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Los padres de Zaida llaman asustados a la comisaría.
– ¿Está el inspector David? Soy el padre de Zaida.
– Ahora le paso –dijo la policía.
– Hola, soy el inspector David. ¿En qué puedo ayudarles?
– Me llamaron los secuestradores y me dijeron que si no les daba medio millón de euros, matarían a Zaida – dijo el padre de Zaida, alterado.
– Tranquilo, no se altere. Vamos para allá ahora – cuelga el teléfono.
Se queda pensativo unos segundos, mira hacia la policía que estaba atendiendo las llamadas.

– Avisa a la agencia de secuestros; la chica puede estar viva. En una hora, en casa de los padres de Zaida, o mejor dicho, que estén allí ya.

En menos de veinte minutos, estaban en la casa de Zaida. Los agentes instalan un equipo de escucha por si los secuestradores llaman.

– Hola, soy Jaime, el inspector de la agencia de secuestros de la policía. Vengo a conocer cualquier detalle que pudieras haber escuchado durante el secuestro.

– No sé. Me dijo que, si no pagaba, mataría a Zaida – dijo el padre de Zaida, alterado.

– Tranquilo, lo siento. ¿Tienen dinero que puedan dar?

– ¿Pero qué mierda de pregunta es esa? No tenemos nada. Tengo una pensión de mierda y mi mujer lo mismo.

– Vale, vale, vale. Perdón. ¿Sabes si Zaida andaba con alguien o algo que no debiera?

– Que yo sepa no. Ella iba de casa a la universidad y viceversa; tenía pocos amigos.

– ¿Pocos? ¿Y conocéis a ese amigo?
– Pues... Vino varias veces a casa para hacer trabajos de la universidad. Era una chica rubia, alta y con ojos verdes, muy amable. Me llamó la atención porque era demasiado atenta – dijo la madre de Zaida.

El inspector David envió a Diana y Nerea a la universidad para hablar con la supuesta amiga de Zaida. Salen por la puerta las agentes y llama al teléfono.

– Esté tranquilo, que no sospeche que estamos aquí. Hágale hablar para localizar la llamada – dijo el inspector Jaime.

– ¿Ya tiene el dinero? – se escucha una voz distorsionada.

– No, aún no. Es mucho dinero. Debes darme más tiempo; no soy rico.
– Me da igual. Tienes veinticuatro horas para recaudar el dinero. Si no lo haces, su hija no vuelve a casa.
– ¿Y cómo sé que está viva? ¿Cómo puedo fiarme de su palabra? Si no me das una prueba de vida, ahí te quedas, gilipollas.

Hay un silencio en la otra línea, y...
– Que sea la última vez que me hablas así. Primer aviso y último.

Hay otro silencio, se escucha algo de fondo.
– Papá, papá, papá, no le des nada a ese cabrón – dijo Zaida alterada.
– Ya acabó la reunión familiar. Tik tak, tik tak, tienes veinticuatro horas.

No se escucha nada en la otra línea. El padre de Zaida se lleva las manos a la cabeza y empieza a llorar.
– Lo ha hecho muy bien – dijo el inspector David.
Los técnicos de la policía están tratando de obtener información de la llamada. Hay tres técnicos; uno se encarga de separar las pistas para facilitar la escucha de los distintos sonidos.

"—Separamos el audio en tres pistas. La primera sería la voz del que realiza la llamada, la segunda el sonido de la habitación en cuestión, y la tercera el sonido ambiente de la calle o donde sea. En la primera, no se puede discernir nada de la voz porque está distorsionada; la segunda tampoco se escucha debido a que debe tener un micrófono de absorción de ruidos. Pero del tercero, sabemos que se escucha un pan pan pan pan pan pan muy inaudible, pero con la tecnología actual, se puede captar y samplear," comentó Óscar de la policía científica.

Luego, pone el audio y todos permanecen atentos. Nadie dice nada durante un rato. Finalmente, el padre de Zaida comenta.

– Eso es de un martillo percutor, los que se usan para alisar y aplastar la arena antes de meter el pichi o cemento en las calles – aportó el padre de Zaida.

Todos se quedaron mirando unos a otros en esa sala; unos segundos después, el inspector David le pidió que revisara en qué zonas se estaban realizando obras.

– Pues salen 54 obras en la ciudad.

– Que sean de gran tamaño y, a poder ser, apartadas del centro.

– Me sale tres.

Miró el mapa, y ambos inspectores dijeron lo mismo.

– Tiene que ser esta, es la que está más apartada. Llama al ayuntamiento para averiguar a quién le pertenecen esos terrenos – dijo Jaime.

Óscar tecleó en el ordenador como si fuera un velocista.

– Lo tengo, la parcela pertenece a Francisco Guerrero, y la construcción también le pertenece. Espera... Ahora la cosa se pone rara; esos terrenos están sin que constituyan nada desde hace tres años. Al parecer, desde el ayuntamiento no le dan las autorizaciones y permisos para construir una urbanización. La zona está protegida porque habita en sus tierras un ave casi extinto; por eso, la Unión Europea da una subvención muy jugosa.

– ¿Cuánto? – dice Jaime.
– Ochocientos mil euros.

Cogen los coches patrulla y se dirigen a la finca. Se detienen a un kilómetro antes para que no sospechen de su llegada. Rodean la finca, observan y notan que no hay movimiento. Entonces, Óscar saca un dron.
– Es el último modelo, un juguete muy caro y chulo. Tiene sensores térmicos, cámaras de 180 grados y hasta puede llevar granadas aturdidoras.

Todos quedan asombrados al ver el dron.
– ¿No es muy pequeño?
– No los hay más grandes. Los grandes son los que llevan bombas, etc. Y los más pequeños son los de competición. Pero es un buen aliado para estos casos.

Lo hace volar y llega a la finca, sobrevolando una pequeña casa. No se ve a nadie en los alrededores, solo máquinas y una grúa que se usaba para la urbanización.
– Voy a poner la infrarrojos a ver qué vemos. En la casa se ven bultos de calor.

- Gracias, Óscar. Tenemos que establecer un perímetro en la zona. Hay cinco personas allí; podrían estar armadas. Anden con cuidado - dijo el inspector David.

Los agentes se adentraron en la finca. Gracias al dron, podían verificar que desde donde estábamos hasta la casa no hubiera ninguna mina ni cosas extrañas. Un grupo se dirigió por la parte delantera de la casa y otro por la trasera. Las personas dentro de la casa empezaron a disparar desde la parte delantera, pero los agentes estaban a cubierto.

El inspector Jaime sacó un subfusil grande y empezó a disparar con una puntería increíble, matando a dos. Solo quedan tres, contando que los presentes sean terroristas. Juanjo, por detrás, eliminó a uno de un disparo, mientras que el inspector David redujo a otro haciéndole una llave. Le puso las esposas y registraron la casa. No encontraron a nadie más. Preguntaron a Óscar sobre la ubicación del otro punto rojo.

- Estáis con él. El punto rojo está con vosotros - respondió Óscar.

Le dan un tortazo al que dejaron inconsciente para despertarlo y hablar con él.

– ¿Hay alguien más aquí? ¿Dónde la tenían? – dijo el inspector David.

– Nunca la vais a encontrar – se ríe e insulta a los policías.

– ¿La vais? ¿Quién es? ¿Es una chica? A ver, háblame, montón de mierda – Juanjo lo coge por el cuello mientras le grita.

Llega Óscar corriendo, entra en la sala donde están todos.

– Callaos de una vez... – Saca un utensilio que mide la frecuencia del sonido por debajo del espectro. Lo mueve por toda la habitación y de repente se detiene en una de las esquinas de la habitación; al chico que esposaron le cambia la cara de repente.

– Es aquí – sale de la casa y trae el martillo neumático y empieza a martillear, encuentra una especie de desván; cuando el humo se disipa, bajan unos cuantos. Allí está, una chica atada de pies y manos; está deshidratada, le dan un poco de agua. El inspector vuelve a ver la foto de la Zaida.

– Ya estás en casa – le dice al oído.

La habitación está empapelada con dibujos florales, y en una de las paredes pone:

– Esto te pasa por husmear donde no te llaman.

– Llévenla al hospital y no dejen que se le acerque nadie – ordena Jaime.

El inspector David lleva al detenido a comisaría para interrogarlo; los demás agentes quedan en la finca por si hay más personas.

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