Capítulo 31
—¡Sáquenla de ahí!— grita Adonis, desde el cielo dándole una patada que hace temblar a todo el colegio.
Luego de lo que parece una tortuosa eternidad el profesor reacciona.
—¡Eneas!—su grito despierta a los estudiantes que se han quedado petrificados.
Todos giran su mirada al chico pelinegro con impermeable amarillo.
Aunque todos acostumbran a verlo serio, con cara de burla, aburrimiento o indiferencia.
Eneas está petrificado.
La mochila de Athea ha caído al suelo, los ojos oscuros de Eneas no se apartan del cuerpo tembloroso de la chica.
El pelinegro está tan en shock que no escuchó como el profesor gritó su nombre.
—¡Eneas!—luego de la tercera vez el chico reacciona y entiende sin más palabras el significado de la preocupada mirada del profesor y su mano alzada.
Eneas mueve su cabeza despejando sus pensamientos antes de correr hacia el profesor, dando algo que nadie pudo ver para luego alejarse.
El profesor se agacha, mete una llave triangular en un compartimiento casi invisible de la plataforma, luego de tres vueltas a la derecha todo termina.
Adonis baja del cielo, antes de que el débil cuerpo de Athea caiga, él la sujeta.
La cabeza de Athea cae sobre el hombro de Adonis, él le soba su cabello susurrándole unas palabras al oído para que se tranquilice, para decirle que todo está bien.
Aunque el chico no sabe si lo dice para sí mismo o para la chica de cabello morado que parece más inconsciente que despierta.
Adonis parece darle unas muy molestas palabras al profesor, luego empieza a caminar con la chica en brazos, cuyo cabello le cubre la cara.
Los alumnos le abren camino dejándolos caminar hacia el colegio.
Cuando llegan al edificio, Adonis hace que Athea ponga su brazo sobre su hombro, para que pueda apoyarse en él, pero los pies de Athea parecen de trapo, Adonis no se queja que ella no pueda hacerlo. Él solo camina sujetándola con una mirada molesta.
Ellos desaparecen, en ese momento Bemus voltea a ver al profesor, esperando de alguna manera un regaño, molestia o algo hacia los chicos que se fueron. Pero el profesor no los mira, está diciéndole unas palabras a Eneas. El pelinegro asiente sin apartar los ojos de la puerta del colegio.
Bemus no logra sacar de su mente dos preguntas.
¿Cómo Adonis pudo estar fuera de la plataforma si esta evita que los mun salgan de ella?
Y dos
¿Por qué entre todos los estudiantes es Eneas el que tenía una llave? ¿Una llave que nadie sabía que existía?
Las palabras del profesor siempre han sido claras "la plataforma los dejara salir cuando se desmayen o cuando digan basta" no había más que esas dos opciones, a parte de la muerte claro, aunque nadie había logrado soportar tanto como para siquiera llegar a ver esa linea, todos se rendian antes.
Pero ahora todos saben que siempre hubo una llave.
El chico rubio frunce el ceño, más al ver como Eneas asiente una vez más y empieza a caminar hacia una de las puertas laterales del colegio.
Los ojos del rubio van hacia la puerta donde Adonis y Athea entraron.
—Vamos.—Bemus toma la muñeca de la primera persona a su lado, que al parecer termina siendo Casia, que se sobresalta ante el toque.
Empiezan a caminar hacia la misma puerta.
Sin que Casia pueda hacer algo más que ser jalada, toma la muñeca de Talía que a su vez toma la de Neo y este la de Gea.
Inconscientemente los cuatro chicos camina tratando de seguirle el paso a Bemus que lidera el trencito.
—Oye ¿adonde vamos?—susurra Casia sin poder levantar los ojos de la mano de Bemus que la sujeta firmemente.
—Tengo un mal presentimiento.
Hay mucho ruido.
La luz pispilea muy fuerte y muy rápido.
No logro ver bien.
Mis ojos, mis ojos se sienten muy pesados.
Mi cabello me cubre parte de mi cara y mi cuerpo caería si alguien no estuviera sosteniendolo.
No entiendo que pasa, no entiendo adonde estoy.
Es un pasillo muy brillante y largo.
Estoy huyendo, debo estarlo.
Él me encontrará si no huyo.
No puedo desaprovechar esta oportunidad, luego de dos años encerrada él no puede atraparme.
No puedo parar de huir hasta que esté segura de que él no me encontrará.
Mi cabeza está girando y mis ojos no pueden ver, todo está borroso.
Las luces se encienden y se apagan, solo veo un poco entre los mechones de mis cabellos.
¿El está siguiéndome?
« Athea »
Esa voz.
Necesito correr. ¿Por qué mis pies no se mueven?
« Athea »
Basta aléjate.
« Athea »
No. No. No. Por favor déjame ir.
« Athea »
¿Por qué me odias tanto? Yo no tengo la culpa, yo no tengo la culpa perdóname. Por favor perdóname.
« Athea »
Mis pies se quedan adheridos al suelo.
No por favor, basta. Duele, duele mucho.
Mis piernas empiezan a temblar y el miedo empieza a invadirme.
Mátame. Te lo ruego, mátame.
Mis brazos tiemblan y la persona que me sostiene desaparece.
El pasillo se vuelve negro y estoy de vuelta en el sótano oscuro y frio, en medio de una habitación gris con una única luz que cuelga del techo y que se mueve de lado a lado creando sombre que me atormenta.
Por favor déjame salir.
Mi respiración se acelera y mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas.
« Athea »
No quise, juro que no quise. Quiero irme por favor, déjame ir.
Está frente a mí con el mismo traje negro, la misma sonrisa amarillenta y sus largos dedos manchados de sangre.
Mis ojos se cierran al sentir un gran dolor. Estoy acostada, en la misma cama de metal.
Sin nada sobre mi cuerpo, congelándome.
Mi ojo derecho está lleno de sangre por el bisturí que está incrustado en medio de mi retina.
Me veo gritar de dolor como si no fuera yo en la mesa de metal, como si no fuera la chica con cuchillas incrustadas por todo el cuerpo.
Mi cuerpo está dormido, mi boca está un poco abierta y mis ojos parecen no tener vida.
Pero mi mente grita.
La luz se apaga.
Un inmenso bosque se abre ante mí.
Mi respiración es lo único que es más fuerte que mi corazón que está a punto de estallar.
Mis pequeños brazos tratan de apartar las ramas pero muchas de ellas me hieren la piel.
Necesito huir, si él me encuentra me...no, él no puede.
Un pueblo.
Ellos me ayudaran.
Llamas.
Caigo sobre mis rodillas.
Mi rostro se llena de lágrimas pero mi corazón parece detenerse.
Las rojas llamas se reflejan en mis ojos, ojos sin esperanza.
« Athea »
No es mi culpa, por favor.
Mis ojos se abren nuevamente.
Un pasillo iluminado.
Mi cuerpo deja de vibrar, mi mirada se encuentra con unos ojos.
Sus ojos.
Mi cuerpo se paraliza.
Su risa resuena en lo más profundo de mi cabeza logrando que todo mi cuerpo vibre.
« Athea »
Sus negros zapatos llenos de sangre se acercan un poco. Yo no me muevo.
Él da un paso más.
Mátame.
Su mirada se hace más dura pero no se detiene.
Mátame. No puedo huir más, no quiero huir más. Mátame, yo ya lo he intentado todo, por favor. Por favor.
Las lágrimas siguen saliendo y mi garganta empieza a arder como si hubiera estado gritando por horas.
Por favor.
Dolor, por todo mi pecho.
Por favor. No lo resisto, por favor.
Todo el ruido desaparece. Todo el aire desaparece. Su voz suena como si gritara.
« ¿Matarte? Pero si tú ya estas muerta. »
Mi mirada va a mis manos ensangrentadas.
Un charco inmenso está alrededor de mi cuerpo.
Empiezo a ahogarme y noto como la sangre sale de mis labios.
Mi garganta arde más pero no hay sonido saliendo de mi boca.
Mis ojos lo miran de nuevo.
Una sonrisa de lado resplandece en su rostro.
El charco de sangre ya llena el pasillo.
El camina más lento porque con su mano derecha está arrastrando un cuerpo inmóvil lleno de sangre.
Soy yo.
Estoy muerta.
Él me ha matado.
Al fin.
Una amarga risa sale de mis labios pero esto solo provoca que más sangre salga de mi boca y me ahogue.
« Todo es tu culpa. »
La paz momentánea desaparece y más cuerpos sin vida aparecen a mi alrededor.
Los chicos de la escuela, el rubio, la chica de cabello gris, el peligroso...
No, no, no...
« Tú los mataste. »
Basta.
« ¡Tú eres la culpable! »
Adonis....
Mis ojos se vuelven más pesados pero buscan a Adonis.
No, él no, él no puede estar...
Todos desaparecen.
Pero ahora es solo Adonis que aparece frente a mí.
Su cuerpo ensangrentado y sin vida.
Basta.
Mi garganta vuelve a doler.
Pero esta vez mi alma grita.
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