Pandemia
Hay veces que pienso que el Creador, Dios, el destino, el que sea, se ha ensañado con este pedazo de tierra en medio del mar... Esta bendita isla que fue separada para cargar con el cordero en su blasón ha enfrentado en tres años toda catástrofe que a la humanidad le ha tomado milenios en experimentar... y recuperarse de ellas. Tal pareciera que la marca de la sangre en nuestra puerta no dio a basto y el ángel de la muerte se ha detenido a pensar...
De golpe y porrazo los vientos alisios despertaron a Juracán por el lado equivocado de la hamaca y no una, si no dos veces alzó pelea con la Tierra del Altivo Señor. Tanta fue su furia que nos desapareció del mapa. Nuestra luz se apagó y nuestra voz silenciada por meses, mas en sus entrañas, los hijos lloraban, gemían, clamaban... a oscuras. Sí, como lanzados de vuelta a la Edad Media, la muerte, vestida en harapos blandía su hoz a diestra y siniestra a sus anchas, reclamando cuatro mil almas víctimas del hambre, la miseria y la enfermedad. Esta vez Yuquiyú, apartó su rostro de nosotros.
El boricua, como buen guerrero se levantó y levantó a los suyos, sin más recurso que su tesón y resiliencia y como buen jíbaro enrolló sus mangas y echó pecho a la situación. Y cuando ya llegaba a la loma a contemplar el fruto de su esfuerzo, la tierra se estremeció bajo sus pies, y vio su hogar y el del vecino hacerse pedazos de madrugada... una y otra vez... y se estremecían los cimientos y consigo se vinieron al suelo sueños y vidas... y una vez más la lumbrera del Caribe, veía extinguir su llama ante una impredecible catástrofe.
Pero el alma del boricua es recia y se necesita mucho para tumbarla. Esta vez se oyó menos el "ay bendito" y el gemido lastimero, para dar paso a un coro de ángeles que serpenteando caminos, dieron socorro a su abatido hermano.
Y aquí estábamos, unos sin más techo que el firmamento, comenzando a montar bloque sobre bloque, piedra sobre piedra para levantarnos nuevamente cuando la muerte, esta vez como la pintaba aquel gran poeta, se ciñe con su máscara de pestilencia, y recorre salón tras salón, ante la mirada de un impotente Rey Próspero... maniatado él tal vez, pero este pueblo nunca. ¡Nunca!
Vemos tras la persiana el sol salir y ponerse tras el horizonte. Pacientes, agarrados de las manos, escondidos, unos aquí y otros allá, vemos cómo nuestro verdugo aún espera... espera... Y se llevará consigo un pedazo de nuestra alma. Se creerá vencedora por un momento. Pero sólo será un momento y nada más. Aunque nos parezca eterno, nosotros sabremos esperar. Pues la estocada final la darán nuestros mejores guerreros, aquellos ya puestos en la línea frontal. Porque este pueblo es grande. Nuestra raza no se rinde. Y aunque nos golpeen fuerte y arrecie el temporal, de esta saldremos bien librados y el mundo entero verá una vez más como se enciende de nuevo nuestra luz, esta vez, con más fulgor que nunca.
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