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Capítulo 1:


14 de febrero de 2022

Las puertas automáticas del aeropuerto se abrieron, al otro lado estaba ella: mi amor virtual, con esa sonrisa pícara y tierna, que adornaba su perfecto rostro de nube blanca, su radiante cabellera similar al sol cuando amanece y sus ojos, dos esmeraldas, que chocaron con los míos con la fugaz esperanza de que estuviese allí para rescatarla.

El viento provocado por uno de los enormes ventiladores que había ubicados en el techo, hizo travesuras con su cabello mientras ella luchaba por mantener un mechón detrás de su oreja. Hermosa, perfecta, mi Sunny y yo un cobarde inservible incapaz de amarla a plenitud.

El espectáculo visual terminó abruptamente cuando él la agarró por el brazo arrastrándola a su lado, transmitiendo ese aire dominante e impenetrable que lo caracterizaba. Quise correr, soltarla, gritarle a ese imbécil que nos dejara en paz, pero no hice nada. Me quedé mirando mientras se alejaba junto a él.

Repitiendo en mi mente: «Es lo mejor para los dos».

Cada persona tiene su historia, todas únicas y fabulosas. Incluso los que creen tener las vidas más aburridas en algún punto obtienen un toque casi mágico. Nuestra sociedad observa a todos a través de esa lupa gigante de los estereotipos y deciden con una facilidad increíble que quien no encaja es raro o anormal. La piel resguarda cualquier cantidad de secretos invisibles, pero yo estaba tan gris como una nube de tormenta.

24 de diciembre de 2010:

Salí corriendo de mi habitación directo al salón principal, vestía mi pijama favorito azul celeste con muchas diminutas nubes. Avancé por el corredor con una sonrisa radiante debido a la emoción de poder abrir los regalos en Noche Buena.

En aquel entonces tenía once años, era un pequeño niño que comenzaba a vivir su vida preadolescente, lleno de sueños y metas imposibles, pero que la inocencia le hacía pensar que podía alcanzarlas con solo pedírselo a una estrella fugaz.

Mis padres me esperaban sentados a los pies del enorme árbol navideño. Aquel artefacto media el doble que yo, usábamos una escalera para poder adornarlo cada año.

Mi papá era un hombre alto, muchos decían que yo heredaría su tamaño; de complexión gruesa; cabello negro azabache, siempre iba bien peinado. Aquella noche me extendió la primera caja, estaba forrada con papel verde adornado con pequeñas nubecitas y estrellas. Tenía un tamaño considerable y pesaba en consecuencia, ya que tuve que sostenerla con ambas manos. Me senté en el sofá y comencé a abrir los pliegues de la envoltura, a pesar de que estaba desesperado, no quería dañar el forro por las nubes.

«Romper una nube es el peor de todos los delitos». Creía.

Siempre me gustaron las esponjosas y lejanas figuritas del cielo. Tenía un álbum de recortes donde pegaba todas las que encontraba en revistas, pegatinas o adornos. Cada vez que conseguía mil, mis padres me llevaban a cenar a un restaurante prestigioso. No importaba cuanto tuviesen que trabajar, ellos siempre cumplían su promesa. Vivían para complacerme y yo solo quería hacerlos sentir orgullosos obteniendo el máximo de calificaciones en todas las materias.

Cuando terminé de abrir el regalo pude definir que eran un par de patines rojos con una nube blanca en cada costado, dentro de la caja estaban todos los accesorios: casco, coderas y rodilleras. Sin esperar mucho me los puse, mi padre me ayudó a ponerme de pie. No era la primera vez que patinaba, iba con él cada domingo a la pista, pero siempre tenía que alquilar un par. Rodé hasta salir de la casa. En plena madrugada me encontraba patinando sobre nubes en mi universo de fantasía.

El segundo regalo me lo entregó mi mamá, una mujer delgada, de mediana estatura y cabello castaño, la mayor parte del tiempo lo llevaba suelto, pero justo aquella noche lucía un moño alto y usaba una diadema navideña con un lazo rojo y la cara de papá Noel en el centro. Logró detenerme en el jardín, sus finas manos me sostuvieron para que dejara de rodar.

Este regalo era más pequeño y liviano, adornado con un lazo verde y papel rojo, idéntico a los de Santa. Dentro me encontré algo que me hizo abrir los ojos, anonadado. ¡Una cámara fotográfica! Era rectangular, se acomodaba a mi mano fácilmente, de color gris claro, traía un accesorio con una nube en la punta para sostenerla.

—Ahora puedes guardar las nubes en una foto —me explicó con su melodiosa voz mientras encendía la cámara.

La acomodó en mis manos y apuntamos al cielo, la luz roja del flash iluminó nuestro alrededor y tomé mi primera foto de una nube de noche.

En mi vida todo tenía que tener una de esas. Mis padres me contaron que desde pequeño la única forma de calmarme era dejarme, acostado en mi cochecito, en el jardín mirando al cielo. Podía pasar horas observando el movimiento lento y constante de las esponjosas nubes.

Mi familia era la mejor del mundo y yo como una nube flotaba en la vida hasta que la tormenta comenzó a formarse en mi interior y no pude detener el chubasco.

Abril de 2016:

La muerte de mis padres me tomó por sorpresa, una tormenta los atrapó en una carretera al norte de la ciudad y cayeron por un acantilado. Aquella noche me habían dejado en casa solo, estaba a punto de cumplir 17 años, así que no debían preocuparse porque me quemara con la estufa. Ellos realizaron un supuesto corto viaje de negocios del que nunca regresaron. Las cosas comenzaron a ensombrecerse en mi vida y me aferré a lo único que me ataba a ellos, que me permitía seguir respirando el aire inmundo de la tierra, las nubes.

Seguía fotografiándolas pensando que mis padres me observaban desde ellas. Absurdo para un chico de mi edad, pero no pensaba perder mi inocencia con facilidad, hice lo que mis padres me enseñaron e intenté mantener mis sobresalientes calificaciones para no defraudarlos.

Me tuve que mudar a casa de mis abuelos maternos y cambiarme de colegio. Ellos asumieron mi custodia dado que vivían en la ciudad contigua a donde crecí. Los padres de mi papá se hallaban en otro estado, apenas nos visitaban o los visitábamos a decir verdad, y asumieron que sería un cambio extremadamente brusco ir con ellos.

Huérfano, con la adicción a las nubes y en un lugar donde no conocía a absolutamente nadie, mi vida se convirtió en un infierno liderado por mis compañeros de clase. Mi esfuerzo por mantener notas altas me dio el título de Nerd, la afición por tomar fotos del cielo en el recreo y no relacionarme con el resto de los estudiantes de preparatoria me convirtió en un perdedor; y el poco interés que mostraban las chicas por mi físico cerró con broche de oro mi invisibilidad para lo bueno y me transformó en un imán de catástrofes.

Con casi diecisiete años había alcanzado una altura por encima de la media, 1.92 m. A pesar de que me alimentaba bien, me sentía muy delgado, pesaba 68 kilos aproximadamente. Los nutrientes mayormente me aportaban tamaño y no grasa muscular. Mi índice de masa muscular se mantenía en los parámetros normales. El acné tampoco me hacía justicia, mucho menos los brackets de metal que gracias a mi terror al dentista me habían colocado fuera de tiempo; mi cabello alborotado y largo que me cubría casi los ojos lograba que mi aspecto fuese similar al de un espantapájaros. Tampoco me gustaba vestir a la moda, prefería la ropa ancha que me otorgaba un poco de volumen.

Mis supuestos compañeros comenzaron por lanzarme comida o bebidas durante el almuerzo, pasaron de robarme los apuntes del casillero, mojarme los libros, garabatear mi asiento con palabras obscenas y dibujos desagradables; y terminaron propiciándome golpizas al finalizar el día para quitarme el poco dinero que mis abuelos podían darme para el transporte. Durante semanas tuve que regresar caminando a casa.

Esas caminatas comenzaron a favorecer mi integridad física, las acompañé con algunos ejercicios como planchas, pesas y abdominales para tonificar mis músculos y fueran más resistentes al dolor. Decidí alimentarme mayormente con carbohidratos, fibras y verduras para acompasar con el entrenamiento. Pasaron algunos meses antes de que se notara el trabajo muscular, pero durante el último semestre de preparatoria ya tenía mi abdomen definido y había subido 5 kg.

Las cosas se complicaron cuando decidí dejar de llevar dinero, si no tenía no me lo podrían quitar, al final de igual forma tenía que caminar. Me expuse a ir sin un centavo al colegio, por lo que intentaron quitarme lo único valioso que llevaba conmigo: la cámara fotográfica.

Fue en ese punto que mi nube gris explotó. No estaba dispuesto a perder mis fotos y mucho menos el regalo de mi madre, así que luché por lo que era mío y terminé en el hospital con cuatro costillas fracturadas y mi cámara en la mano. Prefería perder la vida antes que a mis nubes.

Los tres matones principales también acabaron en el hospital. Gracias a eso comprendí que podía defenderme de los maltratos y el bullying. Puede que esa no fuera la mejor forma, pero fue la única que hallé para terminar con el dolor. Si me atacaban me defendía, si me ignoraban hacía lo mismo.

Mis abuelos tuvieron que cambiarme de preparatoria a dos meses de finalizar el curso y nada volvió a ser igual. Antes de que eso ocurriese, me veían como un joven bondadoso y calmado, pero luego empezaron a verme como un adolescente rebelde e insensato.

Injusto, muy injusto. Si no me defendía era bueno aunque llegara lleno de moretones y si lo hacía era malo porque llenaba de moretones a los que me molestaban. Empecé a creer que el punto medio entre el bien y el mal no existía, por lo menos no para mí.

Julio de 2018:

A pesar de la enorme mancha en el expediente por el cambio de preparatoria y las dos o tres peleas que tuve antes de que me dejaran en paz, logré entrar a la universidad más prestigiosa del país con una beca. Algo increíble teniendo en cuenta mis precedentes, lo bueno es que mis notas sobresalientes borraban los indicios de mi conducta pasivo-agresiva, como la denominaron los psicólogos del colegio.

Pasé de ser invisible a la nube gris y tormentosa de la clase, nadie deseaba acercase a mí, ni para bien ni para mal. El mundo estableció una línea que me separó como una molécula independiente y oscura, sin amigos, con la familia fracturada y semivacía, mi vida era un asco. Luego de tantos cambios solo tenía algo seguro, mi nube jamás volvería a ser blanca y pura.

Las redes sociales comenzaron a parecerme atractivas, por primera vez en muchos años algo aparte de las nubes y la fotografía llamaba mi atención. Me creé un perfil de Instagram y comencé a subir fotos. Desde la primera nube de mis once años hasta la última que había tomado con diecinueve.

Para mi sorpresa, en poco más de dos meses el perfil comenzó a hacerse grande, muchísimas personas lo seguían, unas me felicitaban y decían que tenía talento para la fotografía; otros más repugnantes me insultaban y se burlaban de mí. Entre tantos que me seguían estaba esa persona, la primera en comentar y en reaccionar a mis imágenes, que se robó instantáneamente mi atención.

Me metí a su perfil para tropezarme con 0 publicaciones, 0 seguidores, 1 seguido: greycloudpictures, es decir: yo.

Supuse que sería algún tipo de acosador o acosadora. Me extrañaba que fuera el primer comentario; siempre lo mismo el emoji de una nube blanca con un solecito encima, busqué por muchas aplicaciones y confirmé que ese no existía, siempre aparecía el sol detrás de la nube. Incluso en el cielo real sale el sol detrás de las nubes; porque el sol está a millones de kilómetros de la tierra y las nubes dentro de nuestra atmósfera.

Probé con subir contenido de madrugada, ahí estaba, por la mañana, ahí estaba, en la tarde, ahí estaba, incluso en la noche, siempre estaba. Llegué a pensar que se trataba de un robot o algo similar hasta que decidí escribirle al interno para salir de dudas.

Los robots en aquella época estaban alcanzando un auge considerable, pero no estaban tan sofisticados. Ellos estaban programados automáticamente, así que en algún punto su sistema no abarcaría una conversación entre humanos.

GreyCloudPictures: Hola, nubecita.

Respondió instantáneamente.

LoveCloudPictures: Emoji. (Nube blanca con sol encima)

«Sí, eso es lo único que pone, es un robot». Afirmé mentalmente cuando continúo escribiendo.

LoveCloudPictures: Hola, Greycloudpictures.

Respondió luego de un corto lapsus de tiempo.

GreyCloudPictures: Te escribo para agradecer tu apoyo.

LoveCloudPictures: No tienes que hacerlo, amo tus fotos.

GreyCloudPictures: ¿Eres un robot?

LoveCloudPictures: No.

GreyCloudPictures: Por favor, no me mientas.

LoveCloudPictures: ¿Qué te hace creer que soy un robot?

GreyCloudPictures: Respuestas concisas y directas, sobre todo tu raro emoji.

LoveCloudPictures: ¡¿Qué tiene de raro mi emoji?!

GreyCloudPictures: ¿Cuándo has visto el sol encima de las nubes? ¿De qué planeta eres?

LoveCloudPictures: No tengo que responder eso.

Su respuesta aumentó mis dudas, sonó evasiva y me confirmó por un momento que era un robot.

«Ridículo». Reprochaba mi subconsciente mientras continuaba chateando con el robot.

GreyCloudPictures: ¿Tienes nombre?

LoveCloudPictures: Sí.

GreyCloudPictures: Dímelo.

LoveCloudPictures: No quiero.

GreyCloudPictures: ¿Por qué?

LoveCloudPictures: No sé quién eres, solo me gustan tus imágenes.

GreyCloudPictures: Ya lo sabes, soy Greycloudpictures.

LoveCloudPictures: Ah, ¿te refieres a mi nombre de usuario? Soy Lovecloudpictures.

GreyCloudPictures: No, me refiero al nombre de tu aplicación.

LoveCloudPictures: ¿Instagram?

GreyCloudPictures: ¡Así que Instagram tiene bots como tú!

LoveCloudPictures: ¡Qué no soy un bot! 😡

GreyCloudPictures: Ya cálmate, es interesante hablar con un robot que no lo admite. No tengo amigos reales, así que te propongo ser amigos.

Aquel bot me parecía asombroso, y podía aprovechar para preguntarle cosas que le hubiesen programado. Era una fabulosa idea o eso pensaba.

LoveCloudPictures: Quiero ser tu amiga, pero que te quede claro que soy una chica, no un bot.

GreyCloudPictures: Como desees, te llamaré chica si te gusta más.

LoveCloudPictures: ¡No! 😡😡

GreyCloudPictures: ¿No te gusta que te llame chica?

LoveCloudPictures: En serio eres complicado 😒

GreyCloudPictures: ¿Sobrepaso tu sistema?

LoveCloudPictures: Sí, sobrepasas mi sistema 😒😒.

GreyCloudPictures: Lo siento.

LoveCloudPictures: Está bien, igual piensa lo que quieras. ¿Sobre qué quieres hablar?

GreyCloudPictures: Las cataratas del Niágara. Cuéntame de ellas.

LoveCloudPictures: Nunca he estado allí.

GreyCloudPictures: Busca información en tu programa.

LoveCloudPictures: ¿No es el mismo que usas tú? Pues búscala por ti mismo.

GreyCloudPictures: ¿Cómo sabes que soy un chico?

LoveCloudPictures: Las chicas no somos tan estúpidas.

GreyCloudPictures: ¿Me has llamado estúpido?

LoveCloudPictures: No, lo escribí, así que literal no te llamé.

GreyCloudPictures: Muy gracioso. Así que te programaron para ofender y hacer chistes malos.

LoveCloudPictures: Mi programa es muy avanzado para tu poco entendimiento. ¿Por qué mejor no me cuentas por qué no tienes amigos reales?

GreyCloudPictures: ¿Por qué habría de hacerlo?

LoveCloudPictures: Si deseas que sea tu amiga debemos darnos información AMBOS para conocernos mejor.

GreyCloudPictures: En serio eres muy inteligente.

LoveCloudPictures: ¿Por qué suponías que no lo era?

GreyCloudPictures: Vale, tú primero. Como se llama realmente tu programa.

LoveCloudPictures: Eres verdaderamente insistente.

LoveCloudPictures: Bien, hagamos una cosa: videollamada.

LoveCloudPictures: Así comprenderás que realmente soy una chica y hablaremos de lo que tú quieras.

Fue en ese instante que comprendí que realmente debía ser una chica y no un bot como yo creía. El miedo de no agradarle o perder su apoyo se apoderó de mí, así que tomé la salida más fácil. Me desconecté.

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