El amor es un tonto
El amor es un tonto.
Ella es la más hermosa de las mujeres del mundo. Sí que lo es... Cada vez que viene al restaurante siento mariposas en el estómago y mi cabeza da vueltas. El mundo parece detenerse a su alrededor una vez hace entrada en el local. Ella camina con gracia etérea y todo desaparece de su punto focal... sólo la veo a ella.
—¡Oye, Tomás! ¡Despierta! ¡Sale orden para la mesa cinco!— Mi jefe me dio una fuerte palmada en la espalda que casi me disloca el hombro. —Deja de mirar como un tonto a la señorita Darlington y ponte a trabajar... Límpiate las babas de una vez—. Mis compañeros se reían mientras yo tomaba la bandeja con los platos de comida.
Yo caminaba serpenteando entre las mesas del pequeño café tratando de lucir lo más elegante que podía considerando que vestía como mesero y llevaba puesto un delantal. Elevaba la bandeja en alto como todo un experto equilibrista sin despegar mis ojos de la señorita Darlington. La hermosa mujer de cabellos castaños bebía su capuchino y leía un libro muy concentradamente. Una vez pasé junto a ella, levantó su rostro y me miró sonriendo. Yo sonreí y la seguí mirando fijamente.
—¡Woooaaaaa!— No me fijé por donde iba y me tropecé con una silla cayendo malamente al suelo... sobre la bandeja y encima de la sopa. Había brécol y queso desparramado por todos lados. —Lo siento... ¡No! No se preocupe, yo limpio esto en un minuto—. De la manera más estoica y digna me puse de pie.
Mi cara estaba más roja que una cereza y un calentón horroroso me subía por el cuerpo. Yo no podía mirar hacia donde estaba ella. Lo más probable estaría observándome , pensando que yo era un tonto, tal como lo estaban haciendo todos los demás en aquel lugar.
Entre las risas burlonas de los presentes, yo intentaba limpiar aquel tiradero de sopa. Miguel, mi jefe, arribaba a la pegajosa y embarazosa escena. —Deja eso Tomás y ven conmigo. Luisa se encargará de limpiar eso. Vamos, hablaremos en la cocina—. Miguel parecía molesto.
'¡Listo! Este es el final. Lo más probable estoy despedido por mi estupidez', pensaba mientras caminaba cabizbajo detrás de mi jefe intentando limpiar el reguero verde y anaranjado de mi delantal. Pasé junto a la señorita Darlington y ella me dirigió una mirada de pena que me hizo sentir más avergonzado que antes. '¡Qué bien, soy un morón!'
Luego de haber firmado un memo, salí del trabajo más temprano que de costumbre... forzosamente por la puerta de atrás del restaurante y caminé por el callejón. En mi mente sólo veía la mirada de lástima que me dio la señorita Darlington.
—¡Sólo déjame en paz Max! ¡Qué no entiendes que no quiero nada contigo!— Una voz femenina gritaba al otro extremo del estrecho callejón. Me escondí detrás de unos contenedores de basura y la alcancé a ver. Era la señorita Darlington que discutía con un caballero alto de cabello oscuro.
—¡Tú no me vas a dejar así como así Arlene! ¡Yo no te lo voy a permitir tan fácilmente!— El hombre le gritó y la agarró fuertemente por los hombros. La empujó hacia atrás hasta llevarla contra la pared de ladrillos del edificio y la acorraló con su cuerpo alto y fornido. Allí trató de besarla por la fuerza mientras ella intentaba resistirse fútilmente.
En esos momentos no me pude contener. Caminé furioso hasta donde estaban ellos y toqué en el hombro al insolente hombre para llamar su atención. —Creo que ya escuchó a la señorita. Ella quiere que la deje en paz.
El hombre se volteó para ver quien le hablaba. De más está decir que tuvo que mirar hacia abajo. Pude darme cuenta que era un hombre apuesto, alto y musculoso. En esos momentos comencé a dudar de mi intromisión en el asunto, pero no podía tolerar la manera en la que estaba tratando a mí señorita Darlington.
—¿Discúlpame? ¿Quién carajos eres tú?— Su voz era grave y con un tono bastante molesto al hablarme.
—Yo... mi nombre es Tomás y... y soy amigo de la señorita Darlington. Le ruego que se retire. Esta no es la manera de tratar a una dama.
—¿En serio?— El hombre se reía sarcásticamente para luego dirigirse a la mujer. —Yo pensé que eras un poco más selectiva en cuanto a tus amistades. ¿Un mesero, Arlene? Me parece mentira—. El hombre me dirigía una mirada de total desprecio. —¿Me dijiste que te llamabas... Tomás? Bueno, te informo algo, Tomás. Si yo estoy tratando mal o no a esta mujer, eso no es tu problema.
Yo apreté mis puños de coraje. Aquel caballero me resultaba tan pedante e insolente. Me volteé a ver a la señorita Darlington y ella se veía tan molesta e indignada. El caballero se volteó dándome la espalda por completo. Tomó por el brazo a la dama y le dijo, —Vámonos Arlene. Hablaremos en mi apartamento.
—¡Ya te dije que yo no voy a ningún lado contigo, Max!— La mujer intentó empujarlo para zafarse.
Yo reaccioné muy molesto y agarré al hombre por su chaqueta. Max se volteó aún más furioso y me lanzó un puño a la cara, pegándome justo en la mandíbula y tirándome a varios pies de distancia sobre unas cajas. Pajaritos revoloteaban sobre mi cabeza literalmente. En un segundo el hombre arremetía nuevamente y me levantaba en el aire como a un guiñapo. Cuando estaba a punto de pegarme, la señorita Darlington agarró un palo y le dio fuerte en la cabeza. El tal Max cayó al suelo como plomo.
—¡Ouch! Eso debe de doler—. Hice una mueca burlona.
—¿Te encuentras bien?— Me preguntaba la mujer ofreciéndome su mano y una dulce sonrisa. Sus ojos color caramelo me miraban y yo me derretía en ese instante contemplando las pocas pecas que decoraban su nariz. Ella era un ángel.
—Oh, sí, estoy bien. Gracias... Ouch—. Me quejé cuando ella me tocó la parte de la cara donde recibí muy valientemente el puñetazo.
—Ay, lo siento... Fue mi culpa—, Arlene me miraba tiernamente mientras acariciaba mi cara con suma delicadeza.
—No se preocupe, estoy bien—, le contesté mientras le daba un vistazo al hombre aún tirado en el suelo. —Creo que es mejor que nos vayamos. Cuando tu amigo se levante, va a estar furioso!
—Tienes razón... Gracias Tomás—, mi nombre en su voz sonaba como música a mis oídos.
—Oh, no fue nada. Gracias a usted por derribar a su amigo—. Yo me rasqué la cabeza y me toqué el mentón que me dolía malamente. —Yo me retiro. Que tenga un buen día, señorita Darlington.
—Arlene... por favor, llámame Arlene—, ella me sonrió.
—Está bien, Arlene... Hasta luego—, le sonreí y me di la vuelta, alejándome. Me detuve en la acera para esperar un taxi.
—¿Qué te parece si te llevo a tu casa? Mi carro está en la esquina... es lo menos que puedo hacer—.,Arlene me hablaba de manera sincera y cortés. Yo acepté su ofrecimiento.
Cuando pasamos frente al restaurante, pudimos ver al pobre Max parado en la acera, confundido y agarrándose la cabeza.
Conversamos amenamente de camino a mi apartamento. Era un tramo corto pues yo vivía alquilado a pocas cuadras del café. Ella me comento que Max era su ex novio. Escuchar la palabra 'EX' me hizo tan feliz.
—Bueno, aquí es donde vivo. Gracias por traerme—. Yo le sonreí. En realidad no quería bajarme de su Mercedes Benz último modelo.
Cuando iba a abrir la puerta para bajarme ella me retuvo. —Espera. Aquí está mi tarjeta. Tiene mi celular impreso en ella. Puedes llamarme cuando gustes. Tal vez nos podríamos tomar un café... por favor, sin sopas de brécol y queso, ¿está bien?—Ambos nos reímos de su broma. Yo tomé la tarjeta y me bajé del auto.
Desde la acera le dije adiós mientras observaba como su lujoso auto negro se alejaba y se mezclaba entre el trafico de la ciudad. Leí la tarjeta y mis ojos casi se salían de sus órbitas. Dra. Arlene Darlingto, MD Cirujano Cardio-Toráxico.
Mientras abría la puerta de mi humilde apartamento me decía, —Sí claro, un pobre mesero va a invitar a una doctora a tomarse un café.
Me di un baño y aún pensaba en Arlene... y en su ex novio Max. Me senté en mi escritorio y encendí la computadora... por lo menos tendría una historia graciosa para escribir esta noche.
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