Capítulo Diecisiete: Las manecillas avanzan
⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.
Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.
La escuela se sentía especialmente fría. Como los pasillos de un hospital, tan tristes, tan blancos y tan llenos de miradas perturbadas. El casillero de Tom seguía con los regalos en memoria del mismo. Los ojos también brillaban como el agua en un río, para buscar al culpable, a la persona que había cometido estos dos hechos.
Aún no se sabía nada de la consejera, pero los rumores no eran demasiado favorecedores. Siempre hablaban de cosas horrendas, como que habían tenido que amputarle una pierna o que en realidad perdió el habla durante una cirugía de urgencia. Las teorías iban de lo más sencillo a lo más bizarro, pero cada una taladraba la mente de Mundriak.
Los pasos que marcaba sobre el pasillo iban sonando cada vez más solitarios. Cada vez más tristes. Había pasado una mañana terrible, desayunando en un silencio aún más incómodo que el usual. Las noticias que "amenizaban" la mañana, profundizaban su dolor.
Mientras comía una rebanada de pan frío, alcanzó a ver en la orilla del comedor, los papeles que su tía le había dado a su madre antes de que todo sucediera. Revisó con mucho cuidado y alcanzó a leer la palabra "internado".
¿Un internado?
La mirada se le fue una vez más a las escaleras. Morte estaba ahí de nuevo, la observaba con la mirada fija, el cabello quemado de una parte, la cara llena de cenizas, como la noche anterior. No decía nada, pero parecía que sus pupilas estaban empapadas de palabras.
Después de eso, no la vio. Tampoco a ninguno de los personajes, y en realidad comenzaba a darle un poco igual, porque sentía que sus emociones nuevamente estaban rebasándolas.
Para terminar de arruinar todo, otra cosa comenzaba a molestarla. Era una mirada que se estaba entrometiendo en su camino. Se encontraba todo el tiempo buscándola, escudriñándola, y eso estaba a un segundo de hacerle perder las casillas.
Era la perfectamente delineada mirada de Miranda que se observaba directa, filosa, como una daga congelada. Por supuesto que no tenía ni la más mínima intención de hacerle notar que sabía que la observaba. No conocía las verdaderas intenciones de la chica, pero conociendo su historial, seguramente no era nada bueno.
Mientras la clase empezaba, intentó relajarse, pero esa mirada no la dejaba en paz. Miranda no le quitaba los ojos de encima, cada movimiento, cada gesto... "¡Basta, basta, basta!". Como si no fueran suficiente todos los problemas que estaba enfrentando.
Recargó su cabeza en las rodillas durante el descanso, para permitirle a su mente reposar. Ya se encontraba harta y en verdad no quería continuar buscando soluciones, pensando en lo correcto e incorrecto.
De pronto, un aura de paz llenó el ambiente. Estaba a punto de tirar la toalla, de soltarse a llorar cuando aquel espíritu la abordó.
Sus ojos no daban crédito cuando levantaron la mirada. Era la dama de blanco. Tan hermosa, tan pacífica como en su sueño. Buscando justicia, como siempre. La miraba con mucha seriedad. Y después señalaba hacia el horizonte. Mundriak se estremeció porque la presencia de la misma parecía demasiado importante, pero finalmente dedicó sus ojos hacia lo que estaba señalando.
—¿Quieres que vaya hacia allá? —cuestionó la muchacha levantándose.
Le molestaba que siempre que la vida la sobrepasaba, su cuerpo también se alineaba a lo mismo. Estaba débil, con las venas marcadas en sus brazos y la frente arrugada, como si se hubiera secado de pronto.
El camino que iba siguiendo, no parecía de lo más extraordinario. Era una zona de la escuela que, si bien no solía recorrer, en realidad emulaba el resto del edificio. Recordó por un instante cuando siguió a Oliver por entre la escuela, rumbo al auto de la consejera, y un mosquito de incertidumbre la picó justo en la nuca.
—¿Hacia dónde me llevas?
Por los puros nervios, quiso buscar su reloj, pero en realidad no encontraba nada en los bolsillos. Le preocupaba pensar que lo hubiera perdido, era una de sus posesiones más importantes hasta ese momento.
Pronto, observó una pequeña bodega que estaba en la parte final del pasillo. Habían entrado por un espacio en el que solían colocar escobas y trapeadores adicionales. De hecho, aquellos lucían abandonados, con las cerdas podridas o los mechudos apestoso.
Mundriak se tapó la nariz para evitar que los olores fétidos penetraran en sus fosas nasales, y siguió avanzando hasta topar con la bodega.
La dama de blanco se detuvo en seco. Quedó con el brazo bien estirado hacia aquella zona y miró directamente a Mundriak a los ojos. La adolescente comprendió que aquella era una señal para que le hiciera caso y abriera la puerta de esa bodega de una vez por todas.
Su mano temblaba, el frío empezaba a rodearla. Era como si supiera que algo terrible estaba detrás, pero no estaba segura de qué podría ser. Ya no entendía lo que estaba pasando. ¿Por qué la dama de blanco se le había aparecido de la nada? Ella no se había hecho presente al inicio. ¿Por qué había aparecido en sus sueños?
Colocó la mano en el picaporte y abrió la puerta para después llevarse la mano a la boca, repleta de asco, terror.
Tirado en el piso, estaba el profesor Meiden. Tenía la boca morada, los ojos hinchados, desorbitados. Rodeado de sangre, tintado hasta el último centímetro de su piel con la misma. Un pica hielos a un lado y lo poco de piel demostrando tonos variados por los moretones. Parecía que le habían dado una tremenda golpiza, y para infortunio de todos, también era obvio que la vida estaba abandonando su mirada.
—Profesor, señor —dijo la chica agachándose.
Las pupilas del mismo la siguieron a duras penas, asomadas por las rendijas que tenía entre sus ojos. Pareció abrir un poco más los párpados como si estuviera verdaderamente sorprendido por algo, y después el poco brillo que poseía se apagó, como cuando alguien sopla una vela.
—¡Santo Dios! ¡Santo Dios!
Mundriak comenzó a llorar frenéticamente. Había visto morir a su profesor frente a sus ojos. Las manos se le enredaron en el cabello, mientras su corazón latía sin un compás preciso. Un torrente de lágrimas como cascada empezó a envolver la escena. Era como una batalla terrible de emociones dentro de ella. Una tempestad que no era posible controlar... hasta que lo recordó.
Pareciera que alguien la tomara de los hombros y le solicitara compostura ante esa situación. Después de todo, sentía que las miradas comenzaban a colocarse en ella. No era algo que pudiera pasar por alto, dentro de cada una de las mentes adolescentes que la rodeaban intuía que había una pequeña semilla de duda hacia la chica. Probablemente, plantada por Miranda.
—Tengo-que-irme —soltó como si fuera una sola palabra.
Cerró la puerta con fuerza y salió corriendo de regreso hacia donde estaba. Quería dejar todo atrás. Quería que ese tipo de sucesos se detuvieran, pero eran como un dominó que era imposible detener. Después de correr sin descanso, se detuvo en una esquina de la escuela. Sintió que las miradas la acosaban de nuevo, pero la distrajo más una pregunta: ¿quién había sido?
El reloj que estaba encima de ella marcaba el inicio del segundo periodo. Se darían cuenta en muy poco tiempo, pero también quería descubrir quién había sido la persona que cometió ese acto. ¿Era una simple coincidencia? ¿O había sido uno de sus personajes?
De pronto, una idea le iluminó la mente. Algo que jamás había hecho, pero que le parecía a esas alturas la mejor opción. Tomó el celular que tenía guardado en el bolsillo (¿cómo lo recuperó?), buscó a su madre en la agenda telefónica y esperó.
—Hola... quiero volver a casa, me siento mal.
En otros tiempos aquella excusa hubiera sido directamente rechazada por Mary. La hubiera acusado de débil, la habría atolondrado con preguntas sobre cómo recuperó su celular del cajón de la cocina; pero en ese instante, incluso ella percibía que algo extraño pasaba y no tardó casi nada en salir del trabajo para llegar a toda velocidad con su auto a la escuela.
Cuando se puso el cinturón de seguridad, comprendió que el ambiente estaba empezando a cambiar en la escuela.
Eran esas miradas que conocía muy bien y que se iban secando al paso que el rumor tomaba fuerza. Mundriak casi podía observar una nube de humo negra que se colaba por entre todas las personas en ese edificio.
Confundidos, igualmente atormentados y horrorizados por lo que estaban presenciando.
Estaba segura de que, si prestaba la suficiente atención, ella podría escuchar cómo es que todos los estudiantes gritaban clemencia, estaban gritando al cielo. Estaban desesperados. También podía escuchar esos gritos en las aceras, en los rostros del resto de los habitantes. Estaban ahí. Lo sabía, lo sentía, no quería ignorarlo porque era verdaderamente insoportable, como una maldición.
Mundriak le dijo a su madre que quería recostarse un rato. La mujer atribuyó su malestar al miedo general que reinaba en el pueblo. Después de todo, en el fondo sabía que su hija era una chica muy débil y que las cosas así podían llegar a perturbarla en demasía.
Permitió que su hija se encerrara en el cuarto y decidió limpiar un poco la cocina para pensar en algo más que no fueran los terribles eventos que se estaban presentando. Su hermana estaba en terribles condiciones cuando la fue a visitarla antes del trabajo. Detestaba pensar que a Mundriak le sucediera algo así.
En esas estaba, cuando el teléfono sonó. Aquel timbre irrumpió en el viento cual cuchillo, encajando bastante bien con el ambiente turbio. Por un instante, dudó en responder. Después de unos momentos de reflexión, la mujer tomo entre sus manos el aparato y escucho los primeros tétricos segundos de la llamada. Casi se podía sentir el sufrimiento de la otra persona que buscaba comunicarse del otro lado, fluyendo por entre los cables de comunicación.
—¿Quién es? —preguntó firme, pero asustada.
—¿Señora Tyler? —se escucho en una voz entrecortada.
La madre de Mundriak no la reconoció, así que dejó fluir ese río de sensaciones desagradables por toda la columna.
—¿Qué es lo que quiere? No estoy de humor para bromas.
—Soy Lauren Spencer, la hermana de la señorita Spencer. Ella es la consejera de la escuela de su hija.
Finalmente sintió alivio y una vergüenza personal por creer que se trataba de algo sobrenatural, así que recuperó su pose segura de siempre antes de seguir escuchando la conversación.
—Disculpe la molestia. No sé si se enteró de esto, pero mi hermana tuvo un accidente muy grave —la voz parecía estar a punto de romper en llanto, al mismo tiempo sonaba seca y sin vida—. Yo... en serio lamento estarla llamando, pero...
—Me enteré del accidente —mencionó Mary intentando apresurar a la mujer con el tema—. ¿Están llamando a los padres para solicitar dinero o algo así?
—¡Oh! No, no, no es nada de eso —aclaró pronto la mujer al teléfono—. Señora Tyler, mi hermana no ha dejado de insistir en que quiere hablar con usted.
—¿Conmigo?
—Yo tampoco sé de qué se trata, me dice que es secreto profesional y que solo puede hablarlo con usted, pero que es de suprema urgencia.
Mary se quedó pensando por unos segundos y después soltó una pequeña risa mientras se masajeaba la frente.
—Mire, en realidad creo que todos hemos estado muy estresados. Me parece que su hermana está conmocionada, por todo lo que ha pasado en la escuela, por todo lo que está pasando en la comunidad.
—Pero...
—Entenderá que tengo otros asuntos que resolver antes de ir a visitar a su hermana.
—Señora... lamento insistir, es que... ella me dice que es algo que puede poner en riesgo el bienestar de su hija... su seguridad.
Mary volvió a reír por lo bajo, esta vez harta, mientras observaba todo lo que la rodeaba. Percibía que la casa estaba más fría, sin alma, la sentía terrible, le daba miedo.
—Lo lamento, pero la seguridad de mi hija es precisamente por lo que debo velar ahora. —Mary colgó el teléfono y trató de sacudirse esa conversación del alma.
Se sentó un momento en el sillón, mientras encendía la televisión para distraerse, cuando un anuncio le hizo sentir que el corazón se detenía.
La manos comenzaron a temblar, al tiempo que sus ojos recorrían la frase del reportaje: "Encuentran cuerpo de un profesor en la escuela local".
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