Capítulo 40
—¡Formen parejas! Pónganse todos al lado de su compañero, cierren los ojos, concéntrense y empiecen a usar su mun, recuerden apuntar a un lado donde no pueda dañar a nadie.—el grito de la profesora hace que todos los alumnos volteen a verla, atentos ante las indicaciones.
Ese día, al estar soleado, la profesora decidió que dejáramos los cuadernos y saliéramos a practicar nuestros muns.
La profesora nos medio nos dividió por similitudes, al ser impar los alumnos y no tener mucha similitud entre nadie la profesora decidió que Adonis y yo hiciéramos pareja.
Como si no viniéramos en combo ya de por sí.
Los alumnos empiezan a levantar sus manos, cierran los ojos y cuando los abren, ya concentrados, estos se iluminan.
Los mun empiezan a salir de los cuerpos de los alumnos.
Adonis que ha decidido usar unos negros lentes de sol, un cabello rubio hacia atrás y el uniforme abierto del pecho analiza a los alumnos y sus muns, mientras yo miro el cielo, completamente aburrida.
—¿Qué se supone que espera que hagamos?—pregunta el chico a mi lado.
Aparto mi mirada del soleado cielo y miro a Adonis, que no me mira, tiene su mirada en una chica de cabello gris.
Ruedo los ojos, irritada por el calor y el sudor que empieza a aparecer por el sol sobre los vendajes.
Un pensamiento fuerte de curiosidad hace que la parte derecha de mí cráneo palpite, me quejo de dolor y mis ojos van hacia un chico rubio, frente a una chica de cabello amarillo pálido.
Bemus me observa con el ceño fruncido, al notar mi mirada sobre él, su mano se levanta, y su boca se abre como si quisiera llamarme o saludarme. Hago una mueca y volteo mi cabeza.
—Deja de ignorar al pobre, ha pasado estos dos últimos días queriendo entablar una conversación contigo, da lastima.—recrimina Adonis y gruño.
—Hablé demasiado ese día, mi cerebro no servía y tú no aparecías para callarme.—dijo apuntando su rostro, molesta por un dolor de cabeza que se está formando por los intensos pensamientos de todos los alumnos que trato con todas mis fuerzas de apagar.
Adonis me voltea a ver, levantando una ceja, diciéndome sin palabras que aun si él hubiera podido salir, no me hubiera podido callar.
Gruño, sabiendo que cuando hay un sentimiento fuerte que me domina no hay nada que me haga cambiar de rumbo cuando ya comencé.
Regreso mi mirada al cielo, mirando fijamente al sol, esperando el momento en que se quemen mis corneas, así al menos tendría que ir a la enfermería por un par de horas para evitar ir a clases.
Alguien truena la lengua tan fuerte que me hace mirar.
Eneas me mira directamente, burlándose de mí, como si él pudiera leer mis pensamientos, lo que me hace enojarme aún más.
Los ojos del chico pelinegro se oscurecen más y me quedo sin respirar un instante en el que siento que él empieza a absorber mis poderes.
Una sonrisa de lado aparece en mi rostro e instintivamente volteo a ver a la profesora, solo para asegurarme que no haya notado que uno de sus alumnos está literalmente atacando a otro.
Sonrío más grande cuando efectivamente noto que no se ha dado cuenta.
Cierro los ojos unos segundos y cuando los abro puedo visualizar frente a mí, cinco líneas negras que unen mi cuerpo con el de Eneas, veo como la esencia de mi mun viaja por las líneas negras, sin mi consentimiento claramente.
"¿Qué tal si te lo entrego todo? ¿Podrás soportarlo?"
El chico muerde su labio inferior, llenándose del poco mun que ha logrado arrebatarme hasta el momento.
Empiezo a mover todo mi poder desde mis pies a mi pecho, queriendo acumular una gran cantidad para dejarlo absorberlo.
Cuando ya estoy lista para dejarlo ir de golpe, la mano de Adonis toma la mía.
—Athea.—su rubio cabello se ha cambiado a morado claro. Su toque me detiene, haciendo recapacitar de lo que planeaba hacer y de lo mal que esto podría terminar.
Suspiro calmándome, abro mis ojos y tomo los cinco hilos apretándolos en mi mano. Eneas me miran sorprendido, sin entender cómo puedo verlos.
Le sonrío antes de soltarlos logrando que estos, como hules, regresen tan rápidamente a su dueño que Eneas tiene que poner un pie atrás para no caerse.
La mueca de dolor que me regala me llena y una pequeña risa sale de mis labios.
—Señorita Athea, si se cree lo suficientemente preparada como para no practicar podría al menos ayudar a sus compañeros a mejorar.—la presencia de la profesora a mi lado me sobresalta.
Sello mis labios para evitar que otra risa salga de ellos, la poca presencia de la profesora realmente me da gracia.
"Parece humana"
La profesora levanta una ceja, como esperando una respuesta de mi parte.
Levanto mis manos y me volteo rodando los ojos, buscando una pobre alma que necesite de mi asistencia.
Camino por el patio mirando a los alumnos que tristemente intentan dejar salir sus muns.
Y por un segundo un sentimiento de envidia me ataca, envidia por no poder dejar salir mi mun con libertad. No solo por el hecho que no tener solo uno que me identifique sino que al sacar cualquiera de todos lo que tengo podría hacer explotar todo.
Suspiro enojada sintiéndome más inútil de lo normal, mi cuerpo empieza a picar, y el poder amenaza con salir.
"¿Qué se sentirá? ¿Paz? Tengo el presentimiento que será paz lo que cubrirá mi cuerpo si libero todo de una vez por todas."
La advertencia de Adonis en mi cabeza me hace rodar mis ojos con rabia.
Mis ojos miran a la chica de trenzas verdes y la ira crece en mis venas.
Mis pies se acercan a ella.
La chica está sentada, su palma izquierda está en el césped y noto como trata estúpidamente de hacer crecer lo que creo que es hiedra venenosa.
El enojo crece y crece a la vez como no está haciendo su máximo esfuerzo cuando, con su cantidad de poder podría hacer que la montaña atrás del colegio lo hiciera caer por completo.
Me acerco a ella y me agacho.
Pongo mi mano sobre la de ella, poniendo mi pulgar e índice de manera que si ella quiera apartar la mano, mis dedos tomen su muñeca para impedírselo.
La chica se sobresalta por mi toque, pero pongo todo mi peso sobre su mano para que no pueda levantarse.
—¿Qu-é, qué haces?—sus tartamudeos y nerviosismos me hacen enojar más.
—No estás concentrándote lo suficiente.—le digo, mis molestos ojos chocan con sus verdes ojos, estos tienen un leve brillo, no lo suficiente como para que alguien pudiera decir que si está usando su mun o no.—Tienes que concentrar toda tu energía en la palma de tu mano y hacer salir lo que deseas crear.
La chica, por nervios trata de apartarse nuevamente, movimiento que no pasa desapercibido del chico pelirrojo que está medio cerca.
El, sin ponerle atención a su compañero empieza a caminar hacia nosotros.
Miro sus firmes pasos de reojo y suspiro molesta.
—Talía, concéntrate, ¿quieres quedarte como una mediocre siempre? Eres mejor que esto.—mis palabras son bruscas pero es la molestia que mi cuerpo siente habla por mí.
La chica empieza a temblar, tratando de apartar su mano de la mía.
Cierro mis ojos y los enciendo cuando pongo parte de mi energía en mi palma, Talía la siente, sus ojos se hacen verdes fuerte y me mira.
Abro mi mente a ella, dejándole ver lo que se supone que ella debería de ver. Mi morada energía circula por todo mi cuerpo, y lentamente la hago viajar a mi palma, Talía logra notar y ser más consciente de su propia energía, ella hace lo que yo le muestro logrando finalmente posicionar una cantidad considerable de poder en su palma.
Una pequeña sonrisa aparece en su rostro, por el repentino ataque de confianza al sentir a carne propia su poder sin temor.
—Déjalo salir Talía.—susurro.
Justo en el momento en que la roja mano de Neo está por tocar mi hombro una gran cantidad de hierba venenosa empieza a crecer bajo los pies de Talía, elevándola en una plataforma de unos dos metros.
Me hago para atrás justo en el momento en que la mano de Talía está lo suficientemente alta como para que la siga tomando.
Sonrío al verla ahí arriba, la chica de trenzas verdes mira sus manos, asombrada y confundida.
Miro a mi lado y noto como Adonis está frente a Neo, molestos los dos. Adonis tiene la muñeca de Neo agarrada, el chico de cabello morado apartó la roja y caliente mano de Neo justo a tiempo para que la lava que el chico pelirrojo estaba creando por enojo me tocara mi hombro.
Los ojos de Neo empiezan a apagarse pero su molesta mirada no se aparta de mí.
Mi sonrisa crece, sin mostrar mis dientes.
Adonis empuja un poco a Neo, este trata de regular su respiración antes de caminar hacia Talía que sigue arriba de su plataforma creada de hierba venenosa.
—¡Talía! ¡¿Estás bien?!—pregunta.
Retrocedo un poco, notando como algunos alumnos empiezan a acercarse para mirar a su compañera.
Bemus, Casia y Gea no son la excepción, se ponen al lado de Neo y miran preocupados a Talía.
—¡Neo! ¿Viste lo que hice?—la emoción de la chica de cabello verde los sorprende, Neo empieza a preguntarle si se encuentra bien nuevamente mientras que Bemus me mira con el ceño fruncido.
Pero de nuevo ignoro su mirada.
—¡Athea!—la que antes era una voz tímida de la chica peliverde, me grita con emoción.—¡Gracias!— su agradecimiento desconcierta a todos y mi mandíbula se tensa.—¿Cómo hago para bajar?—me pregunta y yo me río incrédula.
¿Es que enserio no sabe el poder que tiene? Podría controlarlo todo bajo sus pies.
Los ojos de la chica chocan con los míos, hago que recuerde lo que hizo antes, haciéndole entender que tiene que hacer los mismo solo que a la inversa.
La chica asiente sonriendo.
Todos los alumnos al no entender porque no respondo miran de un lado al otro.
Ruedo los ojos girando, dándoles la espalda antes de empezar a caminar hacia el colegio.
—¡Señorita Athea! No puede irse de la clase si aún no ha practicado su mun.—el grito de la profesora me hace girarme, furiosa porque aunque no lo hagan a propósito, hoy todo y todos me molestan.
Mis ojos chocan con los ojos de la profesora, mi mandíbula se tensa cuando levanto mi mano derecha.
Mis ojos se encienden logrando que todos alumnos que estaban en dirección a mi mano alzada se muevan por miedo a ser golpeado por mí.
El enorme árbol que descansa en lo alto de la montaña empieza a moverse, y la tierra bajo nuestros pies del mismo modo.
Los ojos de todos se dirigen al viejo árbol, justo el árbol que mencione previamente, sería un buen lugar para colgarse.
La profesora lo recuerda y empieza a avanzar hacia mí, dispuesta a mostrar su desaprobación hacia lo que sea que esté planeando.
Pero el temblor se hace más fuerte, lo que hace que tenga que apoyarse en algunos estudiantes para no caerse.
Abro mis labios un poco al sentir un subidón de energía viajando hasta el árbol, dentro de la tierra, desconectando cada una de las raíces, haciéndolas salir sin dificultad de lo que había sido su hogar por muchas, muchas décadas.
Todos miran como el gigante árbol empieza a volar por los aires, con cada una de las raíces en la misma posición dentro de la tierra.
Cierro los ojos cuando una gran sonrisa aparece en mi rostro, sintiendo la palpitación del árbol, el aire que circula entre las ramas, y los sentimientos de cada alumnos que me llena completamente.
Con un rápido movimiento muevo el árbol hasta el otro lado del circular espacio de bosque que cubre el colegio para plantarlo en un espacio mejor para el, más espacioso y donde mucho más sol le cae, sintiéndome un poco satisfecha al pensar en lo mucho que crecerá en esa mejor posición.
Mis ojos se abren, estos dejan de brillar y el piso de temblar cuando la última raíz se posiciona en su nuevo hogar.
La vista de los alumnos sigue en el árbol con sus bocas abiertas y con muchas preguntas en su cabeza.
—En ese lugar sería mucho mejor para morir ¿no cree? La vista del otro lado es linda—digo antes de girarme nuevamente, sin intención de detenerme.
Escucho el suspiro de sorpresa de la profesora y sus pasos caminando hacia mí.
—¡Señorita Athea! La clase aún no...—el timbre dando por finalizada la clase suena, interrumpiendo a la profesora.
Me giro solo para regalarle una sonrisa, la profesora chista molesta antes de darle unas indicaciones a los alumnos que no escuche.
—Necesito salir de aquí Adonis.—digo sin poder soportar el enojo que corre por mis venas, enojo que no entiendo.— Esta noche.
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