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3

Al día siguiente, el inspector fue al hospital para ver a los heridos. La chica de la jaula estaba en shock; tenía tanto miedo que no paraba de llorar. Gracias a las enfermeras y médicas, pudieron tranquilizarla y sonsacarle algo de información. Sabían cómo se llamaba. La situación iba mejorando poco a poco.

La chica se llama María, tiene 23 años, piel color oliva, cabello oscuro, ojos color avellana y estatura media. Es universitaria y vino aquí por una beca que otorga la Unión Europea para fomentar la cooperación entre universidades.

La chica del galpón se llama Teresa, tiene 25 años y se graduó en la Universidad de Ingeniería Mecánica de Vigo. Tiene cabellos rubios, color de piel blanquecina y estatura media.

Sobre las otras chicas del zulo, no se sabe mucho de ellas, no son de aquí. Son dos chicas albinas de Centroáfrica y tienen un mejor aspecto que las otras. A simple vista, no les habían hecho nada, según el examen realizado por el doctor.

Las chicas están bien, no tienen ningún hematoma ni nada; no han sido forzadas. A estas chicas las tenían bien alimentadas.

—Gracias.—dijo el inspector.

El inspector manda a Nerea y Juanjo que vayan a hablar con la embajada de Camerún, a ver si saben algo de las chicas. Juanjo y Nerea entran en la embajada, bastante austera, con una entrada similar a la de un hotel de lujo. Pasan la puerta giratoria y se encuentran con suelos de mármol tan pulido que parece un espejo. También hay dos lámparas de araña que parecen llevar diamantes. Las mesas de los empleados que están a la vista son de madera sequoia. Nerea le dice a Juanjo en un tono bajo:

—Creo que los fondos de las Naciones Unidas se quedan aquí

Juanjo sonríe.

–Lo que no puedo entender es cómo puede engañar a tanta gente de su país– dice Juanjo cabreado.

–Ten un pueblo ignorante y te ocasionará, aunque esté lloviendo mierda– dice Nerea con cara de enojo y el alma triste por la pobre gente de Camerún que no se lo merece.

Llegan al mostrador de recepción.

–Hola, somos los agentes Nerea y Juanjo. Venimos a hablar con el embajador, por favor.

–Esperen unos minutos, vayan a la sala de espera, por favor.

Los dos agentes asienten. El chico de recepción descuelga el teléfono y empieza a hablar con alguien; no tarda mucho en colgar. Cerca de una hora después, un joven viene a llevarnos junto al embajador. Pasamos por unos pasillos muy lujosos, con columnas de estilo románico y remates en el techo de estilo griego; visualmente era muy bonito. Cuanto más avanzan los agentes por los pasillos, más lujosos se vuelven. Al final del pasillo, hay una puerta doble; a los lados, dos estatuas, la de la izquierda es Zeus y la de la derecha Poseidón, muy realistas. Se abren las puertas, aparece un hombre corpulento con cierto aire a Tyson y nos pregunta:

– ¿Quieren algo de beber y de comer?

– No, gracias –dice Nerea.

– Y usted.

– No, gracias, muy amable.

– Síganme por aquí, por favor.

Llevo a los agentes a otra habitación, que resulta ser un despacho bastante grande, podría albergar hasta ocho despachos y aún sobraría espacio.

– Siéntense en las sillas, por favor –dice Tyson.

Los agentes se sientan en esos asientos que parecen más propios de streamers que de un despacho. Justo en frente de ellos, un lienzo un poco extraño: una muñeca de trapo rota. El lienzo tiene líneas muy finas y colores pastel que destacan bastante. De una puerta a su derecha sale el embajador, camina con paso firme y militar hacia la silla, y se sienta.

El embajador es de complexión atlética, ojos negros azabache y manos muy grandes; al menos mide 1.80 centímetros.

– ¿Qué puedo hacer por ustedes?

– "Venimos a enseñarle unas fotos y a hablarle acerca de ellas," dijo Juanjo.

– "A ver si puedo ayudarles."
Juanjo le pasa las fotos sobre la mesa.

– "Teníamos que saber quiénes son."

– "No tiene por qué; lo que venimos a saber es si algunas chicas de estas características han desaparecido de su país."
El embajador los mira con cara de superior.

– "En mi país desaparecen chicas así todos los días porque la creencia de nuestro país es que los albinos son la reencarnación del demonio en la tierra y hay que reconvertirlos."

– "Me está diciendo que a esas pobres chicas les iban a hacer un rito de salvación, es decir, que la única manera de salvarlas es matarlas," dice Nerea, cabreada.

– "Señorita, baje el tono; yo a usted no le he gritado."

– "Lo que mi compañera quería decirle es si aquí hacen esas prácticas de vudú o algo por el estilo."

– "No sé. Lo único que sé es que en las afueras hay una comuna de compatriotas; pregunten allí. Si no tienen más preguntas, me tengo que ir; el deber me espera."

Se levanta y se dirige hacia la puerta de donde salió. De repente, sale Tyson y les pregunta a los agentes si les puede acompañar hasta la puerta. Una vez en la entrada de la embajada, Tyson les dice:

– Si van a la comuna, pregunten por Eto; él les dirá todo lo que quieran saber. Los ritos en nuestro país son muy importantes, más que el fútbol.

Se da la vuelta y regresa al ascensor. Nerea y Juanjo se dirigen a la comisaría, mientras tanto, el embajador llama a su hombre de confianza de la ONU.

— Están metiendo las narices en mis asuntos, ya sabes qué hacer.

En la comisaría, llega un aviso a los agentes Nerea y Juanjo por incomodar al embajador. El comisario habla con los agentes y con el inspector para que no vuelvan a decirle nada al señor embajador y olviden lo que hablaron. El inspector David envía a Nerea y a Juanjo al asentamiento camerunés.

Una vez en el barrio de la Rosa, conocido por el asentamiento de los cameruneses, Juanjo habla con Droki, el residente más antiguo. Es el único con el que podemos entrar sin problemas. Entramos en el asentamiento y nos dirigimos a la casa de Droki, donde nos sentamos en el sofá.

— ¿En qué puedo ayudarles?
— ¿Por qué se llevarían a dos chicas africanas albinas? —pregunta Juanjo.
— Albinas. Eso cambia las cosas...
— ¿En qué cambia? —pregunta Nerea.
— Pues... Os cuento, en mi cultura, los albinos son muy valiosos. Se cree que son la reencarnación del demonio. Con su sangre, se realizan rituales de sanación y también conjuros de vudú. Estos últimos son los peores, porque bien hechos hacen que te invada el demonio y te posea, convirtiéndote en un zombie, como dicen por aquí.

– y por aquí suelen hace vudú? – dijo juanjo

– que yo sepa no, además tendría que haber un chamán, y aquí no hay ninguno.

– le voy a enseñar las fotos de las chicas a ver si las conoces– dice Nerea

Droki al ver más fotos se puso pálido,

– y dónde estaban?

– en un zulo en una finca a más afueras llegando al mirador del faro. – dice Juanjo

Droki está alterado, coge el teléfono y empieza a buscar en las fotos del teléfono.

– como pueden estar vivas esas chicas si a mí me mandaron las fotos de ellas fallecidas, ¿pero como puede ser ?

Droki está muy alterado, Nerea intenté calmarlo , mientras Juanjo me manda las fotos a la comisaría a Diana, para que verifique si son ellas.

– pero comoces a las chicas de las fotos?– dijo Nerea

– no, digo si , una de ellas era mi mujer y otra la hermana.

Juanjo al escuchar eso mira para Diana los dos no daban crédito.
Droki se derrumba, se lo llava al hospital para que verifique si es su mujer o no. Droki mira pensativo al cristal de la ventanilla, se rompe el silencio

– un día estábamos en casa en Camerún , de la nada salieron unos soldados, entraron en el pueblo como si fuera una estampida, nos pone a todos de rodillas en la plaza del pueblo, se llevaron a las chicas y niños, pero encontrar a mi mujer la llevaron delante mía y la degollaron, no pude hacer nada , estaba imovil, me invadió el miedo, no pude salvar a mi mujer.

Droki comenzó a llorar. Llegaron al centro de mujeres maltratadas, entraron en el edificio y dirigieron hacia las salas comunes. Allí, frente a ella, vio a una chica sentada en una silla junto a una gran mesa; a su lado, la otra chica. Droki preguntó:

– ¿Cómo está Jasik?

La chica no le respondió. La cuidadora de la asociación le informó a Nerea:

– A ella le cortaron la lengua, y a la otra chica, las orejas. La que no puede hablar se llama María, y la otra es Yuanda.

Yuanda miró a Droki.

– Te conocimos un día en la plaza del pueblo, cuando llegaron unos hombres a caballos blancos. Tu mujer estaba allí, y nosotras también. Somos hermanas de tu mujer. Ese día nos llevaron a la cabaña del general y nos vendieron. Nos taparon la cabeza con una capucha, estuvimos varios días en la parte trasera de una furgoneta. Al llegar a Marruecos, nos vendieron a España a un tal profesor. Nos volvieron a tapar la cabeza y no recordamos nada más hasta que la policía nos encontró en el zulo.

Los tres se quedaron agarrados de la mano y no se soltaron hasta que pasó un buen rato.

– ¿Puedo quedarme un rato más? – preguntó Droki.

– Claro, las visitas terminan a las 20:00 y puedes venir mañana otra vez – dijo la cuidadora con expresión compasiva.

– Gracias – respondió Droki.

Los agentes se despidieron y se dirigieron a la comisaría.

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