Difícil, pero no imposible
MARCOS
Llegamos hasta donde Olimpia me sigue observando como a una amenaza nacional. Saludamos a ambas mujeres. Ella da un paso adelante.
—Pandora, esta es Paula: la chica de la que te he hablado tantas veces. —Su confesión remueve un ejército de hormigas en mis entrañas. Y qué decir de Paula que la mira con la mandíbula desencajada—. Paula, Pandora.
Pandora se lo piensa un poco. Acaba cediendo vocalizando un hola bajito. Dando un par de besos a mi acompañante.
—Y este es el imbécil de Marcos —me presenta luego Olimpia.
—¡Ehhh! No te pases.
—Es culpa tuya que tenga esta impresión de ti —me acusa apretando la mandíbula con fuerza. ¡Espero que se rompa un diente! La muy cabroncilla.
Pandora alza el mentón con orgullo. Estoy seguro de que tiene la misma impresión de mí que Olimpia por su culpa. ¡Cómo no!
—Y bien, ¿ahora qué? —quiere saber Paula—. Tú planeaste la cita.
Olimpia sonríe como si nada. Tan tranquila que incluso a mí me causa grima.
—Podemos pedir algo y charlar. No sé. Lo normal en las citas.
—Esta cita no es normal y lo sabes.
—Yo invito. Para que no se te haga tan cuesta arriba.
—Como si no se me hubiera hecho ya...
A regañadientes nos dirigimos a un rincón tranquilo del local. Aunque, con el lleno al máximo, y el volumen atronador de la música, no hay rincón tranquilo que valga.
Sale a colación el tema de nuestra banda. ¿Por qué sobre nosotros? Tampoco es que seamos famosos. Esperaba que charláramos de cosas más diferentes.
—Estoy segura de que ya has compuesto algunas canciones para Paula.
—Pues sí. Lo normal. ¿Y?
Tuerce el cuello como quien se levanta con una buena tortícolis.
—¿Sabes que vuestra música no me gusta? Os falta demasiado para triunfar.
Paula va a soltar una ordinariez. La detengo, tocando su mano un momento.
—Veamos, es realmente difícil gustar a todo el mundo. Porque si el mundo no fuera variado, menudo aburrimiento, ¿no?
—Ya. Pero es que vosotros no me gustáis nada.
—Ni tú a mí. Y me tienes aquí aguantando tu aburrida charla.
Paula es ahora quien interrumpe la futura gresca que ya se anda cuajando.
—¡De acuerdo! Si vamos a pelearnos, mejor que finalicemos la cita. ¿No?
—¿Por qué? Está siendo muy divertida —suelta Olimpia a muy mala leche.
—¿Sabe Pandora que la usas como comodín a tus caprichos?
—¿Qué? —murmura esta, mosqueándose.
—Eres un amor de mujer. Y tengo muy buena opinión de ti. No lo estropees —me amenaza.
—Has dicho que querías charlar. Y estamos buscando un motivo para matarnos en segundos los unos a los otros.
Se encoge de hombros con un mohín cínico.
Paula teclea en su teléfono por debajo de la mesa. Martina le hace un ademán para que vayamos.
—¡Mira! Creo que mis amigas quieren decirme algo. ¿Por qué no vamos con ellas? Por qué no pasamos la noche con el grupo.
—¿Y ya está? ¿Fin de la cita? Pensaba que tendría éxito.
—Sí. Si hubieras ido en son de Paz —suelta Paula poniéndose muy seria.
Yo ya tenía unas ganas terribles de huir. Y sí. Olimpia podría mantenerse en pie en mitad del peor vendaval. ¿De dónde saca tan mala uva para hacer tanta pupa en segundos? ¡Maldita sea!
—Por cierto, Marcos...
—¿Sí?
Le planta un astronómico morreo a su acompañante delante de nosotros. Cuando termina, continúa con la explicación.
—Que sepas que para mí solo hay una.
—Como si pudiera creerte...
¡Maldita embustera! Ojalá Pandora viera qué está haciendo con ella.
Por lógica, aunque ellas estén delante, no me corto a la hora de demostrarle a mi chica lo que siento por ella. ¡Que Olimpia me mire como quiera! Al fin y al cabo es ella quien ha decidido quedarse.
Paula se muestra igual de cariñosa conmigo. Estoy feliz porque he conseguido que aquella tristeza que habitaba en ella cuando la conocí, parece que se está suavizando. No es que desaparezca: el dolor por la pérdida de alguien a quien amas mucho es imposible de curar. Pero al menos la veo más animada, más participativa y presente.
Me llega una llamada de la chica con la que represento un papel ficticio para mi padre. Quiere que nos veamos esta noche en uno de los locales más concurridos de Madrid. Le respondo que me niego. El domingo hemos quedado la familia a cenar en casa de mis padres —no es que me haga ilusión asistir y aguantar ciertas conversaciones llenas de resentimiento y mala leche, o qué sé yo—. Ha llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa. Si voy a quedarme con Paula, que mis padres sepan que es lo que hay. En algún momento tendrán que aceptar el camino que tome. Y supongo que Pablo me ayudará con ello. Aunque no es que me apetezca tenerlo como cómplice porque aún sospecho que no va de legal.
—¿Así que quieres que detengamos esta farsa, si he entendido bien?
—Es lo que me gustaría.
Bufa aliviada al otro lado.
—Te juro que se me estaba haciendo cuesta arriba. Mi chico pensaba que íbamos en serio.
—¿En ningún momento le has aclarado nada?
—Sabía que no era cierto. Pero temía que terminara enamorándome de ti.
—¡Si apenas nos hemos visto!
—Tiene mucho miedo de perderme. Y yo, a él. Mis padres y sus candidatos mejores que este. Y, ojo, que no es mal candidato, ni pertenece a la clase baja que, por amor, no me importaría aceptar si de verdad estuviera enamorada. Me sacrificaría. En fin. A lo que íbamos. Si vas a decirlo, yo quiero aclarar todo a la vez.
—En primer lugar, deja que aclare yo las cosas. Y te aviso para que lo hagas tú.
—Claro. No hay problema. Por cierto, ¿qué tal la actuación de esta noche? No llegaba a tiempo para verla.
—No te preocupes. No pasa nada. ¡Muy bien! Ya hay gente interesada en nosotros.
Para lo poco que la conozco, y a la inversa, con tanto mensaje, las quedadas y tal, hemos forjado una buena amistad y con ello, la confianza suficiente para contarnos. Para saber todo de nosotros.
—Deberías de aceptar. No dejes que nadie te arrebate tus sueños.
—Tengo que ocupar la posición de mi padre cuando ya no esté. Y mientras tanto, echarle una mano en su empresa. Lo sabes.
—¡Siempre es lo mismo! Solo somos marionetas. Yo no pienso seguir el camino de mis padres. No me veo en eso.
—Vas a discutir bastante con ellos.
—Llevo ya tiempo discutiendo con ellos por lo mismo. —Hace una pausa. De fondo se escucha música. Y alguien masculino que la llama—. Tengo que dejarte. Me alegro de no tener que salir zumbando de aquí. Estoy demasiado a gusto.
—Ídem.
Regreso con Paula.
—¿Sigues de una pieza? —pregunto con retintín observando a Olimpia y a su acompañante de refilón.
Se mira abriendo los brazos para observarse mejor.
—Creo que sí. Mira. ¿Me falta algo?
—Sí.
Frunce los labios, contradictoria.
—¿El qué?
Me acerco a ella con rapidez y me como su boca saboreando el interior con avidez. Tardo un poco. Termino el beso. Jadea, falta de aliento.
—Esto...
Miro a Olimpia. Ella frunce el ceño. ¡Cruella de Vil ataca otra vez!
Se acerca con rapidez, me atrapa y se me lleva. Tanto Pandora, como Paula, como el resto, se quedan sin habla. ¿Y ahora?
—De acuerdo. No pienses que has ganado. Sin embargo, veo que hay mucho amor entre vosotros. Voy a dejar que viváis vuestro romance, eso sí, sin bajar la guardia —me advierte, señalándome—. Que te quede claro, ¿me oyes?
—No te preocupes por eso.
—Lo ha pasado muy mal con la muerte de Guillén. Estoy segura de que ya te lo habrá contado. Por lo tanto, no la hagas sufrir más, o ajustaremos cuentas. Y estoy dispuesta a rescatarla si la dejas escapar con una de tus tonterías. La amo, Marcos. La amo demasiado.
—¿Y qué pasa con Pandora?
—A Pandora la amo también. Empecé con ella por despecho. Por causarle celos al amor de mi vida. Como he comprobado, no obtengo fruto. Al contrario. Nada más que lo empeoro. Así que...
—Tranquila. La cuidaré bien.
Me señala con su dedo acusador.
—Eso espero.
Me recita la lista de sus cosas favoritas. De las que le gusta y de las que no.
—Muchas de ellas ya la sabía. Gracias por la información, Olimpia.
Me sigue observando con recelo y ese toque de rechazo que adopta cuando estoy presente cerca de Paula.
—Hazla feliz. Se lo merece.
Alzo la mano como quien está presente en un juicio a punto de declarar.
—Lo prometo.
Regresamos. Tanto Pandora como Paula nos clavan la mirada como si con ello consiguieran leer nuestras mentes. Averiguar de qué estamos hablando. Olimpia abraza a su chica y la besa.
—Vamos a bailar, amor. Dejemos que estén solos un ratito. Ya están deseando perdernos de vista.
—¡No es cierto! —bromeo—. ¡Con lo bien que lo estábamos pasando! ¿No es así, cariño?
Paula pone los ojos en blanco y resopla. Conoce de sobra mi tono irónico.
PAULA
—¿Ha ocurrido algo? ¿Era tu padre quien llamó?
Marcos niega.
—Mañana tengo comida familiar. Voy a aclarar las cosas.
—¿Qué? ¿Vas a decirles que estás saliendo conmigo? ¡Vas a crear un conflicto! ¿Qué pasa con la chica con la que finges?
—Ella es quien me ha llamado y le he dicho lo que hay. Voy a dejarla en libertad. Que haga su vida con su chico, el cual, creía que nos habíamos enamorado.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Necesitábamos estar en contacto constantemente para conocernos bien. Para coincidir con cualquier información. Ya sabes.
—Qué rollo.
—Lo es. Ya me estaba agotando.
La frase «creía que nos habíamos enamorado» ha levantado en mí un pelín de ampolla. ¿Y si es verdad?
—¿Es verdad que habéis llegado a experimentar algo el uno para el otro? —pregunto con miedo.
Me sonríe, me acerca a él cuidadosamente y besa mis labios con dulzura.
—Yo solo te quiero a ti. Ninguna más conseguirá vibrar en mi interior como lo haces tú. Que despiertas a mis musas. Las mantienes activas.
Vuelve a besarme. Le devuelvo el beso apretándome a él para sentirle, ansiando sentirle de nuevo como hasta ahora. Esperaré a luego. No pienso dejarlo escapar. Lo necesito.
—Hoy nos iremos temprano —le adelanto.
Me observa confuso. Lo capta al momento
—Cómo no.
El resto de la noche se vuelve más relajada; más divertida. Disfruto con la compañía de Martina y de Alba. Bailamos, nos reímos. Las chicas de los amigos de Marcos se unen a nuestras risas. A nuestra fiesta.
Tal y como deseaba, hemos terminado en casa de Marcos recorriendo su cuerpo tal y como me gusta estudiarlo, amarlo, sentirlo... besar, lamer, acariciar. Se vuelve una rivalidad por ver quien da más al otro. Por oírlo jadear, gritar de placer; revolverse, enardecido. Al terminar encajo su rostro entre mis manos y suplico:
—Jamás desaparezcas.
Sonríe y asiente.
—Puede que viva en un mundo que se halla en la cúspide de este mundo de locos. Que no pertenezcamos a ese mismo escalón. Poco me importa. Eres la mujer que quiero. Y no hay más.
Ojalá todas estas promesas y peticiones sean siempre reales. Temo que, en cualquier momento, este mundo maravilloso se desvanezca en la nada.
—Olimpia va a dejarnos en paz. Espero que cumpla su promesa.
Respiro aliviada.
—Genial. Por fin podré trabajar tranquila sin tener que ajustar mi distancia con ella para que no se me eche encima.
—Si lo hace, llámame y le diré cuatro palabras.
—No hará falta. Puedo defenderme sola. Sé cómo ponerla en su lugar.
Arquea las cejas, divertido.
—Vale... ¡A ver quién es la más peligrosa de las dos leonas!
—Yo. Por supuesto —alardeo.
—¡Menuda presuntuosa!
—¿Qué? Sabes que tengo ovarios para lo que sea.
—Bueno. A ratitos, Olimpia da miedito. Pero sí. Sé que puedo dejarte sola. Que sabes defenderte.
—Podría incluso sacarte a ti de cualquier apuro.
—Si eres capaz, ven mañana a la cena familiar.
—¡Ah! No, no, no. Eso ya es el nivel «hard» de cualquier nivel de juego. Tampoco eso quiere decir que alguna vez lo haga. En algún momento me tendré que dejar caer por allí —añado, envalentonada.
Acaricia mi flequillo ladeando la cabeza con esa mueca traviesa que me vuelve loca.
—No dudo de que lo hagas.
—Pues claro.
El calor ya empieza a notarse. Junio está entrando valiente. Encima, todo el tráfico y con toda la contaminación atmosférica que hay en esta enorme ciudad, consigue que el termómetro suba unos cuantos grados de más. No me importa. Me abrazo a él deseando dormirme así, hasta mañana. Sé que cuando salga el sol, más bien después de desayunar, lo tendré que dejar ir. No me va a importar. Regresará de nuevo a mí. Todavía no sé con qué cantidad de daño colateral por mi culpa. Por ser sincero y querer contar a su familia que existo en la suya. Me halaga que vaya tan en serio. Algún día se lo tendré que presentar a mis padres. Puede que yo vaya algo más despacio. Puede... Para entonces, mi hermanito, el adolescente, va a alucinar. Aunque Sergio se llevaba tan bien con Guillén que lo echa tanto de menos como yo. Seguro que Marcos también le gustará.
Recuerdo a Guillén y me asalta la melancolía. Aprieto más la mano de Marcos. Se alarma.
—¿Qué pasa, preciosa?
Niego. Me he puesto de espaldas a él para que no me vea llorar.
—No tienes por qué esconderte conmigo. Si necesitas llorar, hazlo. Guillén ha sido alguien muy importante para ti.
Me volteo para mirarle a los ojos.
—¿Cómo sabes que me estoy acordando de él?
—Porque, cuando tu corazón late a esta velocidad tan descontrolada, es que estás pensando en él, en mí, o recién has terminado de hacer el amor. Lo tercero lo he descartado, pues hace ya rato que estamos descansando. Bien podría ser lo primero, o lo segundo. De mí ya estás saciada hoy. ¿Quién más podría ser?
Acaricio su mejilla. Me conoce, me comprende. Y no se enfada.
—En algún momento tendré que vaciar sus cosas de mi casa. Me duele cuando las veo. Me duele aún más. Y ya duele mucho.
—Te ayudaré. Si quieres, podemos donar lo que esté bien. Podrías quedarte lo más significativo para ti.
—Sí.
Me acaricia el rostro con dulzura.
—Te ayudaré a ser tan fuerte como necesites.
—Ojalá pudiera estar mañana para apoyar tu argumento sobre nosotros.
—Poco a poco. Habrá tiempo para todo Ahora, descansa.
—Como si pudiera dormir con tanta preocupación de por medio.
—Tienes que hacerlo.
https://youtu.be/vp1R2AlGb1Q
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro