5. La Insurgencia
Con la imagen de Ella en la cabeza me costaba prestarle atención a lo que mi padre me decía en el sótano de la casa, así que, si bien sabía que me estaba contando de la Insurgencia, no tengo idea de qué me dijo precisamente, hasta que finalmente me dio un leve golpe en la frente y desperté de mis ensoñaciones.
—¿Entendiste lo que te acabo de explicar, Daniel? —No hacía falta que lo preguntara, sabía que no lo había hecho, pero me quería hacer quedar en ridículo y funcionó.
Mi padre lanzó un suspiro y por primera vez en años pude ver la gran frustración que cargaba sin que yo lo supiera, de repente parecía cien años más viejo, como si su cuerpo estuviera a punto de desplomarse y sentí pena por él. No me había puesto a pensar en lo mucho que debió sufrir todos estos años bajo el régimen de Cíclope.
—Si no te vas a tomar esto en serio Daniel, es mejor que no te involucres —Se levantó de la silla con furia y se dirigió a las escaleras.
—¡Papá! Perdón, estoy un poco distraído... deberías entender que todo esto es demasiado nuevo para mí y me está costando digerirlo... Por favor, prometo estar más atento...
Mi padre se detuvo en el primer peldaño de la escalera y tomó aire, tras unos breves segundos se dio vuelta y volvió a sentarse a la mesa.
—Está bien, lo siento Dan, pero también deberías entender que esto no es un juego y que de nosotros depende el futuro, no solo de esta ciudad, de todo el mundo. —Me dedicó una intensa mirada que me hizo sentir toda la presión de su declaración, y yo simplemente asentí con la cabeza—. Muy bien, me voy a poner en contacto con los demás... y la próxima vez que se reúna la Insurgencia me vas a acompañar.
No pude evitar que una sonrisa se formara en mi rostro, había dado el primer paso hacia algo que había querido hacer desde hace tiempo, pero que no había tenido el valor de reconocer. Quería liberarme de Cíclope, quería ayudar al que lo necesitara... quería un mundo mejor.
—Muy bien, hijo, tienes que entender que esto viene desde hace meses, y la mayoría de los reclutas llevan en el programa algún tiempo, durante el cual recibieron entrenamiento, así que necesito empezar contigo antes de que te unas a los demás ¿Esta bien? —Nuevamente asentí—. Perfecto... entonces es hora de comenzar.
Durante las dos horas que siguieron a esa conversación mi padre me estuvo dando sermones sobre cómo luchar, y enseñándome algunas nociones básicas de combate cuerpo a cuerpo. Me sorprendió todo lo que sabía, y cómo lo había ocultado todos estos años. Para el final del día ya podía dar uno o dos golpes decentes, pero me di cuenta de que en una verdadera pelea me harían trizas. Supongo que fue algo bueno que mi padre evitara que me enfrentara a esos soldados en la casa de Tim. Cuando terminamos el entrenamiento mi padre me felicitó y se calzó el traje de Archer, y también agarró su equipo. Supuestamente tenía que ir a entregar las buenas noticias a los demás.
Tras comer y ducharme fui a la cama, y creí que no iba a poder dormirme debido a la emoción. Todavía tenía una gran sonrisa en mi rostro, pero ya llevaba casi dos días despiertos así que caí rendido en un plácido y reparador sueño.
Al otro día me desperté fresco, preparado y deseoso de seguir entrenando, pero tenía que atender a la escuela. Así que me preparé y regresé a la rutina de todos los días. Caminaba por la calle mirando todo con nuevos ojos, por momentos me preocupaba que alguien me mirara a la cara y se diera cuenta, como si llevara un cartel gigante en la frente que rezaba "Formo parte de una organización terrorista secreta, que planea derrocar a Cíclope". Sin embargo cuando me cruzaba con alguien no bajaba la mirada, en cierta forma estaba orgulloso de en lo que había convertido y quería que todo el mundo lo supiera, pero bajo el régimen nadie sospechaba que una sonrisa significaba que ibas a rebelarte... por lo general sonreír significaba que se había terminado, que ya no ibas a luchar en contra del sistema y que lo aceptabas totalmente: la sonrisa era sinónimo de derrota, de rendirse. Pero esa no era mi sonrisa, mi sonrisa era una señal de libertad, era una sonrisa de sentirse liviano por haber dejado atrás el peso que era el miedo. Era una sonrisa de lucha, de valentía.
Por primera vez en meses el "buenos días, Daniel" de Sam no me molestaba, y se notaba.
—Alguien se levantó del lado correcto de la cama esta mañana, ¿verdad? —señaló Sam, y tenía toda la razón, no pude hacer otra cosa que lanzar una risa idiota para confirmar lo que acaba de decir.
Tras pedirle perdón por haberle fallado el día anterior, hicimos las paces y nos encaminamos al colegio. Nunca creí que estar en contra de todo se podría sentir tan bien, pero así era, por primera vez en muchos años era feliz. Tenía una sensación parecida a la que experimentaba todos los martes cuando Ella pasaba cerca de mí.
Esto se repitió durante algún tiempo. Mi vida se dividía entre la escuela y entrenar en el sótano con mi padre. Poco a poco me fui volviendo un mejor peleador, y me fui preparando en otras habilidades. Noche por medio mi padre venía a mi habitación con el traje de Archer puesto, me daba un pasamontañas y salíamos a correr por las calles, y aprendía a moverme sin ser detectado y a ser mucho más ligero y ágil. Para el final de la semana ya casi podía mantenerle el ritmo a mi padre... Archer.
Sin embargo los días pasaba y la respuesta de la Insurgencia no llegaba, y si bien estaba mucho más en forma, comenzaba a sentirme cansado de esperar ¿Es que nunca iba a poder entrar en el grupo? ¿O era que yo no los convencía? Si hubieran sabido lo profundo que era mi deseo de estar ahí, con ellos, enfrentándome al asesino que gobernaba el mundo, hubieran respondido de inmediato. Pero no fue el caso, tras dos semanas de arduo entrenamiento, sentía que la llama que me estaba impulsando desde un principio se empezaba a atenuar, y mi padre lo notaba.
—Daniel, estás haciendo unos progresos fantásticos... la respuesta va a llegar cualquier día y vas a tener que estar preparado —lo repetía casi a diario, y yo siempre asentía con la cabeza y continuaba entrenando.
Sin embargo cada noche se hacía más larga, y me costaba más dormir, estaba desesperado. Quería comenzar a ayudar de inmediato, y estaba enojado porque se me negaba la oportunidad. Pero una parte básica del entrenamiento, según mi padre, era la paciencia. Así que seguí esperando y entrenando incansablemente. Más de una noche, sin que mi padre lo supiera bajaba al sótano y practicaba los movimientos de combate totalmente solo. Podía sentir que me estaba volviendo mucho mejor, pero nada de eso iba a importar si no entraba en la Insurgencia y tenía la posibilidad de utilizar mis recientemente adquiridas habilidades.
Una noche estaba esperando a mi padre en el sótano, practicando como siempre, hasta que llego con una gran caja de madera. De inmediato la curiosidad me inundo ¿Qué propósito tendría aquella caja y por qué traerla en ese instante? Dos preguntas que no tuve que hacer, ya que mi padre las respondió antes de que pudiera empezar a acribillarlo con mis dudas.
—Daniel, te estas esforzando, puedo notarlo, y para que veas que lo aprecio creo que es hora de que pases al siguiente nivel. —Abrió la caja y saco un viejo y gastado arco—. Este arco fue el que use en los primeros años que pase defendiendo la ciudad. Cuando me uní a los Guardianes cerré la mayoría de mis guaridas y allí quedo escondida esta belleza. —Le dedicó una larga mirada al arco y me lo arrojó— Creo que es hora de que lo tengas, y empieces a practicar...
No pude hacer otra cosa que sonreír, por su mirada supe lo mucho que ese arco significaba para él y que me lo entregara era un honor aún mayor que entrar en la Insurgencia. Para mí, ese arco representaba la total confianza que mi padre tenía en mí.
Esa misma noche empecé a entrenarme con mi nueva arma. Mi padre era tan buen instructor de arquería como lo había sido para el combate, más de una vez me quedaba asombrado por su fantástica puntería ¡Podía pegarle a una moneda en aire sin dudar un segundo!
Ahora mi entrenamiento se expandía, no solo me estaba volviendo un buen luchador, sino también ágil y estaba ganando puntería, me sentía en la cima del mundo. Durante la cena mi madre me dedicaba largas miradas, y yo sabía que estaba orgullosa de mí, aunque no pudiera decirlo delante de mi hermana pequeña, ya que aunque era demasiado joven como para entender algo de lo que estaba pasando, no podíamos arriesgarnos a que comentara algo de nuestras... actividades, fuera de la casa.
Y entonces, tras una larga espera, finalmente llegó la noticia...
Me encontraba practicando con el arco, aún era bastante malo, pero ya pegaba siempre en la diana, cuando mi padre entro en el sótano con su traje de Archer. Se quitó la capucha y me sonrió, y entonces supe que era el momento para el cual había estado entrenando todas esas semanas. Finalmente el mensaje había llegado, y le informaban a mi padre que esa misma noche se iba a llevar a cabo una reunión importante a la cual él y yo debíamos asistir.
—¿Estás listo, hijo? —preguntó mi padre, pero ya sabía la respuesta, no había cosa que yo deseara más que finalmente conocer a los insurgentes, nada, excepto tal vez saber el nombre de Ella. Pero no pude a pararme a pensar en esa chica con la fantástica noticia que acababa de recibir.
Esa misma noche cuando las luces de todas las casas vecinas se apagaron, me coloqué mi pasamontañas, tomé mi carcaj y mi arco y salí con mi padre hacía la oscuridad y el peligro de la noche una vez más. Pero esa vez era distinto... esa vez iba a marcar mi vida para siempre.
Estuvimos corriendo por sobre las casas y evitando pelotones de soldados durante horas. No podía creer lo increíblemente lejos que estaba la Insurgencia, pero tenía sentido ya que, si Cíclope se enteraba, los podía borrar del mapa en un abrir y cerrar de ojos.
Finalmente saltamos por sobre la reja que dividía el barrio "liberado" donde vivía y nos adentramos en una de las zonas marginales que lo rodean. Una vez allí nos movimos entre las sombras hasta llegar a una antigua fábrica abandonada. Estaba a punto de golpear la puerta cuando me percaté de que mi padre había tomado otro camino y se acercaba a una tapa de alcantarilla. Con solo imaginarme lo que podía haber ahí abajo me dieron ganas de vomitar. Mi padre levantó la tapa y me dirigió una mirada.
—¿No querías pertenecer a la Insurgencia? —No podía ver su boca porque la máscara la tapaba, pero casi con seguridad estaba sonriendo.
Antes de que pudiera contestar se lanzó por el agujero dejándome solo en una calle que me era totalmente desconocida. A pesar de las ansias que tenía por unirme a la Insurgencia dude unos segundos. ¿Estaba preparado para cambiar mi vida de un modo tan radical? Entonces recordé a Tim sentado en el pupitre de la escuela sin poder moverse por el miedo, y supe que aunque no lo estuviera tenía que hacerlo... por Tim y por todas las personas que vivían sus vidas aterrorizados por la gente que supuestamente tenía que protegerlos. Así que tomé coraje y me lancé por el agujero.
Para mi sorpresa el piso estaba totalmente seco y, en lugar de una alcantarilla, me encontraba en una habitación cuadrada en la que solo había una puerta metálica. Mi padre se acercó a una de las paredes y presiono sobre un ladrillo, esto provoco que la tapa de la cloaca volviera a su lugar y que quedáramos sumergidos en la más profunda oscuridad.
De un momento a otro un terrible chillido lleno la habitación y un haz de luz comenzó a remplazar a la densa oscuridad que nos rodeaba, la puerta se estaba abriendo. La luminosidad contrasto tanto con la oscuridad que tuve que cubrirme los ojos.
—Bienvenido a la Insurgencia, hijo —dijo mi padre antes de empezar a caminar hacía la puerta.
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