Capítulo 2.
Respiro.
Una larga jornada de clases ha terminado, por lo que me siento increíblemente exhausta. No es estrés, aburrimiento, ni mucho menos odio hacia las clases, sino que ir de clase en clase con la barriga es fatigador. Lo único necesario ahora es un larguísimo descanso.
Un beso de Harry te despertaría de tu mundo.
Cállate, consciencia.
Pienso en las mil y un cosas que debería hacer—y por qué no posponerlas—, aunque se esté acercando el parto.
Como toda mujer, o como algunas, siempre tengo una lista de cosas para hacer en mi mente; una vez cumplidas, se acumulan otras más, lo que es frustrante. Mucho deber para una chica en mi estado es estresante, y el estrés es algo negativo en el embarazo.
Ay, que pareces tu madre.
¡Dije que te calles!
Hasta mi consciencia es mi enemiga...., qué maravilloso desastre en el que vivo.
(...)
A las 7 de la tarde me decido por ir al mercado, ya que me he pasado la tarde durmiendo. Unas patatas fritas y una Coca Cola no me hará mal; es más, mi insistente hambre se calmará, lo que conlleva a que yo misma me calme.
Tengo planeado pedir unas pizzas alrededor de las 8, e invitar a Harry a hacerme compañía por la noche. Odiaba estar sola, me sentía completamente expuesta, como un alce siendo apuntado a lo lejos por un tirador.
Agarro el carrito de compras, haciendo una lista mental de las comida por comprar. Ahora que estaba segura de que tendría compañía, necesitaba muchas más cosas para pasar una noche agradable.
Me dirijo a distintas zonas, tomando de todo un poco, eligiendo según las ofertas. Habían objetos que estaban de más, pero los llevaba por si acaso.
Siempre es mejor que sobre a que falte, y en este caso no era la excepción.
—Hola, Timmy, ¿está tu hermano?—hablo amablemente; Timmy, el hermano de 8 años de Harry, era el que había atendido el móvil.
Oigo una risita de su parte.
—Hadry está duchándose—No evito hacerme una imagen sobre eso en mi mente—. Me dejó el celular para usar los juegos...
Suspiro, siempre había algo que cambiaba mi rutina. Usualmente pasaba eso, y aún sigue molestando.
—Ah, dile que me llame cuando pueda—digo, sin disimular mi decepción—. Adiós—corto.
Mis ánimos de películas y charlas hasta tarde se fueron por la borda. Soplo las velas que había puesto en la mesa, alejando toda posibilidad de cena romántica de mi cabeza.
La pizza había llegado antes de que llame, y preferí dejarla sobre la mesada, así podría mantenerse ese olor a salsa y queso mozzarella que tanto me encanta. La Coca Cola y el helado, guardados rápidamente en el congelador, me tientan bastante, pero primero lo más necesario: ponerme mi ropa entre-casa.
Esto consiste de una remera sin mangas, con una abertura que llega un poco más abajo del sostén, evitando que transpire como una vaca; unos shorts holgados, con un elástico que apenas se apegaba a mi ancha cintura; y por último, unas lindas pantuflas color rosa.
Me hago un rodete, despejando todo el pelo de mi rostro con horquillas. El calor es insoportable, y no puedo esperar a saciar la picazón de mi garganta y estómago con un vaso frío de Coca y una porción crujiente de pizza.
Eso mismo hago segundos después, para luego dejar la caja de pizza y la gaseosa sobre la mesita entre el televisor, en el que están transmitiendo Los Simpsons, y el maravilloso sofá, en el que estoy sentada, comiendo como si no hubiera un mañana.
—¡Pequeño demonio!—Se oye del televisor, y me río.
Quizá una noche solitaria no es tan mala después de todo. Puede que esto me ayude a pensar un segundo sobre mi vida, específicamente en lo que voy a enfrentar en los siguientes meses. Va a ser una responsabilidad muy grande, lo que me da mucho miedo, aunque sepa que no voy a estar sola.
Ojalá Harry nunca me deje, así podremos ser la familia que nunca tuvimos ambos. Lo necesito, y él ni debe imaginarse cuánto, y sin su presencia, todo sería disfuncional. Perdería control de todo, porque, sola soy un asco. Y eso lo he sido desde siempre.
Salgo de mis pensamientos cuando suena mi móvil, que reproduce la canción que uso para los llamadas/mensajes de Harry: Sugar, de Maroon 5.
Atiendo rápidamente la llamada, oyendo ruidos desde el otro lado de la línea.
—Ya voy para allá, amor.—dice, haciéndome derretir como chocolate por dentro.
Voy a responder algo, pero él se adelanta:
—Te amo.
La llamada se corta, y yo no puedo evitar gritar como loca, con una sonrisa real instalada en el rostro. Ésto prometía mucho, y no quería que acabase por nada ni nadie en el mundo.
Quizá una noche en compañía no era tan mala.
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n/a: Perdón por el retraso. :'(
Las/os amo, gracias por esperar. ♥
- A.
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