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Único

Entre las tuberías de la vieja celda, se podía escuchar con claridad como pequeñas gotas caían de manera lenta, casi como una melodía para adormecer. Sin embargo, el origen del goteo estaba muy lejos de calmarse al punto de ir a brazos de Morfeo, ya que también se podían oír, aunque con algo de dificultad, los sonidos apretados en su garganta.

Sogas llenas de suciedad estaban alrededor de un cuerpo pequeño y tembloroso, aquellas cuerdas se enredaban por su piel, cuál serpientes a punto de tomar su cena. El contraste de las sogas marrones y la piel blanca se podía ver a metros de distancia, sin embargo, un recorrido rojo también hacía gala de su existencia, regandose hasta llegar al piso, dónde una vez hubo un suelo liso y ahora solo eran pedazos de metal simulando uno.

El cuerpo colgado apenas tenía un hilo de vida, más azul que blanco y tan pequeño, tan frágil, tan delicado, tan fácil de destruir en segundos. Un rostro divido que había sido pincelado por el mismo Apolo, pero cuyos colores ahora eran apagados; sus labios agrietados por la falta de líquido, mejillas hundidas, ojeras pronunciadas y ojos tapados con una venda, solo su garganta se movía al igual que su pecho, pero tan pequeño el movimiento que si no te acercabas lo suficiente, podía parecer que aquella obra de arte era un simple muñeco hecho de cera, dispuesto a vivir la eternidad entre aquellas rejas oxidadas.

—Chanyeol —apenas pudo susurrar, sintiendo como su garganta se desgarraba—. ¿Por qué?

La vista se comenzaba a alejar y los túneles para llegar hacia aquel cuerpo a punto de colapsar se podían apreciar, tan largos y tan profundos que ningún alma en su sano juicio podría siquiera animarse a asomar sus ojos curiosos. Ahí habían muerto miles de gritos de la hermosa apreciación de un pronto cadáver.

Otra muestra para una gran colección.

Aún así, si volvías a internarte, podías ver a alguien más, una apreciación tan irrelevante, que podrías pensar que solo era una sombra de algún muro alto, pero no. Ahí se hallaba su autor, sentado con un caballete en frente, dónde estaba incrustado el lienzo que llevaba plasmado su arte, a su musa en agonía, un chico demasiado ingenuo para su propio bien. Él lo estaba inmortalizando en su papel blanco, de dónde jamás podría escapar.

El hombre chasqueó sus dedos largos y fuego apareció en sus yemas, luego de terminar la pintura, se levantó para ir hacia la celda; el sonido de las bisagras sin grasa apenas alertaron al joven en su interior, pero los pasos sin prisa alguna provocaron que su latido lento, se apresurara.

—¿Sabes? Siempre he pensado que la belleza debería ser eterna, pero el tiempo no se detiene —dijo aquel hombre, con gran pesar, luego se poso a un lado del joven amarrado—. Te haré un favor, no temas, porque tu belleza siempre podrá ser apreciada —sonrió como si sus palabras fueran a calmar al joven sollozante.

El hombre levantó su mano y el fuego ahora era de color azul, sin embargo, no era fuego lo que él quería, así que apagó aquellos pequeños candiles, dejando que la oscuridad reinará. Deslizó su mano desde los muslos cortados y ensangrentados, pasando por su abdomen mordido, golpeado y desgarrado hasta su pecho, junto a los hematomas y los huecos dónde un día hubo pezones. Sus yemas se apretaron, mientras su respiración se había acelerado, él sentía placer por el miedo en aquel joven.

Pasaron unos segundos y un grito de muerte se pudo escuchar, o al menos los pequeños animales pudieron hacerlo, luego los labios del muchacho se abrieron, quedando sin aliento. Su vida se había ido, ahora su alma estaba en la palma del desconocido, flotando tan gracil cómo su propia belleza.

Él sonrió y luego se agachó para dejar un suave beso en los labios deshechos, solo giro sobre sus talones mientras volvía a su asiento y desplegaba la magia viva del alma para poderla introducir lentamente en el lienzo. Porque, después de todo aquella pintura se había hecho con materia prima venida desde el mismo modelo que fue plasmado.

Él tomó la pintura y se levantó para salir de aquel lugar, sus zapatos formando un sonido grotesco al aplastar el suelo húmedo y lodoso. Volvería cuando otro rostro lleno de vida llamará su atención y resurgiera su inspiración.

El abrigo largo lo protegió del frío imperdonable que envolvía los cuerpos de los pobres transeúntes aún las calles. Sin embargo, el jubiló de su obra de arte fresca, solo lo tenía vigorizado, así que el frío no era un inconveniente en ese momento.

Sus ojos azules se detuvieron en su auto, el mismo que empezó a conducir para volver a su hogar. Necesitaba un buen lugar para su creación, pensaba que ahora podría tomar un descanso. Después de todo, sus pinturas habían creado una fortuna que no podría terminar de gastar en diez vidas, por lo que ahora está podría adornar su habitación.

Vaya que se había demorado y esforzado en cautivar a este último ejemplar, un pequeño humano sin cariño que había sentido vida en sus ojos cuando esté hombre lo envolvió más fuerte que aquellas sogas y le hizo volar en un amor ficticio.

El hombre sacudió su cabello negro y luego se dispuso a ir tomar un baño, odiaba aquel aroma a podrido y necesitaba quitarlo de su cuerpo. Ahora tenía que pretender dirigir una empresa que no podía importarle menos, solo para guardar la apariencia del motivo de su fortuna.

No podía declarar impuestos sobre pinturas hechas de vida.
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~Final~

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