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Capítulo Dieciocho: El reinado peligra

⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.

Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.

—Lo que estamos pidiendo es lo mínimo razonable —argumentaba una madre de familia.

Cada uno de los presentes en esa junta se notaban terriblemente preocupados. Con los ojos hinchados, las ojeras bien marcadas. Cada labio partido se iba abriendo para dar paso a las verdaderas opiniones que tenían. Las cosas no debían ser así, la escuela se había convertido en un patio de asesinatos. En una masacre que no tenía razón.

Llevaban un buen rato dialogando. La madre de Mary había sido de las primeras que llegaron a la junta. Se encontraba con los ojos bien clavados en el director, que a ese punto era un mar de sudor por los cuestionamientos de los asistente.

Ellos no querían cerrar la escuela. Creían que los asesinatos no habían tenido que ver con la institución y que las cosas seguramente se calmarían.

—¡¿Cómo es posible que tomen esto tan a la ligera?! —gritaba otro padre, que tenía los ojos inyectados en sangre—. ¿Saben una cosa? ¡Qué pierdan el año! ¿Qué interesa? ¡Yo sacaré a mi hija de esta máquina de la muerte!

—Señores, señores. Los invito a la calma —decía mientras se soltaba un poco la corbata—. Hasta que no comprobemos que estos eventos están conectados, no tengo razón para cerrar la escuela.

—¡Es la escena de un crimen, por Dios!

Mientras todos explotaban en ira, una mano, recta, perfecta, con la manicura más impecable que había en la Tierra, esperó a que cada uno de los presentes se callara para comenzar a hablar.

—Mi hija, dice que ha notado a una sospechosa en su salón. Stacey Tyler.

El silencio y los murmullos se intercambiaban constantemente. Mary se levantó de un solo movimiento para observar con fuerza a todas las personas que estaban ahí.

—¡Mi hija no es ninguna asesina!

—Yo solo digo —continuó la otra mujer—, que hay al menos una sospecha. Razón suficiente para cerrar la escuela. En lo personal, me niego a que mi hija esté en manos de... bueno, en manos equivocadas.

La mirada de Mary comenzaba a perder lucidez. Estaba furiosa por lo que acababa de decir esa mujer. Entre los murmullos se escuchaba la constante pregunta: "¿quién es Stacey". Y la respuesta siempre iba acompañada de un: "una chica muy extraña, realmente parece sospechosa".

—¿Qué es todo esto? ¿Se va a seguir acusando a mi hija de este tipo de cosas tan fácil?

—No son palabras al aire —recalcó la otra mujer—. Su hija ha sido la única que ha tenido problemas con los desaparecidos. El profesor, la consejera y ese pobre chico. ¿No le parece sospechoso? ¿Ha vigilado lo suficiente a su hija?

Mary la observó con el rostro en llamas, muy, muy en el fondo, sabía que la mujer tenía un punto válido. Era absoluto que lo tenía.  Además, ella conocía las notas de Mundriak, la tarea de la misma, todos esos detalles; pero no tenía idea de con quién hablaba, con quién tenía problemas... En realidad jamás le pareció relevante.

—Entonces creo que no es "a la ligera" —terminó de enterrar a la mamá de Mundriak con una mirada.

¿Había descuidado demasiado a su hija?

—Quiero hablar con Flick —le dijo Mundriak a Michaella con una voz fuerte—. ¡Quiero hablar con Flick ahora! ¡Sé que fue él! ¡Sé que él fue el que hizo esto!

Michaella estaba a punto de reusarse, cuando del armario salió una mano cadavérica. Flick abandonó su escondite, ya tenía un buen rato sin verlo, su aspecto era horrendo.

Mostraba las manos ensangrentadas, llenas de moretones y cortadas. Los brazos también brillaban por las heridas y el rostro lo tenía deformado. En las muñecas, se podían admirar marcas de cadenas.

—¿Flick?

—¿Me ha llamado, majestad? —expresó con una voz deformada que calaba hasta los huesos, como uñas sobre una pizarra.

—Flick, ¿qué es lo que...?

—Es su historia, lo están torturando allá —explicó Michaella cruzando los brazos al admitir ante el elfo que había hablado con Mundriak—. Nos están torturando a todos.

—¿Por qué le hiciste eso a mi profesor? —retomó la adolescente intentando acercarse a su personaje, aunque en realidad tenía una apariencia demasiado aterradora como para fingir seguridad.

—Majestad... él no la respetaba. Le había hecho tanto daño en estos días que yo... lamento si le causé algún tipo de molestia.

Mundriak lo miraba fijamente, cuando el timbre de su casa se escuchó, la casa tronó, como si se despertara después de que nadie la hubiera visitado en años. Caminó hacia su ventana y trató de observar quién era el que llamaba, pero sin éxito.

Empezó a bajar con cautela, Flick y Michaella iban justo detrás de ella. Los llantos de Eleanor comenzaron a escucharse de nuevo y, justo antes de abrir la puerta, Morte apareció con los ojos enormes puestos en Mundriak.

—¿No debería abrir? —preguntó la chica a la niña. Extendió la mano y de la nada notó a Emily llegando.

Ambas estaban tristes. Hacían honor a la naturaleza de sus nombres, porque ahora se encontraban perdidas, sin tener idea de cómo advertir a su creadora de los peligros que se avecinaban.

—Mundriak —interrumpió Michaella—. La puerta, no lo hagas.

Esas palabras entraron a sus oídos como un hechizo. Flick susurró algo más y sintió que abandonaba su propia voluntad, mientras que apartaba a las dos niñas asustadas para colocar su mano en el picaporte.

El hipnotismo se vio roto pronto, porque la sorpresa de quién se encontraba ahí frente a ella, la sobrepasó.

—¿Qu-qué haces aquí? —preguntó Mundriak con el corazón alborotado.

—Sé que fuiste tú y se lo dije a mi madre —argumentó Miranda que la miraba con miedo, con rabia.

—¿Cómo dices?

—No te hagas la inocente conmigo, yo sé que fuiste tú. Sé que le hiciste eso a Tom, sé que le hiciste lo mismo al profesor y casi lo logras con la consejera —empezó a soltar la chica mientras los ojos renunciaron a su naturaleza contenedora para convertirse en cascadas descontroladas.

Mundriak la miraba aterrorizada, finalmente lo que tanto temía se volvió realidad. Ahora todos creerían que ella había tenido que ver con esos monstruosos eventos.

—Miranda, eso no es como lo piensas —dijo la chica temblando.

—¿No es como lo pienso, Stacey?

"¡¡SOY MUNDRIAK!!", gritó en su interior.

—Majestad, no deje que esta horrible plebeya le hable así —susurró Flick con la voz alborotada.

—Déjala, está asustada.

—¡Stacey! —gritó la chica con los ojos aterrados—. ¿Qué estás haciendo? ¿Qué está pasando?

Una enorme sombra los cubrió a todos. Mundriak se quedó un instante con los ojos fijos en el suelo. Sabía que algo malo pasaría, porque Morte simplemente desapareció, junto con Emily.

Cuando finalmente se armó de valor, notó que Elisa estaba ahí. Con la mirada dura, ya no parecía dulce como en las primeras reuniones. Lucía cambiada, terrorífica. Con el rostro vacío y las manos ensangrentadas.

—¿Qué le pasó? —preguntó en un hilo de voz la escritora.

La tensión iba aumentando, los llantos de Miranda y de Eleanor ya estaban combinados. Mundriak sentía que todo la estaba sobrepasando. ¿Una vez más? ¿O una última vez? Se tiró al suelo porque no soportaba más y colocó sus palmas sobre las orejas.

—¡Ella es la culpable! —gritó de pronto Flick, señalando a Miranda con furia—. ¡Ella ha provocado que la reina esté así!

Elisa no esperó más y lanzó a la adolescente dentro de la casa, para después cerrar la puerta. La mujer la tomó entre sus brazos, ayudada por Flick, y la llevaron hasta la sala.

—Mundriak, Mundriak, tienes que hacer algo —le advirtió Michaella quitándole las manos de los oídos—. Tienes que ser fuerte, harán mucho más daño del que parece.

La muchacha volvió a colocarse las manos en los oídos, porque los ahora el llanto de Miranda se había tornado en gritos desgarradores que le deshacían el corazón. Jamás había escuchado algo así.

—Mundriak —empezaba a decir Michaella que también empezaba a sollozar con desesperación—. Elisa en su historia se vuelve amarga. Ella quiere venganza. Los mata a todos, Mundriak. La va a matar.

Las palabras alcanzaron a traspasar las angustiadas palmas de la joven, pero ella se quedó un momento más en esa burbuja. Estaba a punto de perder la cabeza, el corazón, el alma, todo al mismo tiempo.

La clínica soltaba un aroma que no le gustaba. Le recordaba a cuando dio a luz a Mundriak. Había sido una tarde horrenda, llena de tristeza, llena de neblina y caos. Le consolaba pensar que solo estaría un instante.

—¿Sí? ¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó una enfermera que estaba cerca de donde se encontraba Mary.

—Busco a una mujer de apellido Spencer. Es la consejera de la escuela local.

—Sí, la conozco, no se preocupe.

La mujer sacó una papeleta para buscar el nombre en ella y le indicó el número de habitación.

Afuera del cuarto, la hermana de la misma se encontraba recibiendo noticias del médico. Su rostro estaba angustiado, era obvio que no había dormido en varios días, probablemente tampoco comido, porque su rostro estaba pálido cuando se encontró con el de Mary.

—No sabe el alivio que es verla aquí —dijo la hermana, después de despedirse del médico.

—¿Cómo supo que era yo?

—Nadie viene a visitarnos —aclaró la mujer intentando quitar la tensión del ambiente—. Supongo que una consejera escolar no es, especialmente, querida por el alumnado.

Mary le sonrió tan solo porque quería soltar la incomodidad que sentía, pero pronto aquel gesto fue apagado por la solemnidad del momento. La hermana de la consejera la miró como las hojas de otoño hacen al viento y finalmente señaló la puerta de la habitación que estaba detrás de ella.

El solo existir de la puerta resultaba intimidante para la mujer. Sabía que algo raro estaba sucediendo y en esa junta percibió la necesidad de responder al llamado de la consejera.

Miró su mano frente a sí, tocando la puerta del hospital y sintió en el fondo de su alma, la seguridad de que nada iba a ser igual.

—¡Tienes que hacer algo, tienes que hacer algo ya! —gritaba Michaella una y otra vez.

Mundriak se mantenía en la misma posición, escuchaba detrás de sus manos los aterradores gritos de la chica que solía atormentarla. No sabía si sería lo suficientemente capaz para ayudarla. Al final del día ella había sido tan... mala con ella. No le deseaba la muerte, pero... ¿valdría la pena enfrentarse a sus personajes por esa chica?

—¡Mundriak! —insistió la rubia quitándole de nuevo las manos de las orejas para mirarla frente a frente.

Las venas estaban saltadas, tenía la cara rasguñada por alguna razón y los ojos hinchados, empapados de desesperación.

—Mundriak, tienes que salvarlos —repitió con la voz apagada—. Tienes que salvarlos.

—¿Qué te pasa? —preguntó admirando a su personaje. El brillo comenzaba a ceder, como si se tratara de una cascada que estaba dejado caer lo poco que le quedaba—. Michaella, ¿qué te pasa?

—Sálvalos —repitió mientras temblaba. Los lagrimales comenzaron a pintarse de un rojo intenso, hasta que aquellos derramaron sangre en vez de lágrimas—. Yo ya no puedo...

—¡Michaella! —dijo la chica levantándose de un solo golpe para tomar los hombros de su personaje—. ¿Qué te pasa? ¿Cómo puedo ayudarte?

—Ya no puedes... mi cuerpo, mi alma ya no lo soporta. En mi historia, he muerto miles de veces. Todas en mis manos —explicó mientras la sangre comenzaba a salir por su boca—, cada una fue porque no tenía razones... Todo se incendió justo en mis palmas, Mundriak. En este mundo igual —soltó mientras se desvanecía en el suelo—. En este mundo igual... Mundriak...

—No me dejes, no me dejes. Tengo miedo.

—Todos tenemos miedo, todo el tiempo —anunció la chica observando a la nada, mientras los ríos de sangre continuaban—. Sálvala. Sálvala y vete lo más lejos que puedas.

La adolescente quería responder, pero en ese instante, el cuerpo de la rubia dejó de respirar, se hizo pesado y duro. Todos los rasguños sangraban, la piel se ponía verde. Aquel suave brillo se difuminaba con el viento porque la vida de Michaella había terminado, quizá para siempre.

Hubiera querido tener más tiempo para procesarlo todo, pero no fue así. Los gritos de Eleanor combinados con los de Miranda volvían a desquisiarla. Se giró de un solo movimiento hacia los otros personajes y lo que observó fue horrendo.

Miranda, con pedazos de cabello arrancados desde la raíz, la cara deformada por los golpes, el cuello morado. Flick y Elisa la sujetaban, mientras clavaban una y otra vez uno de los enormes cuchillos de cocina que estaban en la barra.

—¡No! ¡No! ¡Déjenla! ¡No la maten!

—¡Este no es su asunto, majestad! —Flick la observó con los ojos salidos de sus órbitas. Los dientes empapados de un líquido negro, mientras las palabras se deslizaban de su lengua como veneno.

¿Qué estaba pasando con esta historia?

—Señora Tyler —dijo una voz débil al tiempo que Mary entraba al cuarto.

—Llegó, hermana. Finalmente. Las dejaré solas.

El olor a medicina y hospital continuaba. Percibió más frío del que hacía en la sala de espera, aunque quizá era por los sentimientos que afloraban en su corazón.

—Hola —formuló con dificultad mientras la hermana se despedía para dejarlas a solas.

—Señora Tyler —repitió. Le costaba trabajo hablar por los tubos que la envolvían. Parecía haber sido un accidente horrendo—. Es Stacey, necesito advertirle de todo lo que he visto. Ella requiere ayuda inmediata.

—¿A qué se refiere? Sea más específica —sentenció, con el miedo en la punta del estómago.

—Es difícil, no quería alarmar a nadie antes de comprobarlo, pero su hija parece tener problemas graves. Ella es la que hizo esto... sospecho además que también... lo de aquel muchacho.

—¿Por qué todos se empeñan en...?

—Escúcheme, por favor. No puede dejarla sola. La he visto, y no solo yo, sus profesores, sus compañeros. Nadie le tomaba importancia, hasta que empecé a seguirla y a juntar las piezas. Habla sola en los pasillos, usa un reloj viejo, descompuesto. Ella cree que funciona... ella cree que la persona o personas con las que habla son reales.

—¡¿Está insinuando que mi hija está loca?!

—Señora, tiene que tomar esto con calma. Stacey está en un peligro profundo. Todo el tiempo mira cosas que no existen, que no están. La he observado, quería hablar con usted, pero ella... No quiero presentar cargos, pero la escuela encontró la grabación. Fue ella la que provocó el accidente.

Mary tomó un segundo antes de tragar las palabras que acababan de decirle. Estas le sabían amargas, como una pastilla durante la peor de las enfermedades.

—Si Stacey está sola... vaya con ella ahora. Necesita ser internada en este preciso instante. Necesita ser internada urgentemente o lo seguirá haciendo.

—¿Qué cosa?

Ambas se miraron con la respuesta en la pupila. Su hija, su prometedora hija no podía ser la que había hecho todas esas atrocidades.

—Vaya ahora o será muy tarde.

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