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Jeongin apenas le había dirigido la mirada en todo el camino de regreso.

Chan tamborileó sus dedos alrededor del manubrio, incómodo porque no sabía qué decirle al muchacho para preguntarle el motivo de su comportamiento. Jeongin estuvo más... apagado esa noche, su cambio de actitud fue repentino, y varias veces le preguntó si se sentía bien, si quería regresar a casa.

Pero Jeongin se limitó a negar con la cabeza, tirando de él para darle besos en la boca, cortos y seguidos, llenos de necesidad, y Chan decidió hacerlo feliz. Luego, Félix y Jisung apareciendo y se pusieron a hablar entre los cuatro, y las cosas parecieron mejorar un poco.

Sin embargo, acababa de dejar a Félix y Jisung en la casa del menor, y una vez solos, la incomodidad volvió a aparecer.

Chan se detuvo fuera de la casa de Jeongin, pidiéndole el cuaderno. El menor se lo tendió.

Si hice algo que te haya desagradado, lo siento, Jeongin.

Jeongin leyó las palabras, sintiendo ahora ganas de llorar, y sacudió la cabeza en una torpe negativa.

No ha pasado nada, hyung. Es sólo que...

El papel en su bolsillo pesó como un ladrillo, pero no sabía cómo expresarse bien, porque tampoco entendía esos sentimientos en su interior. ¿Celos? ¿Rencor?

¿Odio?

Es sólo que me puse triste porque he recordado a Hyunjin. Triste y culpable.

Chan suspiró al leer el mensaje, entendiendo la postura en la que estaba el chico porque a nadie le gustaba mentirles a sus mejores amigos. Sobre todo, Jeongin, que parecía tan apegado a Hyunjin.

Si no estás seguro de esto, In, podemos dejarlo hasta aquí.

No quiso sonar tan categórico e incluso frío, pero sentía que necesitaba decírselo para saber qué tan seguro estaba Jeongin de lo que ellos podían tener. En especial, porque Chan necesitaba un pequeño (gran) impulso para poder terminar con Yeji pronto.

Jeongin leyó las palabras, sus labios frunciéndose en disgusto.

Estoy seguro. El chico lo miró un instante. Te quiero. Te quiero para mí, como mi novio. La mano de Jeongin tembló. Te quiero, te quiero, te quiero, te qui–

Chan detuvo el movimiento errático de la mano de Jeongin, repentinamente asustado por su forma de actuar, y al voltear a verlo notó su llanto silencio y sus ojos lagrimosos, mordiendo su labio inferior con fuerza.

—Oh, Jeongin... —susurró Chan, abrazándolo de golpe porque no sabía qué otra cosa hacer en ese instante, porque su corazón se rompió al ver a Jeongin llorar así.

Chan no quería verlo llorar nunca en la vida.

Lo meció, sintiendo como los hombros del chico se sacudían por los sollozos, y le revolvió el cabello. Le murmuró palabras tranquilizadoras para que así se calmara, para que volviera a sonreírle con esa bonita sonrisa que poseía.

Al sentirlo más calmado se alejó, limpiando sus mejillas con los dedos, y dándole pequeños besos seguidos.

Te quiero —dijo Chan en lenguaje de señas.

Te quiero —respondió Jeongin.

El mayor volvió a agarrar el cuaderno.

In, yo también te quiero mucho y quiero estar contigo, ¿bien?

Te quiero tanto que a veces temo que te des cuenta de que no valgo la pena para ti, y eso me asusta mucho porque me gustas demasiado.

Jeongin leyó sus palabras, pero negó con la cabeza, acurrucándose contra él y queriendo que el aroma de Chan lo envolviera, lo hiciera sentir feliz y amado. Los brazos del mayor se sentían muy bien para él porque parecían encajar perfectamente.

No, tú eres importante, muy importante para mí.

¿A ti no te molesta... que yo no pueda hablar o escuchar?

¿No te molesta que sea defectuoso?

Chan leyó aquellas palabras con su garganta apretada: notaba algo extraño y perturbador en ellas, como si tuvieran un doble sentido. Como si Jeongin se refiriera a otra cosa.

Trató de no darle muchas vueltas al asunto.

Me encantas, así como eres, Nini.

Y no eres defectuoso. Eres perfecto para mí.

Podía ver la duda en los ojos de Jeongin, pero el chico volvió a sonreír a pesar de que sus mejillas seguían un poco ásperas por las lágrimas. Chan decidió que darle besos era una buena forma de hacer que estuvieran suavecitas otra vez.

Minutos después el chico se estaba bajando del auto, más feliz que nunca en la noche, y se despidió de Chan para correr a su casa una vez lo vio marcharse, entrando con el corazón acelerado.

Se sobresaltó cuando vio a su papá en el cuarto de estar.

—¿Jeongin? Pensé que te quedarías con Hyunjin —dijo su papá, algo confundido.

Salimos, pero decidí venir a dormir a casa —contestó, tratando de lucir despreocupado.

¿Te vinieron a dejar en auto? —preguntó su papá—. Vi uno afuera.

Salimos con la hermana de Hyunjin y el novio de ella —respondió—, él tiene un auto así que se ofreció a traernos.

Hongseok frunció el ceño, sin embargo, no dijo otra cosa, por lo que Jeongin subió hacia su cuarto, sabiendo que su mamá y abuela debían estar durmiendo. Al abrir la puerta, Deokbae saltó de su cama, corriendo y saltando para recibirlo, y Jeongin lo agarró en brazos, sonriendo.

Segundos después se recostó sobre la cama, Deokbae lamiendo su rostro, y Jeongin sacó un papel.

La letra de Jihoon envió un escalofrío por su espina dorsal.

Salí con Chan por casi un año, así que lo conozco bastante.

No te enamores de él, porque va a romperte el corazón. Bang Chan sólo está jugando contigo.

Él realmente no te quiere.

Jeongin arrugó el papel, furioso y enojado, lanzándolo a su basurero, y se maldijo por ser tan débil, por no estar preparado para esas cosas, por creer que todo el mundo era bueno.

Jihoon estaba mintiendo. Jihoon estaba celoso y era malo, porque Chan nunca jugaría con él. Chan realmente le quería.

Chan realmente podía querer a ese muñequito sucio y defectuoso.

Lina terminó de preparar el almuerzo de Félix, y se volteó a mirarlo, sonriendo cuando lo vio comer con cuidado de no derramar su leche de la taza.

—Te eché unas galletitas, Lixie —le dijo ella, llamando su atención—, sólo tres de colación, ¿entendido?

—Sí, mami —contestó Félix, antes de arrugar las cejas—. Pero echaste muchas galletas.

—Sí, el resto son para tu novio —respondió Lina—, son las que tú hiciste, así que tienes que decirle eso.

Félix puso una expresión extraña en su rostro, medio duda, medio tristeza.

—Pero son las galletas más feas —dijo desganado, entendiendo poco el por qué se sentía así, si eran sólo galletas.

Lina le revolvió el cabello.

—A él no le van a importar si le dices que las hiciste pensando en él —contestó con voz dulce—. Y si te dice algo malo, entonces significa que no es tu novio, ¿entendido?

—Bueno, mami.

Lina sonrió, satisfecha de que Félix pudiera entender bien lo que ella le decía. Sin embargo, su sonrisa desapareció con rapidez cuando un pensamiento fugaz recorrió su mente.

—Lixie —dijo, llamando su atención otra vez—, ¿Jisung te ha besado en los labios?

Félix puso otra vez una expresión extraña, aunque si Lina lo pensaba un poco, no era tan extraña, sólo que no estaba acostumbrada a verla en el rostro de su hijo. Gran parte de su vida Félix no se expresaba mucho, en especial en los colegios donde estuvo, porque no tenía amigos. Ni siquiera se llevaba bien con sus primos, con quienes se veía poco ya que, como su hijo tenía Asperger, sus hermanos solían tratar a su bebé como si fuera un monstruo.

La gota que rebasó el vaso fue cuando una de sus hermanas le dijo que tuvo que haber botado a Félix al basurero apenas se enteró de su condición, y desde ese día, Lina decidió cortar relaciones con esas personas.

Así que ahora sólo eran ellos dos contra el mundo, y Lina lo prefería así. Por muy difícil que fueran las cosas, por muchos turnos que tuviera que hacer en el hospital, jamás se arrepentiría de tener a Félix en sus brazos, porque su niño era el niño más maravilloso del mundo.

Por lo que pudo adivinar, la expresión de Félix era una mezcla entre vergüenza y contradicción.

—Ardillita dijo que no podía decirte esto —respondió Félix.

Lina enarcó una ceja, sabiendo que Jisung le estaba haciendo competencia por la atención de Félix.

—Félix, ¿me estás mintiendo? —preguntó ella.

—No es mentir, es no decirte las cosas —replicó Félix, y Lina supo que sólo estaba repitiendo las palabras de otra persona. De Jisung, con toda probabilidad.

Decidió cambiar de estrategia.

—Yo pensaba comprarte un nuevo dinosaurio —dijo ella con fingida tristeza, viendo como los ojos de Félix se iluminaban—. ¿Cuál es el último que estás estudiando? ¿El dinosaurio amargado?

—El amargasaurus —farfulló Félix.

—Ese mismo —Lina suspiró—, pero no te lo compraré porque me estás ocultando cosas, Lixie.

—No, no —balbuceó Félix—, te lo diré, pero ¿prometes comprarme el dinosaurio, mami?

Lina sonrió.

—Claro que sí, cariño.

Félix comenzó a juguetear con sus manos, sus labios temblando, como si todavía estuviera indeciso.

—Ardillita me da besitos en los labios —confesó, sus mejillas tornándose rojas, y Félix no entendía por qué sentía de pronto calor—, como piquitos, muy rápidos y seguidos.

La mujer ladeó la cabeza, aunque por dentro se sentía muy feliz de que Félix estuviera conociendo a alguien tan bueno y amable como Jisung. También estaba un poco asustada, pero sabía que a su niño le haría bien relacionarse con otras personas.

—¿Puedes hablarme de cómo fue su primer beso, Lixie? —insistió con voz suave.

Félix bajó la vista.

—Fue luego de que Jisung me rapeara una canción —contestó—, y me llevó a un pasillo algo oscuro, donde no había nadie...

Félix podía recordar muy bien ese momento, aunque no entendía por qué lo consideraba tan importante cuando fueron sólo unos minutos. Tampoco podía entender los sentimientos que le invadían, el por qué sus manos sudaban cuando Jisung le decía algo bonito, o por qué su estómago se contraía como si se sintiera enfermo.

Me siento enfermo —le había dicho a Jisung en ese momento.

Jisung le miró con preocupación, tocándole la frente, pero sin sentir fiebre.

¿Qué sientes, Sunshine? —preguntó Jisung.

Félix tragó saliva.

Mi estómago se mueve —trató de explicar—, se sacude mucho cuando estás tú cerca, ardillita.

Jisung sonrió.

Se te pasará —aseguró—, será mucho más rápido si cierras los ojos, bebé.

Félix obedeció, aunque no estaba seguro de las razones por las que confiaba en Jisung.

Sintió de pronto otro aliento contra su boca, pero antes procesar lo qué ocurría, los labios de Jisung estuvieron sobre los suyos en un beso tranquilo, dulce y amable, su boca moviéndose contra la suya, y Félix sintió sus piernas temblar cuando la mano del mayor acarició su cintura.

No entendía esas sensaciones, pero no eran malas. No eran... no eran dañinas.

Jisung se alejó unos segundos después

Eso fue un beso —le explicó con calma—, ¿te gustó, Lixie?

Félix lo pensó un instante, viendo sus pros y sus contras.

Contras:

-Compartieron saliva, lo que era malo porque podían pegarse enfermedades.

-Jisung cruzó la línea que consideraba como su espacio personal.

-Sentía abejas asesinas en su estómago que podían matarlo si seguían zumbando tan fuerte.

Pros:

-Jisung cruzó la línea que consideraba su espacio personal, pero no entró en pánico como ocurría con otras personas.

-Las abejas no eran tan malas, tal vez no eran abejas, sino mariposas, aunque ¿cómo podían llegar abejas y mariposas a su estómago? ¿Era posible? Félix lo iba a averiguar.

-Jisung no tenía ninguna enfermedad, así que no le contagió nada.

-Se sintió bonito.

Sí me gustó —aseguró—. ¿Los novios se besan siempre?

Jisung sonrió, y Félix decidió que su sonrisa igual era bonita.

Sí, aunque si tú no quieres un beso, sólo debes decirme —contestó Jisung—. Si hay algo que no te guste, tienes que decírmelo, Lixie —Jisung le dio otro beso—. Por ahora, nos besaremos cada vez que nos veamos.

Pero esos son muchos gérmenes...

No pasa nada mientras no me enferme —un beso más—. Cuando me enferme, te avisaré, ¿está bien?

Félix asintió.

Su mamá lo observó cuando terminó de hablar, y le revolvió el pelo.

—Está bien, Lixie —dijo, algo aliviada de que esos besos hubieran sido inocentes—, pero si alguna vez Jisung te llega a hacerte algo que no te gusta, si actúa de una forma que te desagrada, debes decírmelo, ¿está bien? No importa si él te dice que no lo hagas, tienes que decírmelo igual, ¿lo entiendes?

Su hijo frunció el ceño, confundido, pero terminó asintiendo.

—Mami, ya vamos tarde al colegio —le dijo, apuntando al reloj.

Lina lo mandó a lavarse los dientes, pensando que Félix estaba feliz. Y si él era feliz, ella también lo era.

Lo único que ella deseaba era eso: que Félix pudiera ser feliz.

Yeji le sonrió con timidez, sus ojos brillando cuando se acercó a él, creyendo por fin que podría tener un tiempo a solas con Chan luego de tantas semanas de tensión. Ya estaban a mitades de noviembre, así que pronto deberían empezar a hablar qué harían para las vacaciones de navidad.

—Hola, oppa —saludó Yeji, poniéndose de puntillas para darle un beso.

Chan ladeó la cabeza, recibiendo el beso en la mejilla, y suspiró con algo de cansancio. Observó el patio del colegio, notando que ya no quedaban personas, para luego voltearse hacia Yeji, que lucía algo ansiosa.

—Tengo que hablar contigo —le dijo, su voz seria y llamando la atención de la muchacha.

—¿Qué ocurre, Chan? —preguntó Yeji.

Chan la miró.

Ellos llevaban siendo amigos desde los catorce años, cuando Yeji se volvió la tutora de Sujin para ayudarla en sus clases, y congeniaron de forma inevitable. Ella era inteligente y divertida gran parte del tiempo, pero desde que se volvieron novios, desde que ella se volvió la presidenta de su clase y él el presidente del Centro de Estudiantes, las cosas parecían haberse tornado raras y tensas.

La seguía queriendo, era inevitable, pero no como una novia. No como algo más que una amiga.

No, en ese instante, su corazón se aceleraba sólo por Jeongin.

Y recordar la imagen de Jeongin, dándole besos pequeños, sus ojos tristes, fue el único impulso que necesitaba para poder hablar:

—Quiero terminar contigo.

Yeji abrió su boca.

Pasaron unos segundos en silencio.

—¿Qué? —murmuró Yeji, sin perder la expresión atónita en su rostro, pálida, perdida.

Chan rascó su nuca.

—Esto no está funcionando —prosiguió, tratando de que su voz saliera fuerte—, lo mejor es terminar, Yeji. Yo no... —humedeció sus labios—, no te quiero de esa forma.

Yeji soltó una risa débil, sacudiendo su cabeza.

—¿Qué estás diciendo, Chan? —preguntó—. Eres mi novio, claro que me quieres así —agarró con más fuerza su bolso—. Anda, llévame a casa, podemos...

—Yeji, basta —le interrumpió Chan con voz amable—, no estoy bromeando. Ya no quiero seguir con esto.

La chica parpadeó, y acto seguido, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Pero ¿qué dices? —insistió, sorbiendo por su nariz—. Tú y yo hacemos una pareja bonita, Chan —su voz se quebró—. Yo te quiero, ¿por qué...?

—Porque no te quiero de esa forma —repitió—, te quiero sólo como amiga. Yo no... De verdad lo intenté, Yeji, pero es mejor que esto quede hasta aquí.

Yeji se estremeció, sin embargo, permaneció en su lugar, sin moverse, lágrimas cayendo por sus mejillas.

—No lo entiendo —murmuró Yeji—, nosotros estamos bien juntos. Nos íbamos a casar, Chan —la chica hipó—. Mis papás, ¿qué van a decir de esto? ¿Y tus padres, Chan? ¡Ellos me quieren!

Chan frunció el ceño cuando ella lo agarró del brazo, apretándoselo, y trató de mantener la calma, de no perder la paciencia.

—Ellos no tienen por qué meterse en esto —dijo Chan—, la relación es nuestra, Yeji, así que la opinión de nuestros padres importa una mierda.

—¡Chan! —ella lucía espantada—. ¿Cómo puedes hablar así? Dios, ¿qué te pasa? Desde hace días andas muy extraño, ¿necesitas que pasemos más tiempo juntos? Por favor, si me lo dices...

—Yeji —quitó la mano de la chica de su muñeca—, ¿es que no me estás escuchando? Esto se acabó, ya no quiero que seas mi novia.

—Pero nuestro matrimonio...

—¡No quiero casarme contigo, Yeji!

La chica comenzó a llorar ahora con fuerza, y Chan quería sentirse mal, quería sentirse culpable, pero dios, ¿por qué ella no podía entenderlo? Estaba bien, comprendía que no quisiera que eso acabara, sin embargo, seguir insistiendo, seguir comportándose así...

Chan estaba siendo claro, no estaba dándole vueltas al asunto, ¿por qué no se daba cuenta de lo que ocurría?

—O-oppa, por... por favor... —gimió Yeji.

—Es lo mejor —Chan se giró, abriendo la puerta del auto—, nos vemos, Yeji.

—¡No! ¡Chan!

Entró y cerró inmediatamente, la chica comenzando a tocar la ventana con una expresión de desesperación. Chan se vio obligado a mirar hacia el frente e ignorarla, fingiendo que Yeji no estaba llamando su atención, y salió del estacionamiento unos segundos después.

Chan sintió el alivio recorrer su cuerpo cuando se dio cuenta de lo que hizo. Cuando se dio cuenta de que no tendría que seguir fingiendo una relación que no le interesaba, el peso quitándose de sus hombros y, aunque trataba de no sentirse demasiado alegre porque era a costa del dolor de Yeji, la tranquilidad que sentía era real.

Era lo que necesitaba, sabiendo ahora que Yeji no estaría detrás de él en todo momento, que no la estaba engañando. Que Jeongin se pondría feliz ahora que terminó con ella, y Chan quería hacerlo feliz.

Incluso pensaba en enviarle un mensaje para contarle sobre lo ocurrido, así que mientras subía hacia su cuarto, casi saltando por la emoción, sacó su celular.

No esperaba que, al abrir la puerta, Jeongin ya le estuviera esperando, el chico lanzándose a sus brazos con una enorme sonrisa pintando su rostro.

—Wow, wow —balbuceó, agarrando a Jeongin para que no se cayera, cerrando la puerta detrás de él y poniéndole el seguro—. ¿Cómo...?

Jeongin apuntó a la ventana de su cuarto, abierta, el color coloreando sus mejillas porque entró sin avisarle a Chan. En cualquier otra situación, el mayor se habría molestado, se habría enojado, pero en ese momento estaba demasiado contento por la repentina sorpresa de Jeongin frente a él.

Antes de que Jeongin pudiera hacer otro gesto, Chan lo besó repetidas veces en la boca, riéndose en voz baja. El menor recibió los besos con total gusto.

Media hora después, los dos estaban acostados en la cama. Jeongin se encontraba acurrucado a su lado, sin dejar de sonreír por la felicidad del momento y olvidando por completo lo que ocurrió el fin de semana. Su corazón latía de forma descontrolada por el dulce toque de Chan.

El mayor agarró la libreta de Jeongin, escribiéndole algo:

Acabo de terminar con Yeji, In.

Jeongin abrió sus ojos como platos, sorprendido por lo que dijo, y se enderezó para mirarlo, observando la seriedad en los ojos de Chan.

Sin poder evitarlo, otra enorme sonrisa se extendió por su rostro.

¡¿De verdad, hyung?! ¡¿No está bromeando?!

Chan iba a responderle, pero decidió que darle besos era mejor que perder el tiempo escribiendo.

Jeongin se marchó unas horas después, con las mejillas doliendo debido a la sonrisa que no podía ser eliminada de su rostro, e incluso Chan parecía a punto de lanzar flores a todo el mundo. Ambos se prometieron encontrarse en el colegio a escondidas para compartir algunos momentos a solas, y Jeongin llegó a prometer que le acompañaría a D-Town cada vez que quisiera.

Chan se sentía en una nube.

Una nube que pareció reventarse demasiado rápido cuando la puerta de su cuarto fue tocada.

Abrió, encontrándose con el rostro de su hermana.

—¿Sujin? —le preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Qué ocurre?

—Oppa —la chica entró, cerrando la puerta y suspirando de forma soñadora—. Necesito hablar contigo para que me aconsejes, porque eres un chico.

Chan ladeó la cabeza.

—¿Bueno?

—Es que voy a necesitar tu ayuda —Sujin puso una expresión triste—, porque tú sabes cómo son papá y mamá, y ellos no van a estar de acuerdo si tengo algo con este chico.

Su hermano mayor se encogió de hombros, echándose sobre la cama.

—Si puedo ayudarte en algo, pues lo haré —contestó.

Sujin se acostó a su lado, volviendo a sonreír.

—Me gusta Jeongin —dijo ella—, y lo voy a invitar a salir.

Chan sintió que iba a desmayarse de pronto.

Hyunjin cerró sus ojos cuando Changbin le besó el cuello, gimoteando en voz baja al sentir las manos del mayor tocando la piel de su cintura, y tuvo que morder su labio inferior para aguantar los siguientes jadeos que luchaban por escapar de su boca.

—Silencio —susurró Changbin, sus ojos brillando por la excitación—, no queremos que...

—Mis papás nos van a pillar —siseó Hyunjin, sus manos empujando débilmente a Changbin para quitárselo de encima—, y van a matarme...

—Tú no quisiste ir a mi casa —regañó Changbin, aunque había diversión en su rostro—, allí podría hacerte gritar todo lo que quisiera.

—¡Eres un idiota! —gimió Hyunjin, antes de recibir un beso en los labios.

Se sentía volar cuando Changbin le besaba, una sensación de éxtasis recorriendo su cuerpo y sus pensamientos volviéndose algodón de azúcar.

Eso le gustaba, le gustaba demasiado, porque le ayudaba a distraerse de todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor. De Jeongin alejado, de Félix haciendo más amigos, de la constante soledad que parecía aplastarlo un poquito más cada día.

Changbin ​le gustaba, era bueno, le hacía sentir amado y para nada reemplazable

Se sobresaltó cuando un repentino portazo resonó en la casa.

Changbin ​se alejó, su rostro colorado, e hizo un gesto de mantenerse en silencio

Hyunjin subió sus pantalones (¿cuándo ese idiota se los bajó?), y le susurró a Changbin que permaneciera en silencio. Su papá estaba trabajando, mamá fue a ver a la abuela y Yeji le dijo que llegaría tarde porque saldría con Chan, ¿quién...?

Caminó hacia los escalones, sobresaltándose cuando de pronto su hermana apareció. Llorando como desquiciada.

—¿Ye? —preguntó con preocupación.

Yeji lo miró, sin dejar de llorar.

—¿Qué... qui-quieres? —balbuceó ella, su voz quebrada.

Hyunjin dio un paso hacia su media hermana.

—¿Qué ocurre? ¿Pasó algo malo? —inquirió, queriendo abrazarla.

Sin embargo, la expresión lastimada de Yeji cambió de pronto, furia y rabia pintando su rostro.

La chica lo empujó.

—¡¿Pasó algo malo?! —gritó ella—. ¡Claro que sí! ¡Chan acaba de terminar conmigo!

Hyunjin se encogió ante los repentinos gritos de su hermana y retrocedió unos pasos, tragando saliva.

—¿Cómo? —preguntó, aturdido—. ¿Hyung y tú...?

—¡Dice que no me quiere! —Yeji lucía histérica—. ¡Dice que no quiere casarse conmigo!

El chico tragó sus palabras de consuelo, aquellas que decían que Chan no valía la pena, que no llorara por él, porque en realidad nunca le gustó la pareja que hacían. Ambos lucían tan... tan falsos y perfectos, que daba incluso un poco de asco.

Hyunjin estaba algo aliviado de que terminaran, porque tenía la impresión de que no serían felices.

Pero otra parte se sentía culpable porque Yeji realmente quería a Chan, sus lágrimas en ese instante la delataban.

—Yeji, ¿quieres que te traiga un vaso con agua? —preguntó, tratando de lucir dulce.

Pero Yeji volvió a empujarlo.

—¡No quiero nada de ti! —ella lucía enfurecida con él, con todo el mundo—. ¡Debes estar contento, ¿no es así, Hyunjin?!

Parpadeó, confundido, su estómago apretándose.

—¿Qué estás...?

—¡Claro, ahora que Chan terminó conmigo, yo voy a ser la decepción de mamá y papá, y no tú! —acusó con ira, su dedo índice tocándole el pecho de forma brusca—. ¡Quieres que yo sea la vergüenza de la familia y no tú, ¿cierto?!

—Yeji, eso no es... —su propia voz se quebró ante las acusaciones.

—¡Pues sabes qué, Hyunjin, siempre serás la basura de papá y mamá, porque eres un bastardo! ¡Chan volverá conmigo y tú seguirás siendo un pedazo de mierda!

—¡Yeji!

La chica se sobresaltó cuando una enfurecida voz habló, y Hyunjin miró al suelo, llorando en silencio y temblando por las palabras crueles e inhumanas que su media hermana le dijo.

Changbin ​empujó a Yeji, haciéndola a un lado, y abrazó a Hyunjin contra su pecho, importándole poco si era más bajo, si era más pequeño, porque en ese instante, el menor parecía un niño desorientado y herido

—Estoy aquí, estoy aquí, bebé... —arrulló Changbin, mientras Hyunjin sollozaba en voz baja.

Yeji soltó un ruido de disgusto.

—¿De verdad estabas con Changbin, maricón asqueroso? —gruñó Yeji—. Eres una basura.

Hyunjin lloriqueó y Changbin lo apretó más contra él.

—Le dices a papá y mamá que Chan terminó conmigo, y prometo decirles que eres la puta del colegio —espetó Yeji, girándose y caminando a su cuarto.

Un nuevo portazo resonó en la casa.

Hyunjin se aferró al abrazo de Changbin, que seguía meciéndolo mientras le murmuraba palabras dulces a su oído, y trató de no pensar en todas las horribles palabras que Yeji soltó.

Hyunjin habría preferido que lo golpeara. Tal vez un golpe hubiera dolido menos que todas esas cuchillas que Yeji enterró sólo con unas simples frases que dijo en segundos.

Muñequito despertó en medio de la oscuridad.

Había ciertas cosas que Muñequito no recordaba bien como, por ejemplo, cómo había llegado allí. Para él, siempre estuvo allí. No tenía recuerdos de otro lugar, de otras personas, de papá, de mamá, y pensaba que muy probablemente, papá y mamá le abandonaron.

El primer recuerdo que tenía era de un hombre al que había que llamar como "Señor Shin", de pie frente a él, dándole una paleta por haber sido un buen niño.

Muñequito quería ser un buen niño, el mejor niño del mundo, porque eso significaba que no iba a ser castigado.

—Du-duele... —gimió Perrito a su lado, y Muñequito se sobresaltó al escucharlo hablar.

Inmediatamente se arrepintió de su acción, así que tan rápido como despertó, se acostó otra vez en la fría tabla, acurrucándose bajo la manta cuando pudo ver movimiento en la oscuridad.

El Señor Shin estaba dentro del cuarto.

—¿Perrito? —gruñó el Señor Shin—. ¿Acabas de hablar, Perrito desagradecido?

Perrito lloró, gimoteó, sollozó, pero no volvió a hablar.

—Te escuché —espetó el Señor Shin—. ¿Qué es lo que te duele? Hoy fueron amables contigo, ¿así es como me pagas, Perrito?

—Pe-pero duele mucho... —lloriqueó Perrito, y Muñequito quiso golpearlo, porque Perrito era tonto.

El cuarto estaba en tensión, por lo que Muñequito adivinó que no era el único escuchando. Conejitos, Gatitos, otro Perritos, Zorritos, todos debían estar oyendo.

Él no debía estar escuchando, pero a veces se le olvidaba porque era el único Muñequito.

Señor Shin le dijo que era especial, que por eso sería Muñequito, que debía sentirse orgulloso de ello, porque era un Muñequito especial. Había otros Muñequitos en otro cuarto, pero esos eran normales, no eran especiales como él.

—¿Duele mucho, Perrito? —gruñó el Señor Shin—. ¿Esto te duele?

Trató de no sobresaltarse cuando escuchó un golpe seco, y luego un gemido.

—¿Cómo hacen los perritos, Perrito?

—Guau. Guau.

Muñequito se forzó a respirar para mantener la calma.

—¿Muñequito?

Su primer instinto era responder, era contestar, pero apretó los labios ante la presencia desconocida frente a él, unos callosos dedos quitándole la manta.

Miró al techo, su rostro sin expresión alguna.

—¿Estás despierto, Muñequito?

El Señor Shin lo tomó en brazos, una horrible sonrisa pintando su rostro, pero mantuvo su cara tranquila.

Desde que tenía memoria que era Muñequito, así que sería Muñequito para siempre.

—Eres el mejor Muñequito del mundo, precioso —alabó el Señor Shin, acostándolo otra vez—, tan obediente y bueno. Pronto irás con tu nuevo dueño, a él le fascinan los muñequitos. ¿Sabes cuáles son sus favoritos? Los muñequitos de porcelana. ¿Tú serás el muñequito de porcelana perfecto para él?

No hizo gesto alguno.

Señor Shin se rio, contento.

—Claro que lo eres.

Jeongin despertó empapado en sudor, las manos callosas acariciando su rostro, y olisqueó el aire.

No. No...

Muñequito se había orinado.

No. No Muñequito. Jeongin. In. Nini.

Jeongin, Jeongin.

JEONGIN.

Salió de la cama, llorando, con sus pantalones mojados, y corrió al cuarto de mamá y papá.

Mamá y papá le protegerían, le cuidarían, le dirían que no era Muñequito. Que se llamaba Jeongin, tenía dieciséis años, tenía una familia que lo amaba, tenía amigos que se preocupaban por él.

Entró al cuarto estrepitosamente, sus padres despertando de golpe, pero poco le importó cuando subió a la cama, sus manos envolviéndose alrededor del cuerpo de papá y aferrándose a él con una desesperación casi dolorosa.

—Oh, bebé, no llores, no llores —susurró Yerim, con los ojos lagrimosos al darse cuenta de lo que ocurría.

Jeongin ​berreó, ocultando su rostro contra el pecho de Hongseok, y quería quedarse allí para siempre, en los brazos de papá y mamá, porque allí no era Muñequito.

Jeongin ​no quería ser nunca más Muñequito

Jeongin ​sólo quería ser Jeongin.

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