cuándo y con quién!
—Bravo —vuelve a felicitarme.
Mi mente regresa al momento Olimpia. Cada vez está más cerca el momento en que la voy a ver, junto a Pandora. Las dos para mí sola hasta que Marcos acabe con la actuación. Se me revuelve el estómago como si la pizza que me acabo de comer estuviera caducada.
«Vale. No pasa nada. Esto es pan comido», repito como un mantra sin llegar a creérmelo.
Llegamos al Pub. No tardo en dar con Olimpia y con Pandora que se han colocado cerca de la puerta para dar conmigo pronto.
—¡Ey! —saludo, mostrando una alegría falsa.
Doy gracias de que ninguna de las dos sea de esa gente de dar dos besos o algún abrazo como recibimiento.
—¿Qué tal? —saluda Olimpia elevando el mentón—. Esta es Pandora.
Ahora sí debo de dar ese par de besos. Aunque Pandora me taladre con la mirada. ¿Le habrá contado su novia que soy un amor platónico para ella?
Si mirarme de aquella manera era incómodo, el par de besos simulado que se vio como a leguas que lo era me hizo sentir aún más incómoda. Es ahora cuando empatizo con el odio que Olimpia le tiene a Marcos. Porque tener delante al amor platónico del otro y mantener el tipo es toda una hazaña con medalla de guerra.
No menciona ni un «encantada de conocerte». Ni un «un placer», o lo que sea. Eso confirma todavía más mis sospechas.
—Pues nada. Con Marcos no podréis hablar hasta que se baje del escenario. Luego te lo presento —me dirijo a Pandora que sigue observándome como si fuera uno de esos bichos asquerosos a los que les tienes fobia—. Voy a pedir algo. Tengo la garganta seca —murmuro anunciando que voy a ausentarme unos minutos para luego regresar. ¡Qué remedio!
Martina y Alba me observan desde el punto donde están y creo que ni respiran. Imagino que lo deben de estar pasando mucho peor que yo.
La música pop que hay puesta me invita a bailar al tiempo que espero a que me sirvan. Esta noche me he pedido un mojito. Hace que no bebo. Espero no pillar un pedo después de haberme desacostrumbrado. ¡Yo qué sé! No es lo mismo beber vino que este mejunje mucho más elaborado. Regreso con el vaso donde ellas están. Lo levanto y lo enseño.
—¿No tomáis nada? Aquí hace demasiado calor.
—¡Desde cuándo vuelves a beber alcohol? Después del pedo que pillaste cuando Guillén falleció decías que solo bebías agua.
Eso me ha cabreado.
—¡Pareces conocerme demasiado! ¡Y en realidad solo somos compañeras de trabajo! ¿De qué vas? ¿Vas a seguir diciéndome qué debo y qué no debo de hacer? —grito por encima de la música.
«¡Mierda! Esto es igual que una discusión de pareja. Estoy perdiendo los papeles»
—Simplemente, me preocupo por ti. Que lo sepas —espeta, antes de salir corriendo en busca de Pandora.
Respiro hondo. Pongo los ojos en blanco. Presiento que va a ser una noche muy larga.
MARCOS
Creo que ya nos las sabemos todas al dedillo. Que todo va a salir tan bien como teníamos planeado. Porque somos buenos. ¡Muy buenos! Lo confirma el lleno del local donde algunas caras ya nos son conocidas de los conciertos que hicimos por San Isidro.
Además de las canciones que teníamos como repertorio, hemos sacado un par de las nuevas. Las hemos ido haciendo sobre la marcha por videollamada. El curro no me da para tanto. Estamos de trabajo hasta por encima de nuestras cabezas. Y no es que ni padre me dé un segundo de descanso. De hecho, acabo de mandarle unos correos electrónicos de unos asuntos de varios clientes que necesitaban ser resueltos de algún modo. Dudas que mi padre necesitaba asegurar y echar hacia delante. Solo espero no haberla cagado en nada. Porque, con tanto ajetreo, mi cabeza está en demasiados lugares.
Tocamos. Y lo hacemos bien. Aunque me inquieta ver al principio del concierto a Paula con el resto del grupo y no ver a Olimpia ni a su pareja. ¿Ya se han visto y se han peleado? A ver, ese era el plan que me apetecía que hubiese. Y, sin embargo, tengo una espinita clavada sobre la razón de que nada cuadra, por mucho que sepa la poca simpatía que Paula le tiene a Olimpia.
La descubro discutiendo con su chica en un rincón del pub. ¡Lo sabía! Ha habido gresca. No sé de qué clase. Ni qué parte de esa pelea ha salpicado a Paula. Su mueca de disgusto dice que gran parte de la disputa se ha colgado de ella. Pero debo tocar. Debo cantar perfectamente para contentar a todos aquellos que se han acercado hasta aquí para escucharnos. Porque todos son importantes. Paula lo es. César y Julián también. Y desde luego que Paula lo es mucho más. En cuanto me baje del escenario intentaré informarme y conocer la inmensidad de los daños. ¡Por favor! Que sea menos de lo que parece. No puedo cruzar los dedos. Sí que lo hago mentalmente.
Me gusta que coreen nuestras canciones. ¿Cómo es que algunos se las saben? Incluso que las tarareen. Eso nos hace sentir famosos. ¡Ya quisiéramos serlo! ¿Lo seremos algún día?
Hacemos un descanso. Un tipo se acerca entre bambalinas. Nos estrecha la mano. Va acompañado de otro tipo que nos sonríe del mismo modo interesado que él.
—Me llamo Quique. Soy el dueño de la compañía discográfica Consigna Récords. Él es Diego, nuestro mánager.
Los tres nos quedamos fríos. Parece que el «corre, ve, y dile» ha sido lo que les habrá traído hasta aquí. ¡Digo yo! ¿Nos habrá escuchado por internet y le habrá gustado? ¡Por Dios, que es una de las compañías más famosas de este mercado!
—Un placer —digo, estrechándole la mano a uno y a otro. Mis compañeros me siguen.
—Nos han hablado muy bien de vosotros. Tanto que... aquí estamos.
—Vale. Genial. ¿Os han hablado de nosotros?
¿Nuestros fans?
—Así es. Así que vamos a estar ahí afuera escuchando. Dad lo mejor de vosotros. Lo cierto es que ya hemos oído algo y nos ha gustado. Pues nada. Un placer. No os entretenemos más. La peña os espera.
Nos miramos durante unos segundos. Acabamos abrazándonos con la euforia solapada en nuestro estado de ánimo. ¿De verdad ya hablan de nosotros por ahí? ¿Quién podía ni imaginarlo? Días atrás, nadie lo hubiese imaginado. Ninguno de nosotros.
Pero nos toca poner los pies en el suelo. Regresar a nuestro estado de concentración máxima. Debemos de finalizar de un modo épico nuestro concierto de esta noche.
De repente, mi parte seria me da la hostia a mano abierta.
«¿Y qué harás con tu trabajo si aceptas? ¡Sabes que no puedes! No posees un clon que te cubra»
¡Vivo en una constante discusión conmigo mismo!
Regresamos al escenario. Olimpia y su chica han regresado hasta donde está Paula. Las dos tienen ese gesto de pocos amigos que me alarma. Vale... las tres. ¡Fantástico! Perece que la disputa se sigue cuajando. Luego seré yo quien reciba las hostias. Intentaré ser lo más parcial y calmado posible. Si puedo con lo que estoy haciendo y tengo éxito, claro está. No puedo con todo. Y esa Olimpia se ve dura de pelar.
El concierto sigue. Las amigas de Paula tratan de hablar con ella. Más bien parecen interrogarla a juzgar por las miradas de soslayo sin casi disimulo que le dan a la pareja invitada. Seguramente, no sabían nada. O simplemente, tratan de informarse de hasta dónde llega el alcance de la situación. Quiero acabar pronto. Necesito hablar con mi chica. Pero a la vez, sé que debo concentrarme en esto y hacerlo bien. Luego traslado la mirada hacia Quique. Él y su colega mueven la cabeza al son de nuestra música. Es verdad que les gustamos. ¡Genial! Solo que yo sigo sin saber qué decisión tomar.
Al bajar del escenario nos abordan aquellos tipos que se interesaron antes por nosotros.
—¿Y bien? —quiere saber Quique.
—Tengo que pensármelo —hablo en primer lugar.
—¿Qué tienes que pensar? ¡Creía que estábamos en el mismo barco! —protesta Julián.
—Conocéis mi situación. Es de lo más complicada.
—Con eso, yo puedo echarte un cable.
La voz viene de atrás. Me giro. Lo ha dicho mi hermano.
—¿Qué coño haces aquí?
—Está claro. Ayudarte. ¿Qué, si no? No dejaré que pierdas esta oportunidad.
—¿Qué tal, tío? —le saluda uno de ellos. Entonces entiendo que es algo que ya estaba planeado. Demasiada confianza como para haber ocurrido hace escasos minutos, aquí, su encuentro.
Me aparto con él tirando de su brazo.
—¿Los has llamado tú?
—¿Quién, si no? De lo contrario ni te habrías decidido.
—No puedo ser como tú. No soy capaz de tomarme las cosas a la ligera.
—Así jamás lograrás tu sueño. Siempre dormirás a la sombra de papá; obedeciendo como un perro fiel a sus llamadas.
—Soy distinto a ti.
—Paso de que seas el bueno. A ver, no porque quiera corromperte. Sino porque quiero que hagas lo que de verdad deseas, y a la vez, puedas atender a las cosas de la familia.
—Eso es imposible.
—No, si somos dos los que lo llevamos todo.
Enarco una ceja sorprendido.
—¿Por qué de repente estás interesando en salvarnos en culo? ¿Y qué vas a querer a cambio?
—Porque entiendo que hago falta. Y porque necesito a los abogados de papá para que no me quiten a mi hijo. ¿Me vas a ayudar a convencerle?
Me toco la frente abrumado. Sabía que habría algo de por medio difícil de surfear.
—¿Ya le has contado a papá la situación?
—Saben que estoy en trámites de separación. No, que quieren arrebatarme a Callum.
—Deberías de contárselo. Te ayudarían sin protestar.
—Conoces lo tradicionales que son ambos. Dirán que trague y me reconcilie con Ingrid. No voy a hacerlo. Ella ahora pertenece a otro. Me ha traicionado.
—Razón de más para que nuestros progenitores te den el visto bueno de abandonar este matrimonio falso.
Se encoge de hombros.
—Diciéndotelo a ti parece fácil. Pero no sé qué voy a encontrarme cuando lo confiese.
—Tienes que hacerlo. Lo más pronto posible.
—Mañana quiere que vayamos a comer. Que la familia se junte.
—¡Ay! Mierda. Poco me apetece.
—Lo sé. Pero si he de confesar, que sea a tu lado por si necesito ayuda.
Desvió la mirada con desinterés. Me quedo reflexivo. Mañana no me apetece nada aparecer por casa. Más que nada porque paso de las peleas familiares. Y Pablo quiere que contradiga a mis padres y esté de su lado. Voy a llevarme una buena.
—De acuerdo. Está bien... Si no me duermo.
—Ponte el despertador. Igual mañana te llamo para despertarte.
—Lo silenciaré. No necesito que me trates como a un irresponsable.
—Está bien. Como quieras.
Regresamos hasta donde los otros dos nos esperan. No creo que les guste perder su tiempo más precioso. César y Julián siguen a la espera de mi decisión. Julián mucho más enfadado que César.
—Dejad que lo pensemos un poco —insisto—. Tengo que resolver antes algo.
Quique saca una tarjeta y me la entrega.
—Lo que haya me llamas y hablamos.
—Claro.
Los tres les estrechamos la mano.
Paula se acerca. Estaba esperando a que acabáramos con la conversación sobre los negocios.
—¡Hola, cuñada! —la saluda mi hermano.
Lo ignora. Sé que sigue desconfiando de él.
—¿Qué has decidido hacer? —me pregunta, bastante seria.
—Les he dicho que necesito resolver antes algo.
—¡Oh! Imagino.
—¡Dile a tu chico que tiene que decidirse por esto! Él vale para ello.
—Ese es asunto suyo. No tuyo. Deja que lo resuelva a su manera.
—Si lo resuelve a su manera, jamás aceptará —espeta, marchándose sin más que decir.
César y Julián me miran por última vez antes de moverse hacia donde está el resto del grupo. Tengo a todo el mundo en vilo. Sé que tengo la puerta a mis sueños abierta y de no decidirme, se cerrará para no volver a abrirse. Pero tengo que hacer esto de la mejor manera posible.
Alargo la vista hacia Olimpia y la chica que la acompaña hoy. Agarro la mano de Paula.
—Venga. Nos esperan.
Pone un mohín de desgana. Aunque no se queja de palabra. Se deja arrastrar por mí. No sé cómo voy a hacer esto viendo que Olimpia ya me mira como si yo fuera el enemigo público número uno y tuviera que ser cuanto antes ejecutado. Que no va a ponerme fácil la noche. Haré esto por Paula. Tengo que dejar claro que la quiero. Que la quiero conmigo. Porque ella quiere lo mismo. ¿Cuántas veces se lo habré dicho y es hablar con alguien duro de oído? Cabezón. Mucho más cabezón que yo. ¡Eso sí que no! Para campeón de los tercos, ya estoy yo.
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