Prólogo
Camille terminó de acomodarse el traje y se miró al espejo, no había visto tantas ojeras en su rostro desde hacía mucho tiempo. Observó a Alex, su hermano, jugar con un carrito que hacía unas horas le habia regalado Mariana, su compañera de departamento.
-Entonces, bebé -Se acercó a él y sonrió, besó su frente y lo alzó en brazos-. Tengo que trabajar, te quedas con Mariana y le haces caso, ¿bien?
El niño asintió y la abrazó con toda la fuerza que tenía.
-Volveré pronto, amor. Te amo.
Salió con él en brazos a la sala, su compañera veía la televisión comiendo caramelos, no se había cambiado el uniforme de camarera de más temprano. Ambas trabajaban en un pequeño restaurante frente a uno de los edificios de oficina más sofisticados de la ciudad.
-Te lo encargo, debe dormir a las 8 como muy tarde y nada de dulces.
-Ya lo sé, Cam... lo he cuidado muchas veces ya. Tranquila -se levantó a tomar a Alex en brazos-. Aun no entiendo como puedes mantener dos trabajos y aun así ser mamá gallina...
-Es lo único que tengo en la vida, por favor, sólo cuídalo.
Mariana asintió y la despidió mientras ella seguía ida en darle las indicaciones para cuidar a Alex. Cuando por fin terminó de hacerlo, recogió su abrigo y salió hacia la parada del autobús.
***
Erick estaba en su oficina, en lo alto del edificio, sus manos dentro de los bolsillos y su mirada fija en las luces que comenzaban a iluminar la ciudad, era su cumpleaños y una fiesta le esperaría al cruzar ese ascensor en la planta baja, pero no quería celebrar nada, lo mejor para él era volver a su departamento y sentarse en la terraza solo, bebiendo su botella de Jack Daniels o salir a uno de los bares que tanto frecuentaba y buscar una chica para pasar la noche sumido en un olvido que nunca llegaría realmente. Respiró hondo y cerró los ojos armándose de valor para salir y festejar una fecha que no tenía sentido ya. Aunque sus padres fueron ausentes, la única fecha que compartían realmente con él era esta misma. Dos años después de la muerte de ellos, no era capaz de celebrar como antes. Negó con su cabeza los pensamientos que se arremolinaban y decidió que era hora de bajar. Pudiera que todo fuera diferente en algún momento.
Se quitó el saco y la corbata, se entreabrió la camisa, los primeros botones, y se enrolló las mangas, quería parecer despreocupado por un momento. Un último vistazo al espejo le dijo que se debía acomodar el cabello, lo que hizo con las manos mientras bajaba en el ascensor a la planta baja.
Camille odiaba llegar tarde, pero el tráfico a esa hora no dejaba pasar, había pasado de ser una autopista a un estacionamiento en medio de la nada, frustrada bajó del taxi y pagó, comenzó a caminar hacia el lugar donde tenía que trabajar esa noche. No podía quejarse, la paga era buena y su jefe no se inmiscuía tanto como otros anteriores a él.
Sus pies ya no aguantaban y estaba cansada para cuando llegó al vestíbulo del edificio, al menos aun era un poco temprano, o eso pensó antes de ver a todas esas personas de pie en el lugar.
Mierda. Van a matarme hoy.
Entró directo a la cocina y a lavarse la cara, del bolso sacó un poco de maquillaje y se aplicó lo básico para ocultar las ojeras y parecer mejor.
-¡Camille! Te necesito ya.
-Voy para allá -Se miró al espejo y tomó una bocanada de aire antes de salir directo hacia donde estaba Kimberly, su jefa.
-Necesito que comiences las rondas con las copas, el homenajeado ya está bajando y quieren recibirlo con un brindis.
-Sí, señora -Sonrió y tomó una bandeja, salió de la cocina repartiendo el champán.
Las puertas del ascensor se abrieron y el murmullo de la gente se hacía más fuerte, respiró hondo y camino donde estaban sus compañeros, pasando la puerta sintió un liquido derramarse en su tela y mojar su piel. Esto es genial.
Bajó la mirada y unos ojos verdes, grandes, profundos y muy asustados le devolvieron la mirada y a partir de ahí el mundo perdió importancia, estaba hundiéndose en ese océano que le observaba como si fuera único.
-Lo... lo... sie... lo siento -tartamudeo Camille, ¿qué le pasaba?, ella nunca tartamudeaba y menos frente a los hombres, había aprendido esa lección de forma muy dolorosa, pero ya no lo permitía, no dejaba que pensaran que era débil.
-No te preocupes, princesa...
La magia se rompió de esa forma.
-No soy y nunca seré una princesa, así que por favor no me llame así, iré a traerle una toalla -Su voz era fría, calculada-. Lo lamento.
Caminó hacia la cocina a buscar una toalla y la humedece, sale con una nueva bandeja y va a buscarlo. Erick se había acercado a la puerta.
-Hola, princesa... -De nuevo esa sonrisa provocativa asomaba a sus labios-. ¿Es para mí?
-No soy princesa... toma -Casi que se la da empujada contra su pecho y camina a seguir repartiendo las copas.
-Eres difícil, princesa... eso me gusta.
La sigue con la mirada perdido en sus rizos dorados y buscando esos mares verdes que lo habían apresado ahora.
Ya avanzada la noche Camille no aguantaba sus pies, aunque no era algo tan formal, sí debía usar tacones y después de casi cuatro horas ya no podía da un paso más. Aliviada porque la reunión terminara, y avergonzada de haber bañado al homenajeado con champán, se pudo quitar los zapatos en la acera, el cemento estaba helado y Camille soltó un gemido de placer al sentir los pies en plano.
-¿Esperas a alguien?
Ella saltó ante su pregunta y lo observó, tenía un buen cuerpo, buena postura y sus ojos castaños brillaban por el licor, recordó amargamente.
-Sí, el taxi que llamé.
Erick negó y se acercó a ella.
-Vamos, te llevaré yo...
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