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Todo empezó por un anuncio en el periódico local. Tomaba un latte de vainilla mientras leía la sección de espectáculos. Estaba en una cafetería, y al ser martes, no había mucha gente. Yo tenía veintiún años, y aún me estaba recuperando del rechazo de Caroline, quien rompió mi corazón hacía exactamente 511 noches. No solo estaba triste, sino también algo aburrido. Vi a una joven pareja sentada en los sillones de una esquina, y contuve un suspiro. La chica se estaba riendo de algo que él le contaba.
Necesito ocuparme en algo, pensé. Quizás sea hora de seguir los consejos del tío Mark.
Fui a la sección de clasificados del periódico y vi los empleos: repartidor de pizza, profesor de español, panadero, asistente de contador, carnicero, dependiente de tienda de autoservicio. Sentí pereza de solo imaginarme yendo a dejar mis solicitudes.
Quizás un trabajo de medio tiempo para empezar, dije para mis adentros, y seguí leyendo. La sección de empleos terminó y siguió la de anuncios varios. El primero decía:
Hermoso gatito bicolor
Tiene cuatro meses, ya sabe usar caja de arena y es muy juguetón
Estaré los días 11, 12 y 13 de agosto frente al área de juegos del parque Sweeney, de 12:00 a 2:00 pm
Sonreí por primera vez en el día. ¡Eso era lo que necesitaba, un gatito! Mi casa ya no estaría vacía con él, le compraría juguetes y dormiríamos juntos. Aquel día era el 12 de agosto, aún estaba a tiempo. Di un sorbo a mi latte y me levanté de la mesa para comprar una cake pop sabor pastel de cumpleaños. Mi repentina alegría era algo digno de celebrarse.
Al día siguiente me duché, desayuné temprano y me vestí con un conjunto chándal. Usé mi secadora de cabello por primera vez en casi ocho meses, y me recogí el pelo. Escuché el álbum debut de Björk en el auto mientras conducía, una costumbre que había perdido desde que Jeanny, mi primer amor, me dijo que no me amaba. Fue asombroso recuperar mi felicidad, y todo gracias a un gatito.
Ha de estar esperándome, pensé. O puede que ya se lo hayan llevado.
Tragué saliva. Esa era una posibilidad, pero traté de no pensar en ella. Dejé que Björk me calmara con su Big Time Sensuality, y traté de seguir positivo. Me estacioné junto a un Burger King y troté por quince minutos, hasta que llegué al parque. Vi a una pareja recostada en el pasto, muy apacible. Me sentí bien por ellos. Avancé hasta los juegos y busqué a la persona con el gato.
¿Será hombre o mujer? No mencionó nada de eso en el anuncio.
Me concentré en buscar a alguien con un gato bicolor en los brazos. Pasé por los columpios, casi al final de los juegos, y encontré al gatito. Era blanco y negro con ojos verdes, su nariz era pequeña y rosada, y usaba un lazo azul en el cuello. Descansaba en el regazo de una chica con una falda larga y estampada de búhos. Sus manos eran pequeñas y tenían pecas. Estaba sentada bajo la sombra de un árbol, acariciando el lomo del gato. Alzó la mirada cuando me acerqué a ella, y sus grandes ojos azules me impactaron. Eran como los de las chicas en los anime que veía de madrugada, cuando no podía dormir. Su nariz era tan pecosa como sus manos, y tenía el cabello del tono exacto de las zanahorias.
—Vengo eh...Vengo por lo del anuncio—dije.
La chica sonrió, y su belleza aumentó mil veces más.
—¿En serio?—respondió sin poderlo creer. Tenía una voz delicada y susurrante, me recordó de inmediato a Marilyn Monroe.
—Eh...sí.
El gatito se estiró y volvió a acomodarse sobre las piernas de la chica.
—Muchísimas gracias, pensé que tendría que llevarlo a un refugio.
—Era el destino que se quedara conmigo—dije con una sonrisa.
—Sí...
La joven se veía aliviada, pero había un dejo de tristeza en sus ojos.
—¿Por qué no puedes quedarte con él?—me atreví a preguntar—. ¿Alguien en tu casa es alérgico?
Ella negó con la cabeza.
—Es una laaaarga historia—desvió la mirada un momento, luego volvió a clavarla en mí—. ¿Estás muy ocupado?
—No.
Hablaba más en serio que nunca.
—Entonces te invito un café, como agradecimiento por adoptar a Félix.
Sonreí.
—¿Félix?
Ella se ruborizó ligeramente.
—Pu...Puedes ponerle el nombre que quieras...
—Félix me gusta, le queda bien.
—Sí, es perfecto para él. Es el gatito Félix, y yo la humana Vanessa.
—Yo Hunter, humano también.
Ella rió.
Ambos nos dirigimos al café más cercano, uno de cadena llamado Milky 's. Sus cuernitos de microondas, pasteles congelados y paredes beige no lo hacían un lugar precisamente acogedor, pero me sentí muy agusto al entrar con Vanessa. Nos sentamos en una mesa al fondo, y pedimos lattes de caramelo. Ella uno caliente, y yo uno frío.
—Entonces...—le dije, mientras acariciaba al gato que ahora dormía en la silla a mi derecha—. ¿Por qué no puedes quedarte con el gatito?
Vanessa miró el vapor de su taza decorada con dibujos de vaquitas cabezonas, la mascota del lugar.
—Porque solo estoy aquí de paso. Alguien abandonó a Félix en el parque, y cuando lo encontré no pude resistirme a ayudarlo, el pobre estaba muy flaco. Lo he cuidado a escondidas en el motel donde me hospedo, es un gatito muy tranquilo y sabe usar la caja de arena, o sea que quien lo abandonó lo tenía en una casa. Félix nunca fue callejero.
—Qué horror. Yo no podría dormir después de haber dejado a un animalito solo a su suerte.
—Algunas personas en este mundo son muy crueles...
—Me alegro de que lo hayas rescatado—dije.
—Y yo de que lo adoptaras.
Vanessa se pasó una mano por sus rizos pelirrojos, y yo moría por saber todo sobre ella. No necesité hacerle ninguna pregunta, pues empezó a contarme todo sin hacer pausas: vivía en el sur y trabajaba como barista en el café de su tía. A pesar de su fascinación por el café, no era una snob, y gozaba de vez en cuando un capuchino de Seven Eleven repleto de azúcar. Su familia era cristiana e iba tres veces por semana a la iglesia.
Eso explica la ropa modesta, pensé, viendo discretamente su blusa de manga larga con todos los botones abrochados.
Hacía cuatro meses Vanessa tenía un novio llamado Micah, a quien conocía de toda la vida. Ambos iban al grupo de jóvenes de la iglesia; él era un chico de pocas palabras que le gustaba comer oreos, y tocaba el bajo en la banda de la congregación. Las dos familias estaban muy contentas por su relación, y Vanessa, al principio, también.
—Micah es un buen chico—dijo—. Pero me molestaba que fuera tan uh... correcto. Bueno, "correcto" en el sentido cristiano, porque para mí no lo era. Lo único que me permitía era tomarle la mano, y me dijo que no nos besaríamos hasta nuestra boda.
—¿Q-Qué?
Vanessa suspiró.
—Así como lo oyes. Y cuando me abrazaba lo hacía de lado para que "nuestras ingles no se tocaran". Comencé a resentir la falta de contacto físico, y a la maldita iglesia. Asistí a ella toda mi vida, y ya no me daba paz. Ahí fue donde conocí a todos mis amigos, y mis pasatiempos eran ir al coro y leer la biblia. Estaba cansada. Un día me desperté y ya no quería ser cristiana.
—Tiene sentido.
—Luego terminé con Micah. Él se puso muy triste y me dijo que no lo dejara, que planeaba pedirme matrimonio el siguiente mes. Incluso me mostró el anillo. Le espeté que no teníamos doce años para solo andar de la mano, que tenía deseos muy profundos y que él también, pero los reprimía para que Dios no se enojara. Estaba harta de complacer a Dios. Antes de Micah no había tenido novio, ya tengo veinte años y nunca he besado a nadie—su voz se quebró—. Siente que desperdicié tanto tiempo...
—Aún eres muy joven.
—Sí, eso creo—Vanessa forzó una sonrisa—. Le dije a mis padres que terminé con Micah, y que ya no quería ir a la iglesia. Se alteraron como si les hubiera dicho que intenté matarme o que estaba embarazada. Hablaron conmigo como por dos horas, tratando de convencerme de que cometía un grave error, que Micah era un gran hombre, y que solo tenía una pequeña crisis de fe. Llamaron al pastor, y me dijeron que él vendría al día siguiente, para hablar conmigo.
—¿Y hablaron?
—No. Me levanté muy temprano, empaqué algunas de mis cosas y mis ahorros, y dejé una nota a mis padres diciéndoles que necesitaba estar sola por un tiempo. Fui a la central de autobuses y compré un boleto para venir aquí. No me importaba a donde, solo necesitaba respirar. He estado aquí desde hace un mes, y al principio me aterraba. Nunca había viajado ni vivido sola, luego comenzó a gustarme, y mucho. Volveré a casa cuando mis ahorros comiencen a menguar. Tendré que enfrentar a mis padres, a mi tía, y al pastor.
—¿Y si buscas un empleo aquí y te quedas? Puedes hacer nuevos amigos, y hay muchos cafés en donde te iría bien.
Sus ojos recuperaron un poco de brillo.
—No lo sé...suena tentador...pero...
—Puedo ser tu primer amigo si quieres. Yo tampoco tengo muchos.
De hecho no tengo a ninguno, pensé.
—Lo... lo pensaré.
Breve silencio. Vanessa ya no me veía a los ojos.
—Gracias por escucharme—dijo por fin—. Y una disculpa por acaparar la conversación, nunca había hablado así con alguien. Ni siquiera te he preguntado nada sobre ti.
Le resté importancia al asunto con un gesto.
—No hay mucho que decir. Me llamo Hunter Ulliel, tengo veintiún años y me gusta escuchar música. No trabajo porque vivo de las novelas de mi madre y uh... tengo un gato llamado Félix.
—¿Tu mamá escribe novelas?
—Escribía.
Pasé los siguientes treinta minutos poniéndola al tanto de mi vida. Pedimos más café y tarta de queso. Fue muy agradable pasar tiempo con Vanessa, nuestra conexión fue instantánea. No podía creer que todo esto me estuviera ocurriendo a mí. Cuando salimos del Milky 's ya había oscurecido. Acompañé a Vanessa hasta el sitio de taxis, y antes de subirse a uno me tendió un bolígrafo y una libreta pequeña con el dibujo de un venado.
—Escribe tu dirección y número de teléfono, por favor —dijo—. Luego quiero visitar a Félix.
—¿Solo a Félix?—le pregunté guiñandole un ojo. Ella rió.
—No, no solo a Félix.
La vi con los ojos muy abiertos. No esperé esa respuesta.
—Nos vemos pronto, Hunter—dijo ella, y se dio media vuelta.
No me fui hasta que la vi entrar a un taxi e irse. Bajé la mirada sin dejar de sonreír, sentía el rostro caliente. Félix, quien estaba en mis brazos, me miró a los ojos y ladeó la cabeza.
—Necesitamos un par de cosas antes de volver a casa—le dije.
Conduje al Petco más cercano y compré una bolsa de alimento para gato, una caja de sobres de atún, un arenero y un costal de arena de cristales. Ya en casa acomodé el arenero en una esquina de la sala y lo llené un poco más arriba de la mitad, como indicaban las instrucciones de uso. El gatito se dispuso a explorar cada rincón del primer piso, y olfateó el sillón y el fregadero. Le serví su comida sobre un trozo de periódico, y llené un viejo tazón de Mickey Mouse con agua. Félix subió el primer escalón que llevaba al segundo piso. Le vi intenciones de ir más allá, pero se retractó y volvió a la cocina. Yo, sentado frente al televisor, le dije que subiríamos juntos más tarde. Regresé a la sala y me encontré con Félix echo bolita sobre una repisa, donde tenía un par de figuras de Batman. Agradecí para mis adentros que no tirara ninguna. Me preparé un sándwich de pollo y un latte de caramelo. Cené contento, preguntándome cuándo volvería a ver a Vanessa. Una vez terminé y fregué los platos, me puse mi pijama y tomé a Félix en brazos para llevarlo a mi habitación. Esa fue la primera noche que dormí sintiendo el calor de alguien en mucho tiempo; Félix se acomodó en mis brazos como si me conociera desde que nació, y yo sonreí al sentir su cabecita cerca de mi cuello. Su respiración acompasada me llenó de paz, y di gracias a Vanessa y al destino por semejante regalo.
El gatito me despertó muy temprano exigiendo su desayuno. Yo froté mis ojos y sonreí. Vi mi alarma, Félix me había despertado diez minutos antes de que sonara.
—Creo que ya no la necesitaré—dije, acariciando la cabeza del animal.
Bajé al baño a echarme agua en la cara, y después fui a la cocina. Serví su comida de Félix, y me hice unos huevos con tocino, tostadas con mermelada y café. Era el desayuno favorito de mi madre y el mío. Me sentía muy bien, apenas había iniciado el día y ya era excelente.
Esto no puede ponerse mejor, pensé, y, como si el destino hubiera leído mi mente, escuché a alguien tocar el timbre. Me levanté un tanto sorprendido de que tío Mark me visitara tan pronto, o eso creí hasta que escuché una voz femenina:
—Buenos días Hunter, soy Vanessa. Traje unas cosas para Félix.
¿En serio eres tú?, pensé. Mi corazón comenzó a acelerarse.
—Es ella, Félix—musité, y lo tomé en brazos. Corrí a abrirle, y la encontré sosteniendo una caja de arena pequeña y una bolsa de tela.
—Buenos... buenos días—le dije.
—Hola, Hunter—miró al gatito—. Y Félix. Traje su caja de arena, sus platos de comida y agua, y un poco de croquetas y arena.
—Oh... gracias—le dije, haciéndome a un lado para que pasara. Ella miró alrededor.
—Tu casa es preciosa por dentro y por fuera—aspiró el aroma—. Y huele a tarta de limón y café.
—Soy una persona muy ordenada—le dije.
—¿Eso es cosa de franceses?
Reí.
—Soy medio francés, y no, los franceses no suelen ser limpios y ordenados. Mi padre era una excepción. ¿Ya desayunaste?
—Sí, fui a IHOP por una ensalada de frutas y panqueques.
—Me gustan los panqueques de IHOP. Son muy suaves.
—¡A mí también! Podría comerme seis yo sola.
Tomé la bolsa y la caja de arena, y las dejé junto al sillón. Ella admiró la cocina.
—Vaya, ya le compraste comida y arena. Eres un muy buen padre, Hunter—dijo.
—Félix es un excelente hijo—respondí, y lo dejé en el suelo. El gatito fue con Vanessa y pegó su cuerpo a sus piernas.
—Yo también te extrañé—dijo ella, inclinándose. Contuve un suspiro al verla besar la cabecita de Félix.
Vanessa me miró de arriba abajo y entonces me percaté de mi pijama y cabello despeinado.
—Perdón, no quería despertarte. Estoy acostumbrada a levantarme muy temprano, pero eso no significa que todo el mundo también—dijo.
Me peiné el cabello con los dedos. Mejor tarde que nunca.
—Está bien, me agrada que hayas venido—respondí—. A veces me aburro aquí.
La sonrisa de Vanessa se ensanchó. Al observar sus labios con detenimiento, noté que se había puesto un brillo labial transparente.
—¿Quieres salir a algún lado?—me preguntó.
Me estremecí. Ella nunca dejaba de sorprenderme.
—Sí... suena bien, ¿a dónde te gustaría ir?
—Ummm... ¿qué tal un lugar que te haga feliz?
Desvié la mirada, un tanto avergonzado.
—Oh, hay un lugar que me hace muy feliz, pero creo que te aburrirás ahí.
—¿Cuál es?
—Costco.
—¿La tienda para mayoristas?
—¡Sí! Su pizza es la mejor.
La chica lucía tan entusiasmada como yo.
—Me gusta la pizza—dijo—. Me encantaría ir contigo.
Breve silencio. Todo era demasiado bueno para ser verdad.
—De acuerdo—contesté—. Solo uh... solo dame un momento, iré a vestirme. No tardaré.
Ella asintió y tomó asiento en el sillón.
—Aquí te espero.
Subí las escaleras de dos en dos, emocionado. ¿Esto contaba como una cita? Tal vez. Yo le gustaba mucho a Vanessa, ¿sino por qué habría venido justo el día después de conocernos? ¿Por qué sugeriría que saliéramos? Me vestí con una camiseta de rayas rojas y blancas, me puse mis pantalones favoritos y botas de combate. Me puse la mochila en el hombro y bajé de regreso a la sala. Vanessa admiraba a Félix dormido en el sillón.
—No despertará en las próximas cinco o seis horas—dijo, y alzó la mirada lentamente hacia mí—. Te ves genial. Me gusta tu estilo grunge.
—Me gusta el grunge.
Y me gustas tú, pensé.
Durante el camino a Costco hablé con Vanessa sobre mis viajes por Europa durante una de las giras de mamá; le gustaba presentarse en librerías independientes, pues ella había trabajado en una por muchos años antes de debutar. Su éxito fue tan grande que se había vuelto millonaria a los veintiséis, pero seguía siendo una mujer sencilla y con los pies en la tierra. Vanessa me escuchaba con total atención, y me decía que tuve una vida asombrosa, digna de ser escrita. Me encogí de hombros.
—Fui un niño mimado, y lo sigo siendo—dije—. Me alegro de haber tenido una madre como ella.
Era raro manejar y tener a alguien junto a mí. Me agradaba la sensación, el no tener que romper el silencio con mis cassettes. Podría acostumbrarme a eso. Estacionamos en plaza Goldberg, y caminamos juntos hasta la entrada. No había una fila muy grande.
Aunque estaría bien incluso si la hubiera, pensé, viendo a mi acompañante de reojo. Se veía hermosa con su vestido largo y azul, un tono más claro que el de sus ojos. Una vez adentro, nos tomamos nuestro tiempo para recorrer cada rincón, divirtiéndonos como si estuviéramos en un parque de diversiones. Vanessa estaba radiante, comiendo una muestra gratis tras otra. Cuando pasamos por la sección de chocolates, tomé un par de cajas de macadamias cubiertas de chocolate.
—Solo vengo a Costco por esto, las salchichas de res y la pizza—le dije.
—Y las muestras gratis—agregó Vanessa.
Sonreí.
—Y por las muestras gratis.
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